Thompson, E.P. - Obra Esencial
Thompson, E.P. - Obra Esencial
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EDWARD PALMER THOMPSON
ED IC IÓ N DE
DOROTHY THOMPSON
Obra esencial
CRÍTICA
Barcelona
Título original:
THE ESSENTIAL E. P. THOMPSON
The New Press, Nueva York
ISBN: 84-8432-379-X
Depósito legal: B. 40.701-2002
Impreso en España
A&M Gráfic, S.L.,
Santa Perpétua de la Mogoda
(Barcelona)
INTRODUCCIÓN*
obra sobre Morris fue su primer paso hacia un compromiso con ciertas
formas mecanicistas y teleológicas de presentación histórica que encontró
no sólo en la historia económica y política dominante, sino también en as
pectos de la tradición marxista en cuyo seno escribía. Muchos años más
tarde, mirando hacia atrás, en una entrevista publicada en Radical History
Review respondió a la pregunta «¿Cómo el autor de una biografía de Wi-
lliam Morris ha llegado a escribir en Whigs and Hunters sobre la ecología
del bosque de Windsor?» como sigue:
Surge de una preocupación que recorre toda mi obra incluso desde antes de
que viera su ... significado.... Preocupación referente a lo que considero un au
téntico silencio en Marx, que afecta a lo que los antropólogos llamarían siste
mas de valores.
Nota
1. MARHO, The Radical Historians Organization, Visions of History, Pantheon Books, Nue
va York, 1984, pp. 20-22.
I
P o lítica y cultura
PREFACIO
De L a f o r m a c ió n d e l a c l a s e o b r e r a e n I nglaterra*
ste libro tiene un título un tanto tosco, pero que cumple su cometido.
E Formación porque es el estudio de un proceso activo, que debe tanto
a la acción como al condicionamiento. La clase obrera no surgió como el
sol, a una hora determinada. Estuvo presente en su propia formación.
Clase, en lugar de clases, por razones cuyo examen es uno de los obje
tivos del libro. Existe, por supuesto, una diferencia. «Clases trabajadoras»
es un término descriptivo, que elude tanto como define. Pone en el mismo
saco de manera imprecisa un conjunto de fenómenos distintos. Aquí había
sastres y allí tejedores, y juntos componían las clases trabajadoras.
Por clase entiendo un fenómeno histórico que unifica una serie de su
cesos dispares y aparentemente desconectados en lo que se refiere tanto a
la materia prima de la experiencia como a la conciencia. Y subrayo que se
trata de un fenómeno histórico. No veo la clase como una «estructura», ni
siquiera como una «categoría», sino como algo que tiene lugar de hecho (y
se puede demostrar que ha ocurrido) en las relaciones humanas.
Todavía más, la noción de clase entraña la noción de relación históri
ca. Como cualquier otra relación, es un proceso fluido que elude el análisis
si intentamos detenerlo en seco en un determinado momento y analizar su
estructura. Ni el entramado sociológico mejor engarzado puede darnos
una muestra pura de la clase, del mismo modo que no puede dárnosla de
la deferencia o del amor. La relación debe estar siempre encamada en gen
te real y en un contexto real. Además no podemos tener dos clases distin
tas, cada una con una existencia independiente, y luego ponerlas en rela
ción la una con la otra. No podemos tener amor sin amantes ni deferencia
sin squires ni braceros. Y la clase cobra existencia cuando algunos hom-
Las clases se basan en las diferencias de poder legítimo asociado a ciertas po
siciones, es decir, en la estructura de papeles sociales con respecto a sus ex
pectativas de autoridad ... Un individuo se convierte en miembro de una cla
se cuando desempeña un papel social relevante desde el punto de vista de la
autoridad ... Pertenece a una clase porque ocupa una posición en una organi
zación social; es decir, la pertenencia de clase se deriva de la posesión de un
papel social.2
El problema es, por supuesto, cómo ese individuo llegó a tener este «pa
pel social» y cómo la organización social determinada (con sus derechos
de propiedad y su estructura de autoridad) llegó a existir. Y estos son pro
blemas históricos. Si detenemos la historia en un punto determinado, en
tonces no hay clases, sino simplemente una multitud de individuos con
una multitud de experiencias. Pero si observamos a esos hombres a lo
largo de un período suficiente de cambio social, observaremos pautas en
sus relaciones, sus ideas y sus instituciones. La clase la definen los hom
bres mientras viven su propia historia, y al fin y al cabo ésta es su única
definición.
modo que en 1832 la presencia de la clase obrera era el factor más signifi
cativo de la vida política británica.
El libro está escrito del siguiente modo. En la primera parte estudio las
tradiciones populares con continuidad en el siglo xvm que tuvieron in
fluencia en la agitación jacobina de la década de 1790. En la segunda par
te paso de las influencias subjetivas a las objetivas: las experiencias de gru
pos de obreros durante la Revolución industrial, que en mi opinión tienen
una significación especial. También intento hacer una estimación del ca
rácter de la nueva disciplina del trabajo industrial y de su relación con la
iglesia metodista. En la tercera parte recojo la historia del radicalismo ple
beyo y la llevo a través del ludismo hasta la época heroica del final de las
guerras napoleónicas. Al final trato algunos aspectos de teoría política y
de la conciencia de clase en las décadas de 1820 y 1830.
Esta obra es más un conjunto de estudios sobre temas relacionados en
tre sí que una narración continuada. Al seleccionar estos temas he sido
consciente, a veces, de que escribía contra la autoridad de ortodoxias pre
dominantes. Está la ortodoxia fabiana, que considera a la gran mayoría de
la población obrera como víctimas pasivas del laissez faire, con excepción
de un puñado ele organizadores clarividentes (señaladamente, Francis Pla
ce). Está la ortodoxia de los historiadores de la economía empírica, que
considera a los obreros como fuerza de trabajo, como inmigrantes o como
datos de las series estadísticas. Está la ortodoxia del Pilgrim's Progress, se
gún la cual el período está salteado por los pioneros-precursores del Welfare
State, los progenitores de una Commonwealth socialista o (más reciente
mente) las primeras muestras de relaciones industriales racionales. Cada
una de estas ortodoxias tiene cierta validez. Todas han añadido algo a
nuestro conocimiento. Mi desacuerdo con la primera y la segunda se debe
a que tienden a oscurecer la acción de los obreros, el grado en que contri
buyeron con esfuerzos conscientes a hacer la historia. Mi desacuerdo con
la tercera es que interpreta la historia a la luz de preocupaciones posterio
res, y no como de hecho ocurrió. Sólo se recuerda a los victoriosos (en el
sentido de aquellos cuyas aspiraciones anticipaban la evolución subsi
guiente). Las vías muertas, las causas perdidas y los propios perdedores se
olvidan.
Trato de rescatar al pobre tejedor de medias, al tundidor ludita, al «ob
soleto» tejedor de telar manual, al artesano «utópico» e incluso al iluso
seguidor de Joanna Southcott, de la enorme prepotencia de la posteridad.
Es posible que sus oficios artesanales y sus tradiciones estuviesen mu
riendo. Es posible que su hostilidad hacia el nuevo industrialismo fuese
retrógrada. Es posible que sus ideales comunitarios fuesen fantasías. Es
posible que sus conspiraciones insurreccionales fuesen temerarias. Pero
PREFACIO 17
E. P. T hompson
Halifax, agosto de 1962.
Notas
1. Un ejemplo de este enfoque, que abarca el período de este libro, se encuentra en la obra
de un colega del profesor Talcott Parsons: N. J. Smelser, Social Change in the Industrial
Revolution, 1959.
2. R. Dahrendorf, Class and Class Conflict in Industrial Society, 1959, pp. 148-149.
EXPLOTACIÓN
D e L a f o r m a c ió n d e l a c l a s e o b r e r a e n I n g l a t e r r a *
Ahora, hay aquí una fábrica grande y ostentosa, cuyo arroyo ha acaparado la mi
tad del agua de los saltos de más an ib a dél puente. Con el tañido de la campana
y el griterío de la fábrica, todo el valle está trastornado; la traición y los sistemas
igualitarios son los temas de conversación; y la rebelión puede estar próxima.
Cuando los hombres acceden así a las riquezas, o cuando las riquezas que pro
vienen del comercio se consiguen con demasiada facilidad, el infortunio se cier
ne sobre nosotros, hombres de ingresos medianos y renta fija; como lo hizo so
bre todos los Nappa Halls y la Yeomanry de la tierra.
La gente, es cierto, tiene trabajo; pero todos ellos se abandonan al vicio propio
de la m uchedumbre ... En los ratos que las gentes no trabajan en la fábrica se
aplican a la caza furtiva, al libertinaje y al pillaje ...’
Pero lo que más inquietud causaba a este observador eran las consecuen
cias humanas de esas «innovaciones»;
Cuando un extraño atraviesa las masas de seres humanos que se han aglome
rado alrededor de las hilanderías y estampaciones ... no puede contemplar esas
* La spinning-jenny era una máquina de hilar con varios husos; fue inventada por James
Hargreaves en 1764. (N. de la t.)
** La mulé era una variante de la spinning-jenny inventada por Samuel Crompton en 1797.
En España se le conocía como «muía». (N. de la t.)
EXPLOTACIÓN 21
* Los cañistas recogieron 3.315.752 firmas para su segunda petición de 1842. El Parlamen
to se negó de nuevo a tomarla en consideración. Este mismo año hubo serias huelgas y
motines en el norte de Inglaterra y en las áreas industriales. (N. de la t.)
** Se refiere a la larga polémica sobré las condiciones de vida de la población obrera inglesa
durante la Revolución industrial. (N. de la t.)
*** Michael Armstrong fue escrita por Throllope, Mary Barton por Gaskell y Tiempos difíciles
es de Dickens (trad. cast. en Orbis S. A., 1982. N. de la t.)
EXPLOTACIÓN 23
«De ahí el hecho ...» se puede poner en duda el juicio. Y sin embargo, es
en esa intuición —que la revolución que no tuvo lugar en Inglaterra fue tan
completamente devastadora, y en algunos aspectos más lacerante, que la
que tuvo lugar en Francia— donde encontramos una clave para la natura
leza verdaderamente catastrófica del período. En toda esa época hay tres
grandes influencias, y no dos, que actúan simultáneamente. Está el tremen
EXPLOTACIÓN 27
En prim er lugar, pues, por lo que se refiere a los patronos: con muy pocas ex
cepciones, son un grupo de hombres que han surgido del negocio del algodón
sin educación ni preparación, excepto la que hayan podido adquirir, gracias a
su relación con el pequeño m undo de comerciantes en la lonja de Manchester;
pero para contrarrestar ese defecto, dan unas apariencias, gracias a un osten
toso despliegue de mansiones elegantes, ajuares, libreas, parques, caballos, pe
rros de caza, etc., que se cuidan de exhibir ante el comerciante extranjero de la
forma más fastuosa. Por supuesto, sus casas son elegantes palacios que supe
ran con mucho, en volumen y extensión, las residencias refinadas y fascinantes
que se pueden ver en los alrededores de Londres ... pero el observador puro de
las bellezas de la naturaleza y el arte combinados advertirá en ellas una deplo
rable falta de gusto. Educan a sus familias en las escuelas más caras, decididos
a dar a su descendencia una doble ración de lo que a ellos les falta. Así, sin que
apenas haya en sus cabezas una segunda intención, son materialmente peque
ños monarcas, absolutos y despóticos en sus distritos particulares; y para que
todo eso se mantenga, ocupan todo su tiempo en m aquinar cómo obtener la
mayor cantidad de trabajo a cambio del menor g asto .... En resumen, me atre
veré a decir, sin miedo a la contradicción, que se observa una mayor distunciu
entre el amo y el hilandero aquí, de la que hay entre el mayor comerciante de
Londres y su último criado o el más humilde artesano. Desde luego no se pue
de comparar. Sé que es un hecho que la mayor parte de los patronos de hilan
deros desean mantener bajos los salarios con el propósito de mantener a los hi
landeros indigentes y sin ánimos ... así como con el propósito de llevarse el
beneficio a sus bolsillos.
Los patronos de hilanderos son una clase de hombres distinta de todos los
demás maestros artesanos del reino. Son ignorantes, orgullosos y til-únicos. ¿Cómo
deben ser los hombres, o mejor dicho los seres, que son los instrumentos de ta
les amos? Porque, durante años y años, han sido, con sus esposas y sus hijos, la
paciencia personificada, esclavos y esclavas para sus crueles amos. Es inútil
ofender nuestro sentido común con la observación de que aquellos hombres
son libres; de que la ley protege por igual a los ricos y a los pobres, y que un hi
landero puede abandonar a su amo si no le gustan los salarios que paga. Es
cierto, puede, pero ¿dónde debe ir?; por supuesto, a otro amo. De acuerdo, va;
le preguntan dónde trabajó antes, «¿te despidieron?» No, no nos poníamos de
acuerdo acerca de los salarios. Bueno, no puedo darte empleo a ti ni a nadie
que deje a su amo por este motivo. ¿Por qué ocurre esto? Porque existe un abo
m inable pacto vigente entre los amos, que se estableció por prim era vez en
Stockport, en 1802, y desde entonces se ha generalizado tanto, que abarca a
todos los grandes amos en una área de m uchas millas alrededor de Manches
ter, aunque no a los pequeños patronos; éstos están excluidos. En opinión de
30 E. P. THOMPSON
los grandes, son los seres más detestables que se puedan im aginar ... Cuando
se estableció el pacto, uno de sus prim eros artículos fue que ningún amo de
bía em plear a un hom bre hasta que hubiese averiguado si su últim o patrono
le había despedido. ¿Qué debe hacer entonces el hombre? Si va a la parro
quia, que es la tum ba de toda independencia, le dicen: No podemos ayudarte,
si riñes con tu am o te m andarem os a prisión, y no vamos a m antener a tu fa
milia; de modo que el hom bre se ve obligado, debido a una combinación de
circunstancias, a someterse a su amo. No puede viajar y encontrar trabajo en
cualquier ciudad como zapatero, ensam blador o sastre, está confinado en el
distrito.
En general, los obreros son un grupo inofensivo de hombres instruidos y
sin pretensiones, aunque es casi un misterio para mí cómo adquieren esa ins
trucción. Son dóciles y tratables, si no se les irrita demasiado; pero esto no es
sorprendente, si tenemos en cuenta que están acostumbrados a trabajar, a par
tir de los 6 años, desde las cinco de la m añana hasta las ocho y las nueve de la
noche. Dejad que uno de los defensores de la obediencia al amo se aposte en
la avenida que conduce a una fábrica, un poco antes de las cinco de la mañana,
y que observe el aspecto miserable de los pequeñuelos y de sus padres, arran
cados de sus camas a una hora tan tem prana y en todo tipo de tiempo; dejadle
que examine la miserable ración de comida, compuesta básicamente de gachas
y torta de avena troceada, un poco de sal, y a veces coloreado con un poco de
leche, junto con unas pocas patatas y un trocito de tocino o manteca para co
mer; ¿comería esto un trabajador manual de Londres? En la fábrica están en
cerrados hasta la noche (si llegan algunos minutos tarde, se les descuenta una
cuarta parte del salario) en estancias con una tem peratura más elevada que la
de los días más calurosos de este verano, y no se les deja tiempo, excepto tres
cuartos de hora para comer, en todo el día: cualquier otra cosa que coman en
otro momento la deben ingerir mientras trabajan. El esclavo negro que trabaja
en las Indias Occidentales, cuando trabaja bajo un sol abrasador, tiene proba
blemente una pequeña brisa, de vez en cuando, para airearse; tiene un trozo de
tierra y un tiempo permitido para cultivarlo. El esclavo hilandero inglés no dis
fruta de un espacio abierto ni de las brisas del cielo. Encerrado en fábricas de
ocho pisos de altura, no tiene descanso hasta que el pesado m otor se detiene, y
entonces se va a su casa a recuperarse para el día siguiente; no hay tiempo para
mantener una agradable relación con su familia; todos están igual de fatigados
y agotados. No se trata de una imagen exagerada, es literalmente cierto. Yo pre
gunto de nuevo, ¿se someterían a esto los trabajadores manuales del sur de In
glaterra?
Cuando la hilatura del algodón estaba en sus inicios, y antes de que se uti
lizaran esas terribles máquinas, llamadas máquinas de vapor, destinadas a su
plir la necesidad de trabajo humano, había gran número de lo que luego se lla
m aron pequeños patronos-, hombres que con un pequeño capital se podían
procurar unas pocas máquinas y emplear a unos pocos trabajadores, hombres
y muchachos (es decir, de 20 a 30 años), el producto de cuyo trabajo se llevaba
EXPLOTACIÓN 31
dones. Lo que hace esta declaración es especificar, una detrás de otra, las
injusticias que los obreros sentían como cambios en el carácter de la ex
plotación capitalista: la ascensión de una clase de patronos que no tenía
autoridad tradicional ni obligaciones; la creciente distancia entre el patro
no y el hombre; la transparencia de la explotación en el origen de su nueva
riqueza y poder; el empeoramiento de la condición del trabajador y sobre
toda su pérdida de independencia, su reducción a la dependencia total con
respecto a los instrumentos de producción del patrono; la parcialidad de la
ley; la descomposición de la economía familiar tradicional; la disciplina,
la monotonía, las horas y las condiciones de trabajo; la pérdida de tiem
po libre y de distracciones; la reducción del hombre a la categoría de un
«instrumento».
El hecho de que los obreros sintiesen esas injusticias de alguna mane
ra —y que las sintiesen de forma apasionada— es suficiente en sí mismo
para merecer nuestra atención. Y nos recuerda, a la fuerza, que algunos
de los conflictos más ásperos de aquellos años versaron sobre temas que
no están englobados por las series del coste-de-la-vida. Los temas que pro
vocaron la mayor intensidad de sentimiento fueron aquellos en los que es
taban en litigio valores como las costumbres tradicionales, «justicia»,
«independencia», seguridad o economía familiar, más que los simples
temas de «pan-y-mantequilla». Los primeros años de la década de 1830 es
tán encendidos por agitaciones que versaban sobre temas en los que los
salarios tenían una importancia secundaria: los alfareros contra el Truck
System;* los trabajadores de la industria textil en favor del proyecto de ley
de las diez horas; los obreros de la construcción, en favor de la acción di
recta cooperativa; todos los trabajadores en favor del derecho a afiliarse a
las trade unions. La gran huelga de la cuenca minera del noreste, en 1831,
se hizo por la seguridad de empleo, los «tommy shops»** y el trabajo de
los niños.
