1.1.2. Eco Umberto - Entrar en El Bosque
1.1.2. Eco Umberto - Entrar en El Bosque
1.1.2. Eco Umberto - Entrar en El Bosque
BOSQUES NARRATIVOS
Umbe11.o Eco
Editorial Lumen
UMBERTO ECO
EDITORIAL LUMEN
ENTRAR EN EL BOSQUE
Quisiera empezar recordando a ltalo Calvino, que hace ocho
años tenía que impartir, en este mismo lugar, sus seis Norton Lec
tures, pero llegó a escribir sólo cinco, y nos dej ó antes de poder
comenzar su estancia en la Harvard University. No recuerdo a Cal
vino sólo por razones de amistad, sino porque estas conferencias
mías estarán dedicadas en gran parte a la situación del lector en
los textos narrativos, y a la presencia del lector en la narración está
dedicado uno de los libros más bellos de Calvino, Si una noche
de invierno un viajero...
En los mismos meses en los que se publicaba el libro de Calvi
no, salía en Italia un libro mío que se titulaba Lector in fabula (sólo
parcialmente semejante a la versión inglesa cuyo título es The Role
of the Reader). La diferencia entre título italiano y título inglés se
debe a que el título italiano (o mej or dicho, latino), traducido lite
ralmente al inglés, sonaría «The Reader in the Fairy Tale», y no
significaría nada. En cambio, en italiano se dice « lupus in fabula»
como equivalente del inglés «speak of the devil», expresión que
se usa cuando llega alguien de quien se estaba hablando. Como
en la expresión italiana se evoca la figura popular del lobo, que
por definición aparece en todas las fábulas y cuentos, he ahí que
en italiano podía hacer resonar esa cita para colocar en los cuen
tos, o en cualquier texto narrativo, al lector. En efecto, el lobo puede
no estar, y veremos enseguida que en su lugar podría estar un ogro,
pero el lector está siempre, y no sólo como componente del acto
de contar historias, sino también como componente de las histo
rias mismas.
Quien comparara hoy mi Lector in fabula con Si una noche de
invierno de Calvino, podría pensar que mi libro es un comentario
teórico a la novela de Calvino. Pero los dos libros salieron casi al
mismo tiempo y ninguno de los dos sabía qué estaba haciendo el
9
otro, aunque a ambos, evidentemente, nos apasionaba el mismo
problema. Cuando Calvino me envió su libro debía de haber reci
bido ya, sin duda, el mío, porque su dedicatoria dice: «A Umber
to, superior stabat lector, longeque inferior Halo Calvino». La cita,
es evidente, procede de la fábula de Fedro del lobo y el cordero («Su
perior stabat l upus, longeque inferior agnus»), y Calvino se esta
ba refiriendo a mi Lector in fabula. Queda bastante ambiguo ese
« longeque inferior» (que puede querer decir tanto «aguas abaj o »
como «de menor importancia»). Si «lector» hubiera d e ser enten
dido de dicto, y por lo tanto, se refiriera a mi libro, entonces debe
ríamos pensar o en un acto de irónica modestia, o bien en la elec
ción (orgullosa) de apropiarse del papel del cordero, dejando al
teórico el del Lobo Malo. Pero si «lector» ha de entenderse de re,
entonces se trataba de una afirmación de poética y Calvino quería
rendir homenaje al lector. Para rendir homenaje a Calvino, toma
ré como punto de partida la segunda de las Propuestas para el pró
ximo milenio que Calvino había escrito para las Norton Lectures,
la dedicada a la rapidez, donde se refiere al 57.0 de los Cuentos
populares italianos que él mismo había reunido:
J. Lezioni americane. Sei proposte per il prossimo millenio, Milán, Garzanti, 198 8
(Seis propuestas para e l próximo milenio, traducción de Aurora Bernárdez, Madrid, Sirue
la, 19 8 9, p. 50).
2 . !bid., p. 5 9.
10
dicaré a la dilación, de la que Calvino no ha hablado, mi tercera
conferencia. Ahora, sin embargo, quisiera decir que toda ficción
narrativa es necesaria y fatalmente rápida, porque -mientras cons
truye un mundo, con sus acontecimientos y sus personaj es- de
este mundo no puede decirlo todo. Alude, y para el resto le pide
al lector que colabore rellenando una serie de espacios vacíos. Y
es que, como ya he escrito, todo texto es una máquina perezosa
que le pide al lector que le haga parte de su trabaj o. Pobre del tex
to si dijera todo lo que su destinatario debería entender: no acaba
ría nunca. Si yo les llamo diciendo «cojo la autopista y llego den
tro de una hora», está implícito que, j unto con la autopista, cogeré
también el coche.
En Agosto, moglie mia non ti conosco, del gran escritor cómi
co Achille Campanile, se encuentra el siguiente diálogo:
11
-¡Oiga, no se olvide! ¡También con el caballo!
