Guïa de Religiön Tercer Perïodo
Guïa de Religiön Tercer Perïodo
Guïa de Religiön Tercer Perïodo
Jesús de Nazaret, vivió entre los Judíos, hacía parte de la comunidad del Norte de Palestina,
llamada Galilea. Jesús nace en Belén de Judea como lo habían anunciado los profetas, pero su
vida la desarrolla en Nazaret, allí vive con su familia (María y José), se dice que José era
carpintero (por esa razón a Jesús le llamaron el hijo del carpintero) (Cfr. Mt 13, 55).
El hecho de vivir en una familia, en una sociedad es una muestra que Jesús también necesitaba
de los demás, compartía con los otros, se relacionaba e interactuaba como cualquier ser
humano, hasta tenía las mismas necesidades.
Al igual que Jesús hace parte de una comunidad y se busca un estar juntos en el sentido
colaborativo, de igual manera todo ser humano necesita estar con otro, para ayudarse, para
formarse, para ser persona. Con otro es más fácil construir la propia existencia, incluso hasta de
aquellos que se equivocan algo se puede aprender. El trabajo en equipo es una oportunidad
para transformar la realidad y el entorno social. Una familia, una comunidad unida no es otra
cosa que la manifestación específica de la paz y la armonía, donde todos miran a un mismo
horizonte.
En un determinado momento, Jesús elige de entre estos discípulos que le siguen a un grupo
especial de doce que forman el círculo más íntimo en tomo a él Ellos son el núcleo más importante
de discípulos y también el más estable. La mayoría de ellos no tienen un relieve notable como
individuos. Varios de ellos pescadores del lago, los demás seguramente campesinos de aldeas
cercanas. Los Doce son gentes sencillas y poco cultas que viven de su trabajo. No hay entre ellos
escribas ni sacerdotes.
Sin embargo hay diferencias entre ellos. La familia de Santiago y Juan pertenecía a un nivel social
elevado. Su padre, llamado Zebedeo, poseía una barca propia y tenía jornaleros que trabajaban
para él. Probablemente mantenía relación con las familias que se dedicaban a la salazón de
pescado en Betsaida y Tariquea (Magdala). Pedro y su hermano Andrés pertenecían, por el
contrario, a una familia de pescadores pobres. Probablemente no tenían barca propia. Solo unas
redes con las que pescaban desde la orilla en aguas poco profundas. Así vivían no pocos vecinos
de las riberas del lago. Los dos hermanos trabajaban juntos. Habían venido de Betsaida buscando
probablemente más facilidades para su modesto trabajo. Pedro se había casado con una mujer de
Cafarnaún y vivían formando una familia múltiple en casa de sus suegros. Lo único que dejan para
seguir a Jesús son sus redes.
El grupo era bastante heterogéneo. Algunos, como Pedro, estaban casados, otros eran tal vez
solteros. La mayoría había abandonado a toda su familia, pero Santiago y Juan vienen con su
madre Salomé, lo mismo que Santiago el menor y Joset, a los que acompaña su madre María. La
mayoría provienen de familias judías tradicionales y llevan nombres hebreos; sin embargo, Simón,
Andrés y Felipe, nacidos los tres en Betsaida, parecen haber vivido en ambientes más helenizados
y llevan nombres griegos.
A Felipe, su padre le puso el nombre del tetrarca. Probablemente Felipe y Andrés hablaban griego
y, por ello, en alguna ocasión hacen de intermediarios entre un grupo de peregrinos griegos y
Jesús.
Quizá no siempre fue fácil la convivencia entre ellos. Simón, el «Cananeo», llamado seguramente
así por su celo en el cumplimiento de la Torá , tuvo que aceptar junto a sí a Leví, el recaudador de
impuestos, aprendiendo a vivir con la actitud de Jesús, que les insistía en acoger a gente tan
indeseable como los pecadores, publicanos y prostitutas. Por otra parte, Santiago y Juan, a los que
llamaba Boanerges o «hijos del trueno», eran probablemente de carácter impetuoso y crearon
tensiones en el grupo por su pretensión de ocupar un puesto relevante junto a Jesús.