La relación de explotación es más que la suma de injusticias y antago
nismos mutuos. Es una relación que puede verse que adopta formas dis
tintas en contextos históricos diferentes, formas que están en relación con
las formas correspondientes de propiedad y poder del Estado. La relación
de explotación clásica de la Revolución industrial es despersonalizada, en
el sentido de que no se admiten obligaciones durables de reciprocidad: de
patemalismo o deferencia, o de intereses del «Oficio». No hay indicios del
La leyenda de que todo empeoró para el obrero, a partir de una fecha no espe
cificada que se sitúa entre la preparación de la Carta del Pueblo y la Gran Ex
posición [1837 y 1851: E.P.T.], tarda en morir. El hecho de que, después de la
caída de los precios de 1820-1821, el poder adquisitivo de los salarios en gene
ral —por supuesto, no de todos los salarios— fuera claramente mayor de lo que
había sido antes de las guerras revolucionarias y napoleónicas, encaja tan mal
con la tradición que pocas veces se menciona; los historiadores sociales igno
ran constantemente el trabajo de los estadísticos acerca de los salarios y los
precios.
medio nacional; como sea que la población con bajo nivel de salarios de
los condados del sur era más numerosa que la de los condados con altos
niveles salariales (en los que los ingresos de la agricultura se hinchaban
por la proximidad de la industria), Hammond pudo demostrar que el «pro
medio nacional» ocultaba el hecho de que el 60 por 100 de la población
trabajadora se encontraba en condados donde los salarios estaban por de
bajo de la cifra «promedio». La segunda parte de su respuesta consistió en
una desviación hacia las discusiones de valor (felicidad) en su forma más
nubosa e insatisfactoria. Clapham aceptó la primera parte de esta respues
ta en el prefacio a la segunda edición de su libro (1930); refutó la segunda
parte con una seca prudencia («un rodeo en palabras», «asuntos más im
portantes») pero, sin embargo, reconoció: «Estoy profundamente de acuer
do ... en que las estadísticas sobre bienestar material nunca pueden medir
la felicidad de la población.» Además, afirmaba que cuando había criticado
el punto de vista de que «todo empeoró», «no quería decir que todo mejorase.
Sólo quería decir que los historiadores actuales han subrayado demasiado
a menudo ... los empeoramientos y omitido o ignorado las mejoras». Los
Hammond, por su parte, en una posterior revisión de The Bleak Age, edi
ción de 1947, hicieron las paces: «Los estadísticos nos dicen que ... están
convencidos de que los salarios aumentaron y de que la mayoría de los
hombres y mujeres eran menos pobres cuando ese descontento era ruido
so y activo, que cuando el siglo xvm empezaba a envejecer en un silencio
como el del otoño. Los datos, por supuesto, son insuficientes y su signifi
cado no es muy sencillo, pero esta visión general es más o menos correc
ta.» La explicación al descontento «se debe buscar fuera de la esfera de las
condiciones estrictamente económicas».
Hasta aquí, bien. Los historiadores sociales del período, más fecundos
—pero menos consistentes—, se han tropezado con la severa crítica de un
notable empirista; y finalmente ambas partes han cedido terreno. Y a pe
sar del acaloramiento que más tarde se ha generado, la divergencia real
entre las firmes conclusiones económicas de los protagonistas es insignifi
cante. En la actualidad, si bien ningún investigador serio está dispuesto a
sostener que todo iba peor, tampoco ninguno que lo sea sostendrá que
todo iba mejor. Tanto el doctor Hobsbawm (un «pesimista») como el profesor
Ashton (un «optimista») coinciden en que los salarios reales disminuyeron
durante las guerras napoleónicas y sus consecuencias inmediatas. El doc
tor Hobsbawm no afirma que haya con seguridad un aumento notable del
nivel de vida hasta mediados de la década de 1840; mientras que el profe
sor Ashton observa un clima económico «más benigno» después de 1821,
un «acusado movimiento hacia arriba sólo interrumpido por los retro
cesos de 1825-1826 y 1831»; y en vista de las crecientes importaciones de
38 E. P. THOMPSON
té, café, azúcar, etc., «es difícil creer que los obreros no participaron de la
ganancia». Por otra parte, su propia lista de precios de los distritos de Old-
ham y Manchester muestra que «en 1831 la dieta normal de los pobres
apenas podía costar mucho menos que en 1791», aunque no ofrece ningu
na tabla de salarios correspondiente. Su conclusión consiste en sugerir la
existencia de dos grupos principales dentro de la clase obrera: «una amplia
clase situada muy por encima del nivel de la mera subsistencia» y «masas
de trabajadores no cualificados o poco cualificados —obreros agrícolas
empleados de manera estacional y tejedores manuales, en particular— cu
yos ingresos quedaban casi por completo absorbidos con el pago de las es
cuetas necesidades de subsistencia». «Mi suposición sería que el número
de los que podían compartir los beneficios del progreso económico era
mayor que el número de los que estaban excluidos de esos beneficios y que
aquél crecía constantemente.»17
De hecho, por lo que se refiere al período 1790-1830, hay muy pocas
mejoras. La situación de la mayoría era mala en 1790, y siguió siendo
mala en 1830 (y 40 años son mucho tiempo), pero existe algún desacuer
do en cuanto al tamaño de los grupos relativos dentro de la clase obrera.
Y en la década siguiente el asunto no está mucho más claro. Sin duda, los
salarios reales aumentaron entre los obreros organizados, durante el es
tallido de actividad de las trade unions mediante los esfuerzos conjuga
dos del gobierno, los magistrados y los patronos; mientras que los años
1837-1842 son de depresión. De modo que, ciertamente, en «alguna fecha
no especificada que se sitúa entre la preparación de la Carta del Pueblo y
la Gran Exposición» la marcha de los acontecimientos empieza a cam
biar; digamos, con el boom dél ferrocarril en 1843. Por otra parte, incluso
a mediados de la década de los cuarenta la situación de grupos muy
grandes de obreros continúa siendo desesperada, en tanto que la quiebra
del ferrocarril condujo a los años de depresión de 1847-1848. Esto no se
parece mucho a la «historia de un triunfo»; durante medio siglo del más
pleno desarrolló del industrialismo, el nivel de vida todavía se mantenía
—para grupos muy grandes aunque indeterminados de población— en el
límite de subsistencia.
Sin embargo, no es ésta la impresión que se da en muchas obras con
temporáneas. Ya que, del mismo modo que una generación anterior de
historiadores, que también eran reformadores sociales (Thorold Rogers,
Amold Toynbee, los Hammond), dejaban que su solidaridad con los po
bres les condujera en ocasiones a una confusión de la historia con la ideo
logía, hoy encontramos que la solidaridad de algunos historiadores de la
economía hacia el patrón capitalista les ha conducido a una confusión de
la historia con las disculpas.18 El punto de transición estuvo marcado por
EXPLOTACIÓN 39
Notas
1. The Torrington Diaries, compilado por C. B. Andrews, 1936, III, pp. 81-82.
2. P. Gaskell, The Manufacturing Population o f England, 1833, p. 6; Asa Briggs, «The Lan-
guage of “Class” in Early Nineteenth-century England», en Essays in Labour History,
compilado por Briggs y Saville, 1960, p. 63.
3. W. Cooke Taylor, Notes o f a Tour in the Manufacturing Districts o f Lancashire, 1842, pp. 4-6.
4. Para una admirable exposición de las razones de la primacía de la industria del algodón en
la Revolución industrial, véase E. J. Hobsbawm, The Age o f Revolution, 1962, cap. 2. (Hay
trad. cast. La era de la revolución, 1789-1848, Crítica, Barcelona, 1997.)
5. Estimación para el Reino Unido de 1833. Total de la fuerza de trabajo adulta en todas
las fábricas textiles, 191.671. Número de tejedores manuales, 213.000. Véase más ade
lante, p. 84.
6. Cf. Hobsbawm, op. cit., cap. 11.
7. Hay un resumen de esta controversia en E. E. Lampará, Industrial Revolution, American
Historical Association, 1957. Véase también Hobsbawm, op. cit., cap. 2.
8. Citado por M. D. George, London Life in The Eighteenth Century, 1930, p. 210.
9. Véase W. W. Rostow, British Economy in the Nineteenth Century, 1948, especialmente las
pp. 122-125.
10. Algunas de las visiones que aquí se han bosquejado se encuentran, de forma implícita o
explícita, en T. S. Ashton, industrial Revolution, 1984 (hay trad. cast., Fondo de Cultura
Económica, México) y A. Radford, The Economic History o f England, 2." edición, 1960. Una
variante sociológica es desarrollada por N. J. Smelscr, Social Change in the Industrial
Revolution, 1959, y una confusa popularización se encuentra en John Vai/.ey, Success
Story, WEA, sin fecha.
11. Véase E. E. Lampará, op. cit., p. 7.
12. Black Dwarf(i0 de septiembre de 1818).
13. Véase S. Pollard, «Inveslment, Consumption, and the Industrial Revolution», en Econ.
Hist. Review, 2.a serie, XI (1958), pp. 215-226.
14. T. Bewick, Memoir, edición de 1961, p. 151.
15. H. O. 42.160. Véase también Hammond, The Town Labourer, p, 303, y los datos de Oastler
sobre los tejedores manuales más adelante, pp. 70-71.
16. La inutilidad de una paite de esta discusión se demuestra por el hecho de que tomando
distintos grupos de datos puede llegarse a diferentes respuestas. Los del período 1780-
1830 favorecen la visión de los «pesimistas»; los de 1800-1850 favorecen lu de los «opti
mistas».
17. La cursiva es mía. T. S. Ashton, «The Standard of Life of the Workers in England, 1790-
1830», en Capitalism and the Historians, compilado por F. A. Hayek, pp. 217 ss,: E. J.
Hobsbawm, «The British Standard of Living, 1790-1850», en Economic History Review,
X (agosto 1957). (De este último hay trad. casi. «El nivel de vida en Gran Bretaña entre
1790 y 1850», en Trabajadores. Estudios de historia de la clase obrera, Crítica, Barcelona, 1979,
pp. 84-121.)
18. Para que el lector no juzgue con demasiada severidad al historiador, podemos recordar la
explicación de sir John Clapham respecto de la forma en que el principio selectivo puede
organizar la información. «Es muy fácil hacerlo de manera involuntaria. Hace 30 años leí
y subrayé el libro de Arthur Young Través in Trance, e impartí mis clases a partir de los
párrafos señalados. Hace 5 años volví a leerlo y descubrí que siempre que Young hablaba
de un francés desgraciado, yo lo había subrayado, pero que muchas de sus referencias a
los franceses felices o prósperos las había dejado sin señalar.» Tengo la sospecha de que
durante 10 o 15 años, la mayor parte de los historiadores de la economía se han dedicado
a subrayar la información próspera y feliz del texto.
42 E. P. THOMPSON
19. T. S. Ashton. «The Treatment of Capitalism by Historians», en Capitalism and the Histo-
rians, p. 41. El ensayo del profesor Aston sobre «The Standar of Life of the Workers in En-
gland», que está reimpreso en este volumen, apareció originariamente en el Journal o f
Economic History (1949).
20. La valoración más constructiva de la controversia se encuentra en A. J. Taylor, «Progress
and Poverty in Britain, 1780-1850. History, febrero, 1960.
21. He seleccionado estos grupos porque parece que su experiencia tiñe más la conciencia so
cial de la clase obrera durante la primera mitad del siglo. La influencia de los mineros y
los obreros del metal no se sentirá plenamente hasta más avanzado el siglo. Los otros gru
pos clave —los hilanderos del algodón— son el tema de un estudio admirable en la obra
de los Hammond, The Skilled Labourer.
LOS TEJEDORES
De L a formación de la clase obrera en I nglaterra *
Sus pequeños collares parecían felices y contentos ... ocurría a menudo que un
tejedor pedía ayuda a la parro q u ia.... La paz. y la satisfacción perduraban en la
frente del tejedor.2
... un barrio que en una época fue notable por su pulcritud y su orden; recorda
ba sus casas blanqueadas y sus pequeños jardines floridos, y el aspecto decen
te de sus familias en los mercados o en el culto público. Esas casas eran ahora
un montón de suciedad y miseria ...’
* Personaje principal de una novela de George Elliot que tiene por título el mismo nombre.
Hay trad. cast. en Fontamara, Barcelona, 1980. (N. de la t.)
LOS TEJEDORES 45
Pero en la industria doméstica del Yorkshire, en el siglo xvm, la lana era pro
piedad, no del tejedor, sino del maestro pañero que tenía un pequeño taller.
La mayor parte de los tejedores eran oficiales que trabajaban para un solo
pañero y (por mucho que luego se haya idealizado) estaban en una situa
ción de dependencia. En un «Poema Descriptivo de las Costumbres de los
Pañeros, escrito hacia el año 1730»6 encontramos una imagen «idílica» de
la vida de los pañeros. Nos muestra a los tejedores —no sabemos si Tom,
Will, Jack, Joe y Mary son mancebos, aprendices o hijos e hijas del «Maes
tro»— comiendo en una misma mesa, después de haber empleado el «tiem
po con las manos y los pies/; Desde las cinco de la madrugada hasta las
Ocho de la noche!»
Quoth Maister - ’Lads, work hard, I pray, /’Cloth mun be pearked next Market day. / 'And
Tom mun go to-mom to t’spinners, / 'And Will mun seek about for t’swingers; / 'And Jack, to-
mom, by time be rising, / And go to t’sizing house for sizing, / 'And get you web, in warping,
done /’That ye may get it into t’loom. / ’Joe -go give my horse some com / 'For I design for
t’Wolds to-mom; / 'So mind and clean my boots and shoon, / ’For TU be up it ’rhorn right
LOS TEJEDORES 47
soon\ / 'Mary -there’s wool- tak thce and dy it / 'It's that 'at ligs i th'coutcd sheet! / Mistress:
'So thou's setting me my wark, / 'I think I’d m oit necd mend thy sark, / 'Prithie, who mun sit
at’ bobbin wheel? / 'And ne’er a cakc at top o’ the' crecí! / 'And we to bake, and swing, to
blend, / 'And milk, and barns lo school to send, / ’And dumplins for the lads to mak, / 'And
yeast to seek, and 'syk as that’! / 'And washing up, mom, noon and neet, / ’And bowls to
scald, and milk to fleet, / 'And barns to fetch again at neet!
* Se usa en designaciones especificas de ciertas regiones montañosas de Inglaterra, por ejem
plo, la zona montañosa del este y North Riding (Yorkshire Wolds). (N. de la t.)
48 E. P. THOMPSON
Los «little makers»* ... eran hombres que no se descubrían ante nadie, y no re
conocían derecho alguno, por parte del squire ni del párroco, a hacer preguntas
o entrometerse en sus asuntos. ... Su brusquedad y su forma simple de expre
sarse podía resultar a veces ofensiva.... Si el little m aker... se elevaba alguna vez
lo suficiente como para emplear a unos pocos de sus vecinos, no por ello dejaba
de trabajar con sus propias manos, sino que trabajaba tan duro o quizá más que
cualquiera de los que había empleado. No pretendía tener ninguna superiori
dad en la forma de hablar ni en la de vestir.7
En los Inicios del Oficio, las Leyes de la Reina Elizabeth podían estar bien pen
sadas para el Bienestar público; pero ahora, cuando han alcanzado la Perfec
ción que podemos observar, quizá sería Útil revocar dichas Leyes, porque tien
den a estorbar y a restringir aquel Conocimiento que al principio era necesario
obtener como Norma ...
Y en cuanto a las asociaciones, «si los Inferiores tienen que dar órdenes a
sus Superiores, si el Pie aspira a ser la Cabeza ... ¿con qué Fin se promul
gan las Leyes?». Era el «Deber indispensable de cada uno, como Amigo de
la Comunidad, esforzarse por reprimirlas en sus Inicios».9
Este notable veredicto se anticipaba en más de medio siglo a la revoca
ción real del Statute ofArtificers. Aunque de ningún modo desaparecieron
sus organizaciones, los tejedores quedaron sin la menor sombra de protec
ción legal, cuando el gran crecimiento de la producción de hilo que pro
venía de las primeras hilanderías condujo a la asombrosa expansión del te
jido por todo el sudeste del Lancashire. Es bien conocida la descripción
hecha por Radcliffe de estos años en las tierras altas de los Peninos:
... como los talleres de tejido eran insuficientes, todos los trasteros, incluso los
graneros viejos, los almacenes para carretas y los cobertizos de cualquier tipo
se separaron, se abrieron ventanas en las paredes y se adecuaron todos para ser
talleres de tejido. Al agotarse por fin este modo de hacer espacio, surgieron en
todas direcciones nuevos cottages de tejedores con sus telares...10
50 E. P. THOMPSON
a pesar del gran núm ero que se han enrolado, no se consiguen con facilidad ca
sas para la clase obrera; y el verano pasado se construyeron muchas casas en
las afueras de la ciudad, que ahora ya están ocupadas."
Es un hecho bien conocido ... que la escasez, hasta cierto punto, fomenta la in
dustria, y que el fabricante que subsiste con tres días de trabajo estará ocioso y
borracho el resto de la sem an a.... Los pobres que viven en los condados m anu
factureros nunca trabajarán, en general, más tiempo del que les es exactamen
te necesario para vivir y m antener sus vicios semanales. ... Podemos afirmar
con justicia que la reducción de salarios en la manufactura de la lana sería una
bendición nacional y una mejora, y no sería un perjuicio real para los pobres.
Gracias a ello, podríamos mantener nuestra industria, sostener nuestras rentas,
y reformar al pueblo por añadidura.14
Pero esta teoría la encontramos, de manera casi universal, entre los pa
tronos, así como entre muchos magistrados y clérigos, y también la en
contramos en los distritos algodoneros.15 La prosperidad de los tejedores
generó sentimientos de viva alarma en las mentes de algunos patronos y
magistrados. «Hace algunos años —escribía un magistrado en 1818—,
los tejedores recibían unas retribuciones tan excesivas que trabajando
tres o cuatro días a la semana se podían mantener con un relativo nivel
de lujo.»
* Término derivado del verbo to put oul: dar trabajo para que se realice fuera del estableci
miento industrial, o para que lo haga alguien que no tiene un empleo regular. (N. de la t.)
