Donde Queda La Familia en La Terapia Familiar Narrativa

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 14

¿DONDE QUEDA LA FAMILIA EN LA TERAPIA FAMILIAR

NARRATIVA?

Salvador Munichin

En Septiembre del año pasado, participé en un taller de Terapia


Familiar en el que cuatro personas con puntos de vista diferentes y
claramente articulados, fueron invitados a presentar un caso clínico
que luego sería discutido por los otros tres presentadores. En
representación de la visión más tradicional en la terapia familiar
estábamos Maurizio Andolfi y yo. Insoo Kim Berg representaba el
enfoque centrado en la solución y Karl Tomm el post-modernismo.

Para mi sorpresa, estos dos últimos presentaron sesiones en las


que entrevistaron a un solo miembro de la familia. Insoo Kim Berg
trabajó con una madre afro-americana de Servicios Sociales que
tenía dos hijos para adopción. Karl Tomm también entrevistó a una
persona, una madre, pero hizo preguntas dirigidas a su hija
internalizada.

La experiencia al final de los dos días fue inquietante. Me


parecía que Insoo Kim Berg y Karl Tomm estaban argumentando
que la “terapia familiar” no exige el trabajar con la familia. Esto me
hizo preguntarme si las ideas post-modernistas que parecen
prevalecer en la literatura sobre el tema, tenían algo que ver con la
desaparición de la familia en el proceso terapéutico.

Como soy un terapeuta de familia sistémico, me siento


capacitado para considerar el efecto que las ideas post-modernistas
pueden tener sobre la forma en que las familias son abordadas y
atendidas en la terapia narrativa. En primer lugar, ¿puede el
constructivismo social en cuanto meta-teoría ayudar a los
terapeutas familiares en la comprensión del funcionamiento de la
familia?. Y en segundo lugar, ¿puede implicar una nueva dirección
en el trabajo con familias este giro teórico?.
Empecé entonces a buscar definiciones del construccionismo
social en las discusiones entre sus seguidores y sus críticos, fuera
del campo de la terapia familiar. Comencé con Kenneth Gergen
(1.994) quien afirma que el construccionismo social “es una
revolución que... sustituye la epistemología dualista de la mente que
conoce y confronta un mundo material, con una epistemología
social. El “locus” del conocimiento ya no tiene lugar en la mente
individual sino más bien en las pautas de conexión social” (p.129).

El construccionismo social, afirman Daniel Farber y Suzanna


Sherry (1.997), es al mismo tiempo simple y sorprendentemente
poderoso. En pocas palabras, la tesis es que la realidad es
socialmente construída por el poderoso con el fin de perpetuar su
propia hegemonía” (p.23). En la misma línea, Foucault (citado por
Barber y Sherry,(1997) dijo: “lo que figura como conocimiento
objetivo es una relación de poder, una categoría de personas que
se benefician a costa de otra categoría de personas” (p.24).

Estoy en profunda sintonía con la postura ideológica expresada


en estas afirmaciones. Están en sincronía con algunos de los
desafíos que la “Izquierda” ha planteado siempre al poder
explotador de las fuerzas capitalistas e imperialistas de la sociedad.
Parecen recoger el optimismo de los movimientos sociales de los
años sesenta: que la fuerza y la diversidad de los oprimidos podía
ser unificada en un discurso político liberador.

Pero también estoy preocupado. Me parece que, hoy en día, las


voces de los oprimidos no sólo se han multiplicado, sino que se han
hecho difusas. En vez de haberse transformado en una fuerza
política, este reto post-moderno se ha convertido en algo casi
ideológico. ¿Cuál podría ser, entonces, la relación del
constructivismo social con la práctica intensamente pragmática de
la terapia familiar?. ¿Cómo están afectando estas ideas a la visión
que los terapeutas familiares tienen de las familias y del proceso de
la terapia familiar?
Me parecía claro que algunos terapeutas familiares estaban
adoptando una postura política en su trabajo sobre la base de un
construccionismo social. Por ejemplo, Harlene Anderson (1.997)
afirmaba que “la voz dominante, la voz profesional culturalmente
designada normalmente habla y decide en el lugar de las
poblaciones marginales: minorías de género, económicas, étnicas,
religiosas, políticas y raciales... A veces sin quererlo y otras
sabiéndolo, los terapeutas subyugan o sacrifican a un cliente frente
a la influencia de este contexto más amplio que es primariamente
patriarcal, autoritario y jerárquico” (p.71).