Al parecer, Jesús tuvo una relación especial con Pedro y la pareja de hermanos formada por
Santiago y Juan. Los tres pescaban en la misma zona del lago y se conocían antes de encontrarse
con Jesús. Era con los que más a gusto se sentía. Los trataba con gran confianza. A los tres les
puso apodos curiosos: a Simón le llamó «roca» y a los dos hermanos «hijos del trueno». Según la
tradición cristiana, solo ellos estuvieron presentes en acontecimientos tan especiales como la
«transfiguración» de Jesús en lo alto de una montaña de Galilea y durante su oración angustiosa al
Padre en Getsemaní la noche en que fue detenido •
Sin duda, Pedro es el discípulo más destacado de los Doce. Las fuentes lo presentan como
portavoz y líder de los discípulos en general y de los Doce en particular. En algún momento, Jesús
le da el nombre de Kefas (<<roca»), que, traducido al griego como Petrós, se convirtió en su
nombre propio: con ese nombre aparece siempre a la cabeza de los Doce • El testimonio de las
fuentes cristianas contribuye a crear la impresión de un hombre espontáneo y honesto, decidido y
entusiasta en su adhesión a Jesús, y al mismo tiempo capaz de dudar y de sucumbir a la crisis y al
miedo. En sus labios se pone la afirmación más solemne de fe en Jesús:
¿Qué pretendía Jesús al rodearse de este grupo inseparable de doce varones? Sin duda todos
veían en aquel grupo un símbolo sugestivo que, de alguna manera, evocaba a las doce tribus de
Israel.
Al volver del desierto del Jordán, Jesús se dirigió probablemente a Nazareth Allí estaba su casa;
allí vivía su familia. No sabemos cuánto tiempo permaneció en su pueblo, pero, depués abandonó
su pueblo y marchó a la región del lago. Fue en Cafarnaún y sus alrededores donde empezó a
llamar a sus primeros discípulos para que le siguieran en el proyecto que se había ido gestando en
su corazón después de abandonar al Bautista.
A algunos los llamó él mismo arrancándolos de su trabajo. Otros se acercaron animados por
quienes ya se habían encontrado con é1 • Hubo tal vez quienes se ofrecieron por propia iniciativa,
y Jesús les hizo tomar conciencia de lo que suponía seguirle. Las mujeres probablemente se
acercaron atraídas por su acogida. Con gran sorpresa para muchos, Jesús las aceptó en su grupo
de seguidores. En cualquier caso, el grupo se forma por iniciativa exclusiva de Jesús. Su llamada
es decisiva. Jesús no se detiene a dar explicaciones. No les dice para qué los llama ni les presenta
programa alguno. No les seduce proponiéndoles metas atractivas o ideales sublimes. Lo irán
aprendiendo todo junto a él. Ahora los llama a seguirle. Eso es todo.
Las fuentes lo presentan actuando con una autoridad sorprendente. No aduce motivos ni razones.
No admite condiciones. Hay que seguirle de inmediato. Su llamada exige disponibilidad total:
fidelidad absoluta por encima de cualquier otra fidelidad; obediencia por encima incluso de deberes
religiosos considerados como sagrados. Jesús los va llamando urgido por la pasión que se ha
despertado en él por el reino de Dios.
Hay frases que lo dicen todo: «Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida
por mí y por el evangelio, la salvará » Con esta afirmación paradójica, en la que tal vez subyace
un pensamiento sapiencial conocido, Jesús está invitando a sus discípulos a vivir como él:
agarrarse ciegamente a la propia vida puede llevar a perderla; arriesgarla de manera generosa y
valiente puede llevar a salvarla. Es así. Un discípulo que se aferre a su vida por la seguridad,
metas y expectativas que sin duda le ofrece, puede perder el mayor bien de todos: la vida dentro
del proyecto de Dios. Un discípulo que lo arriesga todo y pierde de hecho la vida que lleva hasta
ahora, encontrará vida entrando en el reino de Dios.