-Bueno, como usted quiera -respondió el otro, sorprendido. 3
3 . Opere, Milán, Bompiani, 1 989, p . 8 3 0 (En agosto, esposa mia, n o te conozco, tra
ducción de Juan Moreno, Barcelona, Plaza y Janés, 1 9 8 1 , pp. 1 7 3 -1 74).
4. El albergue del delito, traducción de C. G. E., Barcelona, Maucci, 1910, p. 5.
5. «La metamorfosis», traducción de Jorge Luis Borges, en La metamorfosis y otros
cuentos, Barcelona, Edhasa, 1 987, p. 1 5 .
12
que se la devolvió diciendo: « No he conseguido leerla: ¡el cerebro
humano no tiene tal complejidad ! ».6
Aparte de Einstein, que quizá deploraba una cierta lentitud
de la narración (pero alabaremos más adelante el arte de la dila
ción), no siempre el lector sabe colaborar con la rapidez del texto.
En Reading and Understanding, Roger Schank nos cuenta otra
historia:
Juan amaba a María pero ella no quería casarse con él. Un día
un dragón raptó a María del castillo. Juan montó a la grupa de
su caballo, y mató al dragón. María accedió a casarse con él. Vi
vieron felices y contentos para siempre.
13
rápida, o sea, más o menos elíptica, pero su elipticidad debe esti
marse con respecto al tipo de lector al que se dirige.
Ya que estoy tratando de j ustificar todos los títulos que tengo
la condenada idea de elegir, permítanme que j ustifique el título que
he elegido para mis Norton Lectures. El bosque es una metáfora
para el texto narrativo; no sólo para los textos de los cuentos de
hadas, sino para todo texto narrativo. Hay bosques como Dublín,
donde en lugar de Caperucita Roj a podemos encontrarnos con
Molly Bloom, o como Casablanca, donde nos encontramos con
· l isa Lund o Rick Blaine.
Un bosque es, para usar una metáfora de Borges (otro huésped
de las Norton Lectures cuyo espíritu estará presente en estas con
ferencias mías), un j ardín cuyas sendas se bifurcan. I ncluso cuan
do en un bosque no hay sendas abiertas, todos podemos trazar nues
tro propio recorrido decidiendo ir a la izquierda o a la derecha de
un cierto árbol y proceder de este modo, haciendo una elección
ante cada árbol que encontremos. En un texto narrativo, el lector
se ve obligado a efectuar una elección en todo momento. Es más,
esta obligación de elegir se manifiesta en cualquier enunciado, cuan
do menos en cada ocurrencia de un verbo transitivo. Mientras el
hablante va a terminar la frase, nosotros, aunque sea i nconscien
temente, hacemos una apuesta, anticipamos su elección, o nos pre
guntamos angustiados qué elección hará (al menos en casos de enun
ciados dramáticos como «anoche en el cementerio vi . . . »).
A veces el narrador quiere dej arnos libres de hacer anticipacio
nes sobre la continuación de la historia. Véase, por ejemplo, el fi
nal de Gordon Pym de Poe:
Pero surgió a nuestro paso una figura humana velada, cuyas pro
porciones eran mucho más grandes que las de cualquier habitante
de la tierra. Y la piel de aquella figura tenía la perfecta blancura
de la nieve. 8
14
de saber lo que j amás nos será revelado, el autor, no la voz narran
te, introduce después del final una nota en la que nos advierte de
que, después de la desaparición de Mr. Pym, «se teme que los po
cos capítulos que faltaban para completar su narración . . . se hayan
perdido irremediablemente en el accidente que le costó la vida».9
De ese bosque ya no saldremos nunca más, y no salieron Jules Verne,
Charles Romyn Dake y H . P. Lovecraft, que decidieron quedarse
para continuar la historia de Pym.
Pero hay casos en los que el narrador nos quiere demostrar que
nosotros no somos Stanley, sino Livingstone, y estamos condena
dos a perdernos en los bosques haciendo siempre la elección equi
vocada. Véase Laurence Sterne, y precisamente el principio del Tris
tram Shandy:
9. !bid., p. 210.
10. La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy, traducción de Javier Ma
rias, Madrid, Alfaguara, 1 9 78, pp. 5-6.
15
intentado a menudo no sólo poner en crisis nuestras expectativas
de lectores, sino incluso crear un lector que espera, del libro que
está leyendo, una total libertad de elección. Pero de esta libertad
se goza precisamente porque -en virtud de una tradición milena
ria, desde los mitos primitivos hasta la moderna novela policiaca
el lector suele estar dispuesto a hacer sus propias elecciones en el
bosque narrativo, presumiendo que unas sean más razonables que
otras.
He dicho razonables, como si se tratara de elecciones inspira
das en el sentido común. Pero sería trivial dar por supuesto que
para leer un libro de ficción haya que proceder según el sentido
común. Sin duda, no es lo que nos pedían Sterne o Poe, y ni si
quiera lo que nos pedía el autor, si en sus orígenes había uno, de
Caperucita Roja. En efecto, el sentido común nos impondría que
reaccionáramos ante la idea de que en el bosque hay un lobo que
habla. Entonces, ¿qué entiendo cuando digo que el lector debe, en
el bosque narrativo, hacer elecciones razonables?