Ferrdman y Combs (1.996) creen que “... las historias


dominantes pueden estar subyugando las vidas de las personas... .
Historias de género, raza, clase, edad, orientación sexual y
religión... son tan prevalentes y están tan enraizadas en nuestra
cultura que podemos quedar atrapados en ellas sin darnos cuenta.
La deconstrucción, en el sentido de White, puede ayudarnos a
desenmascarar las así llamadas "verdades" que "ocultan" sus
sesgos y prejuicios... . Al adoptar y reclamar este tipo de
deconstucción, estamos asumiendo una postura política contra
ciertas prácticas de poder en nuestra sociedad” (p.57).

Ahora sí que se me han multiplicado las preguntas. Cuando


pensaba que entendía la posición política del construccionismo
social, me sentía inseguro sobre su aplicabilidad a la terapia de
familia. Específicamente, ¿cómo está tratando las relaciones de los
miembros de la familia la escuela narrativa que ha surgido de la
teoría del construccionismo social?.

No estaba muy seguro de que fuera así y eso me parecía muy


extraño. La afirmación de Gergen de que el “locus” del conocimiento
ya no está en la mente individual sino en la pauta de la conexión
social, me hacía pensar necesariamente en la teoría sistémica
omni-comprehensiva de Bateson que impulsó la botadura de la
terapia familiar en los años 60. Pero si fuera así, ¿cómo podría el
construccionismo social estar dictando una práctica de terapia
familiar que no incluya a la familia?. Empecé a preguntarme si esta
meta-teoría referente a la construcción de la realidad tenía una
teoría sobre familias en absoluto. ¿Cómo podría esta teoría explicar
el vínculo o las afiliaciones entre los miembros de las familias que
crean subgrupos y a veces incluso chivos expiatorios? ¿Cómo
explicar la forma en que el conflicto entre padres afecta a la visión
que los hijos tienen de sí mismos? ¿Cómo recuadra las
complejidades del divorcio y el segundo matrimonio, o la forma
como los miembros individuales de la familia eligen ciertas
funciones familiares y ciertos estilos de transacción interpersonal?.

¿Puede la práctica narrativista procedente del construccionismo


social tratar las pautas de relaciones entre los miembros de la
familia, en donde se supone que radica el “locus” del conocimiento?
o ¿Debe focalizar solamente en la forma con que cada miembro
individual de la familia explica la realidad familiar?. Con otras
palabras, ¿puede un terapeuta narrativista trabajar con la familia en
cuanto sistema social?.

Creo que Harlene Anderson diría que no. Ella dice, “... más que
aprender el lenguaje de una familia, estábamos aprendiendo el
lenguaje particular de cada miembro del sistema familiar. La familia
no tenía un lenguaje pero sus miembros individuales sí...”
(Anderson, 1.997, p.61). La razón por la que ella prefiere pasar de
puntillas por la familia me parece que es porque para ella la familia
se ha convertido en un concepto restrictivo. “Implica un a priori que
debe ser considerado sin tener en cuenta la situación única y los
individuos que comunican entre sí y con el terapeuta en torno a un
problema (p.81)... . En consecuencia nos sentimos menos
inclinados a ver o considerar necesario ver familias al completo.
Mucho de nuestro trabajo se hace con individuos, partes de familias
y miembros de sistemas más amplios” (pp. 66-67).