Los discípulos pudieron escucharle algo todavía más gráfico y terrible. Sin duda les estremeció: «Si
alguien quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome sobre las espaldas su cruz y sígame»
Marcos 8,34. Un discípulo ha de olvidarse de sí mismo, renunciar a sus intereses y vivir en
adelante centrado en Jesús. Ya no se pertenece; su vida es de Jesús; vive siguiéndole a él Hasta
aquí no dejaba de ser atractivo.
Jesús habla de que el amor es el “mandamiento” más importante. ¿Alguna vez se han preguntado
sobre eso?
Él nos dice que los dos mandamientos más importantes son que amemos a Dios con todo nuestro
corazón, con toda nuestra mente, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas, y que
amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
En un principio, esto no parece tener sentido. No se le puede “mandar” a alguien que ame. ¡El
amor es una emoción fuerte! O se siente amor o no se siente. La gente “se enamora”. No se le
puede decir que lo haga.
Aquí vemos la diferencia entre lo que Jesús quiere decir con la palabra amor y lo que el mundo
quiere indica al hablar de amor. Cuando entendemos el amor de Dios por nosotros, entendemos
que el amor que Jesús nos ordena que tengamos es más que una emoción y que una pasión. Es
más que palabras o que sentimientos.
Para Jesús, nuestro amor es una respuesta al amor de Dios, que nos ama primero y que nos
ofrece su amor como un don. Al responder a su mandamiento de amar, estamos cumpliendo con la
voluntad de Dios para nuestras vidas: que encontremos la felicidad y la alegría, amando a los
demás y experimentando el amor de Dios.
Jesús sabe que el amor no es fácil. Hay personas que no son agradables y que no son fáciles de
amar. Pero su amor nos llama a ir más allá de nuestra propia comodidad, de nuestros propios
prejuicios.
Por eso Jesús conecta el amor de Dios con el amor al prójimo. Porque Jesús sabe que no
podemos realmente decir que amamos a Dios si no amamos a nuestro prójimo. Cuando cerramos
los ojos a las necesidades de nuestro prójimo, cerramos nuestros corazones a Dios.
Uno de los santos dijo: “Amemos a Dios tanto como amemos al que menos amamos”.
Vale la pena recordar eso. Pero debemos recordar también esto: Jesús nunca nos ordena hacer
algo que no nos vaya a ayudar a hacer. Él nunca nos ordena hacer algo que Él no nos haya ya
enseñado a hacer. No hay un modelo de amor más grande que Jesucristo.
Y el amor es como cualquier otra cosa en nuestras vidas. Cuanto más lo practicamos, más se
convierte en un hábito para nosotros. Practiquen el amor y, por la gracia de Dios, se volverá
perfecto en ustedes.
Entonces eso significa que debemos tomar esa decisión de amar todos los días, en todo momento.
Tenemos que decir: “Señor, dame la gracia de amar, aquí y ahora. En esta situación. Con esta
persona”.
Así es como los santos enfocan la vida. San Juan de la Cruz solía decir: “Donde no hay amor, pon
amor y obtendrás amor”.
El mandamiento de amar nos llama a una nueva manera de vivir. Cuanto más ames, más verás el
mundo con los ojos de Cristo, y más pensarás en las otras personas con la mente de Cristo.
Una vez que tomas esa decisión de amar, empiezas a ver a las demás personas, no como una
amenaza o como competidores, sino que empiezas a ver a tu prójimo como una persona que es
como tú mismo, con las mismas esperanzas, sueños y deseos.
El amor nos saca de nosotros mismos y abre nuestros corazones a las necesidades de los demás.
Cuando amas, dejas de ver a “otros” y empiezas a ver hermanos y hermanas en ellos. Comienzas
a ver a tu prójimo como a un hijo de Dios, creado a imagen de Dios.
