Los Misterios de Jesus - Timothy Freke

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El

cristianismo y el paganismo han sido siempre presentados como creencias


religiosas antagónicas. La idea de que el cristianismo es sagrado y único,
mientras que el paganismo es una superstición primitiva y obra del diablo ha
primado en el mundo occidental. Sin embargo, hay indicios de que ambas
tradiciones podrían pertenecer a un mismo tronco. En el suelo sobre el que
se erigió la ciudad del Vaticano había un templo profano donde se rendía
culto a un dios que había nacido el 25 de diciembre y que ascendió a los
cielos después de prometer un juicio final sobre los vivos y los muertos, y los
sacerdotes celebraban un ágape con su cuerpo y su sangre para obtener la
salvación. Así, la figura del dios muerto y resucitado no es exclusiva del
cristianismo: con escasas variaciones existía ya en Egipto, Grecia, Roma,
Persia y Siria bajo los nombres de Osiris, Dioniso, Baco, Mitra y Adonis.
Siguiendo el hilo de estas pistas, Freke y Gandy tratarán de demostrar que la
historia oficial de Jesús no es más que un mito tejido con falsedades y viejos
relatos. Una gran mentira que la Iglesia católica logró imponer empleando el
poder del Imperio romano y aniquilando a los gnósticos, que siempre
supieron que los relatos del Nuevo Testamento no eran una historia real. El
propósito de los autores no es otro que recuperar el sentido íntimo de las
historias sobre Jesús y devolverles su riqueza original: el misticismo gnóstico
que permite que cada individuo pueda convertirse en un Cristo.

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Timothy Freke & Peter Gandy

Los misterios de Jesús


El origen oculto de la religión cristiana

ePub r1.0
Titivillus 05.09.17

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Título original: The Jesus Mysteries. Was the «Original Jesus» a Pagan God?
Timothy Freke & Peter Gandy, 1999
Traducción: Jordi Beltrán Ferrer
Diseño de cubierta: Titivillus

Editor digital: Titivillus


ePub base r1.2

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El presente libro esta dedicado al cristo que hay en ti.

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Índice

1. El pensamiento impensable.
1.1 Los misterios paganos.
1.2 Los gnósticos.
1.3 La tesis de los misterios de Jesús.
1.4 El gran encubrimiento.
1.5 Recuperar el cristianismo místico.

2. Los misterios paganos.


2.1 El espectáculo sagrado de Eleusis.
2.2 Enseñanzas secretas cifradas.
2.3 Los misterios internacionales.
2.4 Osiris-Dioniso y Jesucristo.
2.5 Conclusión.

3. Imitación diabólica.
3.1 El hijo de Dios.
3.2 La natividad.
3.3 El bautismo.
3.4 Los milagros.
3.5 El dios hombre y sus discípulos.
3.6 Montado en un pollino.
3.7 El hombre justo y el tirano.
3.8 El pan y el vino.
3.9 La muerte del dios hombre.
3.10 El chivo expiatorio sagrado.
3.11 El pan y el vino.
3.12 La muerte del dios hombre.
3.13 El chivo expiatorio sagrado.
3.14 Conclusión.

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4. Platonismo perfeccionado.
4.1 La pureza moral.
4.2 El amor.
4.3 La humildad y la pobreza.
4.4 El cielo y el infierno.
4.5 La nueva era.
4.6 Un dios único.
4.7 El logos.
4.8 El lenguaje de los misterios.
4.9 Conclusión.

5. Los gnósticos.
5.1 La filosofía pagana.
5.2 La mitología pagana.
5.3 El dios de Platón.
5.4 El hierofante de los misterios.
5.5 Los misterios secretos.
5.6 El conocimiento más allá de la creencia.
5.7 El conocimiento de uno mismo.
5.8 El daemon universal.
5.9 La reencarnación.
5.10 La igualdad sexual.
5.11 La moral natural.
5.12 Conclusión.

6. El código de Jesús.
6.1 Las alegorías míticas.
6.2 Las matemáticas sagradas.
6.3 Jesús el daemon.
6.4 El ilusionismo.
6.5 La resurrección espiritual.
6.6 El matrimonio sagrado.
6.7 Convertirse en Cristo.

7. El hombre que no encontramos.


7.1 Los historiadores judíos.
7.2 El Talmud.
7.3 ¿La verdad del Evangelio?
7.4 El estudio del Nuevo Testamento.
7.5 ¿Los hechos de los Apóstoles?
7.6 El testimonio más antiguo.

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7.7 La historia de un mito en evolución.
7.8 Conclusión.

8. ¿Era gnóstico Pablo?


8.1 ¿El Pablo auténtico?
8.2 Pablo y los misterios paganos.
8.3 El Pablo gnóstico.
8.4 El apóstol de la resurrección.
8.5 Enseñanzas psíquicas y pneumáticas.
8.6 Pablo y Jehová.
8.7 Los falsos circuncisos.
8.8 Conclusión.

9. Los misterios judíos.


9.1 La cosmopolita Alejandría.
9.2 Escrituras judías helenizadas.
9.3 Los misterios de Moisés.
9.4 ¿Los primeros cristianos?
9.5 Conclusión.

10. El mito de Jesús.


10.1 Temas míticos judíos.
10.2 La adaptación del pasado.
10.3 El mito se convierte en historia.
10.4 Un Mesías distinto.
10.5 Un salvador universal.
10.6 El nacimiento del literalismo.
10.7 Conclusión.

11. Una iglesia de imitación.


11.1 Tomar las cosas literalmente.
11.2 Una iglesia de obispos.
11.3 Los valentinianos.
11.4 Ausencia de ortodoxia.
11.5 Cristianismo y judaísmo.
11.6 La creación del Nuevo Testamento.
11.7 Sangre gloriosa.
11.8 Los romanos y las persecuciones.
11.9 La propagación del cristianismo.
11.10 Reacciones paganas ante el cristianismo.
11.11 La iglesia católica romana.
11.12 La falsificación de la historia.

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11.13 ¡San Poncio Pilato!
11.14 Eusebio, el propagandista de la Iglesia.
11.15 La destrucción del paganismo.
11.16 La destrucción del gnosticismo.
11.17 Intolerancia inherente.
11.18 Conclusión.

12. La historia más grande jamás contada.


12.1 Una verdad única.

Láminas.

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EL PENSAMIENTO IMPENSABLE

Jesús dijo: «A aquellos que son dignos de mis misterios les digo mis misterios».

EL EVANGELIO DE TOMÁS

En el lugar donde hoy está el Vaticano había en otro tiempo un templo pagano. En
él celebraban los sacerdotes paganos las ceremonias sagradas que los primitivos
cristianos encontraron tan turbadoras que intentaron borrar toda huella de que alguna
vez se hubieran oficiado. ¿En qué consistían estos espantosos ritos paganos? ¿Quizás
eran sacrificios horripilantes u orgías obscenas? Así nos lo han hecho creer. Pero la
verdad es mucho más extraña que esta ficción.
Donde actualmente se reúnen los fieles para venerar a su Señor Jesucristo, los
antiguos rendían culto a otro dios hombre que, al igual que Jesús, había nacido
milagrosamente el veinticinco de diciembre ante tres pastores. En este antiguo
santuario los fieles paganos glorificaban a un redentor que, al igual que Jesús, había
subido al cielo después de prometer que volvería al final de los tiempos y juzgaría a
los vivos y a los muertos. En el mismo lugar donde el Papa celebra la misa, los
sacerdotes paganos celebraban un ágape simbólico consistente en pan y vino en
memoria de su salvador, que, al igual que Jesús, había declarado: «Aquel que no
coma de mi cuerpo ni beba de mi sangre, para ser uno conmigo y yo con él, no
conocerá la salvación».
Al descubrir estas semejanzas extraordinarias entre la historia de Jesús y el mito
pagano, nos llevamos una gran sorpresa. Nos han educado en una cultura que
presenta el paganismo y el cristianismo como perspectivas religiosas totalmente
antagónicas. ¿Cómo podían explicarse unas semejanzas tan asombrosas? Nos
sentimos intrigado s y seguimos investigando. Cuanto más buscábamos, más

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coincidencias encontrábamos. Tratando de darles una explicación, decidimos revisar
por completo nuestra forma de interpretar la relación entre el paganismo y el
cristianismo, poner en tela de juicio creencias que antes considerábamos indiscutibles
e imaginar posibilidades que al principio parecían imposibles. Las conclusiones que
hemos sacado escandalizarán a algunos lectores, a la vez que parecerán herejías a
otros, pero opinamos que son la manera más sencilla y más obvia de explicar lo que
hemos encontrado.
Hemos quedado convencidos de que la historia de Jesús no es la biografía de un
mesías histórico, sino un mito que se basa en leyendas paganas imperecederas. El
cristianismo no fue una revelación nueva y excepcional, sino que en realidad fue una
adaptación judía de la antigua religión mistérica de los paganos. Es lo que hemos
bautizado con el nombre de «la tesis de los misterios de Jesús». Puede que al
principio parezca rebuscado, como nos lo pareció a nosotros al empezar nuestra
investigación. Después de todo, acerca del Jesús «verdadero» se escriben muchas
sandeces infundadas, por lo que toda teoría revolucionaria debe abordarse con una
saludable dosis de escepticismo. Pero aunque presentamos tesis que se salen de lo
corriente, no se trata de simples fantasías entretenidas ni de conjeturas sensacionales.
Nuestras conclusiones se basan en las fuentes históricas existentes y en las
investigaciones más recientes de los eruditos. Albergamos la esperanza de que el
lector medio pueda leer el libro sin dificultad, pero también hemos incluido
abundantes notas en las que se señalan las fuentes y las referencias, así como detalles
complementarios, para quienes deseen analizar nuestros argumentos de manera más
minuciosa.
Aunque son todavía radicales y provocativas, en realidad muchas de las ideas que
examinamos están muy lejos de ser nuevas. Los místicos y los estudiosos del
Renacimiento ya situaban los orígenes del cristianismo en la antigua religión egipcia.
Estudiosos visionarios de finales del siglo XIX también hicieron conjeturas
comparables a las nuestras. En decenios más recientes, los eruditos han señalado
repetidamente las mismas hipótesis que estudiamos nosotros. Sin embargo, pocas
personas se han atrevido a expresar las conclusiones obvias que nosotros hemos
sacado. ¿Por qué? Porque expresarlas es tabú.
Durante dos mil años ha dominado en el mundo occidental la idea de que el
cristianismo es sagrado y único, mientras que el paganismo es primitivo y obra del
diablo. La posibilidad de que las dos religiones formen parte de la misma tradición ha
sido sencillamente impensable. Así pues, aunque el verdadero origen del cristianismo
ha sido obvio desde el principio, pocos han sido capaces de vedo, porque para ello es
necesaria una ruptura radical con los condicionamientos de la cultura que hemos
recibido. Nuestra aportación ha consistido en atrevemos a pensar lo impensable y
presentar nuestras conclusiones en un libro dirigido al público en general, en vez de
escribir un árido volumen para eruditos. Desde luego, no hemos dicho la última
palabra sobre este complejo tema, pero esperamos que sea un llamamiento

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significativo para llevar a cabo una reevaluación total de los orígenes del
cristianismo.

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LOS MISTERIOS PAGANOS

En las tragedias griegas, el coro revela el destino de los protagonistas antes de que
empiece la obra. A veces es más fácil entender el viaje si desde el principio se
conocen el lugar de destino y el terreno que hay que recorrer. Antes de entrar más en
detalle, por tanto, nos gustaría volver sobre nuestros pasos para ver cómo llegamos a
nuestros descubrimientos y dar así una breve visión general del libro.
Durante toda la vida habíamos compartido una obsesión por el misticismo
mundial que poco antes nos había empujado a investigar la espiritualidad en el
mundo antiguo. Inevitablemente, el saber popular lleva mucho retraso respecto a la
vanguardia de la investigación erudita y, al igual que la mayoría de la gente, al
principio teníamos una idea muy inexacta y anticuada del paganismo. Nos enseñaron
a imaginar una superstición primitiva y entregada al culto de los ídolos y a los
sacrificios sangrientos, así como a filósofos aburridos que llevaban togas y avanzaban
a trompicones hacia lo que hoy llamamos «ciencia». Conocíamos varios mitos
griegos que mostraban la naturaleza partidista y caprichosa de los dioses y las diosas
del Olimpo. En resumidas cuentas, el paganismo nos parecía primitivo y
fundamentalmente ajeno. Después de muchos años de estudio, sin embargo, vemos
las cosas de otra manera.
La espiritualidad pagana era en realidad el fruto depurado de una cultura muy
avanzada. Las religiones estatales como, por ejemplo, el culto de los dioses del
Olimpo por parte de los griegos, eran poco más que pompa y ceremonia externas. La
verdadera espiritualidad popular se expresaba por medio de las vibrantes y místicas
«religiones mistéricas». Estos misterios, que empezaron como movimientos
clandestinos y herético s, se difundieron y florecieron en todo el Mediterráneo
antiguo e inspiraron a los más grandes pensadores del mundo pagano, que los
consideraron la fuente misma de la civilización.
En toda tradición mistérica había misterios exteriores o exotéricos que eran mitos
que todo el mundo conocía y rituales en los que podía participar quien lo deseara.
Había también misterios interiores o esotéricos que eran un secreto sagrado que sólo
conocían quienes se sometían a un intenso proceso de iniciación. A los iniciados en
los misterios interiores se les revelaba el significado místico de los rituales y los
mitos de los misterios exteriores, lo cual llevaba consigo la transformación personal y

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la iluminación espiritual.
Los filósofos del mundo antiguo eran los maestros espirituales de los misterios
interiores. Eran místicos y taumaturgos, más parecidos a gurús hindúes que a sesudos
sabios. Por ejemplo, hoy recordamos al gran filósofo griego Pitágoras por su teorema
matemático, pero pocas personas se lo imaginan como en realidad era: un sabio
extravagante que, según creían sus contemporáneos, era capaz de calmar
milagrosamente los vientos y resucitar a los muertos.
En el centro de los misterios había mitos relativos a un dios hombre que moría,
resucitaba y tenía muchos nombres diferentes. En Egipto era Osiris; en Grecia,
Dioniso; en Asia Menor, Atis; en Siria, Adonis; en Italia, Baca; en Persia, Mitra. En
lo fundamental, todos estos dioses-hombre son el mismo ser mítico. Como era
costumbre ya desde el siglo III a. n. e. en el presente libro utilizaremos el nombre
combinado «Osiris-Dioniso» para referirnos a su naturaleza universal y compuesta, y
el nombre correspondiente cuando hablemos de una tradición mistérica en concreto.
A partir del siglo V a. n. e. filósofos como Jenófanes y Empédocles se habían
burlado de la costumbre de interpretar en sentido literal las historias de dioses y
diosas. A su modo de ver, éstas eran alegorías de la experiencia espiritual del ser
humano. Así pues, los mitos de Osiris-Dioniso no deben verse como cuentos
fascinantes y nada más, sino que deben considerarse como un lenguaje simbólico que
expresa de forma cifrada las enseñanzas místicas de los misterios interiores. Por esta
razón, el mito de Osiris-Dioniso sigue siendo esencialmente el mismo, aunque
diferentes culturas hayan ampliado y adaptado sus detalles a lo largo del tiempo.
Los diversos mitos de los distintos dioses hombre de los misterios comparten lo
que el gran mitólogo Joseph Campbell llamó «la misma anatomía». Del mismo modo
que todo ser humano es físicamente único y, pese a ello, es posible hablar de la
anatomía general del cuerpo humano, en el caso de estos mitos diferentes podemos
ver tanto su singularidad como su uniformidad fundamental. Una comparación útil es
la que puede hacerse entre Romeo y Julieta de Shakespeare y West Side Story de
Bernstein. La primera es una tragedia inglesa del siglo XVI sobre acaudaladas familias
italianas, mientras que la otra es una comedia musical norteamericana del siglo XX
sobre pandillas callejeras. A primera vista, parecen muy diferentes, pero en esencia
son la misma historia. De modo parecido, las historias que se cuentan sobre los dioses
hombre de los misterios paganos son en esencia las mismas, aunque toman formas
diferentes.
A medida que íbamos estudiando las diversas versiones del mito de
Osiris-Dioniso, resultaba evidente que la historia de Jesús tenía las mismas
características. Los sucesivos episodios nos permitieron comprobar que era posible
construir la supuesta biografía de Jesús partiendo de temas míticos que antes se
relacionaban con Osiris-Dioniso:

—Osiris-Dioniso es Dios hecho carne, el salvador e «Hijo de Dios».

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—Su padre es Dios y su madre es una virgen mortal.
—Nace en una cueva o en un humilde establo el 25 de diciembre ante tres pastores.
—Ofrece a sus seguidores la oportunidad de nacer de nuevo por medio de los ritos del bautismo.
—Convierte de forma milagrosa el agua en vino en una ceremonia nupcial.
—Entra triunfalmente en la ciudad montado en un pollino mientras la gente agita palmas en su honor.
—Muere en tiempo de Pascua como sacrificio por los pecados del mundo.
—Después de morir desciende al infierno y luego, al tercer día, resucita de entre los muertos y asciende
glorioso al cielo.
—Sus seguidores esperan que regrese para juzgar a los hombres en el fin de los tiempos.
—Su muerte y su resurrección se celebran con un ágape ritual consistente en pan y vino que simbolizan su
cuerpo y su sangre.

Éstos son sólo algunos de los temas que tienen en común los relatos sobre
Osiris-Dioniso y la «biografía» de Jesús. ¿Por qué no todo el mundo conoce estas
notables semejanzas? Porque, como descubriríamos más adelante, la primitiva Iglesia
romana hizo cuanto pudo para ocultarlas. Destruyó sistemáticamente la literatura
sagrada de los paganos como parte de un brutal programa cuyo objetivo era erradicar
los misterios: tarea que llevó a cabo de forma tan rigurosa que en la actualidad el
paganismo se considera una religión «muerta».
Aunque ahora nos sorprendan, estas coincidencias entre la nueva religión
cristiana y los misterios antiguos resultaban sumamente obvias para los autores de los
primeros siglos de nuestra era. Los críticos paganos del cristianismo, tales como el
satírico Celso, se quejaban de que la nueva religión no era más que un reflejo pálido
de sus propias enseñanzas antiguas. Como es natural, estas críticas llenaron de
inquietud a los primeros Padres de la Iglesia, como Justino Mártir, Tertuliano e
Ireneo, y los empujaron a recurrir a remedios extremos, entre ellos la afirmación de
que las semejanzas eran fruto de la «imitación diabólica». Utilizando uno de los
argumentos más absurdos de todos los tiempos, acusaron al diablo de ¡«plagio por
anticipado», de copiar arteramente la verdadera historia de Jesús antes de que
sucediese en realidad en un intentó de engañar a los crédulos! Nos pareció que estos
Padres de la Iglesia no eran menos arteros que el diablo al que pretendían incriminar.
Otros comentaristas cristianos han afirmado que los mitos de los misterios eran
como «ecos anticipados» de la venida literal de Jesús, como una especie de
premoniciones o profecías. Ésta es una versión más generosa de la teoría de la
«imitación diabólica», pero nos pareció tan ridícula como aquélla. Nada salvo los
prejuicios culturales nos hacía ver la historia de Jesús como la culminación literal de
sus numerosos precedentes míticos. Al examinarla de forma imparcial, parecía ser
sólo una versión más de la misma historia original.
La explicación lógica es que cuando el primitivo cristianismo se convirtió en el
poder dominante en el mundo que antes era pagano, se insertaron temas populares de
la mitología pagana en la biografía de Jesús. Esta posibilidad la proponen incluso
muchos teólogos cristianos. A menudo se considera que el nacimiento virginal, por
ejemplo, fue una añadidura extraña que no debe interpretarse literalmente. Estos
temas se «tomaron prestados» del paganismo de la misma forma que las fiestas

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paganas se adoptaron como días de los santos cristianos. Esta teoría es común entre
los que buscan al Jesús «verdadero» escondido bajo el peso de escombros
mitológicos acumulados.
Por atractiva que resulte al principio, a nosotros esta explicación nos pareció
inadecuada. Habíamos recopilado un conjunto tan exhaustivo de semejanzas que
apenas quedaban elementos significativos en la biografía de Jesús que no estuviesen
prefigurados en los misterios. Encima, descubrimos que ni siquiera las enseñanzas de
Jesús eran originales, ¡sino que los sabios paganos se habían anticipado a ellas! Si
había un Jesús «verdadero» debajo de todo aquello, tendríamos que reconocer que no
podíamos saber absolutamente nada de él, ¡porque lo único que nos quedaba eran
aditamentos paganos posteriores! Era una situación absurda. Sin duda había una
solución más elegante para este problema.

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LOS GNÓSTICOS

Mientras buscábamos una explicación a estos descubrimientos, empezamos a


dudar de la imagen tradicional que teníamos de la Iglesia primitiva y a examinar los
datos por nuestra cuenta. Descubrimos que lejos de ser la congregación unida de los
santos y los mártires que nos ofrece la historia tradicional, en realidad la primitiva
comunidad cristiana se componía de todo un espectro de grupos diferentes. En líneas
generales, estos grupos pueden dividirse en dos escuelas distintas. Por un lado
estaban los «literalistas», a quienes llamaremos así porque los define el hecho de
interpretar la historia de Jesús como una crónica literal de acontecimientos históricos.
Fue esta escuela del cristianismo la que adoptó el Imperio romano en el siglo IV
d. n. e. y la que devino el catolicismo romano y todas sus variantes. Por otro lado, sin
embargo, había también cristianos radicalmente distintos: los llamados «gnósticos».
Más adelante la Iglesia romana literalista persiguió a estos cristianos olvidados
hasta que desaparecieron. La persecución fue tan concienzuda que hasta hace poco lo
único que sabíamos de ellos era lo que decían los escritos de sus detractores. Se
conserva sólo un puñado de textos gnósticos originales, ninguno de los cuales se
publicó antes del siglo XIX. No obstante, esta situación cambió de forma espectacular
debido a un notable descubrimiento que se hizo en 1945: un campesino árabe
encontró una colección de evangelios gnósticos escondida en una cueva cerca de Nag
Hammadi, en Egipto. Gracias a ello, los estudiosos pudieron examinar muchos textos
que circulaban entre los primitivos cristianos pero que fueron excluidos
deliberadamente del canon del Nuevo Testamento: evangelios atribuidos a Tomás y
Felipe, textos que dejaban constancia de los hechos de Pedro y los doce apóstoles,
Apocalipsis atribuidos a Pablo y Santiago, etcétera.
Nos pareció extraordinario que se descubriera toda una biblioteca de documentos
cristianos primitivos que contenían las supuestas enseñanzas de Jesús y sus discípulos
y que, pese a ello, tan pocos cristianos de la época moderna estuviesen siquiera
enterados de su existencia. ¿Por qué no se apresuraron todos los cristianos a leer estas
palabras del Maestro que acababan de descubrirse? ¿Por qué todavía no pueden leer
más que el reducido número de evangelios que se seleccionaron para incluidos en el
Nuevo Testamento? Al parecer, aunque han pasado dos mil años desde que los
gnósticos fueron exterminados, y aunque durante este largo período la Iglesia romana

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se ha dividido y han aparecido el protestantismo y otros miles de grupos, existe aún la
opinión de que los gnósticos no son una voz legítima dentro del cristianismo.
Al estudiar los evangelios gnósticos descubrimos una forma de cristianismo muy
ajena a la religión con la que estamos familiarizados. Nos encontramos ante extraños
tratados esotéricos que llevan títulos como, por ejemplo, Hipóstasis de los arcontes y
Los pensamientos de Norea. Teníamos la sensación de estar en un episodio de Star
Trek, y en cierto sentido así era. Los gnósticos eran en verdad «psiconautas» audaces
que exploraban las últimas fronteras del espacio interior en busca de los orígenes y el
sentido de la vida. Eran místicos y librepensadores creativos. La causa del gran odio
que despertaban en los obispos de la jerarquía de la Iglesia literalista nos pareció
obvia.
A ojos de los literalistas, los gnósticos eran herejes peligrosos. Las numerosas
obras que se escribieron contra los gnósticos —testimonio involuntario de su poder y
su influencia en el seno del cristianismo primitivo— los presentaban como cristianos
que habían «adoptado las costumbres de los nativos». Sus detractores decían que
estaban contaminados por el paganismo que los rodeaba y que habían abandonado la
pureza de la verdadera fe. Los gnósticos, en cambio, creían constituir la tradición
cristiana auténtica y opinaban que los obispos ortodoxos eran una «iglesia de
imitación». Afirmaban conocer los misterios interiores secretos del cristianismo que
los literalistas no poseían.
El examen de las creencias y las costumbres de los gnósticos nos convenció de
que los literalistas tenían como mínimo razón en una cosa: poca diferencia había
entre los gnósticos y los paganos. Al igual que los filósofos de los misterios paganos,
los gnósticos creían en la reencarnación, honraban a la: diosa Sofía y estaban
inmersos en la filosofía mística de Platón. «Gnósticos» significa «conocedores», y los
llamaron así porque, al igual que los iniciados en los misterios paganos, creían que
sus enseñanzas secretas tenían la facultad de impartir la «gnosis»: el «conocimiento
de Dios», un conocimiento directo y basado en la experiencia. Del mismo modo que
la meta del iniciado pagano era convertirse en un dios, los gnósticos pensaban que el
objetivo del iniciado cristiano era convertirse en un Cristo.
Lo que nos impresionó de manera especial fue que los gnósticos no mostraran
interés por el Jesús histórico. La historia de Jesús era para ellos lo mismo que los
mitos de Osiris-Dioniso eran para los filósofos paganos: una alegoría que contenía
enseñanzas místicas secretas y cifradas. Esta concepción nos pareció una teoría digna
de tenerse en cuenta. Quizá la explicación de las semejanzas entre los mitos paganos
y la biografía de Jesús había estado ante nosotros desde el principio, sin que
acertáramos a veda porque las formas tradicionales de pensar nos lo impedían.

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LA TESIS DE LOS MISTERIOS DE JESÚS

La versión tradicional de la historia que nos legaron las autoridades de la Iglesia


romana afirma que el cristianismo se formó a partir de las enseñanzas de un mesías
judío y que el gnosticismo fue una desviación posterior. Nos preguntamos qué
sucedería si se invirtieran los términos y se considerase que el gnosticismo es el
cristianismo verdadero, que es justamente lo que decían los propios gnósticos. ¿Es
posible que el cristianismo ortodoxo fuese una desviación posterior del gnosticismo y
que éste fuera una síntesis del judaísmo y de la religión mistérica de los paganos? Así
nació la tesis de los misterios de Jesús.
Lo que se nos ocurrió, expresado de forma clara, fue lo siguiente: sabíamos que la
mayoría de las antiguas culturas mediterráneas habían adoptado los misterios
antiguos, adaptándolos a sus gustos nacionales y creando su propia versión del mito
del dios hombre que muere y resucita. Tal vez, de modo parecido, algunos judíos
habían adoptado los misterios paganos y creado su propia versión de los mismos, lo
que ahora llamamos gnosticismo. Quizá los iniciados en los misterios judíos habían
adoptado el poderoso simbolismo de los mitos de Osiris-Dioniso para formar un mito
propio cuyo héroe era el dios hombre judío que muere y resucita: Jesús.
En tal caso, la historia de Jesús no tendría nada de biografía, sino que sería un
instrumento ideado especialmente para transmitir las enseñanzas espirituales cifradas
de unos gnósticos judíos. Al igual que en los misterios paganos, la iniciación en los
misterios interiores revelaría el sentido alegórico del mito. Quizá los no iniciados en
los misterios interiores habían cometido el error de considerar el mito de Jesús como
un hecho histórico y de esta manera se había creado el cristianismo literalista. Quizá
los misterios interiores del cristianismo, que los gnósticos enseñaban pero cuya
existencia negaban los literalistas, revelaban que la historia de Jesús no era una
crónica real de la única visita de Dios al planeta Tierra, sino una enseñanza mística
que tenía por finalidad ayudamos a cada uno de nosotros a convertirnos en un Cristo.
La historia de Jesús presenta todas las características de un mito, por lo que cabe
preguntarse si no era exactamente eso. Después de todo, nadie leyó los evangelios
gnósticos que acababan de descubrirse e interpretó de forma literal las historias
fantásticas que se cuentan en ellos; es fácil verlos como mitos. La costumbre y los
prejuicios culturales son lo único que nos impide ver los evangelios del Nuevo

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Testamento bajo la misma luz. Si estos evangelios también se hubieran perdido y no
se hubiesen descubierto hasta hace poco, ¿quién, al leerlos por primera vez, creería
que eran documentos históricos sobre un hombre que había nacido de una virgen, que
caminaba sobre el agua y que resucitó de entre los muertos? ¿Por qué habríamos de
considerar que las historias acerca de Osiris, Dioniso, Adonis, Atis, Mitra y los otros
salvadores de los misterios paganos son fábulas, pero que una historia que en esencia
es la misma, enmarcada en un contexto judío, es la biografía de un carpintero de
Belén?
Nos habían educado como cristianos y fue una sorpresa comprobar que, pese a los
años que habíamos dedicado a la exploración espiritual sin prejuicios, todavía nos
parecía peligroso atrevernos siquiera a pensar cosas así. Las doctrinas que nos
inculcan de pequeños calan muy hondo. De hecho, lo que decíamos era ¡que Jesús
fue un dios pagano y que el cristianismo fue un fruto herético del paganismo! Parecía
escandaloso. A pesar de ello, esta teoría explicaba de manera sencilla y elegante las
semejanzas entre la historia de Osiris-Dioniso y la de Jesucristo. Ambas historias
forman parte de un solo mito que va evolucionando.
La tesis de los misterios de Jesús respondía a muchas preguntas desconcertantes,
pero también planteaba nuevos dilemas. ¿Acaso no hay pruebas históricas
indiscutibles de la existencia de Jesús el hombre? ¿Cómo podía ser el gnosticismo la
forma original del cristianismo cuando san Pablo, el cristiano más antiguo del que
tenemos noticia, se opone de modo tan categórico a los gnósticos? ¿Podemos creer
realmente en la posibilidad de que un pueblo tan cerrado y antipagano como los
judíos adoptara los misterios paganos? ¿Cómo pudo alguien creer en la veracidad
histórica de un mito que se inventó de forma consciente? Y, suponiendo que el
gnosticismo represente el cristianismo auténtico, ¿por qué fue el cristianismo
literalista el que dominó el mundo como la religión más influyente de todos los
tiempos? Era necesario dar una respuesta satisfactoria a todas estas difíciles preguntas
antes de poder aceptar sin reservas una teoría tan radical como la tesis de los
misterios de Jesús.

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EL GRAN ENCUBRIMIENTO

Nuestra nueva versión de los orígenes del cristianismo parecía inverosímil sólo
porque contradecía la opinión que se acepta de forma general. Al avanzar en nuestra
investigación, la imagen tradicional del cristianismo empezó a desmoronarse por
completo. Nos encontramos envueltos en un mundo de cismas y luchas por el poder,
de documentos falsificados e identidades fingidas, de epístolas en las que se habían
suprimido y añadido cosas, y de destrucción generalizada de pruebas históricas. Nos
concentramos de forma objetiva en los escasos hechos de los cuales podíamos estar
seguros, como si fuéramos detectives y estuviéramos a punto de resolver un «caso»
sensacional, o quizá sea más acertado decir que era como descubrir un antiguo error
judicial. Porque una y otra vez, al examinar críticamente las pocas pruebas auténticas
que quedaban, comprobábamos que la historia del cristianismo que nos legó la Iglesia
romana era una burda tergiversación de la verdad. De hecho, las pruebas confirmaban
totalmente la tesis de los misterios de Jesús. Era cada vez más obvio que se nos había
engañado de manera deliberada, que los gnósticos eran en verdad los cristianos
originales y que una institución autoritaria se había apropiado de su misticismo
anárquico para crear una religión dogmática, y luego había recurrido a
procedimientos brutales para imponer el mayor encubrimiento de la historia.
Uno de los principales participantes en este encubrimiento fue un personaje
llamado Eusebio que, a comienzos del siglo IV, se valió de leyendas y mentiras, así
como de su propia imaginación, para recopilar la única historia de la Iglesia primitiva
que ha llegado hasta nosotros. Todos los historiadores posteriores se vieron obligados
a basarse en las dudosas afirmaciones de Eusebio porque, aparte de ellas, ha habido
poca información de la que se pudiera hacer uso. Todo aquel que contemplase el
cristianismo con una perspectiva diferente era tachado de hereje y eliminado. Por este
motivo, las falsedades que se recopilaron en el siglo IV han llegado hasta nosotros
como si fueran hechos comprobados.
Eusebio estaba al servicio del emperador Constantino, que hizo del cristianismo
la religión oficial del Imperio romano y dio a los literalistas el poder que necesitaban
para eliminar de forma definitiva el paganismo y el gnosticismo. Constantino quería
«un solo Dios, una sola religión» para consolidar su insistencia en «un solo Imperio,
un solo emperador». Supervisó la creación del credo de Nicea —el artículo de fe que

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todavía hoy se repite en las iglesias—, y los cristianos que se negaron a aceptarlo
fueron desterrados del Imperio o silenciados de otra manera.
Al regresar de Nicea, este emperador «cristiano» hizo morir por asfixia a su
esposa y asesinar a su hijo. Se abstuvo deliberadamente de bautizarse hasta que se
encontró en su lecho de muerte, lo cual le permitió seguir cometiendo atrocidades y,
pese a ello, recibir el perdón por sus pecados y tener un lugar garantizado en el cielo
al hacerse bautizar en el último momento. Aunque ordenó a su «encargado de
propaganda», Eusebio, que redactase una biografía suya que fuese oportunamente
obsequiosa, la verdad es que era un monstruo, exactamente igual que muchos de los
emperadores romanos que le precedieron. ¿Resulta tan extraño que una «historia» de
los orígenes del cristianismo creada por un empleado al servicio de un tirano sea una
sarta de mentiras?
Elaine Pagels, una de las más destacadas autoridades académicas en materia de
cristianismo antiguo, escribe:

Son los vencedores los que escriben la historia… a su manera. No es de extrañar, pues, que el punto de
vista de la mayoría triunfadora haya dominado todas las crónicas tradicionales del origen del cristianismo.
Los cristianos eclesiásticos primero definieron los términos (llamándose a sí mismos «ortodoxos» y dando
a sus oponentes el nombre de «herejes»); luego procedieron a demostrar —cuando menos para su propia
satisfacción— que su triunfo era históricamente inevitable o, en términos religiosos, «guiado por el
Espíritu Santo». Pero los descubrimientos [de los evangelios gnósticos] hechos en Nag Hammadi
replantean cuestiones fundamentales.

Es cierto que la historia la escriben los vencedores. La creación de una historia


apropiada siempre ha formado parte del arsenal de la manipulación política. Al crear
una historia del triunfo del cristianismo literalista, la Iglesia actuó del mismo modo
partidista que, al cabo de dos milenios, utilizaría Hollywood para crear relatos de
«vaqueros e indios» y narrar «cómo se conquistó el Oeste» en vez de «cómo lo
perdieron los indios». La historia no es algo que sencillamente se cuente, sino que se
crea. El objetivo ideal es explicar los datos históricos y llegar a comprender de forma
exacta cómo el presente es fruto del pasado. Con demasiada frecuencia, sin embargo,
la historia se limita a glorificar y justificar el statu quo. La historia, cuando se hace
así, oculta y revela en igual medida.
Atreverse a poner en duda una historia que goza de aceptación general no es fácil.
Cuesta creer que algo que desde la infancia te han dicho que es verdad pueda ser
realmente fruto de la falsificación y la fantasía. A los rusos que se criaron escuchando
cuentos acerca del bondadoso «tío José» Stalin debió de resultarles difícil aceptar
que, en realidad, Stalin fue responsable de la muerte de millones de personas. Sin
duda su credibilidad se vio puesta a prueba cuando los adversarios del régimen
estalinista afirmaron que, de hecho, había asesinado a muchos de los héroes de la
revolución rusa, que incluso había hecho borrar las imágenes de sus rivales de las
fotografías y que había inventado por completo acontecimientos históricos. A pesar
de todo, estas afirmaciones son ciertas.

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Es fácil pensar que algo debe de ser verdad porque todo el mundo lo cree. Pero la
verdad a menudo sólo sale a la luz si nos atrevemos a discutir lo indiscutible, a dudar
de ideas que se dan por sentadas. La tesis de los misterios de Jesús es el resultado de
examinar los datos de manera objetiva. Al principio nos pareció absurda e imposible.
Ahora nos parece evidente y normal. El Vaticano se construyó en el lugar donde antes
había un santuario pagano porque lo nuevo siempre se construye sobre lo antiguo.
Del mismo modo, el cristianismo se asienta en la espiritualidad pagana que lo
precedió. ¿Hay algo más verosímil que afirmar que las ideas espirituales
evolucionaron gradualmente y que el cristianismo se desarrolló a partir de los
antiguos misterios paganos, con los cuales forma un continuo histórico? Si esta idea
pudo considerarse herética y escandalosa, fue sólo porque la historia tradicional ha
sido creída de forma tan universal durante tanto tiempo.

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RECUPERAR EL CRISTIANISMO MÍSTICO

Mientras las últimas piezas del rompecabezas iban encajando en los lugares que les
correspondían, encontramos una pequeña ilustración en los apéndices de un antiguo
libro académico. Era un dibujo de un amuleto del siglo III d. n. e. (véase portada).
Representa una figura crucificada que la mayoría de la gente reconocería
inmediatamente como Jesús. Sin embargo, según unas palabras griegas que aparecen
al pie del dibujo, el crucificado es «Orfeo Baco», uno de los seudónimos de
Osiris-Dioniso. El autor del libro en el cual encontramos el dibujo opinaba que este
amuleto era una anomalía. ¿A quién podía pertenecer? ¿Era una deidad pagana
crucificada o alguna síntesis gnóstica del paganismo y el cristianismo? Fuera lo que
fuese, resultaba muy desconcertante. Para nosotros, no obstante, el amuleto era
perfectamente comprensible. Fue una confirmación inesperada de la tesis de los
misterios de Jesús. La imagen podía ser la de Jesús o la de Osiris-Dioniso. Para los
iniciados, ambos nombres se referían en esencia a la misma figura.
El descubrimiento «casual» de este amuleto lo interpretamos como si el universo
mismo nos animase a divulgar lo que habíamos encontrado. Durante siglos y de
diferentes maneras, místicos y eruditos han propuesto la tesis de los misterios de
Jesús, siempre sin que nadie les hiciera caso, y sin embargo, pensábamos que había
llegado el momento de dada a conocer. No obstante, teníamos nuestras dudas sobre si
escribir o no el presente libro. Sabíamos que era inevitable que disgustase a ciertos
cristianos, lo cual no era lo que deseábamos. No cabe duda de que es difícil verse
rodeado constantemente de mentiras e injusticias sin sentir indignación ante la
representación errónea y negativa de los gnósticos, al igual que es también difícil
tomar conciencia de las grandes riquezas de la cultura pagana y no lamentar que
fueran destruidas sin ningún miramiento. Pese a ello, no pretendemos combatir el
cristianismo. ¡Nada de eso!
Los lectores de nuestras obras anteriores saben que lo que nos interesa no es
promover las diferencias, sino reconocer la unidad que reside en el corazón de todas
las tradiciones espirituales, y el presente libro no es ninguna excepción. Los primeros
literalistas cristianos cometieron el error de creer que la historia de Jesús era diferente
de las de Osiris-Dioniso porque sólo Jesús había sido una figura histórica en vez de
mítica. Debido a ello, los cristianos tienen la sensación de que su fe se opone a todas

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las demás, y no es así. Tenemos la esperanza de que la comprensión de sus orígenes
verdaderos en la continua evolución de una espiritualidad humana universal permita
al cristianismo liberarse del aislamiento que se ha impuesto a sí mismo.
Si bien es cierto que la tesis de los misterios de Jesús reescribe la historia,
consideramos que no debilita la fe cristiana, sino que sugiere que el cristianismo es,
de hecho, más rico de lo que imaginábamos antes. La historia de Jesús es un mito
imperecedero que tiene la facultad de impartir la gnosis salvadora que puede
transformamos a cada uno de nosotros en un Cristo, en lugar de ser meramente la
historia de unos acontecimientos que sucedieron a otra persona hace dos mil años. Al
principio, creer en la historia de Jesús era el primer paso en la espiritualidad cristiana,
los misterios exteriores. Su significado debía explicarlo un maestro iluminado cuando
la persona que buscaba la verdad estuviera madura desde el punto de vista espiritual.
Estos misterios interiores impartían un conocimiento místico de Dios que iba más allá
de la simple creencia en dogmas. Aunque a lo largo de la historia muchos místicos
cristianos inspirados han visto intuitivamente este nivel simbólico de comprensión
más profundo, como cultura sólo hemos heredado los misterios exteriores del
cristianismo. Hemos conservado la forma, pero hemos perdido el significado íntimo.
Nuestra esperanza es que el presente libro pueda contribuir modestamente a la
recuperación de la verdadera herencia mística del cristianismo.

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2
LOS MISTERIOS PAGANOS

Bienaventurado es el hombre feliz que conoce los misterios que ordenan los dioses, y
santifica su vida, junta alma con alma en mística unidad, y, por el debido ritual purificado,
entra en el éxtasis de las soledades montañosas; que observa los ritos místicos legitimados
por la Gran Madre; que corona su cabeza con hiedra, y agita su varita adorando a Dioniso.

EURÍPIDES

El paganismo es una religión «muerta» o, para ser más exactos, una religión
«exterminada». No se apagó poco a poco hasta caer en el olvido: fue suprimida y
aniquilada activamente, sus templos y santuarios fueron profanados y demolidos, y
sus grandes libros sagrados fueron arrojados a la hoguera. Ningún linaje ha
sobrevivido para explicar sus antiguas creencias. Así, la visión del mundo que tenían
los paganos hay que reconstruida con los datos que proporcionan la arqueología y los
textos que han llegado hasta nosotros, como si se tratara de un gigantesco
rompecabezas metafísico.
En un principio, «pagano» era un término despectivo que significaba «habitante
del campo» y que usaban los cristianos para dar a entender que la espiritualidad de
los antiguos era una superstición rural primitiva. Pero eso no es verdad. El paganismo
fue la espiritualidad que inspiró la magnificencia sin igual de las pirámides de Gizeh,
la exquisita arquitectura del Partenón, las legendarias esculturas de Fidias, las
impresionantes obras de teatro de Eurípides y Sófocles, y la sublime filosofía de
Sócrates y Platón.
La civilización pagana construyó vastas bibliotecas en las que se guardaban
cientos de miles de obras de genio literario y científico. Sus filósofos naturales
conjeturaban que los seres humanos habían evolucionado a partir de los animales. Sus
astrónomos sabían que la Tierra es una esfera que, junto con los planetas, da vueltas

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alrededor del Sol. Incluso habían calculado su circunferencia con un margen de error
de un grado. El antiguo mundo pagano daba sustento a una población que no volvería
a tener igual en Europa hasta el siglo XVIII. En Grecia, la cultura pagana alumbró los
conceptos de la democracia, la filosofía racional, las bibliotecas públicas, el teatro y
los Juegos Olímpicos, creando así un anteproyecto de nuestro mundo moderno. ¿Qué
espiritualidad inspiró estos trascendentales logros culturales?
La mayoría de la gente asocia el paganismo con la brujería rústica o con los mitos
de los dioses del Olimpo tal como los cuentan Hesíodo y Homero. Es cierto que la
espiritualidad pagana abrazaba ambas cosas. Los campesinos practicaban su
tradicional culto chamanístico de la naturaleza para que la tierra continuara siendo
fértil, a la vez que las autoridades de las ciudades apoyaban las religiones oficiales
del Estado, tales como el culto de los dioses del Olimpo, para conservar el poder del
statu quo.
Con todo, lo que inspiró a las grandes mentes del mundo antiguo fue una tercera
expresión del espíritu pagano, una expresión más mística. Los pensadores, artistas e
innovadores de la antigüedad eran iniciados en diversas religiones conocidas por el
nombre de «misterios». Estos hombres y mujeres notables consideraban que los
misterios eran la esencia de su cultura. El historiador griego Zósimo escribe que sin
los misterios «los griegos no podrían vivir» porque «los sagrados misterios mantienen
unida a toda la raza humana». El eminente estadista romano Cicerón dice con
entusiasmo:

Estos misterios nos han llevado del salvajismo rústico a una civilización cultivada y refinada. A los ritos de
los misterios se les llama «iniciaciones» y en verdad hemos aprendido de ellos los primeros fundamentos
de la vida. Hemos adquirido la comprensión necesaria no sólo para vivir felizmente, sino también para
morir con mayor esperanza.

A diferencia de los rituales tradicionales de las religiones oficiales, cuyo objeto era
reforzar la cohesión social, los misterios representaban una forma individualista de
espiritualidad que ofrecía visiones místicas e iluminación personal. La iniciación era
un proceso secreto que transformaba profundamente el estado de conciencia de quien
aspiraba a ella. El poeta Píndaro revela que «un iniciado en los misterios conoce el
final de la vida y su principio, que es un don de Dios». Lucio Apuleyo,
poeta-filósofo, escribe sobre su experiencia de iniciación y dice que es un
renacimiento espiritual que celebró como su cumpleaños, una experiencia por la que
sentía una «deuda de gratitud» que «no esperaba poder saldar jamás». Platón, el
filósofo más influyente de todos los tiempos, relata:

Contemplamos las visiones beatíficas y fuimos iniciados en el misterio que en verdad puede considerarse
bienaventurado, y lo celebramos en estado de inocencia. Contemplamos visiones serenas, felices, sencillas
y eternas, resplandecientes de pura luz.

Los grandes filósofos paganos eran los maestros iluminados de los misterios. Aunque

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hoy día es frecuente presentarlos como aburridos intelectuales «académicos», en
realidad eran gurús enigmáticos. Empédocles, al igual que su maestro Pitágoras, era
un carismático taumaturgo. Sócrates era un místico excéntrico propenso a súbitos
éxtasis durante los cuales sus amigos lo encontraban mirando fijamente al vacío
durante horas. Heráclito fue requerido por los ciudadanos de Éfeso para hacer de
legislador, pero rechazó el ofrecimiento porque quería seguir jugando con los niños
en el templo. Anaxágoras escandalizó a los ciudadanos normales al abandonar por
completo su granja para dedicarse exclusivamente a la «filosofía superior». Diógenes
no poseía nada y vivía en un tonel en la entrada de un templo. El inspirado
dramaturgo Eurípides escribió sus tragedias más importantes durante solitarios retiros
en una cueva aislada.
Todos estos sabios idiosincrásicos estaban empapados del misticismo de los
misterios y lo expresaban en su filosofía. Olimpiodoro, uno de los seguidores de
Platón, nos cuenta que su maestro parafraseaba los misterios en todas partes. Las
obras de Heráclito tenían fama de oscuras e impenetrables incluso en los tiempos
antiguos, y pese a ello Diógenes explica que son de una claridad cristalina para un
iniciado en los misterios. Sobre estudiar a Heráclito escribe: «Es un camino difícil de
seguir, lleno de tinieblas y penumbra, pero si un iniciado os acompaña por él, se
vuelve más luminoso que el resplandor del sol».
En el centro de la filosofía pagana hay una percepción de que todas las cosas son
Una. Los misterios pretendían despertar en el iniciado una experiencia sublime de
este hecho. Salustio declara: «Toda iniciación pretende unimos con el mundo y con la
deidad». Plotino describe al iniciado como alguien que trasciende su limitado sentido
de sí mismo, como un ego independiente que experimenta la unión mística con Dios:

Como si un dios se lo llevase o lo poseyera, llega a la soledad en quietud no perturbada, sin desviarse de su
ser y sin ocuparse de su yo, en reposo absoluto. No conversa con una estatua o una imagen sino con la
deidad misma. Y esto no es objeto de una visión, sino de otro modo de ver, un distanciamiento respecto del
yo, una simplificación y renuncia del yo, un anhelo de comunicación, y una quietud y una meditación
dirigidas a la transformación. Quienquiera que se vea a sí mismo de esta forma habrá adquirido semejanza
con Dios; que se abandone a sí mismo y encuentre el final de su viaje.

No es extraño que el iniciado Sopatros hiciese esta poética reflexión: «Salí del salón
de los misterios con la sensación de ser un desconocido para mí mismo».

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EL ESPECTÁCULO SAGRADO DE ELEUSIS

¿ En qué consistían estos misterios antiguos que podían inspirar un temor tan
reverencial y una apreciación tan sincera? La religión mistérica se practicó durante
miles de años y se extendió por todo el mundo antiguo bajo muchas formas
diferentes. Unas eran frenéticas, y otras, meditativas. Unas implicaban sangrientos
sacrificios de animales, mientras que otras las presidían vegetarianos estrictos. En
ciertos momentos de la historia los misterios fueron practicados abiertamente por
poblaciones enteras y con la aprobación, o al menos la tolerancia, del Estado. En
otros momentos eran una actividad a pequeña escala y secreta, por miedo a la
persecución de las autoridades hostiles. Sin embargo, el mito de un dios hombre que
moría y resucitaba era fundamental en todas las formas de los misterios.
Los misterios griegos que se celebraban en Eleusis en honor de la diosa Gran
Madre y del dios hombre Dioniso eran los más famosos de todos los cultos
mistéricos. El santuario de Eleusis fue destruido finalmente por bandas de fanáticos
monjes cristianos en 396 d. n. e. pero antes de este trágico acto vandálico los
misterios se celebraron allí durante más de once siglos. En el apogeo de su
popularidad, gente de todo el mundo conocido entonces llegaba a Eleusis para ser
iniciada: hombres y mujeres, ricos y pobres, esclavos y emperadores, incluso un
brahmán de la India.
Cada otoño, unos treinta mil ciudadanos atenienses descalzos emprendían una
peregrinación hasta el lugar sagrado de Eleusis, situado en la costa, para celebrar los
misterios de Dioniso. Habían pasado varios días preparándose para este importante
acontecimiento religioso, ayunando, ofreciendo sacrificios y sometiéndose a una
purificación ritual. Los que iban a iniciarse avanzaban danzando por la «vía Sagrada»
hasta Eleusis, acompañados por el ritmo frenético de los címbalos y los panderos,
mientras hombres enmascarados se acercaban a ellos para maldecirlos e insultarlos, y
otros les golpeaban con palos. A la cabeza de la procesión iba la estatua de Dioniso,
que los animaba a seguir adelante. Después del baño ritual en el mar, desnudos, y de
otras ceremonias de purificación, la multitud llegaba ante las grandes puertas del
Telesterion, un enorme templo construido especialmente para la iniciación. Sólo
podían entrar en él los pocos elegidos que ya habían sido iniciados en los misterios
secretos o estaban a punto de serlo.

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¿Qué impresionante ceremonia era la que se celebraba detrás de las puertas
cerradas y afectaba tan hondamente a los grandes filósofos, artistas, estadistas y
científicos del mundo antiguo? Todos los iniciados estaban obligados a jurar que
guardarían el secreto, y tan sagrados eran para ellos los misterios que cumplían el
juramento. No obstante, basándonos en gran número de pistas y alusiones indirectas,
sabemos que presenciaban un sublime espectáculo teatral. Escuchaban sonidos
sobrecogedores al tiempo que veían luces deslumbrantes. Eran bañados por el
resplandor de una gran hoguera y un gran gong les hacía temblar con sus horrísonas
reverberaciones. El hierofante, supremo sacerdote de los misterios, era un showman
en sentido literal que orquestaba una representación dramática del mito sagrado
terroríficamente transformadora. Él mismo vestía como el personaje principal: el dios
hombre Dioniso.
Un estudioso actual escribe:

Una religión mistérica era, pues, un drama divino que presentaba ante los ojos asombrados de los
privilegiados observadores la historia de las luchas, los sufrimientos y la victoria de una deidad tutelar y el
trabajo de la naturaleza, en la cual la vida acaba triunfando sobre la muerte y el gozo nacía del dolor. Todo
el ritual de los misterios pretendía estimular de forma especial la vida emocional. Ningún medio para
despertar las emociones se olvidaba en el drama, ya fuera predisponiendo cuidadosamente a los
espectadores o mediante estímulos externos. Tensión y expectativas intensificadas por un período de
tranquilidad, silencios profundos, procesiones imponentes y pompas recargadas, música fuerte y violenta o
suave y fascinante, danzas enloquecidas, el consumo de licores espiritosos, maceraciones físicas, la
alternancia de densas tinieblas y luz deslumbrante, la visión de preciosas vestiduras ceremoniales, el
manejo de emblemas santos, la autosugestión y las incitaciones del hierofante: estas cosas y muchos
secretos de exaltación emocional estaban en boga.

Esta dramatización del mito de Dioniso es el origen de la tragedia y del teatro. Pero
los iniciados no eran espectadores pasivos, sino participantes que compartían la
pasión del dios hombre cuya muerte y renacimiento simbolizaban la muerte y el
renacer espiritual de cada uno de ellos. Como explica actualmente una autoridad en la
materia:

Dioniso era el dios del éxtasis más dichoso y del amor más embelesado. Pero era también el dios
perseguido, el dios que sufría y moría, y todos aquellos a quienes amaba, todos aquellos que le atendían,
tenían que compartir su trágica suerte.

Al presenciar la impresionante tragedia de Dioniso, los iniciados en Eleusis


participaban de su sufrimiento, su muerte y su resurrección, y de esta manera
experimentaban una purificación espiritual llamada «catarsis».
Los misterios no ofrecían dogmas religiosos para que simplemente se creyera en
ellos, sino un mito en el que había que entrar. La iniciación no consistía en aprender
algo, sino en experimentar un estado alterado de la conciencia. Plutarco, sumo
sacerdote pagano, confiesa que los que habían sido iniciados no podían presentar
ninguna prueba de las creencias que adquirían. Aristóteles sostiene que «no es
necesario que los iniciados aprendan algo, sino que reciban impresiones y adquieran

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cierto estado de ánimo». El filósofo Proclo dice que los misterios suscitan «una
simpatía del alma con lo ritual de una manera que es ininteligible para nosotros y
divina, de tal modo que algunos de los iniciados son presa del pánico, pues están
llenos de temor divino; otros se asimilan a los símbolos santos, abandonan su propia
identidad, se sienten a gusto con los dioses y experimentan la posesión divina».
¿Por qué el mito que representaban los misterios tuvo un efecto tan profundo?

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ENSEÑANZAS SECRETAS CIFRADAS

En la antigüedad la palabra mythos no significaba algo que era “falso”, como hoy
en día. En apariencia, un mito era un relato entretenido, pero para los iniciados era un
código sagrado que contenía profundas enseñanzas espirituales. Platón comenta: “Al
parecer, los que han creado ritos de iniciación para nosotros no eran necios, sino que
en sus enseñanzas hay un significado oculto”. Y explica que “los que han dedicado su
vida a la verdadera filosofía” son los que captarán el significado oculto que encierran
los mitos mistéricos, y de esta manera se identificarán por completo con el dios
hombre en una experiencia de iluminación mística.
Los antiguos filósofos no eran tan necios como para creer que los mitos
mistéricos eran literalmente ciertos, pero sí lo bastante sabios como para reconocer
que los mitos eran una introducción fácil a la profunda filosofía mística que
encerraban los misterios. Salustio escribe:

El deseo de enseñar a todos los hombres la verdad de los dioses hace que los necios sientan desprecio,
porque no pueden aprender, y que los buenos sean indolentes, mientras que ocultar la verdad por medio de
mitos impide que aquéllos desprecien la filosofía y obliga a éstos a estudiarla.

La misión de los sacerdotes y los filósofos de los misterios consistía en descifrar el


significado espiritual que se ocultaba en las profundidades de los mitos mistéricos.
Heliodoro, sacerdote de los misterios, explica:

Los filósofos y los teólogos no revelan a los profanos los significados que hay enterrados en estas
historias, sino que sencillamente les imparten una instrucción preliminar en forma de mito. Pero los que
han alcanzado los grados superiores de los misterios son iniciados en la compresión clara de los secretos
del sagrado santuario, bajo la luz que despide la llameante antorcha de la verdad.

Los misterios se dividían en varios niveles de iniciación que poco a poco hacían que
la comprensión del iniciado fuese cada vez más profunda. El número de niveles de
iniciación variaba según las diferentes tradiciones mistéricas pero, en esencia, el
iniciado era llevado de los misterios exteriores, en los cuales interpretaba los mitos de
forma superficial, como historias religiosas, a los misterios interiores, en los cuales
los mitos se revelaban como alegorías espirituales. En primer lugar, el iniciado era
purificado ritualmente. Luego se le impartían las enseñanzas secretas de una en una.
La etapa más elevada se alcanzaba cuando el iniciado comprendía el verdadero

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significado de las enseñanzas y finalmente experimentaba lo que Teón de Esmirna
llama «amistad y comunión interior con Dios».

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LOS MISTERIOS INTERNACIONALES

Los misterios dominaban el mundo pagano. Ninguna otra deidad está tan
representada en los monumentos de la Grecia y la Italia antiguas como Dioniso, dios
hombre de los misterios eleusinos. Es una deidad con muchos nombres: Yaco,
Basareus, Bromio, Euios, Sabacio, Zagreo, Yoneo, Lenaios, Eleutero, etcétera. ¡Pero
éstos no son más que algunos de sus nombres griegos! El dios hombre es una figura
mítica omnipresente en el Mediterráneo antiguo, que muchas culturas conocen con
nombres distintos.
Cinco siglos antes del nacimiento de Cristo, el historiador griego Herodoto,
conocido como «el padre de la historia», descubrió esto al visitar Egipto. En las
orillas de un lago sagrado en el delta del Nilo presenció una gran fiesta que se
celebraba todos los años y en la cual los egipcios interpretaban un espectáculo
dramático ante «decenas de miles de hombres y mujeres» que representaba la muerte
y la resurrección de Osiris. Herodoto era un iniciado en los misterios griegos y
reconoció que lo que él llama «la pasión de Osiris» era el mismo drama que se
representaba ante los iniciados en Eleusis como la pasión de Dioniso. El mito egipcio
de Osiris es el mito principal del dios hombre mistérico y se remonta a la prehistoria.
¡Su historia es tan antigua que se encuentra en textos de las pirámides que se
escribieron hace más de cuatro mil quinientos años!
Al viajar a Egipto, Herodoto siguió los pasos de otro griego eminente. Antes de
670 a. n. e. Egipto era un país cerrado, como el Tíbet o Japón lo fueron en tiempos
más recientes, pero en el citado año abrió sus fronteras y uno de los primeros griegos
que viajaron allí en busca de sabiduría antigua fue Pitágoras. La historia recuerda a
Pitágoras como el primer «científico» del mundo occidental pero, aunque es verdad
que volvió de Egipto a Grecia con muchas teorías matemáticas, a sus contemporáneos
les parecería cualquier cosa menos «científico», en el moderno sentido de la palabra.
Pitágoras, sabio carismático errante que llevaba una túnica blanca y una corona de
oro, era a la vez científico, sacerdote y mago. Pasó veintidós años en los templos de
Egipto y se inició en los antiguos misterios del país. Al regresar a Grecia, empezó a
predicar la sabiduría que había aprendido y a obrar milagros, resucitar muertos y
pronunciar oráculos.
Inspirados por Pitágoras, sus discípulos crearon una religión mistérica griega

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cuyo modelo eran los misterios egipcios. Tomaron el dios indígena del vino, Dioniso,
que era una deidad menor a la que Hesíodo y Homero prácticamente no habían hecho
caso, y lo transformaron en una versión griega del poderoso Osiris egipcio, dios
hombre de los misterios. Con esto dio comienzo una revolución religiosa y cultural
que haría de Atenas el centro del mundo civilizado.
Los seguidores de Pitágoras eran modelos de virtud y saber, y sus vecinos los
consideraban puritanos. Eran vegetarianos estrictos, predicaban la no violencia para
con todas las cosas vivas y volvían la espalda a los cultos del templo que implicaban
el sacrificio de animales. Debido a ello, no podían participar en la tradicional religión
olímpica de Atenas. Obligados a vivir al margen de lo que se consideraba aceptable, a
menudo se organizaban en comunidades que compartían todo lo que poseían, lo cual
los dejaba libres para dedicarse al estudio místico de las matemáticas, la música, la
astronomía y la filosofía y pese a ello, la religión mistérica se propagó con rapidez
entre la gente corriente y en el espacio de unas cuantas generaciones los misterios
egipcios de Osiris, que pasaron a ser los misterios de Dioniso, inspiraron la gloria de
la Atenas clásica.
De la misma manera que los griegos sintetizaron a Osiris con su dios indígena
Dioniso para crear sus propios misterios, otras culturas mediterráneas que adoptaron
la religión mistérica también transformaron una de sus deidades indígenas en el dios
hombre mistérico que muere y resucita. Así, la deidad que era conocida con el
nombre de Osiris en Egipto y se convirtió en Dioniso en Grecia, se llamaba Atis en el
Asia Menor, Adonis en Siria, Baco en Italia, Mitra en Persia, etcétera. Tenía múltiples
formas, pero era en esencia la misma figura perenne, a cuya identidad colectiva se
hacía referencia con el nombre de Osiris-Dioniso.
Como los antiguos reconocían que todos los dioses hombre mistéricos eran en
esencia el mismo ser mítico, continuamente se combinaban y recombinaban
elementos de los diferentes mitos para crear formas nuevas de los misterios. En
Alejandría, por ejemplo, un sabio carismático llamado Timoteo fundió
conscientemente a Osiris y a Dioniso con el fin de producir una deidad nueva para la
ciudad llamada Serapis. También dio una explicación minuciosa del mito del dios
hombre mistérico Atis. Lucio Apuleyo fue iniciado en los misterios egipcios por un
sumo sacerdote que llevaba el nombre del dios hombre persa Mitra. Se acuñaron
monedas con Dioniso representado en una cara y Mitra en la otra. Una autoridad
moderna nos dice que «poseído por el conocimiento de sus propios ritos secretos», el
iniciado en los misterios «no tenía ninguna dificultad para adaptarse a cualquier
religión en boga».
Al igual que la religión cristiana que los suplantó, los misterios cruzaban las
líneas divisorias nacionales y ofrecían una espiritualidad que tenía validez para todos
los seres humanos, con independencia de sus orígenes raciales o de su condición
social. Ya a principios del siglo V a. n. e. filósofos tales como Diógenes y Sócrates se
llamaban a sí mismos «cosmopolitas» —«ciudadanos del cosmos»—, antes que

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ciudadanos de un país o una cultura en particular, lo cual es un testimonio de la
naturaleza internacional de los misterios.
Un estudioso moderno comenta la fusión y la combinación de diferentes
tradiciones mistéricas y escribe:

Contribuyó en gran medida a eliminar del pensamiento de los hombres la idea de dioses separados de
naciones diferentes, y a enseñarles que todas las deidades nacionales y locales no eran más que formas
diferentes de un gran Poder único. De no ser por la ascensión del cristianismo y otras religiones, no cabe
duda de que todas las deidades grecorromanas se hubieran fundido con Dioniso.

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OSIRIS-DIONISO Y JESUCRISTO

Osiris-Dioniso tenía un atractivo tan universal porque era visto como una figura
«típica, corriente», que simbolizaba a todos los iniciados. Al comprender el mito
alegórico del dios hombre mistérico, los iniciados adquirían conciencia de que, al
igual que Osiris-Dioniso, también ellos eran «dios hecho carne». También eran un
espíritu inmortal atrapado dentro de un cuerpo físico. Al participar en su resurrección,
renacían espiritualmente y experimentaban su esencia eterna y divina. Ésta era la
profunda enseñanza mística que el mito de Osiris-Dioniso encerraba para los
iniciados en los misterios interiores, cuya verdad experimentaban directamente por sí
mismos.
Refiriéndose a Osiris, el dios hombre de los misterios egipcios, sir Wallis Budge,
que era conservador de antigüedades en el Museo Británico, explica:

Los egipcios de todos los períodos que conocemos creían que Osiris era de origen divino, que fue
asesinado y mutilado a manos del poder del mal, que después de una gran lucha con estos poderes volvió a
alzarse, que en lo sucesivo fue el rey del infierno y el juez de los muertos, y que como había vencido a la
muerte, también los justos podían vencerla.
Representaba para los hombres la idea de un hombre que era a la vez Dios y hombre, y tipificó para los
egipcios de todas las épocas el ser que a causa de sus sufrimientos y muerte como hombre podía simpatizar
con ellos en su enfermedad y su muerte. La idea de su personalidad humana también satisfacía sus ansias y
anhelos de comunión con un ser que, si bien era en parte divino, tenía mucho en común con ellos mismos.
Al principio consideraban a Osiris como un hombre que vivía en la Tierra como ellos, que comía y vivía,
que sufrió una muerte cruel, que con la ayuda de ciertos dioses triunfó sobre la muerte y alcanzó la vida
eterna. Pero lo que Osiris hacía, ellos también podían hacerlo.

Éstos son los temas clave que caracterizan los mitos de todos los dioses hombres
mistéricos. Lo que Budge escribe sobre Osiris podría decirse igualmente de Dioniso,
Atis, Adonis, Mitra y los demás. También describe al dios hombre de los judíos que
muere y resucita: Jesucristo. Al igual que OsirisDioniso, Jesucristo también es Dios
encarnado y Dios de la resurrección. También promete a sus seguidores el
renacimiento espiritual si participan en su divina pasión.

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CONCLUSIÓN

Los misterios eran claramente una fuerza poderosísima en el mundo antiguo.


Repasemos lo que hemos descubierto sobre ellos:

—Los misterios paganos inspiraron a los hombres más inteligentes del mundo antiguo.
—Los practicaban de diferentes maneras casi todas las culturas del Mediterráneo.
—Comprendían los misterios exteriores, que estaban abiertos a todos, y los misterios interiores, que eran
secretos y sólo conocidos por los que habían pasado por un intenso proceso de iniciación mística.
—En el centro de los misterios estaba el mito de un dios hombre que moría y resucitaba: Osiris-Dioniso.
—Los misterios interiores revelaban que los mitos de Osiris-Dioniso eran alegorías espirituales que
contenían enseñanzas espirituales cifradas.

Lo que nos intrigaba era si los misterios pudieron influir y configurar lo que
hemos heredado como «biografía» de Jesús. A diferencia de los diversos dioses
hombre de los misterios paganos, la imagen tradicional de Jesús es la de una figura
más histórica que mítica, un hombre que era literalmente la encarnación de Dios, que
sufrió, murió y resucitó para traer la salvación a todo el género humano. Pero ¿es
posible que estos elementos de la historia de Jesús fueran en realidad mitos heredados
de los misterios paganos?
Empezamos a investigar los mitos de Osiris-Dioniso con mayor detenimiento,
buscando coincidencias con la historia de Jesús. No estábamos preparados para
encontrar una cantidad tan abrumadora de semejanzas.

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IMITACIÓN DIABÓLICA

Habiendo oído proclamar por medio de los profetas que Cristo iba a venir y que los
impíos entre los hombres serían castigados con el fuego, los malos espíritus propusieron a
muchos para que los llamaran Hijos de Dios, pues tenían la impresión de que podrían
producir en los hombres la idea de que las cosas que se dijeron acerca de Cristo eran
meramente cuentos maravillosos, como las cosas que decían los poetas.

JUSTINO MÁRTIR

Aunque, por regla general, hoy día se desconocen las notables semejanzas que
existen entre los mitos de Osiris-Dioniso y la supuesta «biografía» de Jesucristo, en
los primeros siglos de nuestra era resultaban obvias tanto para los paganos como para
los cristianos. El filósofo y satírico pagano Celso criticó a los cristianos porque
pretendían hacer pasar la historia de Jesús como una nueva revelación cuando en
realidad era una imitación inferior de mitos paganos. Celso pregunta:

¿Son estos sucesos distintivos exclusivos de los cristianos, y, si lo son, qué los hace exclusivos? ¿O los
nuestros deben considerarse mitos mientras que hay que creer en los suyos? ¿Qué razones dan los
cristianos para explicar el carácter distintivo de sus creencias? La verdad es que no hay nada extraordinario
en lo que creen los cristianos, excepto que creen en ello con exclusión de verdades más exhaustivas sobre
Dios.

Estas críticas resultaban muy dolorosas para los primitivos cristianos. ¿Cómo podían
unos mitos paganos que se adelantaron al cristianismo en cientos de años tener tantas
cosas en común con la biografía de Jesús, el salvador único? Los Padres de la Iglesia,
que buscaban desesperadamente una explicación, recurrieron a una de las teorías más
absurdas que jamás se hayan propuesto. A partir de la época de Justino Mártir, en el
siglo II, ¡declararon que el diablo había plagiado el cristianismo por anticipado con el
fin de llevar a los hombres por el mal camino! A sabiendas de que el verdadero Hijo

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de Dios vendría realmente a la Tierra, el diablo había copiado la historia de su vida
antes de que ésta se hiciese realidad y había creado los mitos de Osiris-Dioniso.
El Padre de la Iglesia Tertuliano hace referencia a la «imitación diabólica» que
llevó a cabo el diablo al crear los misterios de Mitra y escribe:

El diablo, cuya tarea es pervertir la verdad, imita las circunstancias exactas de los Divinos Sacramentos.
Bautiza a sus creyentes y promete el perdón de los pecados desde la Fuente Sagrada y de esta manera los
inicia en la religión de Mitra. Así celebra la oblación del pan e introduce el símbolo de la resurrección.
Reconozcamos, pues, la artería del diablo, que copia ciertas cosas de aquellas que son Divinas.

Al estudiar los mitos de los misterios, resulta obvio por qué estos primitivos
cristianos echaron mano de una explicación tan desesperada. Aunque no hay ni un
solo mito pagano que sea totalmente análogo a la historia de Jesús, los temas míticos
que constituyen la historia del dios hombre judío ya existían desde hada varios siglos
en las diversas historias que se contaban de OsirisDioniso y sus más grandes profetas.
Hagamos un viaje por la «biografía» de Jesús y examinemos algunas de estas
extraordinarias coincidencias.

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EL HIJO DE DIOS

Pese a que el cristianismo afirma que Jesús es el «unigénito Hijo de Dios», también
Osiris-Dioniso, en sus múltiples formas, es aclamado como el Hijo de Dios. Jesús es
el Hijo de Dios, pero es igual al Padre. Dioniso es el «hijo de Zeus, con toda su divina
naturaleza, sumamente terrible aunque muy bondadoso con el género humano». Jesús
es «Dios de Dios». Dioniso es «¡Señor Dios de Dios nacido!».
Jesús es Dios en forma humana. San Juan se refiere a Jesús diciendo «Y el Verbo
se hizo carne». San Pablo explica que Dios envió «a su propio Hijo en una carne
semejante a la del pecado». Dioniso también era conocido por el nombre de Baco, de
ahí el título de la obra de Eurípides Las bacantes, cuyo personaje principal es
Dioniso. En esta obra, Dioniso explica que ha envuelto a su «dios hombre en una
forma mortal» con el fin de hacerlo «manifiesto a los mortales». Dice a sus
discípulos: «Por esto he cambiado mi forma inmortal y he tomado la semejanza del
hombre».
Al igual que Jesús, en muchos de sus mitos el dios hombre pagano nace de una
madre virgen mortal. En el Asia Menor, la madre de Atis es la virgen Cibeles. En
Siria, la madre virgen de Adonis se llama Mirra. En Alejandría, Eón nace de la virgen
Koré. En Grecia, Dioniso nace de una virgen mortal, Sémele, que desea ver a Zeus en
toda su gloria y queda embarazada de forma misteriosa por obra de uno de los rayos
de Zeus. Decía una tradición popular, que aparece en el texto no canónico más citado
del cristianismo primitivo, que Jesús pasó sólo siete meses en el vientre de María. El
historiador pagano Diodoro relata que también se decía de la madre de Dioniso,
Sémele, que había tenido un embarazo de sólo siete meses.
Justino Mártir reconoce las similitudes entre el nacimiento virginal de Jesús y la
mitología pagana, y escribe: «Al decir que el Verbo nació para nosotros sin unión
sexual, como Jesucristo nuestro maestro, no afirmamos nada que no se diga de los
llamados “hijos de Zeus”».
En ninguna parte se cultivó más el mito del «Hijo de Dios» que en Egipto, la
antigua tierra de los misterios. Hasta el cristiano Lactancio reconoció que el
legendario sabio egipcio Hermes Trismegisto había «llegado de algún modo a la
verdad, porque sobre Dios Padre lo había dicho todo, y sobre el Hijo». En Egipto,
durante miles de años, se había considerado que el faraón encarnaba al dios hombre

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Osiris y se le había alabado en himnos como el Hijo de Dios. Un egiptólogo eminente
escribe: «Cada faraón tenía que ser el Hijo de Dios, nacido de una madre humana con
el fin de ser el Dios encarnado, el dador de fertilidad a su país y su pueblo».
En muchas leyendas los grandes profetas de Osiris-Dioniso se presentan también
como salvadores e hijos de Dios. Se decía de Pitágoras que era el hijo de Apolo y de
una mujer mortal llamada Partenis, cuyo nombre proviene de la palabra parthenos,
que significa «virgen». También se creyó, después de su muerte, que Platón era hijo
de Apolo. Filóstrato relata en su biografía de Apolonio que al gran sabio pagano se le
consideraba «hijo de Zeus». De Empédocles se pensaba que era un dios hombre y
salvador que había bajado a este mundo para ayudar a las almas confundidas,
convirtiéndose «en una especie de loco que llamaba a la gente a grito pelado y la
instaba a rechazar este reino y lo que hay en él para volver a su mundo original,
sublime y noble».
Algunos temas místicos de los misterios incluso se asociaron con emperadores
romanos que, por razones políticas, cultivaron leyendas sobre su naturaleza divina
que los vincularan a Osiris-Dioniso. A Julio César, que ni siquiera creía en la
inmortalidad del hombre, se le aclamaba como «Dios puesto de manifiesto, el
salvador común de toda vida humana». Su sucesor, Augusto, era igualmente el
«salvador de la raza humana universal»; y en un retablo, hasta al tiránico Nerón se le
llama «Dios el libertador eterno».
En 40 a. n. e. el poeta e iniciado romano Virgilio, inspirándose en los mitos
mistéricos, escribió una «profecía» mística según la cual una virgen daría a luz un
niño divino. En el siglo IV d. n. e. los cristianos literalistas afirmarían que predijo la
venida de Jesús, pero en su momento se interpretó que este mito se refería a Augusto,
del que se decía que era «hijo de Apolo», predestinado a gobernar la Tierra y traer
paz y prosperidad. En su biografía de Augusto, Suetonio presenta una serie de
«señales» que indican la naturaleza divina del emperador. Una autoridad actual
escribe:

Hay entre ellas algunas semejanzas notables con lo que dicen los evangelios sobre el nacimiento de Cristo.
De forma absurda e inverosímil, se supone que el Senado decretó la prohibición de criar bebés romanos
varones en el año del nacimiento de Augusto porque un presagio indicó que había nacido un rey de Roma.
Además de esta matanza de inocentes, se nos ofrece una Anunciación: su madre, Aria, soñó durante una
visita al templo de Apolo que recibía los favores de dios bajo la forma de una serpiente; Augusto nació
nueve meses después.

Una inscripción realizada en la época en que se supone que vivió Jesús reza:

Este día ha dado a la Tierra un aspecto totalmente nuevo. El mundo hubiera sido destruido de no haber
sido por la bendición del que ha nacido ahora. Bien juzga quien reconoce en este nacimiento el principio
de la vida; ha terminado la época en que los hombres se compadecían de sí mismos por haber nacido. De
ningún otro día recibe el individuo o la comunidad tanto beneficio como de este natalicio, lleno de
bendiciones para todos. La Providencia que todo gobierna ha colmado a este hombre de dones para la
salvación del mundo y lo ha designado salvador nuestro y de las generaciones venideras; a las guerras
pondrá fin, y lo instaurará todo dignamente. Con su aparición se cumplen las esperanzas de nuestros

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antepasados; no sólo ha superado las buenas obras de tiempos anteriores, sino que es imposible que alguna
vez pueda aparecer uno más grande que él. El nacimiento de Dios ha traído al mundo buenas nuevas que
están vinculadas a él. A partir de su nacimiento empieza una nueva era.