Me parece que el contexto familiar desaparece en los escritos de


Anderson. Sobre la base de una ideología política poderosa, sitúa a
la familia como el vehículo a través del cuál las fórmulas sociales
son transmitidas al individuo. De esta forma, la función del terapeuta
consiste en liberar a los miembros de la familia de la narrativa
constrictiva de la familia.
De un modo similar, en “Terapia Narrativa”, Freedman y Combs
(1.996) nos dicen que ellos prefieren “interaccionar con una persona
de la familia mientras que los otros escuchan. Esta forma de
trabajar de nuevo hace que las personas se constituyan en público
de los demás, de sí mismos y de sus relaciones. Pero ahora vamos
más adelante. Pedimos a las personas que reflexionen sobre lo que
han escuchado. Sus reflexiones entonces se convierten en parte de
la narrativa. Este proceso es un ejemplo vivido de la construcción
social de la realidad” (p.187).

En vez de observar la forma en que los miembros familiares


afectan a las transacciones de los demás, creando pautas que
intensifican y limitan la visión del self y de los otros, estos
narrativistas tienden a privilegiar el discurso de los miembros
individuales. Se convierte en público a los otros miembros de la
familia. Se pierde la idea sistémica de que los miembros de la
familia co-construyen el significado y de que se les puede observar
en el proceso de construir las historias individuales y familiares. La
familia, ese contexto natural interpersonal en el que las personas
desarrollan su visión de sí mismos dentro, desaparece de la
práctica clínica.

La invisibilidad de la familia en la práctica narrativa me impactó


como algo muy extraño, ya que a primera vista no parece haber
nada en la teoría del construccionismo social que requiera este tipo
de práctica clínica. Muy al contrario.

Siendo la familia el contexto en el que los niños y adolescentes


aprenden sobre sí mismos y los demás, sobre las creencias de lo
que es real y objetivo, y sobre historias que colorearán sus
realidades, podríamos esperar que los terapeutas narrativistas se
congregasen en este laboratorio natural de construcción de
historias. Focalizar en lo individual parece ir en contra de la visión
que Kenneth Gergen y Jerome Bruner tienen sobre el yo como
constructo social. Como Bruner señala, nuestra visión culturalmente
adaptada de la vida depende de los significados compartidos. El self
es una construcción que procede tanto de lo exterior hacia dentro
como de lo interior hacia fuera. (Bruner,1996).

Ningún terapeuta familiar podría decirlo mejor. Pero ahí está el


intríngulis. Tanto Gergen como Bruner saltan por encima de la
familia en cuanto constructo intermedio y se ocupan directamente
de las personas dentro de una cultura más amplia. Parece que, al
final, el self que es situado en medio de la cultura y está rodeado
por la cultura, permanece solo. El self que construye la realidad con
las herramientas que la cultura le ofrece, es un self sin otros
significados con los que relacionarse.

Quizá al saltarse la familia, los construccionistas sociales han


entrado a formar parte de la ideología de liberación radical con su
sesgo antifamiliar y antipatriarcal. Pero cualquiera que sea la razón,
me parece que la respuesta a mi primera pregunta de si el
construccionismo social en cuanto una meta-teoría puede ayudar a
los terapeutas familiares a comprender la forma de funcionar una
familia, es que no. Y eso es un motivo de preocupación. Durante los
últimos 40 años ha ido surgiendo un cuerpo de investigación acerca
de las familias dentro de disciplinas como la sociología, la
antropología, la psicología, la genética y la pediatría entre otras.
Una comprensión del modo de funcionar la familia abarca a todo
tipo de poblaciones que difieren en cultura, en clase y en contexto.
Problemas específicos como la adicción, la violencia, el
envejecimiento y las condiciones psicosomáticas están siendo
estudiados y confrontados. ¿Debería ser rodeada y evitada toda
esta tremenda especificidad y diversidad sobre la base de una
meta-teoría que lo abarca todo?. No estoy despreciando las
aportaciones del constructivismo social, pero según mi punto de
vista, la utilidad de esta teoría para la comprensión del
funcionamiento de las familias debería ser estudiada con un ojo
crítico.