El amor que Jesús pide no es sólo una relación que tenemos con otra persona. El amor cristiano
es personal, pero es también social. Es la responsabilidad que tenemos por las demás personas
de la sociedad, especialmente por aquellos que son vulnerables: los no nacidos, las viudas y los
huérfanos; los inmigrantes y refugiados; los pobres.
El amor por nuestro prójimo exige que tomemos medidas para corregir las cosas cuando
descubrimos que están mal. El amor significa promover la justicia donde encontremos la injusticia.
El amor cristiano es siempre un amor misionero. Jesús cuenta con nuestro amor para cambiar el
mundo.
El mandamiento del amor coloca nuestra vida en un sendero, haciendo de ella un camino de amor.
El amor no es fácil. Requiere un trabajo arduo. Pero puede ser hermoso y se vuelve hermoso
cuanto más practiquemos el amor en nuestra vida cotidiana.
Así que al dedicarnos a las actividades de nuestra vida cotidiana, tratemos de poner más amor en
el mundo. Podemos comenzar con aquellos que están más cerca de nosotros: con las personas
con las que vivimos, con nuestras familias; con las personas con las que trabajamos y con las que
vamos a la escuela. Intenten ser un poco más pacientes esta semana, un poco más comprensivos,
un poco más indulgentes.
En una de las ocasiones que los discípulos vinieron a Jesús, le preguntaron quién podría ser el
primero de entre todos ellos, y Él les respondió: “el de ustedes que quiera ser grande, que se haga
el servidor de ustedes, y si alguno de ustedes quiere ser el primero entre ustedes, que se haga el
esclavo de todos; hagan como el Hijo del Hombre, que no vino a ser servido, sino a servir y a dar
su vida como rescate por una muchedumbre”. (Mateo 20:26-28)
El servicio fue una de las mayores manifestaciones del amor de Cristo hacia nosotros. Desde que
inició su ministerio en la tierra, tras ser bautizado por Juan el Bautista, nuestro Señor dedicó su
tiempo a enseñar sobre el reino de los cielos, sanar a los enfermos, ayudar a los necesitados,
preparar a sus discípulos, ¡resucitar a los muertos!, etcétera.
Debió ser abrumador, día tras día, permanecer en esa actitud de servicio, ver a las multitudes venir
en pos de Él en busca de ayuda, y ofrecer siempre compasión y misericordia a aquellos que lo
necesitaban. Sin embargo, es obvio que su servicio era una respuesta natural de su amor. Era éste
lo que lo impulsaba a continuar haciendo bien a los demás, y a seguir obedeciendo la voluntad de
su Padre.
El servicio de Jesús era parte de su naturaleza humilde. Y dicho servicio fue tan legítimo, tan
constante y tan extremo, que pronto se convirtió en sacrificio. El Padre lo envió, pero Jesús decidió
entregar su vida voluntariamente por todos nosotros, a pesar de que sabía que al final el precio
sería la muerte. Su tiempo, su dedicación, su vida entera fueron dedicados a un propósito
específico, a una misión única: la salvación de la humanidad, y no se detuvo sino hasta llegar al
final, la cruz.
Lo que debe inspirarnos a servir es el amor. El amor a Dios y el amor a los demás. Dice el apóstol
Pablo: “Cualquier trabajo que hagan, háganlo de buena gana, pensando que trabajan para el
Señor y no para los hombres”. (Colosenses 3:23). Sin embargo, sabemos que también el amor a
los demás nos inspira a servirlos cuando tienen alguna necesidad. No para obtener alabanza y
mérito, sino por un amor puro, no sólo incondicional sino sacrificial.
Actividad: Escribe una página por qué es tan importante el amor y el servicio.