52 E. P. THOMPSON
Es inútil leer su libro para encontrar remedio a una enfermedad que ni siquie
ra se imaginaba que existía, a saber: 100.000 tejedores hacían el trabajo de
150.000 cuando no había demanda (como se dice), y lo hacían por la mitad de la
manutención y el resto pagado con los impuestos para asistir a los pobres, ¿po
día imaginarse que los beneficios de una Manufactura fueran lo que un Patrono
pudiera exprimir, más que otro, de los fatigosos ingresos de los pobres?21
* Organización de una red de trabajo a domicilio por parte de los comerciantes empresarios
o putters-out. (N. de la t.)
56 E. P. THOMPSON
Del mismo modo que los tundidores eran la élite artesana de la industria
lanera, los cardadores eran los trabajadores de élite del estambre. Al con
trolar un cuello de botella en el proceso de fabricación, estaban en situa
ción de mantener su posición tanto tiempo como pudiesen limitar la en
trada a su oficio. Y esto lo habían conseguido con bastante éxito gracias a
su extraordinaria organización de trade unión que se remontaba por lo me
nos a la década de 1740. A principios del siglo xix, a pesar de las Combina-
tión Acts, tenían una organización nacional eficaz, una constitución impo
nente, con todos los inconvenientes de una unión clandestina, y la fama de
rebeldía e indisciplina en cuanto a la organización del tiempo:
Quizá no existió jamás una clase de trabajadores más desgraciados que los vie
jos cardadores de lana. Todo el trabajo se hacía en sus propias casas, ocupando
la mejor parte de sus cottages. Toda la familia, de seis u ocho miembros a veces,
tanto hombres como mujeres, trabajaban juntos alrededor de una «marmita de
carda» calentada con carbón vegetal, cuyos humos tenían un efecto nocivo so
bre su salud. Si a eso añadimos que el taller era a la fuerza el dormitorio, no
nos sorprenderá que los cardadores de lana estuviesen ojerosos de manera casi
invariable ... y que muchos de ellos no viviesen ni la mitad de sus días ...
Quizá ningún otro grupo fue arrojado, de forma tan precipitada, de las
condiciones «honrosas» a las «deshonrosas» como los cardadores de lana.
Los tejedores de estambre y de lana no habían conocido una posición tan
58 E. P. THOMPSON
Los tejedores son, de todos los tipos con los que tenemos que tratar, los más
disciplinados y trabajadores, nunca en ningún momento, que yo sepa, han for
zado un aum ento de salarios, sino que se han resignado a todas las privaciones
y sufrimientos con una paciencia y un dominio de sí mismos casi sin igual.26
Dos años más tarde, Cobbett fue a caballo por el distrito de Halifax e in
formó de que:
En Halifax hay dos fábricas muy grandes, de dos hermanos [los señores
Akroyd]; el uno teje con telares mecánicos y el otro con telares m anuales.... tie
nen que vender sus mercancías compitiendo el uno con el otro, por lo tanto tienen
que situar sus salarios en un punto de comparación tan cercano como sea po
sible ... para tener beneficio.31
En este caso el telar mecánico podría aparecer como un recurso para re
ducir los salarios de los tejedores manuales y viceversa. Desde otro pun
to de vista, el fabricante estaba satisfecho con un arreglo que le permitie
ra sostener el negocio regular con sus naves de telares mecánicos, y en las
épocas de mayor actividad en el negocio dar más trabajo a los trabajado
res manuales que soportaban por sí mismos los costes de los gastos fijos
debido al alquiler, el telar, etc. «En el caso de que haya una demanda de
creciente —informaba el comisario auxiliar que investigaba en el West Ri-
ding en 1839—, el fabricante que emplea telares mecánicos a la vez que te
lares manuales hará trabajar por supuesto su capital fijo tanto como sea
posible. De ahí que prescinda en primer lugar de los servicios del tejedor
manual.»
Las condiciones de la mayor parte de los tejedores, desde la década de
1820 a la de 1840 y más allá, se mencionan como «indescriptibles» o como
«conocidas». Sin embargo, merecen ser descritas y mejor conocidas. Ha
bía grupos escogidos de tejedores que mantuvieron su categoría de artesa
nos gracias a alguna habilidad especial hasta la década de 1830; los teje
dores de paños de Leeds estaban mejor situados que la mayoría, mientras
que los tejedores de estambre de Norwich, cuyas tradiciones jacobinas y
sindicales eran excepcionalmente fuertes, consiguieron mantener altos los
salarios en la década de 1830 gracias a la combinación de formar pique
tes, intimidar a los patronos y a los trabajadores «ilegales», la política mu
nicipal y la violenta oposición a la maquinaria; todo lo cual contribuyó a la
sustitución de la industria de Norwich por parte de la del West Riding.32
Pero la gran mayoría de los tejedores vivía al borde —y algunas veces más
allá del borde— de los límites del hambre. La Comisión Especial sobre
60 E. P. THOMPSON
Mientras visitábamos a los pobres, una persona casi famélica nos pidió, a la se
ñora Hulton y a mí, que entráram os en una casa. Allí encontramos a un lado
del fuego a un hom bre muy viejo, que parecía moribundo, al otro lado a un jo
ven de unos 18 años con un crío en sus rodillas, cuya madre acababa de m orir
y ser enterrada. Ya nos íbamos de esta casa, cuando la mujer dijo: «Señor, no lo
ha visto todo». Subimos las escaleras, y, bajo algunos andrajos, encontramos a
otro hombre joven, el viudo; y al doblar los harapos, que él mismo era incapaz
de retirar, descubrimos a otro hombre que estaba muriendo, y que murió du
rante el día. No tengo la menor duda de que la familia estaba realmente mu
riendo de ham bre en aquel momento ...
Y de Pudsey proviene una descripción todavía más gráfica de todo este tra
bajo adicional no remunerado:
Cuando el oficio no iba mal, era muy común ver a los tejedores y los hilanderos
yendo de un lugar a otro en busca de trabajo.... Si lo conseguían era, en general,
a condición de que a cambio ayudasen a desempaquetar la lana; es decir, abrían
los fardos, luego seleccionaban los vellones de lana, sacando las partes más bas
tas que se llamaban el britch, lo ponían en grandes sábanas y luego iban al mo
lino y ayudaban a limpiarlo y luego a «tintarlo» o teñirlo.... Todo esto se hacía a
cambio de nada, a no ser en algunas ocasiones una pequeña paga para un poco
de cerveza o pan y queso.... Cuando el torcedor había sacado la primera tanda de
hilaza, a menudo se convertía en un serio problema saber a quién le tocaba que
dársela, y con frecuencia el modo de decidirlo sería echarlo a suertes.... Cuando
la tela estaba deformada se llevaba a cabo el proceso de aprestado y, por norma, los
tejedores tenían que com prar su propio ap resto .... Después de aprestar la lela,
uno de los procesos más críticos es tenderla al aire libre para el secado.... Se es
coge un lugar, se sacan los bastidores de la tela, y si hiela, se coge un pico con el
fin de hacer agujeros en el suelo para poner estacas que sirvan pata atar los ex
tremos de la te la .... A veces se puede ver a un hombre y a su esposa de rodillas
sobre la nieve, con una tela para secar....
Y después de tejer, había que volver a hacer media docena de trabajos más
antes de que el trajinero se llevase la pieza a Leeds:
Toda esa labor de más, afirmamos, se hacía a cambio de nada. ... Además, no
era extraño que, cuando ya habían hecho el trabajo, los tejedores no consiguie
ran cobrarlo hasta algún tiempo después. ... No podemos asombrarnos de que
al tejedor manual se le llegase a llamar «aldaba de la pobreza».3'
Por lo que puedo recordar, casi todos los tejedores que yo conocía tenían una
cómoda en su casa y un reloj y sillas y camas con somier y candelabros e incluso
cuadros, artículos de lujo; y ahora me encuentro con que aquello ha desapare
cido, ha ido a parar a las casas de los obreros o de las personas de clase más
alta.
¿Cuál es la situación de la esposa del tejedor manual durante los esfuerzos del
parto? Está de pie, con una mujer a cada lado, sus brazos alrededor de los cue
llos de aquéllas; y, en los dolores de dar a luz, casi derriba a sus sostenes; y en
estas condiciones tiene lugar el nacimiento. ... ¿Y por qué se hace así? La res
puesta es, porque no hay mudas de ropa de cama ...
No había sirena alguna que les llamase a las cuatro o a las cinco ... había liber
tad para empezar y dejar de trabajar cuando q uisieran.... Por las tardes, mien
tras trabajaban, en las celebraciones de las escuelas dominicales, los hombres
y mujeres jóvenes se unirían con entusiasmo al canto de los himnos, mientras
el ritm o musical de las lanzaderas m arcaría el tiempo ...
... y charlar con otros tejedores y cardadores sobre las noticias o contar chis
mes del momento. Algunos de estos grupos pasarían una hora hablando del en
gorde del cerdo, de la cría de la gallina y de la caza de pájaros y de vez en cuan
do habría disputas muy acaloradas sobre la gracia redentora, o acerca de si el
bautismo de los niños o la inmersión de los adultos era la forma correcta y bí
blica de realizarlo. Más de una vez he visto a varios hombres dispuestos a pe
lear unos contra otros por este ... tema.37
Cuando le lleva la pieza al patrono, le dicen a Jone que está en deuda por
que por la última pieza le dieron sobrepaga. Sale del almacén desesperado
y vuelve con su mujer.
* Aw'm a poor cotton-wayver, as mony a one knaws, I Aw’ve nowt t'ate i’ th' heawse, um‘
aw’ve wom eawt my cloas, / Yo’d hardly gie sixpence fur o’ aw’ve got on, / Meh clogs ur'
booath baws’n un’ stockins aw’ve none; / You’d think it wur hard, to be sent into Ih’ward /
To clem un’ do best ’ot yo’ con. / Eawr parish-church pa’son’s kept tellin’us lung, / We’st see
better toimes, if aw’d but howd my tung; / Aw’ve howden my tung, toll aw con hardly draw
breoth, / Aw think i’ my heart he meons t’clem me to deoth; / Aw knaw he lives weel, wi’-
backbitin’ the de’il, / Bur he never pick’d o ’er in his loife. / Wey tooart on six weeks, thin-
kin’ aich day wur th’ iast, / Wey tarried un’ shifted, till neaw wey’re quite fast; / Wey liv’l
upo’ nettles, whoile nettles were good, / Un’ Wayterloo porritch wur’ the best o’ us food; /
Aw’m tellin’ yo’ true, aw con foind foak enoo. / Thot’re livin’ na better nur me ...
** Aw said to eawr Marget, as wey lien upo’ th’ floor, / ’Wey ne’er shall be lower i’ this wo’ald,
aw’m sure...
LOS TEJEDORES 67
Otros tejedores poetas posteriores transmiten a menudo poco más que pa
tetismo, los tímidos esfuerzos por emular las formas literarias ajenas (en
particular la «poesía de la naturaleza») que poco recoge de la experiencia
real de los tejedores. Un tejedor, que de 1820 a 1850 trabajó en un telar
manual y luego obtuvo trabajo en una fábrica con telares mecánicos, la
mentaba las consecuencias que el cambio había operado en sus versos:
Es triste que los años de autodidaxia sólo tuviesen como resultado una pá
tina de tópico. Pero era el logro en sí mismo lo que producía satisfacciones
auténticas; como persona joven a finales de la década de 1820, sus obser
vaciones de la naturaleza parecen tener una base mucho más sólida que
sus observaciones de doncellas enfermas de amor:
Coleccionaba insectos junto con varios jóvenes del pueblo. Creamos una bi
blioteca. ... Creo que un compañero y yo ... reunimos 22 grandes cajas de in
sectos; 120 tipos diferentes de huevos de pájaros británicos; además de una
gran cantidad de conchas (de tierra y de agua), fósiles, minerales, monedas an
tiguas y modernas ...4I
Samuel Bamford hace las veces de puente entre las tradiciones populares
de las comunidades del siglo xvin (que persistieron largo tiempo en el si
guiente siglo) y los logros de tipo intelectual con una mayor conciencia de
68 E. P. THOMPSON
sí mismos que tuvieron lugar en las primeras décadas del siglo xix. Entre
estos dos períodos se dan dos experiencias profundamente transformado
ras: la del metodismo y la del radicalismo político. Pero por lo que se re
fiere al fermento intelectual, deberíamos recordar también la cantidad de
pañeros con pequeños talleres que quedaron reducidos a la categoría de te
jedores,42 y que trajeron consigo libros educativos y pequeñas bibliotecas.
La expresión más completa de los valores de las comunidades de tejedo
res pertenece a la historia del movimiento cartista. Una elevada proporción
de los dirigentes cartistas locales del norte y las Midlands eran trabajadores
a domicilio, cuyas experiencias formativas tuvieron lugar en los años que
van de 1810 a 1830. Entre ellos se encuentran Benjamín Rushton de Hali-
fax, nacido en 1785 y que en 1832 era ya un «veterano» reformador. O Wi-
lliam Ashton, un tejedor de lino de Barnsley nacido en 1806, deportado en
1830 por supuesta complicidad en tumultos sucedidos durante las huelgas,
puesto en libertad en 1838 y retomado de Australia gracias a las suscripcio
nes de sus compañeros tejedores, para jugar un papel dirigente en el movi
miento cartista y sufrir un nuevo período de encarcelamiento. O Richard
Pilling, un tejedor manual que había pasado a los telares mecánicos, y al que
se conocía como el «Padre» de los motines de Plug en el Lancashire. O John
Skevington, predicador local de los metodistas primitivos, calcetero y diri-
•gente cartista de Loughborough; William Rider, un tejedor de paño de
Leeds, y George White, un cardador de lana de Bradford.4’
La trayectoria de estos hombres nos conduciría más allá de los límites
de este estudio. Pero el radicalismo del Lancashire de los años 1816-1820
fue en gran medida un movimiento de tejedores, y la formación de estos úl
timos dirigentes se dio en las comunidades de ese tipo. Lo que aportaron al
primer movimiento obrero apenas si se puede valorar en exceso. En la me
dida en que se mantenían los recuerdos de su «época dorada» tenían, al
igual que los artesanos de la ciudad, una sensación de posición social per
dida, y con ella fomentaban los valores de la independencia. En este sen
tido, en 1816 proporcionaron un público natural para Cobbett. Aparte de
la enojosa cuestión del desfalco de hilo, casi todos los testimonios hablaban
en favor de la honradez y la independencia de los tejedores: «tan leales,
honrados y dignos de confianza como cualquier cuerpo colectivo entre los
súbditos de su Majestad. ...».44 Pero poseían, en mayor medida que los arte
sanos de la ciudad, un profundo igualitarismo social. Del mismo modo
que su forma de vida, en los mejores años, había sido compartida por la
comunidad, los sufrimientos eran de toda la comunidad; y quedaron tan
degradados que no existía clase alguna de trabajadores no cualificados o
eventuales que estuviese por debajo de ellos y frente a la cual hubiesen eri
gido muros protectores de tipo económico y social. Esto confería a su pro-
LOS TEJEDORES 69
Pero al mismo tiempo, en Bolton, en 1834 —que fue un buen año— «no hay
tejedores sin empleo; no hay peligro de que alguien esté sin empleo en esta
época».49
La intervención del Estado tuvo una influencia directa en la desinte
gración de la tradición y el sindicalismo. Ésta fue «inevitable» sólo si acep
tamos la ideología dominante y el tono contrarrevolucionario de esos
años. Los tejedores y sus defensores oponían a esta ideología un análisis
contrario y políticas contrarias, que se centraban en la demanda de un sa
lario mínimo regulado que se impusiera desde comisiones del oficio com
puestas por fabricantes y tejedores. Daban una negativa directa a los ser
mones de «la oferta y la demanda». A la pregunta de por qué no se debía
dejar que los salarios encontrasen su propio «nivel», un tejedor de seda de
Manchester respondió que entre «lo que se llamaba capital y trabajo» no
había semejanza alguna:
Los tejedores veían con claridad, declaraba Richard Oastler, que «el ca
pital y la propiedad están protegidos y su trabajo se deja a la suerte». El
testimonio de Oastler ante la Comisión Especial, al ser asediado a pre
guntas por uno de los partidarios de la «economía política», pone de
manifiesto los puntos de vista alternativos acerca de la responsabilidad
social:
Jamás hacéis una ley en esta Cámara que no limite la libertad; hacéis leyes para
impedir a la gente que robe, esto es una limitación de una libertad del hombre;
y hacéis leyes para impedir que los hombres asesinen, esto es una limitación de
una libertad del hombre ... Y yo debería afirm ar que los trabajadores de los ma
taderos no deben hacer lo mismo ...
Los vestid o s d e los h ijo s d e los tejed o res so n h arap o s, m ie n tra s «los vues
tro s v isten ta n m o n o s co m o m ico s de feria»:
Los domingos vais a la iglesia, estoy seguro que no es otra cosa que arrogancia,
no puede haber religión donde la hum anidad se deja de lado;
si el lugar del cielo va a ser como el de la Bolsa,
nuestras pobres almas no deben acercarse allí, sino vagar como oveja perdida.
You gentlemen and tradesmen, that ride about at will, / Look down on these poor people;
it’s enough to make you crill; / Look down on these poor people, as you ride up and down, /
I think there is a God above will bríng your príde quite down. / Chorus: You tyrants of En-
gland, your race may soon be run, / You may be brought unto account for what you’ve so-
rely done / You pulí down our wages, shamefully to tell; / You go into the markets, and say
you cannot sell; / And when that we do ask you when these bad times will mend, / You
quickly give an answer, 'When the wars are at an end’.