En cuanto a mi segunda pregunta de si esta teoría ofrece una


forma particular de hacer terapia de familiar, creo que está claro que
la respuesta es afirmativa. Los terapeutas narrativistas están
preocupados con el mal uso del poder, y focalizan en la forma con
que los discursos socialmente dominantes controlan la forma que
tiene la gente de percibir su realidad. En cuanto terapeutas, por
tanto, quieren por encima de todo evitar imponer el marco personal
de referencia del terapeuta a la comprensión que se hace el
paciente de la realidad. Esta preocupación con el tema del control
ha producido una serie de técnicas orientadas hacia la
organización de un tipo de terapia colaborativa y no jerárquica.
Estos profesionales comparten la tendencia a una terapia de
preguntas, a partir del supuesto de que las preguntas son más
respetuosas con el propio marco de referencia del paciente, que los
comentarios, las interpretaciones o las prescripciones.

La preocupación social para liberar a las personas de los discursos


dominantes que les marginan, ha llevado a estos terapeutas a
minimizar las afirmaciones del terapeuta en cuanto experto,
adoptando una actitud de “no saber”. Paralelamente a su
aceptación de la diversidad y el multiculturalismo, el
construccionismo social orienta sus intervenciones para aumentar la
diversidad en las voces internas de los pacientes. Pero por
desgracia, según mi opinión, este foco hace disminuir la atención
hacia las pautas de interacción que tienen lugar entre los miembros
de la familia en cada momento.

Para comprender el impacto que está teniendo esta teoría en el


campo de la terapia familiar es necesario distanciarse de la prosa y
concentrarse sobre la práctica clínica, los movimientos actuales que
ocurren en la terapia familiar. Al considerar la segunda cuestión, por
tanto, describiré el trabajo de diversos clínicos. Los segmentos que
voy a presentar son, por supuesto, parciales y al mirarlos desde una
perspectiva distinta, puede que los distorsione. Pero esperar dar al
lector el sentido de una práctica clínica variada informada por una
ideología común.

Presentaré en primer lugar a dos terapeutas cuya preocupación


por el significado de la cultura parece marginar la importancia de la
experiencia familiar. Y después me dirigiré a dos terapeutas cuya
preocupación por la experiencia individual parece también marginar
la importancia de la experiencia familiar.
Primero: en un taller en el Instituto de Investigación Juvenil de
Chicago, Gene Combs mostró un vídeo con una madre afro-
africana y su hijo tímido y apartado de la gente que era paciente en
un hospital psiquiátrico. Combs empezó sugiriendo al paciente
identificado que podía ser peligroso en los Estados Unidos que un
americano negro compartiese sus pensamientos. Cuando el chico
empezó a responder, su madre se puso a conversar animadamente
con Combs sobre los prejuicios y el racismo. El paciente
identificado escuchaba en silencio. Más tarde Combs introdujo la
idea de que en algunos hospitales se prescriben neurolépticos más
a los afro-americanos que a los pacientes blancos.

En ambas intervenciones, Combs se alió con las voces


marginadas de los que no tienen poder. Me gustó su implicación
activista con los temas sociales. Pero sentí que la naturaleza de las
interacciones entre madre e hijo había sido marginada al privilegiar
Combs el foco político. ¿Se percató de que la forma enérgica de
hablar de la madre a su hijo le había silenciado? ¿Y se dio cuenta
de que participar activamente en un diálogo con la madre contribuyó
al silencio del paciente identificado? ¿Fueron terapéuticas esas
intervenciones para la familia?.