En este punto tengo que remitirme a dos conceptos que he tra
tado ya en mis libros anteriores: se trata de la pareja Lector Mode
lo y Autor Modelo. 1 1
El lector modelo d e una historia n o e s e l lector empírico. El
lector empírico somos nosotros, ustedes, yo, cualquier otro, cuan
do leemos un texto. El lector empírico puede lee de muchas ma
neras, y no existe ninguna ley que le im onga cómo leer, porque
a menudo usa el texto como un recipiente para sus propjas pasio
nes, que pueden proceder del exterior del texto, o este mismo se
las pue e excitar de manera casual.
Si alguna vez han visto una película cómica en un momento
de profunda tristeza, sabrán que difícilmente consigue uno diver
tirse; y no sólo esto, podrían tener incluso la oportunidad de vol
ver a ver la misma película años después, y no conseguir sonreír
aún, porque cada imagen les recordaría la tristeza de aquella pri
mera experiencia. Evidentemente como espectadores empíricos es
tarían «leyendo» la película de manera equivocada. ¿Pero equivo
cada con respecto a qué? Con respecto al tipo de espectador en
quien había pensado el director, un espectador dispuesto, precisa-
!l. Cf. Lector in Fabula, Milán, Bompiani, 1 9 79 (Lector in fabula, traducción de Ri
cardo Pochtar, Barcelona, Lumen, 1 9 8 1 ) .
16
mente, a sonreír, y a seguir unas peripecias que no le atañen direc
tamente. A este tipo de espectador (o de lector de un libro) lo lla
mo lector modelo; un lector-tipo que el texto no sólo prevé como
colaborador, sino que incluso intenta crear. Si un texto empieza con
« Había una vez», manda una señal que inmediatamente seleccio
na el propio lector modelo, que debería ser un niño, o alguien que
está dispuesto a aceptar una historia que vaya más allá del sentido
común .
Después d e haber publicado mi novela El péndulo de Foucault,
un antiguo amigo de la infancia, que no veía desde hacía años, me
escribió: «Querido Umberto: no recordaba haberte contado la pa
tética historia de mi tío y de mi tía, pero me parece poco correcto
que la hayas usado para tu novela». Ahora bien, en mi novela yo
cuento unos episodios que conciernen a un cierto tío Cario y a una
tía Caterina, que en la historia son los tíos del protagonista Jaco
po Belbo y, en efecto, estos personajes existieron de veras: aunque
fuera con algunas variaciones, yo había contado una historia de
mi niñez, que atañía a un tío y a una tía que se llamaban de otra
forma. Le contesté, a ese amigo mío, que el tío Cario y la tía Cate
rina eran tíos míos, sobre los cuales, por lo tanto, tenía el copy
right, y no tíos suyos, y que ignoraba incluso que él hubiera tenido
tíos. El amigo se excusó: se había ensimismado tanto en la historia
que había creído reconocer unos acontecimientos que les habían
sucedido a sus tíos. Lo cual no es imposible porque en tiempos de
guerra (tal era la época a la que se remontaban mis recuerdos) a
tíos diferentes les acontecen cosas análogas.
¿Qué le había pasado a mi amigo? Había buscado en el bosque
lo que, en cambio, estaba en su memoria privada . Es j usto que yo,
paseando por un bosque, use cualquier experiencia, cualquier des
cubrimiento para sacar enseñanzas sobre la vida, sobre el pasado
y sobre el futuro. Pero como el bosque ha sido construido para to
dos, en él no debo buscar hechos y sentimientos que me atañen
solamente a mí. Si no, como he escrito en mis dos libros recientes,
Los límites de la interpretación e Interpretation and Overinterpre
tation, 12 no estoy interpretando un texto, sino usándolo. No está
17
prohibido usar un texto para soñar despierto; y a veces lo hacemos
todos. Pero soñar despierto no es una actividad pública. Nos in
duce a movernos en el bosque narrativo como si fuera nuestro j ar
dín privado.
Hay, pues, reglas del j uego, y el lector modelo es el que sabe
atenerse al j uego. Mi amigo se había olvidado por un momento
de las reglas del j uego y había superpuesto sus propias expectati
vas de lector empírico al tipo de expectativas gue el autor preten
día del lector modelo.
Es cierto que el autor dispone, para dar instrucciones al propio
lector modelo, de particulares marcas de género. Pero muchas ve
ces estas marcas pueden ser muy ambiguas. Pinocho empieza con:
-Pues señor, éste era. . . -¡Un Rey!, dirán en seguida mis pe
queños lectores.
-Pues no, muchachos; nada de eso. Esta vez no era un rey sino
un pedazo de madera. 13
18
les. Quizá Collodi quería hacer un j uego doble, y sobre esta sospe
cha se basa gran parte de la fascinación de ese pequeño gran libro.
¿Quién nos impone estas reglas del j uego y estas constriccio
nes? En otras palabras, ¿quién construye el lector modelo? El autor,
dirán en seguida mis pequeños lectores.