Durante siglos los profetas de Israel habían predicho la venida de un Mesías. Desde Adán hasta
Malaquías, los profetas hablaron del día en que el Dios de Israel vendría a la tierra, tomaría sobre
sí carne y se tornaría en su Salvador y Redentor. La profecía de Isaías representa la idea de un
Mesías y el sentir que existía entre el pueblo del convenio:
"Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su
nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su
imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y
confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos
hará esto." (Isaías 9:6-7.)
Sin embargo, cuando llegó el día tan largamente esperado, la mayoría del pueblo judío no
solamente rehusó ver que las profecías se habían cumplido, sino que rechazó al Mesías. La nación
se había hundido en una obscuridad espiritual tan profunda que no podía percibir siquiera que la
Luz del Mundo estaba entre ellos.
El apóstol Juan escribió diciendo acerca de Jesucristo lo siguiente: "Luz verdadera, que alumbra a
todo hombre, venía a este mundo", y sin embargo, "el mundo no le conoció. A lo suyo vino [a su
pueblo, los judíos], y los suyos no lo recibieron". (Juan 1:9-11.)
El vocablo Mesías viene del hebreo Meshiach, que significa "ungido". El equivalente griego es
Christos. Ambos vocablos llevan la idea de uno que es ungido por Dios. El vocablo hebreo Yeshua
(Jesús en griego) significa "Salvador", o "liberador". Las dos palabras combinadas denotan "aquel
que es ungido por Dios para salvar o librar al pueblo".
Decenas de profecías claramente indicaron la venida de este Mesías, y Jesús dio cumplimiento a
todas ellas. Entonces ¿por qué los judíos lo confundieron, lo desestimaron, lo rechazaron como si
fuera alguien sin ningún valor? Esperaban que viniera su Mesías, alguien que los liberara; sin
embargo, crucificaron a Aquel en quien se cumplían todas las palabras de los profetas. ¿Por qué?
La respuesta se encuentra parcialmente en que comprendamos la esperanza que Israel tenía
sobre la venida del Mesías.
Después que Jesús murió, un hombre rico llamado José le pidió permiso a Pilatos para quitar el
cuerpo de Jesús del madero. José envolvió el cuerpo de Jesús en telas de lino de buena calidad,
con especias aromáticas, y lo puso en una tumba nueva. Luego mandó que rodaran una gran
piedra para tapar la entrada. Los sacerdotes principales le dijeron a Pilatos: “Nos preocupa que los
discípulos de Jesús roben el cuerpo y digan que él resucitó”. Así que Pilatos les dijo: “Sellen la
tumba y pongan guardias”.
Tres días más tarde, unas mujeres fueron a la tumba temprano por la mañana. Descubrieron que
alguien había hecho rodar la piedra, y la tumba estaba abierta. Dentro de la tumba había un ángel,
que les dijo: “No tengan miedo. Jesús ha resucitado. Díganles a los discípulos que vayan a Galilea
a encontrarse con él”.
María Magdalena fue rápido a buscar a Pedro y a Juan. Les dijo: “Alguien se ha llevado el cuerpo
de Jesús”. Pedro y Juan fueron corriendo a la tumba. Cuando vieron que estaba vacía, regresaron
a sus casas.
Después, María volvió a la tumba. Allí dentro vio a dos ángeles y les dijo: “No sé adónde se han
llevado a mi Señor”. Entonces vio a un hombre y pensó que era el jardinero. Le preguntó: “Señor,
por favor, dime dónde lo has puesto”. Cuando el hombre respondió: “¡María!”, ella se dio cuenta de
que era Jesús. Ella dijo: “¡Maestro!”, y se agarró de él. Jesús le dijo: “Diles a mis hermanos que me
has visto”. Enseguida, María se fue corriendo y les contó a los discípulos que había visto a Jesús.
Más tarde, ese mismo día, dos discípulos iban de Jerusalén a Emaús. Un hombre se puso a
caminar con ellos y les preguntó de qué estaban hablando. Ellos le dijeron: “¿No te has enterado?