El segundo ejemplo procede del enfoque constructivista


multicultural del equipo “Solo Terapia” de New Zealand. Hace
algunos años, Mónica McGoldrick invitó a este grupo y a mí, a
presentar juntos un taller. Ibamos a alternar nuestras entrevistas,
viendo a las mismas familias durante un periodo de dos días.
Empecé la primera entrevista con una familia afro-americana que
estaba en Servicios Sociales y en la que una madre de tres hijos y
drogadicta estaba muriendo de Sida. Tíos y Tías se habían hecho
cargo de los hijos. El drama de la familia me resultaba familiar, al
haber trabajado a menudo con familias que habían tenido
experiencias similares e hice una entrevista de una forma que
consideré respetuosa, compasiva y exploratoria, pero buscando
también soluciones ampliadas.
La familia fue entrevistada el segundo día por Charles
Waldegrave. Entrevistó a cada miembro de la familia uno detrás de
otro, teniendo buen cuidado de que cada uno expresase algo
acerca de sus sentimientos y puntos de vista sobre la situación
familiar. Empatizó con la situación apurada de la familia y rastreó
los sentimientos de sus miembros, pero no respondió a ninguna de
las afirmaciones que las personas hicieron. Fue inquisitivo y
apoyador, pero no ofreció ningún feedback.

Después de esta entrevista, Waldegrave se encontró con tres


mujeres afro-americanas que parecían ser personas profesionales
de clase media. Habían observado la entrevista y eran sus
consultantes culturales. Procedieron a explicar a Waldegrave el
significado cultural de algunos de los acontecimientos descritos por
la familia y le ayudaron a redactar un escrito que él leyó a la familia.
Waldegrave no usó para nada la entrevista de hora y media que yo
había hecho a la misma familia la víspera. Estaba claro que para él
la especificidad del drama humano de esta familia en concreto era
menos importante que su contexto cultural. Era como si la historia
que la familia había descrito como su experiencia idiosincrática
necesitara pasar a través de la pantalla de un comité cultural, cuyo
status de minoría constituyese una presunción de expertez.

Para mí, esta posición política multicultural aunque fuese


probablemente socialmente correcta, era terapéuticamente
cuestionable. El terapeuta fue cuidadoso para no dar un feedback a
la familia acerca de su drama personal. ¿Cómo pudo entonces
sentirse cómodo al ofrecer un amplio informe, leído por dos veces a
la familia, sobre el significado de su realidad en un contexto
cultural? ¿No es eso una imposición de la propia perspectiva
cultural del terapeuta sobre la historia familiar?.

Los últimos dos terapeutas de los que quiero hablar son Karl
Tomm y Michael White. En el taller al que me referí al principio de
este artículo, Tomm entrevistó a la madre de una chica que era la
paciente identificada. En esta entrevista dirigió las preguntas a la
hija internalizada , pidiendo a la madre que buscase las respuestas
que su hija hubiese dado a sus preguntas. En el diálogo entre
Tomm y la madre, la posición del terapeuta era de experto, aunque
sus intervenciones tenían la forma de preguntas.

Tomm señaló cómo la entrevista había incrementado la


comprensión que la madre tenía de la visión del mundo de su hija y
que la madre después describió a la hija el efecto de la entrevista y
el cambio producido en su propia percepción acerca de la relación
entre ellas. El señaló que alternan estas sesiones individuales con
otras sesiones que incluyen a varios miembros de la familia, una
técnica ciertamente vieja en el tiempo dentro de la terapia familiar.
En lo que respecta a nuestra discusión, sin embargo, el aspecto
más notable fue la conducción activa de la entrevista por parte del
terapeuta, ya que las preguntas eran claramente propuestas por un
experto que sabía qué dirección iba a ser la productiva. Al dirigir sus
esfuerzos hacia el incremento y la modificación de las voces
internalizadas de los miembros de la familia, como medio para
cambiar su relación, Tomm suscitó de nuevo la pregunta, según mi
propia perspectiva, de por qué esta terapia no trata directamente
con las interacciones familiares.