Pero después de haber hecho tanto esfuerzo para distinguir el
lector empírico del lector modelo, ¿deberíamos pensar en el autor
como en un personaje empírico que escribe la historia y decide,
acaso por razones inconfesables y conocidas sólo por su psicoana
lista, qué lector construir? Les digo en seguida que a mí el autor
empírico de un texto narrativo (la verdad, de cualquier texto posi
ble) me importa bastante poco. Sé perfectamente que estoy dicien
do algo que ofenderá a muchos de mis oyentes, los cuales, a lo me
j or, emplean mucho tiempo para leer biografías de Jane Austen
o de Proust, de Dostoievski o de Salinger, y entiendo perfectamente
que es bonito y apasionante penetrar en la vida privada de perso
nas verdaderas que sentimos que hemos llegado a amar como ami
gos íntimos. Ha sido un gran ej emplo y un gran consuelo para mi
inquieta j uventud de estudioso saber que Kant escribió su obra
maestra de la filosofía sólo a la venerable edad de cincuenta y siete
años; así como siempre he sido presa de una irrefrenable envidia
al saber que Radiguet escribió Le Diable au corps a los veinte años.
Pero estos elementos no nos ayudan a decidir si Kant tenía ra
zón al aumentar de diez a doce el número de las categorías, ni si
Le Diable au corps es una obra maestra (lo sería aunque Radiguet
lo hubiera escrito a los cincuenta y siete años). El posible herma
froditismo de la Gioconda representa un argumento interesante para
una discusión estética, pero las costumbres sexuales de Leonardo
da Vinci se quedan, por lo que atañe a mi lectura de su cuadro,
en puro cotilleo.
También en las próximas conferencias me referiré a menudo a
uno de los libros más bellos que se hayan escrito jamás, Sylvie de
Gérard de Nerval. Lo leí a los veinte años, y desde entonces no he
dejado de releerlo. Le dediqué, de j oven, un ensayo horrible y, de
1 976 en adelante, una serie de seminarios en la Universidad de Bo
lonia; el resultado fueron tres tesis y, en 1982, un número especial
de la revista VS.14 En 1984, le dediqué un graduate course en la
14. Umberto Eco, <<11 tempo di Sylvie», Poesia e critica 2, 1 962 pp. 5 1-65. Sur Sylvie,
número monográfico de VS 3//32, 1982, a cargo de Patrizia Vio1i.
19
Columbia University, y sobre esa novela se escribieron muchos term
papers interesantes. A estas alturas, conozco cada una de sus co
mas, cada uno de sus mecanismos secretos. Esta experiencia de re
lectura, que me ha acompañado durante cuarenta años, me ha pro
bado lo simples que son los que dicen que si se anatomiza un texto,
si se exagera con el clase reading, se mata su magia. Cada vez que
vuelvo a Sylvie, aun conociendo su anatomía, y quizá precisamen
te por eso, me vuelvo a enamorar como si lo leyera por primera vez.
Sylvie empieza así:
15. Sylvie. Souvenirs du Valois (primera edición en La Revue des Deux Mondes, 1 5
d e julio d e 1853; segunda edición corregida en Les filies du feu, París, Giraud, 1854). Ésta
y las siguientes traducciones de Sylvie son de Susana C antero, Las hijas del fuego, edición
de Fátima Gutiérrez, M adrid, Cátedra, 1990.
20
tiempo de los cuentos. «Once upon a time» se dice «había una vez»,
«c'era una volta», «il était une fois»: <mna vez» puede ser traduci
do como «once», pero- es el imperfecto el que sugiere un tiempo
impreci so, quizá cíclico, que el inglés obtiene con «upon a time».
El inglés puede expresar la iteratividad del «paraissais» fran
cés, o bien conformándose con la indicación textual «every eve
ning», o bien subrayando la iteratividad a través del « l used to» .
No se trata de un asunto de poca monta, porque gran parte de la
fascinació n de Sylvie se basa sobre una calculada alternancia de
imperfectos e indefinidos, y el uso i ntenso del imperfecto confiere
a toda la historia un tono onírico, como si estuviéramos mirando
algo con los oj os entrecerrados. El lector modelo en el que pensa
ba Nerval no era anglófono, porque la lengua inglesa era demasia
do precisa para sus finalidades.
Volveré a los imperfectos de Nerval en el curso de mi próxima
conferencia, pero veremos enseguida cómo el problema es impor
tante para la discusión sobre el autor, y sobre su voz. Considere
mos ese «le» con el que empieza la historia. Los libros escritos en
primera persona inducen al lector ingenuo a pensar que quien dice
«yo» es el autor. Evidentemente no, es el narrador, es decir, la voz
que-narra, y el que la voz narrante no sea necesariamente el autor
nos lo dice P. G. Wodehouse, que escribió en primera persona las
memorias de un perro.
Nosotros, en Sylvie, tenemos que vérnoslas con tres entidades.