Pero no se trata de una celebración cristiana del nacimiento de Jesús. Ni tan siquiera
es un panegírico en alabanza del dios hombre mistérico. Es en honor a Augusto.
Resulta claro que estos temas míticos ya eran tan comunes en el siglo I a. n. e. que se
utilizaban para inventar leyendas que tuvieran utilidad política para un emperador
vivo.
Celso hace una lista de figuras a las que, de modo parecido, la leyenda atribuye
un origen divino y un nacimiento milagroso, y acusa al cristianismo de utilizar
claramente mitos paganos «al inventar la historia del nacimiento virginal de Jesús».
Desprecia a los cristianos que interpretan este mito como un hecho histórico y
considera evidentemente absurda la idea de que Dios pudiera realmente engendrar un
hijo en una mujer mortal.

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LA NATIVIDAD

Del mismo modo que los cristianos celebran la natividad de Jesús, los iniciados en
los misterios celebraban el nacimiento de Osiris-Dioniso, que era «el maravilloso
Hijo de Dios, el Misterio», y «el del nacimiento milagroso». El Padre de la Iglesia
Hipólito nos habla de la fuerte voz del hierofante de los misterios eleusinos que,
«chillando», proclama el nacimiento divino. Un clasicista moderno escribe:

El niño místico de Eleusis nació de una doncella; los antiguos formularon el dogma sagrado que dice: «La
virgen concebirá, y dará a luz un hijo», y de noche se anunció: «Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos
es dado».

Se decía que al nacer Osiris, una voz proclamó: «El Señor de toda la Tierra ha
nacido». Un antiguo himno egipcio proclama: «Tú, divino hombreniño, Rey de la
Tierra, Príncipe del Infierno». Otro glorioso poema egipcio, que recuerda a muchas
canciones navideñas de los cristianos, afirma exultante:

¡Ha nacido! ¡Ha nacido! ¡Oh venid y adoradle!


Madres que dan vida, las madres que le alumbraron,
estrellas del firmamento que el amanecer adornan.
Antepasados, vosotros, del Lucero del Alba.
Mujeres y hombres, oh venid a adorar
al hijo que ha nacido de noche.

¡Ha nacido! ¡Ha nacido! ¡Oh venid y adoradle!


Moradores del Duat, alegraos ante Él,
dioses de los cielos, acercaos y contempladle,
gentes de la Tierra, ¡oh venid y adoradle!
Inclinaos ante Él, arrodillaos ante Él,
el rey que ha nacido de noche.

¡Ha nacido! ¡Ha nacido! ¡Oh venid y adoradle!


Joven como la Luna por su fulgor y sus cambios,
por los cielos deambulan Sus pasos,
estrellas que nunca descansáis y nunca os ponéis,
¡Adorad al hijo engendrado por el propio Dios!
¡Cielo y Tierra, oh venid y adoradle!
¡Inclinaos ante Él, arrodillaos ante Él!
¡Rendidle culto, adoradle, postraos ante Él!
Dios que ha nacido de noche.

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Jesús nace en un humilde establo. En los misterios de Dioniso, se celebraba un
matrimonio sagrado, del cual nacería el niño divino, en el boukolion o «boyeriza».
No obstante, la palabra que suele traducirse por «establo» en los evangelios es
katalemna, que significa literalmente «refugio temporal» o «cueva». Una tradición
muy extendida en los primeros tiempos del cristianismo decía que Jesús nació en una
cueva.
Esta imagen es muy antigua. La cueva es el vientre de la madre Tierra. Había
cuevas consagradas al dios griego Pan, otro nombre de Dioniso, en todo el mundo
antiguo. Se decía que Mitra, el dios hombre persa, había nacido en una cueva. Zeus
(el padre mitológico de Dioniso) nació en una cueva de Creta. Según los mitos
órficos, Dioniso también nació en una cueva, donde fue entronizado inmediatamente
como «Rey del Mundo».
El Jesús que acaba de nacer recibe la visita de los «tres Sabios» y de tres pastores.
En realidad, los evangelios llaman a los «tres Sabios» los «Magos», que eran
seguidores de Mitra, el dios hombre del misterio persa. Su nacimiento se celebra el
25 de diciembre: exactamente la misma fecha en que se celebra el nacimiento de
Jesús. ¡Incluso se decía que tres pastores habían sido testigos del nacimiento de
Mitra!
Los Magos traen presentes para Jesús: oro, incienso y mirra. El sabio pagano
Empédocles habla de adorar a Dios con «ofrendas de mirra e incienso sin mezclar,
arrojando también al suelo libaciones de dorada miel». La mirra se usaba como
incienso sagrado durante la fiesta de Adonis. En algunos mitos se afirmaba que
Adonis había nacido del árbol de la mirra. En otros, su madre se llama Mirra.
Jesús, según decían, había nacido en la pequeña ciudad de Belén. El nombre de
«Belén» significa «La casa del pan». San Jerónimo señala un detalle intrigante: Belén
se encontraba a la sombra de un bosquecillo consagrado al dios hombre mistérico
Adonis, ¡al que se consideraba dios del trigo y que era representado por el pan!
Los tres Sabios siguen una estrella hasta que encuentran a Jesús en Belén. En la
antigua Antioquía, los misterios de Adonis se celebraban gritando que «la Estrella de
la Salvación ha amanecido en Oriente». Se trataba del lucero del alba, que en realidad
es el planeta Venus. Venus es uno de los nombres de la diosa que ciertos mitos
presentan como consorte de Osiris-Dioniso. En Egipto se llamaba Isis. Durante
milenios se la asoció con la luminosa estrella Sirio, situada a los pies de la
constelación de Orión, que representaba a Osiris. Todos los años, la primera aparición
de Sirio era un augurio que anunciaba la crecida de las aguas del Nilo, asociada con
el poder renovador de Osiris. La estrella predecía así la venida del Señor.
San Epifanio nos dice que en Alejandría el nacimiento de Osiris-Dioniso como
Eón se celebraba el 6 de enero. La noche anterior llenaban el templo el sonido de las
flautas y los cánticos, que alcanzaban su apogeo al rayar el alba. Entonces los
participantes entraban a la luz de las antorchas en un santuario subterráneo del cual
sacaban una imagen del dios tallada en madera y con «el signo de la cruz en las

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manos, las rodillas y la cabeza». El momento culminante de esta celebración
mistérica llegaba cuando se anunciaba que «A esta hora del día de hoy la virgen Koré
ha dado a luz a Eón».
Esta coincidencia debió de dejar perplejo a san Epifanio porque, al igual que
muchos cristianos primitivos, celebraba en la misma fecha, el 6 de enero, el
nacimiento de Jesús, como hoy día sigue celebrándolo la Iglesia Armenia. ¡Sólo Dios
sabe cómo interpretaría «el signo de la cruz en las manos, las rodillas y la cabeza» de
la imagen!
En los primeros tiempos del cristianismo hubo una gran polémica sobre si el
nacimiento de Cristo fue el 25 de diciembre o el 6 de enero. ¿Se debía a que nadie se
acordaba? ¿O era debido sencillamente a que los cristianos primitivos no estaban
seguros de si debían sincronizarlo con el nacimiento de Mitra o con el de Eón, que
eran representaciones diferentes del eterno dios hombre mistérico?
Estas fechas no se eligieron de forma arbitraria. En otro tiempo ambas eran las
fechas del solsticio de invierno, el día más corto, que señala el cambio de signo del
año y el retorno del sol vivificador. Debido a la precesión de los equinoccios, esta
fecha cambia ligeramente al cabo de un tiempo. Así, aunque el solsticio se trasladó de
manera progresiva del 6 de enero al 25 de diciembre, algunas tradiciones continuaron
celebrándolo en la noche consabida. En la actualidad acaece alrededor del 22 de
diciembre. La celebración anual de la natividad del dios hombre mistérico
conmemoraba la muerte del año viejo y su milagroso renacimiento como el año
nuevo en la fecha del solsticio.
Osiris-Dioniso representaba el Sol y viceversa, y el Sol también representaba a
Jesús, a quien el Padre de la Iglesia Clemente de Alejandría llama «Sol de Justicia».
Para equilibrar las cosas, el nombre de Sémele, la madre virgen de Dioniso, se deriva
de Selene, la diosa virgen que personifica la Luna. El ángel Gabriel que se aparece a
María para anunciarle el nacimiento de Jesús también se equiparaba con la Luna.

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EL BAUTISMO

La misión de Jesús empieza cuando es bautizado por Juan Bautista.


Joseph Campbell y otros mitólogos han visto antiguos temas mitológicos detrás
de esta historia. Campbell escribe:

El rito del bautismo era antiguo y provenía de la vieja ciudad sumeria de Eridú, del dios del agua Ea,
«Dios de la Casa del Agua». En el período helenístico, Ea era llamado Oannes, que en griego es Ioannes;
en latín, Johannes; en hebreo, Yohanan; en inglés, John. En vista de ello, varios estudiosos han sugerido
que nunca existieron Juan ni Jesús, sino sólo un dios del agua y un dios del Sol.

Al examinar la historia de Juan Bautista y la de Jesús, parece claro que nos


encontramos en territorio mitológico. Las dos historias se reflejan mutuamente a la
perfección. Ambas hablan de nacimientos milagrosos. Juan nace de una mujer vieja.
Jesús nace de una mujer joven. La madre de Juan es estéril. La madre de Jesús no es
fecundada. Juan nace en el solsticio de verano, cuando el sol empieza a menguar.
Jesús nace seis meses después, en el solsticio de invierno, cuando el sol empieza a
crecer otra vez: de ahí que el Bautista, refiriéndose a Jesús, diga: «Es preciso que él
crezca y que yo disminuya». Juan nace bajo el signo de Cáncer, que para los antiguos
representaba la puerta que cruzaban las almas al salir de la encarnación y entrar en la
inmortalidad. Juan bautiza con agua, y Jesús, con fuego y espíritu. El nacimiento de
Jesús se celebra en la fiesta pagana del Sol que retorna, el 25 de diciembre; el de Juan
Bautista se celebra en junio y sustituye una fiesta pagana del agua que se celebraba en
el solsticio de verano.
El bautismo era un rito fundamental en los misterios. Ya en los himnos homéricos
se dice que la pureza ritual era la condición para alcanzar la salvación y que se
bautizaba a las personas para borrar todos sus pecados anteriores. En los Textos de las
Pirámides vemos que el faraón egipcio era objeto de un bautismo ceremonial antes de
que tuviera lugar su nacimiento ritual como encarnación de Osiris. En algunos ritos
mistéricos el bautismo se simbolizaba simplemente rociando con agua bendita. En
otros implicaba la inmersión total. Se han encontrado piscinas bautismales en salones
de iniciación y santuarios. En Eleusis los iniciados se purificaban ritualmente en el
mar. En la ceremonia de su iniciación, tras una plegaria confesional, Lucio Apuleyo
recibió un baño purificador, y después fue bautizado siendo rociado con agua. En los
misterios de Mitra se bautizaba varias veces a los iniciados para borrar sus pecados.

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Estas iniciaciones tenían lugar en marzo o abril, exactamente en la misma época en
que, en siglos posteriores, también los cristianos bautizarían a las personas que se
habían convertido, los llamados «catecúmenos».
Los parecidos entre los ritos cristianos y los paganos eran obvios a ojos de los
cristianos primitivos. Tertuliano nos dice: «En ciertos misterios las personas se
inician por medio del bautismo e imaginan que el resultado de este bautismo es la
regeneración y la remisión de las penas por sus pecados».
Según san Pablo, en un bautismo consistente en la inmersión total hay tres
acciones simbólicas. Entrar en el agua significa la muerte, la inmersión representa la
sepultura y salir de ella, la resurrección. Esta interpretación alegórica del bautismo
concuerda por completo con los ritos mistéricos, que también representaban la muerte
y la resurrección místicas. En la Iglesia primitiva, se vestía a los recién bautizados
con túnicas blancas, se les daba un nombre nuevo y se les ofrecía miel para que la
comiesen. De la misma manera, en los misterios de Mitra, a los iniciados que
«renacían» espiritualmente les echaban miel en las manos y se la aplicaban en la
lengua, como se acostumbraba a hacer con los niños recién nacidos.
Las descripciones que hacen los autores cristianos del bautismo de su religión son
muy difíciles de distinguir de las descripciones paganas del bautismo mistérico. Los
iniciados cristianos iban al bautismo desnudos, y luego, al salir del agua, se ponían
prendas blancas y caminaban en procesión hasta una basílica llevando una vela en la
mano y una corona en la cabeza. Esto es idéntico a la procesión de los misterios de
Dioniso en Eleusis, donde los iniciados vestían de blanco, llevaban una corona en la
cabeza, portaban una antorcha en la mano y caminaban hasta el santuario cantando
himnos. Justino Mártir se sintió profundamente turbado al observar las analogías
entre los ritos bautismales cristianos y los paganos. Una vez más recurrió al
argumento de la «imitación diabólica» y dijo que los malvados demonios habían
instigado una parodia del bautismo cristiano en los ritos paganos.
En los misterios, con todo, la purificación por el bautismo no la efectuaba sólo el
agua, sino también el aire y el fuego. Lucio Apuleyo nos dice que antes de que lo
considerasen digno de acercarse a la divinidad tuvo que «viajar a través de todos los
elementos». Escribe Servio:

Toda purificación se efectúa o bien por el agua o por el fuego o por el aire; así pues, en todos los misterios
encuentras estos tres métodos para purificar. O bien te desinfectan con azufre ardiente o te lavan con agua
o te ventilan con viento; esto último es lo que se hace en los misterios dionisíacos.

Los evangelios también hablan de un bautismo en el que intervienen tres elementos.


En el evangelio de Mateo, Juan Bautista predice la venida de Jesús:

Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy
digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará en aliento santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y va a
limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.

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En esta traducción, el conocido término «espíritu santo» se traduce correctamente del
original griego por «aliento santo», que resalta claramente la idea del bautismo por
medio de aire. Juan nos dice que Jesús empuñará un bieldo, que es un instrumento
que se utiliza para aventar el trigo. En los misterios de Eleusis se usaba el bieldo en el
bautismo por medio del aire. En las pinturas de los jarrones y en otras partes, los
iniciados aparecen cubiertos con un velo y sentados mientras alguien agita un bieldo
por encima de sus cabezas. Dioniso era conocido por el apodo de «el del Bieldo». Se
decía que al nacer lo habían acunado en uno de estos instrumentos, al igual que se
hacía de forma simbólica con el iniciado cuando renacía espiritualmente.
De la misma forma que un iniciado en los misterios paganos renacía mediante la
purificación por aire, Jesús promete el renacimiento por medio del aliento. En el
evangelio de Juan, Nicodemo pregunta: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?
¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?». Respondió Jesús:

En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de aliento no puede entrar en el reino de Dios. Lo
nacido de la carne es carne; lo nacido del aliento es aliento. No te asombres de que te haya dicho: «Tenéis
que nacer de lo alto». El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde
va. Así es todo el que nace del aliento.

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LOS MILAGROS

El primitivo cristiano egipcio Basílides creía que Jesús fue bautizado el 6 de enero,
fecha en la que desde hacía siglos se celebraba en Egipto «el día de Osiris». Algunos
cristianos conmemoraban en esta fecha el día en que Cristo «santificó el agua».
Ofrecían plegarias en la medianoche del 5 de enero y luego corrían todos con
cántaros hasta un río en busca de agua, que ahora creían que era santa y poseía la
facultad de purificar. Durante cientos de años antes de Cristo, los egipcios habían
hecho exactamente lo mismo y exactamente a la misma hora. Decían que en la noche
del 5 de enero las aguas del Nilo adquirían facultades milagrosas por la gracia de
Osiris. Los egipcios recogían esta agua en cántaros y la guardaban en sus casas para
defenderse de todos los males.
Existía también la creencia de que en la noche del 5 de enero Dioniso
transformaba milagrosamente el agua en vino. Según Plinio, en el Templo de Dioniso
de la isla de Andros brotó un chorro de vino durante siete días; pero si se sacaban
muestras del santuario, el vino se convertía inmediatamente en agua. También nos
dicen que en Naxos manó de forma milagrosa vino fragante de un manantial.
Durante la fiesta griega llamada Thia, se pusieron en una habitación, en presencia
de ciudadanos y de extranjeros, tres cuencos vacíos. Luego cerraron con llave y
precintaron la habitación, y quien quiso puso su propio precinto en la puerta. Al día
siguiente, los precintos estaban intactos, pero los tres cuencos aparecieron
milagrosamente llenos de vino. Pausanias nos asegura que tanto los ciudadanos como
los extranjeros habían declarado bajo juramento que el informe decía la verdad.
Según la mitología, el milagro de transformar agua en vino tuvo lugar por primera
vez en las bodas de Dioniso y Ariadna. El mismo milagro se atribuye a Jesús en las
bodas de Caná. En el siglo IV d. n. e. san Epifanio relata milagros parecidos que
todavía suceden el 6 de enero y afirma haber bebido el vino que manaba de un
manantial. Pero no atribuye los milagros a Dioniso, sino a Jesús. Epifanio dice que
estos milagros ocurrían «a la hora en que Jesús ordenó que llevaran el agua al amo de
la fiesta y la transformó en vino».
Otros milagros de Jesús se atribuían también al dios hombre pagano. Decían que
Asclepio, de quien era seguidor Hipócrates, el «padre de la medicina», había curado
enfermos y resucitado muertos. Asclepio era apodado «el amante de los hombres».

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Era habitual que las maravillas de Asclepio se comparasen con los milagros de Jesús
en los escritos paganos contra los cristianos. Los primitivos cristianos respondían
diciendo que Jesús era un médico más grande que el gran Asclepio. El pagano Celso
y el cristiano Orígenes discutían con igual convicción en torno a los méritos relativos
de los dos salvadores, Asclepio y Jesús. Los primitivos cristianos se apropiaron de
gran número de inscripciones dedicadas a Asclepio por el sencillo procedimiento de
cambiar su nombre por el de Jesús.
Muchos de los grandes profetas de Osiris-Dioniso tenían fama de ser hombres
que iban de un lugar a otro obrando milagros y protagonizando exactamente las
mismas hazañas sobrenaturales que se atribuían al taumaturgo itinerante Jesús.
Pitágoras era especialmente famoso por sus milagros. Decían de él que, al igual que
Jesús, había llevado a cabo muchas curaciones, y mientras iba de ciudad en ciudad
corría la voz de que llegaría «no para enseñar, sino para curar». En su Vida de
Pitágoras, Jámblico afirma que entre los innumerables milagros de Pitágoras estaba
el de «apaciguar las olas de los ríos y los mares para que sus discípulos pudieran
pasar por encima de ellas más fácilmente». Según el Evangelio de Marcos, Jesús obra
el mismo milagro en beneficio de sus discípulos en el mar de Galilea. Es claro que
este milagro formaba parte de las biografías legendarias de muchos taumaturgos
paganos, toda vez que Jámblico añade: «Adquirieron la facultad de hacer milagros de
esta clase Empédocles de Agrigento, Epiménides el Cretense y Abaris el Hiperbóreo,
y los hicieron en muchos lugares».
En el Evangelio de Juan, Jesús ayuda milagrosamente a sus discípulos a conseguir
una buena pesca. Esta proeza sobrenatural también la llevó a término Pitágoras según
una leyenda que recoge Porfirio. Pitágoras predijo milagrosamente el número exacto
de peces que se pescarían, pero el relato no especifica dicho número. En el episodio
del evangelio, Jesús no hace ninguna predicción en este sentido, pero se nos dice que
la pesca asciende exactamente a 153 peces. A primera vista, parece un hecho sin
importancia que el autor del evangelio incluyó sólo para dar más dramatismo al
relato. Pero los estudiosos han concluido que se menciona de forma deliberada y es
sumamente significativo.
Es probable que el número de peces que Pitágoras predijo que se pescarían fuera
exactamente de 153. Los pitagóricos eran famosos por su conocimiento de las
matemáticas y el 153 era un número sagrado para ellos. Se usa en una proporción
matemática, que Arquímedes denominó «la medida del pez», para producir el
símbolo místico de la vesica piscis o «signo del pez»: la intersección de dos círculos
que produce una forma que parece un pez. Era un antiguo símbolo pitagórico que los
primitivos cristianos usaban para representar su fe. El hecho de que este símbolo
místico del pez pueda producirse a partir del número de peces que se pescaron según
la crónica del milagro de Jesús sugiere claramente que se trata de una adaptación del
milagro de Pitágoras y que este relato de un milagro encerraba de forma cifrada
fórmulas geométricas sagradas.

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Empédocles, discípulo de Pitágoras, era otro taumaturgo itinerante. Al igual que
Pitágoras y Jesús, se proclamaba dios hombre y se presentaba ante la gente de
Acragas como «dios inmortal que ha dejado de ser mortal». Tenía muchos seguidores
que lo adornaban con cintas y le pedían milagros. Al igual que Jesús, decían de él que
conocía el futuro. Como Jesús, enseñaba verdades espirituales y curaba
enfermedades. Le llamaban «el Apaciguador del Viento» y, del mismo modo que
Jesús, «podía dominar el viento y la lluvia». Aseguraba a sus discípulos que sus
enseñanzas les permitirían sacar del infierno la fuerza vital de un hombre que hubiese
muerto. Decían de Empédocles que había resucitado a una mujer que llevaba muerta
treinta días, del mismo modo que, quinientos años más tarde, dirían que Jesús había
resucitado a Lázaro.
Apolonio de Tiana era otro dios hombre itinerante que curaba enfermos, predecía
el futuro y resucitaba muertos. Se decía que, aunque no estaba presente en el lugar
donde ocurrió el milagro, había devuelto la vida a la hija de un cónsul romano
exactamente de la misma manera que, según dicen, Jesús devolvió la vida a la hija de
Jairo, un jefe de sinagoga, sin visitada siquiera. Al igual que Jesús, Apolonio
exorcizaba los malos espíritus. Incluso cuenta que presenció un milagro parecido a la
«alimentación de los cinco mil» por parte de Jesús, proeza sobrenatural que Celso
declara que es una «ilusión» que llevaron a cabo muchos hombres santos. Sin
embargo, al igual que Jesús, que afirma que un profeta nunca es bien recibido en su
propia patria, los hombres divinos de las leyendas paganas suelen ser rechazados por
sus compatriotas. Apolonio de Tiana escribe en una carta: «¿Qué tiene de extraño
que, mientras otros hombres me consideran igual a Dios, mi propia patria, hasta
ahora, no me haga caso?».
Los evangelios nos dicen que en una ocasión Jesús exorcizó los demonios de un
hombre que se llamaban a sí mismos «legión», porque eran «como dos mil». Jesús
hace que los demonios entren en una gran piara de cerdos que se precipita en el mar
por un despeñadero y perece ahogada. Exactamente el mismo tema se encuentra en
los ritos de los misterios de Eleusis. Como parte de la ceremonia de purificación
previa, unos dos mil iniciados se bañaban en el mar con lechones. Por medio de este
ritual del baño todo el mal entraba en los cerdos, que luego eran sacrificados, como
símbolo de las impurezas de los propios iniciados, persiguiéndolos hasta que se
despeñaban por un abismo.
Hasta el milagro pentecostal de «hablar en lenguas» aparece prefigurado en el
mito pagano. Después de la muerte de Jesús, los discípulos empezaron a hablar
milagrosamente en lenguas extrañas que las otras personas oían como su propia
lengua nativa. El mismo fenómeno se había producido siglos antes en Trofonio y
Delos, donde a algunas personas les pareció que las sacerdotisas de los oráculos
hablaban de forma ininteligible mientras que otras las oían hablar en sus diversas
lenguas nativas. Burkert, uno de los principales estudiosos actuales de los clásicos
asevera que estos milagros paganos y cristianos «con razón se han comparado».

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Los cristianos afirmaban que los milagros de Jesús demostraban que, como decía
él, era el hijo único de Dios. Celso, que pensaba que esto era sencillamente ridículo,
nos dice: «En todas partes y en todas las épocas han ocurrido milagros y maravillas»,
y cita una lista de sabios y dioses-hombre paganos que se hicieron famosos porque
obraban milagros. La respuesta habitual de los cristianos a estas críticas de los
paganos consistía en afirmar que mientras que los milagros de Jesús eran la prueba de
su divinidad, los milagros paganos eran obra del diablo. Celso replica con
indignación: «¡Dios Santo! ¿No es un argumento estúpido basarse en los mismos
hechos para considerar que un hombre es un dios mientras que sus rivales son
simples “hechiceros”?».

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EL DIOS HOMBRE Y SUS DISCÍPULOS

Jesús se rodea de doce discípulos, lo cual suele interpretarse como símbolo de las
doce tribus de Israel. Sin embargo, las doce tribus son una referencia simbólica a los
doce signos del zodíaco de la astrología babilónica, que los judíos adoptaron durante
su exilio en Babilonia. El zodíaco era un símbolo importantísimo en el mundo
pagano. Osiris-Dioniso aparece simbolizado como el inmóvil centro espiritual de la
rueda giratoria que representan los doce signos. Como Mitra, Dioniso, Eón y Helio,
aparece con frecuencia en el centro del zodíaco que da vueltas. Durante la ceremonia
de iniciación en los misterios de Mitra, doce discípulos rodeaban al dios hombre,
justamente igual que en el caso de Jesús. Los discípulos de Mitra iban disfrazados de
signos del zodíaco y daban vueltas alrededor del iniciado, que representaba al propio
Mitra.
El círculo de doce elementos alrededor de uno situado en el centro procede de la
geometría sagrada y tenía un profundo significado místico para los seguidores de
Pitágoras. Los pitagóricos, que en el mundo antiguo eran famosos por su
conocimiento de las matemáticas, concebían a Dios como una esfera perfecta. Los
antiguos descubrieron que si una esfera está rodeada de otras que tienen exactamente
las mismas dimensiones, de tal modo que todas las esferas estén en contacto unas con
otras, el número de esferas que rodean a la del centro es exactamente doce. En la
imagen del dios hombre y sus doce discípulos están cifradas estas enseñanzas de la
geometría sagrada.
Leemos en los evangelios que al principio los discípulos no reconocen a Jesús
como el Hijo de Dios, pero que luego Jesús se transfigura ante Pedro, Juan y Santiago
y se les revela en toda su gloria divina. También Dioniso, en Las bacantes de
Eurípides, aparece primero ante sus discípulos como hombre santo itinerante, pero
luego se transfigura gloriosamente. Al percibir su verdadera divinidad, los discípulos
exclaman: «¡Pero mirad! ¿Quién es este que se alza por encima de la puerta de
palacio? Es él, Dioniso, que ha venido en persona, ya sin disfrazarse de mortal, ¡sino
en la gloria de su divinidad!».
A ojos de sus discípulos, Jesús es el salvador. También Dioniso es «El que vino a
traer la salvación»; sus seguidores le llaman diciendo: «Ven, salvador» y en Las
bacantes, llenos de gozo, exclaman: «¡Estamos salvados! ¡Oh, qué alegría oír cómo

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suena tu llamada báquica! Estábamos completamente solos, abandonados; has venido
y nos alegramos».
Durante su misión Jesús es atacado por su conducta aparentemente licenciosa. En
el Evangelio de Lucas reprocha a «los hombres de esta generación» porque primero
condenan a Juan Bautista, «que ni comía pan ni bebía vino», diciendo que «demonio
tiene», y luego condenan también al «hijo del hombre» por ser «un comilón y un
borracho, amigo de publicanos y pecadores». También a los seguidores de Dioniso
les acusaban con frecuencia de estar poseídos y de comportarse de forma licenciosa.
Sus «orgías» eran vergonzosas, aunque en realidad el aspecto sexual de las mismas
no era mayor que el del «ágape» que celebraban los primeros cristianos. Al igual que
Jesús, Dioniso viene «comiendo y bebiendo», pero trae un mensaje profundamente
espiritual para las personas corrientes. Era un dios de la embriaguez divina y un «dios
del pueblo» al que frecuentemente vilipendiaban y temían las autoridades religiosas y
seglares, justamente como Jesús. Con todo, había también en los misterios una
vertiente más ascética que podía compararse con la austeridad de Juan Bautista. El
modelo de la tradición monástica del cristianismo primitivo que inició san Antonio
fueron las ascéticas comunidades pitagóricas que existían en todo el Mediterráneo.

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MONTADO EN UN POLLINO

Según los evangelios, Jesús, en el apogeo de su popularidad, entra en Jerusalén


montado en un pollino en medio de las alabanzas de las multitudes, que tienden
ramas en su camino. Cuenta la tradición que la gente agitaba palmas, que eran
consideradas simbólicas en los misterios. Platón habla de «la palma de sabiduría de
Dioniso». La gran fiesta del dios hombre mistérico Atis empezaba con la «entrada de
los portadores de juncos», seguida de la «entrada del árbol», un pino de hoja perenne
al que se ataba una efigie del dios hombre. Un estudioso de hoy comenta: «Es
imposible pasar por alto la relación con la entrada de Jesús en Jerusalén rodeado de
gente que agitaba palmas y con Jesús portando la cruz o el árbol que pasó a ser su
símbolo principal».
Los evangelios relatan que Jesús insiste en montar en un pollino. En muchos
jarrones también Dioniso aparece montado en un pollino que lo lleva al encuentro de
su pasión. El dramaturgo Aristófanes habla de «el asno que llevaba los misterios». En
Atenas, cuando los peregrinos andaban por la vía Sagrada a Eleusis, con la intención
de celebrar allí los misterios, un pollino llevaba un cesto que contenía los enseres
sagrados que se usarían para crear el ídolo de Dioniso, mientras la multitud profería
gritos de alabanza a Dioniso y agitaba manojos de ramas. De esta manera, como
Jesús al entrar en Jerusalén, Dioniso cabalgaba triunfalmente hacia la muerte.
El tema mítico de «montar en un pollino» suele interpretarse como señal de
humildad. No obstante, tiene también un significado más místico. Los antiguos veían
en el pollino la encarnación de la lujuria, la crueldad y la perversidad. Simbolizaba el
yo «animal» inferior que el iniciado en los misterios debe superar y someter. Lucio
Apuleyo escribió un relato titulado El asno de oro que era una alegoría de la
iniciación; En el cuento, Lucio se transforma en un pollino por culpa de su propia
necedad y vive muchas aventuras que representan las etapas de la iniciación. Al
iniciarse de forma definitiva, recupera su condición de ser humano. Esta historia
significa que el iniciado es vencido por su naturaleza inferior y luego, al iniciarse en
los misterios, descubre de nuevo su verdadera identidad.
La diosa egipcia Isis dice a Lucio que el pollino es para ella el más odioso de
todos los animales, lo cual se debe a que este animal es sagrado para el dios Set, que
en la mitología egipcia es el asesino de Osiris. Plutarco habla de una fiesta egipcia en

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la que se despeñaban triunfalmente pollinos por un precipicio para vengar el
asesinato de Osiris. Set simboliza el yo inferior del iniciado, que mata al yo superior
espiritual (Osiris) y debe ser ejecutado metafóricamente para que renazca el yo
espiritual.
El pollino era también un símbolo común de la naturaleza «animal» inferior en
los misterios de Dioniso. En un jarrón aparece pintado un pollino ridículo con el falo
en erección que baila entre los discípulos de Dioniso. En una jarra de vino hay
dibujados pollinos en plena copulación. En otro, un peregrino se detiene para tirar de
la cola de un pollino. Una representación habitual de los sufrimientos de la otra vida
en el infierno era la figura de un hombre condenado a trenzar eternamente una soga
que su pollino se come, lo cual simboliza al yo inferior tratando constantemente de
comerse los logros espirituales del yo superior. La figura del dios hombre que cabalga
triunfalmente en un pollino simbolizaba que era dueño de su naturaleza «animal»
inferior.

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EL HOMBRE JUSTO Y EL TIRANO

Los evangelios presentan a Jesús como un hombre inocente y justo que, por
instigación de los sumos sacerdotes judíos, es objeto de acusaciones espurias, llevado
ante la presencia del cónsul romano Pilato y condenado a muerte. Exactamente el
mismo tema mitológico se encuentra cinco siglos antes en la obra de Eurípides Las
bacantes, pero refiriéndose a Dioniso. Al igual que Jesús en Jerusalén, Dioniso es un
forastero tranquilo, de cabellos largos y barba, que trae una religión nueva. Los
sumos sacerdotes judíos de los evangelios no creen en Jesús y alegan que «solivianta
al pueblo, enseñando…». Conspiran para provocar su muerte. En Las bacantes, el rey
Penteo es un tirano que no cree en Dioniso. Lo reprende por «traer esta enfermedad
nueva que ensucia el país» y ordena a sus esbirros que prendan al inocente dios
hombre al tiempo que anuncia: «Y cuando lo atrapéis, será lapidado. Deseará no
haber traído nunca sus ritos báquicos a Tebas».
Como los sumos sacerdotes judíos, a quienes Jesús horroriza con su blasfema
afirmación de ser el Hijo de Dios, el rey Penteo monta en cólera y echa pestes cuando
le hablan del origen divino de Dioniso: «Sea lo que sea este hombre, ¿no es
escandalosa su arrogancia? ¿No se ha ganado una soga alrededor de su cuello?».
Dioniso, al igual que Jesús, adopta una actitud pasiva y se deja prender y
condenar. El esbirro que lo ha prendido dice al rey Penteo:

Lo hemos atrapado y aquí está. Mas, señor, nos encontramos con que el animal era dócil; no trató de
escapar, se limitó a tender las manos para que se las atásemos; no palideció, sino que conservó su buen
color, y sonrió y nos dijo que lo atáramos y lleváramos preso; no nos causó ningún problema, se limitó a
esperamos. Naturalmente, me sentí un poco avergonzado. «Perdonadme, señor —dije—. Yo no os quiero
prender; son órdenes del rey».

El esbirro cuenta las maravillas que ha visto hacer a Dioniso y advierte al rey Penteo:
«Amo, este hombre ha venido cargado de milagros». El rey, sin embargo, procede a
interrogar a Dioniso, que, al igual que Jesús ante Pilato, no quiere someterse a su
autoridad. Cuando Pilato recuerda a Jesús que tiene autoridad para crucificarlo, Jesús
contesta: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba». De
modo parecido, Dioniso contesta a las amenazas de Penteo diciendo: «Nada puede
tocarme que no esté ordenado». Al igual que Jesús, que, refiriéndose a sus
perseguidores, dijo: «No saben lo que hacen». Dioniso dice a Penteo: «No sabes lo

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que haces, ni lo que dices, ni quién eres».
Cuando lo llevan al lugar donde será crucificado, Jesús advierte a la multitud que
no llore por él, sino por ella misma y por sus hijos, que sufrirán por el crimen de su
ejecución, y dice: «Porque llegarán días en que se dirá: “¡Dichosas las estériles, las
entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron!”. Entonces se pondrán a
decir a los montes: “¡Caed sobre nosotros!”. Ya las colinas: “¡Cubridnos!”». También
Dioniso, cuando se lo llevan, amenaza con la venganza divina y anuncia: «Pero os
advierto: Dioniso, que decís que ha muerto, vendrá pronto a vengar este sacrilegio».
Muchos de los grandes filósofos de la tradición mistérica eran también «hombres
justos» que sufrieron una muerte injusta a manos de autoridades tiránicas. Uno de
ellos es Sócrates, que, como Jesús, fue acusado de herejía. La ley ateniense castigaba
este «crimen» con la muerte, a menos que el acusado sugiriese otro castigo que los
jueces considerasen aceptable. Al igual que Pilato, que se brinda a dejar libre a Jesús
porque es costumbre soltar a un preso con motivo de la Pascua judía, las autoridades
atenienses albergaban la esperanza de que Sócrates se librara de la muerte por una
cuestión formal y, tras pagar una multa, se exiliara de manera discreta. Como Jesús,
Sócrates se niega a hacer una componenda con sus perseguidores y parece buscar
deliberadamente su propia muerte, toda vez que se ofrece a pagar una sola mina,
suma insultante por pequeña, lo que obliga a las autoridades a aplicar la sentencia de
muerte.
Algunos de sus seguidores dijeron que pagarían «treinta piezas de plata» en su
nombre, lo cual significaba traicionar el deseo del propio Sócrates, que quería ser fiel
a sus principios. Este tema aparece en el evangelio bajo la forma de las treinta piezas
de plata que cobra Judas por traicionar a Jesús. Sócrates es ejecutado haciéndole
beber un veneno. En el jardín de Getsemaní, al pensar en la ejecución que se avecina,
Jesús reza diciendo: «Padre mío, si es posible, aparta de mí este cáliz». Sócrates
afrontó la muerte sin temor porque en un sueño le habían dicho que renacería tres
días después de morir. También Jesús va a la muerte lleno de confianza y predice que
resucitará al cabo de tres días.
El comportamiento de Jesús durante su proceso es exactamente el que cabría
esperar de un sabio de los misterios. No teme condenar con franqueza a los que
tienen autoridad por su hipocresía. También los filósofos cínicos y estoicos tenían
fama de ser «hostiles a la autoridad y de resistirse a la disciplina, desdeñar a los
reyes, a los magistrados o a los funcionarios públicos». Para muchos de estos
filósofos la falta de respeto a la autoridad romana significó el martirio, que aceptaron
de buen grado, como lo aceptó Jesús. El sabio estoico Epicteto escribe: «Tomad mi
cuerpo, o mis propiedades, pero no tratéis de gobernar mis principios morales». Y
habla de un filósofo condenado a muerte que dijo a un emperador: «Tú harás tu papel
y yo el mío, que consiste en irme sin quejarme». Ya en el siglo IV a. n. e. Platón había
señalado el destino que esperaba al «hombre justo» al escribir: «El hombre justo
tendrá que soportar que lo azoten y finalmente, después de toda suerte de

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sufrimientos extremos, será crucificado». Jesús, el «hombre» justo de los evangelios,
reúne estas características.
El «hombre justo al que se acusa injustamente» era una figura tan conocida en el
mundo antiguo que Celso se burla de los cristianos porque afirman que Jesús era
único. Con ingenio y mordaz espíritu satírico, sugiere que si querían crear una
religión nueva, hubiera sido más acertado escoger como figura central a uno de los
numerosos y famosos sabios paganos que también «tuvieron una muerte heroica», y
escribe:

Hubiese sido mejor, en vuestro entusiasmo por una enseñanza nueva, formar vuestra religión en torno a
uno de los hombres de la antigüedad que tuvo una muerte heroica y fue honrado por ello, alguien que por
lo menos ya hubiera inspirado un mito. Hubierais podido escoger a Heracles o Asclepio, o, si éstos eran
demasiado mansos, siempre os quedaba Orfeo, que, como sabe todo el mundo, era bueno y santo y, pese a
ello, tuvo una muerte violenta. ¿O ya lo había adoptado alguien? Bueno, luego teníais a Anaxarco, que
miró cara a cara a la muerte cuando le estaban pegando y dijo a los que le perseguían: «Pegad. Pegad a la
envoltura de Anaxarco; porque no es a él a quien pegáis». Pero recuerdo que algunos filósofos ya han
afirmado que es su maestro. Bien, ¿y Epicteto? Mientras le retorcían una pierna sonrió y con toda
serenidad dijo: «Me la vais a romper». Y cuando se la hubieron roto, sonrió y dijo: «Ya os lo dije».
¡Vuestro Dios debería haber dicho algo así cuando lo estaban castigando!

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EL PAN Y EL VINO

Antes de morir, Jesús celebra una «última cena» simbólica que consiste en pan y
vino. En Las bacantes, Eurípides llama al pan y al vino «los dos poderes que son
supremos en los asuntos humanos». El primero es sustancioso y conserva el cuerpo;
el segundo es líquido y embriaga la mente. Los antiguos creían que el dios hombre
mistérico había enseñado a la humanidad el arte de cultivar el trigo y la vid para
producir pan y vino.
En los evangelios, Jesús proclama: «Yo soy el pan de la vida», y durante la última
cena parte el pan y se lo ofrece a sus discípulos diciendo: «Tomad y comed, éste es
mi cuerpo». También al dios hombre mistérico se le asociaba de forma simbólica con
el pan y con el trigo del que procede. Osiris, según decían, había muerto
despedazado, y esta muerte simbolizaba la trilla del trigo para producir harina.
También se decía que los huesos de Adonis fueron triturados en un molino y luego
esparcidos al viento.
Jesús también proclama: «Yo soy la vid verdadera», y durante la última cena
ofrece a sus discípulos una copa de vino y dice: «Ésta es mi sangre». Como en el caso
de Jesús, se asociaba a Dioniso con la vid y el vino. Le llamaban el «dios del vino» y
en algunos mitos muere desmembrado, lo cual simboliza la operación de pisar las
uvas para producir vino.
Al comer y beber el pan y el vino que él les ofrece, los discípulos comen y beben
de forma simbólica el cuerpo y la sangre de Jesús, y de esta manera comulgan con
Cristo. La idea de comulgar con la divinidad comiéndola es un rito tan antiguo que se
encuentra en el Libro de los muertos de los egipcios, en el que los difuntos se comen
a los dioses y se apropian así de sus poderes. El ritual de comer y beber el «cuerpo» y
la «sangre» de Jesús es la eucaristía de los cristianos. Esta «santa comunión» se
practicaba también en los misterios, como medio de llegar a ser uno con
Osiris-Dioniso. Los no iniciados que interpretaban mal estos ritos acusaban a los
misterios de practicar el canibalismo, exactamente la misma acusación que más
adelante se lanzaría contra los primitivos cristianos porque celebraban la eucaristía.
Las prácticas paganas que se parecían a la comunión de los cristianos
horrorizaban a Justino Mártir, que se queja de que al ordenar Jesús a sus discípulos
que bebieran del cáliz y decides: «Ésta es mi sangre», les dio este ritual a ellos

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solamente, pero «los demonios perversos lo imitaron, en el misterio de Mitra, y
dieron la misma orden». Relata con horror que en estos misterios, como en la
eucaristía cristiana, se pronuncian fórmulas místicas ante el pan y un cáliz que luego
se ofrecen a los que van a iniciarse. Al igual que los cristianos, los que deseaban
tomar parte en los misterios de Mitra tenían que pasar por un largo período de
preparación antes de que les permitieran participar de la «santa comunión». ¡Y al
comulgar se les ofrecía un sacramento consistente en agua mezclada con vino y pan u
hostias consagradas que llevaban el signo de la cruz! No es extraño que esta santa
comunión de los paganos turbase tanto al pobre Justino Mártir.
Leemos en una inscripción: «Aquel que no coma de mi cuerpo ni beba de mi
sangre, para ser uno conmigo y yo con él, no conocerá la salvación».
Puede que alguien piense que estas palabras son una cita bíblica de Jesús, ¡pero
en realidad el que las pronuncia es el dios hombre mistérico Mitra! Con todo, tienen
un parecido asombroso con un pasaje del Evangelio de Juan donde Jesús también
anuncia: «Si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis
vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en
él».
La santa comunión de los misterios de Mitra se basaba en ritos más antiguos en
los que se usaba pan consagrado y agua mezclada con el jugo embriagador de una
planta psicodélica llamada haoma. Los misterios de Mitra sustituyeron el haoma,
planta desconocida en Occidente, por el zumo de la vid. No obstante, es probable que
los efectos del vino en los antiguos fueran mucho más fuertes que los que surte en
nosotros, porque raramente lo bebían sin mezclarlo con agua. Platón habla con
entusiasmo del poder revelador del vino en los misterios de Dioniso, y escribe:
«Mejor la locura del dios que la sensatez de los hombres».
Como señala un eminente estudioso de los clásicos, «Beber vino en los ritos de
Dioniso es comulgar con el dios y tomar su poder y su presencia física en tu cuerpo».
En los ritos eucarísticos de los cristianos se afirma que Jesús se convierte
simbólicamente en el vino que bebe quien participa en ellos. Y Eurípides nos dice
que Dioniso se convierte en el vino y es «escanciado» como ofrenda. En algunos
jarrones vemos pan y vino ante el ídolo de Dioniso. Del mismo modo que la
eucaristía da al cristiano la «redención» simbolizada por una hostia, en los misterios
de Dioniso el iniciado recibía makaria («bienaventuranza») bajo la forma de un
pastel.
Una inscripción dice que en los misterios de Samotracia el sacerdote «partirá y
ofrecerá los alimentos y escanciará la copa para el iniciado». Los iniciados en los
misterios de Atis también tenían algún tipo de comunión, puesto que declaraban: «He
comido del pandero, he bebido del címbalo». No sabemos qué era lo que comían y
bebían de estos instrumentos sagrados, pero lo más probable es que también fuese
pan y vino.
Desde los tiempos de Justino Mártir hasta hoy, los cristianos católicos han creído

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que el pan y el vino de la eucaristía se convierten literalmente en «la carne y la sangre
de aquel Jesús que se hizo carne». Al parecer, algunos iniciados en los misterios
compartían esta interpretación literal y más bien extraña de su «santa comunión».
Cicerón, que era un iniciado más inteligente, se sintió obligado a explicarles que la
equiparación del dios con el trigo y la vid era sólo simbólica. Cicerón, exasperado al
ver semejante necedad, escribe: «¿Hay alguien que esté tan loco que crea que el
alimento que come es realmente un dios?».

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LA MUERTE DEL DIOS HOMBRE

Por lo común se cree que Jesús murió en la cruz, pero la palabra que en el Nuevo
Testamento se traduce por «cruz» tiene el significado general de «poste». Los judíos
tenían la costumbre de exponer en un poste los cuerpos de aquellos a los que habían
lapidado, a modo de advertencia para los demás. En los Hechos de los Apóstoles,
Pedro no dice que Jesús fuera crucificado, sino que lo habían matado «colgándolo de
un madero», y lo mismo dice san Pablo en su Epístola a los Gálatas. El Padre de la
Iglesia Fírmico Materno nos dice que en los misterios de Atis una imagen juvenil del
dios hombre era atada a un pino. Adonis era llamado «El que está en el árbol».
En los misterios de Dioniso colgaban en un poste de madera una gran máscara
barbuda que representaba al dios hombre. Como Jesús, al que en la crucifixión ponen
una corona de espinas en la cabeza, Dioniso es coronado con hiedra. A Jesús le echan
encima un manto escarlata y le escarnecen los soldados romanos, y a Dioniso lo
visten con un manto escarlata y los iniciados de Eleusis se envuelven el cuerpo con
una faja del mismo color. Justo antes de morir Jesús, alguien le da a beber vino
mezclado con hiel. Los celebrantes en los misterios de Dioniso bebían ritualmente
vino y al hierofante, que representaba a Dioniso, le daban a beber hiel.
Jesús muere al lado de dos ladrones, uno de los cuales sube con él al cielo,
mientras que el otro va al infierno. En los misterios se encuentra un tema mítico
comparable. Un icono común representa dos portadores de antorchas a ambos lados
de Mitra. Una de estas figuras apunta con su antorcha hacia arriba, lo cual simboliza
la ascensión al cielo, y la otra apunta con la suya hacia abajo, lo cual significa el
descenso al infierno. En los misterios de Eleusis también hay dos figuras que con sus
antorchas señalan arriba y abajo respectivamente, de pie a ambos lados de Dioniso,
pero en este caso son mujeres. Se piensa que las figuras con antorchas que aparecen
en los misterios de Mitra se derivan de Cástor y Pólux, los míticos hermanos griegos
de una época anterior. En días alternos, uno de los hermanos estaría vivo y el otro
muerto. Representaban el yo superior y el yo inferior, y ambos no pueden estar
«vivos» al mismo tiempo. Cástor y Pólux eran llamados «los hijos del Trueno», título
que, en el Evangelio de Marcos, Jesús, de forma inexplicable, da a dos de sus
discípulos, ¡los hermanos Santiago y Juan!
En algunos mitos quien muere en lugar del dios hombre es el adversario de

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Dioniso, que representa el yo inferior del iniciado. En Las bacantes, el rey Penteo se
propone matar a Dioniso, pero es a él a quien cuelgan en un árbol. En un mito
siciliano parecido se crucifica al rey Licurgo, adversario de Dioniso. Cabe deducir de
ello que mientras que en algunas tradiciones mistéricas Dioniso era colgado en un
árbol, en otras era crucificado.
Quizá los iniciados en los misterios de Dioniso se basaron en la imagen del
«hombre justo crucificado» que sugirió Platón con el fin de que el mito evolucionara
de esta forma. O quizá Platón se refería a un mito secreto de iniciación que ya existía
en el cual el dios hombre era sacrificado. En uno de sus libros, en un capítulo titulado
«La doctrina de la cruz de Platón», Justino Mártir reconoce que siglos antes el
filósofo pagano había enseñado la doctrina que decía que el «Hijo de Dios» fue
«colocado en forma de cruz en el universo».
La cruz era un símbolo sagrado para los antiguos. Sus cuatro brazos
representaban los cuatro elementos del mundo físico: tierra, agua, aire y fuego. El
quinto elemento, espíritu, estaba ligado a la materialidad por estos cuatro elementos.
Por tanto, la figura de un hombre clavado a una cruz de cuatro brazos significaría
naturalmente el trance del iniciado como alma ligada a un cuerpo físico. Platón se
refiere a los deseos del cuerpo como clavos que de uno en uno sujetan el alma al
cuerpo. Los cuatro clavos que se utilizan para crucificar a un hombre por las manos y
los pies simbolizarían nuestros deseos sensuales, que atan el alma al mundo de los
cuatro elementos.
Parece increíble que Osiris-Dioniso pudiera presentarse como un dios hombre que
murió exactamente como Jesús, pero es lo que sugieren los indicios. El padre de la
Iglesia Arnobio se escandaliza al ver que en los misterios de Dioniso los iniciados se
pasaban una cruz santa unos a otros. En algunos jarrones el ídolo de Dioniso aparece
colgado de una cruz. Un sarcófago romano del siglo II o III d. n. e. muestra un
discípulo envejecido que trae una cruz grande para el niño divino Dioniso. Un
estudioso actual afirma que esta cruz es «una insinuación del destino trágico que
aguarda al niño».
Del mismo período procede el notable talismán en el que se ve una figura
crucificada que se reconoce inmediatamente como Jesús, pero que en realidad es
Osiris-Dioniso. La inscripción que hay debajo de esta figura reza «Orfeo-Bakkikos»,
que significa «Orfeo se convierte en bacchoi». Orfeo fue un gran profeta legendario
de Dioniso que era tan respetado que a menudo lo tomaban por el propio dios
hombre. Un bacchoi era un discípulo iluminado de Dioniso que se había identificado
completamente con el dios. El talismán, por tanto, representa la muerte de Dioniso en
la cruz, lo cual simboliza que el iniciado muere de forma mística en su naturaleza
inferior y renace como dios.
También existe una inscripción antigua aparentemente extraña que fue grabada
detrás de una columna en Roma entre 193 y 235 d. n. e. Vemos en ella a un hombre
con cabeza de pollino clavado en una cruz, con el siguiente pie: «Alexámenos adora a

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su dios». Esta inscripción se ha interpretado como un insulto pagano dirigido al
cristianismo, pero es mucho más probable que sea una representación dionisíaca de la
crucifixión de la naturaleza «animal» inferior, que, como ya hemos comentado, era
simbolizada por un pollino.
Es significativo que no haya ninguna representación de Jesús crucificado que date
de antes del siglo V d. n. e. Si interpretamos esta inscripción y el talismán de Orfeo
como referencias al cristianismo, nos encontramos en la extraña situación de decir
que las primeras representaciones de la crucifixión de Cristo son una broma y un
talismán paganos en los cuales Jesús aparece con el nombre de Orfeo ¡y que en
ambos casos se adelantan varios siglos a las representaciones cristianas auténticas!
Resulta difícil de creer. La solución más lógica y sencilla de estos acertijos es que en
ciertos mitos de Osiris-Dioniso se representaba la muerte del dios hombre en la cruz.

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EL CHIVO EXPIATORIO SAGRADO

Los cristianos creen que Jesús murió por los pecados del mundo. En la antigua
Grecia existía una tradición consistente en utilizar a determinado individuo como
«chivo expiatorio» que cargaba simbólicamente con los pecados de los demás y era
expulsado de la ciudad o ejecutado. Era el llamado pharmakos, palabra que significa
sencillamente «hombre mágico». Es claro que su persecución era un acontecimiento
religioso, toda vez que antes de su muerte le daban de comer con cargo al erario y
con alimentos especialmente puros, lo vestían con prendas santas y le ponían una
corona hecha con plantas sagradas. El sacrificio sagrado de este individuo servía para
desterrar los pecados de la ciudad.
Osiris-Dioniso era un pharmakos sagrado que, como Jesús, murió para expiar los
pecados del mundo. El destino de un pharmakos era ser insultado, golpeado y
ejecutado, y los caminantes que por la vía Sagrada se dirigían a Eleusis para
participar en el sacrificio de Dioniso también recibían golpes e insultos de unos
enmascarados que los aterrorizaban. En el Evangelio de Marcos, Jesús predice un
destino parecido para el hijo del hombre: «Y se burlarán de él, le escupirán, le
azotarán y le matarán».
Escribe san Pablo: «Y sin efusión de sangre no hay remisión». Se presenta a Jesús
como el «cordero de Dios» destinado al sacrificio. Los cristianos hablan de «volver a
nacer» al lavar sus ropas «en la sangre del cordero». Estas metáforas son un eco de
los antiguos misterios de Atis. Eran ritos sangrientos en los que se sacrificaba un
animal. En el mundo moderno no vemos cómo matan a los animales de cuya carne
nos alimentamos, y puede que por esta razón los citados ritos nos parezcan muy
primitivos. Mucho menos desagradable parecería a quienes estaban acostumbrados a
matar animales para comer. En los ritos del taurobolio, o sacrificio de toros, el animal
era inmolado en una plataforma que tenía unos agujeros para que la sangre pasara por
ellos y bañase a los iniciados que estaban debajo, en un foso. Al concluir el rito, se
consideraba que el iniciado había «vuelto a nacer». La gente pobre se conformaba
con un criobolio, que consistía en el sacrificio de una oveja, ¡y realmente «se lavaba
en la sangre del cordero»!
En los misterios de Mitra, como en el cristianismo, estos sacrificios rituales se
celebraban de forma simbólica. Hay un icono que representa a Mitra dando muerte a

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un toro y que se usaba como retablo, en vez de llevar a cabo el sacrificio real. Puede
que parezca un icono bastante truculento, pero, bien pensado, es menos violento que
el retablo cristiano que muestra a un hombre que es torturado hasta que muere en una
cruz.
«Tú nos has salvado al derramar la sangre eterna», leemos en una inscripción,
pero estas palabras no van dirigidas a Jesús, sino a Mitra, aunque al cabo de unos
siglos los cristianos expresarían gratitud a su dios hombre salvador empleando
exactamente las mismas palabras. Un poeta egipcio anónimo también rinde culto a su
salvador sacrificado y resucitado, Osiris, con palabras que serían igualmente
apropiadas para Jesús: «¿Te han sacrificado? ¿Dicen que has muerto por ellos? ¡No
ha muerto! ¡Vive eternamente! Está más vivo que ellos, porque él es el místico del
sacrificio. ¡Es su Señor, vivo y joven eternamente!».
Al igual que el cristianismo, los misterios tenían una doctrina sobre el «pecado
original». Platón explica que el alma es desterrada al interior del cuerpo como castigo
por algún crimen antiguo que no nombra. Según Empédocles, vamos de un lado a
otro entre los cuatro elementos para expiar la culpa contraída en el mundo divino. Los
misterios enseñaban que el pecado original consistía en separarse de Dios. El
sacrificio mortal del dios hombre, o el animal al que mata, representa que el iniciado
«muere» simbólicamente para la naturaleza «animal» inferior y renace en su
naturaleza divina, que le une a Dios y sirve para expiar su crimen original.

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LA PASCUA

Un autor anónimo del siglo IV nos dice que la coincidencia entre la muerte y la

resurrección de sus respectivas deidades llamó la atención tanto a los cristianos como
a los seguidores del dios hombre mistérico Atis. Esta coincidencia causó una gran
polémica entre los adeptos de las religiones rivales. Los paganos argüían que la
resurrección de Cristo era una imitación espuria de la de Atis, y los cristianos, que la
de Atis era una imitación diabólica de la de Cristo.
La Megalensia era una fiesta de primavera de los misterios de Atis que, como la
Pascua, duraba tres días, en los que se representaba el mito de Atis como obra teatral
de carácter religioso, como se hacía en la Edad Media con la historia de Jesús. Una
efigie del cadáver de Atis se ataba a un pino sacro y se adornaba con flores que eran
sagradas tanto para Atis como para su equivalente sirio, Adonis. Luego se enterraba
la efigie en un sepulcro. Pero Atis, al igual que Jesús, resucitaba al tercer día. Bajo la
oscuridad de la noche se iluminaba su sepulcro abierto, mientras el sacerdote que
presidía la ceremonia ungía los labios de los iniciados con óleo sagrado y los
consolaba diciendo: «También tú serás salvado de tus tribulaciones». El mitólogo sir
James Frazer escribe:

Pero al caer la noche, la aflicción de los fieles se convertía en gozo. Porque de repente brillaba una luz en
la oscuridad: la tumba estaba abierta; el dios había resucitado de entre los muertos; y mientras ungía con
bálsamo los labios de los afligidos que lloraban, el sacerdote les susurraba al oído la buena nueva de la
salvación. Los discípulos recibían la resurrección del dios como una promesa de que también ellos saldrían
triunfalmente de la corrupción del sepulcro. Por la mañana, en el vigésimo quinto día de marzo, que se
consideraba el equinoccio vernal, se celebraba la divina resurrección con un estallido de alegría
desenfrenada. En Roma, y probablemente en otras partes, le celebración tomaba la forma de un carnaval.
Era la fiesta de la Alegría (Hilaria).

Según una tradición cristiana antigua y muy extendida, Jesús murió el 25 de marzo, el
mismo día en que en Roma se celebraba oficialmente la resurrección de Atis. Con
todo, hay otra antigua tradición cristiana, de la cual habla Lactancia, uno de los
Padres de la Iglesia, que sitúa la muerte de Cristo en el 23 de marzo y su resurrección
en el 25 del mismo mes, lo cual coincide exactamente con la muerte y la resurrección
de Atis.
Las Antesterias, la fiesta de primavera de los misterios de Dioniso, también
duraban tres días y sobre ellas una autoridad moderna comenta: «No puede pasarse

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por alto cierta similitud con la secuencia de Viernes Santo y Pascua». En Grecia,
Sicilia y el sur de Italia los ritos pascuales todavía muestran una notable semejanza
con los ritos mistéricos de Adonis. En la fiesta de Adonis el aire se llenaba de dulces
aromas de incienso y de lamentaciones por la muerte del dios hombre. La imagen
embalsamada de Adonis se introducía luego en un ataúd y se llevaba a la tumba, pero
los fieles se consolaban después con la seguridad de que el dios hombre estaba vivo.
El autor pagano Luciano escribe:

«Hacen ofrendas a Adonis como si fuera un muerto, y dos días después cuentan la historia de que está
vivo».

En los evangelios se nos dice que el cadáver de Jesús fue envuelto «en una sábana
limpia» y ungido con «una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras». Según
Plutarco, también se envolvía en un lienzo y se ungía con mirra una representación de
Osiris. De modo parecido, en los misterios de Adonis una imagen del cadáver del
dios hombre era lavada, ungida con especias y envuelta en lino o lana.
Al morir, Jesús desciende al infierno y resucita al tercer día. Según Plutarco, se
dice que también Osiris descendió al infierno y luego, al tercer día, resucitó de entre
los muertos. Una antigua inscripción egipcia promete al iniciado que también él
resucitará con su señor: «Tan cierto como que Osiris vive, vivirá él; tan cierto como
que Osiris no está muerto, él no morirá».
Al resucitar, Jesús asciende al cielo. El Padre de la Iglesia Orígenes dice de Osiris
que era un dios joven que fue «devuelto a la vida y subió al cielo». En los misterios
de Adonis, los iniciados lamentaban anualmente la muerte del dios hombre con las
estridentes notas de la flauta, llorando y golpeándose el pecho, pero se creía que
resucitaba al cabo de tres días y que subía al cielo en presencia de sus adoradores.
Según algunos mitos que se representaban como parte de los misterios de Dioniso,
también éste salió del sepulcro y ascendió al cielo poco después de morir.
En los misterios de Mitra, los iniciados representaban una escena de resurrección
parecida. Se decía que una vez cumplida su misión en la Tierra, Mitra subió al cielo
en un carro de sol. También se creía que, al igual que Jesús, que se sienta a la diestra
del Padre después de su ascensión, Mitra fue entronizado como gobernante del
mundo por el Dios de la Luz. También como Jesús, Mitra, según se decía, estaba en
el cielo esperando el final de los tiempos para volver a la Tierra, donde despertaría a
los muertos y los juzgaría.
Ecos de estos temas mitológicos se encuentran, una vez más, en las leyendas de
los sabios de los misterios. Séneca nos dice que, al igual que Jesús, el filósofo Cano
predijo que reaparecería tres días después de su muerte y, efectivamente, volvió del
sepulcro y se presentó ante uno de sus amigos para «disertar sobre la supervivencia
del espíritu». Heráclides cuenta que después de un banquete para celebrar uno de los
milagros de Empédocles, el gran sabio ascendió de repente al cielo acompañado de
gloriosas luces. Se decía que Pitágoras descendió al Hades en busca de sabiduría y

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que, después de morir, reapareció ante sus discípulos y subió al cielo. Sabemos que la
secuencia ritual de muerte, descenso a los infiernos y regeneración era una importante
analogía de la iniciación en los misterios pitagóricos desde los tiempos más antiguos.
En vista de todos estos dioses hombre y sabios paganos que mueren, resucitan y
suben al cielo, no es extraño que Celso se indigne cuando los cristianos afirman que
Jesús es único. Asombra a Celso que los cristianos interpreten literalmente lo que
para él es obvio que son mitos y escribe:

¿Se basa vuestra creencia en el «hecho» de que este Jesús predijo que resucitaría después de su muerte?
¿En que vuestra historia incluye sus predicciones de triunfar sobre el sepulcro? Bien, así sea. Supongamos
de momento que predijo su resurrección. ¿No sabéis que son multitud los que han inventado cuentos
parecidos para llevar por mal camino a los ingenuos que los oyen? Dicen que Zamolix, el sirviente de
Pitágoras, convenció a los escitas de que había resucitado, después de pasar varios años escondido en una
cueva, ¿y qué me decís del propio Pitágoras en Italia, o de Fampsinito en Egipto? Veamos, ¿quién más?
¿Qué me decís de Orfeo entre los odrisios, de Protesilao en Tesalia y, sobre todo, de Heracles y Teseo?
Pero al margen de todas estas resurrecciones, debemos examinar con atención la resurrección del cuerpo
como posibilidad que se da a los mortales. Sin duda admitiréis francamente que estas historias son
leyendas, como me parece a mí, pero luego diréis que vuestra historia de resurrección, este apogeo de
vuestra tragedia, es creíble y noble.

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LA MADRE DE DIOS

Se dice que también María, la madre de Jesús, como su divino hijo, ascendió
corporalmente al cielo y se la venera como la «Madre de Dios». Del mismo modo,
Sémele, la madre mortal de Dioniso, sube después que él al cielo y es venerada como
inmortal al lado de su ilustre hijo.
María asume en el cristianismo muchos de los papeles de la diosa de los misterios
paganos llamada «Gran Madre». De hecho, la fiesta cristiana de la Asunción de la
Virgen, en agosto, ha desbancado a una antigua fiesta pagana en honor de una diosa.
Estatuas de la diosa egipcia Isis con el niño divino en brazos han sido los modelos de
muchas representaciones cristianas de María y el niño Jesús. Las citadas estatuas
egipcias se parecen tanto a las de María y el niño que a veces las han adorado
cristianos ignorantes. Al examinar estatuas de la virgen negra, que tanto se veneraban
en ciertas catedrales francesas durante la Edad Media, ¡se ha comprobado que eran
estatuas de Isis esculpidas en basalto!
Refiriéndose a la influencia: del culto de la diosa egipcia Isis en el cristianismo,
una autoridad en la materia escribe:

El ritual majestuoso, con sus sacerdotes rasurados y tonsurados, sus maitines y sus vísperas, su música
tintineante, su bautismo y sus aspersiones de agua bendita, sus solemnes procesiones, sus imágenes de la
diosa madre adornadas con joyas, se parecía mucho a la pompa y a las ceremonias del catolicismo. Y quizá
es a Isis en su posterior manifestación como protectora de los navegantes a quien la Virgen debe su
hermoso sobrenombre de Stella Maris, «Estrella del Mar», por el cual la adoran los marineros zarandeados
por la tempestad.

Según una tradición cristiana muy antigua, las primeras personas que vieron el
sepulcro vacío y a Cristo resucitado no fueron los discípulos, sino las seguidoras de
Jesús. En el final original del Evangelio de Marcos sólo María Magdalena; María, la
madre de Santiago, y Salomé ven a Jesús resucitado. El crítico pagano Celso
reconoce esta versión.
Otra antigua versión cristiana dice que las tres mujeres se llaman María: María
Magdalena, la compañera de Jesús, María, su madre, y María, la hermana de ésta. En
el Evangelio de Juan estas tres Marías aparecen al pie de la cruz. El hecho de que
haya tres Marías es una indicación clara de que estamos en territorio mitológico
antiguo: la diosa triple era una figura conocida en el mundo pagano. En Eleusis

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aparece como Deméter, Perséfone y Hécate. También la encontramos personificada
en las tres parcas, las tres cárites y las tres gracias.
Al igual que a Jesús, frecuentemente se asocia a Dioniso con tres seguidoras.
Cuando se fundaba un nuevo santuario dedicado a él, tres sacerdotisas, las ménades,
lo visitaban para establecer el culto. Cada una de las sacerdotisas reunía uno de los
tres coros de mujeres que ayudaban a celebrar los misterios. El Oinotropio eran tres
discípulas de Dioniso que, según se decía, podían transformar milagrosamente el
agua en vino en las fiestas del dios hombre. Entre las antiguas esculturas sagradas
más comunes están las representaciones de la cueva de Pan, en las cuales Hermes, el
mensajero de los dioses, lleva a tres mujeres a una cueva vacía, del mismo modo que
el ángel conduce a las tres Marías a la cueva vacía que era el sepulcro de Jesús.

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EL RENACIMIENTO ESPIRITUAL

Jesús nace de María en una cueva y, cuando resucita, sale de una cueva ante tres
mujeres que se llaman María. Estos temas míticos «circulares» eran importantes en
los misterios. En algunos mitos de Osiris-Dioniso, la resurrección y el renacimiento
milagrosos eran lo mismo. Tras morir sacrificado, renacía inmediatamente como niño
divino. Así, la cueva en la cual nace y es enterrado simboliza tanto el vientre como la
tumba. El autor cristiano Minucio Félix nos dice que en los misterios de Osiris los
sacerdotes representaban a Isis buscando a Osiris muerto, y que su triste búsqueda se
convertía luego en celebración al aparecer un niño pequeño que representaba al dios
hombre renacido; y comenta que: «Año tras año pierden lo que encuentran y
encuentran lo que pierden». La clave para comprender el mito de la resurrección,
tanto en los misterios como en la historia de Jesús, es el hecho de que, desde el punto
de vista místico, la muerte es renacimiento. Plutarco afirma que el objeto de
participar en la pasión de Dioniso era producir una palingenesia o «renacimiento».
Los iniciados en los misterios se sometían a lo que Lucio Apuleyo llama una «muerte
voluntaria» de la cual renacían espiritualmente. Del mismo modo que Jesús ofrece a
sus seguidores la oportunidad de «volver a nacer», Osiris es «el que hace que los
hombres y las mujeres nazcan por segunda vez» y «el que hace que los mortales
vuelvan a nacer».
Al «morir» para su yo inferior, el iniciado en los misterios también da a luz su yo
superior. Quizá por esto el hierofante, en los misterios eleusinos, bebía hiel, que se
daba a las mujeres que estaban de parto, y también por ello se ofreció hiel a Jesús en
la cruz.
En el Evangelio de Juan, Jesús hace una equiparación mística de la muerte y el
renacimiento cuando predice:

Dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver. En verdad, en verdad os digo que
lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en
gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz
al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo.

Morir para el yo inferior es renacer espiritualmente: ésta es la enseñanza secreta


fundamental que encierran de forma cifrada los mitos de Osiris-Dioniso. ¿Es posible
que la historia de Jesús sea también un mito que contiene, cifrada, la misma

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enseñanza espiritual imperecedera?

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CONCLUSIÓN

O bien el diablo ha perfeccionado realmente el arte de la imitación diabólica o hay


aquí un misterio que resolver. Repasemos los datos:

—Jesús es el salvador del género humano, Dios hecho hombre, el Hijo de Dios igual al Padre;
Osiris-Dioniso, también.
—Jesús nace de una virgen mortal que al morir asciende al cielo y es venerada como ser divino;
Osiris-Dioniso, también.
—Jesús nace en una cueva el 25 de diciembre o el 6 de enero, como Osiris-Dioniso.
—El nacimiento de Jesús lo profetiza una estrella; igual que el de Osiris-Dioniso.
—Jesús nace en Belén, ciudad a la que daba sombra un bosquecillo consagrado a Osiris-Dioniso.
—Jesús recibe la visita de los Magos, que son seguidores de Osiris-Dioniso.
—Los Magos llevan a Jesús presentes de oro, incienso y mirra, que, según un pagano del siglo VI a. n. e.,
es la manera de adorar a Dios.
—Jesús es bautizado, ritual que durante siglos se practicó en los misterios.
—El hombre santo que bautiza a Jesús con agua tiene el mismo nombre que un dios pagano del agua y
nace en el solsticio de verano que se celebra como fiesta pagana del agua.
—Jesús ofrece a sus seguidores bautismos con los elementos del agua, el aire y el fuego, como los
misterios paganos.
—Se presenta a Jesús como hombre tranquilo, de cabellos largos y barba; igual que Osiris-Dioniso.
—Jesús transforma el agua en vino en unas bodas el mismo día en que antes se creía que Osiris-Dioniso
había hecho lo mismo.
—Jesús cura a enfermos, exorciza demonios, multiplica milagrosamente los alimentos, ayuda a los
pescadores a hacer capturas milagrosas de peces y calma las aguas para sus discípulos: todas estas
maravillas las habían hecho anteriormente sabios paganos.
—Al igual que los sabios de los misterios, Jesús es un taumaturgo itinerante al que no se honra en su
ciudad natal.
—Jesús es acusado de conducta licenciosa, igual que los seguidores de Osiris-Dioniso.
—Al principio los discípulos no reconocen la divinidad de Jesús, pero luego Jesús se transfigura ante ellos
con toda su gloria; lo mismo ocurre en el caso de Osiris-Dioniso.
—Doce discípulos rodean a Jesús; igual que a Osiris-Dioniso.
—Jesús hace una entrada triunfal en la ciudad montado en un pollino mientras la multitud agita ramas,
como Osiris-Dioniso.
—Jesús es un hombre al que se acusa injustamente de herejía y que trae una religión nueva, igual que
Osiris-Dioniso.
—Jesús ataca a los hipócritas, planta cara a la tiranía, acepta de buen grado la muerte y predice que
resucitará a los tres días, como los sabios paganos.
—Jesús es traicionado a cambio de treinta monedas de plata, tema que se encuentra en la historia de
Sócrates.
—Jesús es equiparado con el pan y el vino, igual que Osiris-Dioniso.
—Los discípulos de Jesús comen pan y beben vino simbólica mente para comulgar con él, como los
seguidores de Osiris-Dioniso.
—Jesús es colgado en un árbol o crucificado, como Osiris-Dioniso.
—Jesús muere como sacrificio para redimir los pecados del mundo; Osiris-Dioniso, también.

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—El cadáver de Jesús es envuelto en un lienzo y ungido con mirra, igual que el de Osiris-Dioniso.
—Al morir, Jesús desciende al infierno. Al tercer día resucita ante sus discípulos y sube al cielo, donde es
entronizado por Dios y espera para volver a aparecer al final de los tiempos como juez divino, igual que
Osiris-Dioniso.
—Se decía que Jesús había muerto y resucitado exactamente en las mismas fechas en que se celebraban la
muerte y la resurrección de OsirisDioniso.
—Tres seguidoras de Jesús visitan su sepulcro vacío; Osiris-Dioniso también tiene tres seguidoras que
visitan una cueva vacía.
—Jesús ofrece a sus discípulos la oportunidad de volver a nacer si participan en su pasión, igual que
Osiris-Dioniso.

Una vez descartado el argumento de la «imitación diabólica», como debe descartarlo


toda persona cuerda, ¿cómo se explican estas semejanzas extraordinarias entre el
mito pagano y la historia de Jesús?
La primera posibilidad que hemos examinado es que la verdadera biografía de
Jesús se recubriera de mitología pagana en una fecha posterior. Es una idea común
que suele proponerse para explicar los aspectos de la historia de Jesús que resultan
claramente míticos, tales como el nacimiento virginal. Pero encontramos tantas
coincidencias entre los mitos de Osiris-Dioniso y la supuesta «biografía» de Jesús
que esta teoría nos pareció inadecuada. Si todos los elementos de la historia de Jesús
que habían prefigurado los mitos paganos se añadieron más adelante, ¿qué queda del
Jesús «verdadero»? Si esta teoría es cierta, entonces el Jesús que conocemos es un
mito y el hombre histórico ha sido eclipsado por completo.
La otra posibilidad que se nos ocurrió es más radical y estimulante. ¿Podemos
suponer que la historia de Jesús es en realidad otra versión del mito de Osiris-Dioniso
? Si no nos hubieran educado en una cultura cristiana, ¿habríamos interpretado alguna
vez las historias increíbles de los evangelios como hechos verdaderos en vez de mitos
profundos? Nadie cree que los mitos de Osiris-Dioniso sean literalmente ciertos, así
que, ¿por qué íbamos a interpretar como hechos históricos los mismos
acontecimientos relatados en un marco judío?
Sin saber a ciencia cierta qué creer, volvimos la atención a las enseñanzas
espirituales de Jesús y nos preguntamos si podríamos ver en ellas al hombre que
había detrás del mito.

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PLATONISMO PERFECCIONADO

Muchas de las ideas de los cristianos las han expresado mejor —y antes— los griegos.
Detrás de estos puntos de vista hay una doctrina antigua que ha existido desde el
principio.

CELSO

Del mismo modo que a ojos de los críticos paganos del cristianismo la historia de
Jesús era una adaptación del mito de Osiris-Dioniso, también las enseñanzas
cristianas les parecían una copia mala de la antigua y eterna filosofía de los misterios
paganos. Celso escribe estas palabras de desdén sobre el cristianismo: «Hablemos de
su corrupción sistemática de la verdad, su mala interpretación de algunos principios
filosóficos bastante sencillos […] que, por supuesto, estropean por completo».
La mayoría de los primeros intelectuales cristianos se habían educado en la
filosofía pagana y eran muy conscientes de las profundas semejanzas de ésta con sus
propias doctrinas. Clemente de Alejandría opinaba que los evangelios eran
«platonismo perfeccionado». Justino Mártir dice que Heráclito, Sócrates y otros
filósofos griegos son cristianos anteriores a Cristo. Sin embargo, no llega a reconocer
una herencia espiritual en común. Justino piensa que las similitudes son, una vez más,
fruto de una «imitación diabólica» que impide a los necios ver las diferencias
esenciales entre el cristianismo y el paganismo, y escribe:

En cuanto a mí, al descubrir los perversos disfraces con que los malos espíritus habían envuelto las
doctrinas divinas de los cristianos, para impedir que otros las abrazasen, me reí tanto de los que
formularon estas falsedades como del disfraz mismo y de la opinión popular; no porque las enseñanzas de
Platón sean diferentes de las de Cristo, sino porque no son parecidas en todos los sentidos, como tampoco
lo son las de los estoicos, los poetas y los historiadores.