El último terapeuta es Michael White. Describiré dos casos que


presentó en el Symposium del Family Networker en Febrero de
1.998. Hablando acerca de la construcción de las identidades,
White señaló la importancia de contar una historia, volver a contarla
y volver después a contar otra vez la historia re-contada, como una
forma de engrosar la descripción del self. Para ilustrar este punto,
presentó el caso de un niño de 8 años que fue remitido por la
escuela para ayudarle en su auto-asertividad.

Cuando White vió la primera vez a los padres y al niño, éste


contó una historia de que otros niños se reían de él. En términos de
White, era un caso de abusos entre compañeros. White aconsejó al
tutor una reunión conjunta de los padres, el niño y los profesores de
la escuela. Como se sugerencia no fue aceptada, pidió permiso a
los padres y al niño para invitar a tres antiguos pacientes suyos que
habían tenido experiencias similares de abuso entre compañeros en
la escuela, para que asistieran a una sesión.
En la primera parte y mientras los padres observaban desde
detrás del espejo unidireccional, White pidió al niño que contase su
historia al tiempo que los otros niños le escuchaban. Después pidió
a ese público de niños que re-contase la historia mientras el niño
escuchaba. Después de eso, pidió a los padres que contasen cómo
habían oído la historia, mientras que los niños escuchaban. Primero
la madre y después y después el padre describieron de formas muy
diferentes su nueva comprensión del hijo. La historia, decía White,
se iba haciendo cada vez más espesa con cada relato. Como
resultado de esta experiencia, los padres contactaron a otros
padres de la escuela cuyos hijos se habían sentido abusados y les
comprometió en el proceso de modificar la cultura de la escuela.

La forma de entrevistar de White a cada subgrupo fue


respetuosa con las personas y con los matices del relato y sus
preguntas exploraron significados alternativos de la definición del
niño sobre su self y la vida. Era claro que sus preguntas tenían una
dirección. Estaban claramente diseñadas para estimular a la gente
a explorar nuevos significados y aparentemente la experiencia de
los participantes fue de descubrimiento personal. Pero, aunque el
terapeuta fue central y se usó a sí mismo para organizar el contexto
y el proceso de la sesión, no se exploró su influencia.

No puedo por menos de admirar la naturaleza parsimoniosa de


esta intervención que consiguió tanto y la estética de la cuidadosa
búsqueda de White. Podía verse cómo White focalizaba en el
“espesamiento” de cada historia individual. Sin embargo, nunca
exploró la cultura de la familia desalentando explícitamente el
diálogo y estructurando a los otros como “un grupo de testigos”, de
forma que cada miembro de la familia hacía de público de los
demás en el proceso de aumentar las voces individuales.

Otro caso presentado por White implicaba el tratamiento de una


pareja. La esposa, en este caso, tenía una larga historia de grave
conducta autodestructiva. En la sesión ilustrativa la esposa había
pedido a su esposo que no hablase y tanto el esposo como el
terapeuta hicieron honor a la demanda. Aunque el esposo estuvo
presente, la sesión fue llevada como una sesión individual. White
hizo preguntas orientadas hacia el “recordar”: un proceso que él usa
para aumentar o modificar la pertenencia de las voces
internalizadas, como un medio de ofrecer descripciones alternativas
de la vida del paciente. La mujer dijo que recordaba una relación
cálida con su madre cuando era niña y que se volvió destructiva
cuando, siendo aún niña, fue hospitalizada a causa de una
enfermedad. A medida que ella hablaba, podía observarse cómo
White escuchaba su historia. Sus codos sobre las rodillas, la cara
cogida entre las manos, una amplia sonrisa surcaba su cara y todo
su cuerpo estaba intensamente focalizado en la mujer. De repente,
ella dijo: “lo siento ahora, el mismo sentido de calidez sobre toda mi
piel”. White, después de alguna duda, le pidió si podía compartir
este recuerdo con su madre.

Paró el vídeo en ese momento y dijo al público que había


cometido un gran error con su sugerencia, poniendo su propio
entusiasmo por delante de la propia decisión de su cliente.