LOS TEJEDORES 73
Pero éste era ya su punto de partida. «Ni el poder del zar de Rusia», se decía,
pudo aum entar los salarios de los trabajadores en una situación similar ... lo
único que queda por hacer, por lo tanto, es instruir a los tejedores manuales
LOS TEJEDORES 75
Todo este «manejar y canalizar» tuvo por lo menos dos resultados: convirtió
a los tejedores en cartistas partidarios inveterados de la «fuerza física», e
hizo que hubiesen, sólo en el algodón, 100.000 tejedores menos en 1840 que
en 1830. Sin duda alguna, la propuesta de ley de Fielden sólo hubiese sido
parcialmente eficaz, sólo hubiese proporcionado un ligero alivio a medida
que la competencia del telar mecánico aumentaba en la década de 1830, y
podría haber trasladado el aumento del empleo a tiempo parcial hacia algu
na otra industria. Pero debemos ser escrupulosos en cuanto a las palabras: el
«ligero alivio» en la década de 1830 podría haber sido la diferencia entre la
muerte y la supervivencia. «Pienso que ha habido ya una demora demasiado
larga —dijo Oastler ante la Comisión Especial de 1834—, creo que la demo
ra ocasionada en este problema ha enviado a muchos cientos de operarios
británicos a sus tumbas.» De los 100.000 tejedores que perdió el Lancashire
en aquella década, es probable que sólo una minoría encontrara otros em
pleos: una parte de la mayoría murieron dentro de su plazo natural, mien
tras que la otra parte simplemente «murieron» prematuramente.5'’ (A algu
nos de ellos los debieron mantener sus hijos que habían entrado a trabajar
en las fábricas.) Pero fue en 1834 cuando la misma legislatura que se había
considerado incapaz de ofrecerles cualquier medida de apoyo golpeó direc
ta y activamente sus condiciones de vida mediante la propuesta de enmien
da a la Poor Law. La beneficencia —que era el recurso de muchas comunida
des, a veces en una escala del tipo de «Speenhamland»— fue (por lo menos
en teoría) reemplazada por las «Bastillas»* a partir de los últimos años de la
década de 1830. El resultado fue verdaderamente catastrófico. Si el profesor
Smelser analizase el «sistema de valores dominante» de los tejedores, descu
briría que les disgustaba todo tipo de subsidio para los pobres, pero para el
asilo malthusiano los valores de la independencia y del matrimonio eran un
tabú absoluto. La nueva Poor Law no sólo le negó la ayuda al tejedor y a su
familia, y le mantuvo en el oficio hasta el fin, sino que en realidad condujo a
otros —como a algunos de los irlandeses pobres— al seno del oficio. «No
puedo contemplar este estado de cosas sin perder la paciencia», dijo un teje
dor de muselinas de Bolton a la Comisión de 1834:
* En inglés, sinónimo de cárcel. Eran los nuevos asilos para los pobres. (N. de la t.)
76 E. P. THOMPSON
...el uso sin restricción (o, más bien, el abuso) de m aquinaria mejorada y per
feccionada continuamente ...
... el descuido en cuanto a proporcionar empleo y manutención de los ir
landeses pobres, que se ven obligados a invadir el mercado de trabajo inglés en
busca de un pedazo de pan.
... La adaptación de las máquinas, en cada uno de sus perfeccionamientos,
a los niños, los jóvenes y las mujeres, lo cual supone la expulsión de quienes de
berían trabajar: los hombres.59
El telar mecánico les ha quitado el trabajo; su pan está gravado; su malta está
gravada; su azúcar, su jabón y casi todas las cosas que usan y consumen están
gravadas. Pero el telar mecánico no paga impuesto alguno ...
Así rezaba una carta de los tejedores de paños de Leeds, en 1835.60 Cuando
tratamos los detalles de los asuntos financieros, a veces olvidamos las dis
paratadas y explotadoras bases del sistema impositivo posterior a las gue
rras, así como su función redistributiva, de los pobres hacia los ricos. En
tre otros artículos gravados con impuestos se encontraban los ladrillos, el
lúpulo, el vinagre, las ventanas, el papel, los perros, el sebo, las naranjas
(que eran un artículo de lujo para los niños pobres). En 1832, de unos in
gresos de 50 millones de libras, recaudados en su mayor parte mediante
los impuestos indirectos sobre artículos de consumo corriente, se gastaron
más de 28 millones de libras esterlinas en la Deuda Nacional y 13 millones
de libras en el ejército, en contraste con las 356.000 libras gastadas en ser
vicios civiles y las 217.000 libras en la policía. Un testigo dio el siguiente
resumen de los impuestos que probablemente recaían cada año sobre el
trabajador, ante la Comisión Especial en 1834;
N° 1. Impuesto sobre la malta, 4 libras 1l.v. id. N.° 2, Sobre el azúcar, 17,v. 4d. N.° 3.
Té o café, 1 libra 4.v. N.° 4. Sobre el jabón, 13.v. N.° 5. Sobre la vivienda, 12v. N.° 6.
Sobre los víveres, 3 libras. N.° 7. Sobre los vestidos, 10.V. Total de los impuestos
que pesan sobre el trabajador anualmente, 11 libras Is. Id. Suponiendo que un
trabajador gana al día l.v. 6d., y calculando que trabaja 300 días al año (cosa que
muchos trabajadores hacen), el ingreso será de 22 libras lO.sv, así, se reconocerá
que por lo menos se le extrae, 100 por 100, o la mitad de sus ingresos mediante los
impuestos ... porque haga lo que haga, comer, beber o dormir paga impuestos de
un modo u otro.'’1
* Bread-tax’d wcavcr, all can see / What that tax hath done for thec, / And thy children, vilely led, /
Singing hymns for shamcful bread, /Till the stones of every Street / Know their little naked feet.
78 E. P. THOMPSON
Pensáis que no pagáis nada, cuando, en realidad, todo lo pagáis vosotros. Sois
vosotros quienes pagáis seis u ocho millones en impuestos para mantener el
ejército; ¿y, para qué? para mantener los impuestos. ...63
En la «época dorada» una queja frecuente de los patronos había sido que
los tejedores celebraban «San Lunes» —y algunas veces hacían fiesta los
martes— acabando el trabajo los viernes y los sábados por la noche. Según
la tradición, los primeros días de la semana el telar iba al ritmo lento de
«tiempo-de-sobra. Tiempo-de-sobra».* Pero durante el fin de semana el telar
repiqueteaba, «Queda un día. Queda un día».** Sólo una minoría de tejedo
res del siglo xix habrían tenido una vida tan variada como el tejedor peque
ño propietario cuyo diario, en la década de 1780, le describe tejiendo en los
días húmedos y faenando —acarreando, cavando y drenando, segando, ba
tiendo mantequilla— en los días de buen tiempo.65 Pero debió de existir
variedad de algún tipo, hasta en los peores tiempos: aves de corral, algunos
huertos, las «vigilias» o las fiestas e incluso un día de caza con perros:
«Estar a sus órdenes, ésta era la afrenta que más profundamente se resen
tía. Porque, en el fondo, el tejedor sentía que era el verdadero hacedor de
la tela (y sus padres recordaban la época en que el algodón o la lana se hi
laban también en casa). Hubo un tiempo en que se creyó que las fábricas
serían una especie de asilos para los niños pobres; c incluso cuando desa
pareció este prejuicio, entrar en la fábrica suponía descender, en cuanto a
posición social, desde la del trabajador con interés propio, por muy pobre
que fuese, a la del empleado o «mano de obra».
Además, se resentían por los efectos del sistema fabril sobre las rela
ciones familiares. El tejido había ofrecido un empleo a toda la familia,
incluso cuando el hilado se había alejado del hogar. Los niños pequeños
devanando las bobinas, los muchachos más mayores vigilando las imper
fecciones, repasando la tela o ayudando a tirar la lanzadera en el telar an-
*
Plen-ty of time. Plen-ty of time.
**
A day t'Iat. A day l’lat.
80 E. P. THOMPSON
... a nadie le gustaría trabajar en un telar mecánico, no le gusta, hay tal m arti
lleo y estruendo que podría volver locos a algunos hombres; y además, tendría
que estar sujeto a una disciplina que ningún tejedor de telar manual estaría dis
puesto a aceptar jamás.
... todas las personas que trabajan en el telar mecánico lo hacen a la fuerza,
porque no pueden vivir de otra forma; en general son personas que han tenido
aflicciones familiares y cuyos negocios han fracasado ... tienen tendencia a ir
como pequeñas colonias a colonizar las fábricas...
He tenido siete hijos, pero si tuviera 77 nunca mandaría a uno de ellos a una hi
landería. ... Uno de los reparos que tengo contra ellas es que su moralidad está
m uy corrupta. ... Tienen que estar en las fábricas desde las seis de la mañana
hasta las ocho de la noche, por consiguiente no tienen medios de instrucción ...
no se les da buen ejemplo ...
de las 10 horas, cartismo); mientras que la última etapa del cartismo es, en
parte, la historia de su frágil coexistencia y su disociación final. En las
grandes ciudades como Manchester o Leeds en donde los tejedores ma
nuales compartían muchas de las tradiciones de los artesanos, se casaban
entre ellos y pronto enviaron a sus hijos a las fábricas, estas distinciones
eran menos marcadas. En los pueblos de tejedores de las tierras altas, las
comunidades tenían un sentido de clan mucho más fuerte; despreciaban a
la «gente de la ciudad», todos ellos hechos de «desperdicios y mendrugos
hervidos».69 Durante años, en áreas como Saddleworth, Clitheroe, la zona
alta del valle del Calder los tejedores de las aldeas de las laderas se mantuvie
ron alejados de las fábricas situadas en el fondo de los valles, adiestrando
a sus hijos para que ocupasen sus lugares en el telar.
Verdaderamente, luego, hacia la década de 1830, podemos empezar a
hablar de una ocupación «condenada», que en parte estaba autocondena-
da por su propio conservadurismo social. Pero incluso en los lugares en
que los tejedores aceptaban su destino, el consejo de la Comisión Real de
«abandonar el oficio» a menudo no venía al caso. Los niños podían encon
trar un puesto de trabajo en las fábricas, o las hijas crecederas empezar a
trabajar en el telar mecánico:
En las fábricas de los algodoneros del Lancashire, los salarios de los hombres en
el grupo de edad en que hay el mayor número de empleados —de los 11 a los 16
años— son de una media de 4s. 103/W. a la semana; pero en el siguiente grupo de
edad de 5 años, de los 16 a los 21, el promedio aumenta a 1Os. 2'hd. por semana; y
por supuesto, el fabricante tendrá tan pocos como pueda a ese precio.... En el si
guiente grupo de edad de 5 años, de 21 a 26, el promedio de salarios semanales son
17s. 2'kd. Aquí hay un motivo todavía más fuerte para no seguir empleando hom
bres en la medida que ello sea posible. En los dos grupos de edad subsiguientes el
promedio salarial todavía aumenta más, hasta 20s. 4'hd.., y 22s. &'hd. En este ni
vel salarial sólo se empleará a aquellos hombres que son necesarios para realizar
un trabajo que requiera una gran fuerza física, o una gran cualificación en algún
arte, oficio o m isterio... o personas empleadas en cargos de confianza.72
But aw’U givc o’er this trade, un work wi’ a spadc. / Or goo un’ break stone upo’ th’ road ...
84 E. P. THOMPSON
Pero, como hemos visto, para los patronos de los telares mecánicos no era
una «batalla», sino una gran ventaja tener una fuerza de trabajo barata adi
cional, como recurso en los buenos tiempos y como medio de mantener
bajos los salarios de las mujeres y las chicas (de 8s. a 12s. en Manchestcr,
en 1832) que atendían los telares. Además, apenas había «transferencia ha
cia la fábrica». Si la introducción del telar mecánico hubiese sido más rá
pida, sus consecuencias —siendo todo lo demás igual— habrían sido incluso
más catastróficas.
Algunos historiadores de la economía parecen no estar dispuestos (qui
zá debido a un «progresismo» encubierto, que iguala el progreso humano
con el crecimiento económico) a afrontar el hecho evidente de que la inno
vación tecnológica durante la Revolución industrial, hasta la época del fe
rrocarril, desplazó (excepto en las industrias del metal) al obrero cualifica
do adulto. Los obreros desplazados de ese modo pasaban a engrosar la
provisión ilimitada de mano de obra barata que se empleaba en los peno
sos trabajos de pura fuerza humana muscular, que eran tan pródigos en la
época. Había poca mecanización o ninguna en las minas, en los muelles,
las ladrillerías, las fábricas de gas, la construcción, en la construcción de
canales y tendidos de ferrocarril, en el acarreamiento y el porteo. El car
bón todavía se subía a hombros por las largas escaleras de las bodegas de
los barcos: en Birmingham todavía se podían alquilar hombres, en la dé
cada de 1830, por ls. al día para acarrear arena en carretillas nueve millas
por carretera y nueve millas de vuelta sin carga. La disparidad de salarios
86 E. P. THOMPSON
desvergonzada, porque en esos últimos reductos de las masas que se han vuel
to «superfluos» debido a la industria y a la agricultura modernas, la competen
cia por el trabajo alcanza sus máximas cotas.79
... los tejedores del telar mecánico no tienen que comprarse los telares y una
jenny que hile para ellos; o las bobinas, frascos y canastos; o pagar renta e im
puestos para establecerse; tampoco tienen que pagar velas, o gas y carbón para
iluminar y calentar el taller. No tienen que pagar las reparaciones, por el des
gaste ... no tienen que com prar lanzaderas, recogedores, aparadores, mostra
dores, guíahilos, estacas, mallas y cuerdas. ... No tienen que atarse a los peda
les y bancos ... ni deben vendar su muñeca para reforzarla.... No tienen que ir
a buscar hilazas ni preparar el urdido, reforzar los orillos, aprestar, sacar los te
jidos a secar, estirarlos en el tendedero, sacarlos, humedecerlos y teñirlos; ni,
además de todo, tendrían que seleccionar la lana, limpiarla y teñirla y hacerlo
todo a cambio de nada.80
Notas
1. W. Gardiner, Music and Friends, 1838,1, p. 43. Véase también M. D. George, England in
Transition, Penguin, 1953, p. 63.
2. T. Exell, Brief History o f the Weavers of Gloucestershire, citado en E. A. L. Moir, «The Gentle-
men Clothiers», en H. P. R. Finberg (comp.), Gloucestershire Studies, Leicester, 1957, p. 247.
3. Emmerson Tennant, miembro del Parlamento por Belfast, en la Cámara de los Comunes,
el 28 de julio de 1835.
4. Introducción de W. O. Henderson y W. H. Chaloner a F. Engels, Condition o f the Working
Class in England in 1844, 1958, p, xiv.
5. Citado por E. A. L. Moir, op. cit., p. 226. Para la industria del oeste de Inglaterra, véase
también D. M. Hunter, The West o f England Woolen tndusíry, 1910, y J. de L, Mann, «Clo
thiers and Weavers in Wiltshire during the Eighteenth Century», en L. S. Presnell (comp.),
Studies in the Industrial Revolution, 1960.
6. La copia del manuscrito que se encuentra en la Leeds Reference Library ha sido transcri
ta por F. B. en Publications o f the Thoresby Society, XLI, Parte 3, n.° 95 (1974), pp. 275-
279; hay resúmenes en H. Heaton, Yorkshire Woollen and Worsted Industries, 1920, pp.
344-347. El libro del profesor Heaton sigue siendo la principal autoridad sobre la indus
tria doméstica en el Yorkshire durante el siglo xvin.
7. Frank Pcll, «Oíd Cleckheaton», Cleckheaton Guardian (enero-abril de 1884). Pecl, histo
riador local de gran precisión, escribía hacia la década de 1830 en una zona del West Ri-
ding, en donde los maestros pañeros persistieron durante más tiempo.
8. Véase A. P. Wadsworlh y J. de L. Mann, The Cotton TYadc and Industrial Ixincashire, Man-
chcsler, 1931, p. 348.
9. 1bid. pp. 366-367.
10. W. Radcliffe, Origtn o f Power I jooiii Weaving, Stockport, 1828, p. 65.
11. J. Aikin, A Description oflhe Country... round Manchester, 1795, p. 262. Obsérvese el tem
prano uso del término «clase obrara».
12. Radclille, op. cit., p. 167.
13. Véase S. J. Chapman, The l/mcashire Cotton Industry, Manchester, 1904, p. 40. Huy indi
caciones de reducciones generalizadas alrededor de 1797. Una Asociación de Tejedores de
Algodón, con sede en Bolton, afirmaba que los salarios se habían reducido a una tercera
parle entre 1797 y 1799; reverendo R. Bancroft, 29 de abril de 1799, P. C. A. 155; A. Wca-
ver, Address to the Inhabitants o f Bolton, Bolton, 1799; Radcliffe, op. cit., pp. 72-77. Pero
los salarios purecon haber alcanzado su máximo de 45s. a 50s., por semana, en Blackburn
en 1802; Blackburn Malí (26 de mayo de 1802).
14. J. Smitli, Memoirs o/'Wool, 1747, II, p. 308.
15. Véase Wadsworl y Mann, op. cit., pp. 387 y ss.
16. Aspinall, op. cit., p. 271.
17. Petición de los tejedores en favor de un proyecto de ley de salario mínimo, 1807, suscrito
—según se afirma— por 130.000 tejedores de algodón; véase I. L, y B. Hammond, The Ski-
Ued Labourer, p. 74.
18. State Triáis de Howell, vol. XXXI, pp. 1-98; Prentice, op. cit., p. 33.
19. Hammond, op. cit., pp. 109-121. Los documentos del Ministerio del Interior sobre la huelga
de 1818, utilizados por los Hammond, son ahora plenamente asequibles en Aspinal, op.
cit., pp. 246-310.
20. Se pueden ver procesos similares en la industria del tejido de la seda de Spitalfields, en el
siglo xvm, en los que el telar mecánico no intervino para nada. Véase M. D. George, Lon-
don Ufe in the Eighteenth Century, p. 187.
21. Hammond, op. cit., p. 123. Véase también la impresionante declaración de los tejedores
de Manchester en 1823, en el libro de los Hammond, Town Labourer, pp. 298-301,
88 E. P. THOMPSON
Country, Norwich y, de forma más señalada, entre los tejedores escoceses. En Spitalfíelds,
los tejedores de seda daban apoyo a sociedades de matemáticas, historia, floricultura, ento
mología, recitación y música; G. I. Stigler, Five Lectures on Economic Problems, 1949, p. 26.
39. J. Harland, Ballads and Songs o f Lancashire, 1865, pp. 223-227. («Eawr Marget declares, if
hoo’d clooas to put on, / Hoo’d go up to Lunnon to see the great mon; / Un’if things didno’ aw-
ter, when theere hoo had been, / Hoo says boo’d begin, un’ feight blood up to th' e’en, / Hoo’s
nout agen th’king, bur hoo loikes a fair thing, / Un' hoo says hoo con tell when boo’s hurt.»)