La primera es un señor, nacido en 1 808 y muerto (suicida) en 1 8 5 5 ,
que, entre otras cosas, no s e llamaba ni siquiera Gérard d e Nerval
sino Gérard Labrunie. Muchos, con la guía M ichelin en la mano,
siguen yendo a buscar en París la Rue de la Vieille Lanterne, don
de se ahorcó; algunos de ellos no han entendido nunca la belleza
de Sylvie.
La segunda entidad es quien dice «yo» en el cuento. Este per
sonaj e no es Gérard Labrunie. Lo que sabemos de él es lo que nos
dice la historia, y al final de la historia no se mata. Más melancóli
camente, reflexiona: «Las ilusiones se van cayendo una tras otra,
como las cáscaras de una fruta, y la fruta es la experiencia».
Con mis estudiantes habíamos decidido llamarlo «Je-rard», pero
como el j uego de palabras es posible sólo en francés, lo llamare
mos el narrador. El narrador no es Monsieur Labrunie, por las mis
mas razones por las cuales quien empieza los Viajes de Gulliver
21
diciendo que su padre era un modesto propietario del Nottinghams
hire y que a los catorce años lo había mandado al E manuel Colle
ge de Cambridge, no es Jonathan Swift, quien, en cambio, había
estudiado en el Trinity College de Dublín. Al lector modelo de Sylvie
se le invita a conmoverse con las ilusiones perdidas del narrador,
no con las de Monsieur Labrunie.
Por último, hay una tercera entidad, que normalmente es difí
cil de determinar, y es lo que yo llamo, por simetría con el lector
modelo, el autor modelo. Labrunie podría haber sido un plagiario
y Sylvie podría haber sido escrita por el abuelo de Fernando Pes
soa, pero el autor modelo de Sylvie es esa «voz» anónima que em
pieza la narración diciendo «le sortais d'un théatre» y termina ha
ciéndole decir a Sylvie « Pauvre Adrienne! Elle est morte au convent
de Saint-S . . . , vers 1 832». De él no sabemos nada más, o mej or, sa
bemos lo que esta voz dice entre el capítulo 1 y el capítulo X I V
d e la historia, que s e titula, precisamente «Dernier feuillet», últi
mo pliego (después queda sólo el bosque, y nos toca a nosotros
entrar y recorrerlo). Una vez aceptada esta regla del j uego, pode
mos incluso permitirnos darle un nombre a esta voz, un nom de
plume. Habría encontrado uno muy bueno, si me lo permiten: Ner
val . Nerval no es Labrunie, como no es el narrador. Nerval no es
un É l, así como George E liot no es una E lla (sólo Mary Ann Evans
lo era). Nerval sería en alemán un Es, y en inglés puede ser un It.
E n español un Ello. Desafortunadamente, en italiano la gramática
·
me obliga a atribuirle un sexo a toda costa.
Podríamos decir que este Nerval, que al principio de la lectura
no existe todavía, a no ser como un conjunto de pálidas huel las,
cuando lo identifiquemos no será sino lo que toda teoría de las
artes y de la literatura l lama «estilo». Sí, desde luego, al final eL
autor modelo será reconocible también como un estilo y este estilo
será tan evidente, claro, inconfundible, que podremos entender, por
fin, que es con toda seguridad la misma voz de Sylvie la que, en
A urélia, empieza con « Le reve est une seconde vie».
Pero la palabra «estilo» dice demasiado y dice demasiado poco.
Dej a pensar que el autor modelo, por citar a Stephen Dedalus, per
manezca en su perfección, como el Dios de la creación, dentro, o
detrás, o más allá de su obra, entretenido en arreglarse las uñas . . .
E n cambio, e l autor modelo es una voz que habla afectuosamente
(o imperiosa, o subrepticiamente) con nosotros, que nos quiere a
22
su lado, y esta voz se manifiesta como estrategia narrativa, como
conju nto de instrucciones que se nos imparten a cada paso y a las
que debemos obedecer cuando decidimos comJ?ortarnos como lector
modelo.
En la vasta literatura teórica sobre la narrativa, sobre la estéti
ca de la recepción o sobre el reader-oriented criticism, aparecen va
rios personajes llamados Lector Ideal, Lector I mplícito, Lector Vir
tual, Metalector, etcétera, etcétera, y cada uno de ellos evoca como
propia contraparte un Autor Ideal o Implícito o Virtual.16 Estos
términos no son siempre sinónimo s.