Con todo, los paganos persistían tanto en acusar al cristianismo de tomar cosas

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prestadas de Platón que san Ambrosio escribió un tratado para confutarlos. No negó
las similitudes, pero para explicadas afirmó ¡que Platón plagió a Moisés! Basándose
en una cronología falsa que el obispo Eusebio creó en el siglo IV, Agustín formuló
una idea igualmente absurda, a saber: que Platón copió al profeta judío Jeremías:

¿No demostró el ilustre obispo que Platón hizo un viaje a Egipto en la época en que el profeta Jeremías
estaba allí, y demostró que es mucho más probable que Platón se iniciara en nuestra literatura por medio
de Jeremías? Y por tanto, cuando reflexionamos sobre las fechas, resulta mucho más probable que aquellos
filósofos aprendieran lo que decían que era bueno y verdadero de nuestra literatura, que el señor Jesucristo
aprendiera de los escritos de Platón. Creer esto último es el colmo de la necedad.

Justino Mártir llegó al extremo de negar que los paganos tuvieran algún derecho a sus
propios profetas ¡y se apropió de la sabiduría de los filósofos antiguos para el
cristianismo! Así, escribe: «Las cosas acertadas que dijeron todos los maestros son
propiedad de nosotros los cristianos». Más adelante, siguiendo esta tradición, san
Agustín declaró:

Si aquellos a los que llaman filósofos, y especialmente los platónicos, han dicho algo que sea verdad y esté
en armonía con la fe, no sólo no debemos retroceder ante ello, sino tomado para nuestro propio uso de
aquellos que lo poseen de manera ilegítima.

¿Por qué se sienten estos cristianos obligados a adoptar argumentos tan enrevesados
como única forma de ofrecer resistencia a las acusaciones de plagio que les lanzaban
los paganos? ¿Son realmente tan parecidas las enseñanzas de Jesús y la sabiduría de
los misterios? Vamos a verlo.

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LA PUREZA MORAL

Los cristianos estaban muy orgullosos de sus elevadas doctrinas morales. En


cambio, era frecuente que presentasen los misterios como una muestra de
degeneración moral, lo cual es una tremenda tontería. El iniciado Diodoro de Sicilia
escribe: «Se dice que los que han participado en los misterios se vuelven más
piadosos, más rectos y mejores que antes en todos los aspectos». Un iniciado de
Sabacio anuncia después de la ceremonia: «Me he librado del mal, he encontrado el
bien». Sopatros nos dice: «Gracias a la iniciación estaré completamente preparado
para todas las exigencias morales». Jámblico hace referencia a la pompa de los
misterios y escribe: «Estos espectáculos que se dan en los misterios tenían por objeto
ser agradables a la vista para liberamos de las pasiones licenciosas a la vez que
vencían todos los malos pensamientos por medio de la impresionante santidad que
acompañaba a estos ritos».
La iniciación en los misterios se consideraba una fuente de purificación moral y
una preparación para la muerte. Aristófanes declara: «Todos los que participaban en
los misterios llevaban una vida inocente, tranquila y santa; morían buscando la luz de
los Campos Elíseos». Porfirio añade: «En el momento de la muerte el alma tiene que
estar como está en los misterios: libre de toda mancha, pasión, envidia o ira». Celso
nos dice que la iniciación era sólo para «quien se haya purificado de toda corrupción
y tenga un alma que no conozca ningún mal» y que «Nadie debe acercarse a menos
que sea consciente de su inocencia». Jesús enseñaba a sus seguidores a esforzarse por
alcanzar la pureza moral, no sólo en los hechos, sino incluso en el pensamiento. El
Padre de la Iglesia Clemente de Alejandría escribe: «El que quiera entrar en el
santuario debe ser puro, y la pureza es pensar cosas santas». Pero las palabras de
Clemente son un eco de la antigua inscripción que había en el santuario de Asclepio y
que también decía: «La pureza es pensar sólo pensamientos santos». De modo
parecido, en los dichos del sabio pagano Sexto leemos: «No penséis siquiera en lo
que no deseáis que Dios sepa». Escribe Celso: «Lo que realmente debería ocupar
vuestro pensamiento, día y noche, es el Bien: en público y en privado, en todas las
palabras y todos los hechos, y en el silencio de la reflexión».
Los filósofos estoicos fueron los autores de la idea de la «conciencia» que heredó
el cristianismo. «Conciencia» significa «con conocimiento». Los sabios paganos

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afirmaban que escuchar a tu conciencia era seguir el conocimiento espiritual interior
o gnosis que poseía el yo superior. Los seguidores de Pitágoras estaban obligados a
recordar cada noche todos los acontecimientos del día y a juzgarse a sí mismos
moralmente desde el punto de vista de su yo superior. Para describir su esfuerzo
constante en pos de la perfección moral, el iniciado Séneca emplea un lenguaje
sencillo y llano que podría ser el de un cristiano de nuestro tiempo:

Todos los días presento mis argumentos ante mí mismo. Cuando se extingue la luz y mi esposa, que
conoce mi costumbre, guarda silencio, examino el día que ha pasado, reviso y sopeso todos mis hechos y
palabras. No escondo nada. No omito nada: ¿Por qué iba a titubear al hacer frente a mis limitaciones
cuando puedo decir: «Ten cuidado de no repetirlas, y también hoy te perdono»?.

La necesidad de confesar los pecados era una de las enseñanzas de Jesús y es todavía
un elemento esencial del cristianismo. No obstante, esta idea distaba mucho de ser
nueva. Los iniciados en los misterios eran requeridos a purificarse confesando en
público todos sus defectos y malas acciones. En los misterios de Eleusis, el sacerdote
pedía al iniciado que confesase la peor acción que hubiera cometido en su vida. No
era una formalidad vacía, sino un acto verdaderamente piadoso. El despótico
emperador romano Nerón decidió no iniciarse en los misterios al darse cuenta de que
tendría que reconocer francamente que había asesinado a su madre. Hasta un tirano
prefería hacer el ridículo de este modo a mentir ante la institución más sagrada del
mundo antiguo. Un estudioso de los clásicos escribe que los misterios «se anticiparon
al catolicismo al instituir la confesión —aunque menos rígida— con los elementos de
un sistema penitencial y la absolución para los devotos intranquilos. Los sacerdotes
representaban al dios mistérico e imponían la confesión auricular». En 1500 a. n. e.
ya se encuentra en el Libro de los muertos egipcio una «Confesión Negativa» de los
males que la persona había evitado cometer.
Los cristianos, como hemos visto, afirmaban que los misterios representaban la
degeneración moral, pero los indicios muestran claramente que la iniciación estaba
concebida para la regeneración moral.
Pese a ello, los misterios paganos, como es natural, estaban tan expuestos a la
hipocresía y al abuso como cualquier otra religión. El pitagórico judío Filón se queja
diciendo: «Con frecuencia no se inicia a hombres buenos, sino a ladrones y asesinos,
y a mujeres lascivas, si pagan con dinero a los iniciadores y a los hierofantes». Pero
un estudioso moderno comenta: «Los pasajes de este tipo demuestran que existían
abusos, pero también que se consideraba un escándalo si la persona iniciada no daba
señales de ninguna mejora moral».

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EL AMOR

A diferencia del tradicional Dios de la justicia judío, Jesús predica un concepto


nuevo y revolucionario, el de un Dios de amor. El primer mandamiento de Jesús, el
mandamiento fundamental, dice que sus seguidores deben amar a Dios, y hoy día
tener una relación de amor personal con Dios es uno de los pilares del cristianismo.
También lo era en los misterios. Un estudioso actual escribe:

Si tuviera que destacar un rasgo primordial que distinguiese todos los cultos mistéricos de otras religiones
de la época, escogería la búsqueda de una relación personal con sus dioses. Por consiguiente, la actitud de
sus devotos ante los dioses era de amor en vez de temor o manipulación indiferente. Parece que el motivo
de gran parte de la religión primitiva era librarse de los dioses y, por las buenas o por las malas, impedirles
que importunasen al género humano. Para las religiones mistéricas el motivo es el contrario: acercarse más
a ellos, reconocerlos como los mejores amigos del hombre.

El sentimiento cristiano del «amor fraternal» era también un rasgo de los misterios
seis siglos antes de que hubiera cristianos. A los iniciados en Eleusis les llamaban
adelphoi, que quiere decir «hermanos». Un philadelphian era alguien que practicaba
el «amor fraternal». También los seguidores de Mitra eran llamados «hermanos». Los
adeptos a los misterios de Júpiter Doliqueno recibían el nombre de fratres carissimos,
o «hermanos amadísimos».
Con todo, Jesús enseñaba a sus seguidores no sólo a amar a sus hermanos
cristianos, sino también a todos sus semejantes. En el Evangelio de Mateo ordena a
sus seguidores: «Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también
vosotros a ellos». Pero esta enseñanza tampoco era nueva. Es un precepto eterno y
ubicuo que se encuentra en casi todas las tradiciones religiosas. Entre los dichos del
filósofo pagano Sexto encontramos: «Lo que desees que tu prójimo sea contigo, lo
mismo debes ser tú con tu prójimo».
Pero Jesús va más lejos y enseña que debemos amar incluso a nuestros enemigos
y perdonar a quienes nos hacen daño: «Al que te abofetee en la mejilla derecha,
ofrécele también la otra». Estas hermosas y profundas enseñanzas suelen considerarse
una revolución espiritual que sustituye al antiguo «ojo por ojo» de la ley judía. Eran
en verdad una desviación radical respecto de lo que sentían los judíos, ¡pero los
iniciados en los antiguos misterios paganos las conocían muy bien! En Los dichos de
Sexto el Pitagórico, encontramos las mismas enseñanzas: «Desearás la posibilidad de

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beneficiar a tus enemigos». El propio Pitágoras decía que aunque fueras maltratado,
no debías defenderte.
De modo parecido, Epicteto escribe: «Ésta es la manera de actuar del filósofo; ser
azotado como un asno y amar a quienes le azotan, ser padre y hermano de toda la
humanidad». Pero el ejemplo más famoso en el mundo antiguo era el de Sócrates,
que había expresado estas enseñanzas (de las cuales dejó constancia su discípulo
Platón). Escribe Celso: «Los cristianos tenéis un dicho que es más o menos así: “No
ofrezcas resistencia a un hombre que te insulte; aunque te golpee, ofrécele la otra
mejilla también”. No es nada nuevo, y otros lo han expresado mejor, especialmente
Platón».
En uno de los diálogos de Platón, Sócrates hace que Critón llegue paso a paso
exactamente a la misma comprensión profunda que quinientos años más tarde
aparece en los evangelios. Hemos seleccionado el fragmento en que Sócrates está a
punto de alcanzar su conclusión:

SÓCRATES: Entonces, ¿nunca debemos ser injustos?


CRITÓN: Nunca.
¿Y ni siquiera debemos tratar de vengar la injusticia que nos hayan hecho,
SÓCRATES:
como haría la mayoría, porque nunca debemos ser injustos?
CRITÓN: Así parece.
SÓCRATES: Así pues, ¿debemos hacer daño o no, Critón?
CRITÓN: No, Sócrates.
SÓCRATES: Bien, ¿es justo o injusto devolver daño por daño?
CRITÓN: Pienso que es injusto.
SÓCRATES: ¿Porque hacer daño a los hombres no es diferente de ser injustos?
CRITÓN: Exactamente.
Así pues, nunca debemos vengamos y nunca debemos hacer daño a nadie,
SÓCRATES:
aunque nos hayan hecho daño.

Sócrates concluye diciendo: «Nunca está bien ser injustos y nunca está bien vengarse;
y tampoco está bien hacer daño, o en el caso de alguien que haya sufrido algún daño,
tratar de desquitarse».
Celso comenta cáusticamente: «Ésta era la opinión de Platón y, como dice él, no
era nueva para él, sino que la pronunciaron hombres inspirados mucho antes que él.
Lo que he dicho sobre ello puede servir, la parte por el todo, como ejemplo de la
clase de ideas que mutilan los cristianos».
Los grandes sabios de los misterios incluso ampliaron su ética del amor universal
para dar cabida en ella a los animales. Aunque en algunas religiones mistéricas se

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sacrificaban animales, Pitágoras era vegetariano y Empédocles evocaba una edad de
oro «en que ningún altar era mojado por la impía matanza de toros». Los sabios
paganos iluminados, al igual que los maestros iluminados de toda tradición religiosa,
se esforzaban constantemente por apartar a los iniciados de prácticas desfasadas y
hacerles comprender el significado espiritual de sus ritos. Un estudioso actual de los
clásicos dice que los misterios de Orfeo «impusieron —quizá por primera vez en el
mundo occidental— una elevada ética de pureza y costumbres incruentas». Y añade:

Los órficos y los pitagóricos fueron verdaderamente los primeros cristianos en el sentido ético de la
palabra, y unos cuantos cristianos como san Francisco hicieron extensiva su compasión al reino animal,
como los pitagóricos.

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LA HUMILDAD Y LA POBREZA

Jesús enseña a sus seguidores a emular su humildad y su pobreza. Ordena a sus


discípulos que salgan a predicar y les dice:

Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad
leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla
en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón.

Al cumplir esta orden, sus seguidores no se distinguían de los filósofos cínicos


paganos, que iban de un lugar a otro impartiendo enseñanzas espirituales. Un
estudioso moderno escribe:

Uno de los espectáculos habituales en el siglo I del Imperio romano era el que ofrecían los cínicos con sus
toscas capas, sus bolsas para limosnas y sus palos de espino: Solían ir de ciudad en ciudad predicando a la
gente y repitiendo sus perogrulladas. Al igual que los cínicos, cuando los apóstoles salieron a predicar el
evangelio también viajaban de un sitio a otro casi sin equipaje.

Tanto los cínicos como los primitivos cristianos vestían prendas rudas y llamaban a
su religión «el Camino». Para describir a un cínico, Epicteto utiliza palabras que
podrían aplicarse igualmente a Jesús y sus discípulos:

Es un heraldo que Dios ha enviado a los hombres y que declara la verdad sobre las cosas buenas y las
malas; que los hombres han errado y buscan la realidad del bien y del mal donde no está; y donde está no
la ven. Luego, si hace falta, tiene que ser capaz de apasionarse, como en el escenario de la tragedia, y
pronunciar estas palabras de Sócrates: «Oh, hombres, ¿adónde os habéis ido? ¿Qué hacéis? ¡Oh,
desdichados! Como ciegos vais arriba y abajo. Os habéis apartado del camino verdadero y vais por otro
que es falso; buscáis la paz y la felicidad donde no están, y si alguien os enseña donde está, no le creéis».

Celso opina que la humildad cristiana es una copia impuesta de la humildad


voluntaria de los sabios paganos. Clama con indignación:

Como es natural, subrayan la virtud de la humildad, ¡que en su caso es hacer de la necesidad virtud! ¡Aquí
vuelven a prostituir las nobles ideas de Platón! No sólo interpretan mal las palabras de los filósofos;
incluso se rebajan a atribuir a su Jesús palabras que pronunciaron los filósofos. Por ejemplo, nos dicen que
Jesús juzgó a los ricos con estas palabras: «Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que
el que un rico entre en el Reino de los Cielos». Sin embargo, sabemos que Platón expresó esta misma idea
de forma más pura al decir: «Es imposible que un hombre excepcionalmente bueno sea excepcionalmente
rico». ¿Es una afirmación más inspirada que la otra?

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Celso tiene razón al criticar a los cristianos porque afirmaban que las enseñanzas de
Jesús eran originales y distintivas. Jesús predica: «Haceos […] un tesoro inagotable
en los cielos […] donde no llega el ladrón, ni la polilla». De modo parecido, Sexto
exhorta: «Poseed las cosas que nadie os puede quitar».
Jesús es el rey del mundo porque es sabio y no porque sea poderoso. Una máxima
popular de los estoicos decía: «El único rey verdadero es el hombre sabio».
Jesús aconseja: «Velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la
casa […] No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos».
Epicteto escribe: «No os alejéis del barco en ningún momento, no fuera el capitán
a llamaros cuando no estéis preparados».
Jesús dice: «Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no
entrará en él». Heráclito escribe: «El reino pertenece al niño».
Jesús pregunta: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios».
Cuatro siglos antes Platón había definido a Dios como «el Bien», cualidad que, por
definición, sólo Dios podía manifestar plenamente. De manera parecida a Jesús,
Pitágoras se había negado a que le llamaran sabio y había explicado que nadie es
sabio excepto Dios; Pitágoras prefería llamarse a sí mismo «amante de la sabiduría» o
«filósofo», término que fue la primera persona en usar.

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EL CIELO Y EL INFIERNO

Cuando los misterios se introdujeron por primera vez en Europa desde Egipto, el
concepto de otra vida era una doctrina nueva y herética para los griegos. El concepto
de cielo e infierno tampoco se encuentra en el Antiguo Testamento, pero es una idea
fundamental en los evangelios. ¿De dónde procedían estos conceptos? Exactamente
igual que en la antigua Grecia, estas nuevas ideas las introdujeron los misterios.
El cristianismo ofrece a sus adeptos el consuelo de otra vida en el cielo, al tiempo
que amenaza a los perversos y a los no creyentes con los tormentos del infierno.
Escribe Sófocles: «¡Qué triple bendición reciben los mortales que, habiendo
contemplado estos misterios, parten para la casa de la Muerte! Pues sólo a ellos se les
otorga vida allí: sobre los demás caen todos los males».
A raíz de la muerte de su querida hijita Timoxena, Plutarco escribió una hermosa
carta de consuelo a su esposa en la cual la instaba a recordar «los símbolos místicos
de los ritos de Dioniso» que le impedirían pensar que «el alma no experimenta nada
después de la muerte y deja de ser». Plutarco confía en que por medio de «la
experiencia que compartimos de las revelaciones de Dioniso», él y su esposa «sepan
que el alma es indestructible» y que en la otra vida es como un pájaro liberado de su
jaula.
Una inscripción afirma que los iniciados en los misterios, como los fieles
cristianos, «renacen en la eternidad». La inscripción fúnebre de un hierofante nos
dice que ahora sabe que «la muerte no es un mal, sino algo bueno». Escribe Glauco:
«Hermoso es en verdad el misterio que nos dan los benditos dioses: la muerte ya no
es para los mortales un mal, sino una bendición». Un sacerdote de los misterios de
Orfeo llamado Felipe predicaba con tanto entusiasmo sobre la dicha absoluta que
esperaba a los iniciados en el cielo «¡que un gracioso le preguntó por qué no se
apresuraba a morir para gozar de ella en persona!». San Agustín se queja de que los
misterios «¡prometen vida eterna a cualquiera!». No obstante, los misterios sólo
prometían salvación eterna a los iniciados, del mismo modo que el cristianismo sólo
promete vida eterna a los cristianos. Un himno advierte:

Bienaventurado aquel que haya visto esto entre los hombres terrenales; pero aquel que no está iniciado en
los ritos sagrados y no participa de ellos, nunca corre la misma suerte en la turbia oscuridad una vez
muerto.

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Los misterios de Orfeo eran famosos en el mundo antiguo por sus vívidas
descripciones de los tormentos que aguardan a los malhechores en la otra vida. Como
nos dice una moderna autoridad en la materia: «Los órficos crearon la idea cristiana
del purgatorio». De hecho, el estudioso Franz Cumont ha demostrado que las vívidas
descripciones de la felicidad de los bienaventurados y los sufrimientos de los
pecadores que se encuentran en los libros órficos fueron adoptadas en los Libros de
Esdras de los judíos, que fueron escritos en el siglo I d. n. e. y se incluyeron entre las
Escrituras apócrifas en algunas versiones del Nuevo Testamento. San Ambrosio
amplió luego estos conceptos paganos de la otra vida, que de esta manera se
convirtieron en la imaginería clásica del catolicismo.
No es extraño, pues, que al encontrar pasajes de Platón que hablaban del castigo
de las almas en el Tártaro, el infierno griego, los primitivos cristianos no se
explicaran cómo los paganos habían podido anticiparse a su propia doctrina del fuego
del infierno. En el Fedón, por ejemplo, Platón describe «un lago enorme lleno de
fuego […] hervidero de agua y fango». En el Apocalipsis de Pedro, escritura cristiana
no canónica, vemos que el mismo destino aguarda en los infiernos a los pecadores,
que se verán atrapados en «un enorme lago lleno de fango llameante».
Celso está seguro de que los conceptos cristianos de cielo e infierno toman
muchas cosas de los misterios y escribe:

Ahora los cristianos rezan para que después de los trabajos y las luchas de aquí abajo puedan entrar en el
reino del cielo, y están de acuerdo con los antiguos sistemas según los cuales hay siete cielos y el camino
del alma pasa por los planetas. Que su sistema se basa en enseñanzas muy antiguas puede verse en
creencias parecidas que forman parte de los antiguos misterios persas asociados con el culto de Mitra.

En efecto, los misterios de Mitra, como el cristianismo, hablaban de los terrores que
esperaban a los condenados en las entrañas de la Tierra y de los placeres que los
bienaventurados encontrarían en el paraíso celestial. La creencia en un séptimo cielo
no forma parte del cristianismo moderno, pero era común entre los primitivos
cristianos y san Pablo la menciona y dice de sí mismo que fue «arrebatado hasta el
tercer cielo».
El entusiasmo cristiano por los sufrimientos de los condenados en el infierno
recuerda a Celso a los iniciados más supersticiosos de los misterios de Baco:

Los cristianos parlotean día y noche, de manera impía y sucia, acerca de Dios; llenan de temor reverencial
a los analfabetos con sus falsas descripciones de los castigos que aguardan a los pecadores. Se comportan
así como los guardianes de los misterios báquicos.

Los sabios más instruidos en los misterios pensaban que semejantes horrores no eran
más que historias destinadas a fomentar una conducta moral mejor. Plutarco dice de
los terrores de los infiernos que son un «mito edificante». El filósofo cristiano
Orígenes también arguyó que los terrores del infierno no eran literalmente
verdaderos, pero que debían difundirse con el fin de asustar a los creyentes más

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sencillos.
Tanto los sabios paganos como Orígenes creían en la reencarnación. El cielo y el
infierno se consideraban estados temporales de recompensa y castigo a los que seguía
otra encarnación humana. La vida y la muerte eran partes de un proceso «circular»
recurrente, en lugar de ser acontecimientos excepcionales que llevaban a la
recompensa o la condenación eterna. El infierno era una experiencia purgatoria que
conducía a una ulterior experiencia humana mediante la cual todas las almas podían
regresar a Dios.
Con todo, después de morir Orígenes la Iglesia católica romana lo condenó por
hereje, toda vez que creía compasivamente que al final todas las almas serían
redimidas. La Iglesia romana exigía a todos los cristianos que creyeran que algunas
almas sufrirían eternamente en el infierno, mientras que los fieles disfrutarían de la
salvación eterna. Es la única creencia sobre la otra vida que Celso considera distintiva
del cristianismo. Escribe:

Ahora os preguntaréis cómo hombres con creencias tan desesperadas pueden persuadir a otros a engrosar
sus filas. Los cristianos usan diversos métodos de persuasión, e inventan varios incentivos aterradores.
Sobre todo, han tramado una doctrina absolutamente ofensiva que habla del castigo y la recompensa
eternos y supera cualquier cosa que los filósofos (que nunca han negado el castigo de los perversos ni la
recompensa de los bienaventurados) hubieran podido imaginar.

La Iglesia romana también enseñaba que al llegar el día del Juicio Final, un
apocalipsis de fuego consumiría a todos los no cristianos al tiempo que los fieles
resucitarían físicamente. Celso, horrorizado, escribe:

Es igualmente estúpido que estos cristianos supongan que cuando su dios emplee el fuego (¡como una
vulgar cocinera!) el resto de la humanidad será asado por completo, y que sólo ellos se librarán de
quemarse. No sólo los que estén vivos en aquel momento, por supuesto, sino que, según ellos, los que
murieron hace mucho tiempo saldrán de la tierra y sus cuerpos serán los mismos cuerpos que tenían antes.
Yo os pregunto: ¿No es esta esperanza propia de los gusanos? Porque, ¿a qué clase de alma humana puede
interesarle un cadáver putrefacto? El hecho mismo de que algunos judíos y hasta algunos cristianos
rechacen esta enseñanza sobre cadáveres que salen de los sepulcros demuestra hasta qué punto es
repulsiva; es sencillamente nauseabundo e imposible. Lo que quiero decir es: ¿qué clase de cuerpo podría
volver a su naturaleza original o ser lo que era antes de pudrirse? Y, desde luego, no tienen respuesta para
esto, y, como en la mayoría de los casos donde no hay respuesta, se cubren las espaldas diciendo: «Nada es
imposible para Dios».

No obstante, incluso esta doctrina cristiana más bien rara sobre el apocalipsis y la
resurrección física está prefigurada en los misterios de Mitra. Esta tradición mistérica
en particular enseñaba que al final de la era actual Dios destruiría el mundo.
Entonces, al igual que en la «segunda venida» de Jesús, Mitra volvería a descender a
la Tierra y sacaría a los muertos de las tumbas. Según el Evangelio de Mateo, al fin
de los tiempos el hijo del hombre separará a los buenos de los malos, como un pastor
que separase las ovejas de las cabras, y salvará a los unos y condenará a los otros. De
modo parecido, los seguidores de Mitra creían que al fin de los tiempos la humanidad
formaría una gran asamblea y los buenos serían separados de los malos. Finalmente,

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creían que Dios escucharía las plegarias de los «hermosos» y haría caer de los cielos
un fuego devorador que aniquilaría a todos los perversos. Del mismo modo que el
apocalipsis cristiano señala la derrota final del diablo a manos de Cristo, también en
el mitraísmo el Espíritu de las Tinieblas y sus demonios impuros perecerán en la gran
conflagración, y el universo rejuvenecido gozará eternamente de felicidad.

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LA NUEVA ERA

En el Evangelio de Mateo, Jesús predice el apocalipsis que se avecina y el


nacimiento de una nueva era diciendo: «Pues se levantará nación contra nación y
reino contra reino, y habrá en diversos lugares hambre y terremotos. Todo esto será el
comienzo de los dolores de alumbramiento de la nueva era».
Basándose en su conocimiento de la astronomía, los paganos también esperaban
una nueva era. Los antiguos creían que aproximadamente cada dos mil años entramos
en un nuevo «gran mes» astrológico. Ellos mismos vivían en el gran mes de Aries,
que empezó alrededor de 2000 a. n. e. El carnero era el símbolo de la era de Aries, de
ahí que con frecuencia se representase a Dioniso con cuernos de dicho animal. La
nueva era de Piscis empezó alrededor de 145 a. n. e. y en la actualidad está
cambiando para dar paso a otra nueva era, el gran mes de Acuario.
El símbolo de Piscis es el pez y los cristianos obviamente veían su fe como una
nueva religión para esta nueva era. El símbolo que más comúnmente se utilizaba para
representar el cristianismo era el del pez, la vesica piscis pitagórica, de la que ya
hemos hablado. Los apóstoles eran apodados «pescadores de hombres». Los
primitivos cristianos se llamaban a sí mismos «pececillos». Los primeros cristianos
usaban la palabra griega «icthys», que significa «pez», como nombre cifrado de
«Jesús». Este nombre se consideraba acrónimo de «Jesucristo, Hijo de Dios,
Salvador». El gran portavoz de la ortodoxia cristiana, Tertuliano, escribe: «Pero
nosotros, los cristianos, somos pececillos que siguen el ejemplo de nuestro gran Pez
(icthys) Jesucristo, nacido en el agua». Con todo, ¡desde hacía siglos Icthys era el
nombre griego de Adonis, el dios hombre de los misterios sirios!
Al empezar la era de Piscis, su signo contrario en el zodíaco, Virgo, la Virgen, se
hallaba en el horizonte occidental. La mitología pagana, por tanto, esperaba que el
salvador de la era de Piscis naciera de una virgen. En el siglo I a. n. e. el poeta e
iniciado romano Virgilio predijo un nacimiento milagroso de esta clase (repitiendo,
según se dice, la profecía de una sacerdotisa de un oráculo pagano, la llamada sibila):

Hemos llegado a la última fase del canto de la sibila. El tiempo ha concebido y la gran secuencia de las
eras empieza de nuevo. Justicia, la Virgen, vuelve para morar con nosotros. El primogénito de la nueva era
ya ha partido del alto cielo para bajar a la Tierra. Con él terminará la raza de hierro y el hombre de oro
heredará todo el mundo. Recibid con sonrisas el nacimiento del bebé. Va a nacer esta era gloriosa. El buey
no temerá al león. Vuestra cuna se adornará con flores que os acariciarán. Entrad, pues la hora está cerca.

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¡Ved cómo toda la creación se alegra de la era que va a nacer! Empieza, pues, muchachito a saludar a tu
madre con una sonrisa.

Esta profecía, que tanto recuerda la historia del nacimiento de Jesús y la promesa
cristiana de que el cordero y el león yacerán juntos, fue interpretada por los cristianos
como un aviso de la llegada de Jesús. De hecho, Virgilio se refería a la creencia, muy
extendida entre los paganos, de que la inminente era de Piscis anunciaría un nuevo
principio para la humanidad, y el niño divino era Osiris-Dioniso.
Los antiguos creían que una nueva era empezaba con la destrucción de la era
anterior. El gran mes de Tauro tiene por símbolo un toro. Actualmente los estudiosos
piensan que los retablos en los que aparece Mitra dando muerte a un toro son en
realidad mapas astrales que representan el fin de la era de Tauro. El siguiente gran
mes, el de Aries, lo simboliza un carnero. ¿Es coincidencia que el fin de esta gran era
lo señalen de forma parecida representaciones de la muerte de Jesús, el «cordero de
Dios»?
En Persia los adeptos de los misterios de Mitra creían que un apocalipsis
delimitaba todos los grandes meses: en un extremo una inundación y en el otro el
fuego. También los griegos hablaban de una inundación terrible pero purificadora, la
que forma parte del mito de Deucalión. Los primitivos cristianos recordaban
igualmente una purificación por medio de agua, el diluvio de Noé, y esperaban otra
por medio de fuego, la del apocalipsis. No es extraño, pues, que Celso considere que
esta visión cristiana es un nuevo plagio de las antiguas enseñanzas paganas:

Postulan, por ejemplo, que su mesías volverá como conquistador en las nubes, y que hará llover fuego
sobre la tierra en su batalla con los príncipes del aire, y que el fuego consumirá a todo el mundo, con la
excepción de los cristianos creyentes. Una idea interesante, y poco original. La idea procedía de los
griegos y de otros, a saber: que después de ciclos de años y debido a las conjunciones fortuitas de ciertos
astros se producen conflagraciones e inundaciones, y que después de la última inundación, en la época de
Deucalión, el ciclo exige una conflagración de acuerdo con la alternancia del universo. Por eso algunos
cristianos piensan neciamente que Dios bajará y hará que llueva fuego sobre la Tierra.

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UN DIOS ÚNICO

El paganismo se incluye tradicionalmente entre las religiones «politeístas» porque


sus adeptos creían en muchos dioses. En cambio, el cristianismo se considera una
religión «monoteísta» porque sus fieles creen en un único Dios. En su implacable
campaña contra el paganismo, los cristianos han presentado el supuesto «politeísmo»
de los paganos como idolatría primitiva. Pero esto equivale a tergiversar por
completo la sublime comprensión filosófica de Dios que tenían los sabios de los
antiguos misterios.
Quinientos años antes de Cristo, Jenófanes ya había escrito: «Hay un Dios único,
siempre quieto y en reposo, que mueve todas las cosas con sus pensamientos». Al
legendario sabio egipcio Hermes Trismegisto se le atribuye la siguiente enseñanza:
«¿Pensáis que hay muchos dioses? Eso es absurdo […] Dios es único». El sabio
pagano Máximo de Tiro, que escribió más o menos en la época en que los cristianos
empezaban a predicar su doctrina supuestamente antipagana de un Dios único,
declaró: «La única doctrina en la que todo el mundo coincide es la que dice que un
Dios único es rey de todo y padre».
Ni siquiera Justino Mártir pudo negar que Pitágoras había predicado la doctrina
de un Dios único. Cita las palabras del propio Pitágoras:

Dios es único; y él mismo no existe, como suponen algunos, fuera del mundo, sino en él, estando del todo
presente en el círculo entero, y contemplando todas las generaciones, siendo el ingrediente regulador de
todas las eras, y el administrador de sus propios poderes y obras, el primer principio de todas las cosas, la
luz del cielo, y padre de todo, la inteligencia y alma animadora del universo, el movimiento de todas las
órbitas.

Esta idea ni tan sólo era nueva en tiempos de Pitágoras, sino que había existido
durante miles de años entre los antiguos egipcios, que hablaban de un inefable Dios
único que no podía representarse en piedra. En los misterios egipcios, Os iris
representa este Ser supremo y fue proclamado «Heredero del mundo y Dios Único».
Las inscripciones egipcias revelan el gran parecido que existe, de hecho, entre el
concepto de Dios de los paganos y el de los cristianos:

Dios es Uno solo,


y ningún otro existe con Él.
Dios es el Único que ha hecho todas las cosas.

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Dios es desde el principio,
y Él ha sido desde el principio.
Él existía cuando no existía nada más,
y lo que existe
Él lo creó después de empezar Él a ser.
Él es el padre de los principios.

El dios egipcio Amón era llamado «el Uno de Uno». El gran egiptólogo Wallis Budge
comenta:

Se dice también que «no tiene segundo» y, por tanto, no cabe ninguna duda de que cuando los egipcios
declararon que su Dios era Único, y que no tenía segundo, querían decir exactamente lo mismo que los
hebreos y los árabes cuando declaraban que su Dios era Único. Este Dios era un Ser totalmente distinto de
la personificación de los poderes de la naturaleza y las existencias que, a falta de un nombre mejor, se ha
dado en llamar «dioses».

El paganismo, como todas las religiones, tenía sus supersticiones y su vertiente


primitiva, y ciertamente había muchos cultos paganos dedicados a dioses diferentes.
Pero Budge explica que estos llamados «dioses» representaban aspectos de la
naturaleza. La antigua palabra egipcia que traducimos por «dios» es neter. Neter se
refiere a una esencia o principio espiritual. Por medio del latín, nuestra palabra
«naturaleza» bien puede proceder de ella. Los numerosos neters de los egipcios
representaban las múltiples naturalezas del Ser único que lo abarca todo: los dioses
eran aspectos o caras diferentes del Dios único y supremo.
En el mundo antiguo, era frecuente escoger un dios en particular como
representante del inefable Dios único y añadir a su nombre la palabra pantheus, que
significa «dios total». Así, encontramos inscripciones latinas dedicadas a
Osiris-Dioniso, en sus formas de Serapis y Líber, que llaman al dios hombre «Serapis
Panteo» y «Líber Panteo».
Todos los paganos podían rendir culto al mismo Dios personificado por cualquier
dios o diosa en particular que les gustara, sin contradecir con ello a quienes
escogiesen otra divinidad. Escribe Celso: «El nombre que des al Dios supremo no
tiene ninguna importancia; ni la tiene que utilices nombres griegos o nombres indios
o los nombres que en otro tiempo empleaban los egipcios».
Los cristianos, al negar la validez de todas las divinidades excepto Jehová, el dios
de los judíos, se apartaban de las demás religiones.
Los paganos lo consideraban una estrechez de miras inexplicable. Esta
exclusividad era ajena al espíritu pagano de tolerancia religiosa, que Máximo de Tiro
capta de forma espléndida:

Que todas las naciones conozcan lo divino, que es único; y si el arte de Fidias despierta el recuerdo de
Dios en los griegos, la adoración de animales en los egipcios y un río en otros, y el fuego en los de más
allá, no me parecen mal sus diferencias. Que sepan sólo, que amen sólo, que recuerden.

Sin embargo, esta tolerancia sin prejuicios no impedía que los iniciados en los

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misterios intentaran liberar a sus correligionarios de la superstición absurda. Cuando
los cristianos criticaban a los paganos por rendir culto a los ídolos, en realidad se
hacían eco de los sabios de los misterios, que llevaban siglos burlándose con
delicadeza de las prácticas paganas más primitivas. Celso se queja con indignación de
los cristianos:

No hay nada nuevo ni impresionante en su enseñanza ética; de hecho, al comparada con otras filosofías, su
ingenuidad se hace evidente. Tomemos su aversión a lo que llaman idolatría. Como demuestra Herodoto,
mucho antes de nuestro tiempo los persas opinaban que las cosas que se hacían con manos humanas no
pueden considerarse dioses. De hecho, es absurdo que la obra de un artesano (¡a menudo una persona de la
peor especie!) se considere un dios. El sabio Heráclito dice que «los que adoran imágenes como dioses son
tan necios como los hombres que hablan con las paredes».

Diágoras era famoso por burlarse de los dioses, como lo era también Diógenes de
Ponto, que, cuando le preguntaron por qué pedía limosna a una estatua, respondió en
tono sardónico: «Para acostumbrarme a que me la nieguen».
Jenófanes había atacado el comportamiento inmoral de los dioses que presentaban
Homero y Hesíodo, y había comentado sarcásticamente:

Los seres humanos piensan que los dioses han nacido, llevan ropa, hablan y tienen cuerpos como los
suyos. Los etíopes dicen que los dioses son negros y que su nariz es respingona. Los tracios dicen que
tienen los ojos azules y el pelo rojo. Si las vacas y los caballos tuvieran manos, dibujarían dioses con
aspecto de vaca y de caballo.

El satírico Luciano hace que su personaje Momus se queje a Zeus de todas las
representaciones extrañas de los dioses con cabeza de animal. Zeus contesta
reconociendo que: «Estas cosas son indecorosas», pero explica que: «La mayoría de
ellas son cuestión de simbolismo y alguien que no se haya iniciado en los misterios
realmente no debería reírse de ellas». De forma parecida, Celso explica que los
iniciados piensan que las representaciones paganas de los dioses tienen significado
simbólico y no deben tomarse literalmente, ya que son «símbolos de ideas invisibles
y no objetos de culto en sí mismas».
Irónicamente, muchos filósofos paganos pensaban que el concepto primitivo era
el que los cristianos tenían de Dios. Aunque estaba bien personificar algunos aspectos
de Dios como los «dioses», opinaban que era imposible representar la naturaleza
inefable del Dios supremo en términos humanos como hacían los cristianos. Celso
piensa que este antropomorfismo es ridículo y escribe:

Los cristianos dicen que Dios tiene manos, boca y voz; y andan siempre proclamando que «Dios dijo esto»
o «Dios habló». «Los cielos son una muestra de la obra de sus manos», dicen. Sólo puedo comentar que un
Dios así no es ningún Dios, porque Dios no tiene manos, boca ni voz, y tampoco ninguna de las
características que conocemos. En sus absurdas doctrinas hay incluso referencias a Dios paseando por el
jardín que creó para el hombre; y hablan de que está enfadado, celoso, arrepentido, apesadumbrado,
soñoliento: en resumen, que en todos los aspectos es más hombre que Dios. Asimismo, pese a su
exclusividad relativa al Dios más elevado, ¿acaso los judíos no adoran también a los ángeles?

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Los judíos y los cristianos no sólo rendían culto a los ángeles, que a ojos de los
paganos eran equivalentes directos de sus numerosos dioses y diosas, ¡sino que hasta
empleaban la expresión «los dioses», exactamente igual que los paganos! Clemente
de Alejandría escribe sobre la iluminación espiritual «que nos enseña de antemano la
vida futura que llevaremos de acuerdo con Dios y con los dioses». Explica que a los
iluminados les llaman «dioses» porque están «destinados a sentarse en tronos con los
demás dioses a los que el Salvador ha puesto antes en sus sitios».
El iniciado pagano Cicerón escribe: «Sepas, pues, que eres un dios». De la misma
manera, en el Evangelio de Juan leemos que cuando los fariseos le acusan de
blasfemo por haber afirmado que es Hijo de Dios, Jesús responde:

¿No está escrito en vuestra Ley: «Yo he dicho: dioses sois»? Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió
la Palabra de Dios —y no puede fallar la Escritura—, a aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al
mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: «Yo soy Hijo de Dios»?

El filósofo cristiano Orígenes empleaba expresiones tales como «dos Dioses» al


hablar del credo. Justino Mártir habla de «un segundo Dios». Y tenemos también la
doctrina cristiana de la Santísima Trinidad, que es decididamente «politeísta». La
idea de que Dios puede manifestarse en «tres personas» es idéntica al concepto
pagano de las numerosas naturalezas o rostros del único Dios supremo e inefable.
El concepto de una trinidad divina no se encuentra en el judaísmo, sino que está
prefigurado en el paganismo. Aristóteles escribe sobre la doctrina pitagórica según la
cual «la totalidad y cuanto hay en ella está comprendido en el número tres, porque el
final, la mitad y el principio tienen el número la totalidad, esto es, la trinidad».
Cientos de años antes, en un antiguo texto egipcio, Dios proclama: «Siendo Uno me
convertí en Tres». Y otro dice: «Tres son todos los dioses, Amón, Ra, Ptah; no hay
ninguno como ellos. Oculto en su nombre de Amón, es Ra, su cuerpo es Ptah. Se
manifiesta en Amón, con Ra y Ptah, los tres unidos».
Al examinarlos con atención, vemos que la línea entre el monoteísmo y el
politeísmo no es tan inflexible como quieren hacemos creer algunos. De hecho, es tan
fluida que no tiene absolutamente ninguna importancia real.

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EL LOGOS

La traducción del Evangelio de Juan en la versión de la Biblia llamada «del rey


Jacobo» empieza con este famoso y poético pasaje:

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Éste era en el principio con
Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la
vida, y la vida era la luz de los hombres.

Al leer este texto, muchas personas lo encuentran extrañamente conmovedor, pero


confesarían que en realidad no entienden lo que significa. Esto no es extraño, porque
sin poseer cierto conocimiento de la filosofía pagana realmente tiene poco sentido.
En el griego original, la palabra que aquí traducimos por «Verbo» es «Logos». El
concepto del Logos es totalmente ajeno al judaísmo y deriva enteramente de los
misterios paganos. Ya en el siglo VI a. n. e. Heráclito emprendió un viaje cuyo objeto
era descubrirse a sí mismo y encontró el «Logos compartido por todos». Escribe: «No
habiéndome escuchado a mí, sino al Logos, es prudente confesar que todas las cosas
son Una».
El sabio pagano Epicteto predica: «El Logos de los filósofos nos promete la paz
que Dios proclamó por medio de su Logos». El romano Vitruvio escribe: «Que nadie
piense que he errado si creo en el Logos». Clemente de Alejandría admite que:
«Puede reconocerse con franqueza que los griegos tuvieron algunos atisbos del lo gas
divino» y cita al legendario sabio pagano Odeo, que proclama: «He aquí el Logos
divino. Caminad como es debido por la senda de la vida y contempladlo, el gran
gobernante del mundo, nuestro rey inmortal». Pero este concepto pagano es mucho
más antiguo que los griegos. Se encuentra en los antiguos Textos de las pirámides de
la III dinastía de Egipto, ¡que se escribieron más de 2500 años antes de la era
cristiana!
¿Cómo debemos interpretar este antiguo concepto del Logos? En griego antiguo,
Logos tiene muchos niveles de significado que nuestro término «verbo» no capta ni
remotamente. Uno de ellos lo expresan Clemente y Orígenes, que afirman que el
Logos es «la idea de las ideas». Es el pensamiento fundamental de Dios. El
legendario sabio pagano Hermes Trismegisto expresa exactamente el mismo
concepto. Describe el Logos —la idea de las Ideas— abandonando la unicidad de

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Dios como una palabra o pensamiento. Para Hermes, al igual que para Clemente y
Orígenes, el Logos es el primer pensamiento de la gran mente de Dios, por medio de
la cual crea el universo.
Los cristianos dicen que la relación entre Dios y el Logos es como la que existe
entre un padre y un hijo. El Logos es el «Hijo de Dios». Con todo, también afirman
que el Padre es un aspecto del Hijo y viceversa. San Juan expresa esta paradoja: «El
Logos era con Dios, y el Logos era Dios».
Éstas son en realidad antiguas doctrinas paganas que propusieron sabios tales
como Hermes Trismegisto, que también llama al Logos «el Hijo de Dios». Explica
que, al igual que la mente y el pensamiento, el padre y el hijo son en realidad uno,
pero cuando se separan el uno del otro aparecen como dos. Del mismo modo, en el
siglo VI a. n. e. Heráclito había escrito: «El Padre y el Hijo son el mismo». Clemente
reconoce que Eurípides había «adivinado como en un acertijo que el Padre y el Hijo
son un Dios único».
¿Cómo debemos interpretar esta misteriosa relación entre el Logos y Dios, el
Padre y el Hijo? Escribe Clemente: «El Hijo es la Conciencia de Dios. El padre sólo
ve el mundo tal como se refleja en el Hijo».
El Logos es Dios consciente de sí mismo. Es el alma única del universo que es
consciente por medio de todos los seres. Por eso Heráclito sale en busca de sí mismo,
pero descubre un «Logos compartido por todos», porque el Logos es nuestra esencial
identidad en común. El filósofo cristiano Orígenes escribe:

Del mismo modo que nuestro cuerpo, aun consistiendo en muchos miembros, permanece unido por obra
de un alma, también el universo debe concebirse como un inmenso ser vivo, que permanece unido por un
Alma Única: el poder y el Logos de Dios.

De la misma manera que san Juan nos dice que Jesús es una encarnación del Logos,
también el iniciado pagano Plutarco enseña que Osiris es «el Logos en sí mismo,
trascendente e impasible». Al equiparar a Jesucristo con el Logos, san Juan indica
claramente que es una personificación de este alma única del universo, como
Osiris-Dioniso lo es para los paganos. Cristo está en todos nosotros, porque es la
naturaleza divina esencial que compartimos todos. Desde esta perspectiva, el Hijo de
Dios no es una figura histórica que vive en el tiempo, sino un principio filosófico
eterno, porque, como escribe Orígenes: «El Padre no engendró al Hijo, sino que lo
engendra constantemente».
Así pues, ¿hay alguna diferencia real entre los conceptos cristiano y pagano del
Logos? Una vez más, se encuentra sólo en la idea cristiana según la cual mientras que
el dios hombre pagano encarnaba míticamente el Logos, Jesús encarnaba literalmente
este principio filosófico. San Agustín escribe sobre sus estudios de filosofía pagana:
«Leí allí que Dios el Verbo no nació de carne y sangre, ni tampoco de la voluntad del
hombre, ni de la voluntad de la carne, sino de Dios. Pero que el Verbo se hizo carne y
habitó entre nosotros, no lo leí allí».

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La idea esencial que dividía a los paganos y los cristianos de la antigüedad era la
creencia cristiana de que un solo hombre, sólo uno, había sido realmente el Logos
hecho carne. Los paganos tachaban de imposible la idea de que el Logos que
compartimos todos pudiera manifestarse de algún modo en un solo ser humano. Para
diferenciarse definitivamente de sus vecinos paganos, los cristianos sólo podían echar
mano de la extraordinaria afirmación de que un carpintero de Nazaret era en verdad
el hijo único de Dios y la encarnación del Logos. No obstante, discutirían durante
siglos lo que podía significar.

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EL LENGUAJE DE LOS MISTERIOS

El profesor Max Miller nos dice con énfasis que quien use términos tales como
logos o «el verbo», monogenes o «el unigénito», protokos o «el primogénito», hyios
tou theou o «el Hijo de Dios», «ha tomado de la filosofía griega los gérmenes mismos
de su pensamiento religioso». En los escritos de los primitivos cristianos, incluido el
Nuevo Testamento, abunda este tipo de conceptos paganos, que pasan inadvertidos a
causa de las malas traducciones del griego original al inglés. De hecho, el lenguaje
que empleaba el primitivo cristianismo se parece tanto al de los misterios ¡que
frecuentemente en las inscripciones fúnebres no distinguimos si el difunto era
cristiano o pagano!
San Pablo, por ejemplo, afirma que Dios «dice en espíritu cosas misteriosas». Se
usa la palabra «misterio» para referirse al bautismo y la eucaristía. Al obispo que
dirige la ceremonia se le llama mystagogue. La misa se denomina mystagogia,
vocablo que todavía emplean los cristianos ortodoxos griegos para describir la pasión
de Jesús. Una autoridad moderna en la materia comenta que éste es «el lenguaje de
los misterios».
Orígenes llama al cristianismo «el telete», lo cual significa «la iniciación».
Asimismo, el crítico pagano Luciano piensa que el primitivo cristianismo es otra
versión de los misterios y lo llama sencillamente «nuevo telete», es decir, «nueva
iniciación». Las traducciones de los escritos de san Pablo suelen hablar de cristianos
«maduros» o «perfeccionados», pero también en este caso sería más fiel al original
griego decir «iniciados». Al tratar de ciertas doctrinas, era común que los primitivos
cristianos, tales como Orígenes, se limitasen a anunciar: «¡Los iniciados saben lo que
quiero decir!». Ésta es exactamente la misma fórmula que emplean los filósofos
paganos Pausanias, Plutarco y Apuleyo cuando hacen referencia a secretos de los
misterios paganos.
Los escritos de Clemente de Alejandría aparecen llenos de terminología tomada
directamente del lenguaje de los misterios paganos. Al hablar de la revelación
cristiana, emplea expresiones tales como «los misterios santos», «los secretos
divinos», «el Logos secreto», «los misterios del Logos». Jesucristo es para Clemente
el «maestro de los misterios divinos», justamente como Osiris-Dioniso. «El señor es
mi hierofante —escribe Clemente—. Me he vuelto santo al iniciarme».

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Utilizando un lenguaje que no se diferencia del de un iniciado pagano, dice con
entusiasmo:

¡Oh misterios en verdad sagrados! ¡Oh luz pura! En las llamas de las antorchas tengo una visión del cielo y
de Dios. Me vuelvo santo por medio de la iniciación. El Señor revela los misterios. Señala al fiel con Su
sello. Si lo deseas, iníciate también, y bailarás con los ángeles alrededor del no engendrado y eterno, y
único Dios verdadero.

Hasta su organización la heredó el cristianismo de los misterios. Un estudioso


cristiano de nuestro tiempo reconoce:

Los misterios habían unido a los hombres en aquellas asociaciones religiosas que fueron las precursoras de
las iglesias domésticas del primitivo cristianismo y proporcionaron a la nueva religión una organización y
un sistema administrativo. Los misterios, tanto griegos como orientales, habían creado un entorno
favorable al cristianismo al hacer que la religión fuese un asunto de convicción personal; habían
familiarizado a la gente con la conciencia y la necesidad de la redención; habían conseguido con su
propaganda de salvación que los hombres estuvieran dispuestos a prestar atención a los cristianos cuando
proclamaban a Jesús como salvador; habían desnacionalizado a los dioses y a los hombres al aspirar a la
fraternidad del género humano; habían estimulado las ansias de inmortalidad; habían convertido a los
hombres en fervientes propagandistas al imponerles la obligación de difundir su fe; habían fomentado el
monoteísmo al hacer a su deidad protectora el representante de la Divina Unidad.

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CONCLUSIÓN

Así pues, ¿era el Nuevo Testamento realmente nuevo? Desde luego, era nuevo y
herético a los ojos de los judíos tradicionales. La figura de Jesús colocaba la doctrina
judía del «ojo por ojo» ante el desafío de la doctrina socrática de «ama a tus
enemigos». Las enseñanzas mistéricas sobre la naturaleza del cielo y el infierno
revolucionaron los conceptos que los judíos tradicionales tenían de la otra vida. Así
pues, el Nuevo Testamento era nuevo para los judíos, pero no para los paganos, que
tenían aquellas doctrinas desde hacía cientos de años. Con todo, los antiguos no se
hubieran llevado una sorpresa al ver que las enseñanzas paganas se habían adelantado
a las de Jesús. Hubieran esperado que la Verdad, por su naturaleza misma, fuese
imperecedera y no original.
Examinemos algunos de los datos que hemos descubierto:

—Jesús enseñaba a sus seguidores a ser puros de pensamiento, palabra y obra, igual que los sabios de
los misterios.
—Los cristianos tienen una relación personal de amor con Dios; lo mismo que los iniciados en los
misterios.
—Jesús enseñaba a sus seguidores a amar al prójimo; los sabios de los misterios, también.
—Jesús enseñaba a sus seguidores a amar a sus enemigos; lo mismo hacían los sabios de los misterios.
—Los cristianos se aman mutuamente como «hermanos», igual que los iniciados en los misterios.
—Los cristianos abrazan la humildad y la pobreza voluntaria, como las abrazaban los sabios paganos.
—Los cristianos tienen un concepto del cielo y del infierno que no se encuentra en el judaísmo, sino
que procede directamente de los misterios.
—Los cristianos esperan un apocalipsis de fuego y el nacimiento de una nueva era; lo mismo los
iniciados en los misterios.
—La imagen del pez de los primitivos cristianos procede de la astrología pagana.
—Los cristianos creen en un Dios único; los sabios de los misterios, también.
—Los cristianos, al igual que los paganos, hablaban de los «dioses».
—Los cristianos atacan la idolatría, al igual que los sabios de los misterios.
—Los cristianos conciben a Dios como la Santísima Trinidad, concepto que también se encuentra en
los misterios paganos.
—Los cristianos ven en Jesús la encarnación del Logos, que es un concepto pagano que no existe en el
judaísmo.
—Los primitivos escritos cristianos, incluido el Nuevo Testamento, están llenos de términos propios de
los misterios.
—La organización de la primitiva Iglesia cristiana se creó adaptando las prácticas de los iniciados en
los misterios paganos.

Resulta obvio que las enseñanzas de los misterios se anticiparon a las doctrinas del

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cristianismo y que los mitos paganos de Osiris-Dioniso prefiguraron la historia de
Jesús. Durante dos mil años nuestra cultura ha creído que el cristianismo era una
revelación única y revolucionaria, ¡pero está claro que eso no es verdad!
Así pues, ¿cuál es la verdad? Ésta era la pregunta que estábamos decididos a
contestar. La historia tradicional del cristianismo que nos legó la Iglesia romana no
había explicado los datos históricos, así que decidimos buscar en otra parte.
En los primeros siglos de nuestra era, la comunidad cristiana estaba dividida en
muchas sectas diferentes. Además de los literalistas que con el tiempo se convertirían
en la Iglesia romana, había otros grupos cristianos que recibían el nombre colectivo
de «gnósticos». Los gnósticos veían el cristianismo desde una perspectiva
radicalmente distinta, que los literalistas consideraban peligrosamente equivocada.
Cuando pasó a ser la religión del Imperio romano, el cristianismo literalista impuso
su propia visión particular y eliminó brutalmente a los «herejes». Así, la historia
tradicional del cristianismo no es más que la perspectiva de los vencedores en la
batalla sectaria entre literalistas y gnósticos. Como la versión de los vencedores no
daba una explicación convincente, decidimos escuchar lo que los vencidos tenían que
decir. Los gnósticos perdieron la batalla por la supervivencia, pero eso no quiere decir
que debamos dar por sentado que su perspectiva ante el cristianismo fuera menos
válida. Nos preguntamos qué sabían los gnósticos para que la Iglesia de Roma los
considerase tan peligrosos.

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5
LOS GNÓSTICOS

Las investigaciones recientes han puesto en tela de juicio el punto de vista, las
conclusiones y los «hechos» tradicionales. Para algunos hoy, y para muchos mañana, la
cuestión candente es, o será, no cómo una herejía especialmente necia o licenciosa surgió
en el seno de la Iglesia, sino cómo surgió la Iglesia del gran movimiento gnóstico, de qué
manera las ideas dinámicas de la gnosis cristalizaron en dogma.

REVERENDO LAMPLUGH

La visión gnóstica del cristianismo reflejaba en gran parte la de los cristianos


literalistas que con el tiempo se convertirían en la Iglesia católica romana. Los
literalistas se caracterizaban por su rígido autoritarismo. Los gnósticos eran
individualistas místicos. Los literalistas querían imponer un credo común a todos los
cristianos. Los gnósticos toleraban varias creencias y prácticas diferentes. Los
literalistas seleccionaron cuatro evangelios como Sagradas Escrituras y arrojaron los
demás al fuego por considerar que eran heréticos, obra del diablo. Los gnósticos
escribieron centenares de evangelios cristianos diferentes. Los literalistas enseñaban
que el verdadero cristiano creía en el Jesús que predicaban los obispos. ¡Los
gnósticos enseñaban que el verdadero cristiano experimentaba la «gnosis» o
«conocimiento» místico por sí mismo y se convertía en un Cristo!
La represión de los gnósticos fue tan eficaz que hasta hace poco prácticamente lo
único que sabíamos de ellos procedía de los escritos de sus detractores y opresores.
Los cristianos literalistas nos legaron la idea de que el gnosticismo era una perversión
del pensamiento cristiano que confundía las enseñanzas originales de Jesús con
extrañas doctrinas paganas. Durante dos mil años ésta ha sido la postura del
cristianismo ortodoxo y, debido a que logró eliminar la oposición y destruir todas las
pruebas, se ha aceptado de modo general como la verdad. Pero en 1945 se descubrió
en una cueva cerca de Nag Hammadi, en Egipto, una colección de escrituras

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gnósticas que revolucionaron nuestros conceptos del gnosticismo y del cristianismo
primitivo. Ahora podemos dejar que los gnósticos hablen en nombre propio.
Aunque hoy se les recuerda como herejes, los gnósticos creían ser los cristianos
auténticos. En el evangelio gnóstico llamado Apocalipsis de Pedro, el Jesús
resucitado dice que el cristianismo literalista es una «iglesia de imitación» en vez de
ser la verdadera hermandad cristiana de los gnósticos. Desde el punto de vista de
éstos, eran los literalistas quienes habían tergiversado el cristianismo verdadero.
Partiendo de lo que al principio era una senda espiritual que permitía que cada
iniciado experimentara personalmente el conocimiento místico o «gnosis», los
literalistas habían creado una religión que exigía tener fe ciega en los acontecimientos
históricos. Los gnósticos opinaban que los cristianos literalistas predicaban sólo los
misterios exteriores del cristianismo, que ellos llamaban «cristianismo mundano» y
consideraban apropiado para «gente con prisas». El gnosticismo, en cambio, era un
«cristianismo verdaderamente espiritual» que revelaba los misterios interiores
secretos a los pocos elegidos.
Curiosamente, estas citas no proceden de las obras de algún hereje gnóstico poco
conocido, sino de los escritos de dos de los cristianos más eminentes de la primitiva
Iglesia: Clemente, el director de la primera escuela de filosofía cristiana en
Alejandría, y de su sucesor Orígenes. Fueron hombres muy respetados durante su
vida y todavía se les considera dos de los filósofos más grandes de los primeros
tiempos del cristianismo, aunque ambos predicaban algo que se parecía más al
gnosticismo que a la corriente principal del cristianismo actual. Clemente incluso es
venerado como santo por la Iglesia católica, pese a que escribió páginas y páginas
sobre los «gnósticos», a los que calificaba de «verdaderos cristianos».
Las creencias gnósticas de intelectuales cristianos tan influyentes y respetados
como Clemente y Orígenes demuestran que los gnósticos no eran herejes extraños e
insignificantes que actuaban al margen del cristianismo, como tradicionalmente han
querido hacemos creer. Al contrario, el gnosticismo era una espiritualidad amplia,
vibrante y sutil que atraía a los más grandes intelectuales cristianos de los primeros
siglos de nuestra era: no sólo grandes sabios como, por ejemplo, Valentín y Basílides,
a los que prácticamente se ha olvidado porque la Iglesia romana los tachó de herejes,
sino también a hombres tales como Clemente y Orígenes, cuya reputación ha sido
menos difamada.

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LA FILOSOFÍA PAGANA

La acusación fundamental que los cristianos literalistas lanzaban más a menudo


contra los cristianos gnósticos era que en esencia se distinguían poco de los paganos.
Ireneo, el gran perseguidor de herejes de los primeros tiempos del literalismo,
condena a los gnósticos porque, según él, confeccionan una prenda nueva utilizando
los trapos inservibles de la filosofía griega. Llama a los seguidores del sabio gnóstico
Simón Mago «sacerdotes mistéricos» y les acusa de rendir culto a «una imagen de
Simón en forma de Zeus». Tertuliano, otro autor de obras fanáticamente
antignósticas, compara las iniciaciones cristianas que ofrecían los gnósticos con las
iniciaciones paganas que se practicaban en Eleusis. Hipólito, discípulo de Ireneo, nos
habla de un grupo gnóstico, el de los llamados «setianos», y asevera: «Tomaron todo
el contenido de su enseñanza de los antiguos teólogos [paganos] Museo, Lino y
Orfeo, que dieron a conocer especialmente los ritos y los misterios».
Ireneo se escandalizaba al ver que los gnósticos veneraban imágenes de Cristo al
lado de «imágenes de filósofos mundanales como Pitágoras, Platón, Aristóteles y los
demás».
Los gnósticos asistían a las fiestas paganas y daban la bienvenida a los paganos
en sus propias reuniones cristianas, lo cual hizo que Tertuliano comentara en tono de
reproche: «Se ha observado que los herejes tienen relaciones con muchos magos,
charlatanes itinerantes, astrólogos y filósofos».
Aunque estos cristianos literalistas daban una imagen falsa y grotesca de los
gnósticos, eso era lo único en que es indudable que tenían razón: el gnosticismo se
parecía realmente a los misterios paganos. A diferencia de los literalistas, sin
embargo, los gnósticos no veían el paganismo como un enemigo y, por tanto,
reconocían francamente su deuda con él y fomentaban el estudio de los grandes
filósofos de la antigüedad. De hecho, en la colección gnóstica de Nag Hammadi se
encontraron obras paganas al lado de los textos cristianos.
Clemente de Alejandría estaba empapado de filosofía pagana y la consideraba un
don divino cuya finalidad era llevar a los hombres a Cristo. Explica: «La filosofía
griega purga el alma y la prepara de antemano para la recepción de la fe, sobre la cual
construye la Verdad el edificio de la gnosis».
También Orígenes enseñaba a sus alumnos que la piedad perfecta exigía un

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conocimiento de la filosofía pagana, que, según dice, es un manjar exquisito
preparado para paladares refinados. En comparación, afirma que los cristianos
«cocinan para las masas». Orígenes había recibido sus conocimientos de filosofía del
sabio pagano Amonio. El filósofo pagano Porfirio relata que «visitó durante mucho
tiempo» a Amonio y a Orígenes, a los que califica de «platónicos» y de «hombres
cuya perspicacia era muy superior a la de sus contemporáneos».
Además de ser el maestro del gran filósofo cristiano Orígenes, Amonio tenía
también por discípulo a Plotino, uno de los más grandes filósofos paganos. Plotino
incluye a los cristianos gnósticos dentro de su propia escuela filosófica y es claro que
considera que el gnosticismo es una versión francamente compleja e inferior de los
misterios paganos:

Acumula toda su terminología para ocultar su deuda con la antigua filosofía griega. Sentimos cierto
respeto por algunos amigos nuestros que descubrieron esta forma de pensar antes de ser amigos nuestros,
y, aunque no sabemos cómo se las arreglan, continúan en ella.

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LA MITOLOGÍA PAGANA

En los escritos gnósticos se encuentran muchas figuras de la mitología griega y


conceptos de la filosofía, la astrología y la magia de los paganos. Los Libros del
Salvador, por ejemplo, afirman que Jeú (el Dios Supremo) cuenta con la asistencia de
otros cinco grandes gobernantes: las deidades paganas Cronos, Ares, Hermes,
Afrodita y Zeus.
En los textos gnósticos también se mezclan motivos mitológicos paganos y
judíos. Un texto gnóstico titulado Libro de Baruc presenta una síntesis de astrología
pagana y el concepto judío de los ángeles. Dios Padre crea doce ángeles que dan
vueltas alrededor del universo y lo gobiernan, igual que los signos del zodíaco de los
paganos. El texto utiliza el nombre griego de Dios, «Elohim», pero equipara a Elohim
con el Zeus griego. Cuenta cómo elige al héroe pagano Heracles como profeta e
incluso llama a Dios «Príapo», otro nombre de Dioniso, y afirma: «El Bien es Príapo,
que fue creado antes de que hubiera nada; se llama Príapo porque lo prefiguró todo.
Por esta razón se le representa en todos los templos y es honrado por toda la
creación».
Hipólito habla de un grupo de cristianos gnósticos, los naassenos, que decían que
enseñaban una filosofía que subyace en todas las mitologías: la pagana, la judía y la
cristiana. A ojos de los naassenos Jesús era idéntico a la figura mítica del joven hijo
moribundo de la Gran Madre, al que llamaban «el multiforme Atis». En sus himnos
llamaban también a esta figura Adonis, Osiris, Pan, Baca y Pastor de las Estrellas
Blancas: nombres que en su totalidad corresponden a Osiris-Dioniso. Estos cristianos
gnósticos no sólo consideraban que Jesús era idéntico a Osiris-Dioniso sino que,
según Hipólito, eran de hecho iniciados en los misterios paganos. Escribe: «Según
dicen, todos eran iniciados en los misterios de la Gran Madre, porque se encontraban
con que todo el misterio del renacimiento se enseñaba en estos ritos».
La diosa Gran Madre era una figura imponente que dominaba el mundo antiguo.
En Egipto la conocían por el nombre de Isis y en Grecia, por el de Deméter. Era la
madre, la hermana o la esposa de Osiris-Dioniso, y con frecuencia, de esa manera
mágica que sólo es posible en los mitos, las tres cosas a la vez.
Al examinar los misterios paganos, no investigamos muy a fondo la naturaleza de
la diosa, porque lo que buscábamos eran paralelismos entre el paganismo y el

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cristianismo, y el cristianismo ortodoxo no tiene diosa. Sólo tiene a Dios Padre, Dios
Hijo y un andrógino bastante indefinido, Dios Espíritu Santo. En la mitología
gnóstica existía una Santísima Trinidad más natural y equilibrada que integraban
Dios Padre, Dios Hijo y la diosa Madre Sofía.
En los textos gnósticos se dan a la diosa muchos nombres, entre ellos «Madre
Total», «Madre de los Vivos», «Madre Reluciente», «el Poder de Arriba», «el
Espíritu Santo» y «La de la Mano Izquierda», complemento de Cristo, que es «El de
la Mano Derecha».
Al igual que la diosa pagana, además de tratarse de un ser celestial divino, el mito
gnóstico presenta a Sofía tomo figura trágica. Busca con desespero a su
redentor/hermano/amante Jesús del mismo modo que la diosa egipcia Isis recorre el
mundo en busca de su redentor/hermano/amante Osiris. Los gnósticos imaginaban
poéticamente que «todas las substancias acuosas» eran lágrimas derramadas por
Sofía. Con ello se hacían eco del sabio pagano Empédocles, que cinco siglos antes
había dicho que toda el agua eran las lágrimas de la diosa Perséfone.
Para algunos gnósticos, Sofía era tan importante que enseñaban que sólo en los
misterios exteriores la eucaristía celebraba la pasión de Jesús. ¡A los cristianos
«espirituales» iniciados en los misterios interiores la eucaristía les recordaba la pasión
y el sufrimiento de la diosa Sofía!

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EL DIOS DE PLATÓN

Como ya hemos comentado, aunque los sabios paganos hablaban de dioses y


diosas, tenían un concepto totalmente místico y trascendente del Dios supremo.
Desde los tiempos de Platón, habían criticado a los que concebían a Dios como una
«personalidad» divina. El Dios supremo de los misterios paganos era una unicidad
inefable por encima de todas las categorías, que no podía describirse con palabras
Este concepto abstracto y místico de Dios también lo adoptaron los gnósticos. No se
concebía a Dios como una especie de persona grande que estaba en el cielo, sino
como la Mente del universo que se expresa por medio de todos los seres.
No era ésta la imagen de Dios que tenían los cristianos literalistas. Su Dios era
Jehová, el Dios de los judíos, que en el Antiguo Testamento se revela como una
deidad tribal partidista, caprichosa y a veces tiránica.
De la misma manera que Platón había atacado la tradicional imagen griega de
Dios como Zeus dominante, también los gnósticos atacaban esta imagen tradicional
de Dios que tenían los judíos, y afirmaban que Jehová era en realidad sólo la imagen
del Dios verdadero. El sabio gnóstico Valentín utilizaba el término platónico
«demiurgo» para referirse a Jehová, al que representaban como un ser divino
subordinado que hace de instrumento del Dios verdadero.
Decían que Jehová era una deidad menor presuntuosa cuya ignorancia le hace
creer que es el Dios único y verdadero. En el Antiguo Testamento, Jehová proclama:
«Yo, Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso. No habrá para ti otros dioses delante de
mí». Con todo, la obra gnóstica titulada Libro secreto de Juan dice que esto es una
«locura» y comenta: «Al pronunciar estas palabras, indicó a los ángeles que existe
otro Dios; porque si no existiese ningún otro, ¿de quién tendría celos?».
En algunos textos gnósticos, al manifestar Jehová que él es el único Dios, su
madre, la diosa Sofía, ¡le riñe por su arrogancia, como si fuera un niño presuntuoso!
El Jesús gnóstico no era un profeta de Jehová, el dios menor de los judíos, sino
del Dios verdadero e inefable de Platón y los misterios paganos. El maestro gnóstico
Cerdo explica: «El Dios que proclaman la ley y los profetas no es el Padre de Nuestro
Señor Jesucristo. El Dios del Antiguo Testamento es conocido, pero el Padre de
Jesucristo es desconocido».
Contrastando por completo con el craso antropomorfismo del concepto judío

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tradicional, el sabio gnóstico Basílides enseñaba la doctrina pagana según la cual: «Ni
siquiera debemos llamar a Dios inefable, ya que es hacer una aseveración sobre Él;
Dios está por encima de todos los nombres que se mencionen».

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EL HIEROFANTE DE LOS MISTERIOS

Los literalistas representan a su Jesús como el Mesías prometido de Jehová, pero el


Jesús de los gnósticos se parece a un hierofante de los misterios paganos. En un
evangelio gnóstico titulado La sabiduría de Jesucristo, el Jesús resucitado aparece
ante sus discípulos como un gran ángel de luz y, sonriendo al verlos asombrados y
aterrados, se brinda a enseñarles «los misterios». En un texto gnóstico que lleva por
título Pistis Sophia, enseña a sus seguidores: «No dejéis de buscar noche y día, hasta
que hayáis encontrado los misterios purificadores», y María Magdalena lo alaba
diciendo: «Ahora sabemos, oh Maestro, libre, segura y sencillamente que Tú has
traído las llaves de los misterios del Reino de la Luz».
El Jesús de los gnósticos dirige a sus discípulos en las iniciaciones mistéricas,
incluida una de la que habla un texto titulado Hechos de Juan, utilizando un «baile en
corro». Estos bailes de iniciación eran sumamente comunes en los misterios paganos.
Como dice una autoridad actual: «No se encuentra ni una sola fiesta de iniciación de
la antigüedad en la que no haya baile». Y en los misterios que se celebraban en
Eleusis el aspirante a la iniciación permanecía sentado mientras los demás bailaban a
su alrededor, imitando las órbitas de los planetas y las estrellas. En los misterios de
Mitra, como ya hemos mencionado, el iniciado que representaba a Mitra se colocaba
de pie en medio de un corro de doce bailarines que simbolizaban los signos del
zodíaco.
En los Hechos de Juan se describe a los discípulos cogidos de la mano y
formando corro en torno a Jesús de manera parecida. Jesús canta y los discípulos
responden con la palabra sagrada: «Amén». Jesús proclama que a través de esta
«danza en corro» él revela «la pasión» y desea que la «llamen misterio», Como
señala un estudioso, el baile en corro «es obviamente algún eco de los misterios, y la
ceremonia corresponde a una iniciación mediante un baile sagrado», En el himno que
acompaña a la iniciación mediante la danza se distinguen claramente tres voces:
Cristo, que es el iniciador o hierofante, sus ayudantes y el aspirante a iniciarse. En el
siguiente extracto se han asignado las voces a cada una de estas tres figuras para
demostrar de forma clara la naturaleza iniciática del texto:

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INICIADO: Deseo ser salvado.
CRISTO: Y yo deseo salvar.
AYUDANTES: Amén.
INICIADO: Deseo ser liberado.
CRISTO: Y yo deseo liberar.
AYUDANTES: Amén.
INICIADO: Deseo ser atravesado.
AYUDANTES: Amén.
CRISTO: Y yo deseo atravesar.
INICIADO: Deseo nacer.
CRISTO: Y yo deseo dar a luz.
AYUDANTES: Amén.
INICIADO: Deseo comer.
CRISTO: Y yo deseo ser comido.
AYUDANTES: Amén.
INICIADO: Deseo oír.
CRISTO: Y yo deseo ser oído.
AYUDANTES: Amén.
CRISTO: Soy una lámpara para ti, que me contemplas.
AYUDANTES: Amén.
CRISTO: Soy un espejo para ti, que me percibes.
AYUDANTES: Amén.
CRISTO: Soy una puerta para ti, que me llamas.
AYUDANTES: Amén.
CRISTO: Soy un camino para ti, caminante.
AYUDANTES: Amén.
Ahora responde tú a mi baile. Mírate a ti mismo en mí, el que habla; y
CRISTO:
cuando hayas visto lo que veo yo, guarda silencio sobre mis misterios.

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LOS MISTERIOS SECRETOS

Los misterios paganos se dividían en exotéricos o «exteriores», que estaban abiertos


a todos, y esotéricos o «interiores», que sólo eran revelados a los pocos elegidos que
habían pasado por un largo período de purificación y preparación espiritual.
Clemente nos dice que en el primitivo cristianismo había también «misterios
menores» para los principiantes en la senda espiritual y «misterios mayores», que
eran un conocimiento superior secreto que llevaba a la «iniciación» plena. Explica
que «las tradiciones secretas de la gnosis verdadera» se habían transmitido «a un
número reducido, por parte de una sucesión de maestros, y no por escrito».
Orígenes reconoce que el cristianismo seguía el ejemplo del paganismo porque
tenía misterios exteriores y misterios interiores, y escribe:

La existencia de ciertas doctrinas que están más allá de las que se enseñan abiertamente y que no llegan a
la multitud no es una peculiaridad exclusiva del cristianismo, sino que la comparten los filósofos. Porque
tenían algunas doctrinas que eran exotéricas y algunas que eran esotéricas.

Al igual que en el paganismo, se exigía a los iniciados gnósticos que guardaran un


secreto profundo sobre los misterios interiores. Hipólito, el perseguidor de herejías,
nos dice que los seguidores del sabio gnóstico Basílides «no pueden hablar de sus
misterios en voz alta, sino que deben conservarlos en silencio». De hecho, estaban
obligados a pasar por un período de silencio inicial de cinco años, igual que los
iniciados en las escuelas pitagóricas de los misterios paganos. El Libro del gran
Logos ordena:

Estos misterios deben guardarse con el máximo secreto, y no deben revelarse a nadie que sea indigno; ni al
padre ni a la madre, ni al hermano ni a la hermana, ni tampoco a ningún pariente; ni por carne ni por
bebida, ni por una mujer ni por oro ni plata ni nada de este mundo.

Clemente escribe:

No se desea que todas las cosas se expongan de manera indiscriminada a todos sin excepción, ni que los
beneficios de la sabiduría se comuniquen a aquellos cuya alma no se ha purificado ni siquiera en sueños. Y
tampoco los misterios del Logos deben exponerse a los profanos.

Otro sabio gnóstico exige:

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Si deseáis saber lo que ningún ojo ha visto y ninguna oreja ha oído, y lo que no ha entrado en ningún
corazón de hombre, Aquel que está muy por encima de todas las cosas buenas, jurad que guardaréis el
secreto de los misterios de la enseñanza. He aquí el juramento: «Juro por Aquel que está por encima de
todo, el Bien, guardar estos misterios y no revelárselos a nadie y no volver del Bien a la creación».