40. A Domestic Winter-piece ... de Samuel Law, natural de Barewise, cerca de Todmorden, te
jedor del Lancashire (Leeds, 1772). («Yes, the day long, and in each evening gloom, / 1 me-
ditated in the soundign loom... / Meanwhile, I wove the flow'ry waved web, / With fingers
colder than the icy glebe; / And oftentimes, thro’ the whole frame of man, / Bleak chilling
horrors, and a sickness ran.»)
41. W. Heaton, The Oíd Soldier, 1857, pp. xix, xxiii.
42. John Fielden declaró ante la Comisión Especial de 1835: «Pienso que por lo menos las
tres cuartas partes de los fabricantes del vecindario en el que vivo han sido reducidos a la
pobreza»...
43. Para Ashton, diversas fuentes en Barnsley Rcfcrcnce Library. Para Pilling, véase Chartist
THals, 1843. Para Skevington, véase J. F. C. Harrison, «Chartism in Lcicester», en A.
Briggs, Chartist Studies, 1959, pp. 130-131. Para White y Ridcr, véase Harrison, «Chartism
in Leeds», ibid., pp. 70 y ss.
44. Radclifle, op. cit., p. 107.
45. Halifax Guardian (8 de abril de 1848).
46. G. H. Wood, History o f Wages in the Cotton Trade, 1910, p. 112, ofrece salarios medios para
los tejedores de algodón que fluctúan desde I8s. 9d. (1979); 21 ,v. (1802); 14.v. (1809); 8s. 9d.
(1817); 7.í. 3d. (1828; 6s. (1832). Estos datos, probablemente, subestiman el declive: en mu
chos distritos, en la década de 1830, el promedio era verdaderamente de 4.?. 6d. En la ma
yoría de las ramas de estambre y la lana, el declive era el mismo, empezando un poco des
pués y cayendo pocas veces con tal lentitud. Quienes profieran las estadísticas pueden
consultar las voluminosas pruebas de los Informes de la Comisión Especial y de los Comi
sarios Auxiliares; se encuentran útiles cuadros estadísticos en S. C. on Hand-loom Weaver's
Petitions, 1834, pp. 432-433, 446; y en J. Fielden, National Regeneration, 1834, pp. 27-30.
47. Estimación de telares mecánicos de algodón en Inglaterra: 1820, 12.150; 1829, 55.000;
1833, 85.000. Estimación del consumo de torzal en libras de peso; 1820, 87.096 millones
de libras; 1829, 149.570 millones de libras. Estimación del número de tejedores manuales
de algodón en el Reino Unido: 1801, 164.000; 1810, 200.000; 1820, 240.000; 1830,
240.000; 1833, 213.000; 1840, 123.000. Véase N. J. Smelser, Social Change in the Industrial
Revolution, 1959, pp. 137, 148-149, 207.
48. En la parroquia de Halifax, en donde predominaba el estambre, el consumo de lana dio
un salto desde los 3.657.000 de libras, en 1830, a los 14.423.000 de libras en 1850. Du
rante el mismo período, los telares mecánicos para estambre pasaron de ser algunos cien
tos a 4.000. En el sector del estambre de Bradford, la proporción de telares mecánicos
respecto de telares manuales, en 1836, era todavía de 3.000 a 14.000, más o menos.
49. S.C. on Hand-U>om Weavers’ Petitions, 1834, p. 381 (4901), p. 408 (5217).
50. Ibid., 1835, p. 188(2686).
51. S.C. on Hand-Loom Weavers’ Petitions, 1834, pp. 283-288.
52. J. Harland, op. cit., pp. 259-261. («You go to church on Sunday, Tm surc it's nought but pri-
de, / Therc can be no religión where humanily's thrown aside; / If there be a place in hea-
ven, as therc is in the Exchange, / Our poor souls must not come ncar there; like lost sheep
they must range. /With the choicest of slrong dainties your tables overspread, / With good
ale and strong brandy, to make your faces red; You call'd a set of visitors —it is you whole
delíght— / And you lay your heads logether to make our faces white. / You say that Bony-
90 E. P. THOMPSON
party he’s been the spoil of all, / And that we have got reason to pray for his downfall; /
Now Bonyparty's dead and gone, and it is plainly shown / That we have bigger tyrants in
Boneys of our own.»)
53. Véase N. J. Smelser, op. cit., p. 247. Para hacer justicia al profesor Smelser, debería aña
dirse que su libro, aunque profundamente insensible en sus argumentos generales, con
tiene algunas valiosas ideas sobre el efecto de los cambios tecnológicos en las relaciones
familiares de los obreros del algodón.
54. S. C. on Hand-Loom Weavers' Petiíions, 1835, p. xv. He citado esta parte del Informe con
el fin de corregir las informaciones incorrectas que hay en Smelser, op. cit., pp. 263-264 y
Clapham, op. cit., I, p. 552.
55. Joumals o f House o f Commons and Hansard, passitn; Reports o f Hand-Loom Weavers
Commissioners, 1840, parte III, p. 590; A. Briggs, Chartist Studies, pp. 8-9.
56. Véase el diario de W. Varley, un tejedor, en W. Bennett, History o f Bumley, Burnley, 1948,
III, pp. 379-389; (febrero, 1827): «el mal y la enfermedad imperan por todas partes, y es
normal que así sea, el helor y el hambre y el duro trabajo a que están sometidos los po
bres. ... la viruela y el sarampión se llevan a los niños a razón de dos o tres por casa.»
57. Op. cit., 1834, pp. 456-460.
58. Clapham, op. cit., I, p. 552.
59. Report and Resoíutions o f a Meeting o f Deputies from the Hand-Loom Worsted Weavers re-
siding in and near Bradford, Leeds, Halifax, &c„ 1835.
60. Leeds Times (25 de abril de 1835).
61. S.C. on Hand-Loom Weavers' Petitions, 1834, pp. 293yss. El testigo, R. M. Martin, fue au
tor de Taxation o f the British Empire, 1833.
62. E. Elliott, The Splendid Village, &c., 1834,1, p. 72.
63. Halifax Guardian (8 de octubre de 1836).
64. Committee on the Woolen 'Hade, 1806, p. 111 et passim.
65. T. W. Hanson, «Diary of a Grandfather». Trans. Halifax Antiq. Soc., 1916.
66. I. Harland, op. cit., p. 253. («So, come all you cotton-weavcrs, you must riso up vcry soon,
/F oryou must work in factories from morning until noon: / You mustn’ walk in yourgar-
den for two or three hours a-day, / For you must stand al their command, and kcep your
shuttles in play.»)
67. Véase la declaración de los tejedores de Manchester (1832): «Los males de la vida fabril
son incalculables.... Allí se mezcla la juventud, ignorante y sin control, de ambos sexos ...
sin ningún tipo de vigilancia de los padres. ... Confinados en un calor artificial en perjui
cio de su salud.... El espíritu expuesto a la corrupción, y la vida y los miembros expuestos
a la Maquinaria ... consumiendo una juventud en la que los 40 años de edad equivalen a
los 60 en constitución física ... » (Hammond, The Town Lahourer, p. 300).
68. S.C. on Hand-Loom Weavers's Petitions, 1834, p. 428 (5473), p. 440 (5618); p. 189 (2643-6).
69. Edwin Waugh, Lancashire Sketches, 1869, p. 128.
70. J. Harland, op. cit., p. 253. («If you go into a loom-shop, where there’s three or four pairs
of looms, / They all are standing empty, encumbrances of the rooms; / And if you ask the
reason why, the oíd mother will tell you plain, / My daughters have foresaken them, and
gone to weave by steam.»)
71. A. Ure, The Philosophy o f Manufactures, 1835, p. 481; J. James, History o f the Worsted Ma
nufacture, pp. 619-620; James, Continuation o f the History o f Bradford, 1866, p. 227. Los
informes subestiman, a menudo, a la mano de obra juvenil.
72. Ure, op. cit., p. 474.
73. J. Fielden, The Curse of the Factory System, 1836, p. 68.
74. Los salarios que aquí se apuntan son los que dio como promedio la Cámara de Comercio
de Manchester en 1832: véase First Annual Report P. L. C., 1836, p. 331, y British Almariac,
1834, pp. 31-61.
LOS TEJEDORES 91
1. La cultura radical
La década de 1820 parece extrañamente tranquila, comparada con los
años radicales que la precedieron y los años cañistas que la siguieron: una
meseta de paz social ligeramente próspera. Pero muchos años después un
vendedor ambulante de Londres advertía a Mayhew:
La gente se im agina que cuando todo está tranquilo, todo está paralizado. Así
y todo se sigue haciendo propaganda. Cuando todo está tranquilo germinan las
semillas. Los Republicanos y los Socialistas están inculcando sus doctrinas.1
Esos tranquilos años fueron los años de la lucha de Richard Carlile a favor
de la libertad de prensa; de la creciente fuerza de las trade unions y de la
revocación de las Combination Acts; del desarrollo del librepensamiento,
de la experimentación cooperativa y de la teoría owenita. Son años en que
tanto los individuos como los grupos intentaron teorizar las experiencias
gemelas que hemos descrito: la experiencia de la Revolución industrial, y
la experiencia del radicalismo popular insurgente y derrotado. Y hacia el
final de la década, cuando se produjo el punto álgido de la lucha entre la
Vieja Corrupción y la Reforma, se puede hablar de una forma nueva por lo
que se refiere a la consciencia de la población obrera en cuanto a sus inte
reses y su condición como clase.
En cierto modo podemos describir el radicalismo popular de esos años
como una cultura intelectual. La consciencia articulada del autodidacta
era, por encima de todo, una conciencia política. Porque la primera mitad
del siglo xix, cuando la educación formal de una gran parte de la pobla
ción suponía poco más que el aprendizaje de las cuatro reglas, de ningún
modo fue un período de atrofia intelectual. Las ciudades e incluso los pue
blos bullían con la energía desplegada por los autodidactas. Una vez
aprendidas las técnicas elementales de la lectura y la escritura, los peones,
artesanos, tenderos, oficinistas y maestros de escuela procedían a instruir
se, ya fuese individualmente o en grupos. Y muy a menudo los libros y los
profesores eran los que la opinión reformadora aprobaba. Un zapatero que
hubiese aprendido a leer en el Antiguo Testamento avanzaría penosamente
leyendo La edad de la razón; un maestro de escuela cuya educación alcanzase
poco más allá de las homilías respetables, intentaría leer a Voltaire, Gibbon,
Ricardo; aquí y allá los líderes radicales locales, tejedores, libreros, sas
tres, acumularían estantes llenos de periódicos radicales y aprenderían
cómo manejar los Blue Books parlamentarios; los trabajadores analfabetos
irían, sin embargo, cada semana a una taberna en la que se leyese en voz
alta y se discutiese el editorial de Cobbett.
De este modo los obreros se formaron una imagen de la organización
de la sociedad a partir de su propia experiencia y con la ayuda de su edu
cación desigual y a duras penas conseguida, que era, sobre todo, una ima
gen política. Aprendieron a contemplar sus propias vidas como parte de
una historia general del conflicto entre, por una parte, las «clases indus
triosas», imprecisamente definidas, y por otra la Cámara de los Comunes
no reformada. Desde 1830 hacia adelante maduró una conciencia de clase,
en el sentido marxista tradicional, definida con mayor claridad, en la que
la población obrera se responsabilizó de seguir adelante por sí misma con
las viejas y las nuevas batallas.
Es difícil hacer generalizaciones respecto de la difusión de la alfabeti
zación en los primeros años del siglo. Las «clases industriosas» estaban en
contacto, por un extremo, con el millón o más de analfabetos o personas cuya
instrucción superaba en poco la aptitud para deletrear unas pocas pala
bras o para escribir sus nombres. En el otro extremo había hombres con
una considerable formación intelectual. El analfabetismo (deberíamos re
cordarlo) de ningún modo excluye a los hombres del discurso político. En
la Inglaterra de Mayhew los cantores de baladas y los «charlatanes» tenían
todavía una ocupación floreciente, con sus farsas callejeras y sus parodias
de esquina que variaban según el humor popular y daban un aire radical
o antipapal a sus monólogos satíricos o recitados, según la situación del
mercado.2 El trabajador analfabeto podía caminar millas para escuchar
a un orador radical, igual que el mismo hombre (u otro) podía andar para
no perderse un sermón. En momentos de agitación política los analfabetos
harían que sus compañeros de trabajo les leyesen en voz alta los periódi-
94 E. P. THOMPSON
eos; mientras que en los locales de reunión se leía el diario y en las reunio
nes políticas se dedicaba un tiempo enorme a leer discursos y a aprobar
largas retahilas de resoluciones. El radical apasionado podía incluso atri
buir una virtud de talismán a la posesión de obras predilectas que no podía
leer por sí mismo. Un zapatero de Cheltenham que acudía puntualmente
cada lunes a casa de W. E. Adams para que le leyese la «carta de Feargus»,
era sin embargo el orgulloso poseedor de varios de los libros de Cobbett,
que tenía guardados cuidadosamente en una caja forrada de piel.3
Estudios recientes han aclarado muchas cosas acerca de la condición
del lector de la clase obrera durante esos años.4 Para simplificar una dis
cusión difícil, podemos decir que más o menos dos de cada tres obreros
podían leer de algún modo a principios de siglo, aunque bastantes menos po
dían escribir. A medida que se empezaron a notar los resultados de las es
cuelas dominicales y las escuelas diurnas, al igual que la voluntad de mejora
personal entre la población obrera, el número de analfabetos disminuyó,
aunque en las áreas donde se daban las peores condiciones de trabajo para
los niños esta disminución sufrió un retraso. Pero la desenvoltura para leer
era sólo la técnica elemental. La destreza para manejar argumentos abs
tractos y coherentes no era en absoluto innata; se debía adquirir afrontan
do dificultades casi insalvables; la falta de tiempo libre, el coste de las ve
las (o de las gafas), así como las privaciones educativas. En el primer
movimiento radical se utilizaban a veces ideas y términos que para algu
nos de los ardientes seguidores es evidente que tenían un valor más feti
chista que racional. Varios de los rebeldes de Pentridge pensaban que un
«Gobierno Provisional» aseguraría un abastecimiento más copioso de
«provisiones»; mientras que, según un relato de los mineros del nordeste
en 1819, «muchos de ellos creen que Sufragio Universal significa sufri
miento universal... «si un miembro sufre, todos deben sufrir».5
La información relativa a los logros en cuanto a alfabetización de los
obreros durante las dos primeras décadas del siglo, tal y como nos ha lle
gado, sólo sirve para ilustrar la locura de la generalización. En la época lu-
dita (cuyas acciones recibirían apoyo de pocas personas pero todas ellas
obreras) los mensajes anónimos varían desde tímidos apóstrofes dedica
dos a la «Libertad con sus Risueños Atributos», a escritos en los muros que
apenas se pueden descifrar. Podemos poner ejemplos de ambos tipos. En
1812 se le advirtió al juez de primera instancia Salford, que había pronun
ciado un veredicto de «homicidio justificado» sobre el cuerpo de un hom
bre muerto en el ataque a la fábrica de Burton,
Le informo de que hay Seis Mil hombres que vendrán a por usted en abril y lue
go Iremos a Volar el edificio del Parlamento y Volaremos todo lo que se nos
ponga por delante / el pueblo trabajador No Puede Aguantar Más / malditos
sean todos Esos Canallas que gobiernan Inglaterra pero no os preocupéis cuan
do se dé la contraseña general y llegue Ned Lud con su ejército en seguida se
producirá la gran Revolución y luego rodarán las cabezas de todos esos hom
bres importantes.
* Tipo de escuelas fundadas en el siglo xvi, o antes, en Inglaterra, para enseñar la gramática
latina. (N. de la i.)
96 E. P. THOMPSON
... creéme Querido mío si te digo que no hay un solo día ni una hora durante el
día en que mi mente no esté más o menos ocupada pensando en ti. Puedo in
vocar al todopoderoso para afirm ar que es cierto y cuando me retiro a descan
sar le rezo a Dios para que perdone a todos mis enemigos y cambie sus cora
zones ...
Esta carta la escribió con dificultades, puesto que «se me han roto las ga
fas».11 Estas cartas están escritas en momentos en que se disponía de un
tiempo libre desacostumbrado. Casi podemos imaginar a Wolstenholme
deletreando laboriosamente sus palabras y deteniéndose para consultar a
un prisionero más «letrado» cuando tropezó con el obstáculo de «satisfac
ción». La señora Johnston pudo haber consultado (pero probablemente no
lo hizo) a uno de los escritores «profesionales» de cartas que se encontra
ban en la mayor parte de ciudades y pueblos y que escribían las cartas de
forma correcta por Id. cada vez. Porque, incluso entre los que sabían
leer y escribir, la comunicación epistolar era una ocupación poco habitual.
Sólo el coste del franqueo hacía que fuese algo prohibitivo a menos que se
hiciese a intervalos irregulares. Ya que una carta que tuviese que ir desde
el norte hasta Londres podía costar ls. 10d., y sabemos que tanto la seño
ra Johnston como la señora Wolstenholme padecían privaciones en ausen
cia de sus esposos; los zapatos de la señora Johnston estaban llenos de
agujeros y no se había podido comprar otros desde que habían detenido a
su marido.
Todos los acusados de la calle Cato, al parecer, eran capaces de escribir
de algún modo. Brunt, el zapatero, salpicaba algunos versos sarcásticos
con palabras francesas, mientras James Wilson escribía:
En el otro extremo, Richard Tidd, otro zapatero, sólo pudo juntar las si
guientes palabras: «Señor Tengo una Letra muy Mala para Escribir».12 Por
supuesto, no podemos coger a estos hombres como «muestra», puesto que
su implicación en la actividad política indica que pertenecían a la minoría
más consciente de seguidores de la prensa radical. Pero nos pueden servir
para prevenirnos contra la ¿'«¿estimación de la difusión real de la lectura y
la escritura.11 Los artesanos son un caso especial, la élite intelectual de la
clase. Pero dispersas por todas partes de Inglaterra, había muchas institu
ciones educativas para la población obrera, aunque «institución» es una
palabra demasiado formal para denominar a la escuela de señoras, la es
cuela nocturna de un penique a la semana en la que trabajaban un tullido
The Cause wich nerved a Brulus arm / to strikc a Tirant with alarm / the cause for wich bra-
ve Hamden died / for wich the Galant Tell defied / a Tirants insolence and pride.
98 E. P. THOMPSON
.* Bible, Biblia; Bishop, obispo; Bigotry, intolerancia; King, rey; Kiries evil, maldad real; Kna
ve, bellaco; Kidnapper, raptor; Weakness, talla de voluntad; Weaverírig, inconstancia; Wic
ked, malvado. (TV. de la l.)