Hace tres días, los sacerdotes principales mandaron matar a Jesús. Ahora unas mujeres están
diciendo que él está vivo”. El hombre les preguntó: “¿Es que no creen en los profetas? Ellos dijeron
que el Cristo tenía que morir y después ser resucitado”. Luego siguió explicándoles más cosas de
las Escrituras. Al llegar a Emaús, los discípulos le pidieron que se quedara con ellos. Cuando
estaban cenando, él hizo una oración por el pan, y los discípulos se dieron cuenta de que el
hombre era Jesús. Entonces desapareció.
Los dos discípulos se fueron corriendo a Jerusalén. Llegaron a la casa donde se habían reunido
los apóstoles y les contaron lo que había pasado. Mientras estaban dentro de la casa, Jesús se les
apareció. Al principio, los apóstoles no podían creer que era Jesús. Pero él les dijo: “Miren mis
manos, tóquenme. Estaba escrito que el Cristo se levantaría de entre los muertos”.
“Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar al Padre si no es por medio de mí” (Juan
14:6).
Preguntas: ¿Qué pasó cuando las mujeres fueron a la tumba de Jesús? ¿Qué pasó en el camino
a Emaús?
Relato narrado en la Biblia, según el cual Jesús de Nazaret fue resucitado dos días después de ser
crucificado en las afueras de Jerusalén. La palabra resurrección (griego ἀνάστασις,
"levantamiento"; ἔγερσις, "levantarse") representa en el contexto bíblico la acción de levantarse de
la muerte con un cuerpo físico en el mismo estado previo a la muerte, o con un cuerpo nuevo,
transformado y glorificado como en el caso de Jesús.
El evangelio nos trae el conocido episodio de Jesús con los discípulos de Emaús. Es un encuentro
rápido, pero en este encentro está todo el destino de la Iglesia. Lucas quiere enseñar a las
comunidades cómo interpretar la Escritura para poder redescubrir la presencia de Jesús en la vida.
Como los dos de Emaús, debemos alimentarnos de la Palabra y la Eucaristía para estar siempre
unidos al Señor que camina junto a nosotros constantemente y se nos hace presente de mil
formas. Desde nuestra realidad, como creyentes, no podemos caminar por la vida sin esa
presencia de Jesús Resucitado.
Actividad:
Hechos 1, 1-14
Jesús se apareció muchas veces a sus discípulos durante cuarenta días después de su
resurrección, para que ellos pudieran estar seguros de que verdaderamente estaba vivo. La última
vez que se les apareció, les dijo: "Quédense en Jerusalén. Dentro de unos días yo les enviaré el
Espíritu Santo, tal como lo prometió mi Padre. Entonces tendrán el valor de enseñar mi Palabra al
mundo entero".
Tan pronto como terminó de hablar, Jesús fue elevado al cielo en una nube.
Los Apóstoles se quedaron contemplándolo hasta que ya no pudieron verlo más.
De repente, dos ángeles aparecieron delante de ellos. "¿Por qué miran al cielo?", preguntaron.
"Jesús regresará, de la misma manera que subió al cielo".
Los Apóstoles volvieron a la ciudad. Subieron a las habitaciones superiores de la casa donde se
alojaban y allí se quedaron, a la espera de la venida del Espíritu Santo, como Jesús les había
dicho que hicieran. Los Apóstoles pasaban los días rezando juntos con María, la madre de Jesús.
Jesús se reunió con sus discípulos en Galilea. Les dio un mandato muy importante: “Vayan y
hagan discípulos de gente de todas las naciones. Enséñenles todo lo que yo les he enseñado y
bautícenlos”. Luego les prometió: “Recuerden, yo siempre estaré con ustedes”.
Después que resucitó, Jesús se apareció por 40 días a cientos de sus discípulos en Galilea y
Jerusalén. Les enseñó lecciones importantes e hizo muchos milagros. Al final, se reunió por última
vez con sus apóstoles en el monte de los Olivos. Jesús les había dicho: “No se vayan de
Jerusalén. Sigan esperando lo que el Padre ha prometido”.