Según Clemente, Marcos no predicaba sólo el evangelio conocido que forma parte
del Nuevo Testamento, sino tres evangelios diferentes y apropiados a diferentes
niveles de iniciación. El Evangelio de Marcos que encontramos en el Nuevo
Testamento contiene pensamientos apropiados para los principiantes en la fe. Pero
Marcos también escribió un Evangelio secreto para quienes se hallaban en vías de
«perfeccionamiento» o «iniciación». Clemente hace constar que Marcos había escrito
ambos evangelios en Alejandría, donde todavía se guardaban. Las enseñanzas del
Evangelio secreto de Marcos se consideraban tan secretas que Clemente advierte a
uno de sus alumnos que su existencia debe negarse, «incluso bajo juramento», porque
«no todas las cosas verdaderas deben decirse a todos los hombres» y «la luz de la
verdad debe ocultarse a quienes son mentalmente ciegos». Según Clemente, el
Evangelio secreto de Marcos contenía «cosas que ayudaban a avanzar hacia la
gnosis». Sin embargo, en este «evangelio más espiritual» Marcos seguía sin «divulgar
las cosas que no debían decirse, y tampoco ponía por escrito la enseñanza esotérica
del Señor, pero a las historias ya escritas añadía otras y, además, introducía ciertos
dichos a sabiendas de que su interpretación llevaría a quienes los oyesen al santuario
más recóndito de aquella verdad».
Sólo a sus alumnos más allegados daba a conocer Marcos un mayor número de
las enseñanzas orales que impartían la gnosis. Este evangelio final era tan místico que
resultaba absolutamente imposible ponerlo por escrito.
Los fragmentos que se conservan del Evangelio secreto de Marcos aclaran el
significado de algunos pasajes del Nuevo Testamento que sin ellos resultarían
extraños. Entre otras cosas, cuentan cómo Jesús resucitó a un joven. Algunos
estudiosos han conjeturado que se trata de una primera versión de la historia de la
resurrección de Lázaro que se narra en el Evangelio de Juan. En el Evangelio secreto
de Marcos, inmediatamente después de esta historia viene la iniciación del joven
resucitado. Es claro que resucitar era para los gnósticos una alegoría del renacimiento
espiritual por medio de la iniciación. En vista de ello, cabe pensar que originalmente
la historia de la resurrección de Lázaro también era una alegoría de la iniciación. Esto
explicaría el curioso pasaje del Evangelio de Juan en el cual Tomás, en vez de
brindarse a ayudar a Jesús a resucitar a Lázaro como cabría esperar, sugiere a los
discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él». Si el episodio de Lázaro era
en un principio una alegoría de la iniciación, como la historia que aparece en el
Evangelio secreto de Marcos, las palabras por lo demás inexplicables de Tomás
tendrían sentido. De hecho, lo que hace Tomás es exhortar a los otros discípulos a
iniciarse: a «morir y resucitar» como Lázaro.
En el Evangelio secreto de Marcos, el joven que está a punto de iniciarse se

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presenta ante Jesús llevando sólo un lienzo sobre su cuerpo desnudo. Marcos dice que
aquella noche «Jesús le enseñó el misterio del Reino de Dios». Esto aclara otro pasaje
extraño, éste en el Evangelio de Marcos. Después de contar cómo Jesús es
traicionado y prendido de noche en el huerto de Getsemaní, Marcos dice: «Un joven
lo seguía cubierto sólo de un lienzo; y lo detienen. Pero él, dejando el lienzo, se
escapó desnudo».
Este extraño personaje no aparece en ninguna otra parte del Nuevo Testamento. A
lo largo de los siglos muchos lectores deben de haberse preguntado cuál sería la
identidad del joven desnudo y qué estaría haciendo con Jesús y sus discípulos. El
Evangelio secreto de Marcos sugiere que era un aspirante a la iniciación.

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EL CONOCIMIENTO MÁS ALLÁ DE LA CREENCIA

El filósofo griego Heráclito escribe: «Las opiniones humanas son juguetes para
niños». Los sabios de los misterios paganos despreciaban las meras creencias u
opiniones; lo que les interesaba era el conocimiento. Platón arguyó que la creencia se
ocupa sólo de las apariencias de las cosas, mientras que el conocimiento penetra hasta
la realidad subyacente. Proclamó que el nivel más alto de comprensión es aquel
conocimiento por medio del cual la mente se funde con el objeto del conocimiento.
Los gnósticos heredaron estas enseñanzas paganas y también despreciaban la pistis
(fe) en comparación con la gnosis (conocimiento).
La gnosis no es una idea que admita dudas, sino una experiencia mística de la
Verdad que es inmediata, segura y nada conceptual. Mientras que los cristianos
literalistas ensalzaban el valor espiritual de la fe ciega y ordenaban a los fieles que no
pusieran en entredicho lo que les dijesen los obispos, los maestros gnósticos, al igual
que hicieran antes los sabios paganos, enseñaban que por medio de la iniciación en
los misterios interiores era posible experimentar directamente la gnosis y conocer la
Verdad por uno mismo.
Para los gnósticos la fe era sólo un escalón para llegar a la gnosis. El maestro
gnóstico Heracleón explica que al principio la gente cree porque tiene fe en el
testimonio de otros, pero necesita seguir hasta experimentar la Verdad directamente.
Clemente aseguró: «La fe es el cimiento; la gnosis, la superestructura. Por medio de
la gnosis la fe se perfecciona porque saber es más que creer. La gnosis es la prueba de
lo que se ha recibido por medio de la fe».
Los gnósticos, como los sabios paganos, enseñaban que todas las doctrinas eran
sólo aproximaciones a la verdad, que estaba más allá de las palabras y los conceptos,
y sólo podía encontrarse experimentando la gnosis por uno mismo. El Evangelio de
Felipe explica:

Los nombres que se dan a las cosas mundanas son muy engañosos, porque distraen nuestros pensamientos
de lo que es correcto a lo que es incorrecto. Así, uno que oye la palabra «Dios» no percibe lo que es
correcto, sino que percibe lo que es incorrecto. Lo mismo sucede con «el Padre» y «el Hijo» y «el Espíritu
Santo», y «vida» y «luz», y «resurrección», y «la Iglesia», y todo lo demás; la gente no percibe lo que es
correcto sino que percibe lo que es incorrecto.

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EL CONOCIMIENTO DE UNO MISMO

El mandamiento más importante en la senda espiritual de los misterios paganos


estaba inscrito en el santuario de Apolo en Delfos: Gnothi Seauton, es decir,
«Conócete a ti mismo». La gnosis o conocimiento que buscaban los iniciados en los
misterios paganos era el de uno mismo.
Asimismo, el libro gnóstico llamado Libro de Tomás el Contendiente afirma:
«Quienquiera que no se haya conocido a sí mismo no ha conocido nada, pero
quienquiera que se haya conocido a sí mismo ha alcanzado simultáneamente el
mismo conocimiento de la profundidad de todas las cosas».
En el Testamento de la verdad, Jesús aconseja a un discípulo que se convierta en
«discípulo de su propia mente», que es «el padre de la Verdad». El sabio gnóstico
Silvano recomienda: «Llamaos a vosotros mismos como si fuerais a una puerta y
caminad sobre vosotros mismos como sobre un camino recto. Porque si camináis por
el camino, es imposible que os extraviéis […] Abríos la puerta a vosotros mismos
para que podáis saber qué es».
Pero ¿qué es uno mismo? Los sabios paganos enseñaban que todo ser humano
tiene un yo inferior mortal llamado el eidolon y un yo superior inmortal llamado el
daemon. El eidolon es el yo encarnado, el cuerpo físico y la personalidad. El daemon
es el espíritu, el verdadero yo, que es la relación espiritual de cada persona con Dios.
Los misterios se crearon para ayudar a los iniciados a comprender que el eidolon es
un yo falso y que su verdadera identidad es el daemon inmortal.
Desde el punto de vista del eidolon parece que el daemon es un ángel de la guarda
independiente. Por tanto, los iniciados que todavía se identifican con el eidolon no
experimentan el daemon como su propio yo verdadero, sino como el espíritu guía
cuya misión consiste en llevados a su destino espiritual. Platón manifiesta: «Debemos
considerar que la parte del alma con mayor autoridad es un espíritu de la guarda que
nos da Dios y que nos eleva a nuestro hogar celestial».
Los sabios gnósticos enseñaban exactamente la misma doctrina mistérica.
Valentín explica que una persona recibe la gnosis de su ángel de la guarda, pero que
este ser angelical es en realidad el ser superior de la propia persona que busca la
gnosis. Durante milenios, en el antiguo Egipto se había representado el daemon como
gemelo celestial del eidolon. Esta imagen se encuentra también en el gnosticismo. Se

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dice que desde los cuatro años de edad el sabio gnóstico Manes fue consciente de que
tenía un ángel protector, y que a los doce años se dio cuenta de que era su gemelo
celestial, al que llamó «la más bella y mayor imagen refleja de mi propia persona».
En los Hechos de Juan, éste comenta que Jesús conversaba a veces con un gemelo
celestial que descendía para reunirse con él:

Cuando todos nosotros, sus discípulos, dormíamos en una casa de Genesaret, yo solo, después de
abrigarme bien, observé desde debajo de mi ropa lo que él hacía; y al principio le oí decir: «Juan,
duérmete», e inmediatamente fingí que dormía; y vi que bajaba otro como él, al que también oí decir a mi
Señor: «Jesús, ¿aquellos a los que has elegido todavía no creen en ti?». Y mi Señor dijo: «Bien dices tú,
pues son hombres».

La Pistis Sophia relata un mito encantador en el que el niño Jesús encuentra a su


propio gemelo celestial por primera vez. Su madre, María, recuerda:

Cuando eras niño, antes de que el Espíritu hubiera descendido sobre ti, cuando estabas en la viña con José,
el Espíritu descendió de las alturas y vino a mí en la casa, como a ti, y yo no Le conocí, sino que pensé que
eras tú. Y me dijo: «¿Dónde está Jesús, mi hermano, para que pueda encontrarme con él?».

María, dirigiéndose a Jesús, le dice cuando su gemelo finalmente lo encontró, «te


abrazó y te besó, y tú también lo besaste; os convertisteis en un único y mismo ser».
El objetivo de la iniciación gnóstica también era unir el yo inferior con el yo
superior, porque cuando se hacen uno solo es cuando tiene lugar la iluminación.
Ireneo relata que el gnóstico «cree que no está en el cielo ni en la tierra, sino que ha
abrazado a su ángel de la guarda». El gran maestro gnóstico Valentín escribe:
«Cuando el yo humano y el “Yo” divino se interrelacionan pueden alcanzar la
perfección y la eternidad».

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EL DAEMON UNIVERSAL

La búsqueda del conocimiento de uno mismo obliga al iniciado pagano o gnóstico a


hacer un notable viaje de descubrimiento. Al principio el iniciado se siente a sí
mismo como el eidolon, la personalidad encarnada, y ve el daemon como un ángel de
la guarda o gemelo celestial. El iniciado más maduro experimenta el daemon como su
propio yo superior. Los que han sido agraciados con la visión del total conocimiento
de sí mismos o gnosis encuentran el daemon todavía más imponente. Es en verdad el
«Yo divino», como dice Valentín. Aunque parezca que cada persona tiene su propio
daemon o yo superior, el iniciado que ha sido iluminado descubre que en realidad hay
un único daemon que es compartido por todos: un yo universal que habita en todos
los seres. Todas las almas forman parte del alma de Dios, que es única. Así pues,
conocerte a ti mismo es conocer a Dios.
Estas enseñanzas místicas se encuentran tanto en los misterios paganos como en
el cristianismo gnóstico. La antigua enseñanza pagana «Yo soy tú, y tú eres yo» se
encuentra en el texto gnóstico Pistis Sophia, y en el Evangelio de Juan, en el Nuevo
Testamento, se convierte en «Yo en vosotros, y vosotros en mí».
El sabio pagano Sexto escribe: «Si conocierais a quien os hizo, os conoceríais a
vosotros mismos». De modo parecido, el filósofo cristiano Clemente escribe:
«Conocerse a uno mismo es la mayor de todas las disciplinas; porque cuando un
hombre se conoce a sí mismo, conoce a Dios». Clemente enseñaba a sus iniciados
cristianos a «practicar a ser Dios» y les decía que el verdadero gnóstico «ya se había
convertido en Dios».
En una hermosa exposición de las eternas enseñanzas místicas que el cristianismo
gnóstico heredó de los misterios paganos, el sabio gnóstico Monoimo aconseja:

Buscadlo tomándoos a vosotros mismos como punto de partida. Averiguad quién hay dentro de vosotros
mismos que se adueña de todo y dice: «mi Dios, mi mente, mi pensamiento, mi alma, mi cuerpo».
Averiguad las fuentes del pesar, del gozo, del amor, del odio, del despertar aunque no queráis, y del sueño
aunque no queráis dormir, y del enfado aunque no queráis enfadaros y del enamoramiento aunque no
queráis enamoraros. Si investigáis cuidadosamente estas cuestiones, lo encontraréis en vosotros mismos.

«Gnóstico» significa «conocedor», pero lo que conoce el gnóstico no es alguna


información espiritual. Los gnósticos conocen aquello por medio de lo cual se conoce
todo lo demás: el conocedor, el experimentador, el yo superior, el Yo divino, el

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daemon. El verdadero gnóstico, al igual que el iniciado en los misterios paganos,
descubre que el daemon es en realidad la única alma del universo: la conciencia que
habita en cada uno de nosotros. Según los sabios paganos y gnósticos que han
recorrido la senda del conocimiento de uno mismo hasta llegar a su paradójica
conclusión, cuando finalmente descubrimos quiénes somos, descubrimos que lo único
que hay es Dios.

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LA REENCARNACIÓN

Los adeptos de los misterios paganos creían que un alma avanza hacia la realización
de la gnosis a lo largo de muchas vidas. El iniciado pagano Plutarco explica que el
alma no iluminada es atraída de nuevo a la encarnación física, una y otra vez, por la
fuerza de la costumbre:

Sabemos que el alma es indestructible y debemos pensar que su experiencia es como la de un pájaro
enjaulado. Si ha permanecido en el cuerpo durante mucho tiempo y se ha sometido a esta vida como
resultado de toda suerte de intervenciones y una larga habituación, volverá a posarse en un cuerpo cada
vez que nazca y nunca dejará de mezclarse en las pasiones y riesgos de este mundo.

Aunque finalmente fue exorcizada de la corriente principal del cristianismo, los


primeros cristianos gnósticos aceptaron esta idea pagana. El sabio gnóstico Basílides
enseñaba que la gnosis era la consumación de muchas vidas de esfuerzo. El Libro
secreto de Juan enseña que un alma continuará reencarnándose hasta que finalmente
sea «salvada de su falta de percepción, alcance la gnosis y con ello se perfeccione»,
después de lo cual «ya no entra en otra carne». La Pistis Sophia enseña que un alma
no puede entrar en la Luz hasta que, por medio de muchas vidas de experiencia, haya
comprendido todos los misterios. Sin embargo, tras avanzar en el viaje espiritual
durante esta vida, su siguiente encarnación será en un «cuerpo virtuoso que
encontrará al Dios de la Verdad y los misterios superiores».
Platón nos dice que los muertos pueden elegir entre beber del «manantial de la
memoria» y andar por el camino de la derecha hacia el cielo o beber de la «copa del
olvido» y andar por el camino de la izquierda hacia la reencarnación. La obra
gnóstica llamada Libro del Salvador enseña la misma doctrina y explica que un
hombre justo volverá a nacer sin haber olvidado la sabiduría que haya aprendido en
esta vida porque no le darán el «trago del olvido» antes de nacer de nuevo. En vez de
ello, recibirá «una copa llena de intuición y sabiduría» que hará que el alma no se
duerma y olvide, sino que «busque los misterios de la luz, hasta que los haya
encontrado».
Platón opinaba que encarnarse en un cuerpo humano era comparable con ser
encerrado en una especie de prisión. El Libro secreto de Juan también dice que la
encarnación es como «estar encadenado». Explica Platón: «El alma sufre el castigo
del pecado hasta que haya pagado su deuda». De modo parecido, Orígenes afirma que

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la encarnación es una especie de castigo por haber pecado y que las almas se
encarnan en determinados tipos de cuerpo según el pecado que hayan cometido. Nos
dice que las almas son «envueltas en cuerpos diferentes para castigarlas» muchas
veces, hasta que se purifican y entonces «vuelven al estado en que se encontraban
antes, abandonando por completo su maldad y sus cuerpos». Al igual que los sabios
paganos, Orígenes no podía creer que un Dios justo y compasivo condenase a un
alma a la eternidad en el infierno, sino que pensaba que todas las almas se salvarían
por medio de repetidas encarnaciones humanas. Escribe:

Toda alma ha existido desde el principio; por tanto, ya ha pasado por algunos mundos, y pasará por otros
antes de alcanzar la consumación final. Entra en este mundo fortalecida por las victorias o debilitada por
las derrotas de su vida anterior.

Pese al gran prestigio de que gozaba entre los primitivos cristianos, la Iglesia católica
condenó a este brillante filósofo cristiano, que para entonces ya había muerto, por
hereje, ya que enseñaba esta doctrina antigua. Esto resulta aún más irónico si tenemos
en cuenta que estas enseñanzas concuerdan por completo con el Nuevo Testamento.
En el Evangelio de Juan los supremos sacerdotes de Jerusalén preguntan a Juan
Bautista si es la reencarnación de Elías, y en el Evangelio de Marcos los discípulos
hablan de ¡la posibilidad de que Jesús sea la reencarnación de Juan Bautista, el
profeta Elías o uno de los otros profetas!

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LA IGUALDAD SEXUAL

En los misterios paganos la iniciación estaba abierta a todos, sin distinción de sexo.
Los discípulos más íntimos de Dioniso eran unas seguidoras extáticas llamadas
ménades, y en Italia los misterios de Dioniso eran dirigidos enteramente por mujeres.
Bajo la antigua religión olímpica de Grecia, las mujeres eran condenadas a vivir entre
cuatro paredes y a llevar a cabo las labores domésticas, pero con la llegada de los
ritos de Dioniso, ¡vivían libremente en los bosques!
En los misterios paganos abundaban las sacerdotisas y profetisas famosas: la gran
poetisa mística Safo y sus hermanas en Lesbos, que eran sacerdotisas en los misterios
de Adonis; Diotima, la sacerdotisa que enseñó a Sócrates; y la Pitonisa, que era la
sacerdotisa del oráculo de Delfos cuyo consejo buscaban los estadistas poderosos y
los grandes filósofos del mundo antiguo. Clemente de Alejandría recopiló una lista de
mujeres paganas cuyos logros admiraba. Además de poetisas y pintoras, menciona a
filósofas tales como Arignote, Temistio y otras, incluidas dos que estudiaron con
Platón y una a la que formó Sócrates.
Los pitagóricos eran famosos por la libertad y el respeto que daban a las mujeres.
Textos pitagóricos antiguos recalcan con frecuencia la igualdad entre las mujeres y
los hombres. Según Aristoxeno, Pitágoras recibió la mayor parte de su sabiduría ética
de una sacerdotisa de Delfos llamada Temistoclea. En su carta a las mujeres de
Crotona, Pitágoras dice expresamente que «las mujeres como sexo tienen mayor
afinidad natural con la piedad». Fue a una mujer, su hija Damo, a quien confió sus
escritos. Una discípula de Pitágoras llamada Arignote fue la autora del libro Los ritos
de Dioniso y de otras obras filosóficas.
Al igual que sus predecesores paganos, los gnósticos honraban a las mujeres y las
consideraban iguales a los hombres. Después de todo, en los evangelios Jesús
infringe la costumbre judía y habla francamente con las mujeres, que estaban entre
sus compañeros más allegados, y son mujeres las primeras en encontrarse con el
Cristo resucitado. Clemente afirma que «en Cristo no hay ni masculino ni femenino»,
y explica que el término «humanidad» es común tanto a hombres como a mujeres.
En los evangelios gnósticos aparecen figuras femeninas, en particular María
Magdalena, que interpretan papeles fundamentales. En el Diálogo del Salvador se
presenta a María como «una mujer que había comprendido totalmente» y con la cual

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Jesús tenía una relación especialmente estrecha. Las disputas entre la sabia María
Magdalena y el necio y misógino Pedro son frecuentes. En la Pistis Sophia, Pedro se
queja de que María domina la conversación con Jesús sin tener en cuenta su propia y
legítima prioridad ni la de los demás apóstoles. Pedro insta a Jesús a hacerla callar,
pero Jesús lo reprende. Más adelante, María admite ante Jesús que apenas se atreve a
hablar con franqueza porque «Pedro me hace titubear; me da miedo, porque odia al
género femenino». Jesús contesta que quienquiera que esté inspirado por el Espíritu
está divinamente llamado a hablar, ya sea hombre o mujer.
Ireneo comenta con irritación que el cristianismo gnóstico atraía de forma
especial a las mujeres. Esto no es extraño, porque entre los gnósticos las mujeres
gozaban de posiciones de liderazgo y de autoridad espiritual, a diferencia de lo que
ocurría en la Iglesia literalista, donde se las consideraba seres humanos de segunda
clase. Ireneo se horroriza al ver que el sabio gnóstico Marco anima a las mujeres a
hacer de sacerdotisas y a celebrar la eucaristía, a la vez que Tertuliano se queja
amargamente de «estas mujeres heréticas» que ocupan posiciones de autoridad y se
enfurece porque «enseñan, participan en las discusiones; exorcizan, curan».
¡Sospecha que incluso puede que bauticen y actúen como obispos!

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LA MORAL NATURAL

En Las bacantes, de Eurípides, el rey Penteo trata de insultar a Dioniso diciéndole


que es «el dios que libera a sus adoradores de todas las leyes», pero Dioniso replica:
«Tu insulto a Dioniso es un cumplido».
A menudo se acusaba a los misterios paganos de ser inmorales porque enseñaban
que las ideas convencionales de la moral eran superadas por alguien que había
experimentado la gnosis. El objetivo último de los misterios era la liberación
espiritual y no la servidumbre moral.
Ireneo se queja de que los gnósticos también afirmaban que «Las acciones no son
buenas ni malas en sí mismas, sino sólo de acuerdo con los convencionalismos
humanos» y da a entender que en realidad la libertad espiritual de los gnósticos era
sólo una excusa para llevar una vida licenciosa. Escribe:

Mantienen que han alcanzado una altura fuera del alcance de todos los poderes y que, por lo tanto, son
libres de actuar como les plazca en todos los sentidos, no teniendo nada que temer de nadie. Porque
afirman que debido a la redención no pueden ser aprehendidos, ni siquiera percibidos, por el juez.

Aunque experimentaban de forma mística al verdadero Dios de Jesús, los gnósticos


afirmaban que eran «redimidos» o «liberados» del poder del Jehová tiránico y de
todas las reglas y ordenanzas que había impuesto a los judíos. En el proceso de
iniciación de los gnósticos, el iniciado declaraba ritualmente su independencia
respecto del dios falso. Según el sabio gnóstico Simón Mago, los iniciados que se
habían escapado del poder de Jehová y habían acudido a conocer al Padre verdadero
eran «libres de vivir como quisieran».
Como dice una autoridad actual:

Basílides y su sucesor Valentín, los grandes maestros gnósticos de Alejandría, eran partidarios de una
estricta amoralidad: la única regla era que no había ninguna regla. Si, como preferían muchos iniciados,
tus inclinaciones eran ascéticas, perfecto; si eras totalmente promiscuo, perfecto también.

Con todo, ni los sabios de los misterios paganos ni los gnósticos cristianos predicaban
realmente la inmoralidad. Ambos reconocían sencillamente que había una
comprensión espiritual que era más profunda que una serie de reglas éticas impuestas
externamente, y que los seres humanos que estaban en comunicación con su

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naturaleza divina actuarían de forma intuitiva y espontánea, en armonía con el
conjunto de la vida. El sabio gnóstico Basílides explica que los cristianos
«espirituales» son morales sencillamente «por naturaleza». Obedecer los códigos
morales puede ser una parte del viaje de purificación que lleva a la gnosis, pero una
vez se ha llegado, es posible abandonar todas las reglas éticas porque el iniciado
actuará bien de forma natural… ¡aunque su forma de actuar no será necesariamente
convencional!
Clemente escribe:

Las costumbres externas dejan de tener valor para aquel cuyo ser entero alcanza una armonía duradera con
lo que es eterno; no tiene necesidades, ni pasión; descansa en la contemplación de Dios, que es y será su
bienaventuranza infalible. Así pues, todo lo que haga un hombre poseedor de la gnosis es correcto; y lo
que haga un hombre que no posea la gnosis es incorrecto, aunque acate un plan.

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CONCLUSIÓN

Los gnósticos presentan una imagen del primitivo cristianismo que sorprende
porque es distinta de la que nos legó la Iglesia romana. Ya hemos visto que la historia
de Jesús y las enseñanzas que da en el Nuevo Testamento aparecen prefiguradas en
los mitos y las enseñanzas de los antiguos misterios paganos. En el gnosticismo
encontramos muchos otros elementos que eran fundamentales en los misterios pero
que no existen en el cristianismo tal como lo conocemos hoy: la búsqueda de la
gnosis, el papel de la diosa, la importancia de las mujeres, la doctrina del daemon y el
eidolon, etcétera. Pasemos revista a algunas de estas notables similitudes entre el
cristianismo gnóstico y los misterios paganos:

—Los literalistas acusaban a los gnósticos de predicar doctrinas paganas.


—Los gnósticos enseñaban filosofía pagana, veneraban imágenes de los filósofos paganos al lado de
imágenes de Jesús, invitaban a los paganos a sus reuniones e incluso eran iniciados en los misterios
paganos.
—Los textos de los gnósticos contienen motivos paganos que, según ellos, enseñaban una filosofía
universal.
—Los gnósticos equiparaban a Jesús con el «multiforme Atis» y otros seudónimos de Osiris-Dioniso.
—Como en los misterios paganos, los cristianos gnósticos honraban a la divinidad femenina bajo la forma
de la diosa Sofía.
—Al igual que los sabios de los misterios paganos, los gnósticos criticaban la imagen antropomórfica de
Dios que tenían los cristianos ortodoxos. Decían que el Dios judío, Jehová, era un dios falso y que Jesús
era el hijo del Dios inefable y verdadero. Esta unicidad última e indescriptible era idéntica al Dios supremo
de Platón y los misterios paganos.
—El Jesús gnóstico es como un hierofante pagano que inicia a sus discípulos en los misterios por medio de
bailes y cánticos.
—Los gnósticos enseñaban que el cristianismo, al igual que los misterios paganos, tenía misterios
exteriores para los principiantes en la fe y misterios interiores para los iniciados.
—Exactamente igual que en los misterios paganos, los iniciados cristianos en los misterios tenían que jurar
que guardarían el secreto.
—Clemente nos dice que Marcos predicaba tres evangelios diferentes para tres niveles diferentes de
iniciación. Su evangelio en el Nuevo Testamento estaba pensado para «principiantes». El Evangelio
secreto iba dirigido a los que se hallaban en vías de «perfeccionamiento». Otro evangelio, éste oral,
revelaba la gnosis.
—Como en los misterios paganos, el objetivo del gnosticismo era la experiencia de la gnosis o
«conocimiento», que contrastaba con la mera fe o creencia.
—Al igual que los sabios paganos, los gnósticos enseñaban el «conócete a ti mismo» como medio para
llegar a conocer a Dios.
—Como en los misterios paganos, los gnósticos enseñaban la doctrina del daemon (gemelo celestial o yo
superior) y el eidolon (yo inferior).
—Como en los misterios paganos, los gnósticos enseñaban que al principio el daemon parece ser un ángel

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de la guarda, luego se experimenta como el yo superior del propio iniciado y finalmente se constata que es
la mente de Dios en todas las cosas.
—Como en los misterios paganos, los gnósticos enseñaban la doctrina de la reencarnación.
—Como en los misterios paganos, en el gnosticismo las muje res tenía un papel destacado.
—Tanto los sabios paganos como los gnósticos eran acusados de tolerar la inmoralidad, cuando lo cierto es
que ambos grupos predicaban la misma doctrina mística de moral natural.

Ante estos datos abrumadores, nos pareció claro que los cristianos gnósticos
practicaban una adaptación de los antiguos misterios paganos. ¿Era la pista que
andábamos buscando para resolver nuestro misterio? ¿Podía el gnosticismo ser el
cristianismo original que surgió de los misterios paganos, con la historia de Jesús
como una versión judía del mito eterno del dios hombre mistérico que muere y
resucita? Parecía demasiado increíble para ser verdad, pero pensamos que esta
posibilidad no podía descartarse. Por tanto, decidimos examinar de forma más
detenida cómo veían exactamente la historia de Jesús los gnósticos. ¿Basaban su fe
en la creencia de que existió un hombre histórico, como los cristianos literalistas, o
era su Jesús, como Osiris-Dioniso, el personaje principal de una alegoría mística?

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6
EL CÓDIGO DE JESÚS

A vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás sólo en
parábolas.

JESÚS, EN EL EVANGELIO DE LUCAS

Los sabios paganos no pensaban que los mitos de Osiris-Dioniso fueran hechos
históricos que jamás debían cambiarse o adaptarse, sino mitos alegóricos que podían
conciliarse unos con otros y adaptarse. Los cristianos gnósticos tampoco
consideraban sus evangelios como anales históricos, sino como obras de literatura
alegórica que contenían verdades eternas cifradas que podían ampliarse y
perfeccionarse de manera creativa. En efecto, se esperaba de los iniciados gnósticos
que interpretasen de forma propia y única los mitos y las enseñanzas que recibían
para demostrar que habían experimentado personalmente la gnosis y que no se
limitaban a repetir como loros lo que otras personas les habían dicho. Tertuliano se
queja de que:

Cada uno de ellos, como mejor le vaya a su temperamento, modifique las tradiciones que ha recibido, del
mismo modo que aquel que las transmitió las modificó, cuando las configuró de acuerdo con su propia
voluntad.

Ireneo también se siente horrorizado y echa pestes: «Cada uno de ellos genera algo
nuevo cada día; porque nadie es considerado iniciado o maduro entre ellos ¡a menos
que haya forjado algunas ficciones enormes!».
Los gnósticos explicaban que su creatividad espiritual procedía de la
comunicación personal y directa con «el Viviente». Argüían que, en definitiva, sólo
por medio de la experiencia propia se puede juzgar lo que es verdad y que, por tanto,
la experiencia personal debe tener prioridad sobre todos los testimonios y tradiciones

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de segunda mano.

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LAS ALEGORÍAS MÍTICAS

En el paganismo los misterios interiores secretos revelaban el significado alegórico


de los mitos de los misterios exteriores. Asimismo, los gnósticos afirmaban que
enseñaban misterios interiores secretos que revelaban la gnosis y que los misterios
exteriores del cristianismo no eran más que una preparación para aquéllos.
Cuando los cristianos literalistas despreciaban la idea de que había enseñanzas
cristianas secretas, los gnósticos señalaban el ejemplo de Jesús, que en público
hablaba utilizando parábolas y en privado revelaba el significado de estas alegorías a
sus discípulos más íntimos. En Marcos, por ejemplo, leemos:

Les decía también: «Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto,
sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga». Y les anunciaba la Palabra
con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus
propios discípulos se lo explicaba todo en privado.

La idea de que las enseñanzas místicas podían cifrarse en historias míticas era
fundamental en los misterios paganos. El pitagórico judío Filón llama a la alegoría
«el método de los misterios griegos». El filósofo pagano Demetrio escribe: «Lo que
es claro y manifiesto es fácil de despreciar, como se desprecia a los hombres
desnudos. Por tanto, también los misterios se expresan en forma de alegoría».
Macrobio, asimismo, escribe:

La exposición sencilla y desnuda de sí misma repugna a la naturaleza. Desea que sus secretos se traten por
medio de mitos. Así, los misterios mismos se esconden en los túneles de la expresión figurada, para que ni
siquiera a los iniciados se les pueda presentar la naturaleza desnuda de tales realidades, sino que sólo una
elite pueda conocer el secreto real, por medio de la interpretación que proporciona la sabiduría, mientras
que el resto se contenta con venerar el misterio, protegido de la banalidad por aquellas expresiones
figuradas.

Esta forma alegórica que empleaban los paganos para abordar las Sagradas Escrituras
la adoptaron con entusiasmo los cristianos gnósticos. El Evangelio de Felipe enseña
la misma doctrina que Macrobio: “La verdad no vino al mundo desnuda, sino en
imágenes. No recibirás la verdad de ninguna otra manera”. Los cristianos literalistas,
en cambio, tomaban las Escrituras como hechos históricos. El satírico pagano Celso
queda asombrado ante tal ingenuidad y echa por tierra, con el ingenio que le

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caracteriza, una interpretación literal de la historia bíblica de la creación:

Dios destierra al hombre del jardín que hizo específicamente para albergarlo. Por tonto que esto pueda
parecer, todavía más tonta es la manera en que se supone que nació el mundo. Destinan ciertos días a la
creación, antes de que existieran los días. Porque cuando el cielo no se había hecho, ni se había fijado la
Tierra ni colocado el Sol en los cielos, ¿cómo podían existir los días? ¿No es absurdo pensar que el Dios
más grande construyó su obra como un albañil, diciendo: “Hoy haré esto, mañana aquello”, etcétera, de
modo que hizo esto en el tercer día, aquello en el cuarto, y otra cosa en los días quinto y sexto? No es
extraño, pues, que nos encontremos con que, como un vulgar trabajador, este Dios se cansa y necesita
hacer fiesta al cabo de seis días. ¿Es necesario que comente yo que un Dios que se cansa, trabaja con las
manos y da órdenes como un capataz no se comporta mucho como un Dios?.

Al igual que Celso, los cristianos gnósticos opinaban que semejante literalismo era
superficial e ingenuo. Orígenes no entendía cómo alguien podía interpretar
literalmente historias de esta índole, toda vez que es obvio que son alegóricas (¡sin
duda quedaría atónito si hablase con muchos cristianos fundamentalistas de hoy!).
Escribe:

¿Qué hombre sensato estará de acuerdo con la afirmación de que en los días primero, segundo y tercero, en
los cuales la mañana y la tarde reciben su nombre, no había Sol, Luna ni estrellas, y que en el primer día
no había cielo? ¿Qué hombre es lo bastante idiota como para suponer que Dios plantó árboles en el
Paraíso, en el Edén, como si fuera un labrador? Creo que todo el mundo debe interpretar estas cosas como
imágenes que tienen un sentido oculto.

A juicio de Orígenes; la idea de que las Escrituras eran alegorías míticas era una
«hermosa tradición» que podía revelar el significado oculto cifrado en las historias
sobre Jesús. Escribe: «No creo que nadie dude de que éstas son expresiones figuradas
que indican ciertos misterios valiéndose de lo que parece un relato en vez de recurrir
a acontecimientos reales». Orígenes explica que para quienes «no estén totalmente
ciegos, los evangelios están llenos de pasajes de esta clase» que «constan como
acontecimientos reales, pero que no sucedieron literalmente». A modo de ejemplo
cita la historia en que Jesús es tentado por el diablo. Éste lleva a Jesús a una montaña
alta y desde ella le enseña todos los reinos de este mundo y le dice que para que sean
suyos bastará con que se arrodille y lo adore. Orígenes desprecia la idea de que
alguien pudiera ver realmente todos los reinos de este mundo desde la cima de una
montaña y afirma que este episodio debe interpretarse de forma alegórica. Nos dice:
«El lector atento detectará miles de pasajes parecidos a éste en los evangelios».
Clemente también opinaba que el cristiano verdadero era «el gnóstico» que puede
penetrar hasta el significado alegórico de las Escrituras porque comprende «el
artificio de las palabras y las soluciones de enigmas». Considera que el iniciado que
ha experimentado la gnosis capta toda la verdad y penetra hasta lo más profundo de
las Escrituras, mientras que el «creyente» sólo conoce la superficie.
Con este espíritu, los gnósticos no interpretaban la historia de Jesús literalmente
como una crónica histórica, sino como una alegoría espiritual que contenía, cifradas,
profundas enseñanzas místicas. En el texto Los viajes de Pedro, el propio Jesús

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descifra algunas de las enseñanzas alegóricas que se ocultan en las crónicas de su
crucifixión y explica:

El Logos lo simboliza este madero recto en el que estoy colgado. El travesaño de la cruz representa aquella
naturaleza humana que sufrió el pecado del primer hombre, pero con la ayuda de Dios hecho hombre,
volvió a recibir su mente verdadera. Justo en el centro, uniendo dos en uno, está el clavo de la disciplina, la
conversión y el arrepentimiento.

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LAS MATEMÁTICAS SAGRADAS

La inmensa dificultad con la que tropezamos hoy al intentar descifrar tanto los
mitos de los misterios paganos como la historia de Jesús sólo puede comprenderse
cuando se aprecian la complejidad y la sutileza del código. Los gnósticos, al igual
que sus predecesores los pitagóricos, no utilizaban sólo símbolos e imágenes, sino
también números y fórmulas matemáticas para cifrar sus enseñanzas místicas. Los
sabios paganos consideraban las matemáticas y la geometría como ciencias sagradas
que revelan el funcionamiento de la mente de Dios. Pitágoras llamaba a los números
«dioses inmortales». Sobre la entrada de la Academia de Platón aparecían escritas las
palabras «Que ningún hombre que no sepa matemáticas entre aquí».
El cristiano literalista Hipólito llama a los gnósticos «discípulos de Pitágoras y
Platón» y los acusa de tomar también «la ciencia aritmética» como «el principio
fundamental de su doctrina». Clemente se sentía fascinado por las matemáticas
pitagóricas e incluso aplicaba a la interpretación de las Escrituras las proporciones
que revelaban las leyes matemáticas que subyacen en la armonía musical. El sabio
gnóstico Monoimo instruía a sus alumnos en las matemáticas sagradas de Platón y
Pitágoras. Los gnósticos usaban la imagen de los cielos divididos en siete esferas que
formaban una especie de escalera mística compuesta por una octava de siete puertas
por la que el iniciado podía ascender, lo cual es idéntico a algunas enseñanzas que se
encuentran en los misterios paganos.
Los estudiosos han concluido que evangelios gnósticos tales como la Pistis
Sophia y el Libro de Jeú, en vez de ser compendios de necedades desconcertantes, en
realidad se basan en una forma avanzada de simbolismo numérico. Un elemento
fundamental de este simbolismo es la gematría: la expresión de números y
proporciones matemáticas por medio de palabras.
En el antiguo alfabeto griego cada letra equivalía también a un número. Por tanto,
todas las palabras tenían también un valor numérico y podían utilizarse para
transmitir información matemática. Los nombres griegos de los dioses eran algo más
que simples palabras, sus valores numéricos también eran significativos. Por ejemplo,
en su grafía griega más común, el nombre del dios hombre pagano Mitra expresa
«360», que en algunos lugares se consideraba como el número de días que hay en un
año. Sin embargo, varios escritores antiguos añaden deliberadamente una letra para

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que el valor numérico del nombre sea igual a 365, que es el cálculo exacto del año
solar. De esta manera, como señala san Jerónimo, Mitra se revela numéricamente
como una deidad solar.
También los cristianos gnósticos adoptaron la gematría. El mito gnóstico incluso
muestra al Jesús joven ¡instruyendo a los eruditos del templo de Jerusalén en el
significado místico del alfabeto griego! Al igual que el pagano Mitra, el nombre de
Abraxas, la divinidad solar de los gnósticos, también expresa el número 365. No
obstante, el ejemplo más notable de gematría cristiana es el nombre mismo de
«Jesús».
Los primitivos cristianos mantenían que «Iesous», el nombre griego original que
traducimos por «Jesús», estaba «por encima de todos los nombres». Orígenes se
jactaba de que poseía más eficacia mágica que los nombres de las divinidades
paganas. Es bien sabido que, según el Apocalipsis de Juan, la cifra de la «Bestia» es
666. Lo que no se sabe tan bien es que, según la gematría, el nombre griego «Iesous»
(Jesús) expresa el número 888.

Los antiguos consideraban que este número era sagrado y mágico por varias razones,
entre ellas que si se suman todos los números asociados con cada una de las
veinticuatro letras del alfabeto griego, el resultado es 888. Sin duda también es
significativo que en la armonía musical, que para los pitagóricos era una ciencia
sagrada, ¡666 sea la proporción de la cuerda de la quinta perfecta y 888 sea la
proporción de la cuerda del tono entero!
No es ninguna casualidad que el nombre de Jesús sea igual a 888. El nombre
griego «Iesous» es una transliteración artificial y forzada del nombre hebreo «Josué»
que los evangelistas construyeron de forma deliberada para tener la seguridad de que
expresara este número que es simbólicamente significativo.
Incluso los literalistas son conscientes del simbolismo numérico del nombre de
Jesús. Ireneo afirma: «Iesous es un nombre aritméticamente simbólico que consiste
en seis letras, como saben todos los llamados». Otros nombres que se mencionan en
la historia de Jesús también significan algo cuando se traducen a números utilizando
la gematría. Jesús da a su discípulo Simón el nombre de «Cefas», que significa
«piedra» y a menudo se traduce por «Pedro». En el griego original Cefas expresa
«729», que era un número importante para los paganos. Plutarco, sacerdote de Apolo
en Delfos, señala que 729 es un número del Sol y corresponde al número de días y
noches que hay en un año. Sócrates comenta que es «un número que tiene una
relación estrecha con la vida humana, si la vida humana está relacionada con los días

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y las noches, y los meses y los años».
Los estudiosos incluso han comprobado que la historia del Nuevo Testamento en
la que Jesús ayuda a sus discípulos a hacer una pesca milagrosa de 153 peces es un
acertijo matemático que revela «un dibujo geométrico subyacente que va
desplegándose». Como ya hemos comentado, esta historia milagrosa se basa en un
milagro parecido de Pitágoras, el gran gurú pagano de las matemáticas sagradas.
Ambas historias contienen fórmulas matemáticas cifradas que son sagradas y que los
iniciados interpretaban como revelaciones de enseñanzas esotéricas.
También se ha demostrado que los relatos del Nuevo Testamento que hablan de la
alimentación de los cinco mil y los cuatro mil producen dibujos geométricos místicos.
Así se da a entender claramente en el Evangelio de Marcos, donde un Jesús
impaciente quiere que sus discípulos resuelvan un acertijo matemático de carácter
místico que, ¡ay!, sus discípulos no comprenden:

Jesús dijo: «¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? ¿No os acordáis de cuando partí los cinco
panes para los cinco mil? ¿Cuántos canastos llenos de trozos recogisteis?». «Doce», le dicen. «Y cuando
partí los siete entre los cuatro mil, ¿cuántas espuertas llenas de trozos recogisteis?». Le dicen: «Siete». Y
continuó: «¿Aún no entendéis?».

Parece que, al igual que los desconcertados discípulos, la Iglesia cristiana lleva dos
mil años sin comprender que lo que ha interpretado de forma literal es en realidad una
serie de alegorías místicas que se construyeron cuidadosamente. Con la destrucción
de los misterios interiores de los gnósticos se perdieron las claves para descifrar las
alegorías y sólo podemos hacer conjeturas sobre gran parte de las metáforas
profundas que contiene la historia de Jesús.

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JESÚS EL DAEMON

A ojos de los gnósticos, el dios hombre Jesús simbolizaba el daemon, el yo


inmortal. Con frecuencia, en los mitos gnósticos el eidolon, el yo encarnado, se
representa por medio del «hermano gemelo» de Jesús, Tomás. En el Libro de Tomás
el Contendiente, Jesús (el daemon) enseña a su discípulo y hermano gemelo Tomás
(el eidolon):

Hermano Tomás, mientras tengas tiempo en el mundo, escúchame, y te revelaré las cosas sobre las que has
cavilado. Como se ha dicho que eres mi compañero gemelo y verdadero, examínate a ti mismo y entérate
de quién eres, de qué manera existes y cómo serás. Dado que te llamarán hermano mío, no está bien que te
ignores a ti mismo. Y sé que has comprendido, porque ya has comprendido que yo soy el conocimiento de
la verdad. Así que mientras me acompañas, aunque no comprendas, de hecho ya has llegado a saber, y
serás llamado «el que se conoce a sí mismo».

Según una tradición muy extendida entre los primeros cristianos, Jesús tenía un
hermano gemelo que se parecía a él en todos los detalles. Esto causaba muchos
problemas a los literalistas, ya que la objeción lógica a sus afirmaciones de que Jesús
había resucitado efectivamente de entre los muertos era que su hermano gemelo había
sido crucificado en su lugar. Debido a ello, algunos estudiosos han deducido que esta
leyenda se basaba en hechos históricos, porque «¿qué cristiano hubiera sido lo
bastante tonto como para inventar una leyenda que con muchísima probabilidad
debilitaría la base misma de la tradición ortodoxa relativa a la resurrección de
Jesús?». La respuesta es que los gnósticos inventaron la tradición del hermano
gemelo de Jesús como alegoría de una antigua doctrina del daemon/eidolon.
El Evangelio de Tomás se atribuye a Judas Tomás el Dídimo. Tanto el nombre
arameo de Tomás como el griego de Dídimo significan «gemelo». El nombre del
autor es, por tanto, «Judas el Gemelo». En vista de ello, cabe pensar que en la historia
original de Jesús, Judas, el apóstol que traiciona a Jesús, simbolizaba el eidolon que
traiciona al daemon.
Otra referencia cifrada a la doctrina del daemon/eidolon en el Nuevo Testamento
se encuentra en la crónica del proceso de Jesús que hace Mateo, cuando Poncio Pilato
se brinda a: respetar la vida de uno de los dos Jesuses: o bien Jesús el Mesías o Jesús
Barrabás. Uno de los dos es un hombre inocente que es asesinado y el otro es un
asesino que queda en libertad. Los dos Jesuses simbolizan el yo superior y el yo

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inferior que hay en todo ser humano.

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EL ILUSIONISMO

La doctrina pagana del daemon/eidolon arroja algo de luz sobre la enseñanza


gnóstica, por lo demás desconcertante, llamada «docetismo» o «ilusionismo». Y Los
enemigos del gnosticismo han presentado esta enseñanza como una creencia más bien
extraña según la cual Jesús no tenía realmente un cuerpo de carne y hueso, sino que
sólo fingía existir físicamente, y se valió de la magia para aparentar que moría en la
cruz, aunque en realidad no fue así. Pero como de costumbre, al interpretar
literalmente lo que dicen los gnósticos, los literalistas demuestran que no entienden
nada.
La visión «ilusionista» de la crucifixión que tienen los gnósticos no debe tomarse
como una crónica histórica de lo sucedido. Es un mito que expresa de forma cifrada
las eternas enseñanzas místicas relacionadas con la idea de que un ser humano consta
de dos partes: una parte terrenal que sufre y muere (el eidolon) y un testigo espiritual
eterno (el daemon) que no sufre y experimenta este mundo como una ilusión
pasajera.
La Carta de Pedro a Felipe explica que aunque Jesús sufrió a partir del momento
de su encarnación, sufrió como uno que era «extraño a este sufrimiento». Esto enseña
que el yo superior encarnado (representado por Jesús) parece sufrir cuando sufre el
eidolon, pero en realidad es siempre el testigo que no sufre. En los Hechos de Juan,
Jesús explica:

Oísteis decir que sufrí, pero no sufrí. Uno que no sufrió fui yo, pero sufrí. Uno al que atravesaron fui yo,
pero no fui maltratado. Uno al que ahorcaron fui yo, y, pese a ello, no fui ahorcado. La sangre manó de mí,
pero no manó.

¿Cómo es posible que Jesús sufra y a la vez no sufra? Porque, como explica él:
«Distingo al hombre de mí mismo». Se identifica con su yo superior trascendente, el
daemon, y no con su yo inferior que sufre, el eidolon.
El propósito de la iniciación gnóstica era liberar a los iniciados de todo
sufrimiento haciéndoles comprender que su identidad verdadera no es el eidolon
atado a la cruz de la materia, sino el daemon que contempla la vida como una ilusión
pasajera. Así, el Jesús gnóstico predica: «Si hubierais sabido sufrir, hubierais podido
no sufrir. Ved por medio del sufrimiento, y os libraréis del sufrimiento». Así pues, el

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eidolon de Jesús parece sufrir y morir, pero el Jesús real —el daemon— no puede
sufrir ni morir.
Quinientos años antes Eurípides describió al rey Penteo encadenando a Dioniso,
mientras que en realidad no era así. Como dice Dioniso: «Allí me burlé de él. Pensó
que me encadenaba; pero no me sujetó ni me tocó; salvo en su mente ilusa».
En el Apocalipsis de Pedro, éste ve a Jesús «contento y riendo» en la cruz
mientras le atraviesan las manos y los pies con clavos, y Jesús explica:

El que ves en el árbol, contento y riendo, éste es el Jesús vivo. Pero este cuyas manos y pies atraviesan con
clavos es su parte carnal, que es el ser sustitutivo al que avergüenzan, el que nació a semejanza suya. Pero
miradlo a él y miradme a mí.

En algunos mitos paganos no es el dios hombre quien sufre y muere, sino una figura
sustitutiva que representa al eidolon. En Las bacantes, el rey Penteo, cuyo nombre
significa «Hombre de Sufrimiento», se sube a un árbol y es despedazado en lugar de
Dioniso. De forma parecida, en ciertos mitos gnósticos es Simón de Cirene quien
muere en la cruz, mientras Jesús observa, riendo, desde lejos. En el Segundo tratado
del gran Set, Jesús explica:

Era otro, Simón, que cargaba con la cruz en la espalda. Era otro sobre quien colocaron la corona de
espinas. Mas yo me regocijaba en las alturas y me reía de su ignorancia.

Simón de Cirene, al igual que el rey Penteo en la versión pagana del mito, representa
al eidolon que sufre y muere. La figura riente de Jesús, al igual que el Dioniso
triunfante, representa al daemon, el espíritu testigo. El sabio gnóstico Basílides
enseña que «por ser Mente, Jesús no sufrió», sino que Simón de Cirene sufrió en su
lugar, mientras Jesús reía «porque no podían sujetarlo y era invisible para todos».
Los gnósticos no creían que Jesús sólo aparentase existir, ni que evitase por arte
de magia sufrir en la cruz, o, de forma más siniestra, que se hiciese sustituir por
Simón de Cirene, al que crucificaron en vez de a él mientras Jesús reía desde una
distancia prudencial. Como afirmaban los literalistas, semejantes doctrinas serían de
mal gusto y ridículas. Pero se trata de una mala interpretación (o, lo que es más
probable, ¡de una tergiversación consciente!) de las enseñanzas gnósticas. De hecho,
el «ilusionismo» simplemente forma parte de la interpretación del episodio de la
crucifixión como alegoría de la iniciación que encierra de forma cifrada la antigua
doctrina pagana del daemon/eidolon.
Un fragmento de estas enseñanzas se ha conservado en el Evangelio de Marcos,
en el cual, de forma inexplicable, los soldados obligan a Simón de Cirene a llevar la
cruz de Jesús. El nombre de Simón vincula aquí simbólicamente esta figura con el
discípulo llamado Simón «Pedro» o «Piedra», que también simboliza al eidolon en
muchos mitos gnósticos.
Un eco de esta doctrina gnóstica también se conserva en el Corán, el libro sagrado
de los musulmanes, que, al tratar de la supuesta muerte de Jesús, declara: «Siendo así

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que no lo mataron ni lo crucificaron, sino que les pareció así».

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LA RESURRECCIÓN ESPIRITUAL

Según los sabios paganos, todos nos componemos de un eidolon, que es mortal, y
del daemon, que es inmortal. Si estamos vivos para nuestra identidad personal como
eidolon, estamos muertos para nuestra identidad eterna como daemon. La iniciación
en los misterios servía para devolver el alma a la vida. Mediante la muerte mística del
eidolon el iniciado podía renacer como daemon. Los gnósticos enseñaban la misma
doctrina mistérica.
El maestro anónimo del sabio gnóstico Rheginos explica que la existencia
humana normal es la muerte espiritual y, por tanto, todos necesitamos «resucitar de
entre los muertos».
Del mismo modo que los iniciados paganos que presenciaban el gran espectáculo
mistérico en Eleusis sufrían metafóricamente con Dioniso y renacían espiritualmente,
también los iniciados en los misterios gnósticos compartían de manera metafórica el
sufrimiento y el triunfo de su dios hombre Jesús. El maestro de Rheginos explica:
«Sufrimos con él, y nos levantamos con él, y fuimos al cielo con él». Los iniciados
que participaban de la pasión de Jesús como alegoría de su propia muerte y
resurrección místicas podían decir con Jesús en el Evangelio de Juan: «Por eso me
ama el Padre, porque yo doy mi vida, para recobrarla de nuevo».
Los cristianos literalistas basaban toda su fe en el supuesto milagro de que un
Jesús histórico había vuelto físicamente de entre los muertos, y consideraban que esto
probaba que los que creían que Jesús era el Hijo de Dios también resucitarían
físicamente en el «Día del Juicio». Los gnósticos, en cambio, decían que interpretar
la resurrección en sentido literal era un ejemplo de la «fe de los necios». Insistían en
que la resurrección no era ni un acontecimiento histórico que ocurrió una sola vez a
una sola persona ni una promesa de que los cadáveres resucitarían después de un
apocalipsis futuro. Los gnósticos interpretaban la resurrección como una experiencia
mística que podía sucederle a cualquiera de nosotros, aquí mismo y ahora, mediante
el reconocimiento de nuestra verdadera identidad como daemon.
Los literalistas pensaban que cualquier experiencia personal de la resurrección
suponía una lejana esperanza de inmortalidad corporal después de la segunda venida.
El Evangelio de Felipe, sin embargo, se burla de tales cristianos y explica: «Aquellos
que dicen que morirán primero y luego resucitarán están equivocados. Si no reciben

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primero la resurrección mientras viven, cuando mueran no recibirán nada».
Para los gnósticos la resurrección era sólo «la revelación de lo que existe
verdaderamente». Para los iniciados con «ojos para ver», por tanto, esta resurrección
mística «ya había sucedido». En modo alguno podía ser un acontecimiento futuro,
porque se trataba de la conciencia de lo que era real en el momento presente. La
verdadera identidad de un iniciado no se convertía en el daemon por medio del
proceso de iniciación. Siempre había sido el daemon. En realidad, la resurrección era
sólo un cambio en la conciencia. El maestro de Rheginos proclama: «Ya tienes la
resurrección. Considérate resucitado ya. ¿Eres tú —el tú real— mera corrupción?
¿Por qué no examinas tu propio ser y compruebas que has resucitado?».
El Tratado de la Resurrección proclama:

Todo tiende a cambiar. ¡El mundo es una ilusión! La resurrección es la revelación de lo que existe, y la
transformación de las cosas, y una transición a la novedad. Huye de las divisiones y las cadenas, y ya
tienes resurrección.

Los gnósticos consideraban que la resurrección era una alegoría, pero no que fuese
algo irreal. Al contrario, para el iniciado la experiencia mística de la resurrección
espiritual era más real que la llamada realidad de la conciencia normal. El maestro de
Rheginos explica: «No supongáis que la resurrección es una ilusión. No es una
ilusión; más bien es algo real. En lugar de ello, uno debería mantener que el mundo
es una ilusión, más que la resurrección».

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EL MATRIMONIO SAGRADO

Un tema mítico que tenía importancia en los misterios paganos era el matrimonio
sagrado entre el dios hombre y la diosa, símbolo de la unión mística de contrarios. En
Creta celebraban el matrimonio de la diosa Deméter con el dios hombre Yasión. A su
«llegada» a Atenas todos los años, Dioniso era aclamado como «el novio», y su
matrimonio con la reina de la ciudad, que representaba a la diosa, se celebraba
ritualmente.
En las iniciaciones mistéricas, el iniciado se representaba a menudo como la
novia de Osiris-Dioniso. Las iniciaciones se llevaban a cabo en las «cámaras
nupciales» especiales que se han encontrado en santuarios paganos. Un antiguo
fresco muestra escenas de los que se preparan para la iniciación vistiéndose con
atuendo de novia. Después de la iniciación las aclamaban como «novias».
La novia representaba al yo encarnado o eidolon y OsirisDioniso, al yo no
encarnado o daemon. El matrimonio secreto unía ritualmente a estas dos partes
contrarias del iniciado. Epifanio nos dice: «Algunos preparan una cámara nupcial y
celebran un rito místico acompañado de ciertas palabras que se dicen al iniciado, y
alegan que es un matrimonio espiritual».
El tema del matrimonio sagrado que se encuentra en los misterios paganos no está
presente en el cristianismo ortodoxo, pero era importante en el cristianismo gnóstico,
que celebraba el matrimonio sagrado entre Jesús y Sofía. En el mito gnóstico, Sofía
ha «caído» y representa al yo encarnado. Aparece perdida en el mundo y busca la
fuente inefable. Trata de encontrar el amor en todos los sitios donde no debería
buscado y se convierte en prostituta. Finalmente suplica a Dios Padre que la ayude y
Él le manda como novio al primogénito de Dios, Jesús, hermano de Sofía. Al llegar el
novio, hacen el amor apasionadamente para convertirse en uno. Esto es una alegoría
del daemon o espíritu acudiendo a salvar al yo encarnado o psique. Según el
Evangelio de Felipe, sólo la persona que ha «vuelto a casar» la psique con el espíritu
podrá soportar los impulsos físicos y emocionales que, si no se frenan, tal vez la
llevarían a la autodestrucción y al mal.
El matrimonio sagrado simboliza la unidad mística, que era el objetivo del
gnosticismo. En el Evangelio de Tomás, Jesús enseña a sus discípulos:

Cuando hagáis de los dos uno, y cuando hagáis el interior como el exterior y el exterior como el interior, y

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lo de arriba como lo de abajo, y cuando hagáis al hombre y a la mujer una cosa y la misma, de manera que
el hombre no sea hombre, y la mujer no sea mujer, entonces entraréis en el Reino.

Algunos grupos gnósticos celebraban ritualmente el matrimonio secreto como parte


de sus ritos de iniciación. Ireneo nos dice: «Preparan una cámara nupcial y celebran
misterios». Los seguidores del sabio gnóstico Marco celebraban un rito de iniciación
«con ciertas fórmulas, y llaman a esto matrimonio espiritual». Se nos dice que los
seguidores del poeta gnóstico Valentín practicaban el rito de un matrimonio espiritual
con ángeles en una cámara nupcial. Los naassenos afirmaban que los iniciados
«deben quitarse sus vestidos y convertirse todos en novias preñadas por el espíritu
virgen». El Evangelio de Felipe explica que el proceso de iniciación alcanzaba su
punto culminante en la «cámara nupcial» de unión mística, porque: «El
sanctasanctorum es la cámara nupcial. La redención tiene lugar en la cámara
nupcial».
En la historia de Jesús, la Sofía caída aparece representada por la figura de María
Magdalena, a quien Jesús (el daemon) redime de la prostitución. Según el sabio
gnóstico Heracleón, el tema del matrimonio sagrado también está presente en la
historia de Jesús bajo la forma de las bodas de Caná, donde Jesús, como Dioniso
antes que él, transforma agua en vino embriagador. Heracleón nos dice que este
milagro simboliza aquel «matrimonio divino» que convierte lo que es simplemente
humano en divino. El tema aparece también en un pasaje del Evangelio de Matea en
el cual Jesús explica que llegar al reino de los cielos será como cuando una doncella
que va a recibir «al novio».
En el Evangelio de Tomás, Jesús advierte que para experimentar este nivel final
de iniciación en la unión mística, cada iniciado debe entrar en la cámara nupcial solo:
«Hay muchos de pie, a la puerta, pero únicamente el solitario entrará en la cámara
nupcial».

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CONVERTIRSE EN CRISTO

Los sabios paganos afirmaban que en los misterios interiores un iniciado descubría
que lo que en apariencia era su daemon individual era en realidad el daemon
universal, que los sabios representaban dividido en pedazos y distribuido entre todos
los seres conscientes. Epicteto afirma: «Eres un fragmento arrancado de Dios. Llevas
una porción de él dentro de ti». Osiris-Dioniso representa este daemon universal, la
mente de Dios consciente en todos los seres vivos.
En muchos mitos, Osiris-Dioniso muere desmembrado. Con frecuencia se
interpreta que esto significa la trilla del trigo para producir pan y el pisado de la uva
para producir vino. Sin embargo, los iniciados en los misterios interiores
interpretaban este motivo a un nivel más místico: como cifra de enseñanzas sobre la
desmembración del daemon universal por parte del poder del mal. En el mito de
Osiris, por ejemplo, el dios hombre es asesinado y desmembrado por su hermano
malvado Set, y luego la diosa Isis recoge todos los miembros de Osiris y lo
reconstituye. Este mito encierra de forma cifrada la enseñanza mistérica que dice que
Dios debe ser «remembrado», que la senda espiritual es el proceso de reunir los
fragmentos del daemon universal, de percibir al uno en todo.
Plutarco describe la muerte de Osiris y dice: «Set esparce y destruye el Logos
sagrado y la diosa Isis lo recoge y junta, y lo entrega a los que se inician».
Este tema pagano de la desmembración es totalmente ajeno al cristianismo tal
como lo conocemos, pero era fundamental para los gnósticos. Al igual que sus
predecesores paganos, los cristianos gnósticos creían que cada yo humano individual
era un fragmento de un ser celestial único que había sido desmembrado por las
fuerzas del mal, despojado de toda memoria de sus orígenes celestiales y obligado a
entrar en cuerpos físicos individuales.
Al igual que el dios hombre pagano Osiris-Dioniso, el dios hombre de los
cristianos, Jesús, representa simbólicamente al daemon universal o Logos que ha sido
desmembrado. En la Pistis Sophia, Jesús declara: «Me he hecho pedazos y he entrado
en el mundo». En los Hechos de Juan, manifiesta que «la multitud que hay alrededor
de la cruz» representa los «miembros de Él» que todavía han de «juntarse». En el
Libro del Logos Jesús dice: «Guardad todos mis miembros, que desde la fundación
del mundo se han esparcido por todas partes, y juntadlos y recibidlos en la luz». Un

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himno gnóstico que debe cantarse en el «gran día de la iniciación suprema» ruega a
Jesús: «Ven a nosotros, porque somos tus miembros, tus extremidades. Somos todos
uno contigo. Somos uno y el mismo, y tú eres uno y el mismo».
Según el sabio pagano Proclo, «la más secreta de todas las iniciaciones» revela
«el espíritu en nosotros» como «auténtica imagen de Dioniso». Al alcanzar la gnosis
o conocimiento de uno mismo, un iniciado pagano reconocía su identidad como
expresión de Osiris-Dioniso, el daemon universal. En los misterios se decía de un
iniciado así que era un «Osiris» o un «Dioniso».
De la misma manera, el Evangelio de Felipe enseña que un verdadero gnóstico
«ya no es un cristiano, sino un Cristo». Orígenes también considera que un seguidor
de Jesús podía convertirse en «un Cristo». En un apocalipsis gnóstico sin título Jesús
dice a sus «hijos», con los que está trabajando, que abandonen la tarea hasta que «el
Cristo» se forme dentro de ellos. En la Pistis Sophia enseña que sólo alguien que se
ha convertido en un Cristo conocerá la gnosis suprema del Todo. En una colección de
dichos gnósticos, explica: «Del mismo modo que os veis en el agua o en un espejo,
también me veis a mí en vosotros mismos». En el Evangelio de Felipe proclama:
«Viste al espíritu y te convertiste en espíritu. Viste a Cristo, te convertiste en Cristo.
Viste al Padre, llegarás a convertirte en el Padre». Esta enseñanza se encuentra
incluso en el Evangelio de Lucas, donde Jesús promete que «El discípulo […] bien
formado, será como su maestro».
Una expresión común en los misterios paganos, y que Platón cita a menudo, era
Soma sema («El cuerpo es una tumba»). Los iniciados gnósticos también
comprendían que aquellos que se identificaban con el yo físico encarnado estaban
muertos espiritualmente y necesitaban renacer a la vida eterna. Los iniciados que
experimentaban la resurrección mística reconocían su identidad verdadera como el
Cristo y descubrían, al igual que las mujeres en la historia de Jesús, que «la tumba
está vacía». El cuerpo no es su identidad. No son el eidolon que vive y muere, sino el
testigo eterno que es siempre nonato e imperecedero.

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LOS NIVELES DE INICIACIÓN

Tanto el sistema filosófico pagano como el gnóstico describían cuatro niveles de


identidad humana: físico, psicológico, espiritual y místico. Los gnósticos llamaban a
estos cuatro niveles de nuestro ser: el cuerpo, el espíritu falso, el espíritu y el poder
luz. El cuerpo y el espíritu falso (nuestras identidades física y psicológica)
constituyen los dos aspectos del eidolon o yo inferior. El espíritu y el poder luz
(nuestras identidades espiritual y mística) constituyen los dos aspectos del daemon
espiritual: el yo superior individual y el yo universal compartido.
Los gnósticos llamaban «hílicos» a quienes se identificaban con su cuerpo,
porque estaban tan muertos para las cosas espirituales que eran como la materia
inconsciente o hyle. Quienes se identificaban con su personalidad o psyche eran
llamados «psíquicos». Y quienes se identificaban con su espíritu recibían el nombre
de «pneumáticos», que significa «espirituales». Quienes dejaban por completo de
identificarse con algún nivel de su identidad independiente y reconocían su verdadera
identidad como el Cristo o daemon universal experimentaban la gnosis. Esta
iluminación mística transformaba al iniciado en un verdadero «gnóstico» o
«conocedor».
Tanto en el paganismo como en el cristianismo estos niveles de conciencia
estaban vinculados de forma simbólica a los cuatro elementos: tierra, agua, aire y
fuego. Las iniciaciones que llevaban de un nivel al siguiente eran simbolizadas
mediante bautismos por estos elementos básicos. En el Libro del gran logos Jesús
ofrece a sus discípulos «los misterios de los tres bautismos» por agua, aire y fuego. El
bautismo por agua simboliza la transformación de la persona hílica, que se identifica
exclusivamente con el cuerpo, en un iniciado psíquico que se identifica con la
personalidad o psique. El bautismo por aire simboliza la transformación del iniciado
psíquico en un iniciado pneumático que se identifica con su yo superior. El bautismo
por fuego representa la iniciación final que revela a los iniciados pneumáticos su
verdadera identidad como el daemon universal, el logos, el Cristo interior, el «poder
luz»: «La luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo», como
dice el Evangelio de Juan. Así alcanzaba un iniciado la gnosis.
Éstos, pues, son los niveles de iniciación en el cristianismo gnóstico.

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Nivel de Iniciación Nivel de Identidad Descripción Gnóstica Elemento
Hílico Identidad física Cuerpo Tierra
Psíquico Identidad psicológica Espíritu falso Agua
Pneumático Identidad espiritual Espíritu Aire
Gnóstico Identidad mística Poder luz Fuego

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LITERAL, MÍTICO Y MÍSTICO

El iniciado pagano en los misterios exteriores veía el mito de Osiris-Dioniso que se


escenificaba en la representación mistérica como un espectáculo maravilloso y
convincente desde el punto de vista emocional. Al iniciado en los misterios interiores
se le enseñaba el significado alegórico cifrado que encerraba el mito. El maestro de
los misterios encarnaba estas enseñanzas en su propio ser. Asimismo, la relación de
un iniciado gnóstico con la historia de Jesús cambiaba a medida que el iniciado iba
avanzando hacia la gnosis.
Estos tres niveles de comprensión pueden calificarse de literal, mítico y místico:

—Literal: Los cristianos psíquicos habían experimentado el primer bautismo por


agua y habían sido iniciados en los misterios exteriores del cristianismo.
Interpretaban la historia de Jesús como la crónica verdadera de una persona que
literalmente volvió de entre los muertos.
—Mítico: Los cristianos pneumáticos habían experimentado el segundo bautismo
por aire (aliento santo o espíritu santo) y habían sido iniciados en los misterios
interiores secretos del cristianismo. Interpretaban la historia de Jesús como un mito
alegórico que encerraba enseñanzas cifradas sobre la senda espiritual por la que
andaba cada iniciado.
—Místico: Los gnósticos habían experimentado el bautismo de fuego final y
habían reconocido su identidad como un Cristo (el Logos o daemon universal).
Trascendían la necesidad de cualquier enseñanza, incluida la historia de Jesús.

Escribe Orígenes: «Se han cometido muchos errores, porque la mayor parte de los
lectores no han descubierto el método correcto de examinar los textos santos». El
método correcto, según Orígenes, consiste en comprender los tres niveles en que
actúan las Escrituras. El más bajo es la interpretación literal obvia. El siguiente nivel,
para «quien haya avanzado un poco», es un nivel alegórico que edifica el alma. El
último nivel, que revela la gnosis, es para «quien sea perfeccionado por la ley
espiritual». Orígenes afirmaba que siguiendo la senda triple, el iniciado cristiano

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avanza de la fe a la gnosis.
La seudohistoria de la vida de Jesús era una parte esencial de los misterios
exteriores del cristianismo, que se habían concebido para atraer a nuevos aspirantes a
la iniciación, así que los gnósticos no negaban necesariamente la autenticidad
histórica de los evangelios. Pero toda interpretación literal de la historia de Jesús era
sólo el primer paso que se presentaba a los principiantes espirituales. El verdadero
significado de este mito se revelaba a los iniciados en los misterios interiores
secretos.
Orígenes desdeña el cristianismo literalista, que no va más allá de considerar la
historia de Jesús como hecho histórico, y lo llama «fe irracional, popular» que lleva
al «cristianismo somático».
Como comenta un estudioso:

Deja bien claro que al hablar de «cristianismo somático» se refiere a la fe que se basa en la historia del
evangelio. De las enseñanzas fundamentadas en la narración histórica dice: «¿Qué mejor método podría
idearse para ayudar a las masas?». El gnóstico o sabio ya no necesita al Cristo crucificado. El evangelio
«eterno» o «espiritual», que está en su poder, «muestra claramente todas las cosas relativas al Hijo de
Dios, tanto los misterios que muestran sus palabras como las cosas que sus actos simbolizaban».

Los gnósticos naassenos consideraban que los cristianos literalistas, que comprendían
sólo los misterios exteriores, estaban «embrujados» por Jehová, el falso Dios, cuyo
hechizo ejerce el efecto contrario del «encantamiento divino» del Logos. Basílides
también opina: «Los que reconocen a Jesús como el crucificado todavía son esclavos
del Dios de los judíos. El que lo niega ha sido liberado y conoce el plan del Padre no
engendrado».
Como dice Orígenes con extraordinaria franqueza: «Cristo crucificado enseña
para los bebés».

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CONCLUSIÓN

Para los gnósticos, Jesús es una figura que debe interpretarse en muchos niveles.
Desde que el gnosticismo fue destruido sólo nos han enseñado el nivel más bajo y se
nos ha negado el acceso a los secretos misterios interiores de los gnósticos, que
revelan la verdadera naturaleza alegórica de la historia de Jesús. ¿Hemos tomado
erróneamente a Jesús por una figura histórica debido a esto? Volvamos a examinar
algunos de los datos:

—Al igual que en los misterios paganos, los gnósticos iniciados en los misterios interiores interpretaban
las Escrituras como una alegoría mítica, que podía alterarse y mejorarse, y no como la historia literal, que
debe conservarse intacta.
—Como los filósofos paganos, los gnósticos usaban la gematría y el simbolismo de los números para
cifrar complejas enseñanzas matemáticas de carácter sagrado. El nombre «Iesous», que nosotros
traducimos por «Jesús», es una transliteración artificial del nombre judío «Josué» al griego cuyo objeto era
asegurar su equivalencia con el número 888, que es significativo desde el punto de vista místico. Hasta los
literalistas reconocieron este hecho notable.
—Al igual que Osiris-Dioniso, Jesús simboliza al daemon del iniciado. Como en el mito pagano, a veces
se muestra otra figura que representa al eidolon y muere en lugar del dios hombre.
—Del mismo modo que los sabios paganos interpretaban los mitos de Osiris-Dioniso como historias
alegóricas cuya finalidad era enseñar, también los gnósticos interpretaban la historia de Jesús como mito
de iniciación mística que llevaba a la resurrección espiritual.
—Como en los misterios paganos, los gnósticos celebraban un matrimonio sagrado ritual del daemon y el
eidolon como parte de su iniciación.
—Al igual que Osiris-Dioniso, el Jesús gnóstico representa al daemon universal que ha sido desmembrado
y necesita ser remembrado.
—Los iniciados en los misterios paganos que reconocían su verdadera naturaleza como el daemon
universal se convertían en un «Osiris» o un «Dioniso». Asimismo, los iniciados gnósticos se convertían en
un «Cristo».
—Al igual que los misterios paganos, el gnosticismo consideraba que un ser humano tenía cuatro niveles
de identidad: físico, psicológico, espiritual y místico. Como en los misterios paganos, estos niveles estaban
vinculados a los cuatro elementos —tierra, agua, aire y fuego— y los iniciados pasaban por estos niveles
de identidad mediante bautismos por dichos elementos.
—Los gnósticos no negaban necesariamente la autenticidad histórica de los Evangelios, pero opinaban que
interpretar de forma literal la historia de Jesús era sólo la primera etapa en sus misterios.

¿Es posible que la vida de Jesús se enseñara como historia verídica a los principiantes
en la fe, como parte de los misterios exteriores, para revelar luego, en los misterios
interiores secretos, que era un mito iniciático? ¿Es posible que este mito sobre Jesús
se basara en los ubicuos mitos de Osiris-Dioniso? ¿Es posible que el gnosticismo
fuera el cristianismo original, que se creó como versión judía de los misterios

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paganos? ¿Es posible que el cristianismo literalista fuese una «herejía» posterior que
sólo retuvo los misterios exteriores del cristianismo? Al principio estas posibilidades
nos parecieron escandalosas, pero la única forma de encontrar sentido en los datos
que teníamos delante consistía en replantear por completo la historia tradicional del
cristianismo.
Considerar que la historia de Jesús era un mito creado a partir de la mitología
pagana explicaba sus extrañas semejanzas con los mitos de Osiris-Dioniso. Ver el
cristianismo como versión judía de los misterios paganos explicaba por qué las
enseñanzas que se atribuyen a Jesús en los evangelios se parecen a las que impartían
los sabios paganos. De hecho, ver el gnosticismo como algo que existía antes que el
literalismo daba más sentido a los datos históricos que la creencia tradicional de que
el gnosticismo fue una desviación posterior.
La crónica de los literalistas no tiene sentido siquiera basándose en sus propios
datos. Todos los literalistas que se dedicaban a cazar herejes afirman que la llamada
«herejía» del gnosticismo empezó con un sabio gnóstico llamado Simón Mago, que
para ellos es el archihereje. Ireneo afirma: «La falsamente llamada gnosis comenzó,
como sabemos por lo que aseveran los propios gnósticos, con los seguidores de
Simón». No obstante, Simón Mago, según nos dicen, era contemporáneo de Jesús y
se le menciona en los Hechos de los Apóstoles. Fuentes más dignas de confianza
sugieren que Simón era un samaritano que se educó en Alejandría, donde, al decir de
algunos eruditos, Filón, el pitagórico judío, influyó directamente en él. ¿Es posible
que las enseñanzas originales de un Jesús histórico fueran pervertidas tan
rápidamente por su contemporáneo Simón, como pretende la versión tradicional? Si
Simón hubiera querido predicar una doctrina de la totalidad distinta de la de Jesús,
¿por qué no instauró sencillamente un culto propio cristianismo?
Por otra parte, los cazadores de herejías nos hablan de un sabio gnóstico llamado
Dositeo que fue el precursor de Simón ¡y vivió hacia 100 a. n. e. o antes! Si, según
los datos de los propios literalistas, el gnosticismo es anterior a la época en que se
supone que vivió Jesús, ¿cómo pudo ser una perversión posterior de sus enseñanzas?
No sólo eso, sino que sabemos que incluso el nombre «Jesús» se inventó de forma
deliberada para que, según la gematría, fuese igual al número místico 888, lo cual es
un claro indicio de que lo inventaron los gnósticos. En vista de todos estos datos, nos
pareció que no podíamos hacer más que invertir por completo la imagen tradicional y
considerar que el literalismo era una degeneración de los «misterios de Jesús»
originales de los gnósticos.
Empezaba a tomar forma una imagen radicalmente distinta de los orígenes del
cristianismo y la bautizamos con el nombre de «tesis de los misterios de Jesús». En
esencia, es la siguiente. En un momento u otro, casi todos los pueblos que vivían a
orillas del Mediterráneo habían hecho suyos los misterios paganos y los habían
adaptado a su propio gusto nacional. En algún momento de los primeros siglos antes
de nuestra era, un grupo de judíos había hecho lo mismo y había producido una

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versión judía de los misterios. Los iniciados judíos adaptaron los mitos de
Osiris-Dioniso para crear la historia de un dios hombre judío que moría y resucitaba,
Jesús el Mesías. Con el tiempo este mito pasó a interpretarse como hecho histórico y
el resultado fue el cristianismo literalista.
Estas ideas parecían revolucionarias, pero eran la única explicación que teníamos.
Además sabíamos que antes de adoptar una teoría tan radical como la tesis de los
misterios de Jesús teníamos que llevar a cabo investigaciones más importantes. ¿No
había pruebas incontrovertibles de que había existido un maestro judío llamado
Jesús? Si así era, resultaba obvio que la historia de Jesús no podía ser una adaptación
judía del mito de Osiris-Dioniso. Por tanto, empezamos a buscar pruebas de la
existencia del Jesús hombre. Era alguien que supuestamente había expulsado a los
mercaderes del templo de Jerusalén, que había alimentado de forma milagrosa a miles
de personas y resucitado a los muertos; al morir, según decían, la Tierra entera había
temblado y se había abierto, los muertos habían salido de los sepulcros, al tiempo que
unas tinieblas sobrenaturales lo cubrían todo. Si realmente era algo más que un mito,
¿no sería de esperar que alguien, en alguna parte, lo mencionase en los anales de la
época?