** Sin timbre oficial porque no habían pagado los impuestos correspondientes. (N. de la t.)
***
Forma de denominar a un zapatero, en alusión a san Crispín, patrono de los zapateros.
(N. de la I.)
100 E. P, THOMPSON
proyecto de ley de reforma, la prensa radical pasó a tener una vez más una
mayor tirada; tanto el Voice o f the People de Doherty, 30.000, como el
Gauntlet de Carlile, 22.000; el Poor Man's Guardian de Hetherington,
16.000, así como una docena de periódicos menores, como el Destructive,
llegaban a varios miles. El descenso en la venta de los costosos semanarios
(cuyos precios iban de Id. a ls.), durante la década del impuesto del tim
bre, fue subsanado en gran medida por el aumento de las ventas de libros
baratos y folletos individuales, que abarcaban desde The Political House
thatJack Built (100.000), hasta el Cottage Economy de Cobbett (50.000, en
tre 1822-1828), History o f the Protestant «Reformation » y Sermons (211.000,
entre 1821 y 1828). En el mismo período, en la mayor parte de los grandes
centros urbanos había uno o más (y en Londres había una docena) diarios
o semanarios que, aunque no eran reconocidamente «radicales», sin em
bargo iban dirigidos a ese amplio público radical. Grupos tan influyentes
como la Sociedad para la Promoción del Saber Cristiano y la Sociedad
para la Difusión del Conocimiento útil, especialmente reconocieron el
crecimiento de este muy amplio público de lectores, de carácter petit-bour-
geois y obrero, e hicieron esfuerzos extremos y fueron pródigamente sub
vencionados para dirigir a los lectores hacia asuntos más saludables y edifi
cantes.19
Esta era la cultura —con sus vehementes disputas alrededor de los pues
tos de los libreros, en las tabernas, talleres y cafés— que Shelley saludó en
su «Canción para los Hombres de Inglaterra» y en el seno de la cual madu
ró el genio de Dickens. Pero es equivocado considerarlo como un «público
lector» único e indiferenciado. Podemos afirmar que había varios «públi
cos» distintos que se influían y se solapaban mutuamente, organizados sin
embargo según principios diferentes. Entre los más importantes se encon
traba el público comercial, pura y simplemente, que se podía explotar en
momentos de excitación radical (los juicios de Brandreth o de Thistlewood
eran tan vendibles como otras «confesiones en el lecho de muerte»), pero
que interesaba siguiendo el simple criterio de la rentabilidad; los diversos
públicos más o menos organizados alrededor de las iglesias o los institutos
de trabajadores manuales; el público pasivo, al que las sociedades edifican
tes intentaban captar y redimir; y el público activo, el radical, que se orga
nizaba frente a la implantación de las Six Acts y de los impuestos sobre el
conocimiento.
La lucha por crear y mantener a este último tipo de público se encuen
tra admirablemente explicada en la obra de W. D. Wickwar The Struggle for
the Freedom o f the Press.20 Quizá en ningún otro país del mundo se produ
jo una lucha por los derechos de la prensa tan encarnizada, tan claramen
te victoriosa y tan particularmente identificada con la causa de los artesa-
LA CONSCIENCIA DE CLASE 101
nos y los obreros. Si Peterloo (por una paradoja de los sentimientos) es
tableció el derecho de manifestación pública, los derechos de una «prensa
libre» se ganaron en una campaña de cincuenta años o más de duración,
que no tiene parangón en cuanto a su testarudez, su virulencia y su atrevi
miento indomable. Carlile (un hojalatero que sin embargo había recibido
un año o dos de educación en una escuela de gramática en Ashburton, en
Devon) percibió correctamente que la represión de 1819 convertía los de
rechos de la prensa en el punto de apoyo del movimiento radical. Pero, a
diferencia de Cobbett y Wooler, que cambiaron de tono para enfrentarse
a las Six Acts con la esperanza de vivir para luchar más adelante (y que por
consiguiente perdieron público), Carlile enarboló la bandera negra del de
safío incondicional y, al igual que una lancha pirata, arremetió derecho ha
cia el centro de las flotas coordinadas del Estado y la Iglesia. Ahora bien,
puesto que en las secuelas de Peterloo compareció en un juicio (por publi
car las obras de Paine), toda la prensa radical saludó su valentía, pero le
dio por perdido. Cuando por fin apareció tras años de encarcelamiento, las
flotas coordinadas habían desaparecido desordenadamente por el horizon
te. Había agotado las municiones del gobierno y había convertido a éste
en el hazmerreír por sus informaciones ex officio y sus jurados especiales.
Había hundido claramente las sociedades de acusación privadas, la Aso
ciación Constitucional (o «Grupo de la calle Bridge») y la Sociedad contra
el Vicio, que se sostenían gracias al patrocinio y a las aportaciones mone
tarias de la nobleza, los obispos y Wilberforce.
Por supuesto, Carlile no consiguió este triunfo por sí solo. El primer
round de la batalla se libró en 1817, cuando se hicieron 26 procesos por se
dición y libelo blasfemo y 16 informaciones ex officio presentadas por los
representantes legales de la Corona.21 En aquel año, los laureles de la vic
toria les correspondieron a Wooler y Hone y a los jurados de Londres que
se negaron a condenar. Wooler dirigió su propia defensa; era un orador do
tado, con cierta experiencia en los tribunales, y se defendió con habilidad
utilizando el estilo libertario grandilocuente. Los resultados de los dos jui
cios contra él (5 de junio de 1817) fueron: un veredicto de «Inocente» y un
confuso veredicto de «Culpable» (con la objeción de tres jurados) que más
tarde fue alterado en el tribunal de la jurisdicción real.22 Los tres procesos
de William Hone, en diciembre de 1817, se cuentan entre los más diverti
dos procesos legales que jamás se han registrado. Hone, un pobre librero y
antiguo miembro de la London Corresponding Society, fue encausado por
publicar libelos blasfemos en forma de parodias sobre el catecismo, la le
tanía y el credo. De hecho, Hone sólo era un exponente particularmente in
genioso de una forma de buscapiés político que existía desde hacía mucho
tiempo entre los vendedores de periódicos y los charlatanes, y que practi
102 E. P. THOMPSON
caban de forma más sofisticada los hombres de todos los partidos, desde
Wilkes a los que escribían en el Anti-Jacobin. Desde luego Hone no pensa
ba que sus parodias fuesen dignas de poner en peligro su libertad. Cuando
empezó la represión de febrero de 1817, intentó deshacerse de ellas; y fue
Carlile, al volverlas a publicar, quien obligó al gobierno a actuar. Aquí hay
una muestra:
Señor Nuestro que estás en el Tesoro, sea cual sea tu nombre, prolongado sea
tu poder y hágase tu voluntad en todo el imperio, como ocurre en cada sesión.
Danos las dádivas de cada día y perdónanos nuestras ocasionales faltas debi
das a las discordias; así como nosotros prometemos no perdonar a aquellos
que actúan contra ti. No nos saques de nuestros escaños, manténnos en la Cá
m ara de los Comunes, tierra de Pensiones y de Abundancia; y líbranos del Pue
blo. Amén.
Hone estuvo en prisión, con poca salud, desde mayo hasta diciembre, por
que no pudo conseguir la fianza de 1.000 libras. Había despertado la furia
particular y personal de miembros del gabinete a quienes atribuyó nom
bres que ya no se olvidaron: «Oíd Bags» (el lord canciller Eldon), «Derry
Down Triangle» (Castlereagh) y «The Doctor» (Sidmouth). Cuando se supo
que pretendía dirigir su propia defensa no se tuvieron muchas esperanzas.
Pero Hone se había estado preparando durante el tiempo que estuvo en
prisión, recogiendo ejemplos, del pasado y del presente, de otros escritores
de parodias; y en su primer juicio ante el juez Abbott, consiguió la abso
lución. Los dos días siguientes, los juicios estuvieron presididos por el vie
jo, enfermo y malhumorado Lord Chief Justice Ellenborough en persona.
Una página tras otra de la transcripción están llenas de las interrupciones
de Ellenborough, de las imperturbables reconvenciones de Hone a la con
ducta del Chief Justice, la lectura de ridiculas parodias entresacadas de di
versas fuentes y las amenazas del sheriff de detener «a la primera persona
que vea reír». A pesar de la inquebrantable acusación de Ellenborough
(«...en obediencia a su conciencia y a su Dios, declaraba que aquello era
un libelo extremadamente impío y profano...») el jurado pronunció dos
veredictos más de «Inocente», con la consecuencia de que (se dice) Ellen
borough se retiró a su habitación de enfermo para no volver a salir jamás.
A partir de aquel momento —incluso en 1819 y 1820— todas las parodias
y las provocaciones fueron inmunes al procesamiento.23
No es fácil mantener la persecución frente al ridículo. Ciertamente, hay
dos cosas que sorprenden con relación a las batallas de la prensa de estos años.
La primera, no la solemnidad, sino el placer con que Hone, Cruikshank,
Carlile, Davison, Benbow y otros acosaban a la autoridad. (Hetherington
LA CONSCIENCIA DE CLASE 103
BODA
Su Majestad Imperial el Príncipe Despotismo, tísico, con Su Suprema Antigüe
dad, la ignorancia de Dieciocho Siglos, en decadencia. Los trajes nupciales fueron
extremadamente espléndidos.
104 E. P. THOMPSON
Debe quedar muy claro que el motivo de crear estos voluntarios no es el bene
ficio ... sino la dedicación a propagar los principios y el sacrificio de la libertad
para este propósito; porque, aunque R. Carlile se compromete a ... prestarles
todo el apoyo que esté en su mano, en caso de que encarcelen a muchos de
ellos, no cuenta con tanta propiedad o posibilidades como para poder prome
ter cualquier suma semanal ...28
tras que tanto Cobbett como Carlile eran procesados una vez más bajo la
acusación de escritos incendiarios.
En los años 1830 y 1831 se enarboló de nuevo la bandera del desafío.
Cobbett descubrió una rendija en la ley y volvió a iniciar sus Twopenny
Trash. Pero esta vez quien realizó el ataque frontal fue Hetherington, un
obrero impresor. Su Poor Maris Guardian exhibía el emblema de una pren
sa manual, la divisa «El Saber es Poder» y el encabezamiento: «Publica
ción contraria a la “Ley” para poner a prueba el poder de la “Fuerza” fren
te al del “Derecho"». La declaración de presentación citaba cláusula por
cláusula las leyes que pretendía desafiar:
la señora Wright solicitó permiso para retirarse y am am antar al hijo que estaba
criando. Se le concedió y estuvo ausente del tribunal durante unos veinte mi
nutos. Al pasar de un lado a otro, hacia el Café del Castillo, miles de personas
allí reunidas la aplaudieron y la vitorearon ruidosamente, todos la animaron a
seguir de buen hum or y a perseverar.
Carlile escribió que era una mujer «de salud muy delicada y verdadera
mente todo espíritu, no materia.»36
Las condenas más largas que tuvo que sufrir un vendedor de periódicos
probablemente fueron las que cumplió Joseph Swann, sombrerero de Mac-
clesfield. Le detuvieron en 1819 por vender folletos y un poema sedicioso:
Acusado: Bien, señor, durante algún tiempo he estado sin trabajo, y tampoco lo
encuentro ahora; mi familia está muriendo de hambre. ... Y por otra razón, la
más importante de todas, los vendo por el bien de mis compatriotas; para que
* Off with your fetters; spurn the slavish joke; / Now, now, or never, can your chain be broke;
/ Swift ihen riso and give ihe fatal stroke.
112 E. P. THOMPSON
se den cuenta de lo mal que se les representa en el Parlamento ... Quiero que el
pueblo sepa cómo se le engaña ...
T ribunal: Cállese un momento.
Acusado: ¡No pienso callarme! porque quiero que todo el mundo lea estas pu
blicaciones ...
Tribunal: E s usted muy atrevido, por lo tanto queda condenado a tres meses
de cárcel en la Casa de Corrección de K nutsford, a realizar trabajo forza
do ...
Acusado: No tengo que agradecerle nada; y cada vez que salga volveré a ven
derlos. Y le advierto (dirigiéndose al capitán Clark) que el primer lugar donde
iré a vender es a su casa ...
Recuerdo bien la prim era half-time schoól* de Bingley. Era una casita a la en
trada del patio de la fábrica. El profesor era un pobre hombre viejo, que había
realizado todo tipo de trabajos extraños de carácter simple por 12s. a la sema
na, a quien habían puesto a enseñar a los niños de media jornada. No obstan
te, para que no enseñase demasiado o para que el proceso no fuese muy costo
so, debía troquelar arandelas de paño con un pesado mazo de madera sobre un
bloque de m adera, durante las horas de clase.42
* Escuela cuyo funcionamiento permitía que ios niños asistieran a ia misma Ja mitad del
tiempo acostumbrado y empleasen la otra mitad en realizar un trabajo remunerado. (N. de
la t.)
LA CONSCIENCIA DE CLASE 115
ciones de baladas de los primeros años del siglo xix testimonian con qué
fervor se trasladaba a las canciones la batalla entre legitimistas y radicales.
Quizá lo que mejor se ajustaba al gusto de los jacobinos y de los «viejos ra
dicales» de los años 1816-1820 era el teatro melodramático popular. A par
tir de los primeros años de la década de 1790 el teatro, en especial en los
núcleos urbanos de provincias, fue un foro en el que se enfrentaban fac
ciones opuestas y se provocaban «cantando sus tonadas» en los entreactos.
Un «Revolucionario Jacobino y Leveller» describió una visita al teatro, en
1795, en un puerto del norte:
Durante los años de la represión esta canción (con su denuncia de las «vi
les argucias» de los jacobinos) sustituyó a The Roasl Beefof Oíd England
como «himno nacional». Pero a medida que avanzaban las guerras, la au
diencia demostró dejarse intimidar con menor facilidad por los matones
déla «Iglesiay el Rey» que las generaciones posteriores. En 1812, en Shef-
ñeld se inició un motín cuando
los oficiales de South Devon insistieron en que se cantase «Cod Save the
y las clases bajas de la galería insistieron en que no se cantase. ... lia
sido encarcelado un alborotador.44
Teatros que habían recibido autorización real para establecerse. (N. de la t.)
116 E. P. THOMPSON
solía haber una m ultitud ... de peones sonrientes y joviales que deletreaban las
canciones y lo hacían en voz alta para que el grupo lo entendiese y que recibían
las muestras de hum or con un rugido general de comprensión.
Algunas veces el impacto era sensacional; Fleet Street podía quedar blo
queado por la concurrencia; Cruikshank creía que su «Billete Bancario
Restringido» (1818) había motivado la abolición de la pena de muerte por
pasar dinero falsificado. En la década de 1790 el gobierno sobornó real
mente a Gillray para que trabajase en las filas antijacobinas. Durante las
guerras la mayoría de las viñetas eran patrióticas y antigalas (en esos
años John Bull adquirió su forma clásica), pero las viñetas referentes a te
mas domésticos eran furiosamente polémicas y con frecuencia tenían
simpatía por Burdett. Después de las guerras se desató una oleada de vi
ñetas radicales que permaneció inmune al procesamiento incluso duran
te la agitación relativa a la reina Carolina, porque el procesamiento hu
biese supuesto un ridículo mayor. Con todas sus transformaciones (y a
pesar de las ordinarieces de algunos de sus practicantes) siguió siendo un
arte ciudadano sumamente sofisticado: podía ser agudamente chistoso o
cruelmente franco y obsceno, pero en ambos casos contaba con un marco
de referencia de chismorreo compartido y de conocimiento íntimo de las
formas y las manías de todos los que participaban en los asuntos públi
cos, incluso los personajes menores; el grabado poseía una pátina de
complejas alusiones.'*"
La cultura del teatro y la imprenta era popular en un sentido más am
plio que la cultura literaria de los artesanos radicales. Puesto que la pie
dra de toque de la cultura autodidacta de los años veinte y treinta era la
sobriedad moral. Es tradicional atribuirlo a la influencia del metodismo,
y sin duda se puede detectar esta influencia tanto de forma directa como
indirecta. La estructura del carácter puritano subyace a la seriedad moral
y la autodisciplina que permitía a los hombres estudiar a la luz de una
vela, después de un día de trabajo. Pero tenemos que hacer dos salveda
des importantes. La primera es que el metodismo fue una influencia fuer
temente antiintelectual, de la cual la cultura popular británica no se ha
recuperado jamás por completo. El círculo al cual Wesley hubiese redu
cido las lecturas de los metodistas (según Southey) «era bastante reduci
do: sus propias obras y sus series de compendios hubiesen constituido la
parte más importante de la biblioteca de un metodista».,HA principios del
siglo xix se animó a los predicadores locales y a los jefes de clase a que le
yesen más: reimpresiones de la obra de Baxter, la hagiografía del movi
miento, o «volúmenes del Almanaque Misionero». Pero la poesía era sos
pechosa y la filosofía, la crítica bíblica o la teoría política eran tabú. Todo
118 E. P. THOMPSON
un pobre con fuerza suficiente para trabajar. De ahí la alianza entre incon
formistas y utilitaristas por lo que se refiere a esfuerzos educacionales y
también a la difusión de conocimientos «edificantes» junto con la exhorta
ción piadosa. En la década de los veinte se ha consolidado ya este tipo de li
teratura en que los consejos morales (y los relatos de las orgías alcohólicas
de Tom Paine en su solitario lecho de muerte) aparecen al lado de pequeñas
notas sobre la flora de Venezuela, estadísticas del número de víctimas del te
rremoto de Lisboa, recetas para hortalizas hervidas y notas sobre hidráulica:
Cada especie ... necesita un tipo diferente de comida. ... Linneo ha observado
que la vaca come 276 especies de plantas y rechaza 218; la cabra come 449 y re
chaza 126; la oveja come 387 y rechaza 141; el caballo come 262 y rechaza 212;
y el cerdo, que tiene un gusto más refinado que todos aquéllos, sólo come 72
plantas y rechaza todas las demás. Y sin embargo la generosidad del Creador es
tan ilimitada, ¡que las incontables miríadas de seres sensibles reciben y se nu
tren con abundancia gracias a su bondad! «Los ojos de todos ellos se alzan ha
cia Él, y él abre su mano y satisface el deseo de cada ser vivo.»”