Mi lector modelo, por ejemplo, es muy parecido al Lector Im
plícito de Wolfgang I ser. Sin embargo para Iser el lector
Este proceso parece más semej ante a aquel del que hablaba yo
en 1 962 en Obra abierta. El lector modelo del que he hablado en
Lector in fabula es, en cambio, un conjunto de instrucciones tex-
16. Sobre este argumento remito especialmente, y en orden cronológico a: Wayne Booth,
The Rhetoric oj Fiction, Chicago, University of Chicago Press, 1 96 1 (trad. cast . : La retóri
ca de /a ficción, B arcelona, Bosch, 1 978); Roland Barthes, «lntroduction a l'analyse struc
turale des récits», Communications 8, 1 966 (trad. cast . : Análisis estructural del relato, Buenos
Aires, Tiempo Contemporáneo, 1970); Tzvetan Todorov, « Les c atégories du récit littérai
re», Communications 8, 1966 (trad. cit.); E. O. Hirsch jr., Va/idity in Interpretation, New
H aven, Yale University Press, 1967; Michel Foucault. «Qu'est ce qu'un auteur?», Bu/letin
de la Société Fran(:aise de Philosophie, julio-septiembre 1 969; Michael Ri ffaterre, Essais
de stylistique structura/e, París, Flammarion, 1 971 (trad. c ast . : Ensayos de esti/fstica es
tructural, Barcelona, Seix Barra!, 1976), y Semiotics oj Poetry, Bloomington, Indiana Uni
versity Press, 1978 ; Gérard Genette, Figures JI!, Paris, Seuil, 1972 (trad. cast .: Figuras !JI,
Barcelona, Lumen, 1989); Wol fgang Iser, The lmp/ied reader, Baltimore, Johns Hopkins
University Press, 1974; M aria Corti, Principi del/a comunicazione /el/eraria, Milán, Bom
piani, 1976; Seymour Chatman, Story and Discourse, Ithaca, Cornell University Press, 1978
(trad. cast . : Historia y discurso, M adrid, Taurus, 1990); Charles Fillmore, Ideal Readers
and Real Readers, Mimeo, 1 9 8 1 ; Paola Pugliatti, Lo sguardo nel racconto, Bolonia, Zani
chelli, 1985; Robert Scholes, Protocols of Reading, New Haven, Yale University Press, 1 989.
1 7 . The lmplied Reader, Johns Hopkins University Press, 1974, pp. 278-287.
23
tuales, gue se manifiestan en la superficie del texto, precisamente
en forma de afirmaciones u otras señales. Como ha observado Paola
Pugliatti,
Es verdad que l ser en The Act oj Reading dice que «el concep
to de lector implícito es, por tanto, una estructura textual que an
ticipa la presencia del receptor», pero inmediatamente después aña
de: «sin necesariamente definirlo» . Para Iser «el rol del lector no
es idéntico al lector ficticio retratado en el texto. Este último es sim
plemente un componente del rol del lecton>. 19
Durante estas conferencias mías, aun reconociendo la existen
cia de esos ot ros componentes que tan brillantemente ha estudia
do I ser, dirigiré sobre todo mi atención sobre ese «lector fict icio
inscrito en el texto>> , dando por su uesto que la tarea principal de
la interpretación consiste en encarnarlo, a pesar de que su existen
cia sea fantasmagórica. Si lo desean, soy más «germánico» que Iser,
más abstracto o -como dirían los filósofos no-continentales- más
especulat ivo.
Así es que hablaré de lector modelo no sólo para textos abier
tos a múltiples puntos de vista, sino también para los que prevén
un lector testarudo y obediente; en otras palabras, no existe sólo
un lector modelo para el Finnegans Wake sino también para el ho-
18. « Reader's stories revisited», !1/ettore: modelli, processi ed effetti dell'in lerpreta
zione, número monográfico de VS 52153, 1989, pp. 5-6.
19. The Act of Reading, Balti more, John Hopkins University Press, 1 978, pp. 34-36.
La versión inglesa, de la que se cita, es parcialmente di ferente de la versión alemana, Der
Akt Des Lesens, a partir de la cual J. A. Gi mbernat h a realizado l a traducción castellana,
El acto de leer, M adrid, Taurus, 1987; véanse en ese sentido las pp. 64-66 (N. del t.).
24
rario de trenes, y de cada uno de estos lectores el texto espera un
tipo de cooperación diferente.
Desde luego, pueden resultamos más excitantes las instruccio
nes que Joyce da a «un lector ideal aquej ado por un insomnio
ideal», pero igualmente debemos tomar en consideración el con
junto de instrucciones de lectura proporcionadas por un horario
de trenes.
En este sentido, tampoco mi autor modelo es necesariamente
una voz gloriosa, una estrategia sublime: el autor modelo actúa
y se muestra incluso en la novela pornográfica más sórdida, indi
ferente a las razones del arte, para decirnos que las descripciones
que nos ofrece deben constituir un estímulo para nuestra imagina
ción y para nuestras reacciones físicas. Y para tener un ej emplo
de autor modelo que, sin pudor, se muestra inmediatamente, des
de la primera página, al lector prescribiéndole las emociones que
deberá experimentar, aun en el caso en que el libro no consiguiera
comunicárselas, he aquí el principio de My Gun Is Quick de Mic
key Spillane:
20. M ickey Spillane, My Gun Is Quick, Nueva York, Dutton, 1 950, (Mi pistola es ve
loz, traducción de Rosalía Vázquez, Barcelona, Ediciones G. P., 1 967, pp. 5-6).