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7
EL HOMBRE QUE NO ENCONTRAMOS

No hay nada más negativo que el resultado del estudio crítico de la vida de Jesús. El Jesús
de Nazaret que se presentó públicamente como el Mesías, que predicó la ética del reino de
Dios, que fundó el Reino del Cielo en la Tierra, y murió para dar a su obra la
consagración definitiva, nunca existió. Esta imagen no ha sido destruida desde fuera, sino
que se ha deshecho, resquebrajado y des integrado a causa de los problemas históricos
concretos que, uno tras otro, salieron a la superficie.

ALBERT SCHWEITZER

Empezamos nuestra búsqueda del Jesús histórico por los romanos. Jesús, según se
dice, fue crucificado por los romanos y éstos eran famosos por anotar
cuidadosamente todas sus actividades, en especial los procesos judiciales, así que nos
pareció que teníamos motivos para ser optimistas y esperar que mencionasen un caso
tan célebre como el de Jesús. Pero por desgracia, no hay ningún documento en el que
conste que Jesús fue juzgado por Poncio Pilato y ejecutado.
Fue un período sumamente culto de la historia de la humanidad. He aquí una lista
de los autores paganos que escribieron en la época en que, según se dice, vivió Jesús
o antes de que transcurriera un siglo después de su muerte:

Arriano Plinio el Viejo Marcial


Petronio Apiano Plutarco
Séneca Juvenal Apolonio
Dión de Prosa Teón de Esmirna Pausanias
Valerio Flaco Damis Ptolomeo
Floro Lucio Silio Itálico Dión Crisóstomo

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Quintiliano Aulo Gelio Hermógenes
Favorino Estacio Lisias
Lucano Columela Valerio Máximo

Las obras de estos autores bastarían para llenar una biblioteca, pero ninguno de ellos
hace referencia a Jesús. Los únicos escritores romanos que mencionan algo de interés
son Plinio, Suetonio y Tácito, que escribieron a comienzos del siglo II.
Plinio, el gobernador de Bitinia, región de Asia Menor, escribió un pasaje muy
corto al emperador Trajano en 112 d. n. e. en el que pedía que le aclarase cómo debía
tratar a los cristianos conflictivos. El historiador romano Suetonio, en una lista de
comentarios sobre diversos asuntos legislativos (entre considerar la venta de
alimentos en las tabernas y hablar brevemente de la conducta de los aurigas) relata
que en 64 d. n. e. «se infligieron castigos a los cristianos, que son una clase de
hombres entregados a una superstición nueva y perversa». Pero lo único que en
realidad nos dicen estas fuentes es que en el mundo romano existían unos cuantos
cristianos —lo cual no está en duda— y que no se les concedía especial importancia.
No nos dicen nada sobre Jesús mismo.
Suetonio relata también que entre 41 y 54 d. n. e. el emperador Claudio expulsó a
los judíos de Roma, «porque los judíos, instigados por Cresto, causaban
perturbaciones constantemente». Si bien Cresto era un nombre popular, suele
interpretarse que es una corrupción de «Cristo». Con todo, aunque esto fuera cierto,
Cristo es sencillamente la traducción griega de la palabra «Mesías», y en aquel
tiempo había numerosos aspirantes a Mesías que incitaban a los judíos a rebelarse,
por lo que no hay ninguna razón para suponer que toda alusión a Cristo se refiera
necesariamente al Jesucristo de los evangelios. De todos modos, se cree que Jesús
nunca visitó Roma. Asimismo, lo único que se nos dice en realidad es que Claudio
tuvo que ocuparse de judíos conflictivos, lo cual era un hecho corriente en la historia
de Roma.
El historiador romano Tácito nos da un poco más de información. Al escribir
sobre el gran incendio que hubo en Roma en 64 d. n. e. afirma que se rumoreaba con
insistencia que el emperador Nerón en persona había provocado el incendio. Nerón
respondió a los rumores echando la culpa a los cristianos:

Nerón utilizó a los notoriamente depravados cristianos (así los llamaba el pueblo) como chivos expiatorios
y los castigó con todos los refinamientos. Su fundador, Cristo, había sido ejecutado durante el reinado de
Tiberio por el procurador de Judea, Poncio Pilato. Pero a pesar de este revés temporal, la mortífera
superstición había rebrotado, no sólo en Judea (donde empezó el mal), sino incluso en Roma. Todas las
costumbres degradadas y vergonzosas se reúnen y florecen en la capital.

Sin embargo, el testimonio de Tácito no es contemporáneo, sino que data de unos


cincuenta años después de los hechos. Tácito era gobernador de Asia hacia 112

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d. n. e. y, por tanto, debía de estar familiarizado con los «alborotadores» cristianos,
como es obvio que lo estaba su amigo Plinio. La crónica de Tácito sería un
testimonio independiente de la existencia de Jesús, en vez de limitarse a ser la
repetición de lo que creían los cristianos, sólo si lo que sabía de la crucifixión de
Cristo en tiempos de Poncio Pilato lo hubiera encontrado en las copiosas actas que
levantaban los romanos de sus asuntos judiciales. Pero parece que no fue así, porque
Tácito llama a Pilato «procurador» de Judea cuando en realidad era un prefecto, así
que es claro que Tácito no consulta los documentos de la época, sino que cita
información de oídas que data de su propio tiempo.
Pese a la obsesión con los anales y las historias que se refleja en ellos, nuestro
examen de los textos romanos pertinentes acaba en este punto. No obstante, podría
argüirse que con el paso del tiempo se han perdido otros escritos romanos que bien
pueden haber mencionado a Jesús. Pero sin duda la Iglesia romana hubiera
conservado cuidadosamente tales textos una vez tuvo poder en el Imperio. No sólo
eso, sino que cabe suponer sin temor a equivocarse que algunos primitivos cristianos
cultos como, por ejemplo, Justino Mártir habrían citado estos textos en defensa del
cristianismo literalista, pero no es así.
Sólo hay dos explicaciones verosímiles de por qué Jesús brilla por su ausencia en
los textos romanos. O bien sencillamente no existió ningún Jesús histórico, o los
romanos le concedían tan poca importancia que no les pareció que valiera la pena
mencionado. Pasemos, pues, a ocupamos de los historiadores judíos. Jesús sería para
los judíos el Mesías que esperaban o un impostor blasfemo que soliviantaba a las
masas. En ambos casos, alguien se referiría a él en alguna parte.

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LOS HISTORIADORES JUDÍOS

Filón era un eminente autor judío de la misma época en que se supone que vivió
Jesús. Escribió alrededor de cincuenta obras que han llegado hasta nosotros. Son
obras de historia, filosofía y religión, y nos dicen mucho sobre Poncio Pilato; pese a
ello, no mencionan para nada la llegada del Mesías Jesús.
Justo de Tiberíades, contemporáneo de Filón, era un judío que vivía cerca de
Cafarnaum, donde, según solía decirse, se había alojado Jesús. Escribió una historia
que empezaba con Moisés y llegaba hasta su propia época, pero tampoco él
mencionaba a Jesús.
No obstante, todavía nos queda Josefo, contemporáneo más joven del apóstol
Pablo. Escribió dos famosos libros de historia, La guerra judía y la monumental
Antigüedades judaicas. Estas dos obras son nuestras fuentes más importantes de
información sobre la historia del pueblo judío durante el primer siglo de la era
cristiana. Y aquí por fin, como cabía esperar, nos parece que encontramos el
testimonio que andamos buscando. Escribe Josefo:

Alrededor de aquel tiempo vivía Jesús, un hombre sabio, si en verdad se le podía llamar hombre. Porque
era uno que llevaba a cabo proezas sorprendentes y era maestro de esa gente que ansía ver novedades. Se
ganó a muchos de los judíos y a muchos de los griegos. Era el Mesías. Cuando Pilato, a raíz de una
acusación que formularon los hombres principales entre nosotros, le condenó a la cruz, los que le habían
amado desde el principio siguieron apegados a él. Al tercer día se les apareció devuelto a la vida, porque
los santos profetas habían predicho esto y miles de otras maravillas relacionadas con él y la tribu de los
cristianos, llamados así por él, hasta el día de hoy no ha desaparecido.

Josefo también nos dice que cuando «el que hacía milagros» fue llevado ante Pilato,
éste sacó la conclusión de que Jesús era «un benefactor y no un criminal o un
agitador o alguien que quería ser rey». Josefo relata que como Jesús había curado
milagrosamente una enfermedad de la esposa de Pilato, éste dejó que se marchara.
Pero entonces los sacerdotes judíos sobornaron a Pilato para que les permitiese
crucificar a Jesús «en contra de toda la tradición judía». En cuanto a la resurrección,
dice que no es posible que el cadáver de Jesús lo robaran sus discípulos, como solía
decirse para contrarrestar las afirmaciones de los cristianos en el sentido de que Jesús
había resucitado milagrosamente, ¡toda vez que «se apostaron guardias alrededor de
su tumba, treinta romanos y mil judíos»!

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Durante cientos de años los historiadores cristianos aprovecharon estos pasajes de
Josefo como pruebas concluyentes de que Jesús existió. Así fue hasta que los
estudiosos empezaron a examinar el texto de forma un poco más crítica. Ningún
estudioso serio cree ahora que estos pasajes los escribiera realmente Josefo. Se han
identificado claramente como añadiduras muy posteriores. Están escritos en un estilo
que no es el de Josefo, y si se eliminan del texto, el argumento original de Josefo
sigue la secuencia apropiada. A principios del siglo III, Orígenes, a quien las actuales
autoridades en la materia consideran uno de los estudiosos más concienzudos de la
Iglesia antigua, nos dice que no hay ninguna mención de Jesús en la obra de Josefo y
que éste no creía que Jesús fuese Cristo, toda vez que no creía en ninguna figura
mesiánica judía.
Josefo, de hecho, era un judío prorromano. Sus compatriotas lo odiaban por
colaboracionista, debido a lo cual huyó de Judea y vivió en Roma hasta su muerte. En
Roma fue protegido por dos emperadores y un acaudalado aristócrata romano.
Josefo menciona varias figuras judías que aspiraban a ser el Mesías y hace
comentarios muy poco halagadores sobre ellas. En la época en que escribió, la
antigua creencia de los judíos de que su Dios les mandaría al Mesías para liberarlos
de la opresión se había convertido en una obsesión. Pero Josefo tenía su propia
interpretación de lo que denomina este «antiguo oráculo». No negaba que fuese una
profecía divina, pero creía que sus compatriotas judíos la habían interpretado de
forma totalmente errónea. Según Josefo, el gobernante del mundo que la profecía
anunciaba había llegado en la persona del emperador romano Vespasiano, ¡que
casualmente había sido proclamado emperador cuando se hallaba en Judea! ¡Es
absolutamente inconcebible que Josefo, de forma totalmente súbita, pudiera romper
con su estilo de escritura, con todas sus creencias filosóficas y con su característico
pragmatismo político para escribir en tono reverencial sobre Jesús!
Los primitivos cristianos que, al igual que nosotros, buscaban testimonios
históricos de la existencia de Jesús hubieran aprovechado cualquier cosa escrita por
Josefo como prueba concluyente. Sin embargo, no lo mencionan en absoluto. No fue
hasta comienzos del siglo IV cuando el obispo Eusebio, el propagandista de la Iglesia
de Roma, presentó de pronto una versión de Josefo que contenía estos pasajes. A
partir de entonces, Josefo se convirtió en el fundamento de la autenticidad histórica
de Jesús.
Al no poder aportar pruebas históricas de la existencia de Jesús, los cristianos de
épocas posteriores falsificaron la prueba que tanto necesitaban para apoyar su
interpretación literalista de los evangelios. Era una costumbre común, como veríamos
repetidamente.

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EL TALMUD

Aunque no hay pruebas de la existencia del Jesús histórico en los escritos de los
historiadores judíos, en el Talmud hay varios pasajes que a veces se sacan a relucir
como testimonio de que existió Jesús el hombre. Es claro que son falsificaciones que
hicieron personas que no eran cristianas. He aquí lo que dicen:

—«Nos ha sido enseñado: en la víspera de la Pascua colgaron a Yeshu […] porque practicaba la brujería y
llevaba a Israel por mal camino».
—«Nuestros rabinos predicaban: Yeshu tenía cinco discípulos: Mattai, Nakkia, Netzer, Buni y Todah».
—«Sucedió al rabino Elazar ben Damah, a quien mordió una serpiente, que Jacob, un hombre de Kefar
Soma, fue a ayudarlo en nombre de Yeshu ben Pantera».
—«Una vez iba yo caminando por la calle alta de Sepphoris, y encontré a uno de los discípulos de Yeshu
el nazareno».

«Yeshu» es una forma abreviada de «Yehoshua» o «Joshua», que en griego se


convierte en «Jesús», así que tal vez estos pasajes se refieren al Jesús de los
evangelios.
Con todo, descartando que sólo se mencionan cinco discípulos con nombres
completamente irreconocibles, hay otras razones que hacen pensar que estos pasajes
no son la prueba que buscamos.
Que se mencione a «Yeshu el nazareno» no es extraordinario. Los nazarenos eran
una secta religiosa judía y la palabra «nazareno» no significa por fuerza «de
Nazaret». Yeshu era un nombre sumamente común que podía referirse a mucha gente.
Josefo menciona por lo menos diez Jesuses, aunque es revelador que algunas
traducciones de Josefo sólo traduzcan los pasajes que quieren que el lector identifique
con Jesucristo, y con tal fin utilicen la versión griega del nombre que todos
reconocemos, ¡al tiempo que dejan los nombres de todos los otros Jesuses en hebreo,
es decir, sin traducir!
Como reconoció el descubridor de estos pasajes del Talmud, aunque se refieran a
Jesús y no a algún otro Yeshu, no pueden tomarse como prueba de la existencia de
Jesús, porque se escribieron muy tarde. Aunque se basa en escritos más antiguos, el
Talmud no se escribió hasta 200 d. n. e. y no sabemos si estos pasajes eran antiguos.
De todos modos, los rabinos son tan imprecisos en su cronología ¡que hay diferencias
de hasta doscientos años en las fechas que asignan a la figura que pudo o no pudo ser

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Jesús!
No parece que aquí haya nada importante. ¿En qué otra parte podemos mirar?
Curiosamente, ¡eso es todo! Hemos examinado todas las posibles pruebas históricas
de la existencia de Jesús. Por extraordinario que parezca, sencillamente no hay nada
más. Lo único que nos queda son testimonios cristianos. ¿Podemos considerarlos
documentos históricos?

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¿LA VERDAD DEL EVANGELIO?

En realidad había cientos de evangelios cristianos diferentes, no sólo los cuatro que
aparecen en el Nuevo Testamento. Pero como nadie afirma con seriedad que los
evangelios apócrifos y gnósticos sean algo más que mitología, aquí sólo
necesitaremos ocupamos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Tradicionalmente se dice
que estos libros son las crónicas de testigos presenciales de la vida de Jesús y que las
escribieron discípulos suyos. El hecho de que sean cuatro da más peso a la afirmación
de que en verdad dejan constancia de acontecimientos históricos. Sin embargo, lo
cierto es que a menudo estos evangelios no coinciden al hablar de lo que sucedió.
La contradicción más sorprendente se da entre las genealogías que se presentan
en el Evangelio de Mateo y en el de Lucas. Ambos autores se extreman en demostrar
que Jesús desciende del linaje de David, condición que las creencias judías exigían
que cumpliera el Mesías prometido. Ambos autores consideran que Jesús fue
engendrado por José. Hasta aquí, santo y bueno. Pero ¿fue José engendrado por
Jacob, como afirma Mateo, o por Elí, como dice Lucas? A partir de una sola
generación anterior los linajes familiares de los dos evangelios son totalmente
distintos uno del otro. ¡Y a partir de allí no se parecen en absoluto! Véalo usted
mismo:

EVANGELIO DE MATEO EVANGELIO DE LUCAS


Jesús Jesús
José José
Jacob Elí
Matán Matat
Eleazar Leví
Eliud Melqui
Aquim Jana
Sadok José
Azor Matatías
Eliaquim Amós

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Abiud Nahum
Zorobabel Esli
Salatiel Magai
Jeconías Maat
Josías Matatías
Amón Semei
Manasés José
Ezequías Judá
Acaz Joana
Joram Resa
Ocías Zorobabel
Joram Salatiel
Josafat Neri
Asá Melqui
Abías Ad
Roboam Csam
Salomón Elmodam
David Er
Josué
Eliezer
Jorim
Matat
Leví
Simeón
Judá
José
Jonán
eliaquim
Melea
Manián
matata
Natán
David

Lucas continúa su genealogía más allá de David hasta que llega a los patriarcas y
luego a Adán, y finalmente al mismísimo Dios. Pero todo esto parece un poco
innecesario, ya que ambos evangelistas también se esfuerzan en dejar claro que ¡José

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no es el padre de Jesús en absoluto! María, la madre de Jesús, es virgen y Dios es el
padre directamente y no por mediación del linaje de setenta y siete hombres cuya lista
nos da Lucas. Mateo nos dice claramente: «Lo engendrado en ella es del Espíritu
Santo […] Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio
del Profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo». Sin duda es una
contradicción demasiado grande para que sencillamente pasara inadvertida por los
autores de los evangelios de Mateo y Lucas.
Marcos, por otra parte, no menciona Belén, ni el nacimiento virginal, ni dice que
Jesús desciende de David. ¿Por qué omite estos hechos tan pertinentes? ¡Aquí hay
gato encerrado!
En los evangelios abundan las contradicciones de esta clase. Lucas nos ofrece un
detalle histórico que parece convincente cuando dice que Jesús nació en tiempos del
censo de Cirenio. Esto tuvo lugar en 6 d. n. e. Pero Mateo nos dice que Jesús nació
durante el reinado de Herodes, que murió en 4 a. n. e. Lucas incluso se contradice a sí
mismo y afirma que Juan y Jesús fueron concebidos milagrosamente con seis meses
de diferencia durante el reinado de Herodes, pero sigue presentando a María
embarazada en tiempos del censo de 6 d. n. e., con lo cual crea uno de los milagros
que raramente se mencionan en el Nuevo Testamento: ¡un embarazo de diez años!
Juan sitúa la purificación del templo en el comienzo de su narración; Mateo, al
final. Según Marcos, Jesús enseñaba solamente en la región de Galilea y no en Judea,
y sólo recorrió los no kilómetros y pico hasta Jerusalén una vez, al final de su vida.
Pero Lucas dice que Jesús enseña tanto en Galilea como en Judea. El Jesús de Juan,
en cambio, predica principalmente en Jerusalén y sólo hace visitas esporádicas a
Galilea.
Es asombroso que, dado que el cristianismo literalista se edificó sobre la
autenticidad histórica de la muerte y la resurrección de Jesús, ni siquiera los
acontecimientos que rodean su crucifixión se reflejen de manera uniforme en los
evangelios. Según Mateo y Marcos, Jesús fue tanto juzgado como sentenciado por los
sacerdotes judíos del sanedrín. Lucas dice que Jesús fue juzgado por el sanedrín, pero
no sentenciado por él. Pese a ello, según Juan, Jesús no comparece ante el sanedrín en
absoluto. Jesús muere luego crucificado. ¿O, como dice Pablo, es «colgado en un
madero»? ¿O, como dice Pedro en los Hechos de los Apóstoles, lo colgaron «de un
árbol»?
Existe la misma confusión en torno a la muerte de quien traicionó a Jesús, Judas
Iscariote. En Mateo, Judas «fue y se ahorcó». Pero en los Hechos de los Apóstoles se
nos dice que murió a causa de una caída accidental después de traicionar a Jesús. Los
evangelistas, que, según se espera que creamos, eran discípulos allegados de Jesús,
¡ni siquiera recuerdan correctamente las últimas palabras de su maestro! Según Mateo
y Marcos, las palabras de despedida de Jesús son una cita del salmo 22: «Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Pero en Lucas, Jesús cita el salmo 31:
«Padre, en tus manos pongo mi espíritu». Para aquellos a quienes no les guste

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ninguna de las dos citas siempre les queda la crónica de Juan, en la cual Jesús dice
sencillamente: «Tengo sed», y luego: «Todo está cumplido».
Según Marcos, cuando José de Arimatea va a ver a Pilato y le pide el cuerpo de
Jesús para enterrarlo, el gobernador se lleva una sorpresa al saber que Jesús ya ha
muerto. Y Sin embargo, cabe preguntarse por qué se sorprende, puesto que Juan nos
dice que Pilato en persona ya había acordado acelerar la muerte de Jesús quebrándole
las piernas y asestándole una lanzada.
Según Mateo; Jesús había predicho: «Porque de la misma manera que Jonás
estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre
estará en el seno de la tierra tres días y tres noches». Por desgracia, parece que sus
cálculos eran incorrectos, porque, según los evangelios, Jesús murió el viernes y
resucitó el domingo siguiente, lo cual significa que pasó sólo dos noches «en el
corazón de la tierra».
El Evangelio de Marcos dice que cuando algunas de las discípulas de Jesús
encontraron su sepulcro vacío, vieron sólo «a un joven sentado en el lado derecho,
vestido con una túnica blanca». Pero Lucas relata que «se presentaron ante ellas dos
hombres con vestidos resplandecientes». Mateo pinta un cuadro mucho más
dramático y afirma: «De pronto se produjo un gran terremoto, pues el ángel del Señor
bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. Su
aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve».
En Marcos y Mateo, el Jesús resucitado se aparece a sus otros discípulos en
Galilea, adonde les ha mandado específicamente un decreto divino. Pese a ello, este
fantástico acontecimiento sobrenatural no parece haber causado una impresión muy
clara en los otros discípulos, toda vez que, según Lucas y el autor de los Hechos de
los Apóstoles, el Jesús resucitado se aparece en Jerusalén y sus alrededores. A decir
verdad, según los Hechos, no sólo no recibieron ninguna orden divina de ir a Galilea,
sino que se les prohibió expresamente salir de Jerusalén.
Ni siquiera el propio Jesús se libra de contradecirse. En Marcos explica
caritativamente: «Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros». Pero en
Mateo se muestra más dogmático y advierte: «El que no está conmigo, está contra
mí». Jesús es profundamente contradictorio incluso en el mismo Evangelio. Según
Mateo, Pedro pregunta a su maestro: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las
ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Jesús contesta con sus
hermosas enseñanzas de perdón total: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta
veces siete». Con todo, no está claro por qué necesitaba Pedro hacer aquella pregunta,
ya que sólo un párrafo antes en el mismo Evangelio, Jesús ya había dado un consejo
mucho menos indulgente y más pragmático:

Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.
Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de
dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para
ti como el gentil y el publicano.

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Así pues, ¿cuál de las dos cosas enseñó el maestro? ¿Que debemos perdonar setenta y
siete veces? ¿O sólo tres veces?
Si los evangelios son un documento histórico de las enseñanzas de Jesús,
entonces podemos, como mínimo, sacar la conclusión de que Jesús no es el Hijo de
Dios. O eso o que el Hijo de Dios es tan falible como cualquier mortal. Porque en
varias ocasiones predice que el apocalipsis será presenciado por los que todavía estén
vivos cuando llegue. Leemos en Lucas:

Pues de verdad os digo que hay algunos, entre los aquí presentes, que no gustarán la muerte hasta que vean
el reino de Dios. Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes,
perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las
cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán
venir al Hijo del Hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas,
cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación. Así también vosotros, cuando veáis
que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta
que todo esto suceda.

Asimismo, en Mateo afirma Jesús:

Yo os aseguro que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo
del Hombre venir en su reino. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda.

No obstante, dos mil años después, cuando todos sus discípulos están más que
muertos y enterrados, ninguna de estas cosas ha acontecido y Jesús no ha vuelto.
El momento más revelador de los evangelios, sin embargo, es cuando Marcos
presenta a Jesús citando el Antiguo Testamento en sus argumentos contra los fariseos.
Nada extraño hay en ello, excepto que Jesús cita la versión griega mal traducida del
Antiguo Testamento, que se ajusta exactamente a su propósito, en vez de citar el texto
hebreo original, que dice algo muy diferente y que no le sirve para su argumento. Que
Jesús el judío cite una mala traducción griega de la Sagrada Escritura judía para
impresionar a fariseos judíos ortodoxos es sencillamente impensable. Pero sí tiene
sentido si todo el incidente lo inventó uno de los muchos cientos de miles de judíos
que hablaban griego en lugar de su lengua materna y que no podían leer las Escrituras
a menos que estuvieran traducidas, con lo cual atribuían a Jesús sus propios errores
de comprensión.

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EL ESTUDIO DEL NUEVO TESTAMENTO

De todo esto se desprende una sola cosa que es sin duda indiscutible: los evangelios
no son la palabra de Dios, como sostienen algunos cristianos. Porque si lo son, Dios
está sumamente confundido. Como, por su propia naturaleza, es poco probable que
Dios esté confundido, parece razonable sacar la conclusión de que nos encontramos
ante las palabras de hombres falibles. Así pues, ¿podemos confiar en que los
evangelios nos digan algo sobre un Jesús histórico? ¿Qué pueden aclarar los estudios
en lo que se refiere a Mateo, Marcos, Lucas y Juan?
Pues, ante todo, al principio los evangelios ni siquiera se titulaban así. No se
atribuían a ningún autor en particular y cada uno de ellos se consideraba «el
evangelio» de determinada secta cristiana. Hasta más adelante no adquirieron los
nombres de sus supuestos autores. Los evangelios son en realidad obras anónimas en
las cuales todo, sin excepción, se escribe con letras mayúsculas, sin epígrafes, sin
divisiones en capítulos o versículos y prácticamente sin puntuación ni espacios entre
las palabras. Ni tan siquiera se escribieron en el arameo que hablaban los judíos, sino
en griego.
Asimismo, a lo largo del tiempo los evangelios han sido objeto de añadiduras y
alteraciones. El crítico pagano Celso se queja de que los cristianos «alteraron el texto
original de los evangelios tres o cuatro veces, o incluso más, con la intención de
destruir así los argumentos de sus críticos». Los estudiosos actuales han comprobado
que tenía razón. El estudio minucioso de más de tres mil manuscritos antiguos ha
mostrado que los escribas hicieron muchos cambios. El filósofo cristiano Orígenes,
que escribió en el siglo III, reconoce que se enmendaron e interpolaron manuscritos
para adaptarlos a las necesidades de los cambios del clima teológico:

Hoy resulta obvio que existe mucha diversidad entre los manuscritos, lo cual es debido a la falta de
cuidado de los escribas o a la audacia perversa de algunas personas que corrigieron los textos, o, también,
al hecho de que hay quienes añaden o suprimen como les place y se erigen en correctores.

Para dar una idea de la enormidad del problema, un estudioso seleccionó al azar un
pasaje de los evangelios (en este caso, Marcos, 10-11) y comprobó cuántas
diferencias había entre varios manuscritos antiguos. Descubrió «no menos de
cuarenta y ocho diferencias; a veces hay sólo dos, a menudo hay tres o más, y en un

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caso hay seis».
Los estudiosos también saben que secciones enteras de los evangelios se
añadieron más tarde. Por ejemplo, al principio, el Evangelio de Marcos no iba más
allá del capítulo 16, versículo 8: el temor de las mujeres al descubrir que el sepulcro
está vacío. El llamado «final largo», en el cual el Jesús resucitado se aparece a sus
discípulos, no se encuentra en ninguno de los primeros manuscritos, pero ahora forma
parte de casi todas las versiones del Nuevo Testamento.
A pesar de todas estas alteraciones y enmiendas, los evangelios siguen siendo
contradictorios y discordantes, como hemos visto. Durante siglos, la Iglesia católica
impidió que nadie salvo los sacerdotes leyera el Nuevo Testamento por cuenta propia,
de modo que pocas personas tenían la oportunidad de descubrir hasta qué punto son
confusos los evangelios. Todo esto cambió con la Reforma protestante.
Ansiosos de distanciarse de Roma, los estudiosos protestantes alemanes
empezaron a examinar los evangelios en busca del Jesús real. Incluso en el presente
la mayoría de estos estudiosos son cristianos, ya que a las personas que no hayan sido
bautizadas les está vedado cursar la carrera de teología en una universidad alemana.
Pero pese a ello, en vez de dar al cristianismo un firme fundamento histórico, como
se esperaba, el resultado de tres siglos de estudio intenso por parte de los eruditos
protestantes ha sido debilitar por completo la figura literal de Jesús.
Basándose en investigaciones detalladas, sacaron la conclusión de que el
Evangelio de Juan se escribió tan tarde que no podía ser la crónica de un testigo
presencial. En los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, Jesús enseña por medio de
parábolas concisas. Pero el de Juan contiene parlamentos largos, al parecer textuales,
en griego hablado con soltura, cuyas palabras no podían pertenecer al hijo de un
carpintero judío. Juan también describe incidentes muy distintos de los que se narran
en los demás evangelios.
El filólogo berlinés Karl Lachmann y otros eruditos eminentes también revelaron
que, a pesar de sus diferencias, los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas tenían
muchas cosas en común. Estas semejanzas se deben a que los de Mateo y Lucas son
en realidad refundiciones del de Marcos, que es el evangelio más sencillo y más
antiguo. Si el de Juan se escribió demasiado tarde y los de Mateo y Lucas se basan en
el de Marcos, nos queda sólo el Evangelio de este último como posible crónica de un
testigo presencial de la vida de Jesús.
Los estudiosos creen que el Evangelio de Marcos se escribió entre 70 d. n. e. y
comienzos el siglo II. Si aceptamos la fecha más antigua, es posible que Marcos
hubiera sido un testigo presencial. Con todo, es sorprendente que Marcos no afirme
haber conocido a Jesús. Por esta misma razón muchos miembros de la primitiva
Iglesia ponían objeciones a que se tratara este evangelio como canónico. Se afirma
que, en el mejor de los casos, Marcos fue una especie de secretario o intérprete de
Pedro. No obstante, incluso esto es imposible, ya que en el Evangelio de Marcos se
advierte una «lamentable ignorancia de la geografía de Palestina», como afirma un

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estudioso de hoy;

En el capítulo séptimo, por ejemplo, se dice que Jesús pasa por Sidón durante su viaje de Tiro al mar de
Galilea. No sólo está Sidón en la dirección contraria, sino que, de hecho, en el siglo I d. n. e. no había
ningún camino que fuese de Sidón al mar de Galilea, sólo uno que salía de Tiro. De modo parecido, en el
capítulo quinto se dice que la orilla oriental del mar de Galilea es el país de los geraseneo, pero Gerasa, la
actual Yaras, está a unos 50 kilómetros al sureste, demasiado lejos para un relato cuyo marco requiere una
ciudad cercana con una pendiente pronunciada que llegue hasta el mar. Aparte de la geografía, Marcos
pone en boca de Jesús: «Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio» (Marcos, 10,
12), precepto que no hubiera tenido sentido en el mundo judío, donde las mujeres no tenían derecho a
repudiar al esposo.

A finales del siglo XIX, Wilhelm Wrede, profesor de Estudios del Nuevo Testamento
en la Universidad de Breslau, arguyó que incluso el Evangelio de Marcos, el más
antiguo y más primitivo, mostraba más interés por el dogma teológico que por la
exactitud histórica. En 1919 otro erudito alemán, Karl Ludwig Schmidt, publicó un
minucioso estudio de la creación del Evangelio de Marcos. Pudo demostrar que el
autor había creado su evangelio juntando relatos más cortos. La historia de Jesús se
había construido a partir de fragmentos que ya existían. La forma en que Mateo y
Lucas habían añadido a Marcos la historia de la Natividad y las genealogías
demostraba cómo la historia de Jesús había evolucionado a lo largo del tiempo. Los
estudiosos ya no podían dar por sentado que estas narraciones eran crónicas basadas
en hechos. La consecuencia de esto fue poner fin a toda esperanza de encontrar un
Jesús histórico en los evangelios.
Con frecuencia cada vez mayor, los teólogos alemanes afirmaban que los
Evangelios de Marcos, Mateo y Lucas databan de bien entrado el siglo II d. n. e.
Rudolf Bultmann (1884-1976), profesor de Estudios del Nuevo Testamento en la
Universidad de Marburgo, dedicó su vida a estudiar los evangelios y fue una de las
autoridades más grandes en materia del Nuevo Testamento. Fue el primero en aplicar
el influyente método de análisis de los evangelios llamado «crítica de la forma». Su
conclusión final fue la siguiente:

Pienso en verdad que ahora no podemos saber casi nada sobre la vida y la personalidad de Jesús, porque
las primitivas fuentes cristianas no muestran ningún interés en ninguna de las dos cosas y, además, son
fragmentarias y con frecuencia legendarias.

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¿LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES?

Si los evangelios no pueden ayudamos a encontrar al Jesús histórico, ¿qué hay del
resto del Nuevo Testamento? Por asombroso que resulte, los Hechos de los
Apóstoles, las epístolas de Pablo, Santiago, Pedro, Juan y Judas, y el Apocalipsis de
Juan no se ocupan en absoluto del Jesús histórico, pero sí de los apóstoles. Si
podemos confirmar la existencia de éstos, quizá podamos, de modo implícito, probar
la de Jesús.
Los evangelios nos dicen pocas cosas de la mayoría de los doce apóstoles. Pese a
ello, incluso en este caso hay discrepancias serias. En los Evangelios de Marcos,
Mateo y Lucas, los discípulos Pedro, Santiago y Juan son los seguidores más
allegados de Jesús. En el Evangelio de Juan, sin embargo, Pedro desempeña un papel
de poca importancia, y a Santiago y a Juan ni siquiera se les menciona. El Evangelio
de Juan, en cambio, nos presenta a los apóstoles Natanael y Nicodemo, que no
aparecen en ninguna parte de los otros evangelios. Además, la lista de los nombres de
los discípulos se introduce muy torpemente en el texto de Marcos y Mateo, lo que ha
inducido a los estudiosos a pensar que al principio lo que tenía importancia era el
número de discípulos y que en los nombres se pensó más tarde. El Evangelio de Juan
ni siquiera da los nombres. En el capítulo 6 se dice que los discípulos eran «muchos»,
y unos cuantos versículos después Jesús, de forma súbita e inexplicable, se dirige a
«los doce».
La historia tradicional de la Iglesia cuenta que después de la resurrección los doce
apóstoles desempeñaron un papel decisivo en la instauración de la Iglesia. Lo que
hicieron consta en los Hechos de los Apóstoles. Pese a ello, aunque el autor de los
Hechos concede la mayor importancia a los doce, de nueve de ellos nada nos dice
salvo sus nombres. De los doce apóstoles, Hechos sólo se ocupa de Pedro. Pero
incluso a Pedro no se le menciona después del capítulo 15, Y sólo se nos habla de
Pablo, que no era uno de los doce y de quien nadie ha pensado nunca que conociera
personalmente a Jesús.
El libro de los Hechos no inspira confianza como crónica de los acontecimientos.
Como reconoce un traductor cristiano del Nuevo Testamento, se parece más a una
«novela barata». Está lleno de pequeñas aventuras de fantasía. Por ejemplo, habla de
un cristiano llamado Ananías que vende una propiedad, ofrece sólo una parte del

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producto de la venta a los apóstoles y se embolsa el resto. Cuando Pedro le echa en
cara su mala acción, ¡Ananías se cae y se muere! Pedro no parece muy disgustado por
lo sucedido y tres horas después ¡hace exactamente lo mismo con la esposa del pobre
hombre! Al decide: «Mira, aquí a la puerta están los pies de los que han enterrado a
tu marido; ellos te llevarán a ti. Al instante ella cayó a sus pies y expiró». No es
extraño leer a continuación: «Un gran temor se apoderó de toda la Iglesia y de todos
cuantos oyeron esto».
Puede que Pedro tenga la facultad de hacer que los que especulan con
propiedades caigan muertos al instante, pero eso no es nada. Según el libro de los
Hechos, ¡Felipe puede «teleportarse» de un lugar a otro! Aparece de repente en un
sitio, bautiza a un eunuco y, al salir del agua, es arrebatado por el Espíritu del Señor y
a los pocos instantes reaparece en la lejana Azoto. Asimismo, Hechos contiene
exageraciones descabelladas. Afirma que Pablo predicó durante dos años «de forma
que pudieron oír la Palabra del Señor todos los habitantes de Asia, tanto judíos como
griegos». ¡Sin duda esto es imposible, incluso para un santo! Y luego está el extraño
caso de «Pedro y el mantel gigantesco»:

Subió Pedro al terrado, sobre la hora sexta, para hacer oración. Sintió hambre y quiso comer. Mientras se
lo preparaban le sobrevino un éxtasis, y vio los cielos abiertos y que bajaba hacia la tierra una cosa así
como un gran lienzo, atado por las cuatro puntas. Dentro de él había toda suerte de cuadrúpedos, reptiles
de la tierra y aves del cielo. Y una voz le dijo: «Levántate, Pedro, sacrifica y come».

Al parecer, podemos dar por sentado, sin riesgo de equivocarnos, que no nos
encontramos ante crónicas de hechos reales. Asimismo, es claro que el libro de los
Hechos no lo escribió un solo autor, como se pretende. En el capítulo 16, la narración
pasa súbitamente de la tercera a la primera persona, lo cual continúa sucediendo de
forma esporádica hasta el final del libro. Así que, al igual que los evangelios, los
Hechos de los Apóstoles son un «refrito».
Esto explica por qué incluso contiene contradicciones internas. Por ejemplo, en el
capítulo 9 se nos dice que cuando Pablo recibió su visión de luz y oyó una voz divina
en el camino de Damasco, sus compañeros oyeron la voz «pero no veían a nadie».
Pese a ello, en el capítulo 21 Pablo, refiriéndose a la misma experiencia, dice: «Los
que estaban conmigo vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba».
Los Hechos también contradicen el testimonio de Pablo en su Epístola a los
Gálatas. Según los Hechos, después de tener la visión en el camino de Damasco,
Ananías recibe la orden de buscar en dicha ciudad a Pablo y devolverle la vista.
Luego éste se traslada a Jerusalén, donde Bernabé le presenta a los apóstoles. En el
templo de Jerusalén, experimenta una segunda visión de Jesús y recibe la vocación de
predicar a los gentiles. No obstante, esto es muy diferente de la crónica del propio
Pablo, en la cual no menciona a Ananías y afirma que fue a Arabia y que no tuvo
nada que ver con los cristianos de Jerusalén durante los tres años que siguieron a la
experiencia que originó su conversión. Declara con énfasis: «Y en lo que os escribo,

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Dios me es testigo de que no miento». ¿Quién miente, pues?
Al igual que el Evangelio de Marcos, el libro de los Hechos de los Apóstoles
también se equivoca al citar el Antiguo Testamento hebreo. Para presentar a Pedro
exponiendo sus argumentos a los judíos de Jerusalén, utiliza un pasaje mal traducido
de la versión griega del Antiguo Testamento que en el hebreo original tiene un
significado totalmente distinto. Hechos también presenta a Santiago apelando a los
judíos de Jerusalén, para lo cual cita un pasaje del Antiguo Testamento en griego que
tergiversa el original hebreo. ¡Seguro que los judíos de Jerusalén no quedaron muy
convencidos! Basándose únicamente en este testimonio, los eruditos han sacado la
conclusión de que Hechos no puede tomarse como un documento histórico de la
Iglesia de Jerusalén.
Así lo confirman también los testimonios relativos a cuándo se escribió el libro de
los Hechos. Ireneo y Tertuliano, que vivieron en las postrimerías del siglo II, lo
consideraban parte de las Sagradas Escrituras. Pero Justino Mártir, que vivió una
generación antes, no muestra ninguna señal de saberlo. No hay citas de Hechos
anteriores a 177 d. n. e. así que es indudable que no se trata de una crónica de la
época, como afirma, y que probablemente se escribió entre 150 y 177 d. n. e. En
realidad, entre los primitivos cristianos circulaba un gran número de escrituras
diferentes que contaban los hechos de los discípulos, pero nadie considera que los
relatos no canónicos de los apóstoles sean documentos históricos. ¿Por qué íbamos a
tratar con menos escepticismo la versión canónica de los Hechos de los Apóstoles?
¿Sólo porque las autoridades de la Iglesia romana decidieron incluirla en el Nuevo
Testamento? Las Escrituras que narran las hazañas místicas de Juan, Pedro, Pablo,
Andrés y Tomás fueron prohibidas y arrojadas a la hoguera en el siglo V por orden del
papa León el Grande, que las tachó de peligrosas mentiras heréticas. La versión
canónica de los Hechos de los Apóstoles se salvó de correr la misma suerte
sencillamente porque, a diferencia de estos otros evangelios, apoyaba la «línea de
partido» de la Iglesia romana.

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EL TESTIMONIO MÁS ANTIGUO

Dejemos ya el libro de los Hechos de los Apóstoles. ¿Y las epístolas del Nuevo
Testamento que se atribuyen a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan? ¿Pueden
ayudarnos? Por desgracia, los estudiosos actuales han demostrado que estas epístolas
son falsas y que se escribieron mucho más tarde para combatir las ideas heréticas en
el seno de la primitiva Iglesia. Ni siquiera son falsificaciones muy buenas. Como
escribe un traductor sobre la Segunda Epístola de San Pedro: «Utiliza el pretérito al
hablar de los apóstoles, refiriéndose a ellos como si estuvieran muertos y enterrados».
Es claro, por tanto, que esta epístola no la escribió Pedro, sino que se usa su nombre
para demostrar que el apóstol está de acuerdo con su mensaje contra la herejía.
Mucha gente pensaba que estas epístolas eran falsas y transcurrió mucho tiempo
antes de que entrasen a formar parte del canon del Nuevo Testamento.
¿Y las epístolas de Pablo? He aquí, por fin, alguien cuya condición de personaje
histórico nadie discute. Pero los estudiosos creen que sus últimas epístolas, las
llamadas «pastorales», son falsificaciones que contradicen las anteriores. Al igual que
las epístolas atribuidas a los demás discípulos, las pastorales se escribieron en el
siglo II d. n. e. para combatir las divisiones internas en la Iglesia. Pero la opinión
generalizada es que algunas de las epístolas anteriores, si bien adolecían de
supresiones, añadiduras y eran el consabido «refrito», las escribió Pablo. Éste
escribió sus epístolas antes de 70 d. n. e., por lo que son anteriores a todos los
evangelios. Son los documentos cristianos más antiguos que existen y algunas son
prácticamente auténticas. ¡Por fin tenemos algo sustancial!
Llama muchísimo la atención, con todo, que Pablo no diga nada en absoluto sobre
el Jesús histórico. Se ocupa sólo del Cristo crucificado y resucitado, cuya importancia
es exclusivamente mística. Pablo deja claro que nunca conoció a un Jesús histórico.
Refiriéndose al evangelio, escribe: «Pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre
alguno, sino por revelación de Jesucristo». Pablo tampoco habla de Jerusalén ni de
Pilato. De hecho, como examinaremos con mayor detalle más adelante, declara que la
crucifixión de Jesús fue instigada por los «arcontes» o «príncipes de este mundo»:
¡poderes demoníacos de los cuales hablan los gnósticos! De hecho, Pablo no vincula
a Jesús con ningún período ni lugar históricos, ni siquiera con el pasado reciente. El
Cristo de Pablo, al igual que el Osiris-Dioniso de los paganos, es una figura mítica

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intemporal.
Pablo no dice nada de Nazaret y nunca llama nazareno a Jesús. Aunque presenta
el cristianismo como secta que administra el bautismo, nunca menciona a Juan
Bautista. Nada nos dice que Jesús comiera y bebiera con publicanos y pecadores, ni
tampoco habla del sermón de la montaña, las parábolas, las discusiones con los
fariseos o los choques con las autoridades romanas. Pablo ni siquiera conoce el
Padrenuestro, que, según los evangelios, Jesús enseñó a los discípulos diciéndoles:
«Vosotros, pues, orad así», porque Pablo dice: «Pues nosotros no sabemos cómo
pedir para orar como conviene».
Si Pablo era realmente uno de los seguidores de un mesías fallecido poco antes, es
asombroso que no juzgara necesario visitar a los apóstoles que conocieron a Jesús
personalmente antes de emprender su propia misión de enseñanza. Sin embargo, dice
que no recibe su autoridad de nadie. También sería razonable esperar que, si Jesús fue
una figura histórica y no un Cristo mitológico, Pablo citara con regularidad las
enseñanzas de su maestro y el ejemplo de su vida. De hecho, nunca menciona la vida
de Jesús, a quien sólo cita una vez, y cuando lo cita, se trata de la universal fórmula
mistérica de la eucaristía: «Éste es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en
recuerdo mío. Esta copa es la nueva alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis,
hacedlo en recuerdo mío». Al citar este pasaje, Pablo nos dice que Jesús pronunció
estas palabras «la noche en que fue traicionado» o, en algunas traducciones, «en la
noche de su arresto». Ambas traducciones, sin embargo, adornan el griego original
para dar idea de autenticidad histórica. El original afirma en realidad que Jesús
pronunció estas palabras en la noche en que fue «entregado», palabra que recuerda la
que se utilizaba para referirse al pharmakos de los sacrificios griegos, que también
muere para expiar los «pecados del mundo».
Pablo imparte sus enseñanzas éticas en nombre propio, sin mencionar a Jesús,
Cuando desea reforzadas echa mano del Antiguo Testamento, incluso en los casos en
que citar a Jesús le hubiera servido lo mismo, o incluso mejor. Proclama que la
muerte de Cristo pone fin a la ley judía, pero no cita a Jesús cuando afirma que ha
venido a hacer exactamente eso. No respalda su llamada al celibato con las palabras
de alabanza que Jesús dedica a los que renuncian al matrimonio por el reino de los
cielos. Al argüir que, en el momento de la resurrección, la carne y la sangre de una
persona serán transformadas, no cita las enseñanzas de Jesús según las cuales
«cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino
que serán como los ángeles en los cielos». ¿Hemos de creer que, de haber conocido
las palabras del maestro, no hubiera hecho absolutamente ninguna referencia a ellas?
Aunque Pablo no habla de un Jesús histórico, sí menciona a un tal Juan y a un tal
Santiago, y se suele suponer que son dos de los discípulos que aparecen en los
evangelios. Pablo no nos dice nada sobre Juan, pero llama a Santiago «el hermano del
Señor», lo cual se aprovecha a veces para probar que Pablo reconocía a un Cristo
histórico, porque había conocido a su hermano. Sin embargo, los cristianos

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acostumbraban a llamarse «hermano» los unos a los otros. Tanto en el Evangelio de
Mateo como en el de Juan, Jesús emplea las palabras «mis hermanos» para referirse a
sus seguidores, sin dar a entender que exista parentesco de sangre entre ellos, y en el
evangelio gnóstico Apocalipsis de Santiago leemos que se decía que Santiago «era el
hermano del Señor sólo en un sentido puramente espiritual».
Pablo también habla de un tal Cefas. La interpretación tradicional es que se
refiere al apóstol Pedro. Originalmente Pedro se llamaba Simón, pero en
circunstancias diferentes en cada evangelio, Jesús le daba el nombre de «Piedra».
«Piedra» es «Cephas» en arameo y «Pedro» en griego. ¿Son Cefas y Pedro la misma
persona? Pablo también menciona a un tal Pedro una vez en sus epístolas, pero no
dice que este Pedro y Cefas sean la misma persona. Una antigua escritura cristiana
titulada Las cartas de los apóstoles empieza con una lista de once apóstoles, de los
cuales el tercero se llama Pedro y el último, Cefas; así que no cabe duda de que
existía una tradición cristiana en la cual Cefas y Pedro no eran idénticos. La tendencia
moderna a dar por sentado que se trataba por fuerza de la misma persona es errónea.
Aunque se interprete que Cefas es otro nombre de Pedro, ¿es el Pedro que
supuestamente conocía a Jesús? Es fácil suponer que sí, porque estamos todos muy
familiarizados con las historias de los evangelios. Sin embargo, no hay nada en las
epístolas de Pablo que induzca a pensar que el Cefas con el que se encuentra en
Jerusalén y Antioquía sea el Pedro de los evangelios que conocía personalmente a
Jesús. De hecho, ocurre todo lo contrario. Desde luego, la relación de Pablo con el
Cefas de sus epístolas no invita a pensar que Cefas era el brazo derecho de un mesías
histórico. Pablo es sumamente hostil a Cefas y emplea palabras fuertes para expresar
su oposición a él: «Mas, cuando vino Cefas a Antioquía, me enfrenté con él cara a
cara, porque era digno de reprensión». Se opone a Cefas porque éste cumple con la
ley judía y se niega a comer con los cristianos gentiles. Con todo, Pablo no saca a
colación el hecho de que, si Cefas es el Pedro de los evangelios, debía saber que
Jesús comía y bebía con pecadores y prostitutas, y se defendía de las críticas que
recibía por infringir las leyes judías. Pablo llama a Cefas hipócrita. Pero si se trata del
Pedro de los evangelios, ¿por qué Pablo no le echa en cara el haberse dormido en el
jardín de Getsemaní, el haber negado al Señor tres veces con maldiciones y el hecho
de que el propio Jesús lo hubiese comparado con Satanás?
En el Evangelio de Pablo hay sólo un breve pasaje que podría justificar la
creencia de que el Cefas de sus epístolas es el Pedro de los evangelios. Pablo se
refiere al Jesús resucitado y dice: «Que se apareció a Cefas y luego a los Doce;
después se apareció a centenares de fieles a la vez». Esto es curioso, porque, según
los evangelios, para entonces Judas Iscariote ya había muerto, de modo que Jesús
sólo podía aparecerse a once discípulos. Y ningún evangelio dice que Jesús se le
aparezca a «centenares de fieles». Una vez más hemos de reconocer que no sabemos
qué creer.
Este pasaje bien podría ser una añadidura posterior a la Epístola de Pablo. Pero

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aun en el caso de que no lo sea, lo único que en realidad nos dice es que un tal Cefas,
junto con centenares de otras personas, tuvo la experiencia mística de ver al Cristo
resucitado, justamente como lo había visto Pablo. ¿Lo que describe Pablo es un
acontecimiento histórico o unos ritos místicos? Miles de iniciados en los misterios
paganos de Eleusis hubieran podido afirmar en esencia lo mismo, es decir, que habían
experimentado al dios hombre resucitado, sin dar a entender que habían conocido a
un Osiris-Dioniso histórico. Esto puede parecer una interpretación radical, pero da
sentido a un pasaje de la Epístola de Pablo a los Gálatas que, de no ser por ello,
resultaría incomprensible. Pablo critica a los «insensatos gálatas (…) a cuyos ojos fue
presentado Jesucristo crucificado», por buscar una interpretación «material» de la
salvación, en vez de una interpretación «espiritual». ¿Realmente hemos de creer que
esta comunidad cristiana de Asia Menor había sido testigo de la crucifixión en
Jerusalén y que Pablo, que nunca afirma haber conocido a Jesús, pensó que tenía
motivos para llamar a aquellos testigos «insensatos»? No obstante, el comentario de
Pablo tendría sentido si, en vez de ello, los cristianos gálatas hubieran presenciado
una representación dramática de la pasión de Cristo. Pablo declara que es esto lo que
los hará «perfectos» o, usando una traducción más fiel, ¡«iniciados»!
Así pues, ¿qué podemos decir en realidad del Cefas de Pablo? Sólo que es uno de
los jefes de los cristianos judíos de Jerusalén y un rival teológico de Pablo. Al
parecer, las epístolas de Pablo, que son los documentos cristianos más antiguos, no
pueden ayudamos a encontrar al Jesús histórico. Lo único que puede decirnos Pablo
es que a mediados del siglo I existía ya en la comunidad cristiana una división interna
entre los cristianos projudíos de Jerusalén y los que, al igual que Pablo, pensaban que
Jesús había venido a sustituir la antigua ley judía. Los evangelios y los Hechos de los
Apóstoles; ambos escritos mucho más tarde, son la única razón por la cual el Cefas,
el Juan y el Santiago que se mencionan en las epístolas de Pablo han quedado
asociados con las figuras de los evangelios que llevan sus mismos nombres. En
realidad, nada hay en Pablo que nos empuje a creer que los cristianos de los que habla
conocieran personalmente a un Jesús histórico. Los evangelios se escribieron después
de las epístolas de Pablo y se ha comprobado que son documentos teológicos y no
históricos. Es más probable, por tanto, que los autores de los evangelios tomaran los
nombres de Cefas, Santiago y Juan que Pablo había mencionado y los convirtiesen en
los personajes que encontramos en la historia de Jesús.

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LA HISTORIA DE UN MITO EN EVOLUCIÓN

Los datos que tenemos hacen pensar que el Nuevo Testamento no es una historia de
hechos reales, sino de la evolución de la mitología cristiana. El evangelio más antiguo
es el de Marcos, que también se creó utilizando fragmentos que ya existían. Los
autores de los evangelios de Mateo y Lucas añadieron y modificaron cosas con el fin
de crear sus propias versiones de la vida de Jesús. Basándonos en esto, podemos
concluir que, a su modo de ver, el Evangelio de Marcos no era un valioso documento
histórico que debía conservarse intacto. Tampoco lo consideraban la sagrada «Palabra
de Dios» que jamás debía alterarse. Es evidente que creían que se trataba de una
historia que podía adornarse y ajustarse a sus propias necesidades: exactamente lo
mismo que los filósofos paganos llevaban siglos haciendo con los mitos de
Osiris-Dioniso.
Pero el Evangelio de Marcos no es el testimonio más antiguo de la historia de
Jesús que tenemos. Este testimonio se encuentra en las epístolas de Pablo. Aunque
estas epístolas se escribieron antes que los evangelios, e incluso cien años antes que
los Hechos de los Apóstoles, en el Nuevo Testamento aparecen después de estos
libros. Esto crea la falsa impresión de que Pablo es la consecuencia de los evangelios
y de los Hechos de los Apóstoles, en lugar de ser al revés. Por ende, si colocamos los
elementos que constituyen el Nuevo Testamento en el orden cronológico correcto,
vemos cómo la historia de Jesús evoluciona ante nuestros ojos. El Cristo mitológico
de Pablo, el Cristo que muere y resucita, evoluciona en la primitiva historia de Jesús
que narra Marcos. Mateo y Lucas añaden luego cosas significativas. Y después viene
el Evangelio de Juan, que es más filosófico, con su doctrina del logos y los largos
discursos que Jesús pronuncia en griego. Finalmente, tenemos una colección de
leyendas sobre los apóstoles, a las que siguen varias epístolas falsas que presuponen
la existencia de un Jesús literal y adoptan la autoridad de los apóstoles para atacar a
los cristianos heréticos.
Si se mira de esta manera, el propio Nuevo Testamento nos cuenta la historia de
cómo evolucionó el cristianismo:

Las

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epístolas c. 50 Jesús es un dios hombre místico que muere y resucita.
de Pablo

El
70-
Evangelio Se da al mito de Jesús un marco histórico y geográfico.
110
de Marcos

Los
Evangelios 90- Se añaden detalles del nacimiento y la resurrección de
de Mateo 135 Jesús y se adorna la historia.
y Lucas

El
Evangelio c. 120 Se formula la teología cristiana.
de Juan

Los
Una vez creada la ilusión de un Jesús histórico, se crean
Hechos de 150-
los Hechos de los Apóstoles para relatar la vida de sus
los 177
discípulos
Apóstoles

Las Los literalistas falsifican epístolas y las atribuyen a los


epístolas 177- apóstoles en sus batallas contra el gnosticismo, y atacan a
de los 220 los «seductores» que «no confiesan que Jesucristo ha
Apóstoles venido en carne».

La versión original del Evangelio de Marcos, que es la crónica más antigua de la


historia de Jesús, no decía nada en absoluto de la resurrección. Lo referente a este
episodio se añadió después. Antes de ello, el Evangelio de Marcos terminaba cuando
las mujeres encuentran el sepulcro vacío, y sólo se insinuaba que Jesús había
resucitado según lo prometido. Curiosamente, los evangelios gnósticos empiezan
donde termina el evangelio original de Marcos. No nos cuentan la vida de Jesús, sino
las enseñanzas secretas de Cristo después de la resurrección. Esto hace pensar que la
historia original del Jesús casi histórico que se relata en el Evangelio de Marcos era,
como afirmaban los gnósticos, la expresión de los misterios exteriores cuyo objeto
era atraer a los principiantes espirituales. Estos misterios exteriores podían llevar a un
iniciado hasta el sepulcro vacío y a la insinuación de la vida eterna, pero sólo las
enseñanzas secretas de los gnósticos revelaban las palabras del Cristo resucitado.
Esto conducía a los iniciados más allá de la historia literal, hasta el misterio

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verdadero, hasta la experiencia mística de su propia muerte y resurrección y el
reconocimiento de su identidad más profunda como el Cristo, el eterno daemon
universal.

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CONCLUSIÓN

Al igual que los incontables estudiosos que nos precedieron, hemos comprobado
que es inútil buscar un Jesús histórico. Es asombroso que no haya pruebas
sustanciosas de la existencia histórica de un hombre que, según dicen, fue la única
encarnación de Dios en toda la historia. Pero el hecho es que no las hay. Así pues,
¿qué tenemos?

—Unas cuantas menciones de «cristianos» y seguidores de alguien llamado Crestus entre todas las
extensas obras de historia de los romanos.
—Algunos pasajes falsos en Josefo de entre todos los fundamentados libros de historia de los judíos.
—Un puñado de pasajes en la vasta literatura talmúdica que nos dicen que existió un hombre llamado
Yeshu que tenía cinco discípulos que se llamaban «Mattai, Nakkia, Netzer, Buni y Todah».
—Cuatro evangelios anónimos que ni siquiera coinciden en los hechos relativos al nacimiento y la muerte
de Jesús.
—Un evangelio atribuido a Marcos que se escribió entre los años 70 y 135 d. n. e. que ni tan sólo pretende
ser la crónica de un testigo de los hechos, y que ciertamente no lo es a juzgar por la ignorancia de la
geografía de Palestina que se advierte en él y por los errores cometidos al citar las Escrituras hebreas.
—Los evangelios atribuidos a Mateo y Lucas, que se basan de forma independiente en el de Marcos y nos
dan genealogías totalmente contradictorias.
—Un evangelio atribuido a Juan que se escribió después de los otros tres y que, desde luego, no fue obra
del discípulo llamado Juan.
—Los nombres de doce discípulos de cuya existencia no hay pruebas históricas.
—El libro de los Hechos de los Apóstoles, que parece una novela de ficción, contiene citas erróneas del
Antiguo Testamento hebreo, contradice las epístolas de Pablo y no se escribió hasta la segunda mitad del
siglo II.
—Una selección de epístolas falsas atribuidas a Pedro, Santiago, Juan y Pablo.
—Unas cuantas epístolas auténticas de Pablo que en absoluto hablan de un Jesús histórico, sino sólo de un
Cristo místico que muere y resucita.
—Muchos testimonios que hacen pensar que el Nuevo Testamento no es una historia de acontecimientos
reales, sino de la evolución de la mitología cristiana.

Puede que (si realmente queremos creerlo) algo de esto pruebe (quizá) la
existencia de un Jesús histórico. No podemos descartar esta posibilidad. Pero los
datos que inducen a pensar que Jesús es una figura mítica son tan convincentes que
para refutarlos se necesita algo mucho más sustancial que todo eso.
Finalmente, la falta de pruebas de que existió un Jesús histórico nos empujó a
abandonar por completo la idea de que la verdadera biografía de Jesús había sido
tergiversada y recubierta de mitología pagana para crear las historias de los
evangelios. También nos hizo descartar una idea extraordinaria que en el decenio de

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1920 formuló un grupo de monjes en Alemania y que se llamó la «teoría mistérica».
Esta teoría explica las semejanzas entre la «biografía» de Jesús y la mitología de los
misterios diciendo que, como culminación de un plan divino, la vida de Jesús
finalmente realizó en la historia lo que antes había sido sólo mítico. En realidad, se
trata sólo de la teoría de la «imitación diabólica» bajo un disfraz más positivo. No
hay ninguna razón válida para pensar que las historias de Osiris-Dioniso son mitos y
que la de Jesús es el cumplimiento histórico de tales mitos. Pensar esto no es más que
el fruto de los prejuicios culturales.
Frecuentemente se arguye que la existencia de un Jesús histórico es lo único que
puede explicar la fuerza y la capacidad de atracción del cristianismo. Sin la
inspiración de algún fundador carismático, ¿cómo hubiera podido nacer y propagarse
por todo el mundo antiguo? La tesis de los misterios de Jesús explica esto sin
necesidad de formular hipótesis sobre la existencia de un hombre del cual no tenemos
ninguna prueba. El cristianismo, como los misterios de Jesús, nació y se extendió por
el mundo antiguo exactamente de la misma manera que antes hicieran los misterios
de Dioniso, los misterios de Mitra, los de Atis, los de Serapis y los de los demás
dioses hombre mistéricos que mueren y resucitan.
Lejos de poner en tela de juicio la tesis de los misterios de Jesús, nuestra
búsqueda de un Jesús histórico la había corroborado. No obstante, nuestros estudios
del Nuevo Testamento nos habían planteado un gran número de dudas serias. Si entre
los cristianos que conocemos Pablo es el más antiguo de los personajes históricos, y
los gnósticos fueron los cristianos primigenios, como afirma la tesis de los misterios
de Jesús, entonces no cabe duda de que deberíamos esperar encontramos con que
Pablo era gnóstico. Pero la tradición nos lo presenta como enemigo apasionado de los
gnósticos. Nos pareció que habíamos topado con un serio defecto de nuestra tesis. Es
decir, nos lo pareció hasta que, una vez más, nos atrevimos a hacer caso omiso de la
opinión que se acepta de forma general y a examinar los testimonios con mayor
detenimiento y por nuestra cuenta.

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8
¿ERA GNÓSTICO PABLO?

Gran parte de lo que pasa por interpretación «histórica» de Pablo y por análisis «objetivo»
de sus epístolas tiene su origen en los heresiólogos del siglo II. Si el apóstol era tan
inequívocamente antignóstico, ¿cómo podían afirmar los gnósticos que era su gran
maestro pneumático? ¿Cómo podían decir que seguían su ejemplo al ofrecer enseñanzas
secretas de sabiduría y gnosis «a los iniciados»? ¿Cómo podían afirmar que la teología
paulina de la resurrección era el origen de la suya y citar las palabras de Pablo como
prueba decisiva contra la doctrina eclesiástica de la resurrección del cuerpo?

ELAINE PAGELS

San Pablo es el cristiano más influyente de todos los tiempos. En el Nuevo


Testamento hay trece epístolas que se atribuyen a él y representan una cuarta parte
del total de las Escrituras canónicas del cristianismo. Además, la mayor parte del
libro de los Hechos de los Apóstoles trata de historias relacionadas con Pablo. Pero
¿quién es Pablo?
La tradición presenta a Pablo como bastión de la ortodoxia y cruzado contra los
herejes gnósticos. Pese a ello, llama la atención que los propios gnósticos nunca
tuvieran este concepto de él. Todo lo contrario: los grandes sabios gnósticos de
comienzos del siglo II d. n. e. llamaban a Pablo «el Gran Apóstol» y lo honraban
como inspiración principal del cristianismo gnóstico. Valentín explica que Pablo
inició a los pocos elegidos en los «misterios más profundos» del cristianismo que
revelaron una doctrina secreta de Dios. Entre estos iniciados se encontraba el maestro
de Valentín, Teudas, que a su vez había iniciado al propio Valentín.
Muchos grupos gnósticos afirmaban que Pablo era su padre fundador y los
gnósticos que se llamaban a sí mismos «paulinos» continuaron floreciendo, a pesar de
la incesante persecución de que eran objeto por parte de la Iglesia romana, hasta
finales del siglo X. Pablo escribió sus epístolas a las iglesias de siete ciudades que hoy

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sabemos que fueron centros de cristianismo gnóstico durante el siglo II. A la cabeza
de estas comunidades cristianas se encontraba el sabio gnóstico Marción, que
consideraba a Pablo el único apóstol verdadero. Una cosa es segura: si Pablo era
realmente tan contrario al gnosticismo como decían los literalistas, es asombroso que
se le cite en tantos textos gnósticos o, de hecho, que se le atribuyan tales textos. Los
seguidores de Marción incluso tenían un evangelio que, según ellos, fue escrito por
Pablo. Entre los textos encontrados en Nag Hammadi se hallan la Oración del apóstol
Pablo y el Apocalipsis de Pablo. Otro texto, la Ascensión de Pablo, deja constancia
de las «palabras inefables, que no está permitido que un hombre pronuncie», que oyó
Pablo durante su famosa ascensión al tercer cielo a la que el apóstol alude en su
epístola a los corintios. Otro Hechos de Pablo presenta a Pablo viajando con una
compañera llamada Tecla, ¡una mujer que bautizaba!

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¿EL PABLO AUTÉNTICO?

¿ Quién es el Pablo auténtico? ¿Es posible que fuera uno de ellos, como afirmaban
los gnósticos? Ya hemos comentado que los estudiosos de hoy opinan que muchas de
las epístolas atribuidas a Pablo son falsas. De las trece epístolas que contiene el
Nuevo Testamento, sólo siete se aceptan hoy como auténticas en su mayor parte.
Como mencionamos antes, la opinión general es que las epístolas a Timoteo y a
Tito, las llamadas «pastorales», son falsas. Estudios realizados con ordenadores han
confirmado de forma indudable que el autor de las pastorales no es el de las epístolas
a los gálatas, los romanos y los corintios, que se consideran escritas realmente por
Pablo. En la colección más antigua de epístolas atribuidas a Pablo no están las
pastorales. De hecho, ni siquiera oímos hablar de las pastorales hasta Ireneo (c. 190).
No aparecen como parte del canon cristiano hasta después de esta fecha, siempre
formando un grupo, y cristianos de todas las creencias suelen rechazadas por falsas.
Ni tan siquiera Eusebio, el gran propagandista ortodoxo, las incluye en su Biblia (c.
325).
Este detalle es importante, toda vez que sólo en las pastorales se muestra Pablo
contrario a los gnósticos. A diferencia de las epístolas paulinas auténticas, las
pastorales presentan a Pablo como organizador de la Iglesia, puntal de su disciplina y
enemigo inquebrantable de todos los herejes. Condena los mitos gnósticos como
«fábulas profanas y cuentos de viejas» y recomienda a sus seguidores que no presten
«su atención a fábulas y genealogías interminables, que son más a propósito para
promover disputas que para realizar el plan de Dios». Obviamente, a finales del
siglo II la imagen de Pablo como maestro gnóstico ya era una amenaza suficiente para
que alguien sintiese la necesidad de responder a ella creando un Pablo
indiscutiblemente literalista.
Este Pablo es creado para dar consejos específicos: «Guarda el depósito de la fe.
Evitando las palabrerías profanas, y también las objeciones de la falsa ciencia;
algunos que la profesaban se han apartado de la fe». También nos lo muestran
autoritario cuando impone el poder de la jerarquía de la Iglesia, y escribe: «A los
culpables, repréndelos delante de todos, para que los demás cobren temor». Ataca en
particular a «Himeneo y Fileto», dos maestros gnósticos que «se han desviado de la
verdad» y enseñan la doctrina gnóstica afirmando «que la resurrección ya ha

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sucedido»; ¡aunque en sus epístolas auténticas Pablo afirma que él mismo ya ha
«resucitado»! Y pese a que existía una tradición muy extendida según la cual Pablo
viajaba con una mujer que bautizaba, también se le hace atacar la costumbre gnóstica
de tratar a las mujeres como a iguales de los hombres: «La mujer oiga la instrucción
en silencio, con toda sumisión. No permito que la mujer enseñe ni que domine al
hombre».
Al finales del siglo II, pues, los cristianos literalistas presentan a Pablo como
antignóstico y autoritario. Se da por sentado que esto era históricamente cierto, pero
en realidad es sólo la perspectiva de los cristianos literalistas. Sólo unos cuantos
decenios antes, sin embargo, opinaban lo contrario: en la primera mitad del siglo II
unas epístolas atribuidas a Clemente, el obispo de Roma, atacan vigorosamente a
Pablo por ¡hereje desviado! Estas epístolas presentan a Pedro negando con
vehemencia la condición de apóstol de Pablo porque sólo se podía considerar apóstol
a quien hubiera presenciado la resurrección y Pablo no vio realmente al Cristo
resucitado. Al parecer, la visión de Jesús que Pablo tuvo en el camino de Damasco no
sólo no es válida, ¡sino que es una revelación de un demonio malvado o de un espíritu
mentiroso! Se afirma que Jesús está «enojado» con Pablo, que es su «adversario»
porque lo que predica «contradice» sus enseñanzas. Pedro escribe sobre Pablo y dice
que es su «enemigo» y que ha convencido a algunos de los gentiles para que rechacen
la ley judía y abracen «enseñanzas necias» que están «fuera de la ley». Pablo es
acusado de crear un evangelio herético y los auténticos apóstoles de Jesús tienen que
enviar en secreto un «evangelio verdadero» para corregir estas herejías. Al igual que
su contemporáneo el archihereje Simón Mago, Pablo, inspirado por Satanás, pretende
dividir a la comunidad cristiana ¡Es un hombre peligroso que debería ser expulsado
de la Iglesia!

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PABLO Y LOS MISTERIOS PAGANOS

Si podemos deshacemos de la imagen tradicional de Pablo y examinar los datos con


imparcialidad, esta retórica contra Pablo es comprensible, ya que en sus epístolas se
advierten claras influencias gnósticas y paganas. Pablo es un judío que ha abrazado la
cultura griega, a la sazón omnipresente. Escribe en griego, su primera lengua. Sus
citas proceden exclusivamente de la versión griega del Antiguo Testamento. Su
ministerio va dirigido a las ciudades paganas dominadas por la cultura griega y una
de éstas, Antioquía, era un centro de los misterios de Adonis; Éfeso, de los de Atis, y
Corinto, de los de Dioniso. Pablo era natural de Tarso, en Asia Menor, que en aquel
entonces ya había superado incluso a Atenas y Alejandría y era el centro principal de
la filosofía pagana. Era en Tarso donde los misterios de Mitra tenían su origen, así
que hubiera sido impensable que Pablo no se percatase de las notables semejanzas,
que ya hemos examinado, entre las doctrinas cristianas y las enseñanzas del
mitraísmo.
Pablo emplea con frecuencia términos y expresiones procedentes de los misterios
paganos, tales como pneuma (espíritu), gnosis (conocimiento divino), doxa (gloria),
sophia (sabiduría), teleioi (los iniciados), etcétera. Aconseja a sus seguidores que
aspiren «a los carismas superiores». La palabra «carisma» se deriva del término
mistérico makarismos, que se refiere a la naturaleza bendita de quien ha visto los
misterios. Incluso dice que es uno de los «administradores de los misterios de Dios»,
que es el nombre técnico de un sacerdote en los misterios de Serapis.
Pablo cita al sabio pagano Arato, que había vivido en Tarso varios siglos antes, y
describe a Dios diciendo que «en él vivimos, nos movemos y existimos». También
enseña doctrinas mistéricas, y al igual que el sabio pagano Sócrates, a quien se
consideraba sabio porque sabía que no sabía nada, Pablo enseña: «Si alguien cree
conocer algo, aún no lo conoce como se debe conocer». Del mismo modo que Platón
había escrito que ahora sólo vemos la realidad «en un espejo confusamente», también
Pablo escribe: «Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a
cara».
Este famoso pasaje de Pablo también se ha traducido así: «Hoy lo único que
vemos es el desconcertante reflejo de la realidad; somos como hombres que
contemplan un paisaje en un pequeño espejo. Llegará un día en que veremos la

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realidad completa y cara a cara». Esta traducción destaca de forma clara la naturaleza
platónica de las enseñanzas de Pablo. Platón había utilizado la imagen de los
prisioneros atrapados en una cueva que sólo pueden ver las sombras del mundo
exterior proyectadas sobre las paredes como alegoría de nuestra actual condición al
tomar por real lo que, de hecho, es sólo un reflejo de la realidad última. Para Platón,
como para Pablo: «En la actualidad lo único que vemos es el desconcertante reflejo
de la realidad».
Platón proclama que los filósofos son los que son liberados de la cueva y salen al
exterior y ven por sí mismos la realidad de la deslumbrante luz del día: «cara a cara».
Esta expresión es una fórmula ritual de los misterios paganos. En Las bacantes
leemos: «Me dio estos misterios cara a cara». Lucio Apuleyo escribe acerca de su
iniciación: «Penetré en la presencia misma de los dioses de abajo y los dioses de
arriba, donde rendí culto cara a cara». Justino Mártir reconoce que: «El objetivo del
platonismo es ver a Dios cara a cara», Platón describe cómo en el templo de la
«verdadera tierra», que existe en el reino de las ideas y de la cual esta tierra no es más
que una imagen, «la comunión con los dioses se hace cara a cara».