Era regular, activo y laborioso, trabajaba desde temprano hasta ta rd e ... y cuan
do salía del taller en ningún lugar era tan feliz como en casa con mi esposa y
mis hijos. Siempre detesté las cervecerías ... Tenía la convicción de que un
hombre ... que no utilizase correctamente cada chelín era un tonto.55
Muchas veces dejaba de hacer una comida y «llevaba a su casa alguna pu
blicación de seis peniques para leer por la noche». Lo mismo encontramos
en la obra de William Lovett Life and Struggles... in Pursuit o f Bread, Know-
ledge and Freedom, un título que condensa, en sí mismo, todo lo que estamos
intentando describir.
Esta actitud se reforzaba entre los republicanos y los librepensadores,
debido al carácter de los ataques que recibían. Denunciados en las sátiras
legitimistas y desde los pulpitos de la iglesia como escandalosos exponen
tes de todos los vicios, intentaban mostrarse como poseedores, junto a sus
opiniones heterodoxas, de un carácter irreprochable. Luchaban contra las
leyéndas legitimistas de la Francia revolucionaria, a la que presentaban
como una sangrienta cueva de ladrones, cuyos Templos de la Razón eran
burdeles. Eran particularmente sensibles a cualquier acusación de inde
cencia sexual, irregularidad financiera o falta de apego a las virtudes fa
miliares.56 En 1830 Carlile publicó un pequeño libro de sermones, The
Morálist, mientras que el libro Advice to Young Men era simplemente un
ensayo más simpático y leíble sobre los mismos temas de la laboriosidad,
la perseverancia y la independencia. Por supuesto, los racionalistas esta
LA CONSCIENCIA DE CLASE 121
Le aseguro a vuestra Señoría, que al pueblo no le gustan sólo las pequeñas his
torias simples. Ni tampoco se deleita en el lenguaje declamatorio o en las de
claraciones poco serias; durante los últimos diez años, sus mentes han sufrido
una grandísima revolución. ...
Perm ítam e ... decirle que ... estas clases son, a ciencia cierta, en este mo
mento, m ás ilustradas que otras clases de la comunidad. ... Tienen una visión
de futuro de mayor alcance que el Parlamento y los Ministros. Su búsqueda de
conocimiento está asistida por la siguiente ventaja: no tienen un interés par
ticular en responder y, por lo tanto, su juicio no está ensombrecido por el pre
juicio y el egoísmo. Además, tienen una comunicación perfectamente libre en
tre ellos. Las ideas de un hom bre dan lugar a otras ideas en otro hombre. Se
LA CONSCIENCIA DE CLASE 125
intercam bian las ideas sin las limitaciones que imponen la sospecha, el falso
orgullo o la falsa delicadeza. Y de este modo se llega a alcanzar la verdad con
rapidez.62
2. William Cobbett
Cobbett extiende su influencia a lo largo de los años que van desde el final
de las guerras hasta la aprobación del proyecto de ley de reforma. Decir
que no fue un pensador sistemático en ningún sentido, no significa afir
mar que no constituyese una influencia intelectual seria. Fue Cobbett quien
creó esta cultura intelectual radical, no porque aportase sus ideas más ori
ginales, sino en el sentido de que encontró el tono, el estilo y los argumen
tos que podían conducir al tejedor, al maestro de escuela y al carpintero de
navio a un discurso común. A partir de la diversidad de quejas e intereses
formuló un discurso radical. Su Political Register era como un intermedia
rio circulante que proporcionaba medios de intercambio común entre las
experiencias de hombres con conocimientos muy dispares,
Esto lo podremos ver si observamos más su tono que sus ideas. Y una
forma de hacerlo es contrastar su estilo con el de Hazlitt, el más «jacobi
no» de los radicales de clase media, el único que —durante un largo perío
do de años— se mantuvo muy cerca del movimiento de los artesanos. I laz-
litt aplica su bisturí a los inversores en deuda pública y los delenlores de
sinecuras:
Hazlitt tenía una sensibilidad compleja y admirable. Fue uno de los pocos
intelectuales que recibió de lleno la conmoción de la experiencia de la Re
volución francesa, y, aunque rechazaba las ingenuidades de la Ilustración,
reafirmaba las tradiciones de la liberté y la égalité. En todos los aspectos de
su estilo se revela no sólo que se estaba midiendo con Burke, Coleridge y
Wordsworth (y, de forma más inmediata, con Blackwood's y el Quarterly Re-
view), sino que era consciente de la fuerza de algunas de las posiciones de
aquéllos y compartía algunas de sus respuestas. Incluso cuando practicaba el
periodismo más comprometido desde un punto de vista radical (del cual
el que acabamos de ver es un ejemplo) dirigía su polémica, no hacia la cul
tura popular, sino hacia la cultura refinada de su época. Hone podía publi
car sus Political Essays,64 pero mientras los escribía, tenía menos presente
la audiencia de Hone que la esperanza de hacer sufrir a Southey, enfurecer
al Quarterly o incluso dejar a Coleridge a medio pronunciar una frase.
Esto no es de ningún modo una crítica. Hazlitt tenía un amplio marco de
referencia y un sentido de compromiso con relación a un conflicto europeo
de importancia histórica que hacía aparecer a los radicales plebeyos como
fenómenos provinciales, tanto por lo que se refiere a espacio como a tiem
po. Es una cuestión del papel desempeñado. Cobbett jamás podría haber
escrito una sola frase de este párrafo. No podría haber aceptado (ni siquiera
como figura retórica) que estuviésemos dispuestos a halagar a la Legitimi
dad; ni haber aceptado las reglas «del mundo», que Hazlitt da por supues
tas, aunque sólo fuese para castigar; ni haber escrito «nuestros pobres-del-
Estado», puesto que todas sus fibras se esforzaban para que sus lectores
considerasen a los agiotistas y los placemen como ellos; y, como corolario,
no podría haber escrito, con esa sensación de distancia, acerca de los «hi
jos de los pobres»; hubiese dicho (a sus lectores) «vuestros hijos» o hubie
se puesto un ejemplo particular. No es probable que hubiese dicho «nos
cuestan al año tanto», hubiese puesto una cifra concreta, aunque fuese al
azar. «Esos héroes del Impuesto sobre la Renta» están más cerca del recur
so de bautizar que utilizaba Cobbett;65 pero en el caso de Hazlitt encontra
mos todavía la expresión lenta y pesada del patricio Amigo del Pueblo (al
LA CONSCIENCIA DE CLASE 127
De estos puestos y pensiones los hay de todas las medidas, ¡desde veinte libras
a treinta mil y casi cuarenta mil libras al año! ... May varios placemen que con
los beneficios que obtienen cada uno de ellos por sí solo podría mantener a mil
familias. ... tu. slñor pkiíston ... que es un Miembro del Parlamento y tiene una
gran hacienda dice, sobre este tema, «Cada familia, incluso la de los jornaleros
más pobres, que se componga de cinco personas, se puede considerar que paga
en impuestos indirectos, al menos diez libras al año, ¡o sea más de ta mitad de
sus salarios de siete chelines a la semana!». Y todavía, esos mercenarios in
solentes, os llaman la muchedumbre, la chusma, la cochina midtitud, y dicen
que vuestra voz no siive para nada ...”'
Aquí todo es sólido y está en relación, no con una cultura literaria, sino
con la experiencia asequible para todos. Incluso el señor Presión está si
tuado. Cobbett trasladaba los ritmos del habla a la prosa; pero eran los ritmos
de un discurso oral enfático y con una argumentación enérgica.
Observémosle escribiendo sobre el conocido tema de que el clero de
bería ser juzgado, no por sus declaraciones, sino por sus acciones:
Hay algo desafortunado, para decirlo del modo más suave, en esta perfecta uni
dad de acción entre la Iglesia y la Asamblea Metodista. La religión no es una
idea abstracta. No es algo metafísico. Si no sirve para influir en la conducta de
los hombres, no sirve para nada. Debe tener ascendencia sobre las acciones
de los hombres. Debe tener un influjo benéfico en los asuntos y en la condición de
los hombres. Ahora bien, si la religión de la Iglesia ...<’7
Register nos proporcionaría el mismo) es tan palpable que parece que uno
pudiese alargar el brazo y tocarlo. Es un argumento. Hay una intención.
Cobbett escribe «metafíisico», mira hacia su público y se pregunta si la pa
labra comunica algo. Explica la importancia del término. Repite su expli
cación en el lenguaje más sencillo posible. La repite de nuevo, pero esta
vez amplía la definición para recoger implicaciones sociales y políticas
más amplias. Luego, cuando ha acabado con estas frases cortas, retoma
una vez más la exposición. Percibimos que con las palabras «Ahora bien»
se sobreentiende: «si todos habéis comprendido, vamos a proseguir con
juntamente ...».
Es fácil mostrar que Cobbett tenía algunas ideas muy estúpidas y con
tradictorias, y algunas veces aporreaba a sus lectores con argumentos es
peciosos.68 Pero tales demostraciones no vienen al caso a menos que se
comprenda la profunda, verdaderamente profunda, influencia democrática
que la actitud de Cobbett tuvo sobre su público. Paine había anticipado el
tono; pero Cobbett durante 30 años habló a su público de ese modo, hasta
que los hombres hablaron y argumentaron como Cobbett por todo el país.
Daba por supuesto, como una cuestión que apenas requería demostración,
que todos los ciudadanos cualesquiera que fuesen tenían la capacidad de
razonar, y que los asuntos debían resolverse mediante argumentaciones di
rigidas al entendimiento común. A lo largo de los 10 años anteriores (es
cribió en 1820):
Un shoy-hoy es un hom bre o una mujer fingidos, hechos de paja u otros mate
riales enrollados alrededor de una estaca clavada en el suelo ... que llevan un
palo o una pistola en la mano. Estos shoy-hoys se izan con el fin de alejar a los
pájaros que podrían picotear el trigo o las semillas y algunas veces para ahu
yentarles de las cerezas a otros frutos. El pueblo quiere una reforma del parla
mento, y un pequeño grupo ha manifestado, desde hace mucho tiempo, el de
seo de alcanzar la reforma parlamentaria. Han presentado mociones, hecho
discursos y separaciones con el fin de m antener vivas las esperanzas del pue
blo, y de ese modo han conseguido mantenerle tranquilo de vez en cuando. Ja
más han deseado triunfar, porque el triunfo hubiese acabado con sus esperanzas
de retribución; pero han distraído al pueblo. El grueso de las facciones, cono
ciendo la realidad de sus opiniones, se han divertido de lo lindo con sus fingi
dos esfuerzos, que jamás han interrumpido en lo más mínimo su disfrute del
pillaje general. Exactamente igual que ocurre con los pájaros y los shoy-hoys en
los campos y los huertos. Primero, los pájaros toman a los shoy-hoys por hom
bres o mujeres reales; y mientras lo creen se abstienen de su tarea de pillaje;
pero después de observar durante algún tiempo al shoy-lioy con sus rápidos y
penetrantes ojos, y darse cuenta de que jamás mueve una mano o un pie, dejan
de hacerle caso y no les estorba más que si fuese un poste. Lo mismo ocurre
con esos shoy-hoys políticos; pero ... hacen m a l... recuerdo un ejemplo ... que
ilustra de manera muy apropiada las funciones de esos estafadores políticos.
Los pájaros estaban haciendo estragos en algunas semillas de nabos que tenía
en Botley. «Ponga tm shoy-hoy», le dije a mi administrador. «No servirá de
nada, señor» ... contestó ... diciéndome que aqucllu mañana, en el jardín de su
vecino Morcll ... había visto realmente un gorrión posado, con una vaina, so
bre el sombrero del shoy-hoy, y que allí, como si estuviese en la mesa del co
medor, picoteaba los guisantes y se los comía de verdad, todo ello podía ha
cerlo con mayor seguridad desde allí, porque podía mirar a su alrededor y ver
si se acercaba algún enemigo, que desde el suelo, donde podían cogerle por
sorpresa. Exactamente éstas son las funciones de nuestros shoy-hoys políticos.
Los shoy-hoys agrícolas ... engañan por poco tiempo a los pájaros depredado
res; pero siguen engañando a los que los clavan y confían en ellos, aquellos
que en lugar de levantarse por la mañana y sulir a perseguir a los depredado
res con pólvora y tiros, confían en los miserables shoy-hoys y pierden de esc
modo su grano y sus semillas. Lo mismo ocurre con la gente que es víctima de
todos los shoy-hoys políticos. En Sulfolk y otros condados del este, se les llama
gusanos...**
la sensación de que la imagen está traída por los pelos. Luego —en «rápi
dos y penetrantes ojos»— se funden los dos argumentos en una corriente
ascendente de placer polémico. Cobbett medio bromea, la imagen adquie
re proporciones surrealistas; Brougham con un gorrión en su sombrero,
Jos reformadores con pólvora y tiras, las semillas de nabo y el vecino Morell
(que probablemente no volverá a aparecer jamás). Desde otro punto de
vista, ¡qué cosa tan extraordinaria, forma parte de la tradición política in
glesa! Es más que polémica, es también teoría política. Cobbett ha defini
do, en unos términos que puede comprender perfectamente un bracero o
un artesano, la función de una forma muy inglesa de adaptación reformis
ta. Más que esto, desenmascara, para más de un siglo, a los gusanos de
otros partidos y otras épocas.
El otro recurso, que hemos señalado ya, es la personalización de los
temas políticos; personalización que se centra en el propio Cobbett de Bot-
ley. Pero si bien Cobbett era su propio sujeto, manejaba este sujeto con una
objetividad poco corriente. Su egoísmo le superaba hasta el punto de que
el lector tiene conciencia, no del ego de Cobbett, sino de una sensibilidad
vigilante, que se expresa de forma sencilla, prosaica, con la que se le anima
a identificarse. Se le pide que mire, no a Cobbett, sino junto con Cobbett.
El triunfo de este estilo puede observarse en sus Rural Rides, en los que, no
sólo sus contemporáneos, sino generaciones sucesivas han sentido su pre
sencia palpable mientras hablaba con los jornaleros en los campos, cabal
gaba por los pueblos y se detenía para dar comida a sus caballos. La fuerza
de su indignación era tanto más convincente por cuanto se deleitaba con
cualquier cosa que le complaciese. En Tenterden,
la tarde era muy hermosa y en el mismo momento que llegué a lo alto de la co
lina y entré en la calle, la gente salía de la iglesia y se iba hacia su casa. Cons
tituía una bella visión. La gente desharrapada no va a la iglesia. En resumen,
apareció ante mí la indum entaria y la belleza de la ciudad; y vi a muchas mu
chachas muy, muy bonitas; y además la vi con sus mejores galas. Me acuerdo
de las m uchachas en el Pays de Caux y, verdaderamente, pienso que aquellas de
Tenterden se les parecen. No sé por qué no deberían parecérseles, si al fin y al
cabo el Pays de Caux está sólo al otro lado del agua, justo frente a este lugar.
Cuando iba de Upwaltham a Eastdean, le pedí a un joven, que junto con otros
cavadores de la cosecha de nabos estaban sentados al abrigo de un seto desa
yunando, que se acercase. Vino corriendo con las provisiones en la mano; y me
alegré de ver que su alimento consistía en un buen pedazo de pan casero y un
LA CONSCIENCIA DE CLASE 131
trozo de tocino nada pequeño. ... Al despedirme de él, le dije: «Entonces, tenéis
algo de tocino, ¿no es así?» «¡Oh, sí! Señor», contestó con un acento y una sa
cudida de la cabeza que parecía decir, «Debemos y queremos tenerlo». Vi con
gran placer que en casi cada casa de jornalero había un cerdo. Las casas eran
buenas y cálidas, y los huertos algunos de los mejores que he visto en Ingla
terra. ¡Qué diferencia, buen Dios! entre esta región y los alrededores de aque
llas degradadas zonas de Great Bedwin y Crícklade. ¿Qué alimento hubiesen ob
tenido esos hombres de un rancho de patatas frías? ¿Podrían haber trabajado, y
haberlo hecho en la humedad además, después de comer un alimento como
aquél? ¡Monstruoso! No debería existir ninguna sociedad en la que los braceros
viviesen como puercos.
«El Pays de Caux está ... justo frente a este lugar», «esta región», «este hom
bre»; dondequiera que estuviese, Cobbett obligaba siempre a sus lecto
res, con la inmediatez de su visión, la confusión entre reflexión y descrip
ción, la solidez del detalle y la sensación física de lugar, a identificarse con
su propio punto de vista. «Punto de vista» es la denominación adecuada,
porque Cobbett se situaba con firmeza en algún marco físico —en su gran
ja de Botley o en la carretera de Tenterden— y luego se dirigía desde lo que
captaban sus sentidos hacia las conclusiones generales. Incluso durante su
exilio norteamericano (1817-1819) era importante para él comunicar esta
sensación de espacio físico:
Pero este marco servía para dramatizar al máximo los sentimientos (ex
presados en una carta dirigida a Hunt) que le inspiraron las noticias de la
ejecución de Brandrclh y sus compañeros:
Querido Hunt, en este momento los pequeños cottaf>es con techo de paja de
Waltham Chase y Botley Common llenan por completo los ojos de mi espíritu,
y en este día siento, con más fuerza que nunca, aquella pasión que me haría
132 E. P. THOMPSON
La patrona m andó a su hijo a buscar un poco de nata para mí, y era un chico
igual que yo a su edad, e iba vestido del mismo modo, su principal prenda era
un guardapolvo azul, descolorido por el uso, remendado con trozos de tela nue
va. ... La visión de ese guardapolvo me trajo el recuerdo de cosas muy queridas.
Este muchacho quizá cumplirá su papel en Billingshurst o en algún lugar no
muy lejano. Si un accidente no me hubiese sacado de un sitio similar, ¡cuántos
villanos e imbéciles, que han sido justam ente mortificados y atormentados, hu
biesen dormido tranquilamente por la noche, y se hubiesen contoneado con
audacia durante el día!
Su compasión por los pobres siempre tuvo este tono: «Ahí va Will Cobbett,
pero sólo por la gracia de Dios». Su afectación aparentaría ser más «normal»
de lo que era. Jamás permitió que sus lectores olvidasen que una vez había
ido tras el arado, y había servido como soldado raso. A medida que fue pros
perando, imitó progresivamente el atuendo, no de un periodista (cosa que
no pretendía ser), sino de un gentleman dedicado a la agricultura, chapa
do a la antigua. Según la descripción de Hazlitt, vestía «un chaleco de ve
larte, con las carteras de los bolsillos caídas, como era costumbre entre los
gentlemen agricultores durante el siglo anterior»; según la de Bamford,
vestido con una chaqueta azul, un chaleco de franela de algodón amarillo, cal
zones de punto grises, y botas de campaña ... era la perfecta imagen de lo que
siempre había deseado ser: un gentleman inglés dedicado a la agricultura.