Sus apóstoles no habían entendido lo que Jesús quiso decir, por eso le preguntaron: “¿Vas a ser
ya el rey de Israel?”. Jesús les respondió: “Jehová no quiere que yo sea rey todavía. Pero muy
pronto ustedes recibirán el espíritu santo que les dará poder, y serán mis testigos. Así que vayan a
predicar a Jerusalén, a Judea, a Samaria y hasta la parte más lejana de la Tierra”.
Entonces, Jesús subió al cielo, y una nube lo tapó. Sus discípulos se quedaron mirando hacia
arriba, pero él desapareció.
Los discípulos se fueron del monte de los Olivos y regresaron a Jerusalén. Allí tenían la costumbre
de reunirse y orar en una habitación en la parte de arriba de una casa. Esperaban que Jesús les
diera más instrucciones.
“Las buenas noticias del Reino se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas
las naciones, y entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14)
Actividad:
TEMA 8: PENTECOSTÉS.
El Pentecostés es una festividad de carácter religioso que se celebra cincuenta días después
de la Pascua, poniendo término al periodo pascual. Se celebra tanto en la religión judía como en la
religión cristiana.
Para los judíos, el Pentecostés supone la celebración de la entrega de la Ley a Moisés en el monte
Sinaí, cincuenta días después del éxodo
Por su parte, para los cristianos, es la conmemoración del descenso del Espíritu Santo sobre los
Apóstoles de Jesucristo, que marca el nacimiento de la Iglesia.
Etimológicamente, la palabra proviene del latín Pentecoste, y esta, a su vez, del griego
πεντηκοστή, (pentecostés), que significa ‘quincuagésimo’. El término, como tal, hace precisamente
alusión a los cincuenta días que transcurren desde la Pascua hasta el Pentecostés.
Por tratarse del nombre de una festividad sagrada, la palabra Pentecostés debe escribirse con
mayúscula inicial.
Pentecostés en el cristianismo
Los cristianos celebran en el Pentecostés la Venida del Espíritu Santo, que tuvo lugar, según la
Biblia, el quincuagésimo día después de la Resurrección de Jesucristo.
En el Nuevo Testamento, en Hechos de los Apóstoles, capítulo 2, se relata el descenso del Espíritu
Santo durante una reunión de los Apóstoles en Jerusalén, acontecimiento que marcaría el
nacimiento de la Iglesia cristiana y la propagación de la fe de Cristo.
Por ello, la Iglesia dedica la semana del Pentecostés en honor al Espíritu Santo, pero también
celebra la Consagración de la Iglesia, cuyo principio lo marca esta epifanía.
Para la liturgia católica, el Pentecostés es la cuarta fiesta principal del año y, según el calendario,
puede celebrarse entre el 10 de mayo y el 13 de junio.
Pentecostés en la Biblia
La celebración del Pentecostés es referida en la Biblia por primera vez en Hechos de los
Apóstoles, en el episodio dedicado a narrar el momento en que los apóstoles de Jesucristo
recibían los dones del Espíritu Santo, después de la subida de Jesús al cielo.
Pentecostés en el judaísmo
Los judíos celebran el Pentecostés cincuenta días después de la Pascua del Cordero para
conmemorar el encuentro entre Dios y Moisés en el monte Sinaí, y la entrega de la Ley al pueblo
de Israel, que simboliza el nacimiento del judaísmo.
Este evento, según es narrado en el libro del Éxodo, en el Antiguo Testamento, ocurrió cincuenta
días después de la salida del pueblo hebreo del cautiverio de Egipto.
Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad del cristianismo. El Espíritu Santo
es una persona distinta del Padre y del Hijo (primera y segunda persona de la Santísima Trinidad)
pero posee con ellos una misma naturaleza y esencia divina.
El Espíritu Santo deriva del latín Espiritus Sanctus que se refiere a la gracia divina que se revela
para entrar en comunión con los creyentes con el fin de contactarse con Cristo o con Dios, en otras
palabras, el Espíritu Santo es el que despierta la fe cristiana.