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EL PABLO GNÓSTICO

El Jesús de Pablo es el dios hombre místico de los gnósticos y no la figura histórica


de los literalistas. El único lugar donde Pablo parece tratar a Jesús como figura
histórica es en la Epístola a Timoteo, donde escribe acerca de «Jesucristo, que ante
Poncio Pilato rindió tan solemne testimonio», pero esta epístola es una falsificación.
El auténtico Pablo predica la doctrina gnóstica del ilusionismo y afirma que Jesús no
vino como persona, sino «en una carne semejante».
En las epístolas de Pablo abundan estas doctrinas tan claramente gnósticas.
¿Cuántos cristianos modernos se han preguntado cuál puede ser el significado de la
famosa afirmación de Pablo de que había ascendido hasta el tercer cielo? Esta
afirmación no llenaría de desconcierto a un gnóstico o un iniciado en los misterios
paganos, porque a ambos les habrían enseñado que hay siete cielos vinculados a los
siete cuerpos celestiales: los cinco planetas visibles y la Luna y el Sol.
Al igual que los gnósticos, Pablo muestra un gran desdén por los aspectos
externos de la religión: ceremonias, días santos, reglas y preceptos. Al igual que los
gnósticos, afirma que los verdaderos cristianos se vuelven como Cristo: al no llevar
«un velo sobre el rostro», reflejan «como en un espejo la gloria del Señor», y de esta
manera se transforman «en esa misma imagen, cada vez más gloriosos».
Los gnósticos veían a Pablo como un maestro de las iniciaciones «pneumáticas»
secretas. En su Epístola a los Romanos, Pablo escribe: «Ansío veros, a fin de
comunicaros cierto carisma pneumático que os fortalezca», del cual dice: «pues no
quiero que ignoréis». Si Pablo quiere compartir urgentemente algo con los
destinatarios de su epístola, ¿por qué no lo dice en ella? Para los gnósticos la
respuesta es que el «carisma pneumático» es una iniciación que Pablo sólo puede
transmitir en persona y «en secreto». Escribe Pablo: «Como dicen las Escrituras,
anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo
que Dios preparó para los que lo aman». Sin duda los iniciados reconocerían estas
palabras como una fórmula mistérica que se pronunciaba en el momento de la
iniciación. El voto de guardar el secreto que hacían los seguidores del sabio gnóstico
Justino incluía estas palabras y, entre otros lugares, también aparecen en el Evangelio
de Tomás, donde Jesús ofrece: «Os daré lo que ningún ojo ha visto, y lo que ningún
oído ha escuchado y lo que ninguna mano ha tocado, y lo que nunca se le ha ocurrido

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a la mente humana».
Una traducción deficiente es lo único que impide ver que en las epístolas de Pablo
hay muchas expresiones y enseñanzas que son característicamente gnósticas. Por
ejemplo, los valentinianos afirman que Pablo iniciaba a los cristianos en el «misterio
de Sofía», que probablemente incluía el mito de la caída y la redención de la diosa, y
citan como prueba su Primera Epístola a los Corintios, en la cual escribe: «Hablamos
de sabiduría entre los iniciados». Si el lector se pregunta por qué nunca había
encontrado esta afirmación decididamente gnóstica de Pablo, la respuesta es porque
suele traducirse por «Hablamos de sabiduría entre los perfectos», ¡lo cual no tiene
mucho sentido pero al menos parece ortodoxo!
La traducción habitual continúa:

Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los
príncipes de este mundo, abocados a la ruina; sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa,
escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los
príncipes de este mundo —pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria.

Esta traducción, suponiendo que sea inteligible, tergiversa mucho el sentido real de
las palabras de Pablo. Un estudioso actual explica:

El verdadero significado de este pasaje queda oscurecido en dos puntos de la mayor importancia. La
palabra griega que aquí se ha traducido por «mundo», individualmente en sus formas singular o plural, es
aion, que no se refiere a este mundo físico o Tierra, sino al «tiempo» o la «edad». Por consiguiente, el
empleo aquí de aion por parte de Pablo demuestra que pensaba en un sistema esotérico de «edades del
mundo», Seguidamente, las palabras que se han traducido por «los príncipes de este mundo» (archontes
tou aionos toutou) no se refieren, como se supone vulgarmente, a las autoridades romanas y judías que
condenaron a Jesús a muerte, sino a seres demoníacos que se asociaban con los planetas y, según se creía,
gobernaban la vida de los hombres en la Tierra.
En este pasaje, pues, encontramos a Pablo explicando que, antes del principio de una serie de edades
del mundo, Dios decidió enviar al mundo, por el bien de la humanidad, a un ser divino preexistente al que
los príncipes demoníacos, no percatándose de su verdadera naturaleza, ejecutaron y con ello de algún
modo se confundieron. En pocas palabras, Pablo imaginaba a la humanidad esclavizada por seres
demoníacos y relacionados con fenómenos astrales, a los que describe utilizando diversos términos tales
como archontes tou aionos toutou y stoicheia tou kosmou («los poderes elementales del universo»). En
consecuencia, la humanidad había sido rescatada de esta esclavitud mortal por el ser divino, al que,
encarnado en la persona de Jesús, habían crucificado erróneamente estos archontes, que, es de suponer, al
excederse involuntariamente en sus derechos, perdieron su control sobre los hombres.

¡Esto no es el cristianismo tal como lo conocemos hoy! Lo que hace Pablo es predicar
el gnosticismo.
Pablo escribe sobre una «gnosis» que puede enseñarse sólo a los «plenamente
iniciados». Ofrece una plegaria pidiendo que «vuestro amor siga creciendo cada vez
más en conocimiento perfecto». Escribe sobre «Dios, en el cual están ocultos todos
los tesoros de la sabiduría y la gnosis» y sobre «la gnosis del misterio de Dios». Al
igual que un iniciado gnóstico, Pablo afirma: «Como me fue comunicado por una
revelación el conocimiento del misterio». Al igual que un gnóstico defendiendo el
secreto de los misterios interiores, asevera que ha oído «palabras inefables que el

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hombre no puede pronunciar». Al igual que un gnóstico, hace hincapié en la
comprensión y no en el dogma, y escribe: «Pues la letra mata mas el Espíritu da vida»
y; al igual que un gnóstico, dice que las historias que aparecen en las Escrituras son
«alegorías» y que las «cosas sucedieron de forma figurada».

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EL APÓSTOL DE LA RESURRECCIÓN

Los cristianos literalistas citaban a Pablo para probar su extraña creencia de que
cuando se produjera la segunda venida los muertos saldrían de los sepulcros en sus
cuerpos físicos. No obstante, es claro que la perspectiva de Pablo era muy diferente.
Al igual que los gnósticos, ve la resurrección como un acontecimiento espiritual.
Escribe categóricamente: «La carne y la sangre no pueden heredar el reino de los
Cielos».
El sabio gnóstico Teodoto llama a Pablo «el apóstol de la resurrección». Al igual
que los gnósticos, Pablo no concibe la resurrección como un acontecimiento futuro
prometido, sino como una experiencia espiritual que puede suceder ahora mismo.
Escribe: «Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de la salvación». Su
mensaje es claramente místico y alegórico: escribe sobre «resucitar» y «sentarse en
los cielos con Cristo Jesús», no como si se tratara de una recompensa que se espera
en la otra vida, sino como algo que él y otros iniciados cristianos ya han
experimentado.
Como los gnósticos, Pablo predica que la pasión de Jesús no es un acontecimiento
del pasado, sino una realidad mística eterna. Participando en la muerte y la
resurrección de Jesús cada iniciado cristiano puede morir para su yo inferior y
resucitar como el Cristo o el Logos. En la Epístola a los Filipenses, Pablo escribe: «Y
conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta
hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los
muertos». En la Epístola a los Gálatas escribe: «Con Cristo estoy crucificado: y no
vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí». En la Epístola a los Romanos
interpreta alegóricamente la pasión de Jesús y escribe:

¿O es que ignoráis que cuantos fuimos iniciados en Cristo Jesús, fuimos iniciados en su muerte? Fuimos,
pues, con él sepultados por la iniciación en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de
entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si
nos hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una
resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera
destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado.

En la Epístola a los Colosenses, Pablo dice que Dios le ha encomendado la tarea


de dar «cumplimiento» a su palabra; de anunciar «el misterio escondido desde siglos

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y generaciones» y que ahora se revela a los elegidos de Dios. ¿Y cuál es este gran
misterio? ¿Es, como cabía esperar de un apóstol ortodoxo, la «buena nueva» de que
Jesús había venido realmente a la Tierra, había hecho milagros, había muerto por
nuestros pecados y había vuelto de entre los muertos? ¡No! Es el eterno misticismo
de los gnósticos y los misterios paganos: que dentro de cada uno de nosotros está la
única alma del universo, el Logos, el daemon universal, la mente de Dios. Escribe
Pablo que el secreto es: «Cristo entre vosotros».
Cuando Pablo describe la famosa visión de Jesús que tuvo en el camino de
Damasco es significativo que no diga: «Dios reveló su Hijo a mí», como
esperaríamos de un cristiano literalista. En vez de ello, dice que Dios «tuvo a bien
revelar en mí a su hijo».
El Jesús de Pablo no es una figura histórica, sino un símbolo del daemon
universal de quien todos somos miembros. Pablo afirma: «Pues del mismo modo que
el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo,
no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo». En
la Epístola a los Efesios predica: «Hablad con verdad cada cual con su prójimo, pues
somos miembros los unos de los otros».
Los gnósticos afirmaban que, según Pablo, ver a Jesús como hombre de carne y
sangre era sólo una etapa transitoria para los principiantes: los misterios exteriores
para los cristianos psíquicos. Los cristianos pneumáticos iniciados en los misterios
interiores comprendían el significado alegórico de la historia de Jesús. Los gnósticos
decían que Pablo se refiere a este cambio de perspectiva por medio de la iniciación en
los misterios interiores cuando escribe: «Y si conocimos a Cristo según la carne, ya
no lo conocemos así». Dado que Pablo nunca afirmó haber conocido a un Jesús
histórico «según la carne», ¡es en verdad difícil ver qué otra cosa pudo querer decir!

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ENSEÑANZAS PSÍQUICAS y PNEUMÁTICAS

Así pues, ¿cómo pudo Pablo llegar a ser el héroe tanto de los gnósticos como de los
literalistas? Los gnósticos, como ya hemos visto, proclamaban que la historia de
Jesús cumple una doble función: es un relato introductorio dirigido a los cristianos
psíquicos que se han iniciado en los misterios exteriores y una alegoría mística para
los cristianos pneumáticos que se han iniciado en los misterios interiores. Aunque se
interpretaba de dos formas totalmente distintas, la historia seguía siendo la misma.
Según los gnósticos, las epístolas de Pablo también estaban pensadas para cumplir
dos funciones. Como dice el sabio gnóstico Teodoto, Pablo «enseñaba de dos
maneras a la vez».
Teodoto afirma que Pablo reconocía que «cada cual conoce al Señor a su manera
propia; y no todos lo conocen igual». Así que, por un lado, predicaba al salvador
«según la carne» como uno «que nació y sufrió». Este «evangelio kerygmático» del
«Cristo crucificado» se lo enseñaba a los cristianos psíquicos «porque esto eran
capaces de conocerlo». Pero ante los cristianos pneumáticos proclamaba a Cristo
«pneumáticamente» o «según el Espíritu». En cada nivel de iniciación el iniciado
tomaría de estas enseñanzas lo que pudiera oír por ser lo bastante sabio para oírlo. El
propio Pablo escribe:

El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede
conocer pues sólo espiritualmente pueden ser juzgadas. En cambio, el hombre de espíritu lo juzga todo.

Los gnósticos afirmaban que, como las parábolas del evangelio, las epístolas de Pablo
llevaban enseñanzas secretas cifradas para que los lectores no iniciados oyeran una
cosa y los iniciados, otra. Sólo los iniciados en las enseñanzas orales secretas de los
misterios interiores eran capaces de comprender el significado profundo de las
palabras de Pablo. Como escribe Elaine Pagels:

Los valentinianos afirman que la mayoría de los cristianos comete el error de leer las Escrituras sólo
literalmente. Ellos mismos, por medio de su iniciación en la gnosis, aprendieron a leer las epístolas de
Pablo (como leen todas las Escrituras) en el nivel simbólico, como dicen que Pablo quería que las leyesen.
Sólo esta lectura pneumática proporciona «la verdad» en vez de su mera «imagen» exterior.

Los seguidores de Valentín descifraban automáticamente el significado alegórico de

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las epístolas de Pablo para mostrar su sentido oculto. Por ejemplo, en sus Epístolas a
los Romanos, Pablo usa una sencilla situación cotidiana —la relación entre judíos y
gentiles— como parábola de la relación entre cristianos psíquicos y pneumáticos. Un
iniciado en los misterios interiores comprendería que donde Pablo escribe «judíos»
quiere decir «cristianos psíquicos», y donde escribe «gentiles» quiere decir
«cristianos pneumáticos». Además de «gentiles», las otras palabras clave que usa
Pablo cuando quiere decir «cristiano pneumático» son «los no circuncisos», «los
griegos», «judíos por dentro», «judíos en secreto» y «el verdadero Israel».
En un sorprendente pasaje de su Primera Epístola a los Corintios, Pablo escribe
en tono decepcionado que quería impartir a sus seguidores enseñanzas pneumáticas,
pero se encontró con que estaban sólo en un nivel «sárxico» de conciencia (término
que es sinónimo de «hílico» y significa el nivel más bajo de la conciencia humana).
Así que se ve obligado a enseñar a sus alumnos sólo la más básica de las doctrinas
cristianas:

Yo, hermanos, no pude hablaras como a espirituales, sino como a «sárxicos», como a niños en Cristo. Os
di a beber leche y no alimento sólido, pues todavía no lo podíais soportar. Ni aún lo soportáis en el
presente; pues todavía sois «sárxicos». Porque, mientras haya entre vosotros envidia y discordia, ¿no es
verdad que sois «sárxicos»?

Pablo se impacienta al ver que sus seguidores aún no están preparados para ir más
allá de las enseñanzas elementales. En su Epístola a los Hebreos escribe:

Por eso, dejando aparte la enseñanza elemental acerca de Cristo, elevémonos a lo perfecto, sin reiterar los
temas fundamentales del arrepentimiento de las obras muertas y de la fe en Dios; de la instrucción sobre
los bautismos y de la imposición de las manos; de la resurrección de los muertos y del juicio eterno.
Porque es imposible que cuantos fueron una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron hechos
partícipes del Espíritu Santo, saborearon las buenas nuevas de Dios y los prodigios del mundo futuro, y a
pesar de todo cayeron, se renueven otra vez mediante la penitencia, pues crucifican por su parte de nuevo
al Hijo de Dios.

La «enseñanza elemental» que Pablo quiere que sus discípulos dejen atrás, como
esperaría un gnóstico, incluye el arrepentimiento, la fe, el bautismo, la imposición de
manos, la resurrección de los muertos y el juicio eterno: todos los rituales y dogmas
que tanto valor tienen para la Iglesia literalista. Para los gnósticos eran sólo los
misterios exteriores psíquicos del cristianismo. Pablo quiere que sus discípulos,
después de gustar el aliento santo de la iniciación pneumática, avancen hacia el nivel
pneumático de comprensión por completo y dejen atrás tales preocupaciones
psíquicas.

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PABLO Y JEHOVÁ

Al igual que los gnósticos, Pablo enseña que los misterios de Jesús sustituyen la ley
del dios judío, Jehová. ¡Jesús ha dado a los judíos un nuevo pacto o acuerdo con
Dios, y Pablo no oculta la mala opinión que tiene del acuerdo viejo y superfluo que es
el judaísmo tradicional! Así, escribe: «Al decir “nueva”, declaró anticuada la primera;
y lo anticuado y viejo está a punto de cesar». Al igual que los gnósticos, Pablo no
predica la servidumbre moral a la ley, sino la libertad espiritual por medio de la
gnosis. Declara: «Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad». Para Pablo:
«Nada hay de suyo impuro». Gnósticos posteriores, como por ejemplo Carpócrates,
citan a Pablo para defender sus propias doctrinas de la moral natural contra quienes
los acusan de inmoralidad. ¡Después de todo, fue Pablo, y no algún hereje gnóstico
«chiflado», quien proclamó: «Todo me es lícito»!
Hasta se atreve Pablo a declarar que la ley tradicionalmente sagrada de Jehová, la
base misma de la religión judía, es una maldición, y escribe: «Porque todos los que
viven de las obras de la ley incurren en maldición», y «Cristo nos rescató de la
maldición de la ley». Para Pablo, como para los gnósticos, el iniciado cristiano puede
ser redimido de la ley y liberado compartiendo el sufrimiento y la resurrección de
Cristo: «Mas, al presente, hemos quedado emancipados de la ley, muertos a aquello
que nos tenía aprisionados».
Pablo afirma que la leyes el fruto del «mediador». ¿Qué pretende al llamar
«mediador» a Jehová, que es supuestamente el único Dios y creador de todas las
cosas? ¿Mediador entre qué y qué? Los literalistas no tienen respuesta para esta
pregunta, pero los gnósticos reconocen inmediatamente que lo que hace Pablo es
enseñar la doctrina gnóstica según la cual Jehová es el «demiurgo», un dios menor
que media entre el inefable Dios supremo y la creación. Ciertamente, Pablo no
considera que Jehová sea el Dios verdadero, porque continúa diciendo: «Cuando hay
uno solo no hay mediador, y Dios es uno solo».
Según Pablo, las personas que no comprenden el evangelio que él predica son
«incrédulos, cuyo entendimiento cegó el dios de este mundo». En muchas
traducciones de sus epístolas, el encargado de la edición añade aquí una pequeña nota
que explica las misteriosas palabras «el dios de este mundo». Generalmente, la
interpretación ortodoxa de estas palabras dice que Pablo se refiere al diablo, ¡pero no

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explica por qué llama «dios» a un ángel perverso! Para los gnósticos lo que quería
decir Pablo resultaba obvio. Se refería a Jehová, el dios menor de los judíos, cuyos
años de gobierno de los judíos tocaban a su fin y que iba a ser abandonado para poner
en su lugar al verdadero e inefable Dios de Jesús y Platón.

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LOS FALSOS CIRCUNCISOS

Se ha comprobado que las epístolas de Pablo contra los gnósticos son falsas, pero
sus epístolas auténticas se oponen a otros elementos de la primitiva Iglesia cristiana
que predica «otro Jesús». Con todo, no son herejes gnósticos, sino cristianos
projudíos que creen que la Iglesia debería mantener la antigua costumbre judía de la
circuncisión y honrar la ley de Jehová.
Pablo los ataca con pasión. En su Epístola a los Filipenses advierte: «Atención a
los perros, atención a los obreros malos, atención a los falsos circuncisos». En su
Epístola a los Gálatas proclama: «Soy yo, Pablo, quien os lo dice: Si os dejáis
circuncidar, Cristo no os aprovechará nada» y dice en son de broma: «¡Ojalá se
mutilaran los que os perturban!».
Lo que caracteriza los misterios que predica Pablo no son semejantes prácticas
exteriores de los rituales religiosos, sino las cualidades pneumáticas interiores.
Afirma: «Pues los verdaderos circuncisos somos nosotros, los que damos culto según
el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús sin poner nuestra confianza en la
carne».
Las enseñanzas de Pablo concuerdan aquí por completo con las del Jesús de los
gnósticos. En el Evangelio de Tomás, por ejemplo, cuando los discípulos preguntan a
Jesús sobre los beneficios de la circuncisión, él explica: «Si fuera beneficiosa, su
padre los hubiera engendrado y circuncidado de su madre. Por el contrario, la
verdadera circuncisión en espíritu es auténticamente provechosa».
Lo que caracteriza a los cristianos rivales de Pablo no es su gnosticismo en
contraposición al literalismo de Pablo, ni su literalismo en contraposición al
gnosticismo de Pablo. No se trata de eso en absoluto. En lo que no están de acuerdo
es en la relación entre los cristianos y las antiguas tradiciones judías, y en si el
cristianismo debería estar abierto a los no judíos, y en caso afirmativo, de qué
manera. En la época de Pablo, las luchas que se registraban en la Iglesia no eran entre
literalistas y gnósticos, sino entre cristianos que tenían conceptos diferentes de las
relación entre el cristianismo y el judaísmo.
De las epístolas de Pablo se deduce que estos judíos-cristianos más tradicionales
viven en Jerusalén. La opinión tradicional decía que se trataba de Pedro y otros
discípulos de Jesús que se mencionan en el Nuevo Testamento. Como ya hemos

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demostrado, esto es en realidad una interpretación de los testimonios que se basa en
ideas preconcebidas e injustificadas. No hay absolutamente ninguna prueba que
corrobore la creencia de que alguna vez existió una Iglesia de los apóstoles de
Jerusalén como la que se imagina el cristianismo romano tradicional. De hecho,
ocurre todo lo contrario.
A decir verdad, cuando en el año 160 fue a Judea para averiguar qué había sido de
la legendaria Iglesia de Jerusalén, el obispo Melitón de Sardes quedó consternado al
encontrar no a los descendientes de los apóstoles, ¡sino a un pequeño grupo de
gnósticos! Estos cristianos, que se hacían llamar ebionitas u «hombres pobres»,
tenían su propio Evangelio de los ebionitas y también un Evangelio de los hebreos,
un Evangelio de los doce apóstoles y un Evangelio de los nazarenos. Todos estos
evangelios diferían significativamente de los del Nuevo Testamento. Esta forma de
gnosticismo judío-cristiano logró sobrevivir durante muchos siglos.
Para explicar por qué la Iglesia de Jerusalén estaba compuesta por gnósticos,
Eusebio, el propagandista del literalismo, afirma que obviamente todos ellos habían
«apostatado» de su literalismo original y se habían convertido en herejes… ¡pero no
explica por qué ni cómo pudo suceder esto! En realidad, los datos que tenemos
inducen a pensar que los cristianos de Jerusalén siempre habían sido gnósticos,
¡porque en el siglo I la toda la comunidad cristiana la formaban diferentes tipos de
gnosticismo!

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CONCLUSIÓN

Ssí pues ¿era Pablo gnóstico? Examinemos lo que hemos descubierto:


—Los gnósticos afirmaban que su linaje espiritual provenía de Pablo y que conocían enseñanzas orales
secretas que Pablo impartió a un grupo de discípulos escogidos.
—Muchos evangelios de los gnósticos se atribuían a Pablo, su «Gran Apóstol».
—Muchos grupos gnósticos afirmaban que Pablo era su padre fundador.
—Se sabe que a mediados del siglo II las comunidades, a las cuales Pablo había dirigido sus epístolas ya
eran centros de gnosticismo marcionista.
—Las epístolas pastorales de Pablo contra los gnósticos son falsas y datan de las postrimerías del siglo II.
En las epístolas auténticas Pablo no es antignóstico y nunca menciona a un Jesús histórico.
—Los cristianos literalistas de comienzos del siglo II atacan a Pablo porque, según afirman, «contradice»
la enseñanza verdad era y es el «adversario» de Jesús.
—Pablo nació en Tarso, importante centro de los misterios paganos, y con frecuencia utiliza términos
mistéricos en sus epístolas. Incluso dice ser un «administrador de los misterios de Dios», que es el término
que se usa para referirse a un sacerdote de los misterios paganos de Serapis. Pablo cita a sabios paganos y
enseña doctrinas paganas.
—Cuando se traducen como es debido, las epístolas de Pablo revelan un fuerte contenido gnóstico. Pablo
emplea con regularidad términos que son propios del gnosticismo. Es un maestro de una iniciación
pneumática. Viajó de forma mística al tercer cielo. Predica que Jesús vino sólo «en una carne semejante».
Desdeña la religión externa. Dice que las Escrituras son «alegorías». Rechaza la ley de Jehová, a quien
llama «el mediador» y «el dios de este mundo».
—Mientras que los literalistas veían la resurrección como la promesa de que saldrían de sus tumbas y
experimentarían la inmortalidad del cuerpo después de la segunda venida, Pablo difunde la doctrina
gnóstica que dice que la resurrección es una experiencia mística que puede tenerse aquí y ahora.
—El gran secreto que Pablo afirma ser capaz de revelar no es que Jesús estuvo realmente en la Tierra, sino
la revelación mística de «Cristo en ti».
—Los gnósticos decían que, al igual que los evangelios, las epístolas de Pablo encerraban enseñanzas
secretas cifradas. Pablo enseñaba de «dos maneras a la vez»: los misterios exteriores a los iniciados
psíquicos y los misterios interiores a los iniciados pneumáticos. Las epístolas de Pablo pueden
interpretarse de diferentes formas porque estaban concebidas para hablar a diferentes niveles
simultáneamente.
—Pablo se desanima al ver que sus discípulos no están preparados para abandonar el cristianismo
«elemental» y avanzar hacia un nivel más profundo.

Todos los datos de que disponemos llevan a pensar que Pablo era en verdad gnóstico,
lo cual es justamente lo que desde el principio afirmaban los propios gnósticos. Con
todo, pensándolo bien, nos pareció que llamar a Pablo gnóstico era, en cierto sentido,
engañoso. Cuantas más vueltas dábamos a los datos que habíamos descubierto, más
nos parecía que, en realidad, aplicar los términos «gnóstico» y «literalista» al
cristianismo del siglo I no tenía sentido. De las epístolas de Pablo se desprende

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claramente que la comunidad cristiana de este período estaba profundamente
dividida, pero el cisma no era entre gnósticos y literalistas, como ocurriría a finales
del siglo II. Pablo no está ni en contra ni a favor de los gnósticos, porque en su tiempo
el gran cisma entre gnósticos y literalistas aún no se había producido.
En tiempos de Pablo, las corrientes del pensamiento que se convertirían en el
gnosticismo y el literalismo coexistían en armonía bajo la forma de las enseñanzas
interiores y exteriores de los misterios de Jesús. La batalla teológica en la que
participa Pablo es entre los iniciados en los misterios de Jesús que quieren mantener
una identidad tradicional y típicamente judía y los que, al igual que él mismo, desean
que sus nuevos misterios sean totalmente «modernos» y cosmopolitas.
Pablo presenta todas las características que esperaríamos encontrar en un iniciado
en los misterios de Jesús, lo cual era una clara confirmación de la tesis de los
misterios de Jesús. Cuando una teoría es verdadera, todo empieza a encajar. Nuestra
nueva visión de los orígenes del cristianismo explicaba los datos que teníamos, poseía
coherencia interna, una hermosa sencillez y una maravillosa ironía. No obstante, aún
había algo que nos preocupaba.
La tesis de los misterios de Jesús sugería que los judíos habían creado su propia
versión de los antiguos misterios con Jesús como su Osiris-Dioniso. ¿Cómo pudo
suceder esto? La historia tradicional presenta a los judíos como un pueblo cerrado,
separado y distinto de las otras culturas mediterráneas, de un nacionalismo acérrimo y
fanáticamente devoto de su religión, extremadamente leal a su dios único, Jehová, y
totalmente hostil al paganismo de sus vecinos. Vistas las cosas desde esta perspectiva,
la idea de que los judíos pudieron adoptar los misterios paganos parece impensable. Y
lo sería, si alguna de estas cosas fuera cierta.

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9
LOS MISTERIOS JUDÍOS

Que los sacerdotes judíos solieran interpretar sus cantos con acompañamiento de la flauta
y los tambores, coronados con hiedra, y que en el templo se descubriese una parra de oro,
ha hecho que algunos imaginasen que el dios al que adoraban era Dioniso.

TÁCITO

Según la imagen tradicional que tenemos de él, Jesús creció entre pastores y
pescadores en un atrasado lugar rural del mundo antiguo. En realidad, en la época en
que se supone que vivió Jesús, Judea, al igual que tantos otros países de entonces, ya
había adoptado en gran parte la cultura griega y se había «helenizado». A una hora a
pie desde Nazaret, en Galilea, donde se supone que se hizo hombre Jesús, se hallaba
la ciudad helenizada de Séforis, donde había un teatro con un hermoso mosaico de
Dioniso. En Gadara, a un día de camino de Nazaret, había una importante escuela de
filosofía pagana. Escitópolis, en la frontera meridional de Galilea, era un centro de
los misterios de Dioniso e incluso se decía que la había fundado el propio dios
hombre.
Jerusalén estaba rodeada de ciudades totalmente helenizadas como, por ejemplo,
Larisa y Ascalón, donde nació una larga serie de eminentes filósofos paganos cuya
fama llegó hasta Roma. Una escritura judía titulada Libro segundo de los Macabeos
dice que el propio templo de Jerusalén fue transformado en un templo griego
dedicado a Zeus y que en él se celebraban fiestas en honor de Dioniso. El sumo
sacerdote Jasón edificó junto al templo un gymnasium de estilo griego —una
«universidad» pagana para la educación física, intelectual y espiritual— que
evidentemente atraía al clero judío más que sus costumbres tradicionales. Según el
Libro segundo de los Macabeos:

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Ya los sacerdotes no sentían celo por el servicio del altar, sino que despreciaban el Templo; descuidando
los sacrificios, en cuanto se daba la señal con el gong se apresuraban a tomar parte en los ejercicios de la
palestra contrarios a la ley.

Este proceso de integración entre las culturas judía y pagana venía sucediendo desde
hacía siglos. La historia de los antiguos judíos está llena de repetidas conquistas por
parte de otras naciones: los egipcios en 922 a. n. e.; los asirios en 700 a. n. e.; los
babilonios en 586 a. n. e.; los griegos bajo Alejandro Magno en 332 a. n. e.; los sirios
en 198 a. n. e. y finalmente, en 63 a. n. e. los romanos, que destruyeron por completo
el estado de Judea en 112 d. n. e. El resultado inevitable de estas conquistas fue que
los judíos recibieron la influencia cultural de sus conquistadores y se dispersaron por
todo el Mediterráneo como esclavos en la llamada «Diáspora». Los que recuperaron
su libertad, se integraron en la civilización pagana e incluso, cuando tuvieron la
oportunidad de volver del exilio a su patria, la mayoría optó por quedarse donde
estaba.
Los judíos de la Diáspora integraron la espiritualidad pagana con sus propias
tradiciones religiosas. En Babilonia, por ejemplo, los judíos se hicieron famosos por
la práctica de la astrología. El gran patriarca Abraham mismo era un judío de
Babilonia que, según decían, estaba muy versado en las doctrinas astrológicas. A
decir verdad, judíos eminentes tales como el historiador Josefo y los filósofos
Aristóbulo y Filón defendían una tesis escandalosa, a saber: que Abraham era el
inventor de la astrología.
Los judíos llegaron incluso a adoptar los misterios paganos. En Babilonia
practicaban los misterios de Tammuz, el Osiris-Dioniso local. En el Antiguo
Testamento, el profeta Ezequiel describe cómo las mujeres judías lamentan
ritualmente la muerte de Tammuz en la puerta norte del templo de Jerusalén. Según
san Jerónimo, en Belén había un bosquecillo umbroso consagrado a Adonis, el
Osiris-Dioniso sirio. En Siria se han encontrado sorprendentes símbolos de los
misterios paganos pintados al lado de motivos tradicionales judíos en las paredes de
la sinagoga. En Asia Menor los judíos equiparaban su dios Jehová con Sabacio, el
Osiris-Dioniso frigio. ¡Incluso se nos dice que los judíos fueron expulsados de Roma
en 139 a. n. e. porque trataron de introducir los misterios de Sabacio en la ciudad!
El dios de los judíos pasó a llamarse «Iao», que es un antiguo nombre mistérico
de Dioniso. En un yacimiento arqueológico que dista menos de 765 kilómetros de
Jerusalén se ha encontrado una moneda que representa a Jehová como el fundador de
los misterios de Eleusis. De hecho, es escandaloso que muchos autores antiguos,
entre ellos Plutarco, Diodoro, Cornelio Labo, Johannes Lido y Tácito, identifiquen
repetidamente al dios de los judíos con Dioniso. Un estudioso moderno comenta: «De
todos los dioses antiguos, Dioniso era el que de forma más persistente se asociaba
con el dios judío de Jerusalén».
La idea de que los judíos estaban unidos en su oposición al paganismo es una
ilusión que el cristianismo fomentó para basar luego en ella sus propias pretensiones

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de ser distinto del paganismo en el plano espiritual. La verdad es que no todos los
judíos adoptaron la misma postura ante la cultura pagana. Algunos eran
fundamentalistas tradicionales. Otros abrazaron con entusiasmo las costumbres
paganas. Muchos intentaron hacer una síntesis de sus propias tradiciones y el
paganismo y beneficiarse por partida doble.

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LA COSMOPOLITA ALEJANDRÍA

La mayor integración de las culturas judía y pagana tuvo lugar en la ciudad egipcia
de Alejandría. Cuando Alejandro Magno conquistó Egipto a finales del siglo IV
a. n. e. los judíos le ayudaron en calidad de espías y mercenarios. Fueron
recompensados permitiéndoles habitar en su propio barrio de Alejandría, la nueva
ciudad que fundó el conquistador. Se registró entonces una migración voluntaria de
gran número de judíos a la ciudad, donde gozaban de todos los beneficios de la
avanzada cultura pagana. Se cree que hasta la mitad de la población original de
Alejandría la integraban judíos.
Desde el primer momento Alejandría fue una cosmo polis, esto es, una «ciudad
universal». Alejandro había creado un vasto Imperio en el cual el griego se convirtió
en la lengua común y personas de todas las razas viajaban a Alejandría para hacerse
ciudadanos de la nueva ciudad multirracial. Ptolomeo I, el primer gobernante de
Alejandría, decidió crear una pequeña Grecia en Egipto. Bajo su civilizado gobierno
se fundaron una biblioteca y un museo que reunían de forma sistemática el
conocimiento del mundo antiguo. En su momento de máximo esplendor, la biblioteca
albergaba centenares de miles de pergaminos y papiros. Alejandría pasó a ser el
mayor centro de saber del mundo antiguo e incluso desbancó a Atenas.
En Alejandría los misterios de Osiris-Dioniso alcanzaron un auge inusitado. El
ceremonial místico de Eleusis se amplió hasta convertirse en un espectáculo
dramático todavía más espléndido que se interpretaba en muchos actos y en
escenarios de varios pisos. A diferencia de los de Atenas, los misterios de Alejandría
ni siquiera estaban protegidos por una regla que impusiera el secreto, por lo que
cualquier persona podía asistir a estos grandes ritos místicos. Como cabía esperar, un
clima tan cosmopolita y tolerante estimulaba la fusión y la combinación de diferentes
tradiciones espirituales.
La avanzada cultura pagana de Alejandría hechizaba a los judíos. Los tabúes
religiosos impedían a los judíos tradicionales asistir a banquetes públicos, fiestas y
representaciones teatrales, todo lo cual estaba asociado con el paganismo. Debido a
esto no podían aprovechar las inmensas ventajas de la gran civilización que tenían a
su alrededor. No es extraño, pues, que un gran número de judíos optase por romper
con sus tradiciones y tratara de integrarse en la sociedad pagana. En un período

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notablemente corto, los judíos abandonaron su propia lengua y adoptaron la universal
lengua griega. El arameo y el hebreo continuaron hablándose, porque constantemente
llegaban a Egipto inmigrantes judíos que procedían de Judea, pero el griego pasó a
ser la lengua dominante, no sólo en las relaciones con otros grupos nacionales que
vivían en la ciudad, sino también en el seno de la propia comunidad judía. Hasta se
empleaba para celebrar los oficios en la sinagoga y en el culto en familia.
En el siglo II a. n. e. este proceso de asimilación cultural ya había llegado tan lejos
que un dramaturgo judío, Ezequiel, ¡reescribió la Escritura judía del Éxodo como
tragedia griega utilizando el lenguaje y el estilo de Eurípides! La intelectualidad judía
quería conciliar su fe ancestral con la sabiduría de otros pueblos. Puso en tela de
juicio la visión fundamentalista de sus Escrituras como historia literal y empezó a
interpretarlas como alegorías místicas. Utilizando esta técnica que tomaron de los
sabios paganos, los filósofos judíos pudieron interpretar sus Escrituras de acuerdo
con el pensamiento griego. Bajo su influencia, la filosofía judía floreció y los rabinos
de Alejandría, a los que se dio en llamar «luz de Israel», eran muy estimados por los
judíos de todas partes.
A ojos de los fundamentalistas judíos, su dios, Jehová, era una deidad tribal que a
lo largo de la historia los había ayudado a vencer a sus opresores y que se oponía
rotundamente al paganismo. Para los judíos helenizados de Alejandría, en cambio,
Jehová era un Dios universal, idéntico a la visión platónica de la suprema unicidad.
Para que los demás judíos no les acusaran de abandonar sus propias tradiciones,
¡los judíos helenizados empezaron a afirmar que la filosofía pagana era originalmente
judía! Hermipo declaró que Pitágoras había recibido su sabiduría de los judíos,
Aritóbulo desarrolló esta absurda idea y anunció que Platón y Aristóteles habían
copiado cosas de Moisés. Artapano escribió una fantasía histórica en la cual
equiparaba a Moisés con Hermes Trismegisto, el mítico fundador de los misterios
egipcios, y con Museo, el también mítico fundador de los misterios griegos. Pese a
ser absurdas, gracias a estas ideas a los judíos les resultaba más fácil conservar su
dignidad nacional al tiempo que adoptaban la filosofía de sus vecinos paganos y
participaban en la sociedad cosmopolita.

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ESCRITURAS JUDÍAS HELENIZADAS

Ll atribuir una ascendencia judaica a los misterios paganos, los judíos helenizados
representaban el paganismo y el judaísmo como partes, en esencia, de la misma
tradición religiosa. De esta forma quedaba justificada la introducción de conceptos y
filosofía paganos en el judaísmo. En el siglo II, las Escrituras hebreas se tradujeron al
griego bajo la influencia de la filosofía platónica. Los judíos helenizados también
escribieron varios textos espirituales nuevos que demuestran la interpenetración de
las ideas judías y paganas. A estas obras, que fueron escritas entre el Antiguo
Testamento judío y el Nuevo Testamento cristiano, se las llama «intertestamentales».
La Carta de Aristeas, por ejemplo, equipara a Jehová con Zeus y aboga por la
armonía entre judíos y griegos, a los que presenta compartiendo una única cultura y
una única visión de la vida buena.
Refiriéndose a un texto parecido, el Libro cuarto de los Macabeos, un estudioso
moderno escribe:

Este texto es un prodigio de contradicciones o quizá deberíamos decir de resolución de contradicciones. La


dirige ostensiblemente contra un tirano griego, Antíoco IV, un devoto judío ortodoxo, pero la escribió en
un griego exquisito un filósofo formado en el pensamiento griego, y sus métodos de argumentación son los
de Sócrates.

Los Libros de Henoc también utilizan motivos paganos. Estas Escrituras fueron
atribuidas al antiguo patriarca judío Henoc, pero los judíos helenizados convierten a
Henoc en una gran figura mitológica que se equipara con el legendario sabio egipcio
Hermes Trismegisto. Un estudioso señala: «En su maravillosa y trascendente visión
poética, estos documentos contienen historias y preocupaciones universales que los
relacionan con otros grandes mitos del mundo antiguo».
En esta «literatura sapiencial» intertestamental la humanidad ya no aparece
dividida en judíos y gentiles, sino más bien en «sabios y necios». Hace hincapié en la
piedad espiritual en lugar de en la obediencia a las leyes de Moisés y presenta a
Jehová no como un dios judío, sino como Señor de toda la Tierra.
Los judíos crearon incluso su propia versión de los Oráculos sibilinos. Los
oráculos paganos originales se atribuyeron a la sibila, una profetisa que, según se
creía, tenía siglos de edad y, cuando estaba en éxtasis, pronunciaba las palabras de

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Dios. En el siglo II a. n. e. un judío alejandrino inventó la figura de una sibila judía y
redactó sus dichos en hexámetros griegos perfectos.
La literatura intertestamental judía suele personificar la sabiduría como Sofía,
igual que los antiguos paganos. Un estudioso moderno señala que esto «es totalmente
griego y no tiene equivalente en la teología judía ortodoxa». La Sofía judía aparece
ya en el siglo III a. n. e. momento en que se la presenta como consorte de Dios en el
Libro de los Proverbios. Tres siglos más tarde, haciéndose eco de las doctrinas
mistéricas paganas, el filósofo judío Filón dijo que Moisés era «el hijo de padres
incorruptibles y totalmente libre de mancha, siendo su padre Dios, que es también
Padre de todos, y su madre Sofía, por mediación de la cual nació el universo». Para
Filón, como para los gnósticos, Sofía es «la madre del logos». El papel fundamental
que dan a la divinidad femenina los filósofos paganos, los judíos helenizados del
período intertestamental y, más adelante, los gnósticos, es un claro testimonio de una
línea directa de evolución que vincula estas tres tradiciones unas con otras.

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LOS MISTERIOS DE MOISÉS

Es obvio, pues, que los judíos helenizados querían integrar la sabiduría de los
misterios paganos con sus propias tradiciones espirituales. Pero ¿crearon una versión
específicamente judía de los misterios como predice la tesis de los misterios de Jesús?
Las claves que necesitamos para responder a esta pregunta se hallan en las obras
de Filón de Alejandría (20 a. n. e.-40 d. n. e.), respetado líder y famoso filósofo judío.
Filón era devoto de su origen judío, pero también estaba completamente helenizado y
obsesionado con la filosofía pagana. Al escribir sobre los filósofos, se refiere a ellos
como una hermandad internacional de ciudadanos del mundo que «habitan en el
cosmos, que es su ciudad», todos parecidos, y afirma en tono elogioso:

Estos hombres, aunque relativamente pocos en número, mantienen viva la chispa de la sabiduría en
secreto, en todas las ciudades del mundo, con el fin de que la virtud no sea sofocada de forma absoluta y
desaparezca para el género humano.

Entre los antiguos, Filón veneraba de forma especial a Pitágoras y a su seguidor


Platón, al que llamaba «el grande» y «el más sagrado». Clemente de Alejandría llama
a Filón «el Pitagórico». Al igual que todos los seguidores de Pitágoras, Filón estaba
muy versado en música, geometría y astrología, además de en la literatura griega de
todas las épocas. Asimismo, al igual que otros pitagóricos, estaba inmerso en el
misticismo de los misterios paganos.
Filón se vale de lo que denomina «el método de los misterios» para revelar que
las Escrituras judías son alegorías que encierran enseñanzas espirituales secretas.
Interpreta el relato «histórico» de Moisés y el Éxodo como una metáfora mística de la
senda que atraviesa este mundo hasta llegar a Dios. En este viaje el guía es la
conocida figura pagana del «logos». Para Filón, como para los sabios de los
misterios, el logos es «el único y amado Hijo de Dios». Al igual que los sabios de los
misterios, enseña que las maravillas del mundo visible están pensadas para llevar a
los seres humanos a la experiencia de la unión mística con Dios.
Filón no sólo adoptó la filosofía de los misterios, sino que afirmaba que él mismo
era un iniciado, pero no en los misterios paganos. Instaba a los judíos a no participar
en iniciaciones paganas, ya que ellos tenían sus propios misterios específicamente
judíos: ¡los misterios de Moisés! Según Filón, Moisés era el gran iniciador, «un

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hierofante del ritual y maestro de lo divino». Filón también se llama a sí mismo
hierofante e iniciador en los misterios judíos. Escribe sobre «enseñar iniciación a los
iniciados merecedores de las iniciaciones más sagradas». Como en los misterios
paganos, sus iniciados formaban una secta mística secreta y tenían la obligación de
ser moralmente puros. Como en los misterios paganos, juraban no revelar nunca «los
verdaderos misterios sagrados» a los no iniciados, para evitar que los ignorantes
representaran erróneamente lo que no comprendían y expusieran así los misterios a
las burlas del vulgo.
Para Filón, iniciarse era entrar en un mundo nuevo, un país invisible, el mundo de
las ideas donde «la mente purificada podía contemplar la naturaleza pura e
inmaculada de aquellas cosas que son invisibles y sólo la inteligencia puede
percibir». Como en los misterios paganos, el propósito era que el iniciado se
transformase en un ser divino por medio de la experiencia del éxtasis religioso. A la
manera de los misterios, Filón escribe sobre enthousiazein (ser divinamente
inspirado), korubantian (ser místicamente frenético), bakeuein (ser presa de locura
divina), katechesthai (estar poseído por la deidad) y ekstasis (éxtasis). Compara el
éxtasis de los iniciados en los misterios judíos con la inspiración profética y también
con el frenesí divino de los iniciados en los misterios de Dioniso y escribe:

Salid de vosotros mismos llenos de frenesí divino como los poseídos en los ritos místicos de Dioniso, y
poseídos por la deidad a la manera de la inspiración profética. Porque cuando la mente ya no es
independiente, sino embelesada y frenética a causa de la pasión celestial, ésta es vuestra herencia.

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¿LOS PRIMEROS CRISTIANOS?

Gracias a un extraño capricho de la historia, las obras de Filón se salvaron de la


destrucción en masa de textos antiguos que llevó a cabo la Iglesia romana. El obispo
Eusebio, el propagandista de la Iglesia del siglo IV, encontró pocos datos para
construir una historia del cristianismo, así que se apoderó ansiosamente de una
descripción de un grupo de judíos llamados terapeutas que encontró en una de las
obras de Filón. Filón describe la fiesta de primavera de dicho grupo y sus palabras
hacen pensar en la celebración de la Pascua cristiana, por lo que Eusebio afirmó que
había descubierto a los cristianos más antiguos en Alejandría. Aseveró que los
dignatarios de los terapeutas fueron los primeros obispos, sacerdotes y diáconos, y
que a nadie se le puede escapar que aquellos hombres eran los primeros cristianos.
Por supuesto, también los paganos celebraban en primavera su fiesta del dios
hombre que muere y resucita, así que la suposición de Eusebio es injustificada. Filón
escribió sobre los terapeutas en 10 d. n. e. es decir, veinte años antes de la supuesta
fecha de la crucifixión, de modo que, sin temor a equivocamos, podemos concluir
que los terapeutas no son los antiguos cristianos literalistas que Eusebio quiere
hacemos creer que eran. Pese a ello, es muy posible que Eusebio tuviera razón de una
manera que él nunca hubiese querido, lo cual resulta irónico. Porque es claro que los
terapeutas son un grupo de judíos que practica una versión judía de los misterios
paganos, exactamente el tipo de grupo que, según propone la tesis de los misterios de
Jesús, sintetizaba la historia de Jesús partiendo de los mitos de Osiris-Dioniso.
Sabemos que los terapeutas eran judíos porque celebraban la fiesta de Pentecostés
y guardaban santa y religiosamente el sábado. Por lo demás, sin embargo, parecían
una comunidad pitagórica. Como los pitagóricos, los terapeutas vestían de blanco,
compartían todos sus bienes y admitían a las mujeres como a iguales porque «poseían
el mismo deseo ansioso y habían tomado la misma decisión deliberada que los
hombres», Filón nos habla de los terapeutas en un libro titulado De la vida
contemplativa. «La vida contemplativa era una expresión que utilizaban los
pitagóricos en todo el mundo antiguo para describir el estilo de vida que se llevaba en
sus comunidades monásticas». De hecho, Filón nos dice que los terapeutas eran una
«raza de hombres que se encuentra en muchas partes del mundo habitado, tanto en el
mundo griego como en el no griego, y que comparte el bien perfecto».

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Como ya hemos comentado, el propio Filón era conocido como «el Pitagórico» y,
al escribir sobre los terapeutas, empleaba el lenguaje de las matemáticas místicas que
es característico de los seguidores de Pitágoras:

En primer lugar, se juntan todos al finalizar cada séptima semana, porque veneran no sólo el período
sencillo de siete días, sino también el período del cuadrado de siete, porque saben que el siete es puro y
siempre virgen. Así pues, su fiesta del séptimo día es sólo un preludio de la mayor de sus fiestas, que se
asigna al quincuagésimo, el más santo y natural de los números, la suma de los poderes del triángulo
rectángulo perfecto, al que han designado el origen de la generación de los elementos cósmicos.

Al igual que los antiguos sabios paganos, Filón contrasta la adoración poco
inteligente de los aspectos externos por parte de la gente mal instruida en todas las
religiones con la adoración del Dios verdadero por parte de quienes, al igual que los
terapeutas, siguen la vida contemplativa. Los terapeutas, como los iniciados paganos,
consideraban que la interpretación literal de sus escrituras era sólo una cubierta
exterior que ocultaba un significado místico secreto. Creían que: «La exégesis de los
escritos sagrados trata el significado interior de la alegoría». Filón escribe:

Todo el intervalo comprendido entre el amanecer y el atardecer lo dedican a su ejercicio. Toman los
escritos sagrados y pasan su tiempo filosofando e interpretando alegóricamente su código ancestral, porque
piensan que las palabras del significado literal son símbolos de una naturaleza oculta que sólo el
significado subyacente explica.

Filón llega a comparar específicamente la llamada divina que recibían los terapeutas
con el entusiasmo místico que experimentaban los iniciados en los misterios de
Dioniso:

No asisten al oficio divino empujados por la costumbre, los consejos o la llamada de alguien, sino
transportados por el amor celestial, como los iniciados en los misterios de Dioniso; anhelan ardientemente
a Dios hasta que contemplan el objeto de su amor.

Filón describe el encuentro de grupos distintos de hombres y mujeres en los ritos de


los terapeutas:

Cuando cada grupo ha celebrado el banquete aparte de los demás, bebiendo del néctar que complace a
Dios, del mismo modo que en los ritos de Dioniso los hombres beben el vino sin mezcla, se unen y los dos
grupos forman un coro, a imitación del coro que se juntó a orillas del mar Rojo a raíz de las obras
maravillosas que allí se habían hecho.

Que Filón pueda comparar en una sola oración a los terapeutas con los iniciados en
los misterios de Dioniso y también con los seguidores de Moisés a orillas del mar
Rojo muestra el grado de integración de las tradiciones pagana y judía. Estos pasajes
no nos permiten dudar de que ciertos judíos habían abrazado el paganismo y, al
combinado con el judaísmo, habían producido una versión específicamente judía de
los misterios antiguos.
Así pues, hemos encontrado aquí exactamente el tipo de comunidad que podría

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haber producido los misterios de Jesús. Y esta comunidad vive justamente donde era
de esperar que viviese: cerca del gran crisol de las culturas pagana y judía, en
Alejandría.
Filón nos dice:

En Egipto hay multitudes de ellos en todas las provincias, y en especial alrededor de Alejandría. Porque
los que están más avanzados en todo llegan como colonizadores, por así decirlo, a la patria de los
terapeutas, a un lugar que es excepcionalmente idóneo, situado en un bancal bastante elevado desde el que
se divisa el lago Mareotis, directamente al sur de Alejandría.

El lago Mareotis dista unos cuantos kilómetros del lugar donde, quinientos años
antes, Herodoto había presenciado la celebración de los misterios de Osiris ante
decenas de miles de personas. Filón nos dice que en este lugar los terapeutas también
eran «iniciados en los misterios de la vida santificada» y, justamente como los sabios
de los misterios paganos hicieran antes que ellos y los cristianos gnósticos harían
después, trataban de experimentar directamente «lo que es mejor que el bien y más
puro y más antiguo que el uno».

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CONCLUSIÓN

Aunque puede que al principio pareciese improbable que los judíos adoptaran los
misterios paganos, resulta claro que eso es exactamente lo que sucedió. Esto no
parecería tan extraordinario si nuestra cultura cristiana no presentase a los judíos
como distintos y opuestos a las civilizaciones paganas que los rodeaban por todas
partes. Las demás culturas del Mediterráneo habían abrazado los misterios. Era
inevitable que, antes o después, los judíos helenizados también integraran este
misticismo universal en el judaísmo. Repasemos algunos de los datos:

—Las culturas pagana y judía se han encontrado e integrado durante toda la historia.
—En la época en que se supone que vivió Jesús, Galilea estaba rodeada de ciudades helenizadas, en las
que había eminentes filósofos paganos y centros de los misterios de Dioniso.
—En Babilonia los judíos eran famosos por su conocimiento de la astrología pagana y practicaban los
misterios de Tammuz. El Antiguo Testamento dice que los judíos practicaban estos misterios en la misma
Jerusalén. Los judíos asociaban a Jehová con Osiris-Dioniso y fueron expulsados de Roma por introducir
los misterios de Sabacio.
—Los judíos adoptaban la lengua griega, ingresaban en gymnasia griegos, reescribieron el Éxodo como
obra teatral de estilo griego, tradujeron las Escrituras judías bajo la influencia de la filosofía pagana y
produjeron nuevas Escrituras en las que se combinaban temas judíos y paganos.
—Los filósofos judíos afirmaban que los filósofos griegos habían recibido su sabiduría de Moisés, el
profeta del Antiguo Testamento, por lo que presentaban el paganismo y el judaísmo como, en esencia,
partes de la misma tradición religiosa.
—Filón el Pitagórico afirmaba ser un hierofante en los misterios de Moisés, que se parecen a los misterios
paganos.
—Los terapeutas son pitagóricos judíos.
—Al igual que los iniciados en los misterios paganos, los terapeutas creían que sus mitos encerraban
verdades místicas secretas.
—Filón compara a los terapeutas con los seguidores de Dioniso.
—Los terapeutas vivían a orillas de un lago cerca de Alejandría, donde los misterios de Osiris se
celebraban desde hacía siglos.

¿Los terapeutas alejandrinos eran protocristianos? Alejandría era el centro del


misticismo pagano en las postrimerías de la antigüedad, su población judía era la más
numerosa fuera de Judea y fue la ciudad de los más grandes maestros de la gnosis
cristiana durante los primeros siglos de nuestra era. Clemente nos dice que fue aquí
donde se escribió el Evangelio de Marcos, el más antiguo de los del Nuevo
Testamento. Es el lugar más indicado para la creación de los misterios de Jesús.
Después de crear su versión propia de los misterios antiguos, ¿dieron los

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terapeutas el paso que era lógico que diesen? ¿Adoptaron también el mito mistérico
de Osiris-Dioniso y lo convirtieron en la historia de un dios hombre judío que moría y
resucitaba y se llamaba Jesús? La respuesta es sencillamente que no lo sabemos. Sin
embargo, que los misterios fueran practicados por judíos es una razón convincente
para pensar que algún grupo parecido de iniciados judíos, muy posiblemente los
propios terapeutas, creó la historia de Jesús.
La sabiduría mística de los misterios estaba cifrada en el mito de Osiris-Dioniso.
No cabe duda de que, después de crear una forma específicamente judía de los
misterios, resultaría difícil resistir la tentación de adaptar también este gran mito
antiguo. Los judíos helenizados habían reescrito el Éxodo como una obra de teatro
parecida a las de Eurípides. ¿Por qué no iban a reescribir también Las bacantes de
Eurípides, en la cual Dioniso llega a Tebas, como una tragedia judía en la que el dios
hombre llega a Jerusalén?
A estas alturas ya estábamos totalmente convencidos de que la tesis de los
misterios de Jesús era la única explicación verosímil de todos los datos que teníamos
ante nosotros. Pero había aún unas cuantas preguntas intrigantes que no tenían
respuesta. Sabíamos que el relato de Jesús era un mito, pero ¿cómo se había llegado a
interpretar como historia? ¿De qué manera se había convertido el Cristo mítico de
Pablo en el hombre de Nazaret que se presenta en los evangelios? Las historias
paganas sobre el dios que muere y resucita no pretendían relatar hechos reales, así
que, ¿por qué se presentó la historia de Jesús como una biografía literal?
Con el fin de responder a estas preguntas decidimos deconstruir el mito de Jesús,
descubrir cómo se había creado y cómo había llegado a considerarse historia. Nos
dimos cuenta de que la clave para comprender su construcción es reconocer algo tan
obvio que es asombroso que se haya pasado por alto con tanta facilidad. El héroe del
mito mistérico judío es un personaje compuesto. Jesús es una síntesis de dos figuras
míticas que ya existían: el dios hombre pagano y el Mesías judío.

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10
EL MITO DE JESÚS

Mi definición favorita de la religión dice que es «una mala interpretación de la


mitología». Y la mala interpretación consiste exactamente en atribuir referencias
históricas a símbolos que hablando con propiedad son espirituales.

JOSEPH CAMPBELL

Al introducir los misterios egipcios en Grecia, Pitágoras y sus seguidores no se


limitaron a instaurar el culto de Osiris. Los misterios de Osiris contenían doctrinas
que eran profundamente heréticas en la Atenas del siglo V a. n. e., en especial la idea
de que un dios podía morir. Así pues, para evitar que los persiguieran por introducir
una superstición extranjera, los pitagóricos transformaron a una deidad menor griega,
Dioniso, en una versión griega de la poderosa figura de Osiris: los misterios egipcios
se introdujeron bajo una forma que parecía autóctona de Grecia. Este método lo
adoptaron todas las culturas mediterráneas que abrazaron los misterios. También ellas
transformaron una deidad autóctona en el dios hombre que moría y resucitaba.
Una comunidad pitagórica judía, como, por ejemplo, los terapeutas de Filón, que
deseara introducir los misterios antiguos entre los judíos hubiera tropezado con
problemas muy parecidos a los que encontraron los pitagóricos cinco siglos antes.
Para que los judíos comprendieran con facilidad los misterios hacía falta una figura
mito lógica autóctona que pudiera transformarse en un Osiris-Dioniso judío.
Los judíos habían prescindido de todos los dioses y diosas y adoraban a un Dios
único, Jehová. Pero si bien Jehová podía equipararse con la suprema unicidad de
Platón, no tenía, como los dioses paganos, una biografía mitológica que pudiera
adaptarse para convertirla en el mito de Osiris-Dioniso. A diferencia de otras culturas,
los judíos carecían de deidades menores, de modo que sólo una figura mitológica
judía podía transformarse en Osiris-Dioniso: el Mesías.

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La palabra hebrea «mesías» significa «ungido», que a su vez es «Cristo» en
griego. En un principio, el término «mesías» se utilizó para designar a reyes y sumos
sacerdotes, que eran ungidos ritualmente con óleo. En el Antiguo Testamento se
aplica con frecuencia al monarca reinante. Más adelante, cuando los judíos eran un
pueblo conquistado y derrotado, se utilizó para referirse a un futuro redentor que
vendría a liberarlos de sus opresores y restauraría el Estado judío bajo el reinado de
un monarca del linaje de su gran rey David. Después de la ocupación de Judea por los
romanos en 63 a. n. e., la situación de los judíos se hizo cada vez más desesperada y
pareció que sólo un acto cósmico de Dios podía derrotar al vasto Imperio que los
perseguía, así que los judíos empezaron a ver al Mesías como una figura sobrenatural
cuya llegada anunciaría el fin de los tiempos.
La construcción de la historia de Jesús hace pensar que los creadores de los
misterios judíos tomaron la única opción de que disponían e hicieron una síntesis del
dios hombre que moría y resucitaba de los misterios y el Mesías judío. Los
evangelios dan a entender claramente que Jesús es el Mesías. Afirman que nació en
Belén y que pertenecía al linaje de David, justamente como correspondía al Mesías.
Pedro dice de él que es el Mesías. Incluso le llaman Josué (Jesús en griego), que era
el nombre que se esperaba del Mesías. Con todo, en realidad Jesús el Mesías no es
más que un tenue velo debajo del cual se oculta una figura totalmente distinta, la de
Jesús, el dios hombre que muere y resucita.
Este hecho es especialmente claro en las crónicas de su nacimiento. Tanto Mateo
como Lucas nos dan largas y detalladas genealogías para demostrar que José
pertenece al linaje de David (véanse las páginas anteriores), pero ambos nos dicen
también que Jesús no es el hijo de José, sino el Hijo de Dios. Llama la atención que
tantos comentaristas pasen por alto la extraordinaria contradicción que hay en estos
dos evangelios y no ofrezcan ninguna explicación convincente. ¿Mateo y Lucas no se
dieron cuenta de que lo que decían era absurdo? Aun en el caso de que sea fruto de
posteriores añadiduras y de una mala edición de los textos, ¡sin duda no podía
permitirse de forma no intencionada que semejante paradoja permaneciera en los
evangelios!
La tesis de los misterios de Jesús, sin embargo, resuelve este enigma por lo demás
extraño al sugerir que los autores de los evangelios eran muy conscientes de la
contradicción en que estaban incurriendo. Sabían que lo que escribían era un mito
que encerraba enseñanzas secretas. Así pues, cada uno de ellos presentó una
genealogía para que pareciese que Jesús era el Mesías judío, hijo de David, al tiempo
que decían a los que «tenían oídos para oír» que Jesús era en realidad Osiris-Dioniso,
el Hijo de Dios y una madre virgen.
Las genealogías que encontramos en Lucas y Mateo son totalmente distintas
porque son construcciones literarias y en realidad no tienen ninguna importancia. Lo
que importa es que por medio del Mesías se da a los judíos acceso a las enseñanzas
mistéricas que encierra el mito de Osiris-Dioniso. Como explica Orígenes, se

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introdujeron adrede «interrupciones de la estructura narrativa, situaciones irracionales
e imposibles» en las Escrituras para tener la seguridad de que los lectores no se verían
atrapados en la más baja interpretación literal durante demasiado tiempo, porque «si
la secuencia y la elegancia de la narración eran obvias del principio al fin, no
creeríamos que en las Escrituras se quisiera decir algo que no fuera el significado
literal». Se entretejen «ciertas trampas» y «obstáculos e imposibilidades» en las
Escrituras para impedir que el lector «se ciña a la letra y no se entere de su
significado divino».
De esta manera, la historia de Jesús se ajusta tanto como es posible a las
expectativas judías relativas al Mesías, a la vez que deja claro que ésta no es su
identidad verdadera. Por ejemplo, del Mesías judío se esperaba que fuese un rey
guerrero que viniera a liberar a Judea de sus enemigos y a restaurar el linaje de
David. Pese a ello, durante su proceso Jesús anuncia claramente: «Mi reino no es de
este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no
fuese entregado a los judíos: pero mi reino no es de aquí».
Cuando Pedro le dice que cree que es el Mesías, Jesús no lo afirma ni lo niega,
sino que sencillamente predice que el Hijo del Hombre debe morir y resucitar. Al
reprenderlo Pedro porque el Mesías judío no puede morir de esta forma, Jesús le
devuelve el reproche ¡y le llama Satanás! Pedro es condenado porque no puede hacer
la transición de la idea judía del salvador como Mesías victorioso a la concepción
pagana del salvador como dios hombre al que se sacrifica.
Los judíos tradicionales consideraban impensable que el Mesías, de quien
esperaban que triunfase sobre todos los enemigos de Judea, pudiera morir como un
delincuente común. A decir verdad, el libro del Antiguo Testamento titulado el
Deuteronomio dice específicamente que «un colgado es una maldición de Dios», la
misma descripción que da Pedro del destino que aguarda a Jesús. En el judaísmo, el
Mesías no se concebía como alguien que salvaría por medio de su propia muerte en
sacrificio. Éste es el papel de OsirisDioniso. En su muerte y resurrección, por tanto,
Jesús se revela no como el Mesías judío destinado a traer la victoria militar y la
salvación nacional, sino como el dios hombre de los misterios que trae la victoria
espiritual y la salvación mística.
Para ayudar a los judíos a salvar el gran obstáculo que constituyen la ignominiosa
muerte de Jesús y la obvia falta de un triunfo militar contra sus opresores, se presenta
a Jesús afirmando que volverá. Una vez cumplidas la muerte y la resurrección de
Osiris-Dioniso, promete una inminente segunda venida en la que volverá en la gloria
para matar a los enemigos y cumplir lo que se espera del Mesías judío.

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TEMAS MÍTICOS JUDÍOS

Al estudiar la historia de Jesús, resulta evidente que los creadores de los misterios
de éste adaptaron mitología judía que ya existía para casar su mito del dios hombre
que muere y resucita con el judaísmo. La comida de la Pascua judía, por ejemplo, fue
transformada en la comida sacramental de los misterios por el simple procedimiento
de hacer que Jesús ofreciera pan y vino como símbolos de su cuerpo y de su sangre.
La Pascua aparece en el Antiguo Testamento, en el mito del Éxodo, en el cual
Moisés, a la cabeza de su gente, abandona el cautiverio en Egipto y atraviesa el
desierto en busca de la tierra prometida. Era uno de los cuentos preferidos de los
judíos helenizados, en especial de Filón, y en él se basan varios elementos de la
historia de Jesús. Los judíos místicos interpretaban el Éxodo como una alegoría de la
iniciación espiritual. Al empezar, el pueblo judío es «cautivo» en Egipto, es «llamado
a salir de Egipto» por Moisés y finalmente es conducido como «pueblo elegido» a la
tierra prometida por el profeta Josué. He aquí, pues, las tres etapas de iniciación que
ya hemos encontrado en el gnosticismo así como en los misterios paganos: el iniciado
es primero un «cautivo» (un hílico), luego es bautizado para convertirlo en uno de los
«llamados» (un psíquico) y finalmente es iniciado para convertirlo en uno de los
«elegidos» (un pneumático). Alguien era considerado «cautivo» cuando se
identificaba con su cuerpo y cerraba los ojos ante su verdadera identidad espiritual.
Egipto era una metáfora del cuerpo y el hecho de «salir de Egipto» simbolizaba la
identificación trascendente con el cuerpo. El milagroso paso del mar Rojo se
interpretaba como una metáfora del bautismo por agua. A un iniciado bautizado se le
consideraba como uno de los «llamados» a hacer el viaje espiritual. Las aflicciones
que experimentaron los judíos durante los cuarenta años en que estuvieron vagando
por el desierto eran una metáfora de las dudas y la incertidumbre que afligían al
iniciado. Los «elegidos» eran los que llegaban a la tierra prometida, que a su vez
simbolizaba la promesa de la gnosis al finalizar el viaje espiritual.
Ser «llamado a salir de Egipto» es un tema que aparece en el Evangelio de Mateo,
donde encontramos a la embarazada María en el exilio egipcio, antes de volver a
Judea para dar a luz a Jesús. Dios declara entonces: «De Egipto llamé a mi hijo». En
una época de obsesión por los significados ocultos, la doble resonancia que hay en
este tema debió de hacer las delicias de los creadores del mito de Jesús. Aquí podían

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hacerse eco de la alegoría de la iniciación que contiene la historia del Éxodo, en la
cual los judíos son llamados a salir de Egipto, al tiempo que informaban al lector del
lugar donde verdaderamente tuvieron su origen los misterios de Jesús: el antiguo
Egipto.
Los cuarenta años que Moisés pasó deambulando por el desierto, atormentado por
serpientes, etcétera, se convierten en los cuarenta días y cuarenta noches que pasa
Jesús en el desierto, donde le asaltan dudas y tentaciones bajo la forma del diablo.
Moisés no llega a la tierra prometida, pero pide al profeta Josué que lo substituya y
lleve al pueblo elegido a su destino final. De ahí que Josué (en griego, Jesús) fuera el
nombre que se escogió para el Osiris-Dioniso judío que lleva a su pueblo elegido a la
tierra prometida, donde experimentará un renacimiento místico. Josué representa la
nueva alianza de los misterios judíos que ocupa el lugar de las antiguas leyes y
tradiciones que representaba Moisés. Su primera tarea consiste en nombrar a doce
seguidores. También en el mito de Jesús una de las primeras cosas que hace éste es
escoger a los doce discípulos.
Hay varios elementos más de la historia de Jesús que es obvio que fueron
sugeridos por la mitología judía. La entrada de Jesús en Jerusalén montado en un
pollino, por ejemplo, se inspira en la mitología pagana, pero también se hace eco del
Libro de Zacarías, en el Antiguo Testamento, que dice: «¡Grita de alegría, hija de
Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en
un asno». Con frecuencia los autores de los evangelios y otros cristianos primitivos
afirman que estos pasajes son profecías que prueban la veracidad de la naturaleza
divina de Jesús. A la luz de la tesis de los misterios de Jesús, sin embargo cabe verlos
como los temas mitológicos a partir de los cuales se construyó la historia.
Los judíos helenizados de Alejandría llevaban siglos examinando las Escrituras
judías en busca de semejanzas con la filosofía pagana y los mitos de Osiris-Dioniso.
Muchos de los libros del Antiguo Testamento, en particular los Salmos, tienen sus
orígenes en la poesía y la literatura sapiencial de Egipto, por lo que resultó fácil
encontrar referencias veladas a los mitos de Osiris.
Estas referencias pudieron utilizarse luego como base para construir un mito judío
de Osiris que también estaba enraizado en el judaísmo. Este proceso resulta
especialmente claro en el Evangelio de Pedro, que no se incluyó en el Nuevo
Testamento. Casi todo el relato de la pasión que aparece en este evangelio se basa en
referencias bíblicas que se encuentran en el Antiguo Testamento.
En los siglos III y II a. n. e. las Escrituras judías fueron traducidas al griego por
judíos helenizados de Alejandría. Esta tarea brindó la oportunidad de crear
semejanzas entre la mitología judía y la pagana que no existían antes. El Libro de
Isaías, por ejemplo, profetiza que «una mujer joven concebirá y dará a luz un hijo»,
pero en la versión griega esto se traduce erróneamente por «he aquí que una doncella
está encinta y va a dar a luz un hijo», con lo cual se ajusta a la idea pagana del
nacimiento virginal. ¡Este texto sería luego una «prueba» clave en las Escrituras

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judías que los primitivos cristianos utilizaron para demostrar que Jesús era el Mesías
judío al que se esperaba desde hacía tanto tiempo!
En el Evangelio de Marcos, Jesús cita el Salmo 22 en la cruz: «¡Dios mío, Dios
mío!, ¿por qué me has abandonado?». Este Salmo también contiene las siguientes
líneas: «Una banda de malvados me acorrala como para prender mis manos y mis
pies». Por consiguiente, en los evangelios Jesús es crucificado; le perforan las manos
y los pies con clavos. El Salmo continúa: «Repártense entre sí mis vestiduras y se
sortean mi túnica». Por tanto, en los evangelios los centuriones romanos que
supervisan la crucifixión se reparten las vestiduras de Jesús mediante sorteo.

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LA ADAPTACIÓN DEL PASADO

Para crear el mito de Jesús, los iniciados en los misterios judíos también recurrieron
a la literatura intertestamental que ya había sintetizado temas mitológicos paganos y
judíos. Estos textos intertestamentales no sólo se hacen eco de los misterios paganos,
sino que también prefiguran el cristianismo y forman un puente entre las dos
concepciones. Los Oráculos sibilinos judíos, por ejemplo, hablan de un apocalipsis de
fuego cósmico en el día del juicio y de paz en la Tierra para los fieles. Están llenos de
celo misionero, lo cual es raro en la literatura judía, pero se encuentra tanto en los
misterios como en el cristianismo. También esperan con ilusión la venida de un
Cristo, esperanza que el cristianismo afirma cumplir.
También en los Libros de Henoc encontramos temas que se hacen eco de los
misterios y prefiguran el cristianismo. Se dice que Henoc, al igual que Jesús, subió
físicamente al cielo. Al llegar, se le recibe como «el Hijo del Hombre», título que
heredará Jesús.
Este título expresa la idea de que tanto Henoc como Jesús deben interpretarse
como personajes «corrientes» que representan míticamente a todo el género humano.
La expresión hebrea «hijo de» significa «la encarnación de». El Hijo del Hombre
encarna la idea del Hombre original. Es otra manera de expresar la misma idea que
expresa san Juan cuando dice que Jesús es el Logos hecho carne. Jesús y Henoc
deben interpretarse como encarnaciones del daemon universal, la conciencia única
que anima a todos los seres. Justamente al igual que Jesús, la encarnación del Logos,
el Hijo del Hombre en el Libro de Henoc es un ser divino que ha existido con Dios
desde el principio. También al igual que Jesús, al Hijo del Hombre que presenta
Henoc se le llama «mensajero de Dios», «el Cristo del Dios invisible» y «una luz
para los gentiles».
La literatura sapiencial intertestamental habla del «hombre justo» que es un
emisario divino y trae sabiduría al mundo. Esta figura, eco del anterior «hombre
justo» pagano, se convierte en el «hombre justo» cristiano, Jesús. Al igual que Jesús,
es rechazado por la humanidad, hace afirmaciones que provocan hostilidad, es
maltratado, choca con las autoridades, muere y finalmente es reconocido como el
«Hijo de Dios» por sus enemigos.
Entre los evangelios gnósticos que se encontraron en Nag Hammadi hay dos

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manuscritos que, si se leen juntos, muestran con qué facilidad podía cristianizarse un
texto. Un tratado no cristiano titulado El buen gnóstico iniciado (Eugnostos el
Bienaventurado) se dividió de forma un tanto arbitraria en discursos distintos que
luego se atribuyeron a Jesús para responder a las preguntas de sus discípulos. El
resultado es un texto cristiano titulado La sabiduría de Jesucristo. Los textos
cristianos y no cristianos son casi idénticos, aparte de la añadidura de Jesús y sus
discípulos. A continuación damos unos cuantos ejemplos:

EL BUEN GNÓSTICO LA SABIDURÍA DE JESUCRISTO


INICIADO
Mateo le dijo: «Señor, nadie puede encontrar la
«El que es» es inefable.
verdad excepto por medio de ti. Por tanto,
Ningún principio conocía,
enséñanos la verdad». El Salvador dijo: «“El
ninguna autoridad, ninguna
Que es” es inefable. Ningún principio conocía,
sujeción, ni ninguna criatura
ninguna autoridad, ninguna sujeción, ni ninguna
de la fundación del mundo,
criatura de la fundación del mundo, excepto él
excepto él solo…
solo…

Antes de que algo sea visible


Felipe dijo: «Señor, ¿cómo, pues, se apareció a
entre los que son visibles, la
los perfectos?». El Salvador perfecto le dijo:
majestad y las autoridades que
«Antes de que algo sea visible entre los que son
están en él, abraza las
visibles, la majestad y las autoridades que están
totalidades de las totalidades, y
en él, abraza las totalidades de las totalidades, y
nada lo abraza a él. Porque es
nada lo abraza a él. Porque es todo mente…»
todo mente…

Mateo le dijo: «Señor, Salvador, ¿cómo fue


El primero que apareció ante el
revelado el hombre?». El Salvador perfecto dijo:
universo es el Padre cultivado
«Quiero que sepas que el que se apareció ante el
y construido por Él mismo, y
universo en la infinidad, Padre cultivado y
está lleno de luz
construido por Él mismo, estando lleno
resplandeciente, inefable.
resplandeciente e inefable».