25
vergüenza, pero con mayor sutileza, autor modelo, autor empíri
co, narrador y otras más imprecisas entidades se exhiben, se po
nen en escena en el texto narrativo, con el propósito explícito de
confundir al lector. Volvamos al Gordon Pym de Poe.
Dos entregas de esas aventuras habían sido publicadas en 1 837,
en el Southern Literary Messenger, más o menos con la forma que
conocemos. El texto empezaba con « Me llamo Arthur Gordon
Pym » y ponía en escena, por consiguiente, a un narrador en pri
mera persona, pero ese texto aparecía baj o el nombre de Poe, como
autor empírico (figura 1 ) . En 1 838, la historia completa aparecía
en volumen, pero sin nombre del autor. En cambio, aparecía un
prefacio firmado por A . G. Pym que presentaba aquellas aventu
ras como historia verdadera, y se avisaba de que en el Southern
Literary Messenger esas mismas aventuras habían sido presenta
das baj o el nombre del señor Poe, porque nadie se habría creído
la historia y por ello daba igual presentarla como si fuera una fic
ción narrativa. Así pues, tenemos un Mr. Pym, autor empírico, que
es el narrador de una historia verdadera, el cual escribe un prefa
cio que no forma parte del texto narrativo sino del para texto. 21
Mr. Poe desaparece en el fondo, convirtiéndose en una especie de
personaje del paratexto (figura 2). Pero al final de la historia, pre
cisamente donde se interrumpe, interviene una nota que explica
cómo los últimos capítulos se han perdido tras «la reciente y trági
ca muerte de Mr. Pym», una muerte cuyas circunstancias «son bien
conocidas de los lectores por las informaciones de la prensa». Esta
nota, no firmada (y ciertamente no escrita por Mr. Py m, de cuya
muerte habla), no puede ser atribuida a Poe, porque en ella se ha
bla de Mr. Poe como de un primer editor, al que aun así se le acu
sa de no haber sabido captar la naturaleza criptográfica de las fi
guras que Pym había introducido en el texto.
A estas alturas, el lector se siente inducido a considerar que Pym
es un personaje ficticio, el cual como narrador habla no sólo al
principio del primer capítulo, sino al principio del prefacio, el cual
se convierte en parte de la historia y no en mero paratexto, y que
el texto se debe a un tercer, y anónimo, autor empírico (que es el
21. Según Gérard Genette (Seuils, París, Seuil, 1 987), el paratexto es el conjunto de
los mensajes que preceen, acompañan o siguen a un texto, como las advertencias publicita
rias, los títulos y los subtítulos, la solapa, los prefacios, las reseñas, etcétera.
26
Me llamo
A. G. Pym.
--
(FÁBULA)
Figura 1
Me llamo
A. G. Pym.
(FÁBULA)
Figura 2
27
autor de la nota final, ésta sí un verdadero ejemplo de paratexto),
el cual habla de Poe en los mismos términos en los que Pym ha
blaba de él en su falso paratexto. Y nos preguntamos entonces si
Mr. Poe es una persona real o un personaje de dos historias dife
rentes, una contada por el falso paratexto de Pym y la otra relata
da por un señor X, autor de un paratexto auténticamente tal, pero
mendaz (figura 3).
Como último enigma, este misterioso Mr. Pym empieza su his
toria con un «Me llamo A rt hur Gordon Pym», un íncipit que no
sólo anticipa el « Llamadme I smael» de Melville (lo cual no ten
dría relevancia alguna), sino que parece parodiar también un texto
en el que Poe, antes de escribir el Pym, había parodiado a un cier
to Morris Matt son, el cual había empezado una novela suya con
«Me llamo Paul Ulric». 22
Deberemos entonces j ustificar al lector que empezara a sospe
char que el autor empírico es el señor Poe, que se había inventado
un personaje novelescamente dado como real, el señor X, que ha
bla de una persona falsamente real, el señor Py m, que a su vez ac
t úa como el narrador de una historia novelesca. El único elemento
embarazoso sería que este personaje novelesco habla del señor Poe
(el real) como si fuera un habitante del propio universo ficticio (fi
gura 4).
¿Quién es, en t odo este embrollo text ual, el autor modelo?
uienquiera que sea, es la voz, o la estrategia, que confunde a los
varios supuestos autores empíricos para que el lector modelo que
de at rapado en este teatro catóptrico.
Y ahora vo vamos a leer Sylvie. Usando un imperfecto al prin
cipio, la voz que hemos decidido denominar Nerval nos dice que
debemos aprestarnos a escuchar una evocación. Al cabo de cuatro
páginas, la voz pasa repent inamente del imperfecto al indefinido
y cuenta de una noche pasada en el club después del teat ro. Nos
hace entender que también aquí escuchamos una evocación del na
rrador, pero que ahora él evoca un momento preciso, el momento
en el que, conversando con un amigo de la act riz que él ama desde
hace tiempo, sin haberla abordado nunca, se da cuenta de que lo
que él ama no es una mujer, sino una imagen. Pero puesto que ahora
22. Cf. Harold Beaver, comentario a E. A. Poe, The narrative oj A. G. Pym, Har
mondsworth, Penguin, 1 975, p. 250.