Para los cristianos, el nacimiento de su iglesia es marcada precisamente con el descenso del
Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesús luego de su crucifixión y resurrección llamada
Pentecostés.
El Espíritu Santo procede de la espiración (respiro, aliento) del Padre y del Hijo juntos como un
principio único.
Existen varias representaciones del Espíritu Santo descritas en la Biblia. Algunas de ellas son:
Actividad:
Ya habían pasado 10 días desde que Jesús había regresado al cielo. Entonces los discípulos de
Jesús recibieron espíritu santo. Era la Fiesta del Pentecostés del año 33, y gente de muchos
lugares había llegado a Jerusalén para celebrarla. Unos 120 discípulos de Jesús se habían reunido
en la habitación de la parte de arriba de una casa cuando, de repente, pasó una cosa asombrosa.
Algo como una llama de fuego apareció sobre la cabeza de cada discípulo, y todos empezaron a
hablar en diferentes idiomas. Además, se oyó el ruido de un viento fuerte por toda la casa.
La gente que había viajado de otros países a Jerusalén oyó el ruido y corrió hacia la casa para ver
qué pasaba. Se sorprendieron mucho cuando oyeron a los discípulos hablando en otros idiomas.
Decían: “Estas personas son de Galilea, ¿cómo es que pueden hablar en nuestros propios
idiomas?”.
Entonces Pedro y los demás apóstoles se pusieron de pie enfrente de todos. Pedro les explicó:
“Ustedes mataron a Jesús, pero Jehová lo resucitó. Ahora Jesús está en el cielo al lado derecho
de Dios. Y nos ha dado el espíritu santo que nos había prometido. Por eso es que han visto y oído
estos milagros”.
La gente se quedó muy impresionada. Las palabras de Pedro les habían tocado el corazón, por
eso preguntaron: “¿Qué debemos hacer?”. Él les respondió: “Arrepiéntanse de sus pecados y
bautícense en el nombre de Jesús. Después también recibirán el regalo del espíritu santo”.
Unas 3.000 personas se bautizaron ese día. Desde ese momento, empezó a haber cada vez más
discípulos en Jerusalén. Los apóstoles formaron más congregaciones con la ayuda del espíritu
santo. Así pudieron enseñar a los discípulos todas las cosas que Jesús les había mandado.
“Si con la boca declaras públicamente que Jesús es el Señor y con el corazón demuestras fe
en que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvado” (Romanos 10:9).
Preguntas: ¿Qué pasó en la Fiesta del Pentecostés del año 33? ¿Por qué se bautizaron tantas
personas?
La fiesta de Pentecostés entre los judíos recordaba la alianza del Sinaí; en ese día, a los cincuenta
días de la Pascua, el Espíritu Santo fue enviado a los discípulos de Jesús para confirmar la nueva
alianza y guiarlos con su fuerza en el anuncio de Jesús muerto y resucitado (Hch 2, 1-13). Desde
ese día el Espíritu Santo es el protagonista y animador de la tarea misionera de la Iglesia.
El Espíritu Santo desciende sobre aquella comunidad naciente y temerosa, infundiendo sobre ella
sus siete dones, dándole el valor necesario para anunciar la Buena Nueva de Jesús, para
preservarla en la verdad, como Jesús lo había prometido (Jn 14, 15), para disponerla a dar
testimonio; para ir, bautizar, enseñar y hacer discípulos en todas las naciones (Mt 28, 16-20).
En este tema consideramos la acción de ese mismo Espíritu Santo que ya estuvo presente en la
creación, que animó al pueblo de Israel, que cubrió con su poder e inspiró la vida de María, que
ungió a Jesucristo y que ahora aparece como el protagonista de la misión de la Iglesia,
recordándonos que somos corresponsables de seguir anunciando su Reino de Amor, Justicia,
Verdad y Paz entre los seres humanos.