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EL MITO SE CONVIERTE EN HISTORIA

Pesulta claro que los dioses hombre de los misterios paganos eran figuras
mitológicas cuyas biografías existían «fuera del tiempo», en el mundo de los sueños y
las imágenes. Si se consideraba que realmente habían vivido, era en tiempos antiguos
que no podían distinguirse del mito. Así pues, ¿por qué el relato de Jesús presenta el
mito del dios hombre judío como si fuera un hecho histórico?
Las epístolas auténticas de Pablo, como hemos visto, no muestran ninguna señal
de que el relato de Jesús asumiera un marco histórico en la primera mitad del siglo I.
Pablo predica la figura de un Mesías místico que, por medio de su muerte y su
resurrección, trae el renacimiento a sus seguidores. Es muy posible que esta forma
primitiva del mito de Jesús circulara durante siglos. Al principio sería un mito secreto
de los misterios judíos, por lo que no cabe esperar que se conserve alguna prueba de
su existencia. Tarde o temprano, con todo, era inevitable que el mito de Jesús fuese
convertido en historia.
Los judíos esperaban que el Mesías fuese una figura histórica que efectivamente
viniera a rescatar a su pueblo. Así, si el Osiris-Dioniso judío debía presentarse de
forma convincente como el Mesías, era necesario transformar el mito en un drama
histórico. Sin embargo, no podía decirse que Jesús existiera en el pasado lejano como
el dios hombre mistérico de los paganos, porque semejante Mesías no podía traer la
salvación política a su pueblo entonces. Sería necesario decir que había llegado en un
pasado reciente, ya que sólo esto le daría validez. Para explicar por qué nadie había
oído hablar de la venida del Mesías, se hace que Jesús guarde deliberadamente el
secreto de su condición de Mesías. A decir verdad, en el Evangelio de Marcos ni
siquiera los discípulos más allegados a Jesús lo reconocen como Mesías hasta
después de su muerte.
Aunque judíos helenizados como por ejemplo Filón lo interpretan como alegoría
mística, a primera vista el Antiguo Testamento parece un documento histórico. Por
tanto, si se presentaba como una crónica de acontecimientos reales, la historia de
Jesús encajaría en el estilo general de las Escrituras judías, y el tiempo y el lugar
elegidos como marco de la vida y la muerte de Jesús podían usarlos los iniciados
judíos, que estaban dotados para la alegoría, para cifrar mensajes simbólicos.
Al dios hombre judío se le dio el nombre de Josué/Jesús en honor a Josué ben

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Nun, el profeta del Éxodo, cuyo nombre significa «Jesús hijo del Pez». Esto es
perfecto en una figura salvadora concebida para la nueva era de Piscis, simbolizada
por el pez. El momento escogido para el «nacimiento» de Jesús lo vincula a una
importante conjunción astrológica en 7 a. n. e. que dio entrada a la nueva era de
Piscis. Esta conjunción estelar también se representa en la estrella que prefigura el
nacimiento del dios hombre en el mito pagano. Así, Jesús se convierte de forma
simbólica en el nuevo salvador para una nueva era.
El período del nacimiento de Jesús también permitió a los creadores de los
misterios de Jesús expresar de forma simbólica otra información. Según Mateo, Jesús
nace durante el reinado de Herodes, que ordena que maten al recién nacido para
evitar que llegue a ser rey de los judíos. Herodes, que murió en 4 d. n. e. era un títere
de los romanos, y los judíos lo aborrecían. Hacer que el recién nacido choque
inmediatamente con el odiado rey sirve para que Jesús encaje ya en el modelo del
«hombre justo al que se acusa injustamente» y para presentarlo como el Mesías que
ha venido a defender a los judíos. Algo parecido pretende Lucas al hacer que su Jesús
nazca diez años más tarde, mientras se llevaba a cabo el censo del año 6 d. n. e. Para
entonces los romanos ya se habían anexionado a Judea y el censo les permitiría
cobrar directamente impuestos a los judíos. Judea ya ni siquiera tenía una
administración títere, sino que ahora era gobernada por un romano. Esta circunstancia
hizo concebir grandes esperanzas de que el Mesías se alzara para proteger a su pueblo
y Lucas, al situar el nacimiento de Jesús en esta época, da a entender que esa
esperanza se ha cumplido.
Aparte de eso, el único acontecimiento que coloca a Jesús en un contexto
histórico es su muerte en tiempos del gobernador romano de Judea Poncio Pilato.
Según Josefo y Filón, Pilato era especialmente detestado por los judíos. Había
violado numerosos tabúes religiosos de los judíos y fue el primer romano en profanar
el templo de Jerusalén. Por consiguiente, Pilato era la persona más indicada para
interpretar el papel de tirano malvado que ejecuta al dios hombre.
También viene a propósito que la historia de Jesús tenga por marco Galilea. La
provincia estaba tan completamente helenizada que los judíos la llamaban «la tierra
de los gentiles». Josefo cuenta que Galilea se negó a defender Jerusalén contra los
romanos. Galilea no era leal al culto del templo de Jerusalén y sostenía estrechas
relaciones con culturas paganas. Así pues, era un marco ideal para ser la cuna del
Osiris-Dioniso judío.
En el Evangelio de Marcos podemos ver cómo la historia de Jesús, que al
principio era intemporal y no sucedía en ningún lugar concreto, pasó a situarse en una
época y un lugar determinados. Los estudiosos han observado que todos los pasajes
que mencionan Galilea se añadieron más adelante. Por ejemplo, en la línea que reza
«bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés», las palabras «bordeando el
mar de Galilea» se colocan de forma muy poco correcta desde el punto de vista
gramatical en la sintaxis griega. Esto ha empujado a la mayoría de los estudiosos del

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Nuevo Testamento a creer que se añadieron para dar una ubicación geográfica a un
relato que antes carecía de ella.

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UN MESÍAS DISTINTO

En el año 66 d. n. e. los judíos de Judea se sublevaron contra sus opresores


romanos, que tomaron represalias horrendas. Josefo afirma que en una población de
tres millones de judíos, hubo un millón de muertos y cien mil personas fueron
vendidas como esclavos. Cuando finalmente cayó en poder de los romanos, de
Jerusalén sólo quedaban ruinas humeantes. Josefo escribe:

El resto de las fortificaciones que rodeaban la ciudad fue arrasado por completo hasta tal punto que nadie
que visitara el lugar hubiera creído que en otro tiempo había estado habitado. Éste, pues, fue el final que la
insensata locura de los revolucionarios trajo a Jerusalén, ciudad magnífica cuya fama llegaba hasta los
confines de la Tierra.

El judaísmo tradicional agonizaba desde que en el año 63 a. n. e. los propios


sacerdotes corruptos del templo habían invitado a los romanos a resolver sus disputas
internas y con ello habían colocado a su país en el camino que llevaba a la
dominación romana. En 70 d. n. e. año de la destrucción de Jerusalén por los
romanos, muchos judíos se sintieron totalmente traicionados por su dios, Jehová,
pues era obvio que éste no había sido capaz de protegerlos de sus enemigos. Estos
sentimientos se expresaron en la literatura judía de la época. En el Apocalipsis de
Baruc, por ejemplo, el profeta Baruc interroga con insistencia a Jehová como si fuera
el acusado en un juicio: ¿por qué ha permitido Dios que Jerusalén fuera conquistada,
el templo destruido y sus habitantes dispersados? Baruc dice a los sacerdotes judíos
que «tomen las llaves del santuario y las arrojen a los cielos», ¡y que ordenen a
Jehová que guarde su propia casa! La única esperanza que se ofrece en esta tétrica
obra es que el Mesías venga finalmente.
Fue en algún momento posterior a estos acontecimientos desastrosos cuando el
Evangelio de Marcos situó por primera vez el mito de Jesús en un contexto histórico.
Esto hace pensar que esta crisis fue lo que obligó a los creadores de los misterios de
Jesús a transformar el mito del dios hombre que muere y resucita en seudohistoria. En
medio de la catástrofe total de su nación, los judíos necesitaban algo más que el
Cristo místico de Pablo. Necesitaban un Mesías que realmente hubiera venido a
salvarlos según lo prometido.
La crisis del judaísmo produjo muchos aspirantes a Mesías, todos los cuales
fracasaron. En estos hombres, a los que llamaban despectivamente «celotes» o

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«bandidos», el papel de revolucionario político iba unido al de fanático religioso de
una manera que los hacía comparables a los fundamentalistas musulmanes de hoy. El
prorromano Josefo escribe:

Estos tramposos y embaucadores que afirmaban estar inspirados conspiraron para producir cambios
revolucionarios, induciendo a la chusma a comportarse como posesos y llevándola al desierto so pretexto
de que allí Dios les mostraría señales de la libertad que se acercaba.

Muchos de estos aspirantes a Mesías tomaron el nombre de Josué/Jesús. Josefo dice


que Judea estaba llena de estos «forajidos», «impostores» y «hacedores de milagros»
que «engañan al pueblo» y «prometen liberación». Algunos intentaron repetir el
milagro del Éxodo llevando a sus seguidores al desierto, donde Jehová los liberaría.
Uno de ellos reunió a una gran multitud en el monte de los Olivos y prometió, igual
que un segundo Josué, que las murallas de la ciudad caerían al dar él la orden y que
llevaría a sus seguidores a dar muerte a la guarnición romana.
En comparación, el mito de Jesús presenta a un Mesías muy diferente. Jesús no es
un revolucionario político. Cuando le hacen preguntas sobre los impuestos, dice a sus
seguidores que den al César lo que es del César. Su mensaje habla de salvación
mística y no de liberación nacional. Es interesante señalar que el hombre que le
traiciona, Judas, tiene el mismo nombre que Judas de Galilea, el más infame de todos
los líderes de los celotes, lo cual ofrece una imagen negativa de los celotes
fundamentalistas.
La historia de Jesús parece creada con el propósito de dar a los judíos
desilusionados una opción distinta de los desastrosos «Mesías» revolucionarios que
sólo servían para empeorar las cosas. Los judíos helenizados, si bien eran leales a sus
tradiciones nacionales y tenían aspiraciones nacionalistas, contemplaban a los celotes
con el mismo horror con que los musulmanes occidentalizados de hoy ven a los
fanáticos fundamentalistas. Se daban cuenta de que por culpa de los celotes caería un
desastre sobre su país, y los acontecimientos del año 70 d. n. e. confirmaron sus
peores temores sin excepción. Los judíos helenizados de Alejandría trataron de
encontrar alguna manera de ayudar a sus compatriotas que buscaban refugio fuera de
Judea.
La desesperación de la época no puede exagerarse. En vista de que el Mesías
nacionalista no llegaba cuando lo necesitaban, los misterios de Jesús presentaron a los
judíos una opción mística, una forma de devolver el sentido a sus vidas destrozadas,
de resucitar cierto orgullo en su identidad nacional e integrarse en la sociedad pagana
que los rodeaba. El relato casi histórico de Jesús sirvió para atraer a nuevos iniciados
a los misterios de Jesús, pero más adelante, al crecer su comprensión, se inició a esta
gente en los misterios interiores, que revelaban que la historia de Jesús era una
alegoría mística. De esta manera se ofrecía esperanza a los refugiados judíos
desposeídos y desafectos. El esperado salvador político que liberaría al pueblo judío
se transformó en un salvador espiritual que podía liberar a todos los individuos por

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medio de la gnosis mística.
Se dio la paradoja, sin embargo, de que los misterios de Jesús no prosperaron
realmente en el seno de la comunidad judía. El destino de esta nueva fe sería mucho
más extraño de lo que cabía imaginar en aquel momento. Antes de que transcurriesen
cien años, el dios hombre pagano disfrazado de Mesías judío, que debía introducir a
los judíos en los misterios paganos, ¡en realidad traería tradiciones judías a los
paganos!

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UN SALVADOR UNIVERSAL

Jesús estaba destinado a no ser eternamente un Mesías judío y nada más, sino a
convertirse en un salvador universal. Este proceso de internacionalización ya había
empezado cuando Pablo sostuvo sus acalorados debates con los cristianos ebionitas.
Pablo luchaba por liberar los misterios de Jesús de sus vínculos innecesarios con el
judaísmo y por hacer que resultasen atractivos a ojos de los judíos más helenizados
como él mismo. A su modo de ver, la ley judía tradicional sólo era apropiada para los
cristianos psíquicos, suponiendo que lo fuese para alguien. Las nuevas enseñanzas
(esencialmente paganas) de los misterios de Jesús habían hecho que las viejas
costumbres judías resultaran superfluas. En cambio, los «falsos circuncisos» a los que
Pablo había criticado deseaban que los misterios de Jesús continuaran siendo
característicamente judíos. Estos cristianos judíos de talante más tradicional se
encontraban en Jerusalén, el corazón del judaísmo, mientras que Pablo era un judío
muy helenizado que viajaba de una ciudad pagana a otra.
A pesar de su entusiasmo, Pablo fracasó en su misión de convertir judíos a los
misterios de Jesús. Se dice que en Éfeso predicó durante tres meses en la sinagoga sin
conseguir nada. En Antioquía los judíos incluso le atacaron. Disfrazar a
Osiris-Dioniso de Mesías judío para introducir a escondidas al dios hombre pagano
en el judaísmo fue una idea astuta, pero la mayoría de los judíos descubrieron esta
treta muy fácilmente. Un Mesías que fue crucificado como un delincuente no era el
salvador que estaban esperando. El cristianismo les parecía la doctrina confusa y
herética de un Mesías fracasado.
Pero al dirigir sus intentos a los griegos, Pablo obtuvo en el acto éxitos
extraordinarios. Un estudioso moderno comenta:

Tenemos que admitir que había algo que, por un lado, ofendía a las ideas judías y, por el otro, se ajustaba a
las ideas griegas. Espero que no se me interprete mal si digo que Cristo debía de parecerles un héroe a los
griegos. Desde un punto de vista meramente histórico, el cristianismo es un enorme culto al héroe griego
dedicado a un Mesías judío.

Para los paganos era un culto mistérico nuevo y exótico que mezclaba elementos de
la intrigante tradición judía con la sabiduría eterna de los misterios paganos. Como
Pablo se había librado del poco atractivo bagaje de las antiguas leyes judías, nada
impedía que los gentiles abrazasen los misterios de Jesús. Asimismo, una vez el mito

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hubo adquirido categoría histórica, el nuevo culto del cristianismo tenía un atractivo
complementario que consistía en afirmar algo en verdad revolucionario: que el dios
hombre realmente había vivido en la Tierra en el pasado reciente.
A mediados del siglo II los misterios de Jesús habían sido rechazados en gran
parte por la comunidad judía, pero adoptados por los gentiles. Ya no se presentaba a
Jesús como alguien que venía a salvar a los judíos, sino como alguien que venía a
salvar a toda la humanidad. Los cristianos gentiles rechazaban las antiguas
tradiciones judías, como deseaba Pablo, así que este problema ya había desaparecido.
Sin embargo, la comunidad cristiana ya había empezado a escindirse de nuevo en dos
facciones distintas y antagónicas: el literalismo y el gnosticismo.

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EL NACIMIENTO DEL LITERALISMO

Después de 70 d. n. e. el año en que los romanos arrasaron Jerusalén, los judíos se


dispersaron por todo el Imperio romano en calidad de esclavos y refugiados. Judíos
que habían sido iniciados sólo en los misterios exteriores, que tenían ideas limitadas e
incompletas de lo que era el cristianismo, fueron a parar a muchas partes del mundo
antiguo llevando consigo lo que ellos creían que era la «biografía» de Jesús el
Mesías. Los que estaban en las regiones occidentales del Imperio quedaron aislados
de los centros consolidados de los misterios de Jesús en Alejandría y las regiones
orientales del Imperio, lo cual les impidió completar el proceso de iniciación.
Al no haber maestros de la Gnosis en centenares de kilómetros a la redonda, es
fácil imaginar cómo pudo formarse rápidamente una variedad confusa de los
misterios de Jesús. En unos cuantos decenios estos cristianos occidentales crearon
una religión cuya doctrina fundamental era la creencia de que Jesús era literalmente
el Hijo de Dios que moría y resucitaba. En su cristianismo literalista no había ningún
lugar para «misterios interiores». No interpretaba los evangelios como alegorías, sino
como documentos históricos que reflejaban acontecimientos reales.
Durante el siglo II, los dirigentes de grupos cristianos locales recibieron el nombre
de «inspectores» u «obispos». Sin misterios interiores que impartir, estos obispos
predicaban que toda persona que sencillamente creyese que la historia de Jesús era
cierta en sentido literal tenía garantizada la salvación eterna. Esta forma limitada de
cristianismo, basada sólo en los misterios exteriores, es la que con el tiempo se
convertiría en la Iglesia católica romana.
Los primitivos misterios de Jesús, a los que ahora llamamos gnosticismo,
continuaron floreciendo en su lugar de origen, Alejandría. En los siglos II y III esta
ciudad alumbró a los grandes maestros gnósticos: Carpócrates, Basílides, Valentín,
Clemente y Orígenes. El literalismo, en cambio, cobró fuerza en las regiones del
Imperio que quedaron aisladas de los maestros de la Gnosis en Oriente y con el
tiempo se centró en Roma misma, donde adquirió un carácter rígido y autoritario.
Los primeros iniciados en los misterios de Jesús formaban un gran número de
grupos distintos, que a menudo se centraban alrededor de un determinado maestro de
la gnosis y trabajaban con sus propios evangelios. Los gnósticos mantuvieron esta
tradición de misticismo, variedad y tolerancia. Los literalistas, en cambio, empezaron

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a edificar una religión autoritaria y centralizada.
Es fácil imaginar cómo los iniciados en los misterios interiores contemplarían con
horror el crecimiento del literalismo, sobre el que ahora no podían ejercer ningún
control y que empezaba a brotar como nuevo culto religioso en todo el mundo
antiguo. Muchos maestros de los misterios interiores visitaron Roma con el fin de
iniciar a los cristianos en la gnosis, pero no fueron bien recibidos. A los obispos
literalistas no les gustó nada que unos místicos extranjeros proclamasen que ellos, los
obispos, no eran más que «cristianos psíquicos» que necesitaban una nueva iniciación
pneumática. Veían con malos ojos que unos sabios gnósticos «les robaran fieles»
menospreciando las enseñanzas literalistas y ofreciendo iniciación en los misterios
interiores secretos.
Los gnósticos, que, para empezar, habían creado la historia de Jesús, se vieron
ahora acusados de pervertir las sagradas enseñanzas del salvador. Ireneo, el portavoz
del literalismo, protestó diciendo que los gnósticos «echan por tierra la fe de muchos
al apartados con el pretexto de un Conocimiento superior». El conflicto era inevitable
y se entabló una batalla encarnizada por el alma del cristianismo.

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CONCLUSIÓN

Nos pareció que por fin habíamos encontrado al Jesús real. ¡Es el dios hombre
mistérico de incógnito! Es el mítico «Hijo de Dios» camuflado como el histórico
«hijo de David».
Ahora veíamos con claridad por qué, a diferencia de todos los demás mitos de
Osiris-Dioniso, se había dado a la historia de Jesús un marco histórico y cómo esto
hizo que el crecimiento del literalismo resultara inevitable.
Repasemos algunas de las cosas que hemos descubierto sobre el mito de Jesús y
su evolución:

—Jesús es Osiris-Dioniso ligeramente disfrazado de Mesías judío con el fin de poner los misterios
paganos al alcance de los judíos. Su naturaleza compuesta resulta especialmente clara al leer las crónicas
contradictorias de su nacimiento, que lo presentan como el Mesías que pertenece al linaje de David y como
Osiris-Dioniso, el Hijo de Dios.
—En los evangelios, Jesús deja claro que es en verdad el Hijo de Dios que muere y resucita, y no el
Mesías que esperan los judíos.
—Aunque Jesús concuerda al máximo con las expectativas judías sobre el Mesías, su muerte y su
resurrección demuestran que en realidad es Osiris-Dioniso.
—Además de temas mitológicos paganos, la historia de Jesús utiliza temas de la mitología judía, en
especial del libro del Éxodo.
—La historia de Jesús se inspira en conceptos e imágenes de la literatura intertestamental judía que
sintetiza ideas judías y paganas.
—En algunos textos sencillamente se ha añadido el nombre de Jesús para convertir tratados que eran
anteriores al cristianismo en documentos cristianos.
—Los judíos esperaban que el Mesías fuese una figura histórica, lo cual significaba que la historia de Jesús
tenía que situarse en un marco histórico.
—Los creadores de los misterios de Jesús utilizaron la época y el lugar elegidos como marco de la vida de
Jesús para transmitir mensajes simbólicos cifrados. Jesús nace en un momento que lo vincula al principio
de la nueva era de Piscis y que le hace chocar inmediatamente con el odiado rey Herodes y con los
romanos. La hora de su muerte lo enfrenta a Poncio Pilato, dignatario romano que es especialmente
odiado.
—En 70 d. n. e. los romanos arrasaron Jerusalén, lo cual alimentó en los judíos el deseo desesperado de un
salvador. Esta crisis ejerció presión externa en el proceso de transformación de la historia de Jesús en un
hecho histórico y produjo el Evangelio de Marcos a partir del Cristo intemporal y místico que predicaba
Pablo.
—Los misterios de Jesús presentaron a los judíos un Mesías místico como opción distinta de todos los
Mesías de los celotes fundamentalistas que causaban estragos en Judea.
—Aunque transformar al Mesías judío en Osiris-Dioniso para presentar al dios hombre de los paganos a
los judíos fue una idea ingeniosa, no dio buen resultado. Los misterios de Jesús fueron rechazados por los
judíos, pero los paganos los abrazaron como nuevo culto mistérico.
—Después del año 70 d. n. e. esclavos y refugiados judíos que sólo conocían los misterios exteriores del

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cristianismo se dispersaron por el Imperio romano. Los de Occidente quedaron aislados de los maestros de
la gnosis de Oriente y crearon una nueva religión que se basaba exclusivamente en los misterios exteriores,
que predicaban la figura de un Jesús histórico.
—Los primitivos misterios de Jesús, ahora llamados gnosticismo, continuaron floreciendo en Oriente.
—A mediados del siglo II, los gnósticos, que para empezar habían creado la historia de Jesús, ya eran
objeto de los ataques de los cristianos literalistas, quienes los acusaban de ser herejes que pervertían el
cristianismo auténtico.

Al hacer la síntesis del mito imperecedero del dios hombre que muere y resucita y de
las expectativas judías de un Mesías histórico, los creadores de los misterios judíos
dieron un paso sin precedentes cuyo resultado no podían adivinar. Y, sin embargo, al
analizar este hecho, vemos que el final ya estaba presente desde el principio. Los
judíos, esperaban que el Mesías fuera un salvador histórico y no mítico. Era
inevitable, por tanto, que la historia de Jesús tuviese un marco casi histórico. Y así
fue. Lo que había empezado como un mito intemporal que encerraba enseñanzas
eternas aparecía ahora como una crónica histórica de un acontecimiento único en el
tiempo. A partir de ahí fue inevitable que antes o después se interpretara como hecho
histórico. Al interpretarse así, nació un tipo de religión totalmente nuevo: una religión
basada en la historia y no en el mito, en la fe ciega en supuestos acontecimientos en
vez de en la comprensión mística de alegorías míticas, una religión de misterios
exteriores sin misterios interiores, de forma sin contenido, de creencia sin
Conocimiento.
Faltaba por colocar en su sitio una última pieza del rompecabezas. ¿Cómo
evolucionó el cristianismo a partir de un culto mistérico menor hasta convertirse en la
religión más influyente de todos los tiempos? ¿Y por qué el cristianismo que llegaría
a dominar el mundo no fue el elevado y antiguo misticismo de los gnósticos, sino el
autoritarismo intolerante de los literalistas?

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11
UNA IGLESIA DE IMITACIÓN

Y habrá otros que están fuera de nuestro grupo que se llaman a sí mismos obispo y
también diáconos, como si hubieran recibido su autoridad de Dios. Estas personas son
acequias secas. Hacen negocios con mi palabra. Alaban a los hombres que propagan
falsedades. Son fieles al nombre de un muerto, pensando que se volverán puros.

JESÚS, EN EL APOCALIPSIS DE PEDRO

Desde el principio hasta hoy, el cristianismo ha sido una religión de cismas y


conflictos. ¡No hay un solo documento en el Nuevo Testamento que no prevenga
contra los falsos maestros o ataque a otros cristianos! A finales del siglo II, Celso, el
satírico pagano, escribe:

Los cristianos, huelga decido, se detestan totalmente unos a otros. Se calumnian mutuamente de forma
constante utilizando los insultos más viles, y no son capaces de llegar a ninguna clase de acuerdo en su
enseñanza.

Y relata:

Al empezar su movimiento, eran muy pocos y tenían un único propósito. Desde entonces, se han
propagado por todas partes y ahora se cuentan por miles. No es extraño, pues, que haya divisiones entre
ellos: facciones de toda clase, cada una de ellas deseosa de tener su propio territorio. Tampoco es extraño
que al hacerse tan numerosas estas divisiones, los diversos grupos hayan adquirido la costumbre de
condenarse mutuamente, de tal modo que hoy tienen en común una sola cosa, si es que tienen alguna: el
nombre de «cristianos». Pero pese a que sé aferran orgullosamente a su nombre, en la mayoría de los
demás aspectos están en desacuerdo.

En el siglo I el motivo de las peleas en el seno de la comunidad cristiana era la


relación de los misterios de Jesús con el judaísmo tradicional. A mediados del siglo II
las peleas eran entre gnósticos y literalistas. La idea fundamental del cristianismo

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literalista es que la historia de Jesús, por extraña y mítica que pueda parecer, es, de
hecho, la historia verdadera de acontecimientos milagrosos: Al insistir los gnósticos
en que la historia de Jesús era en realidad una alegoría mística, los literalistas
empezaron a aseverar categóricamente que Jesucristo sufrió y fue crucificado en
tiempos de Poncio Pilato: afirmación que repitieron con tan fanática insistencia que
revela hasta qué punto los literalistas se sentían débiles en aquella época.
La falsificada Segunda Epístola de San Pedro, por ejemplo, ¡asevera de forma
defensiva que los cristianos literalistas no siguen «fábulas ingeniosas»! El autor de
epístolas atribuidas a Ignacio insta a los fieles a «no morder el anzuelo de la falsa
doctrina y, en lugar de ello, a creer incondicionalmente en el nacimiento, la Pasión y
la Resurrección, que tuvieron lugar durante el gobierno de Poncio Pilato». Insiste:
«Jesucristo, vástago de David y María, realmente nació de una virgen y fue bautizado
por Juan, fue realmente perseguido por Pilato y clavado en la cruz en carne y hueso».
En las postrimerías del siglo II se escribieron varias epístolas que se atribuyeron
falsamente a los apóstoles Pedro, Juan y Santiago con el fin de apoyar la campaña del
literalismo y presentar a los gnósticos como herejes que no seguían las enseñanzas
verdaderas de los que realmente habían conocido a Jesús. La Primera Epístola de San
Juan manifiesta que lo que permite distinguir a los maestros verdaderos de los falsos
es que los primeros reconocen que Jesucristo vino «en carne». En la Segunda
Epístola de San Juan (¡una diatriba de una sola página contra los gnósticos!) el autor
advierte:

Muchos seductores han salido al mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne y hueso. Si
alguno viene a vosotros […], no le recibáis en casa ni le saludéis, pues el que le saluda se hace solidario de
sus malas obras.

Con el fin de reforzar el literalismo, se adaptó la historia de Jesús. El Evangelio de


Juan afirma: «Y la palabra se hizo carne», cambiando la fórmula de Pablo que dice
«según la carne». Además de estas adaptaciones, los estudiosos han señalado muchas
cosas que se añadieron a los evangelios para poner de relieve que Jesús
verdaderamente resucitó del sepulcro como ser humano físico. En su forma original,
los evangelios presentaban al Jesús resucitado como una fantasmal figura espiritual.
Tanto Lucas como Marcos relatan que Jesús se apareció «bajo otra figura» a dos
discípulos en el camino de Emaús. Según Lucas, los discípulos no reconocieron a
Jesús hasta después de hablar con el desconocido durante un rato e invitarle a partir el
pan de la cena. En aquel momento «desapareció de su lado». Sin embargo, se han
añadido versículos posteriores para presentar al Jesús resucitado mostrando su «carne
y huesos» y comiendo pescado para probar su existencia física.
En el Evangelio de Juan, la afligida María Magdalena ve junto al sepulcro de
Jesús a un hombre al que toma por el encargado del huerto. Pero cuando el hombre le
dice «María», ésta le reconoce; sin embargo él, Jesús, le ordena que no le toque.
Después de esto, sin embargo, se añadió la historia del «escéptico Tomás», en la cual

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éste afirma que no creerá que Jesús ha salido realmente del sepulcro a menos que
pueda vedo y tocarlo personalmente. Cuando Jesús aparece le dice a Tomás: «Acerca
aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas
incrédulo sino creyente».

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TOMAR LAS COSAS LITERALMENTE

Los literalistas tomaban en sentido literal lo que los gnósticos consideraban


metáforas místicas. Como creían que Jesús había resucitado literalmente de entre los
muertos, en su cuerpo físico, afirmaban que todos los cristianos resucitarían igual que
él. Tertuliano declara que quien niegue la resurrección de la carne es un hereje y no
un cristiano de verdad. Los literalistas incluso afirmaban que el pan y el vino de la
eucaristía se convertían literalmente en la carne y la sangre de Jesús durante la misa.
¡La Iglesia católica de hoy sigue haciendo esta afirmación extraordinaria!
Debido a que interpretaban el mito de Jesús como hecho histórico, los literalistas
abandonaron finalmente la doctrina gnóstica de la reencarnación. Creían que el dios
hombre había muerto y resucitado una sola vez y esto les hacía concebir la vida
humana como un acontecimiento que también sucedía una sola vez. Por tanto, el
premio o el castigo en la otra vida era para siempre, en lugar de ser algo temporal que
precedía a otra vida humana. De aquí nació la doctrina, que el pagano Celso califica
de «ofensiva», según la cual un Dios bueno podía tolerar que quienes no superaban
las pruebas fuesen abandonados a una eternidad de sufrimiento.
Los literalistas también interpretaban al pie de la letra la idea de la apocalíptica
segunda venida. En los evangelios, Jesús promete que volverá en su gloria cuando
todavía estén vivos algunos de quienes le escuchan. Para los gnósticos, por supuesto,
esto era una metáfora mística sobre la resurrección del iniciado como el Cristo o
daemon universal. Los literalistas tomaban esta «profecía» en sentido literal, lo que
significó que tuvieron que afrontar la difícil tarea de explicar por qué Jesús no
apareció como había prometido.
La segunda epístola que se atribuyó falsamente a Pedro expresa de forma
palmaria la incomodidad y la confusión de los cristianos literalistas ante este asunto,
y ofrece su propia y desesperada solución al proclamar:

Sabed ante todo que en los últimos días vendrán hombres llenos de sarcasmo, guiados por sus propias
pasiones, que dirán en son de burla: «¿Dónde queda la promesa de su Venida? Pues desde que murieron
los Padres, todo sigue como al principio de la creación». Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que
ante el Señor un día es como mil años, y mil años, como un día. No se retrasa el Señor en el cumplimiento
de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que
algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión.

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Justino Mártir también explicó que Dios estaba demorando el fin porque primero
deseaba que el cristianismo se extendiera por todo el mundo. A otros literalistas se les
ocurrió la absurda idea de que san Juan se había convertido en una especie de ser
inmortal y vivía en Patmos o Éfeso y, por ende, Jesús no se había equivocado en su
profecía, después de todo. Basando su extraño y complicado razonamiento en que la
longitud del arca de la alianza era, según se decía, de cinco codos y medio, Hipólito
fijó el fin para el año 202. Al pasar esta fecha sin que ocurriese nada, el fin se aplazó
hasta el 500. A mediados del siglo III, la mayoría de los cristianos ya había dejado de
pensar que «el fin» era inminente. A principios del siglo V, los traductores de los
textos cristianos del siglo II omitieron todas las menciones del inminente apocalipsis
en vista de que sólo servían para quedar mal. A pesar de todo, por supuesto, muchos
cristianos literalistas continuaron avisando de que: «El fin está cerca», como siguen
haciendo hoy.

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UNA IGLESIA DE OBISPOS

Los gnósticos ofrecían a los iniciados la gnosis, una experiencia espiritual, en este
mundo y este momento, de una verdad que está más allá de este mundo ilusorio. Los
literalistas ofrecían la esperanza de otra vida en el cielo para quienes creyeran en la
autenticidad histórica de lo que cuentan los evangelios. Con ello, sin embargo,
crearon un dilema difícil para ellos mismos: ¿por qué iba alguien a creer que un
cuento sobrenatural como la historia de Jesús era una historia real? A finales del
siglo II, Tertuliano reconoce que si se juzga en términos de la experiencia histórica
corriente, la idea de que un hombre volvió físicamente del sepulcro era demasiado
absurda para creerla. Ante esta duda racional, lo mejor que se le ocurre es argüir: «Es
verdad porque es absurdo, lo creo porque es imposible». ¡Y esto lo dice un hombre
que los libros de historia presentan invariablemente como un gran teólogo cristiano!
Con el fin de tener una justificación convincente para interpretar la historia de
Jesús como hecho histórico, los literalistas inventaron un linaje espiritual que, según
ellos, los vinculaba directamente con los apóstoles, que habían vivido unos ciento
cincuenta años antes. Esto les permitía demostrar que la autenticidad histórica de la
vida de Jesús era garantizada por los testimonios personales de quienes vivían
entonces y que sucesivos obispos se habían encargado de transmitir fielmente.
Los literalistas utilizaron este linaje inventado como poderosa arma en sus
batallas con los gnósticos. Éstos decían que enseñaban misterios interiores secretos
que los literalistas desconocían. Y los literalistas contraatacaban diciendo que ellos
eran los únicos representantes de una línea de sucesión apostólica que se remontaba a
los doce discípulos. Argüían que esto investía a los obispos de la autoridad de los
apóstoles originales. Incluso hoy el Papa afirma que su primacía se remonta a Pedro
basándose en que, en algunas crónicas, se le presentaba como el primer testigo
presencial de la resurrección.
Los obispos literalistas utilizaban la afirmación de ser herederos de los primeros
discípulos para legitimar su exigencia de ciega obediencia por parte de los fieles
cristianos. Así pues, quien, al igual que los gnósticos, se opusiera a su autoridad se
rebelaba contra Cristo. Las epístolas atribuidas con falsedad a Clemente de Roma se
quejan de «gente temeraria y terca» que ha emprendido una «rebelión». Proclaman
que Dios había delegado su autoridad en los obispos y que quien se negase a «inclinar

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la cabeza» era culpable de insubordinación contra Cristo. ¡Incluso se atreven a exigir
la pena de muerte para quien desobedezca a las autoridades designadas por Dios!
Las epístolas atribuidas a Ignacio también advierten que el obispo preside «en el
lugar de Dios». A decir verdad, ¡los fieles deberían «venerar, honrar y obedecer al
obispo como si fuera Dios»! Sin los obispos, sacerdotes y diáconos, «¡no hay nada
que pueda llamarse Iglesia!». El autor escribe:

Que nadie haga nada relativo a la Iglesia sin el obispo. Considérese válida la eucaristía celebrada por el
obispo, o por la persona a quien él designe […] No es legítimo ni bautizar ni celebrar un ágape (banquete
de culto) sin el obispo […] Unirse al obispo es unirse a la Iglesia; separarse del obispo es separarse no sólo
de la Iglesia, sino del propio Dios.

Estas epístolas argumentan que dado que hay un solo Dios en el cielo, en la Iglesia
debería haber un solo obispo principal a quien obedecieran todos. «Un Dios, un
obispo» pasó a ser la consigna del cristianismo literalista.
Los gnósticos, en cambio, se organizaron sin jerarquías de obispos y sacerdotes.
Echaban a suertes quién debía desempeñar el papel de obispo, sacerdote, lector de las
Escrituras, profeta, etcétera. Cada vez que se reunían empleaban este método de tal
modo que los papeles circulaban de forma constante. Creían que de esta forma la
mano de Dios elegiría a la persona indicada para el cargo oportuno en el momento
idóneo. El literalista Tertuliano nos dice en tono de desaprobación:

De manera que hoy es obispo un hombre y mañana otro; la persona que hoy es diácono mañana es lectora;
la que es sacerdote hoy es laica mañana; ¡pues incluso al laicado le imponen las funciones del sacerdocio!

Mientras los ortodoxos construían una jerarquía de poder permanente, los gnósticos
demostraban que podían funcionar como iguales en el plano espiritual. Tertuliano,
horrorizado, escribe:

No debo omitir una crónica del comportamiento de los herejes. ¡Qué frívolo, qué mundanal, qué
meramente humano es, sin seriedad, sin autoridad, sin disciplina, como corresponde a su fe! Para empezar,
no se sabe a ciencia cierta quién es catecúmeno y quién es creyente: todos tienen acceso igualmente,
escuchan igualmente, rezan igualmente: incluso los paganos, si alguno de ellos está presente. También
comparten el beso de la paz con todos los que acuden, pues no les importa la diferencia con que traten los
temas, si se reúnen para tomar por asalto la ciudadela de la verdad única. Todos ellos son arrogantes,
¡todos os ofrecen la gnosis!

Al principio los hombres y las mujeres participaban juntos en todas las


manifestaciones del culto cristiano. A mediados del siglo II, mientras los gnósticos
seguían respetando a las mujeres como iguales en el terreno espiritual, los literalistas
empezaron a segregar los sexos. A finales de siglo, las mujeres ya tenían prohibido
participar en el culto ¡y los grupos cristianos en los cuales las mujeres ocupaban
puestos dirigentes eran tachados de heréticos! Tertuliano decreta:

No está permitido que una mujer hable en la iglesia, ni le está permitido enseñar, ni bautizar, ni ofrecer la
eucaristía, ni reclamar para sí una participación en alguna función masculina, por no mencionar ningún

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cargo sacerdotal.

Es extraordinario que en el mismo momento en que los gnósticos honraban a la diosa


y fomentaban el sacerdocio femenino, Tertuliano, misógino vehemente, reprendiera a
las mujeres en nombre del cristianismo literalista con estas palabras:

Sois la puerta del diablo. Sois la que persuadió a aquel a quien el diablo no osó atacar. ¿No sabéis que cada
una de vosotras es una Eva? La sentencia de Dios sobre vuestro sexo vive aún en esta época; la culpa,
necesariamente, vive también.

A finales del siglo II los literalistas ya habían empezado a crear reglas sobre quién era
y quién no era cristiano. Según ellos, un cristiano debía confesar el credo literalista,
ser bautizado y, sobre todo, obedecer a los obispos. Para los gnósticos, sin embargo,
la verdadera Iglesia era «invisible» y sólo sus miembros podían percibir quién
pertenecía a ella y quién no. Los gnósticos insistían en que hacía falta algo más que el
bautismo para convertirse en cristiano. El Evangelio de Felipe explica que muchas
personas «descienden al agua y salen sin haber recibido nada» y, pese a ello, afirman
ser cristianas. Tampoco la profesión de un credo o incluso el martirio hacen que
alguien sea cristiano, ya que «cualquiera puede hacer estas cosas». Los gnósticos
citaban el dicho de Jesús que reza: «Así que por sus frutos los reconoceréis» y
exigían pruebas de madurez espiritual que demostrasen que una persona pertenecía a
la Iglesia verdadera.
No es extraño que los obispos literalistas considerasen que este individualismo
gnóstico era una amenaza peligrosa para su autoridad. Sus ataques contra el
gnosticismo se hicieron cada vez más fanáticos y extremos. Ireneo insta a que los
gnósticos «sean reconocidos como agentes de Satanás» y advierte de que: «Dios ha
preparado el fuego eterno para toda clase de apostasía». «Mejor un pagano que un
hereje» se convierte en el estribillo constante de los literalistas. Justino Mártir, con la
locura que le caracteriza, hasta insinúa ¡que los gnósticos practican el «canibalismo»!
El autor de la Epístola de Judas, que forma parte del Nuevo Testamento y es un
texto breve pero polémico y bastante paranoico cuya única intención es atacar a los
gnósticos, escribe:

Queridos, tenía yo mucho empeño en escribiros acerca de nuestra común salvación y me he visto en la
necesidad de hacerlo para exhortaros a combatir por la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez
para siempre. Porque se han introducido solapadamente algunos que hace tiempo la Escritura señaló ya
para esta sentencia. Son impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan al único
Dueño y Señor nuestro Jesucristo […] manchan la carne, desprecian al Señorío e injurian a las Glorias.

Los gnósticos no son sólo seguidores de una forma opcional de la fe cristiana, sino
que se los presenta como el enemigo dentro de casa, como un cáncer subrepticio.
«Éstos son una mancha cuando banquetean desvergonzadamente en nuestros ágapes
y se apacientan a sí mismos». Son «estrellas errantes a quienes está reservada la
oscuridad de las tinieblas para siempre». La Epístola de Judas recomienda «odiar

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incluso la túnica manchada por su carne». El autor de las epístolas de Pablo a
Timoteo califica las enseñanzas gnósticas de «impiedad» que cunde como
«gangrena».
Los gnósticos respondieron llamando a las autoridades de la Iglesia literalista
«vulgares» y «eclesiásticas». El sabio gnóstico Heracleón califica los dogmas de la
Iglesia literalista de «agua estancada que no nutre» en comparación con el «agua
viva» que Cristo ofrece a los elegidos por medio de la gnosis. El Testimonio de la
verdad ataca a los literalistas que afirmaban ser cristianos, pero que «no saben quién
es Cristo». El Segundo tratado del gran Set lamenta que los gnósticos sean «odiados
y perseguidos, no sólo por aquellos que son ignorantes, sino también por aquellos que
creen estar promoviendo el nombre de Cristo», que están «vacíos sin saberlo, no
sabiendo quiénes son, igual que animales estúpidos». Y En este texto gnóstico el
salvador explica que se ha creado «una iglesia de imitación» que «proclama una
doctrina de un hombre muerto y mentiras, con el fin de parecerse a la libertad y
pureza de la iglesia perfecta».
El Tratado tripartito compara a los gnósticos, que son hijos del Dios Padre
verdadero, con los literalistas, que son vástagos de Jehová, el dios falso de los judíos.
Los hijos del Padre se juntan como iguales en el amor y se ayudan espontáneamente
unos a otros. Los cristianos literalistas, en cambio, «quieren mandar los unos sobre
los otros y rivalizan mutuamente en su ambición vacía». Están henchidos de «codicia
de poder, imaginando cada uno de ellos que es superior a los demás».
Orígenes también se queja: «En muchas de las llamadas iglesias, especialmente
las de las grandes ciudades, pueden verse gobernantes del pueblo de Dios que no
permiten que nadie, a veces ni siquiera los más nobles discípulos de Jesús, hablen con
ellos en términos de igualdad».

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LOS VALENTINIANOS

Aunque resulta claro que los cristianos literalistas habían decidido que los gnósticos
eran herejes, algunos gnósticos intentaron valerosamente mantener la visión original
de los misterios de Jesús procurando cerrar la brecha creciente entre los misterios
exteriores y los interiores. Siguiendo la tradición cristiana original de Pablo, sabios
como Valentín opinaban que era necesario que la Iglesia se compusiera de cristianos
tanto psíquicos como pneumáticos. Pablo había aconsejado constantemente a sus
discípulos sobre lo que debían hacer para que estos dos niveles de la Iglesia siguieran
conviviendo en armonía. Valentín y sus seguidores consideraban que era su
obligación, por tanto, tratar de reconciliar a los cristianos psíquicos (literalistas) y
pneumáticos (gnósticos).
Pablo distinguía entre su logos (sus enseñanzas pneumáticas) y su kergyma (sus
enseñanzas psíquicas), pero también insistía en que todos los cristianos tuvieran «un
mismo hablar» para evitar cismas destructivos en el seno de la comunidad. Pablo
aconsejaba a los pneumáticos que hicieran de su conocimiento un secreto «entre
vosotros y Dios», con el fin de no ofender a los psíquicos y de que «unánimes, a una
voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo». Los valentinianos
tampoco disimulaban que enseñaban los misterios interiores, pero también
participaban en las ceremonias exteriores de la Iglesia al lado de los cristianos
literalistas.
Ireneo se desanimaba al tratar de discutir de teología con los valentinianos,
¡porque sencillamente se mostraban de acuerdo con todo lo que decía! Se queja de
ello diciendo: «Preguntan […] ¿cómo es que cuando confiesan las mismas cosas y
albergan las mismas doctrinas, nosotros les llamamos herejes?». Pero el viejo
perseguidor de herejías en seguida descubre algo que interpreta como una taimada
conspiración gnóstica. Reconoce que «es verdad que confiesan con la boca un único
Jesucristo», pero no hacen más que «decir una cosa y pensar otra». «A juzgar por lo
que dicen en público», los valentinianos parecen ser cristianos literalistas «por fuera»,
pero «en privado describen los inefables misterios». Ireneo se queja de que hasta «se
reúnen en encuentros no autorizados», esto es, que no ha autorizado el obispo, y éste,
huelga decido, ¡era el propio Ireneo!
A comienzos del siglo III los cristianos valentinianos también estaban divididos

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entre los de Oriente, que ya habían dejado de prestar atención a los literalistas por
considerados un caso perdido, fuera del «Cuerpo de Cristo», y los de Occidente, tales
como Ptolomeo y Heracleón, que seguían luchando por la unión del cristianismo.
Citando a Jesús (¡que a su vez cita a Platón!), argüían que «muchos son llamados,
mas pocos escogidos», y explicaban que la mayoría que no tenía la gnosis eran
«llamados», mientras que los gnósticos eran escogidos para que pudieran enseñar a
los muchos y llevarlos a la gnosis. Ptolomeo proclamaba que Cristo unía dentro de la
Iglesia a los cristianos «espirituales» y los «no espirituales» para que al final todos
pudieran ser espirituales. Elaine Pagels explica:

Mientras tanto, ambas categorías pertenecían a una Iglesia única; ambas eran bautizadas; ambas
participaban en la celebración de la misa; ambas hacían la misma confesión. Lo que las diferenciaba era el
nivel de su entendimiento. Los cristianos no iniciados adoraban equivocadamente al creador, como si fuera
Dios; creían en Cristo como aquel que los salvaría del pecado y que había resucitado corporalmente de
entre los muertos: lo aceptaban como acto de fe, pero sin comprender el misterio de su naturaleza […] ni
de la suya propia. Pero aquellos que habían recibido la gnosis reconocían a Cristo como aquel que había
sido enviado por el Padre de la Verdad, cuya venida les revelaba que su propia naturaleza era idéntica a la
suya y a la de Dios.

Los valentinianos incluso reconocían que los obispos literalistas, al igual que Jehová
el demiurgo, podían ejercer legítimamente la autoridad sobre los cristianos psíquicos.
Pero las exigencias, las advertencias y las amenazas de los obispos, como las del
propio Jehová, no significaban nada para los cristianos iniciados en los misterios
interiores que habían sido redimidos y liberados por medio de la experiencia mística
de la gnosis.

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AUSENCIA DE ORTODOXIA

La imagen tradicional de los gnósticos que se ha procurado fomentar es la de un


grupo pequeño de extremistas chiflados situados en la periferia del cristianismo
literalista ortodoxo con el que estaba de acuerdo la inmensa mayoría de los cristianos.
Pero esto es sencillamente propaganda antignóstica. En realidad, como escribe
Gibbon en Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, los gnósticos
«cubrían Asia y Egipto, se establecieron en Roma, y a veces penetraron en las
provincias de Occidente». En los primeros siglos de nuestra era no existía realmente
nada que pudiera llamarse «la Iglesia», sino sólo facciones rivales, una de las cuales
eran los literalistas.
Tanto Justino Mártir, literalista, como Marción, gnóstico intransigente, y Valentín,
que trataba de poner fin a la división entre gnósticos y literalistas, eran importantes
maestros cristianos que se hallaban en Roma exactamente en la misma época. Esto da
una idea de la diversidad que existía entre los cristianos a mediados del siglo II.
Aunque a Justino Mártir se le recordaría como gran héroe cristiano mientras que a los
otros dos se les descartaría por considerarlos herejes de poca importancia, Valentín y
Marción fueron en vida mucho más influyentes que Justino. Ambos inspiraron
movimientos cristianos que llevaban su nombre y florecieron durante siglos.
La verdad es que los gnósticos fueron los grandes intelectuales de los primeros
tiempos del cristianismo y se ganaron el respeto de un gran número de cristianos
hasta que el gnosticismo fue suprimido de forma violenta en los siglos IV y V.
Valentín, por ejemplo, era un filósofo y poeta alejandrino cultísimo al que eligieron
obispo de Egipto. Fue una fuerza importante en el primitivo cristianismo, e Ireneo
deplora que muchos obispos, diáconos, viudas y mártires de la comunidad literalista
quisieran iniciarse en el cristianismo valentiniano. Hasta el intolerante Tertuliano
reconocía que Valentín era un «hombre capaz, tanto en inteligencia como en
elocuencia». Asimismo, el literalista san Jerónimo admite que Marción era un
«verdadero sabio». En cambio, Justino Mártir, el héroe del literalismo, ansiaba que lo
considerasen un gran filósofo, pero le habían negado la entrada en las escuelas de
filosofía pitagórica y platónica por su desconocimiento de las matemáticas. No se
hizo cristiano hasta después de que dichas escuelas lo rechazaran.
Los sabios gnósticos escribieron un gran número de evangelios y tratados

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espirituales, entre ellos, por supuesto, la versión original de la historia de Jesús que se
convirtió en el Evangelio de Marcos. También escribieron los primeros comentarios
de los evangelios. Basílides tenía fama de haber escrito veinticuatro libros de
comentarios, aunque sin referirse de forma específica a los evangelios que más
adelante se considerarían canónicos. También se decía de él que había escrito un
evangelio ¡y un libro de enseñanzas hindúes! Tanto a Ptolomeo como a Heracleón
(c. 170) se les atribuye la autoría de un comentario del Evangelio de Juan, lo cual
significa que el primer comentario de un libro del Nuevo Testamento también fue
obra de un gnóstico.
Los literalistas, en comparación, produjeron pocas cosas de verdadera
importancia y se concentraron en las polémicas contra los herejes. Estas obras contra
los gnósticos no empezaron a escribirse hasta alrededor de mediados del siglo n,
momento en que el literalismo empezó a aparecer como fuerza por derecho propio.
Según Eusebio, el propagandista de la Iglesia del siglo IV, el primero en escribir
contra las herejías fue un tal Agripa Cástor (c. 135). Se sabe que Justino Mártir
(c. 150) también redactó una obra contra las herejías. Sin embargo, ninguno de estos
escritos ha llegado hasta nosotros. Algunos estudiosos han conjeturado que esto es
debido a que ellos mismos eran demasiado «heterodoxos» a ojos de los posteriores
cristianos ortodoxos. No se conserva ninguna refutación de los herejes anterior a la
obra que escribió Ireneo a finales del siglo n. Todas las refutaciones subsiguientes se
basaban más o menos en Ireneo y con frecuencia se limitaban a copiar sus
comentarios y prejuicios.
Pero estos documentos contra los herejes no son las afirmaciones definitivas del
cristianismo «ortodoxo». En los primeros siglos de nuestra era sencillamente no
encontramos ninguna «ortodoxia» tal como la entendemos hoy. El literalismo sólo
puede considerarse «ortodoxo» en retrospectiva, porque los literalistas acabaron
controlando la Iglesia en siglos posteriores. En los primeros siglos, diferentes
facciones ejercieron mayor o menor poder en diferentes momentos e incluso los
cristianos «ortodoxos» más fanáticos podían acabar convertidos en «herejes».
En el primer cuarto del siglo III el literalista Hipólito puso objeciones a la política
que proponía en Roma un maestro gnóstico y exesclavo llamado Calixto. Éste quería
que los cristianos reconociesen los matrimonios entre creyentes y sus propios
esclavos y extendieran el perdón de los pecados a las transgresiones sexuales.
Hipólito calumnió a Calixto llamándole delincuente común, pero la mayoría de los
cristianos de Roma le respetaban como maestro que había sido encarcelado y
torturado, y le eligió obispo. Hipólito, el archiperseguidor de herejías, se encontró
ahora convertido en «hereje» de la Iglesia de Roma, por cuya autoridad tanto había
trabajado.
De hecho, algunos de los más grandes portavoces del literalismo se pasaron al
gnosticismo al final de su vida, entre ellos Taciano, protegido de Justino Mártir, ¡e
incluso el fanático perseguidor de herejías Tertuliano! Éste se unió a un grupo de

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gnósticos inspirado por Montano, ¡que antes había sido sacerdote de los misterios del
dios hombre pagano Atis! Con la misma malevolencia con la que antes había atacado
a los herejes, Tertuliano condenó ahora a la Iglesia «ortodoxa» por ser una Iglesia de
meros cristianos psíquicos, una organización de «un número de obispos» en lugar de
«una Iglesia espiritual para el pueblo espiritual». Resulta especialmente irónico, si
tenemos en cuenta la anterior misoginia de Tertuliano, que los montanistas fueran
famosos ¡por sus sacerdotisas extáticas! Una autoridad de hoy escribe: «Si Montano
hubiese triunfado, la doctrina cristiana se hubiera formulado bajo la supervisión de
mujeres alocadas y excitables». Más adelante, Tertuliano se separó de los montanistas
y fundó su propia secta cristiana: ¡los tertulianistas!
No es extraño que la historia tradicional del cristianismo pase por alto la
conversión de Tertuliano al gnosticismo. Sus escritos contra los gnósticos, en cambio,
se copiaron incesantemente y pasaron a ser textos clásicos que la Iglesia literalista
utilizó en su lucha contra todas las demás formas de cristianismo.
El concepto de la «ortodoxia» hace pensar que hubo siempre una perspectiva que
la mayoría de los cristianos tenían en común, pero no hay ninguna prueba de que
realmente fuera así. No existió nada que pudiera denominarse «ortodoxia» hasta que
el Imperio romano adoptó el cristianismo literalista como religión del Estado. Sólo
entonces adquirió la facción literalista el poder que le permitía imponer su
perspectiva particular. Pero a pesar de ello, el gnosticismo continuó floreciendo
durante siglos. Lo que se consideraba «ortodoxo» nunca reflejó las opiniones
mayoritarias de los cristianos practicantes. Siempre reflejó los puntos de vista de los
poderosos obispos.

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CRISTIANISMO y JUDAÍSMO

Como hemos visto, los cristianos estuvieron divididos desde el principio en lo que
se refiere al controvertido asunto de su relación con el judaísmo tradicional. A
mediados del siglo II la mayoría de los cristianos ya la formaban gentiles en vez de
judíos, y habían rechazado la circuncisión y todas las demás prescripciones y
proscripciones que dictara Moisés. Pero la controversia seguía muy viva.
La mayoría de los gnósticos quería rechazar por completo el dios judío Jehová en
favor de una concepción más mística de Dios como unicidad suprema, idéntica al
dios de Platón y los misterios paganos. El influyente maestro gnóstico Marción abogó
por la separación total del cristianismo y el judaísmo. Produjo un texto titulado
Antítesis, en el cual yuxtaponía citas del Antiguo y del Nuevo Testamento para
demostrar cómo se contradecían mutuamente. Marción opinaba que Jehová era un
«bárbaro comprometido» y que el Nuevo Testamento no era más que un catálogo de
sus crímenes contra la humanidad. El cristianismo era una nueva revelación del buen
Dios, una doctrina universal que no tenía nada que ver con el credo imperfecto de una
pequeña nación.
La mayoría de los literalistas también rechazaba las tradiciones del judaísmo. En
efecto, Justino Mártir ve con buenos ojos que muchos literalistas ni tan sólo quisieran
hablar con sus correligionarios que seguían la ley de Moisés, puesto que creían que
tales cristianos no gozarían de la salvación eterna. Sin embargo, los literalistas eran
partidarios de conservar el Antiguo Testamento porque relataba una «historia» divina
que confirmaba su opinión de que el Nuevo Testamento se basaba también en hechos
en vez de mitos. También podía usarse, a menudo de la forma más ridícula, como
fuente de «profecías» sobre la venida de Jesús que, a juicio de los literalistas,
demostraban la veracidad de su perspectiva. Tener una tradición antigua daba
prestigio, por lo que conservar el Antiguo Testamento también permitía afirmar,
como Tertuliano, que el cristianismo «se apoya sobre los antiquísimos libros de los
judíos» y que éstos son mucho más antiguos que cualquier libro, ciudad, culto o raza
del mundo pagano.
Los cristianos literalistas querían las Escrituras judías, pero no el judaísmo. Por
tanto, proclamaron que al rechazar los judíos al salvador que les enviara Dios, habían
perdido el derecho a su propia herencia cultural, que ahora pertenecía legítima y

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exclusivamente a los cristianos. Por primera vez se dio a estos textos judíos el
nombre de «Antiguo» Testamento, que anunciaba el «Nuevo» Testamento de los
cristianos. Incluso se modificó el orden de las escrituras del Antiguo Testamento para
que terminasen con una profecía que parecía llevar sin complicaciones a su aparente
cumplimiento en los evangelios.
A medida que el cristianismo literalista fue romanizándose, la culpa de la muerte
de Jesús dejó de imputarse al gobernador romano Pilato para achacada a la nación
judía en su conjunto. En el Evangelio de Mateola muchedumbre judía que exige que
Jesús sea ejecutado grita: «¡su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!». Una
autoridad moderna escribe:

El legado de estas palabras ha sido terrible. Se han citado para justificar la persecución por parte de los
cristianos que durante siglos padecieron los judíos. Es significativo que hasta el reciente Concilio Vaticano
no se haya hecho una declaración formal exonerando a las posteriores generaciones de judíos de la
responsabilidad del asesinato de Cristo.

A partir del siglo II los cristianos literalistas escribieron numerosos libelos largos e
insultantes contra los judíos. El obispo Melitón de Sardes (c. 170) los denunció por
«asesinos de Dios», criminales que habían inventado «un tipo de crimen totalmente
nuevo». Se creía que la devastación que la nación judía había sufrido a manos del
Imperio romano era la justa venganza de Dios. Los judíos se habían buscado sus
propios sufrimientos.
La circuncisión, que los adversarios de Pablo habían considerado requisito previo
para ser un verdadero cristiano, pasó a ser la señal de haber participado en el
sangriento asesinato del Señor. En su devastador ataque contra los judíos, Justino
Mártir escribe:

Porque la circuncisión de acuerdo con la carne os fue dada por Abraham como señal para que pudierais
distinguiros de otras naciones y de nosotros, y para que sólo vosotros sufrierais lo que justamente sufrís
ahora; para que fuerais desolados, y vuestras ciudades quemadas, y los extraños comieran los frutos de
vuestra tierra antes que vosotros, y ni uno solo de vosotros pusiera los pies en Jerusalén. Por tanto, estas
cosas han caído con justicia sobre vosotros, porque vosotros ejecutasteis al justo, y antes que a él a sus
profetas, y ahora tratáis alevosamente a quienes depositan su esperanza en él, y a quien lo envió, Dios
Todopoderoso, el Creador de todas las cosas.

Al tiempo que los judíos eran denigrados de forma creciente, se inventaron versiones
que presentaban a Poncio Pilato como un hombre justo y santo, ¡incluso cristiano!
¡En el siglo IV tanto Pilato como su esposa ya eran venerados como santos! Es un
ejemplo de lo absurda y contradictoria que es realmente la historia del cristianismo
primitivo.

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LA CREACIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

Para arrebatarles el cristianismo a los gnósticos y edificar una religión centralizada


que se basara en dogmas comunes, los obispos literalistas necesitaban contrarrestar la
influencia del gran número de evangelios gnósticos que circulaban en aquel tiempo.
Así pues, se propusieron crear un canon limitado de escrituras que pudieran aceptarse
como exposición definitiva del cristianismo, a la vez que se rechazaban todos los
demás textos por espurios y heréticos. Se utilizó como base el Antiguo Testamento
tomado de los judíos. Sin embargo, la selección de los otros textos que debían
incluirse planteaba un problema. Para entonces las diferentes comunidades cristianas
ya habían adoptado diversos textos que consideraban sagrados y todas argüían que su
propia selección de evangelios, epístolas y leyendas debía constituir el canon. La
discusión duró desde finales del siglo II hasta el siglo IV y más allá. Es un hecho
notable que si bien casi todas las formas modernas de cristianismo no ponen en tela
de juicio los textos incluidos en el Nuevo Testamento, en los primeros cuatro siglos
¡todos los documentos fueron tachados de heréticos o falsos en un momento u otro!
Se supone que el primer intento de formular un canon cristiano lo hizo Papías de
Hierápolis hacia el año 110. Se trata de una figura vaga sobre la que en realidad poco
puede decirse, aunque es interesante observar que dice que el Evangelio de Mateo es
una colección de «oráculos», lo cual hace pensar que el texto que tenía ante sí era
significativamente distinto del que ha llegado hasta nosotros. Es claro que no había
ningún Nuevo Testamento en tiempos de Justino Mártir (c. 150). Las «memorias de
los apóstoles», a las que se refiere Justino, distan mucho de ser lo mismo que los
cuatro evangelios canónicos. En todas sus obras nunca menciona a Mateo, Marcos,
Lucas o Juan. Taciano (c. 170) intentó sintetizar los evangelios en uno solo para
disimular las contradicciones que hay entre ellos, pero su intento no gozó de la
aceptación general de la comunidad cristiana. A finales del siglo II Ireneo trató de
canonizar los cuatro evangelios que tenemos hoy utilizando como criterio de
autenticidad la afirmación de que cada uno de ellos se derivaba de un discípulo de
Jesús, ¡lo cual resulta irónico, toda vez que Marcos y Lucas ni siquiera pretenden ser
testigos oculares de los acontecimientos que describen!
Se excluyeron del Nuevo Testamento algunos de los textos cristianos más
antiguos y más citados, tales como el Evangelio de Tomás, el Pastor de Hermas y el

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Evangelio de los hebreos, porque en ninguno de ellos se hacía referencia al relato casi
histórico de Jesús. El Evangelio de Tomás pretende ser una colección de «dichos
secretos» de Jesús, según dejó constancia de ellos Tomás, su «hermano gemelo». El
Pastor de Hermas, que era popularísimo entre los primitivos cristianos, es una
refundición apenas disimulada de un texto pagano en el cual Hermas se encuentra con
una sacerdotisa oracular pagana disfrazada de encarnación de «la iglesia». Comenta
una autoridad moderna, aunque hoy no se le hace caso, que el autor de esta obra es en
realidad «el primitivo cristiano al que mejor conocemos después de san Pablo». El
Evangelio de los hebreos es el que con más frecuencia se menciona por su nombre en
la Iglesia primitiva. Sin embargo, es fácil ver por qué, a pesar de su popularidad en
los primeros tiempos, tampoco se incluyó en el Nuevo Testamento. Entre otras
herejías cuenta que Jesús estuvo en el vientre de su madre durante sólo siete meses:
¡extraña afirmación que, como hemos visto, se hizo también en relación con el dios
hombre pagano Dioniso!
Muchas obras gnósticas como, por ejemplo, los Hechos de Tomás, eran
demasiado populares para rechazadas sin más, de modo que se suprimió la parte
herética de su contenido para que se ajustasen a los criterios literalistas. Como escribe
un estudioso:

Los obispos y maestros católicos no conocían mejor forma para detener esta avalancha de escritos
gnósticos, así como su influencia entre los fieles, que adoptar en conjunto las narraciones más populares de
los libros heréticos, y tras eliminar cuidadosamente el veneno de la falsa doctrina, volver a ponerlas, en
esta versión purificada, en las manos del pueblo.

Bien puede ser que los Hechos de los Apóstoles fuera una de estas adaptaciones de
textos que antes eran gnósticos. En las postrimerías del siglo II Ireneo y Tertuliano los
consideraban Sagradas Escrituras, pero sólo una generación antes, Justino Mártir ni
siquiera había oído hablar de ellos. Los Hechos de los Apóstoles tal como los
conocemos se inventaron justo a tiempo para utilizarlos como instrumento poderoso
contra el gnosticismo, toda vez que confirman la autenticidad histórica de los
discípulos y legitiman a los obispos como descendientes de los mismos. También
presentan a Pablo como apóstol del literalismo y le hacen reconocer claramente la
primacía de Pedro y los demás apóstoles. Huelga decir que los Hechos de los
Apóstoles fueron rechazados por los gnósticos, que señalaron que el Pablo de las
epístolas era obviamente incompatible con el Pablo de los Hechos.

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SANGRE GLORIOSA

El conflicto entre literalistas y gnósticos alcanzó un punto crítico a causa de la


persecución romana contra el cristianismo, que produjo reacciones muy diferentes
por parte de gnósticos y literalistas.
A ojos de los literalistas Jesús había sido un mártir y, por tanto, encontrar la
muerte era señal de que se seguían gloriosamente sus pasos. Cipriano (muerto en 258
d. n. e.) describe de forma vívida la alegría que siente el Señor ante el «espectáculo
sublime, grande y aceptable» de «la sangre gloriosa que corre y apaga las llamas y las
hogueras del infierno». Los mártires literalistas eran idealizados como atletas
espirituales y guerreros santos de forma muy parecida a lo que se hace hoy con los
extremistas musulmanes. Sufrir martirio era tener garantizado un lugar en el cielo. Al
ver que se les ofrecía este premio, muchos literalistas buscaban activamente la
muerte. Creían que «mediante el sufrimiento de una hora compran para sí mismos la
vida eterna». Tertuliano declara que desea sufrir «para poder obtener de Dios el
perdón total», dando a cambio su sangre.
En muchos aspectos estos fanáticos, que forman pequeños grupos en la periferia
de la sociedad, se parecen a los cultos religiosos modernos que también ofrecen a sus
adeptos recompensas celestiales por buscar voluntariamente la muerte mediante el
suicidio en masa, aunque llama la atención que Tertuliano e Ireneo, dos de los
entusiastas del glorioso martirio que más se hacen oír, ¡logren evitar esta suerte
aparentemente deseable!
Los gnósticos, en cambio, opinaban que la idea de que el martirio garantizaba la
salvación era fruto de una interpretación totalmente errónea del cristianismo. Creían
que había que aceptar el destino que señalara Dios, incluso si era morir como mártir,
pero que era ridículo e ilusorio buscar activamente el martirio como forma rápida de
alcanzar el cielo. La iluminación espiritual tenía que encontrarse por medio de la
realización mística de la Gnosis en lugar de recurrir a grandes gestos.
Un texto gnóstico llamado el Testimonio de la verdad declara que los entusiastas
del martirio son los «necios» que sencillamente dicen las palabras: «Somos
cristianos», pero no saben «quién es Cristo». Son «mártires vacíos, ya que sólo dan
testimonio de sí mismos». La suya será sólo una «muerte humana» y no los llevará a
la salvación que esperan, porque «estas cuestiones no se resuelven así», y «no tienen

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la Palabra que da vida». Los que predican que Dios desea «sacrificios humanos»
hacen de Dios un caníbal. Estos cristianos literalistas son «los que oprimen a sus
hermanos» al alentar a los demás creyentes ingenuos a entregarse «al verdugo» con la
ilusión de que si «se mantienen leales al nombre de un muerto, se harán puros». El
autor del Apocalipsis de Pedro se muestra especialmente horrorizado ante las
exclamaciones de gozo que profieren los literalistas al ver los actos de violencia que
se infligen a los «pequeños».
Clemente de Alejandría es más comprensivo cuando habla de los que buscan el
martirio; dice que son como niños que «aún no se han convertido en hombres
enamorados de Dios, como es el gnóstico» y explica:

Nadie, pues, que sea irracionalmente valeroso es un gnóstico; dado que podríamos llamar valerosos a los
niños que por ignorancia de lo que es temible sufren cosas que son horrendas. Así que hasta tocan el
fuego. Ya las bestias salvajes que se abalanzan sobre las puntas de las lanzas, poseedoras de un valor bruto,
cabría llamarlas valerosas. Y tales personas quizá llamarían valientes a los malabaristas, que se arrojan
sobre espadas con cierta destreza, practicando un arte peligroso por una mísera ganancia. Pero el que es
verdaderamente valeroso, con el peligro que nace de la hostilidad de las multitudes ante sus ojos, espera
valerosamente lo que venga. De esta manera se distingue de otros a los que llaman mártires, dado que
algunos buscan las ocasiones para sí mismos, y se lanzan al corazón de los peligros. Porque algunos sufren
el amor a la gloria, y otros el miedo a algún otro castigo más doloroso, y otros en atas de los placeres y los
deleites de después de la muerte, siendo niños en la fe, bienaventurados en verdad, pero aún no se han
convertido en hombres enamorados de Dios, como es el gnóstico. Porque hay, como en las competiciones
gimnásticas, así también en la iglesia, coronas para hombres y para niños.

Los gnósticos no creían que Jesús muriese literalmente como mártir, sino que su
muerte simbolizaba una profunda verdad mística. Imitar a Jesús no era buscar el
martirio, sino morir para el propio yo inferior y resucitar como el Cristo de dentro.
A juicio de los literalistas, estas actitudes gnósticas hacían que los sufrimientos de
los mártires pareciesen fútiles. El autor de una epístola atribuida a Ignacio escribe con
indignación: «Mas si, como dicen algunos […] su sufrimiento [de Jesús] fue sólo una
apariencia, entonces ¿por qué estoy prisionero y por qué ansío luchar con las bestias
salvajes? En ese caso, muero en vano».
En opinión de los literalistas, los gnósticos eran traidores porque ofrecían una
justificación teológica de la cobardía y debilitaban así sus intentos de unir a la Iglesia
ante la opresión. Los gnósticos, en cambio, pensaban que los literalistas eran
extremistas fanáticos que con sus falsas promesas llevaban a los crédulos a un
sufrimiento inútil.

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LOS ROMANOS Y LAS PERSECUCIONES

La historia tradicional de la persecución del cristianismo dice que el Imperio


romano sentía un odio especial contra la nueva religión, pero no era así. Roma se
purgaba constantemente de místicos, filósofos y cultos religiosos que consideraba una
amenaza para su estabilidad. Los romanos tenían una relación de amor y odio con los
misterios, de los cuales el culto cristiano era sólo un ejemplo más. Les atraían la
espiritualidad exótica y la profunda filosofía de aquellos cultos extranjeros, pero
también les aterrorizaba el desafío radical que representaban para la autoridad política
de Roma. Los seguidores de los misterios de Dioniso, por ejemplo, como más
adelante les ocurriría a los seguidores de los misterios de Jesús, fueron acusados de
conspirar para derrocar el Estado. Los misterios de Dioniso ya estaban prohibidos en
Roma desde 186 a. n. e. y se habían destruido los santuarios en toda Italia. Gran
número de iniciados fueron ejecutados, en ocasiones muchos miles a la vez.
De hecho, en diversas ocasiones durante los primeros siglos, filosofar se
consideraba delito en Roma. Hasta el gran filósofo estoico Epicteto fue desterrado,
junto con otros muchos filósofos en número incontable. Al igual que ocurriría más
adelante con los mártires cristianos, muchos filósofos eran condenados a muerte por
negarse a resolver sus discrepancias con las tiránicas autoridades romanas. Un texto
titulado Hechos de los Mártires Paganos glorifica el valor y la integridad de estos
iniciados que sufrieron persecución. Consta que hubo filósofos que fueron a la
hoguera «riéndose de la súbita caída de los destinos humanos» y que murieron «sin
cambiar de actitud entre las llamas».
Según la historia tradicional del cristianismo, numerosos cristianos sufrieron
persecuciones horribles por parte de los romanos desde el primer momento. En
realidad, no se persiguió legalmente a los cristianos hasta mediados del siglo III. Las
anteriores persecuciones habían ido dirigidas contra individuos solamente, o se
habían limitado a una ciudad determinada. No se veía a los cristianos como una
amenaza especial y, por tanto, tampoco se les oprimía de forma especial. En el
siglo II, el emperador Trajano escribió a uno de sus gobernadores para decide que
debía darse a los cristianos un juicio apropiado y que los jueces no debían conceder
importancia a los ataques anónimos. «No había que buscar» a los cristianos, y los
acusadores tenían que pagar siempre las costas de los procesos.

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Pero en el año 250 d. n. e. la peste se extendió por el mundo antiguo y diezmó
poblaciones enteras. El Imperio estaba al borde del derrumbamiento y el culto
cristiano se convirtió en el chivo expiatorio de las desgracias de los romanos. El
emperador Decio ordenó a los cristianos que ofrecieran a los dioses sacrificios de
animales por la salud y el bienestar del Imperio, e instigó la primera persecución
general contra los que se negaron a obedecer. Duró sólo un año, pero se repitió con
Valeriano en 257-259 y de nuevo con Diocleciano entre 303-305. En toda su historia,
por tanto, el cristianismo fue perseguido de forma oficial durante cinco años en total.
Ahora sabemos que los propagandistas cristianos exageraron de modo disparatado
la escala de estas persecuciones, incluso de la llamada «Gran Persecución» de
Diocleciano. A mediados del siglo III Orígenes escribe que los «pocos» cristianos que
habían muerto por su fe eran «fáciles de contar». Durante las persecuciones de la
época de Decio, en la enorme ciudad de Alejandría ¡sólo diez hombres y siete
mujeres sufrieron por ser cristianos!
En realidad, con frecuencia los gobernadores romanos no mostraban ningún deseo
de hacer daño deliberadamente a los cristianos. Si éstos no querían participar en los
rituales obligatorios del Imperio, se les ofrecía una solución intermedia. Por ejemplo,
si se negaban a comer carne que fuera producto de un sacrificio, ¿no podían ofrecer
incienso? Un gobernador pregunta en tono de súplica a un aspirante a mártir:
«¿Quieres esperar unos cuantos días para pensártelo? ¿No ves qué tiempo tan
agradable tenemos? Si te matas, te privarás de todos los placeres».
Resulta irónico, pero a menudo eran los propios cristianos quienes buscaban el
martirio. Un grupo de ellos se dirigió al gobernador de Asia y le rogó que los
ejecutase, ¡pero el gobernador se negó y les dijo que eran libres de tirarse por un
acantilado o ahorcarse si tantas ganas tenían de morir!
El emperador y filósofo estoico Marco Aurelio pensaba lo mismo que los
gnósticos, a saber: que estos deseos de ofrecerse voluntariamente para el martirio
eran gestos vacíos más que ejemplos de personas iluminadas que aceptaban su
destino; y escribe:

La disposición a morir debe ser fruto del juicio propio del hombre y no de la mera obstinación como en el
caso de los cristianos: debe llegar después de la debida consideración y persuadir a otros de que la muerte
no es horrible, en vez de ir acompañada de estas trágicas demostraciones.

En realidad, algunos emperadores romanos simpatizaban con el cristianismo y


pensaban que era otra interesante y exótica religión mistérica. Se dice incluso que
Alejandro Severo (c. 230) tenía una estatua de Cristo al lado de las de otros dioses
hombre de los misterios paganos que había en su capilla privada. Su madre protegía
al filósofo cristiano Orígenes, así como a famosos filósofos paganos.

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LA PROPAGACIÓN DEL CRISTIANISMO

A pesar de lo que afirma la tradición, no hay ninguna prueba de que las


persecuciones que desencadenaron los romanos causasen un incremento significativo
del número de cristianos. El cristianismo no despegó realmente hasta que lo adoptó el
emperador Constantino, momento en que el martirio dejó de ser una opción porque
los cristianos pasaron a ser un grupo favorecido y protegido.
Suele decirse que el cristianismo se propagó con rapidez, en especial entre los
pobres y los desposeídos, hasta convertirse en la fuerza dominante en el mundo
antiguo, mientras esperaba el momento de ocupar el lugar que le estaba destinado
como la religión del Imperio romano. Pero esta idea es pura fantasía, y el primero en
cultivarla fue Tertuliano (c. 200), que hace una afirmación escandalosa: «Casi todos
los ciudadanos de casi todas las ciudades son cristianos». Los estudiosos reconocen
ahora que es una exageración absurda. Orígenes (c. 240), que es más digno de
confianza, admite que en realidad los cristianos constituían sólo una minúscula
fracción de los habitantes del mundo antiguo.
Es muy difícil contestar a la pregunta de cuántos cristianos había en los primeros
siglos. Antes del año 250, en las inscripciones y los textos paganos prácticamente no
hay ninguna referencia a los cristianos. Tampoco se les menciona en las dos historias
más importantes que se escribieron a comienzos del siglo III. Tenemos sólo una
estadística real cuya fuente es Eusebio, el «historiador» cristiano del siglo IV, que es
muy poco de fiar. Eusebio nos dice que en 251 la manutención de «más de mil
quinientas viudas y pobres» corría a cargo de los cristianos de Roma, entre los que
había 154 ministros de diversos rangos (¡52 de ellos eran exorcistas!). Los estudiosos
calculan que en 250 los cristianos representaban alrededor del dos por ciento de la
población del Imperio. Puede que después de este período la cifra aumentara hasta
situarse en un 4-5% de la población. Sin embargo, incluso en el siglo IV Eusebio
conoce la existencia de sólo tres pequeños municipios cristianos en toda la Tierra
Santa.
El crecimiento de la popularidad del cristianismo en los tres primeros siglos de
nuestra era no fue un fenómeno único, sino que formaba parte de un aumento general
de la popularidad de los misterios en todo el mundo antiguo. Al entrar en el nuevo
milenio, el escepticismo en materia de religión era muy grande en el Imperio romano.

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Gibbon comenta: «Todos los dioses eran igualmente verdaderos a ojos de los
filósofos, igualmente falsos a ojos de los políticos e igualmente útiles a ojos de los
magistrados». Pero Plutarco nos dice que los oráculos que habían caído en
decadencia cuando él era joven volvían a florecer a comienzos del siglo II. Durante
este siglo se reinstauraron en Atenas las ceremonias de Dioniso, que se habían
perdido por completo, y el número de personas que acudía a Eleusis para iniciarse
creció de forma considerable. Los misterios de Mitra también se hicieron
enormemente populares en todo el Imperio.