28
Paratexto de Mr. X: «El autor de este texto es Mr. Pym, recientemente
fallecido. Poe hizo una primera edición incorrecta ...
Me llamo
A. G. Pym.
(FÁBULA)
Pym como
PYM narrador
Figura 3
Me llamo
A. G. Pym
Figura 4
29
él se encuentra en la realidad fijada puntualmente por el tiempo
pasado, lee en un periódico que, en la realidad, aquella noche en
Loisy, lugar de su infancia, se está desarrollando la tradicional fiesta
de los arqueros, en la que participaba adolescente, prendado de la
bella Sy lvie.
En el segundo capítulo, la narración se reanuda en imperfecto.
El narrador pasa algunas horas en una semi-somnolencia en la que
evoca una fiesta de su adolescencia. Recuerda a la tierna Sylvie,
que lo amaba, y a la bella y altanera Adrienne, que aquella noche
había cantado en el prado, aparición casi milagrosa, y luego había
desaparecido para siempre entre los muros de un convento . . . Entre
el sueño y la vigilia, el narrador se pregunta si no estará amando
él, siempre y sin esperanza, la misma imagen; es decir, si por razo
nes misteriosas, Adrienne y Aurélie, la actriz, no serán la misma
persona.
En el tercer capítulo el narrador es embargado por el deseo de
volver a ver el lugar de sus memorias de infancia, calcula que po
dría llegar antes del alba, sale, toma un coche de caballos y, a lo
largo del viaje, mientras empieza a divisar los caminos, las coli
nas, los pueblos de su infancia, empieza una nueva evocación, esta
vez de un período más cercano, que se remonta a unos tres años
atrás. Pero al lector se le introduce en este nuevo fluj o de recuer
dos mediante una frase que -si la leemos con atención- parece
estupefaciente:
30
morias, y por tanto aprestarnos a llevar a cabo un nuevo viaj e ha
cia el pasado? ¿;Nosotros los que tenemos que hacerlo ahora (mien
tras el coche viaj a en el mismo momento en que leemos) y no «en
tonces», cuando la carroza estaba yendo, en el momento pasado
del que nos habla el narrador? É sta no es la voz del narrador, es
la voz de Nerval, autor modelo que por un instante habla en pri
mera persona en la historia y nos dice, a nosotros lectores modelo:
« Mientras él, el narrador, está subiendo por las colinas con su co
che, recompongamos (con él, desde luego, pero también ustedes
y yo) las memorias del tiempo en que tan a menudo iba él a esos
lugares» (Figura 5).
P E RSONAJES � LECTOR
MODELO
�
��
antes de 1 853
Figura 5
31
porque es él el que a esos lugares iba tan a menudo («J 'y venais
si souvent» ) .
Nótese, además, que podrían escribirse muchas páginas sobre
ese «j 'y» : ¿es un «allí», allí, donde estaba el narrador aquella no
che? ¿Es un «aquí», aquí, donde Nerval de golpe nos está trans
portando?
En esta narración donde los tiempos y los espacios se confun
den de manera inextricable, en este punto parecen confundirse tam
bién las voces. Pero esta confusión está orquestada tan admirable
mente que resulta imperceptible, o casi, visto que nosotros la estamos
percibiendo. No es confusión, es, en cambio, u n momento de lím
pida visión , de epifanía de la narratividad, donde aparecen j u ntas
las tres Qersonas de la trinidad narrativa: autor modelo, narrador
y lector.
Autor y lector modelo son dos imágenes que se definen recí
procamente sólo en el curso y al final de la lectura. Se construyen
mutuamente. Creo qu esto es verdad no sólo para las obras de
narrativa sino }Jara cualquier tipo de texto.
En el párrafo 66 de las Philosophical Investigations, Wittgens
tein escribe:
32
a j ugar este j uego sobre los j uegos, están determinados sólo por
e1 tipo de operaciones interpretativas que aquella voz le pide que
l leve a cabo: considerar, mirar, ver, encontrar parentescos y seme
j anzas.
De la misma forma, el autor no es sino una estrategia textual
capaz de establecer correlaciones semánticas, y ue pide ser imita
do: cuando esta voz dice «Me refiero », quiere establecer un pacto,
por el cual con el término juego deben entenderse j uegos de car
tas, j uegos de tablero, etcétera, etcétera. Pero esta voz se abstiene
de definir el término juego, y nos invita a definirlo nosotros, o a
reconocer que no se puede definir satisfactoriamente como no sea
en términos de «parecidos de familia». En este texto, Wittgenstein
no es sino un estilo filosófico, y su lector modelo no es sino la ca
pacidad y la voluntad de adaptarse a ese estilo, cooperando _Qara
hacerlo posible.
Y así yo, voz sin cuerpo, sin sexo (y sin historia, como no sea
la que empieza con esta primera conferencia y acabará con la últi
ma), les invito, amables lectores, a colaborar en mi j uego durante
las próximas cinco citas.
33