Como miembro de la audiencia me sentí confuso. Pensaba que


era una sesión interesante y parecía un momento importante para
la cliente. Estaba respondiendo positivamente a la implicación
emocional de White. ¿Por qué focalizaba sobre su “error” en vez de
sobre la reacción de ella?. Lo que para mí era un momento de amor
compartido, de empatía y de conexión entre paciente y cliente,
había sido hecha invisible – o incorrecta – porque la teoría no lo
permitía. Resaltar la importancia del terapeuta en cuanto a
influencia directa en el proceso terapéutico, estaría en conflicto con
la visión del terapeuta como explorador cooperativo de las propias
historias de las personas.

En último término, ¿qué están aportando los narrativistas al


campo de la terapia familiar?. En primer lugar, focalizar sobre
descripciones múltiples y significados alternativos lo que desafía el
énfasis sobre el diagnóstico y los déficits. En segundo lugar, una
preocupación por el poder del terapeuta para influir a sus clientes,
llevando a una especie de práctica clínica que destaca la
colaboración entre paciente y terapeuta. En tercer lugar, una
exploración elegante del lenguaje en forma de preguntas. En cuarto
lugar, una serie de técnicas que enriquecen las descripciones
estrechas que los pacientes hacen de sus experiencias: el equipo
reflexivo, los grupos de testigos, escribir cartas y recontar historias y
un foco mayor en las voces internalizadas. Son desarrollos
interesantes en sí mismos.

Pero, ¿qué están encubriendo? En primer lugar, la observación


de diálogos entre miembros de la familia y sus efectos sobre las
pautas interpersonales. En segundo lugar, las actuaciones
espontáneas o inducidas que transforman la sesión en un
escenario vivo, con transacciones entre los miembros de la familia
que multiplican sus voces y sus actuaciones. En tercer lugar, el
reconocimiento del conocimiento del terapeuta como una fuerza
positiva para la curación. En cuarto lugar, el reconocimiento de que
la participación del terapeuta en el proceso familiar ofrece una
conexión experiencial con la familia y permite el uso del self como
testigo, colaborador, expandidor y enriquecedor de la experiencia.
En quinto lugar, el aceptar y reconocer que es imposible que el
terapeuta funcione sin aportar un sesgo personal a la situación; si
esa realidad permanece invisible, debe distorsionar inevitablemente
la relación entre paciente y terapeuta. Esas son pérdidas graves.

La terapia narrativa se ha alejado de los principios sistémicos


con el fin de destacar el contexto y la cultura, pero hay algo
paradójico en este movimiento.

En el proceso, los teóricos parecen haber desplazado a la familia


– ese “locus” prominente e intermediario de contexto y de cultura
en el que viven las personas – y los clínicos han vuelto a enfatizar la
psicología humana individual que no solamente es tradicional sino
que no encaja con los postulados de la teoría post-moderna que
enfatiza la relación social. Al dispersar múltiples voces dentro del
campo de la terapia familiar, los terapeutas narrativistas han
engordado una única voz que no refleja plenamente

la realidad de la experiencia humana.


Salvador Minuchin Mayo 1.998 Traducción: Fernando
Carrasco.

BIBLIOGRAFÍA

• Anderson, H. (1.997) “Conversation; Language, and Possibilities: A


Postmodern Approach to Therapy.” New York. Basic Book.

• Bruner,J. (1.996) “The Culture of Education”. Cambridge,MA:


Harvard Univ. Press.

•Farber, D.A., & Sherry,S. (1.997). “Beyond All Reason: The radical
Assault on Truth in American Law”. New York: Oxford Univ. Press.

• Freedman, j:, & Combs,G. (1.996). “Narrative Therapy: The Social


Construction of Preferred Realities”. New York: W.W. Norton.

• Gergen, K.J. (1.994). Realities and Relationships: Soundings in


Social Construction”. Cambridge, MA: Harvard Univ. Press.

También podría gustarte