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REACCIONES PAGANAS ANTE EL CRISTIANISMO

El cristianismo era otro culto mistérico que iba ganando terreno al lado de muchos
otros cultos del mismo tipo. Sin embargo, llamaba la atención de los intelectuales
paganos, cuyas reacciones a esta nueva religión se parecían a las que los numerosos
cultos marginales de hoy provocan en la sociedad en general. Cuando el cristianismo
se hizo tan popular que sencillamente era imposible cerrar los ojos ante él, sus
pretensiones de originalidad fueron objeto de burlas (justificadas) y se acusó a sus
líderes de manipular a los crédulos para forrarse y alimentar su propio ego.
Tácito y Plinio (c. 112), los primeros autores paganos que prestaron atención al
cristianismo, opinaban que los cristianos no eran más que fanáticos supersticiosos y
propensos a un entusiasmo excesivamente emocional. Celso (c. 170) dijo de ellos que
eran «gente que se ha aislado voluntariamente del resto de la civilización» al afirmar
que su fe es única y contraria al paganismo antiguo. A su modo de ver, los cristianos
son irracionales, porque «no quieren dar ni recibir una razón para lo que creen», sino
más bien convertir a los demás diciéndoles «que no hagan preguntas, sino que tengan
fe». Celso escribe:

La religión echa raíces en las clases bajas y continúa propagándose entre el vulgo: más aún, incluso puede
decirse que se propaga debido a su vulgaridad, y al analfabetismo de sus adeptos. Y si bien hay unas
cuantas personas moderadas, razonables e inteligentes que se inclinan a interpretar alegóricamente sus
creencias, lo cierto es que prospera en su forma más pura entre los ignorantes.

Su amigo el satírico Luciano se burló del cristianismo diciendo que no era más que
un timo con el que se pretendía sacarles dinero a los crédulos: «Si un tramposo
profesional que sabe cómo sacar provecho de una situación se mezcla con ellos, se
hace millonario de la noche a la mañana, riéndose para sus adentros de los
simplones».
El filósofo cristiano Orígenes, a mediados del siglo III, también se muestra poco
halagador con la comunidad cristiana y dice que la integraban ¡hombres preocupados
por cómo ganar dinero y mujeres que chismorreaban en voz tan alta que no podía
oírse nada! Orígenes reconoce con tristeza que al convertirse el cristianismo en una
religión oficial, también se corrompió:

Admito que en la actualidad, cuando debido a la multitud de gente que acude a la fe, incluso hombres ricos

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y personas que ocupan puestos de honor, y damas refinadas y de alta alcurnia miran con buenos ojos a los
adeptos de la fe, quizá me aventuraría a decir que algunos se convierten en líderes de la enseñanza
cristiana en busca de un poco de prestigio.

A mediados del siglo III una mujer rica que se llamaba Lucilla ¡llegó a pagar para que
nombrasen a su sirviente Majorinus obispo de Cartago! Según dicen, Pablo de
Samosata, obispo de Antioquía en 260, comprobó que servir a la Iglesia era una
profesión muy lucrativa. Arrancaba frecuentes aportaciones a los ricos que había
entre sus fieles, gran parte de las cuales iba a parar a sus propios bolsillos y servía
para costear su lujoso tren de vida.
En 270 el filósofo pagano Porfirio escribió la crítica más demoledora del
cristianismo. Consta de quince volúmenes y demuestra que en los evangelios
cristianos abundan las contradicciones, las exageraciones, las imposibilidades y las
falsedades, y que no es posible que los inspirase el Dios verdadero. Porfirio se burla
de la creencia en la resurrección física y la tacha de materialista y absurda. Considera
una muestra de ignorancia y vulgaridad aseverar que el magnífico y hermoso cosmos
perecerá en un apocalipsis mientras que Dios conservará eternamente el
insignificante cuerpo físico de quien hace esta afirmación. Para Porfirio, prometer a
un criminal que será absuelto y entrará en el paraíso siempre y cuando sea bautizado
antes de morir debilita los fundamentos de una sociedad organizada compuesta por
seres humanos decentes. Pone reparos a las afirmaciones de los cristianos en el
sentido de que han descubierto el único camino para llegar a Dios, y, a cambio,
presenta el «camino universal» de la filosofía pagana. Incluye en sus libros un
oráculo de Apolo que alaba a Cristo, pero asevera que el culto cristiano es absurdo
porque Dios Encarnado es un mito. No es extraño, pues, que cuando el Imperio
romano se hizo cristiano las obras de Porfirio en seguida fueran prohibidas y
arrojadas al fuego.

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LA IGLESIA CATÓLICA ROMANA

Una de las grandes ironías de la historia es que el poderoso Imperio romano


finalmente abrazara el cristianismo, no sólo como un culto mistérico más, sino como
la única religión verdadera. Parece increíble que después de haber arrasado por
completo el estado de Israel, Roma acabara adoptando una religión cuyos textos
sagrados eran la historia judía, que se basaba en un profeta judío que, según se decía,
había sido ejecutado por un gobernador romano. ¿Cómo es posible que sucediera
esto? La historia tradicional, por supuesto, sugiere que sólo pudo deberse a que la
mano de Dios guió a la humanidad para que saliese de las tinieblas del paganismo.
Sin embargo, dejando a un lado la posibilidad de que el cristianismo sea la religión
preferida de Dios, su éxito obedece a otras razones.
El cristianismo no fue el único culto mistérico extranjero que adoptó el Imperio
romano. En 304, cuando sólo faltaban diecisiete años para que el cristianismo pasara
a ser la religión del estado, otro dios hombre que nació milagrosamente el 25 de
diciembre y cuyos devotos también celebraban un ágape simbólico de pan y vino fue
declarado «protector del Imperio»: el salvador persa Mitra. Los persas eran los
principales rivales y antiguos enemigos de los romanos, así que, de hecho, la
adopción de Mitra por parte de los romanos es todavía más asombrosa que su
adopción del salvador judío Jesús.
Los misterios de Mitra se propagaron con extrema rapidez por todo el Imperio
romano en el siglo I d. n. e. En el apogeo de su popularidad en el siglo III, el
mitraísmo se practicaba de un extremo a otro del Imperio; como dice una autoridad
de hoy: «De las orillas del mar Negro a las montañas de Escocia y las fronteras del
gran desierto del Sahara». Los monumentos mitraicos nos dicen con frecuencia que
tanto los esclavos como los hombres libres eran iniciados en los misterios y que a
menudo eran los primeros quienes alcanzaban los rangos más elevados; en el
mitraísmo los últimos fueron en verdad los primeros. A finales del siglo II el propio
emperador Cómodo fue iniciado en los misterios de Mitra, lo cual causó muchísimo
revuelo en el mundo romano y provocó un gran incremento de la popularidad del
culto. Después de Cómodo varios emperadores trataron de hacer del mitraísmo la
religión del Imperio.
Otros dirigentes romanos habían coqueteado más o menos con diversas religiones

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mistéricas. Marco Antonio había tomado por modelo a Dioniso. Claudio se había
inspirado en Atis. Vespasiano había rendido culto a Serapis. Domiciano honraba a
Osiris. Heliogábalo intentó imponer el culto monoteísta de Helios. Para combatir la
creciente fragmentación y apoyar su aspiración a «un Imperio, un emperador», los
emperadores romanos necesitaban «una fe», es decir, una religión universal o
«católica». Todos los cultos mistéricos fueron propuestos en diferentes momentos,
pero sin éxito.
En la primera mitad del siglo IV el emperador Constantino probó con el
cristianismo, que era ideal para cumplir aquella función. Los romanos necesitaban
una religión mistérica porque las religiones de este tipo siempre eran populares entre
el pueblo. Pero al frente de las religiones mistéricas había místicos y filósofos que
tenían la osadía de poner en tela de juicio y debilitar la autoridad del Estado. Pero el
cristianismo literalista era una religión mistérica que se había desembarazado de
todos sus molestos intelectuales. Era ya una religión autoritaria que alentaba a los
fieles a tener fe ciega en los que ocupaban puestos de poder. Era exactamente lo que
querían las autoridades romanas: una religión sin místicos, misterios exteriores sin
misterios interiores, forma sin contenido.
En 321 Constantino pasó a ser el primer emperador cristiano. Aunque su
motivación era claramente política en vez de espiritual, muchos años después afirmó
que su conversión se había producido por medio de una visión santa. En la víspera de
una batalla, él y «todas las tropas» habían visto un «signo de la cruz» en el cielo del
mediodía, con una inscripción que rezaba: «Con esta señal conquista». No era, con
todo, la conocida cruz cristiana, sino el símbolo pagano chi-rho (ver lámina).
Constantino se había acostado preguntándose cuál sería el significado de aquel signo
en el cielo, y en sueños había recibido la visita de Cristo, que portaba el mismo
símbolo y le ordenó que «usara su semblanza en sus encuentros con el enemigo».
Constantino hizo dibujar el emblema en los escudos de sus soldados, ganó la batalla
según lo prometido y se convirtió al cristianismo. Si hay que darle crédito, ¡parece
que Jesús, el «príncipe de la Paz», se ganó el Imperio más terrible del mundo antiguo
ofreciendo a su emperador un mágico talismán militar!
Constantino era, sobre todo, un pragmático. Su cristianismo sólo tenía
importancia cuando convenía por razones políticas. La inscripción en el monumento
que conmemoraba la victoria prometida en la visión no hacía ninguna referencia al
cristianismo y mostraba soldados romanos que recibían asistencia divina de los
habituales ayudantes celestiales. A pesar de su milagrosa conversión al cristianismo,
Constantino ordenó que pusieran su propia cabeza en la enorme estatua del dios sol
Helios en el foro de Roma e hizo acuñar monedas en las que aparecía al lado del dios.
Y todavía aceptaba el título de Pontifex Maximus, el sumo sacerdote del mundo
pagano… ¡como siguieron aceptándolo todos los emperadores cristianos hasta el año
382!
Como la mayoría de los emperadores romanos, Constantino era un hombre

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malévolo y despiadado. Hay constancia de que durante sus guerras en la Galia
(306-312): «Hasta los paganos se horrorizaron cuando arrojó a los reyes bárbaros a
las fieras, junto con sus seguidores, miles de ellos a la vez». Es evidente que
Constantino no se volvió más compasivo a raíz de su conversión al cristianismo. Casi
inmediatamente después de presidir el Concilio cristiano de Nicea en 325 hizo
asesinar tanto a su hijo Crispo como a su madrastra, Fausta. De hecho, aplazó
deliberadamente el momento de bautizarse hasta que estuvo en su lecho de muerte
para poder seguir pecando y, a pesar de ello, tener asegurada una vida celestial
después de morir. La reputación de Constantino era tal que ni siquiera la Iglesia
romana se sintió capaz de santificado.
La inspiración del cristianismo de Constantino fue su madre, Elena, que se había
hecho cristiana algún tiempo antes. Obligada a exiliarse al verse implicada en el
asesinato de la madrastra de Constantino, Elena hizo un viaje a Tierra Santa. Allí
encontró milagrosamente el sepulcro y la cueva donde nació Cristo, junto con los
restos de las tres cruces que se utilizaron para ejecutar a Jesús y a los dos ladrones en
el Gólgota. ¡Fue en verdad un milagro extraordinario, ya que miles de judíos habían
sido ejecutados en los trescientos años transcurridos desde que Jesús supuestamente
encontrara la muerte! Constantino erigió iglesias en estos lugares sagrados que se
habían descubierto de manera fortuita y que siguen venerándose como santos hoy en
día. ¡Se enviaron pedacitos de la santa cruz a todo el Imperio y la Iglesia católica
veneró a la madre de Constantino como «Santa Elena, Descubridora de la Cruz
Verdadera»! Constantino también levantó una basílica gigantesca en el lugar del
santuario que supuestamente señalaba la tumba de Pedro en Roma y más adelante
pasaría a ser el Vaticano, el motor intelectual del catolicismo romano.
Constantino encontró la comunidad cristiana profundamente dividida, como
siempre: no sólo entre literalistas y gnósticos, sino también en el seno de la propia
comunidad literalista. Se dice que en el Concilio de Nicea los cristianos presentaron
al emperador ¡numerosas peticiones contra otros cristianos! Constantino no sabía
nada de teología. De hecho, pronunciaba discursos que estaban muy cerca de la
herejía, lo cual resultaba violento para quienes los oían. Con todo, sabía que la unidad
era necesaria y, por tanto, la impuso.
En Nicea se instauró un credo que aún se repite en las iglesias de todo el mundo.
Los obispos que se negaron a aceptarlo fueron desterrados del Imperio como
criminales por decreto del propio emperador. Se invitó a los que se apuntaron a
permanecer en Nicea como huéspedes de Constantino para las celebraciones de su
vigésimo cumpleaños. Muchos obispos se apuntaron y luego se arrepintieron. Uno de
ellos escribió después a Constantino lamentando que: «Cometimos un acto impío, oh
Príncipe, al suscribir una blasfemia por temor a ti».
Después de Constantino, el Imperio romano siguió cristianizándose bajo
sucesivos emperadores romanos, que cada vez eran más intolerantes, aparte de un
breve período bajo Juliano (360-363), que trató de reinstaurar el paganismo. Juliano

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era un filósofo platónico famoso por su humildad que escribió un hermoso himno al
Dios único y que se había iniciado en los misterios de Mitra y Dioniso: Proclamó la
tolerancia de todas las religiones e incluso trató de reconstruir el templo judío de
Jerusalén, pero con gran alegría de la antisemita Iglesia cristiana, nunca lo consiguió.
El renacimiento del paganismo bajo Juliano fue efímero y después de él se reinstauró
el cristianismo, que se impuso de forma más vehemente todavía.
A pesar del credo de Nicea, la Iglesia cristiana siguió estando eternamente
dividida, embarcada en constantes luchas intestinas de carácter político apenas
disimuladas como debates teológicos. En el ambiente autoritario de la época, los
vencidos eran excomulgados a la vez que se anatematizaban sus puntos de vista. Sin
embargo, nadie estaba exento de peligro. La opinión que un día era «ortodoxa» podía
ser «herética» al día siguiente. En las postrimerías del siglo IV, Hilario, obispo de
Poitiers, escribió con desánimo:

Cada año, mejor dicho, cada luna hacemos credos nuevos para describir misterios invisibles. Nos
arrepentimos de lo que hemos hecho, defendemos a los que se arrepienten, anatematizamos a los que
defendemos. Condenamos o bien la doctrina de los demás en nosotros mismos, o la nuestra en la de los
demás; y despedazándonos recíprocamente, hemos sido la causa de nuestra mutua ruina.

¡A estas alturas, incluso los cristianos literalistas empezaban a ver la Iglesia romana
no como el cumplimiento del plan de Cristo, sino como la obra del «Anticristo»!

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LA FALSIFICACIÓN DE LA HISTORIA

La Iglesia romana necesitaba una historia de su fe que fuese apropiada, vilipendiara


a sus enemigos y celebrara su triunfo como señal del destino que le había señalado
Dios. Así pues, se suprimió rigurosamente la verdad sobre los orígenes del
cristianismo y se inventó una historia más aceptable. Fue un invento que la inmensa
mayoría de la gente de hoy sigue interpretando como la verdad.
Con regularidad y sin vergüenza los gnósticos creaban evangelios fantásticos.
Pero reconocían que se trataba de mitificaciones. Nunca pretendieron que sus obras,
uno de cuyos ejemplos es la historia de Jesús, fueran algo más que ficciones
alegóricas. Los literalistas, en cambio, intentaban que sus fantasías pasaran por
documentos históricos. Estas obras, que forman la base de la historia tradicional del
cristianismo, son falsificaciones descaradas.
En las postrimerías del siglo II se interpolaron las epístolas originales de Pablo al
tiempo que se inventaban otras para situar al apóstol entre los cristianos literalistas y
distanciado de los gnósticos. Como parte de la romanización general del cristianismo,
incluso se inventó una tradición según la cual Pablo había estado en estrecha
comunicación con el eminente estadista romano Séneca. Todavía se conservan
trescientos manuscritos que contienen ocho epístolas de Pablo y once de Séneca que
dan respuesta a ellas: todas son falsas, desde luego, ¡pero hasta el siglo XIX se creyó
que eran auténticas! En estas epístolas, ¡Séneca abraza el cristianismo y Pablo lo
nombra predicador oficial del evangelio en la corte imperial! En el siglo IV, Jerónimo
se basó en estas falsificaciones para incluir a Séneca en su lista de santos cristianos.
También se falsificaron epístolas a nombre de otros apóstoles que ahora aparecen
en el Nuevo Testamento y, por tanto, forman parte de las Sagradas Escrituras, aunque
en su momento fueron objeto de suspicacias. Hasta Eusebio, el portavoz de la
propaganda católica, tenía sus dudas sobre la autenticidad de las epístolas de
Santiago, Judas, Pedro y Juan, además de pensar que el Apocalipsis era totalmente
espurio. Hasta bien entrado el siglo V se siguió falsificando, adulterando y ampliando
epístolas que se atribuían a primitivos cristianos tales como Justino Mártir, Ignacio de
Antioquía y Clemente de Roma.
La traducción de obras al latín ofrecía oportunidades de tergiversar el texto con el
fin de que enseñanzas como, por ejemplo, las del filósofo cristiano Orígenes

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concordaran con lo que entonces se consideraba ortodoxo.
Era habitual inventar biografías de los santos cristianos que a menudo se basaban
directamente en las vidas y leyendas de santos varones paganos ya fallecidos. Para
dar credibilidad a la idea de que la Iglesia de Roma era el centro del poder cristiano,
se inventaron historias en las que Pedro llegaba a la ciudad y era crucificado cabeza
abajo. Pero estos cuentos se idearon tan tarde que nadie consideró siquiera la
posibilidad de incluirlos en el Nuevo Testamento.
Las obras gnósticas de carácter popular se retocaron para eliminar sus enseñanzas
y sustituidas por material que fuese correcto desde el punto de vista doctrinal. Los
cristianos llegaron al extremo de adaptar obras paganas para respaldar su propio
dogma. A principios del siglo IV se falsificaron oráculos de la sibila pagana que
profetizaban la venida de Jesús y el propio Constantino los citó en el Concilio de
Nicea como prueba de la divinidad de Jesús. Hasta inventaron un Testamento de
Orfeo en el cual el antiguo profeta de los misterios negaba sus anteriores enseñanzas
paganas.
Los cristianos hicieron torpes añadiduras a las obras del pitagórico judío Filón, ¡y
se inventaron leyendas absurdas que decían que Filón había sostenido debates sobre
la ley con el discípulo Juan y había conocido a Pedro en Roma! También el
historiador judío Josefo fue transformado en cristiano ¡e incluso se le equiparó con la
figura del Nuevo Testamento llamada José de Arimatea! Como ya hemos comentado,
se añadieron a sus obras cosas que atestiguan de forma reverencial la existencia
histórica de Jesús.
También se dijo que era obra de Josefo un documento falso titulado Sobre la
esencia de Dios cuyo fin era reforzar la anterior falsificación atribuyendo doctrinas
cristianas a Josefo. Por medio de meticulosos estudios lingüísticos, los eruditos han
comprobado «más allá de toda duda» que el autor de este texto falso ¡fue nada menos
que Hipólito (c. 222), el archiperseguidor de herejías y protegido de Ireneo! Los
eruditos también han demostrado las semejanzas entre el lenguaje y el estilo de este
documento falso y los de la Segunda Epístola de Pablo a los Tesalonicenses, que se
escribió para poner en tela de juicio la autenticidad de la primera epístola (auténtica).
Así pues, es muy posible que Hipólito también fuera el autor de esta falsa epístola de
Pablo.

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¡SAN PONCIO PILATO!

Un ejemplo gráfico de la naturaleza absurda de lo que pasaba por historia en los


primeros años del cristianismo es la beatificación de Poncio Pilato. Este brutal
gobernador romano era tan odiado por los judíos que los primeros en situar el mito de
Jesús en un contexto histórico lo habían hecho responsable de la muerte del salvador.
Pero ya en el siglo II sale Tertuliano con el absurdo cuento de que Pilato se había
lavado las manos de la muerte de Jesús ¡porque «en lo más hondo de su corazón» en
realidad era cristiano! Según Tertuliano, la primera noticia del cristianismo que llegó
a Roma fue un informe de Pilato que indicaba que Cristo, a quien supuestamente
acababa de ejecutar, era en verdad divino. El emperador Tiberio (que era muy
conocido por despreciar todas las religiones) en seguida quiso colocar a Cristo en el
panteón de los dioses romanos, pero el senado rechazó sus planes. Por alguna razón
este poderoso emperador no interrogó a sus senadores, que normalmente eran serviles
y, en vez de ello, se contentó con proteger a los cristianos de la severidad de las leyes
represivas. Esto es en sí mismo un milagro, ¡porque Tiberio vivió muchos años antes
de que se promulgaran tales leyes!
Posteriormente se escribió un documento falso titulado los Hechos de Pilato que
se basaba en la fantasía de Tertuliano. A su vez, este texto fue la base de otro
documento falso, el Evangelio de Nicodemo. De esta manera se creó lo que un
estudioso actual llama «una ficción de tres niveles de profundidad». En el Evangelio
de Nicodemo se nos dice que al recibirse en Roma el informe de Pilato sobre la
ejecución de Jesús, el emperador ordenó que le trajeran a Pilato cargado de cadenas.
Entonces, ante todo el senado, los dioses y el ejército, el emperador declaró:

¿Cómo osaste hacer algo así, irreverentísimo, habiendo visto señales tan claras sobre ese hombre? Con tu
perversa osadía has destruido el mundo entero. En cuanto te lo entregaron, deberías haberlo puesto en
lugar seguro y habérmelo enviado a mí, en lugar de hacerles caso y crucificar a un hombre que era justo e
hizo señales tan maravillosas como mencionaste en tu informe. Porque estas señales indican claramente
que Jesús era el Cristo, el rey de los judíos.

Al pronunciar el emperador el nombre de Cristo, todas las estatuas de los dioses


cayeron al suelo y se convirtieron en polvo. Pilato se excusó afirmando que la
«insubordinación de los judíos sin ley y sin dios» le había obligado a hacerlo. En
vista de ello, el emperador promulgó un decreto contra los judíos en el que exigía:

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«Obedeced y atacadlos y, dispersándolos entre todas las naciones, esclavizadlos, y
expulsadlos de Judea, haciendo que la nación sea tan insignificante que no se vea en
ninguna parte, pues son hombres llenos de maldad». Luego, mientras era conducido
al lugar donde iba a ser ejecutado, Pilato elevó una plegaria al Señor. Al terminada, la
voz de Jesús anunció desde el cielo: «Todas las generaciones y familias de los
gentiles te llamarán bienaventurado, porque cuando eras gobernador se cumplió todo
lo que los profetas predijeron sobre mí, y aparecerás como mi testimonio en la
Segunda Venida». Seguidamente se nos dice que Pilato fue decapitado y que luego
fue recibido por un ángel del Señor, y que en aquel momento su esposa, Procla, sintió
un gozo tan grande (¡sic!) que inmediatamente entregó su alma a Dios y fue enterrada
con él. ¡Pilato acabó venerado como santo por la Iglesia Copta y tiene su propia fiesta
el 25 de junio! Procla, su esposa, también era venerada como santa por la Iglesia de
Oriente.
Aunque puede que en aquel tiempo se creyera que todo esto eran hechos
históricos, a nosotros nos parece evidente que es una sarta de tonterías. Sin embargo,
la historia tradicional y más aceptable que durante mil quinientos años se ha tomado
como «el evangelio» fue obra de los mismos que idearon estas tonterías. Es
igualmente fantástica e inexacta y, si no fuera porque estamos tan familiarizados con
ella, rechazarla sería igual de fácil.

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EUSEBIO, EL PROPAGANDISTA DE LA IGLESIA

Toda la historia ficticia del cristianismo fue organizada y recopilada de forma


definitiva en el siglo IV por el obispo Eusebio, al que se llama «padre de la historia de
la Iglesia». Fue uno de los obispos que cambiaron por completo de postura teológica
en el Concilio de Nicea para ganarse el favor del emperador Constantino. Más
adelante escribió la biografía de Constantino, cuyos asesinatos soslayó con
obsequiosa adulación. Eusebio explicó a los fieles que del mismo modo que la
Palabra de Dios guía y gobierna los cielos, el emperador romano expresa la voluntad
de Dios en el gobierno del mundo civilizado. ¡El emperador era la voz de Cristo en la
Tierra!
La misión de Eusebio era proporcionar al cristianismo romano una historia
adecuada, y la cumplió con poco respeto a la verdad. Con espléndida moderación,
una autoridad de nuestro tiempo dice que leer a Eusebio significa «entrar en un
seductor mundo literario donde no todo lo que se dice debe tomarse enteramente al
pie de la letra». De forma más rotunda, otro estudioso llama a Eusebio «el primer
historiador totalmente falso e injusto de los tiempos antiguos». Otro habla de la «falta
de honradez» de Eusebio al «falsificar deliberadamente las fechas». Y otro califica su
«historia» de «superficial» e «intencionalmente falsa», y añade que Eusebio la creó
con «espíritu muy inescrupuloso y arbitrario». Otro historiador comenta con acierto
que «lo que puede extraerse de Eusebio no le granjea mucho cariño de los estudiosos
modernos».
El propio Eusebio confiesa de forma indirecta que en su historia del cristianismo
sólo habla de lo que «contribuya a la gloria» de la Iglesia y que ha suprimido lo que
pueda obrar en su detrimento. He aquí la conclusión que sacó un estudioso moderno:

Por tanto, nos vemos obligados a contemplar sus trabajos con la mayor desconfianza y a declarar que
representa una gran falta de sentido crítico citarlo como autoridad competente; como acostumbran a hacer
muchos, a pesar de sus faltas, siempre que les conviene.

Si se cita a Eusebio como autoridad en materia de historia del cristianismo, se debe


sencillamente a que su «historia» de la Iglesia durante los primeros tres siglos es la
única que se conserva. Así pues, todos los historiadores de la Iglesia posteriores a él
adoptaron su crónica, con lo cual perpetuaron las mentiras que se han convertido en

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la historia tradicional del cristianismo.
En su «historia» Eusebio repite todas las acusaciones habituales contra los
gnósticos. Para justificar la pretensión de los obispos literalistas de representar la
tradición cristiana original, Eusebio muestra líneas de sucesión apostólicas que los
vinculan con los discípulos de Jesús. Estos supuestos linajes fueron inventados antes,
probablemente por Ireneo, pero Eusebio añade cosas de su propia cosecha. A menudo
se limita a dar una lista de nombres con los que ha elaborado una historia por medio
de conjeturas e invenciones, y con frecuencia incurre en contradicciones y errores
evidentes. Dice que hubo obispos al frente de la Iglesia romana desde comienzos del
siglo I, si bien, por supuesto, no hay absolutamente ninguna prueba de que surgiese
siquiera un solo dirigente de la comunidad cristiana de Roma hasta mucho después.
Eusebio también exagera de forma disparatada el número de cristianos que fueron
víctimas de las persecuciones y crea biografías de mártires cristianos que en realidad
proceden de las leyendas de mártires paganos. Aunque muestra mucho interés en
catalogar las obras de anteriores autores cristianos, se abstiene sabiamente de
informamos de las ideas que expresaban y, por ende, evita que tanto ellos como él
sean acusados de herejía. Incluso cuando habla de Orígenes, que había sido la gran
inspiración de su juventud, no nos dice nada sobre sus ideas, que empezaban a
despertar gran suspicacia en la comunidad ortodoxa.
En cuanto a los judíos, Eusebio se deleita con su trágica suerte a manos de los
romanos, porque cree que no era más que lo que se merecían por asesinar al salvador.
Después de escribir páginas relatando con obvia fruición todos los detalles de su
horripilante sufrimiento, acaba diciendo: «Ésta fue la recompensa del inicuo y
perverso trato que los judíos dispensaron al Cristo de Dios».
Eusebio inventa una historia absurda en el sentido de que Dios dijo a los
primitivos cristianos de la Iglesia de Jerusalén que se refugiasen en la vecina Pella
antes de que la ira lo empujase a destruir Jerusalén (¡con un poco de ayuda de los
romanos!) en 70 d. n. e. Sin embargo, también cuenta que cuando posteriores
cristianos fueron en busca de la Iglesia de Jerusalén sólo encontraron un grupo de
gnósticos ebionitas. ¡Eusebio no explica por qué decidió Dios salvar a estos cristianos
«originales» que luego se convertirían en herejes! Pero claro, parece que Eusebio
nunca se percata de lo locas y contradictorias que son sus fantasías.
Sin el menor rastro de conciencia siquiera, ¡Eusebio incluso saca milagrosamente
del «archivo» una epístola escrita por el mismísimo Jesús y dirigida al príncipe de
Edesa para felicitarlo por creer en el salvador sin haberlo visto nunca!
Éste, pues, era el hombre que nos dio lo que ha pasado por la historia del
cristianismo, un empleado obsequioso que estaba al servicio de un tiránico emperador
romano y que basó su obra en una tradición de engaños y falsificaciones que tenía
doscientos años de duración.

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LA DESTRUCCIÓN DEL PAGANISMO

En el siglo II Tertuliano, que afirmaba que se había convertido al cristianismo al

presenciar cómo los mártires cristianos iban al encuentro de la muerte, reconoció que
en otro tiempo también él había disfrutado al contemplar las «absurdas crueldades»
de las persecuciones públicas que desencadenaron los romanos. Al parecer, esta
afición a presenciar derramamientos de sangre y sufrimientos no desapareció al
hacerse cristiano. Con obvio deleite pinta un cuadro siniestro y violento del destino
que aguarda a los paganos en el «Juicio Final»:

Os gustan los espectáculos, esperad el más grande de todos ellos, el último y eterno juicio del universo.
Cómo admiraré, cómo reiré, cómo me alegraré, cómo gozaré, cuando vea a tantos monarcas orgullosos y
dioses imaginarios gruñendo en el más bajo abismo de tinieblas; tantos magistrados que persiguieron el
nombre del Señor fundiéndose en hogueras más feroces que las que jamás encendieron contra los
cristianos; tantos sabios filósofos sonrojándose entre las llamas al rojo vivo junto con sus engañados
alumnos; tantos poetas célebres temblando ante el tribunal, no de Minos, sino de Cristo; tantos trágicos,
más armoniosos en la expresión de sus propios sufrimientos; tantos bailarines…

Y así continúa, alegrándose al pensar en los horripilantes terrores que sus adversarios
soportarán en la eternidad. Poco sabía él que al cabo de unas cuantas generaciones
aquellos terrores afligirían en verdad a muchos paganos, no en el Juicio Final, sino en
el siglo IV y a manos de la Iglesia católica romana.
Después de que el Imperio romano adoptase el cristianismo como religión del
Estado, la Iglesia literalista aterrorizó a los paganos con inexorable brutalidad. Los
profetas paganos eran detenidos y torturados hasta que reconocían la falsedad de sus
dioses. Los sacerdotes eran encadenados a sus santuarios y abandonados para que
muriesen de inanición. Sin ninguna prueba que respaldara las acusaciones, los
paganos eran condenados por sacrificar niños y rociar con su sangre los altares
consagrados a los dioses y hacer cuerdas para guitarra con sus tripas: crímenes
fantásticos que ellos confesaban debidamente después de sufrir atroces torturas.
Muchos eran luego quemados vivos.
Algunos santuarios antiguos fueron profanados y arrasados mientras otros fueron
requisados y transformados por la fuerza en iglesias cristianas. Las grandes obras de
la espiritualidad pagana eran arrojadas a enormes hogueras y se perdían para siempre.
Cuenta un testigo:

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Amontonaron incontables libros unos sobre otros, muchas pilas de volúmenes extraídos de diversas casas,
para quemados ante los ojos de los jueces por estar prohibidos. Los propietarios quemaban sus bibliotecas
enteras. Tal era el terror que se apoderó de todo el mundo.

El ataque contra el paganismo no era debido a su error al rendir culto a dioses


inexistentes. Y tampoco se discutió nunca que los dioses pudieran obrar milagros
como, por ejemplo, curar enfermos y predecir el futuro. En vez de ello, se
consideraba que los dioses paganos eran diablos que se valían de su magia para
engañar a los crédulos. Los daemons paganos se convirtieron en «demonios»
malignos cuyo culto había que sofocar. A mediados del siglo IV un obispo exigió al
emperador cristiano Constancio:

Se te encarece en virtud de la ley del Dios supremo a perseguir severamente en todos los sentidos el
crimen de idolatría. Oye y confía a tu santa conciencia lo que Dios ordena en relación con este crimen.
Dios ordena que no se perdone ni a hijo ni a hermano, y dirige la espada vengadora que atraviesa los
amados miembros de una esposa. A un amigo también lo persigue con gran severidad, y todo el pueblo es
llamado a las armas para desgarrar los cuerpos de los sacrílegos. Dios ordena destruir incluso ciudades
enteras, si son sorprendidas en este crimen.

En el año 383 Símaco, angustiado senador romano y pagano, hizo un llamamiento al


emperador cristiano Valentiniano II a favor de la tolerancia religiosa. En vano
escribió: «Es razonable que todo culto se considere uno. Miramos las mismas
estrellas, el cielo pertenece a todos, el mismo universo nos rodea. ¿Qué importa el
método que cada uno emplee para buscar la verdad? No se puede llegar a un secreto
tan grande por un único camino». En el año 386 bandas de monjes enloquecidos por
el fundamentalismo religioso causaban estragos en todo el Imperio, sin que la ley
pudiera hacer nada por impedido. El pagano Libanio suplicó al emperador que
interviniese:

No has ordenado cerrar los templos ni impedir que nadie entrase en ellos. No has expulsado de los templos
y los altares el fuego ni el incienso ni las ofrendas de otros perfumes. Mas esta chusma ataviada de negro,
que come más que los elefantes y bebe enormes cantidades de la copa […] esta gente, oh Rey, aunque la
ley sigue vigente, ataca los templos con garrotes y piedras y barras de hierro, mientras algunos, careciendo
de estas cosas, utilizan las manos y los pies. Entonces la destrucción es total y se arrancan los tejados, se
demuelen las paredes, se derriban las estatuas, se levantan los altares y los sacerdotes deben escoger entre
callar y morir. Cuando han destruido el primero, corren a destruir el segundo y luego el tercero, y,
contraviniendo la ley, amontonan trofeo sobre trofeo. La mayoría de los ataques tienen lugar en el campo,
pero algunos incluso en las ciudades. Las fuerzas atacantes son en todos los casos numerosas, pero después
de incontables abusos estos grupos separados se juntan y los unos exigen a los otros que den cuenta de lo
que han hecho, y no haber causado los mayores daños es motivo de vergüenza.

Un pagano anónimo (c. 390) predice con tristeza: «Cuando yo muera no habrá
santuarios y los grandes templos santos de Serapis se hundirán en la oscuridad
amorfa, y fabulosas e insustanciales tinieblas dominarán las cosas más bellas de la
tierra».
Finalmente, el 16 de junio de 391, el emperador Teodosio publicó un edicto que
ordenaba la clausura de todos los templos paganos. Una chusma cristiana enseguida

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aprovechó la oportunidad para destruir el maravilloso templo de Serapis en
Alejandría, del cual sólo quedaron los cimientos. Un decreto imperial exigió:
«Quemad todos los libros hostiles al cristianismo para evitar que despierten la ira de
Dios y escandalicen a los piadosos», y la chusma analfabeta respondió destruyendo,
como si fueran supersticiones paganas, la sabiduría y el conocimiento científico
acumulados durante miles de años.
El autor pagano Eunapio, que habla de «monjes que parecen hombres pero viven
como cerdos», escribe con desánimo que «Cualquiera que tuviese una sotana negra
tenía poder despótico». En 415 el arzobispo Cirilo de Alejandría ordenó a sus monjes
que incitaran a la chusma cristiana a asesinar al último científico pagano de la
biblioteca de Alejandría, una mujer notable llamada Hipatia. Le arrancaron los
miembros de uno en uno y Cirilo fue santificado.
En el reinado de Constantino se había concedido al cristianismo la igualdad con
las religiones paganas del Imperio. Medio siglo después, en el reinado de Teodosio,
se declaró que era la única religión que podía practicar una persona. Teodosio murió
en 395. Exactamente quince años después los visigodos devastaron Roma.
Esta orgullosa ciudad, el centro del mayor Imperio del mundo antiguo, había
florecido durante un milenio bajo sus propios dioses. Unos cuantos decenios después
de convertirse al cristianismo, había destruido todas las maravillas y logros de la
antigüedad y luego había perecido ella misma. Como religión única del Imperio
romano el cristianismo no triunfó donde el mitraísmo y los otros cultos paganos
habían fracasado. De hecho, el cristianismo fue la religión que acompañó la caída del
Imperio.

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LA DESTRUCCIÓN DEL GNOSTICISMO

Incluso después de que el cristianismo literalista pasara a ser la religión oficial del
Imperio romano, el gnosticismo había seguido siendo una fuerza poderosa. En el
siglo IV los cristianos heréticos eran aún tan comunes, que Cirilo de Jerusalén tuvo
que advertir a los fieles que pusieran cuidado en no entrar en una iglesia gnóstica por
error. Durante el reinado de Teodosio había tantos herejes entre el clero y los monjes
de Egipto que el patriarca Timoteo decretó que era obligatorio comer carne los
domingos, ¡para expulsar a los gnósticos, que eran vegetarianos!
Pese a resultar obvio que era gnóstico, el filósofo Sinesio incluso fue elegido
obispo de Cirene. Había estudiado filosofía platónica con Hipatia, la científica pagana
de Alejandría, y consideraba que la resurrección era la alegoría de un misterio
inefable. Enseñaba que la única religión verdadera es la filosofía y que las historias y
las prácticas de la religión no son, en el mejor de los casos, nada más que útiles
expresiones populares de la verdad filosófica para quienes no son filósofos. Sin
embargo, en el clima de ortodoxia que imperaba a la sazón, tuvo que prometer que
como obispo acataría las disposiciones en público pero «filosofaría en privado». Pero
aun así transformó la ceremonia de la vigilia de Pascua para los recién bautizados en
una iniciación que tenía más cosas en común con los misterios paganos que con el
cristianismo ortodoxo.
En vista de la popularidad que continuaba teniendo el gnosticismo, la Iglesia
romana decidió unificar por la fuerza el cristianismo y llevó a cabo su intención con
implacable eficiencia. Teodosio promulgó más de cien leyes contra los gnósticos y
declaró ilegales sus creencias, sus reuniones, su proselitismo, la tenencia de
propiedades ¡y finalmente su existencia misma! Uno de los decretos reza:

Entended ahora por el presente estatuto; ¡novacianos, valentinianos, marcionistas, paulicianos, con qué
tejido de mentiras y vanidades, con qué destructivos y venenosos errores están tejidas de forma
inextricable vuestras doctrinas! Os lo advertimos: Que ninguno de vosotros se atreva, a partir de este
momento, a reunirse en congregaciones. Para impedirlo, ordenamos que seáis desposeídos de todas las
casas en las cuales acostumbrabais a reuniros y que las mismas sean entregadas inmediatamente a la
Iglesia católica.

En 381, Teodosio declaró finalmente que la herejía: era un crimen contra el Estado.
Los escritos gnósticos fueron condenados por ser un «semillero de múltiples

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perversidades» que «no sólo deberían prohibirse, sino destruirse por completo y
quemarse con fuego». Los debates filosóficos fueron suprimidos en su totalidad. Una
proclamación declara: «No habrá ninguna oportunidad para que un hombre se dirija
al público y discuta de religión o la comente o delibere».
A principios del siglo V, un abad que trabajaba de «matón» para Cirilo, el
poderoso arzobispo de Alejandría, dirigió los ataques contra las comunidades
cristianas heréticas y amenazó: «Os haré reconocer al arzobispo Cirilo o, de lo
contrario, la espada exterminará a la mayoría de vosotros, y, además, aquellos de
vosotros cuya vida se respete serán desterrados».
Agustín, el gran portavoz del cristianismo católico, expresó de forma perfecta el
clima de la época al explicar que la coacción era necesaria en vista de que era tanta la
gente que sólo respondía al miedo. La fuerza militar era «indispensable» para
suprimir a los herejes, por su propio bien, desde luego. Agustín proclama: «Lleno yo
mismo de miedo, os lleno de miedo a vosotros». La espiritualidad de amor y Gnosis
de san Pablo se había convertido en la religión de obediencia y terror de la Iglesia
católica.

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INTOLERANCIA INHERENTE

Aunque el cristianismo moderno lo integran incontables sectas diversas con


métodos opuestos, casi todas —católicos, ortodoxos, protestantes, no conformistas y
otras— deben fundamentalmente su forma al triunfo del literalismo en el siglo IV. La
mayoría de los cristianos de hoy basan su fe en la existencia histórica de Jesús. Dan
su conformidad al credo apostólico que se formuló bajo la dirección del tiránico
Constantino. Leen sólo los pocos textos que casualmente se escogieron para
incluirlos en el Nuevo Testamento por medio de un proceso en el que hubo constantes
conflictos doctrinal es, flagrantes falsificaciones y una corrupta política de poder en
el seno de la Iglesia primitiva. Hemos heredado la idea errónea de que el literalismo
es el cristianismo en lugar de ser sólo una corriente de pensamiento dentro de él.
¿Por qué triunfó el literalismo sobre el gnosticismo? Por su misma naturaleza, el
gnosticismo atraía a personas de naturaleza mística. El literalismo, en cambio, atraía a
los interesados en instaurar una religión. Lo que interesaba a los gnósticos era la
iluminación personal y no la creación de una Iglesia. Jamás hubieran podido triunfar
sobre los literalistas, porque jamás hubieran podido desear tal triunfo.
En el literalismo predominaban los misterios exteriores del cristianismo, cuyo
objetivo era atraer a iniciados a la senda espiritual. Con sus fascinantes cuentos de
magia y milagros, y su promesa de alcanzar la inmortalidad mediante los sencillos
actos del bautismo y la creencia, los misterios exteriores estaban destinados a ser más
populares y más atractivos que los misterios interiores. Como dice Jesús: «Porque
muchos son llamados, mas pocos escogidos». Si se hubiera conservado la integridad
original de los misterios de Jesús, la popularidad de los misterios exteriores hubiera
llevado de forma natural a más y más iniciados a los misterios interiores de la Gnosis.
Al convertirse el gnosticismo y el literalismo en dos tradiciones distintas y
contradictorias, fue inevitable que el literalismo resultase más popular. El triunfo final
del literalismo sobre el gnosticismo era de prever. Lo que es extraño es que tardase
tanto.
Sin embargo, el éxito del cristianismo literalista se debió, sobre todo, a una
importante característica que tuvo desde el principio y que continúa fomentando: la
intolerancia. No se trata de un capricho de la historia, sino que es una consecuencia
lógica de tomar el relato de Jesús como hecho histórico.

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El paganismo y el gnosticismo poseían una tolerancia inherente porque se
basaban en mitos. Diferentes cultos creían en diferentes mitos, pero esto no
significaba que se opusieran unos a otros. La pluralidad era aceptable porque lo que
importaba era el significado interior y no la expresión particular. Pero la intolerancia
es inherente al literalismo. Si Jesús es el único Hijo de Dios y exige que los fieles
reconozcan esto como hecho histórico, entonces el cristianismo tiene que oponerse a
todas las otras religiones que no enseñan esto. Además, si todos los no creyentes han
de condenarse eternamente, los cristianos literalistas tienen el deber moral de
propagar sus creencias, por la fuerza si es necesario, para salvar tantas almas como
sea posible, aunque para conseguirlo tengan que destruir sus cuerpos. Los ataques de
la Iglesia romana contra el paganismo y el gnosticismo eran una cruzada religiosa, un
deber impuesto por Dios. La intolerancia pagada de sí misma se había vuelto santa.

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CONCLUSIÓN

Al examinar los datos, nos pareció que la «historia» tradicional del cristianismo era
nada menos que el mayor encubrimiento de todos los tiempos. Las primitivas
doctrinas gnósticas del cristianismo y sus verdaderos orígenes en los misterios
paganos se habían suprimido de forma despiadada mediante la destrucción en masa
de los testimonios y la creación de una historia falsa que se ajustara a los propósitos
políticos de la Iglesia romana. Todos los que ponían en entredicho la historia oficial
eran sencillamente perseguidos y eliminados hasta que no quedó nadie que pudiera
discutirla.
Los paralelismos con la historia más reciente nos ayudaron a comprender lo que
había sucedido. A principios del siglo XX un reducido grupo de comunistas se hizo
con el poder en Rusia. Sin embargo, al cabo de unos cuantos años, numerosísimas
personas, entre ellas muchos de los funcionarios que habían administrado el régimen
anterior, se habían afiliado al partido comunista. ¿Por qué? Porque si querías medrar,
ahora tenías que ser miembro del partido, y si te asociaban de algún modo con el
régimen anterior, eras tachado de enemigo del pueblo. De forma parecida, al
convertirse el cristianismo en la religión del Imperio romano, el número de cristianos
creció enormemente. ¿Por qué? Porque los cristianos recibían un trato preferente. ¡Al
clero ni siquiera se le exigía que pagase impuestos! Si aspirabas a llevar una vida
tranquila y próspera, te hacías cristiano. En caso contrario, te arriesgabas a ser
tachado de «disidente» pagano: enemigo de Dios. Del mismo modo que la
maquinaria propagandística de Stalin falsificó de forma inescrupulosa la historia para
disimular su tiranía y demostrar que sus dogmas eran verdaderos y buenos, también
la maquinaria propagandística cristiana alimentaba a los fieles con sus mentiras.
Al igual que el comunismo, el cristianismo empezó con un mensaje de libertad e
igualdad, pero terminó creando un régimen autoritario y despótico. En años recientes,
la intolerancia dogmática empujó a jóvenes y fanáticos comunistas de China y
Camboya a llevar a cabo desastrosas revoluciones culturales cuyos resultados fueron
la destrucción de las antiguas riquezas de sus civilizaciones y el exterminio de gran
número de intelectuales, lo cual sumió a sus respectivas sociedades en una crisis
profunda. Del mismo modo, quince siglos antes, fanáticos monjes cristianos llevaron
a cabo una revolución cultural que arrasó las maravillas y los logros antiguos del

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paganismo e hizo que la civilización occidental retrocediera mil años.
La absurda destrucción de nuestro acervo pagano es la mayor tragedia de la
historia del mundo occidental. Es difícil de comprender la magnitud de la pérdida. El
misticismo pagano y la investigación científica se vieron desbancados por el
autoritarismo dogmático. La Iglesia romana se valió de las amenazas y la violencia
para imponer su credo, y negó a generaciones de seres humanos el derecho a pensar
de forma independiente y a encontrar su camino personal para alcanzar la salvación
espiritual. Mientras las grandes obras literarias de la antigüedad eran arrojadas a las
llamas, san Agustín anunció así el triunfo del fundamentalismo literalista: «Nada
debe aceptarse si no es basándose en la autoridad de las Escrituras, pues esta
autoridad es mayor que todos los poderes de la mente humana».
Los antiguos habían construido Las Pirámides y el Partenón, pero después de
unos cuantos siglos de cristianismo, en muchos lugares de Europa la gente había
olvidado cómo se construían casas de ladrillo. En el siglo I a. n. e. Posidonio había
creado un hermoso modelo giratorio del sistema solar que representaba fielmente las
órbitas de los planetas. A finales del siglo IV d. n. e. era un sacrilegio no creer que
Dios colocaba las estrellas en el cielo todas las noches. En el siglo III a. n. e. el
estudioso alejandrino Eratóstenes había calculado correctamente la circunferencia de
la Tierra con un escaso margen de error, pero ahora se consideraba una herejía no
creer que la Tierra era plana.
Nos hicimos la siguiente pregunta: si el paganismo era tan primitivo y el
cristianismo literalista es la única religión verdadera, ¿por qué fue sustituida la
civilización pagana por los mil años que acertadamente llamamos la «Edad de las
Tinieblas»?

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12
LA HISTORIA MÁS GRANDE
JAMÁS CONTADA

Hay un río de Verdad que recibe tributarios de todos los lados.

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA

No cabe duda de que los antiguos opinarían que es conveniente que reconsideremos
el cristianismo en este momento. Según la astrología pagana, el cristianismo fue
creado al empezar el gran mes de Piscis. Esta era se acerca actualmente a su fin y
nace la nueva era de Acuario. Desde la perspectiva antigua, por tanto, nos
encontramos en un momento crítico del devenir histórico que se parece al de los
primeros tiempos del cristianismo. La época en que vivimos recuerda en muchos
aspectos el último cambio de eras. Abundan los temores apocalípticos. Surgen por
doquier nuevos y extraños cultos eclécticos. La religión oficial está desacreditada y
en decadencia. ¿Qué forma adquirirá la espiritualidad en la inminente era de Acuario?
Para avanzar hacia el futuro es necesario aceptar el pasado, así que conviene
examinar de forma crítica el cristianismo literalista que ha dominado los últimos dos
mil años de nuestra cultura.
En el plano espiritual, ésta ha sido verdaderamente una «Edad de las Tinieblas»
que se ha caracterizado por la religión autoritaria, el fanatismo y las guerras de
religión. Al asumir el papel de única fe verdadera, el cristianismo literalista creó un
abismo insalvable entre él y todas las demás tradiciones espirituales. Su
autoproclamada superioridad se usó para justificar la destrucción violenta de las
sociedades de otras partes del mundo. Incluso persiguió cruelmente a sus propios
místicos y librepensadores. Al adoptar a Jehová, el dios padre judío, como única faz
aceptable de Dios, subyugó a la divinidad femenina y utilizó esta perspectiva

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teológica para legitimar la subordinación de las mujeres. Su insistencia en la
necesidad de tener una fe ciega en el dogma y su oposición a la investigación
intelectual hicieron que muchos rechazaran todas las formas de espiritualidad por
considerarlas meras supersticiones. Hoy son cada vez más las personas que piensan
que la religión es, en el mejor de los casos, un chiste y, en el peor, una fuente de
prejuicios, de intolerancia y de conflictos.
Mientras que otras culturas honran a sus antepasados como origen de su sabiduría
y su civilización, nosotros hemos vilipendiado a los nuestros como adoradores del
diablo. ¿Qué efecto ha surtido esto en la psique occidental? Hemos sido una cultura
aislada de sus raíces. Hasta después del redescubrimiento de la filosofía pagana en el
siglo XV, durante el bien llamado Renacimiento, la civilización occidental no logró
salir del atolladero de supersticiones y luchas en el cual se había metido; el fruto de
este proceso ha sido, en años recientes, la ciencia moderna. Sin embargo, a diferencia
de los antiguos, no hemos visto la ciencia y la espiritualidad como dos aspectos del
mismo misterio, sino como dos cosas entre las cuales había una implacable
hostilidad.
Aunque se propuso unificar el mundo bajo la bandera de una religión única, en
realidad el cristianismo literalista ha sido la causa de profundas divisiones: cristianos
contra paganos, hombres contra mujeres, ciencia contra religión, fe contra razón: La
tesis de los misterios de Jesús no es sólo una historia nueva del cristianismo, es
también una oportunidad de curar las heridas que estos espantosos cismas dejaron en
el alma occidental.
Si el cristianismo reconociese su deuda con los misterios antiguos, podría volver a
conectar con la corriente universal de la evolución espiritual humana y convertirse en
socio, en vez de adversario, de todas las demás tradiciones religiosas a las que ha
tildado de obra del diablo. Si se quitara de encima el peso muerto del Antiguo
Testamento y su celosa deidad tribal, podría descubrir de nuevo la sabiduría de la
divinidad femenina. Si renunciara a su dogmatismo, podría despertar y experimentar
otra vez la antigua sensación de maravilla que unía la ciencia y el misticismo en una
única aventura humana de descubrimiento. Si pudiera reconocer finalmente que el
Nuevo Testamento es obra de hombres y mujeres, en vez de tratarse de la palabra de
Dios que habla de acontecimientos reales, nada podría impedir que recobrara sus
propios misterios interiores místicos. ¿Esperar esto es demasiado?
Hace sólo un siglo la mayoría de las personas creía que la historia de Adán y Eva
era literal. La idea darviniana de la evolución natural se consideraba absurda y
herética. Hoy la mayoría ha aceptado el «pensamiento impensable» de Darwin. El
presente libro propone un cambio comparable en nuestra comprensión del
cristianismo. Puede que en estos momentos parezca escandaloso afirmar que el
cristianismo evolucionó a partir del paganismo y que la historia de Jesús, al igual que
el Génesis, es un mito alegórico. Pero mañana esto será obvio y nadie lo discutirá.
El cristianismo no llegó por medio de una intervención divina única. Evolucionó

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desde el pasado, como todo lo demás. No hay interrupciones repentinas en la historia,
sino sólo un continuo de cambio. Los antiguos misterios paganos no murieron. Se
transformaron en algo nuevo: en el cristianismo. En la forma de la espiritualidad de
Occidente han influido estas dos grandes tradiciones. Ha llegado el momento de
redescubrir lo que tienen en común y reclamar la totalidad de nuestra rica herencia.
Desde luego, esto es algo que nunca aceptarán los fundamentalistas, pero si el
cristianismo se inclina ante la presión reaccionaria y vuelve a su pasado autoritario,
será como si se arrojara a sí mismo al cubo de la basura de la historia. El mundo
moderno es sencillamente demasiado inteligente para dejarse engañar por el
argumento que afirma que algo «tiene que ser verdad porque lo dice la Biblia». El
cristianismo ya no es la fuerza dominante que era en otro tiempo. Después de su
caída, nuestra cultura ha empezado a buscar desesperadamente una nueva dirección
espiritual. El cristianismo desempeñará un papel en la creación de una nueva
espiritualidad para la Nueva Era de Acuario sólo si vuelve a sus raíces místicas. El
cristianismo literalista se construyó sobre unos cimientos poco firmes basados en
mentiras históricas. Antes o después tiene que derrumbarse. Pero el cristianismo
místico se apoya con seguridad en una verdad mítica intemporal y hoy es tan válido
como lo ha sido siempre.

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UNA VERDAD ÚNICA

Místicos de todas las tradiciones espirituales han predicado que hay sólo una
verdad, que siempre está presente y nunca cambia. No fue revelada de pronto, por
primera vez, hace dos mil años. El cristianismo es sólo un capítulo de la sempiterna
búsqueda de sentido por parte de la humanidad, una corriente en el mar de la
conciencia humana en evolución, otro intento de expresar la gnosis intemporal que
los místicos han tratado de alcanzar desde los tiempos más antiguos. Dios no vino a
la Tierra en una excursión única. Y tampoco tenemos que esperar su prometido
retorno apocalíptico. La verdad es que Dios nunca se fue.
Aunque no existe ahora ninguna tradición que pueda iniciar a los cristianos en los
misterios interiores secretos que encierra la historia de Jesús, estas enseñanzas
místicas siguen estando ahí para quienes tengan «ojos para ver» y han sido
descubiertas continuamente por los más grandes místicos a lo largo de los siglos.
Examinar a conciencia lo que son estas enseñanzas es una tarea demasiado grande
para el presente libro y debe aguardar a una nueva obra. Lo único que esperamos
haber demostrado es que hay en esencia una filosofía imperecedera tanto en el
corazón de los misterios paganos como en el del cristianismo, y que estos dos
enemigos tradicionales son, de hecho, parientes cercanos.
No deseamos atacar al cristianismo, sino apuntar la posibilidad de que recupere
algo que ha perdido: los misterios interiores que revelan los secretos de la Gnosis.
Pensamos que la tesis de los misterios de Jesús no debilita el cristianismo, sino que,
revela la antigua grandeza de la historia de Jesús la «historia más grande jamás
contada» forjada durante miles de años.
En su Estudio de la Historia, Arnold Toynbee escribió:

Detrás de la figura del dios hombre que muere se alza una figura mayor, la de un Dios que muere por
mundos diferentes bajo nombres diversos: por un mundo minoico como Dioniso, por un mundo sumerio
como Tamuz, por un mundo hitita como Atis, por un mundo sirio como Adonis, por un mundo cristiano
como Cristo. ¿Quién es este Dios de muchas epifanías pero una sola pasión?

La respuesta somos nosotros. Los misterios antiguos proclamaban que todos somos
hijos e hijas de Dios y que si comprendíamos el mito del dios hombre sacrificado
también nosotros podríamos resucitar en nuestra verdadera, inmortal y divina
identidad. El filósofo pagano Salustio escribió lo siguiente sobre el mito del dios

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hombre mistérico Atis:

La historia de Atis representa un proceso cósmico eterno y no un acontecimiento aislado en el pasado.


Dado que la historia está relacionada íntimamente con el universo ordenado, la reproducimos de forma
ritual para adquirir orden en nosotros mismos. Nosotros, al igual que Atis, hemos caído del cielo; morimos
místicamente con él y renacemos como niños.

Lo mismo puede decirse del mito de Jesús. No es «un acontecimiento aislado en el


pasado», sino que señala la perpetua posibilidad del renacimiento espiritual, aquí y
ahora. Todavía puede revelar el misterio que Pablo proclamó: «Cristo entre
vosotros». Como promete el Jesús gnóstico en el Evangelio de Tomás: «El que beba
de mi boca llegará a ser como yo. Yo mismo llegaré a ser él y las cosas que están
ocultas le serán reveladas».

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LÁMINAS

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APÉNDICE
QUIÉN ES QUIÉN

Agustín (354-430 d. n. e.). Seguidor de los gnósticos maniqueos durante ocho años.
En 386 d. n. e. se hizo neoplatónico y cuatro años más tarde, cristiano literalista.
En 395 fue nombrado obispo de Hipona, en África.
Alejandro Magno (355-323 a. n. e.). General macedonio y conquistador de Persia, la
India y Egipto. Impulsor de la era helenística.
Ambrosio (339-397 d. n. e.). Legislador romano y cristiano literalista nombrado
obispo de Milán hacia 370.
Amonio Sacas (fl. c. 200 d. n. e.). Filósofo pagano de Alejandría. Maestro de
Orígenes* y Plotino*. Poco se sabe de él y no escribió ningún libro.
Anaxágoras (503-428 a. n. e.). Filósofo griego de Asia Menor que se trasladó a
Atenas y fue preceptor y consejero del principal político ateniense, Pericles.
Antonio (251-356 d. n. e.). Eremita ascético de Egipto que organizó la primera
comunidad de monjes cristianos c. 305.
Apolonio de Tiana. Filósofo pitagórico y taumaturgo del siglo l. Viajó por el Imperio
romano enfrentándose a tiranos, haciendo milagros y resucitando muertos. Su
biografía oficial se escribió c. 225 d. n. e.
Apuleyo (125-190 d. n. e.). Autor e iniciado pagano. Nació en África y estudió
filosofía en Cartago, Atenas y Roma. Famoso por El asno de oro, cuento
alegórico de su iniciación en los misterios.
Aristófanes (445-385 a. n. e.). Iniciado griego en los misterios y autor de comedias.
Fue acusado de revelar en sus obras demasiadas cosas de las doctrinas de la
escuela mistérica.
Arnobio (fl. en 29.º d. n. e.). Se convirtió al cristianismo después de estudiar la
filosofía hermética y neoplatónica. Sus obras hacen hincapié en la compatibilidad
del cristianismo con la filosofía pagana. Lactancio* fue alumno suyo.
Augusto (63 a. n. e.-I4 d. n. e.). Fundador del Imperio romano. Emperador desde 27
a. n. e. hasta su muerte.

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Basílides (c. 117 d. n. e.). Maestro gnóstico de Alejandría. Escribió un evangelio y un
comentario del mismo en 24 libros, y una colección de salmos y odas. Todo ello
se ha perdido. Las crónicas de su enseñanza en Ireneo*, Clemente* e Hipólito* no
coinciden.
Bernabé (c. 100 d. n. e.). La Epístola de Bernabé era uno de los textos más conocidos
de la Iglesia primitiva, atribuido al colaborador de Pablo*. Debido a su curiosa
mezcla de ideas paganas y cristianas no se incluyó en el Nuevo Testamento.
Carpócrates (c. 110 d. n. e.). Platónico de Alejandría que fundó una secta de
cristianos gnósticos utilizando el Evangelio secreto de Marcos como documento
de iniciación.
Celso. Escribió el Discurso veraz c. 170 d. n. e. crítica del cristianismo naciente del
cual se conserva el 70% en forma de citas en la obra de Orígenes*.
Cicerón (106-143 a. n. e.). Legislador y político romano de los últimos tiempos de la
república. Iniciado en Eleusis en 80 a. n. e. contribuyó a que la filosofía y la
educación griegas se pusieran de moda en Roma.
Claudio. Emperador romano (41-54 d. n. e.).
Clemente de Alejandría (15.º-215 d. n. e.). Nacido en Atenas, fue discípulo de
Panteno de Alejandría en 180 y director de la escuela de catequesis en 190. Se le
considera tradicionalmente como cristiano literalista e incluso fue beatificado por
la Iglesia romana, pero, de hecho, sus obras tienen mucho más en común con el
gnosticismo.
Clemente de Roma. Dijo Eusebio* que fue el cuarto obispo de Roma c. 90 d. n. e.
Numerosas epístolas atribuidas a él fueron falsificadas en los siglos IV y V.
Constantino (272-337 d. n. e.). Emperador romano desde 307 hasta su muerte. Primer
emperador en hacerse cristiano.
Diágoras (fl. en 416 a. n. e.). Filósofo ateniense famoso por su condena satírica de la
religión supersticiosa.
Diodoro (80-20 a. n. e.). Historiador griego de Sicilia. Autor de una Biblioteca de
historias en 40 volúmenes.
Diógenes (420-324 a. n. e.). Seguidor de Antístenes, el discípulo de Sócrates*.
Fundador de la escuela de filosofía cínica.
Dión Casio (fl. en 225 d. n. e.). Nacido en Asia Menor. Historiador romano.
Empédocles (490-430 a. n. e.). Discípulo de Pitágoras*, sacerdote y taumaturgo.
Escribió un poema de iniciación en el cual se proclamaba a sí mismo «dios
inmortal».
Epicteto (50-130 d. n. e.). Esclavo frigio lisiado que se crió en la familia de Nerón*.
Al ser manumitido se convirtió en el más grande exponente de la filosofía cínica
en el siglo I. Expulsado de Roma por Domiciano en 90 d. n. e. junto con todos los
demás filósofos.
Epifanio (315-403 d. n. e.). Cristiano literalista que fue obispo de Salamis, en Grecia,
aunque nació en Judea. Su obra más importante es el Pananon o «Caja de

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medicinas contra todas las herejías». Hizo causa común con Jerónimo* en Roma
para atacar a Orígenes*.
Eratóstenes (275-194 a. n. e.). Director de la biblioteca de Alejandría, autor de obras
sobre matemáticas, geografía, filosofía y astronomía.
Eurípides (484-406 a. n. e.). Nació en Atenas y fue autor de tragedias y de Las
bacantes.
Eusebio (260-340 d. n. e.). Formado en la escuela de Cesarea fundada por Orígenes*.
Se convirtió en obispo de Cesarea en 311. Llegó al Concilio de Nicea en 325
como hereje arriano condenado y se fue convertido en el historiador y biógrafo
oficial de Constantino*. Llamado «el padre de la historia de la Iglesia», su obra es
muy poco digna de confianza y muchos la consideran poco más que propaganda a
favor del cristianismo literalista.
Filón el Judío (25 a. n. e.-50 d. n. e.). Judío alejandrino que sintetizó el Antiguo
Testamento con la filosofía griega y pitagórica. Se llamaba a sí mismo hierofante
de los misterios judíos.
Fírmico Materno (murió c. 360 d. n. e.). Escribió un compendio de astrología cuando
aún era pagano, se convirtió al cristianismo literalista en sus últimos años e hizo
un llamamiento a los emperadores romanos para que destruyesen los ídolos
paganos por la fuerza.
Heliodoro (fl. c. 230 d. n. e.). Sacerdote de Helios en Siria y autor de las Etíopicas,
que contenía enseñanzas cifradas sobre los misterios.
Heráclito (fl. c. 500 a. n. e.). Filósofo místico de Éfeso, en Asia Menor, que escribió
sobre la palabra de Dios (logos). Diógenes Laercio menciona un dicho del
filósofo del siglo III a. n. e. Cleantes en el que opina que sus obras crípticas sólo
puede entenderlas un iniciado en los misterios.
Hermas. El Pastor de Hermas fue uno de los más conocidos entre los primeros textos
cristianos y se dice que fue escrito c. 90 d. n. e. en Italia. Es una curiosa mezcla
de apocalipsis hermético, sibilino y judío/cristiano que no contiene ninguna cita
definida de ninguno de los dos Testamentos. Como es lógico, no se incluyó en el
Nuevo Testamento.
Hermes Trismegisto. Deidad protectora de la literatura hermética escrita en Egipto en
los siglos II y III d. n. e. Fusión del Hermes «Guía de las Almas» griego y del dios
egipcio Thot, el legendario sabio e inventor de la escritura.
Herodoto (484-430 a. n. e.). Historiador griego llamado «el padre de la historia».
Viajó por Egipto y dejó constancia de que los misterios de Dioniso en Eleusis
tenían por modelo los de Osiris en Egipto.
Hesíodo. Poeta griego de finales del siglo VIII a. n. e. Su Teogonía describe las
dinastías y genealogías de los dioses de la mitología griega.
Hipócrates (460-360 a. n. e.). Nacido en la isla griega de Cos, fue médico y autor de
obras sobre medicina. Está en el origen del juramento hipocrático que prestan
todos los médicos al recibir el título.

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Hipólito (170-236 d. n. e.). Cristiano literalista y perseguidor de las herejías que
llamó hereje a Calixto, el obispo gnóstico de Roma, y se proclamó antipapa. Su
Refutación de todas las herejías, publicada c. 210, pretende demostrar que todas
las herejías se derivan de las escuelas de filosofía griegas.
Homero. Poeta griego del siglo VIII a. n. e. autor de la Odisea y la Ilíada.
Ignacio de Antioquía (se dice que actuó c. 120 d. n. e.). Se supone que fue uno de los
primeros cristianos literalistas, pero debido a las interpolaciones de sus epístolas
en siglos posteriores es casi imposible saber qué es y qué no es auténtico.
Ireneo (130-202 d. n. e.). Cristiano literalista y vehemente enemigo del gnosticismo.
Nacido en Asia Menor, se convirtió en obispo de Lyon, en la Galia, en 178. Autor
de la importante obra Adversus haereses, polémica contra el gnosticismo. Se sabe
que falsificó una obra «cristiana» atribuida al historiador judío Josefo, y
probablemente muchos otros tratados y epístolas proliteralistas.
Jámblico (250-325 d. n. e.). Filósofo sirio que fue alumno de Porfirio*. Escribió 10
volúmenes sobre filosofía pitagórica y la Vida de Pitágoras.
Jenófanes (535-435 a. n. e.). Filósofo griego que ridiculizó la religión supersticiosa y
fundó una secta de filósofos en Elea, en el sur de Italia.
Jerónimo (342-420 d. n. e.). Estudioso bíblico y traductor de la Biblia al latín.
Cristiano literalista que atacó las doctrinas de Orígenes* sobre la reencarnación y
la salvación final de la humanidad.
Josefo (38-107 d. n. e.). Historiador judío que visitó Roma en 64, a la edad de
veintiséis años. Durante la campaña de Galilea en 67 se pasó al bando romano. Su
obra La guerra judía se publicó en Roma c. 95. Más adelante se interpolaron en
sus libros referencias elogiosas a Jesús.
Juliano (332-363 d. n. e.). Emperador romano que trató de reinstaurar el paganismo
después del reinado de Constantino*. Humanitario y piadoso, ha pasado a la
historia con el injusto apodo de «el apóstata».
Julio César (100-44 a. n. e.). General romano y último de los líderes de la república
romana.
Justino Mártir (100-165 d. n. e.). Nacido en Samaria, llegó a Roma c. 140. Rechazado
por las escuelas platónica y pitagórica, más adelante se convirtió al cristianismo
literalista. Escribió la primera defensa del mismo y atacó violentamente a
gnósticos y judíos.
Lactancio (240-320 d. n. e.). Después de pasar su juventud inmerso en la filosofía
hermética, en 300 se convirtió al cristianismo literalista. Más adelante
Constantino* lo nombró preceptor de su hijo Crispo.
Luciano (117-180 d. n. e.). Filósofo pagano. Nacido en Siria, educado en Tarso, se
convirtió en maestro de literatura en Francia. Especializado en la sátira sobre
engaños / farsantes religiosos y filosóficos. Amigo de Celso*.
Manes (216-273 d. n. e.). Nacido en Babilonia, tomó por modelo propio y de sus
enseñanzas a san Pablo* y fundó una religión gnóstica que pronto se extendió por

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el Imperio romano. San Agustín* fue «oídor» maniqueo durante ocho años. En la
Gran Persecución de 303 d. n. e. el cristianismo maniqueo fue la primera víctima
de la purga, seguido un año después por todas las formas de cristianismo.
Marción. Influyente maestro gnóstico nacido en Ponto, en Asia Menor, estuvo en
Roma c. 144 d. n. e. Rechazó el Antiguo Testamento y partes de los evangelios
que consideraba falsificadas. Reconoció a Pablo* como el «Gran Apóstol».
Marco Antonio (86-30 a. n. e.). General romano y amante de Cleopatra. Sucedió a
Julio César*; derrotado por Augusto*, se suicidó en Egipto.
Marco Aurelio (emperador romano 161-180 d. n. e.). Filósofo estoico y autor de unos
Pensamientos, gobernó en la época de mayor apogeo del Imperio romano.
Nerón (37-68 d. n. e.). Emperador romano desde 54 hasta que se suicidó. Su gobierno
empezó bien bajo la influencia de Séneca*, pero luego degeneró en tiranía.
Orígenes (185-254 d. n. e.). Nacido en Alejandría, estudió filosofía pagana con
Plotino* bajo el magisterio de Amonio Sacas. Se hizo alumno de Clemente* y se
castró a sí mismo de acuerdo con Mateo, 19, 12. Fundó una escuela en Cesarea en
231. Considerado tradicionalmente como cristiano literalista, sus obras tienen
mucho más en común con el gnosticismo. Condenado de manera póstuma por
hereje por la Iglesia romana en el siglo V.
Pablo. Ciudadano romano de Tarso, en Asia Menor, de habla griega. Muchas de sus
epístolas o bien son falsas o fueron manipuladas y sus fechas son inciertas. Se
cree que su misión a Grecia duró de 48 a 53 d. n. e. Se le presenta
tradicionalmente como literalista, pero los gnósticos afirman que fue la gran
inspiración del gnosticismo.
Pacomio (290-346 d. n. e.). Fundador egipcio del primer monasterio cristiano cerca
de Nag Hammadi, en el Alto Egipto. Los evangelios gnósticos se encontraron
enterrados cerca de allí. La tradición le considera cristiano literalista ortodoxo,
pero en realidad durante su vida fue investigado por herejía. Tenía visiones de
ángeles y escribía en una lengua mística que todavía no se ha descifrado. Es casi
seguro que era gnóstico.
Papías. Nada sabemos de él aparte de las crónicas de Eusebio y de Ireneo, que no son
de fiar y nos dicen que vivió en Asia Menor en 70-140 d. n. e. donde se dice que
oyó al apóstol Juan.
Pausanias (fl. en 170 d. n. e.). Autor griego de obras sobre viajes que menciona de
forma críptica algunos de los ritos mistéricos que se practicaban en los templos
que visitaba.
Píndaro (518-438 a. n. e.). Poeta lírico griego cuya obra contiene algunas de las
referencias más antiguas a las doctrinas de las escuelas mistéricas.
Pitágoras (581-497 a. n. e.): Filósofo de la isla griega de Sarnoso Viajó mucho por
Egipto, Fenicia y Babilonia, y más adelante fundó comunidades de místicos en las
colonias griegas del sur de Italia. Hierofante de los misterios de Deméter y
Dioniso, poeta que escribió obras atribuidas a Orfeo, reformador social y

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científico. Su influencia en Platón* y en toda la tradición filosófica griega fue
profunda.
Platón (429-348 a. n. e.). Discípulo de Sócrates*, fundador de la escuela filosófica de
Atenas llamada la Academia. Su filosofía estaba inspirada por las doctrinas de los
misterios, el misticismo de Pitágoras* y la poesía de Orfeo.
Plotino (204-270 d. n. e.). El filósofo místico más influyente después de Platón*. Tras
once años de estudio en Alejandría con Amonio Sacas se trasladó a Roma, donde
el emperador y varios senadores asistieron a sus clases.
Plutarco (46-125 d. n. e.). Filósofo y autor prolífico de Queronea, en Grecia.
Sacerdote de Apolo en Delfos durante los últimos treinta años de su vida.
Policarpo. Uno de los primeros mártires cristianos a quien, según Ireneo*, Pedro
nombró obispo de Esmirna. Resulta claro que la historia de su martirio es
legendaria y que muchos de sus detalles proceden de la historia de Jesús. Acude a
lomos de un asno al lugar donde será procesado, desde un «aposento alto» donde
ha estado rezando, etcétera. La crónica de su ejecución es sencillamente absurda.
Porfirio (232-303 d. n. e.). Filósofo pagano. Nacido en Tiro, estudió filosofía en
Atenas, se convirtió al neoplatonismo después de conocer a Plotino* en Roma en
263. Escribió 15 volúmenes contra los cristianos.
Proclo (412-485 d. n. e.). Filósofo pagano. Nacido en Constantinopla, estudió en
Atenas. Fue uno de los últimos directores de la Academia platónica de Atenas
antes de que Justiniano la aboliera en el año 529 d. n. e.
Protágoras (480-410 d. n. e.). Primer filósofo profesional de Atenas. Acusado de
herejía y procesado. Se escapó y pereció en el mar.
Salustio (fl. en 360 d. n. e.). Filósofo neoplatónico y amigo del emperador Juliano*, a
quien aconsejó en sus intentos de reinstaurar el paganismo.
Séneca (4 a. n. e.-65 d. n. e.). Filósofo y político romano. Se hizo vegetariano y
seguidor de Pitágoras* en su juventud. Más adelante fue preceptor de Nerón*.
Sexto. Filósofo pitagórico del siglo II d. n. e. Se encontró una cuidada colección de
sus dichos entre los papiros de Nag Hammadi.
Sócrates. El filósofo más famoso de la antigüedad. Ejecutado por herejía en 399
a. n. e. por el consejo de los «Treinta Tiranos» que a la sazón gobernaba Atenas.
Sófocles (497-406 a. n. e.). Nacido en Grecia, fue autor de tragedias y de más de cien
obras, de las cuales sólo se conservan siete.
Suetonio (69-140 d. n. e.). Historiador romano y autor de Vidas de los doce césares.
Amigo de Plinio.
Tácito (55-117 a. n. e.). Historiador romano y autor de Anales e Historias.
Tertuliano (160-220 d. n. e.). Nacido en Cartago, fue jurista en Roma. Se convirtió al
cristianismo literalista c. 195 y al gnosticismo en 207.
Timoteo. Sacerdote de Eleusis invitado a Alejandría por Ptolomeo I c. 300 a. n. e.
para instaurar los misterios.
Valentín (100-180 d. n. e.). Poeta gnóstico de Alejandría, autor del Evangelio de la

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verdad encontrado en Nag Hammadi. Fundó una escuela en Roma c. 140.
Virgilio (70-19 a. n. e.). Poeta romano que de joven ingresó en una comunidad
filosófica en el sur de Italia. Su obra contiene muchas alusiones a las doctrinas de
los misterios, la astrología y el nacimiento de la Nueva Era.
Vitrubio. Autor romano de diez libros sobre urbanismo y arquitectura dedicados a
Augusto* c. 27 a. n. e.

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TIMOTHY FREKE (1957). Doctor en Filosofía, ha desarrollado todo tipo de
actividades: fue profesor de meditación y de tai chi chuan y durante años compuso
música para distintos eventos, desde espectáculos de danza moderna, hasta melodías
para anuncios televisivos. Hoy en día está reconocido como un especialista en
religión y espiritualidad, reputación que se ha labrado gracias a la publicación de
libros como Tao, The Heart of Islam o Los misterios de Jesús, escrito en colaboración
con Peter Gandy. Actualmente, Freke imparte seminarios y conferencias sobre estos
temas.
PETER GANDY. Es un experto en civilizaciones antiguas y en los misterios de las
religiones paganas. Los misterios de Jesús es su cuarta colaboración con Timothy
Freke; anteriormente habían publicado The Complete Guide to World Mysticism,
Hermética, The Lost Wisdom of the Pharaons y The Wisdom of the Pagan
Philosophers.

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