Hazlitt es quien hace una caracterización más ajustada de Cobett por lo que
a su vanidad se refiere:
LA CONSCIENCIA DE CLASE 133
Ésta es una opinión literaria generosa. Pero un juicio político debe ser más
cualificado. El gran cambio en el tono y el estilo del radicalismo popular,
que se ejemplifica en el contraste entre Paine y Cobbett, lo definió (una vez
más) en primer lugar Hazlitt:
Paine fingía reducir las cosas a principios originales, anunciar verdades evi
dentes. Cobbett se preocupa por poco más que detalles y circunstancias loca
les. ... Los escritos de Paine son una especie de introducción a la aritmética po
lítica basada en un nuevo programa; Cobbett escribe un diario y hace una
entrada para absolutamente todos los acontecimientos y problemas difíciles
que ocurren durante el año.
Queremos una gran alteración, pero no queremos nada nuevo. Alteración, mo
dificación para adecuarse a los tiempos y a las circunstancias; pero los grandes
principios deberían, y deben ser, los mismos, o de lo contrario se producirá
mayor confusión.
tos en contra de la religión cristiana. Pero cuando Carlile fue más allá e in
currió en lo que (a los ojos de Cobbett) era una blasfemia injuriosa al datar
el Republican «en el año 1822 del hijo de la esposa del Carpintero», apeló a la
ley de la muchedumbre. Si esto hubiese ocurrido en Norteamérica (rugió):
Le hubiesen ... em plum ado inm ediatam ente, y ... le hubiesen paseado con el
culo desnudo sobre un raíl, hasta que cayese cerca de algún bosque o ciénaga, y
allí le habrían dejado para que rumiase acerca de la prudencia (por no decir
nada de la modestia) de instituir a un creador de un nuevo entramado de go
biernos y religiones.71
Apenas hay en nuestra historia otro escritor que haya hecho tantos ata
ques y tan fuertes al clero anglicano (y en particular al clero rural) como
Cobbett. Y sin embargo, sin haber dado nunca una explicación seria para
ello, con frecuencia anunciaba su lealtad, no sólo al Trono (que estuvo a
punto de derribar durante la agitación de la reina Carolina) y a la Cons
titución (a la que sus partidarios casi asesinaron en 1819 y 1832), sino
también a la Iglesia oficial. En una ocasión, fue incluso capaz de escribir
acerca de «nuestro deber de mantener el odio hacia los turcos y judíos»,
porque la cristiandad era «parte integrante de la ley».
Un oportunismo como éste hacía imposible que a partir del cobbetlismo
se desarrollase cualquier teoría política sistemática. Y sus preocupaciones
económicas eran coherentes con este tipo de evasiva. Precisamente poi que
no desarrolló una crítica de un sistema político, ni siquiera de la «Legiti
midad», sino una invectiva contra la «Vieja Corrupción», redujo el análisis
económico a la polémica contra el parasitismo o contra ciertos intereses
creados. No podía permitirse una crítica que se centrase en la propiedad;
por consiguiente exponía (con muchas repeticiones) una demonología en
la que los males del pueblo eran consecuencia de los impuestos, la deuda
nacional y el sistema monetario, y de las hordas de parásitos —inversores
de la deuda, placemen, corredores de bolsa y recaudadores de impuestos—
que vivían a costa de aquellos tres. No puede afirmarse que su crítica care
ciese de fundamento; en el modelo fiscal enormemente explotador, y en
las actividades parasitarias de la Compañía de las Indias Orientales y de los
bancos, había combustible suficiente para el fuego de Cobbett. Pero, de
modo característico, los prejuicios de Cobbett casaban con las quejas de los
pequeños productores, tenderos, artesanos, pequeños agricultores y con
sumidores. La atención se desviaba del terrateniente o el capitalista indus
trial y se enfocaba sobre el intermediario: el agente o el corredor que aca
paraba en los mercados, sacaba beneficio de la escasez de los pobres o
vivía, de cualquier forma que no estuviese estrechamente relacionada con
136 E. P. THOMPSON
El viejo no me pagaba renta; cuando murió hice poner una lápida en su tumba
para dejar constancia de que había sido un trabajador honrado, diestro y labo
rioso; y durante todo el tiempo que estuve en Botley, le di a su viuda un chelín
a la semana.76
En este pasaje aparece indistinguible del mejor tipo de squire, cuya desa
parición lamentaba tan a menudo. Pero esto no es todo. También está esta
molesta frase: «No debería existir ninguna sociedad en la que los braceros
viviesen como puercos.» No debería existir ninguna sociedad: la verdadera
piedra de toque de su crítica social es la condición de los trabajadores.
Cuando, como ocurrió en la época de la revuelta de los jornaleros o la de
la New Poor Law, consideró que esta situación era insoportable, entonces
estuvo decidido a desafiar el orden social heredado:
Dios hizo que viviesen en esta tierra; tienen tanto derecho como vosotros a ha
bitar sobre ella; tienen un derecho evidente a mantenerse de los frutos de la tie
rra, a cambio de su trabajo; y si no sois capaces de adm inistrar vuestras tierras
de modo que les déis trabajo, a cambio de que se puedan ganar la vida, dadles
la tierra ,..77
Este mito histórico, que supone la existencia do algún pacto social me
dieval entre la Iglesia y la gentry, por un lado, y los braceros por el otro, se
utilizó para justificar demandas do nuevos derechos sociales, del mismo
modo que la teoría de la Constitución libre de Alfredo y del yugo norman
do se había utilizado para justificar la exigencia de nuevos derechos políti
cos. De acuerdo con este punto de vista, la posesión de la tierra por parte
de los terratenientes no era un derecho absoluto, sino que dependía del
cumplimiento de sus obligaciones sociales. Ni Cobbett ni Fielden partían
del supuesto de que la población obrera tuviese derecho alguno a expro
piar a los propietarios de la tierra o del capital; pero ambos aceptaban que
si las relaciones de propiedad existentes violaban derechos esenciales para
la realización humana del obrero o su hijo, entonces se podía poner en dis
cusión cualquier tipo de remedio, por muy drástico que fuese. (Para Fiel-
den esto significó que —siendo el tercer gran «Señor del Torzal» del Lan-
140 E. P. THOMPSON
Sólo las obras de Thomas Paine constituyen un modelo para cualquier cosa
digna de ser denominada Reforma Radical. No existen Reformadores Radica
les que no se acerquen al conjunto de principios políticos de Thomas P ain e....
No puede haber Reforma Radical sin ... una forma de Gobierno Republicana.80
Una noche ... alguien habló de Tom Paine. El presidente se puso de pie de un
salto. «No estoy dispuesto a seguir presidiendo —gritó encolerizado— y escu
char cómo se vilipendia a ese gran hombre. Tened presente que no era un pugi
lista. No existe otra persona como Tom Paine. El señor Thomas Paine, si sois
tan amables.»81
Como considero que la mayoría de los Ministros actuales son tiranos y enemi
gos de los intereses y el bienestar del pueblo de este país, también me atrevo a
confesar que, si cualquier hom bre que haya sufrido de forma injusta bajo su
adm inistración fuese tan indiferente hacia su propia vida, que asesinase a uno
cualquiera o más de ellos, yo templaría mi lira para cantar sus alabanzas.
Cuando los principios políticos establecidos por Thomas Paine sean bien com
prendidos por la gran mayoría de la población, todo lo que es necesario para
ponerlos en práctica surgirá por sí mismo, y entonces no serán necesarios ni
los complots ni las reuniones de representantes. ... En la actual situación de
este país, el pueblo no tiene otro deber verdadero que familiarizarse individual
mente con lo que constituye sus derechos políticos.... En el ínterin, cada indivi
duo debería prepararse y mantenerse dispuesto, como un individuo armado,
sin m antener relación ni consultar a sus vecinos, para el caso de que las circuns
tancias requiriesen que tomase las armas para preservar la libertad y la propie
dad que pueda poseer contra cualquier intento tiránico de reducirlas. ... Que
cada uno cumpla con su deber, y que lo haga abiertamente, sin guiarse por lo que
hace su vecino ...
LA CONSCIENCIA DE CLASE 143
tarde. Albergaba el rencor más profundo contra los clubs, las sociedades e
incluso las trade unions y las sociedades de socorro mutuo.
Casi todos los horrores de la prim era Revolución francesa provinieron de los
clubs políticos.... Declaro que todas son asociaciones miserables, viles, frívolas
y despreciables ceros a la izquierda.
A medida que, semana tras semana, la lucha a favor del proyecto de ley de
la reforma se hizo más crítica, Carlile publicaba informaciones acerca
de barricadas, granadas de mano y ácidos ardientes: «que cada hom bre se or
ganice po r su cuenta .» Pero la National Union siguió reuniéndose en Rotun
da, y muchos de sus líderes más importantes —Watson, Hetherington, Lo-
vett, Cleave, Hibbert— eran hombres que se habían nutrido de la tradición
de Carlile, que le habían dejado atrás hacía tiempo, aunque se asían toda
vía firmemente a su primer principio: «La Discusión Libre es la única
Constitución necesaria, la única Ley necesaria para la Constitución.»87
Veinte años de homilías de Hannah More y el obispo de Llandaff, Wil-
berforce y la Conferencia Metodista, habían levantado un frente anticlerical
entre los radicales. El Gorgon podía escribir con toda naturalidad acerca
de «el sumiso y amable Moisés, que condujo fuera de Egipto a los sarnosos
y roñosos israelitas»:
No afirmaremos que Moisés fuese un impostor tan grande y tan astuto como
Mahoma. No diremos que Aarón, el sumo sacerdote, le era tan necesario a Moi
sés, como Périgord Talleyrand lo fue una vez para Bonaparte. No diremos que
Josué fue un canalla militar tan grande como el viejo Blucher o Suvaroff, y que
las crueldades y carnicerías que se cometieron en Canaán fueron diez veces
más atroces que cualquiera de las que se cometieron durante los veinticinco
años de guerra revolucionaria ...88
Y sin embargo, esto es lo que el Gorgon pretendía decir. En este punto en
tra en contacto con la tradición de Carlile; y las dos están relacionadas por
sus afinidades también con el utilitarismo. En Carlile ello está implícito:
incluso la poesía debe ser útil e impartir conocimiento. La historia inte
lectual del Gorgon es más emocionante. Era un intento explícito de reali
zar una confluencia entre el benthamismo y la experiencia de la clase
obrera. No se trataba simplemente de un intento de transmitir (como hu
biese hecho Place de haberlo controlado) las ideas de los utilitaristas de la
clase media a un público obrero. John Wade, el antiguo oficial clasificador
de lana que lo editaba (en los años 1818-1819), era un hombre original y de
gran aplicación, que no adoptaba sus ideas con los ojos cerrados. El resul
tado era que el Gorgon no parecía tanto aceptar esas ideas como luchar con
LA CONSCIENCIA DE CLASE 147
no tener nada que alegar contra el viejo sistema de trapicheo de los rotten bo-
roughs más que mohosos pergaminos, black letter* y citas en latín? ¿No hay
nada en la situación de nuestras finanzas, en nuestro atrasado sistema mone
tario, en el núm ero de pobres ...
Sobre esta base no era difícil justificar el derecho a voto. Pero aquí empe
zaba el problema. Wade estaba preocupado, de forma alentadora, por la
reforma social y la organización de las trade unions. Si el utilitarismo
debía extenderse como ideología de la clase obrera, era necesario que tu
* Nombre que a partir de 1600 se dio al tipo de letra que utilizaban los primeros impresores.
(N. de la t.)
LA CONSCIENCIA DE CLASE 149
Las clases laboriosas pueden compararse con el suelo, del cual surge y se desa
rrolla todo; las otras clases con los árboles, las arvejas, la mala hierba y las hor
talizas, que sacan el alimento ... de su superficie ...
Las otras clases se han originado en su mayor parte por causa de nuestros vi
cios e ignorancia ... al no tener ocupación, su nombre y su cargo dejarán de
existir en el estado social.''1
La materia prima quizá no alcanza, por promedio, ni la décima parte del valor
de nuestras cuatro principales manufacturas, a saber, algodón, lino, paño y hie
rro, las nueve décimas partes restantes las crea el trabajo del tejedor, el hilan
dero, el tintorero, el herrero, el cuchillero y cincuenta m á s.... El trabajo de esos
150 E. P. THOMPSON
La exposición es más emotiva que exacta. Nos recuerda que la noción del
trabajo como fuente de todo valor se encontraba no sólo en Rights o f Na-
ture de Thelwall, sino también, en un tono enérgico, en Address to the
Joumeymen and Labourers de Cobbett, de 1816. Tenemos la sensación de
que Cobbett, mientras escribía, tenía presente su propia granja y a los jor
naleros atareados con el ganado, con el arado, reparando edificios. Wade
(o Place) se imaginaban al artesano y al trabajador a domicilio, al clasifica
dor de lana o al sastre, que recibían la materia prima en un estado deter
minado y, mediante su trabajo y su destreza, procesaban el material. Para
la materia prima, una décima parte; para el trabajo y el conocimiento del
oficio, el resto.93
Pero el mismo artículo del Gorgon empezaba, al propio tiempo, a ins
truir a los sindicalistas en los tópicos de la economía política. La re
compensa por el trabajo se regulaba por la oferta y la demanda. «Un au
mento del salario de los oficiales supone una disminución proporcional
del beneficio de los patronos»: el fondo salarial. Cuando el precio del tra
bajo aumenta tiene «tendencia a sacar al capital de esa rama de la indus
tria». Y (muy a tono con el lenguaje de Place, que actuó como asesor en la
revocación del Statute o f Artificers):
Tanto los patronos como los obreros deberían actuar, en todos los casos, indi
vidualmente, no colectivamente. Cuando cualquiera de las dos partes recurre a
mecanismos antinaturales o artificiales, provoca resultados antinaturales.
Hay pocas posibilidades de que fuera Place quien escribió esto, teniendo
en cuenta los argumentos que sabemos utilizó en 1814 y 1824.,'‘i Pero si el
autor fue Wade, no mantuvo por mucho tiempo esta posición, Con poste
rioridad adoptó la ideología de los utilitaristas de la clase media, y su co
nocida History o f the Middle and Working Classes (1835) posee esa mezcla
característica de la política radical y la economía ortodoxa, junto con una
laboriosa recopilación de hechos. Sin embargo, es una obra decepcionante
por ser del autor del Black Book y editor del Gorgon.
La historia de Gasl es diferente. Junto con Gravcncr ilenson y John
Doherty fue uno de los tres líderes importantes de las trade unions, que sur
gieron en esos primeros años. Procedían de industrias con experiencias
muy diferentes, y por esta razón la contribución característica de cada uno
de ellos fue diferente. Henson ejemplifica la lucha de los trabajadores a
domicilio, rozando los márgenes del ludismo, organizando su unión ile
gal, compartiendo su radicalismo político avanzado e intentando, hasta
1824, poner en vigor o promulgar una legislación protectora en su favor.
Doherty, de los hilanderos de algodón, fue capaz de dar más relevancia al
propio poder de los obreros para mejorar sus condiciones, o para cambiar
el sistema por completo, gracias a la fuerza de la organización; hacia 1830
se encontraba en el corazón de los grandes movimientos de los obreros del
norte en pro de un sindicalismo general, de la reforma de las fábricas, de la
organización cooperativa y de la «regeneración nacional». Gast, que pro
cedía de un oficio cualificado menor pero altamente organizado, estuvo
constantemente preocupado por los problemas de organización y solidari
dad mutua entre los oficios de Londres y a nivel nacional.
152 E. P. THOMPSON
En este gran país fabril, he visto hombres y mujeres sin medias, que proveen de
medias a todos los rincones del mundo ... sólo con que todos y cada uno de los
habitantes de estas islas fuesen tan bien vestidos como podrían desear, el con
sumo interior sería diez veces mayor.
Si tenemos que creer a los señores Malthus, M’Culloch, Place y Cía, las clases
trabajadoras sólo tienen que estudiar la manera más eficaz de restringir su nú
mero, para solucionar por completo todas sus dificultades ... Malthus y Cía. ...
reducirían todo el asunto a una cuestión entre los Obreros manuales y sus novias
y esposas [más que] una cuestión entre los empleados y sus patronos —entre el
Obrero m anual y el cultivador de grano y monopolista— entre el contribuyente
y el que impone las contribuciones.106
Entre el que produce alimentos y el que produce paño, entre el que hace ins
trumentos y el que los utiliza, se coloca el capitalista, que ni los hace ni los uti
liza, y se apropia del producto de ambos. ... Se ha introducido entre ellos de
forma gradual y sucesiva, aum entando de volumen a medida que se ha ido nu
triendo por los crecientes esfuerzos productivos de aquéllos, y los ha separado
tanto, que ninguno de ellos sabe de dónde procede el suministro que cada uno
recibe a través del capitalista. Mientras los despoja a ambos, elimina tan com
pletamente a uno de la visión del otro que ambos creen que le deben la sub
sistencia.
La organización con mayor éxito y más extendida posible con el fin de obtener
un aumento de salario no tendría otro efecto nocivo que el de reducir los in
gresos de aquellos que viven del beneficio y el interés y que no tienen ningún
justo derecho, sino la tradición, a parte alguna del producto nacional.
4. El owenismo
La publicación de Labour Defended, y su acogida en el Trades Newspaper,
representa el primer punto de confluencia claro entre los «economistas
laboristas» u owenitas y una parte del movimiento de la clase obrera.108
Pero, por supuesto, Owen le había precedido; e incluso en el caso de que
Owen, Gray, Pare y Thompson no hubiesen escrito, la obra de Hodgskin
conducía forzosamente a plantear la siguiente cuestión adicional: si el ca
pital era en gran parte parásito sobre el trabajo, ¿no podía el trabajo sim
plemente prescindir de él o sustituirlo por un nuevo sistema? Además,
por un curioso giro, a los utilitaristas les era posible desembocar en la
misma cuestión: si el único criterio por el cual se podía juzgar un sistema
social era la utilidad, y puesto que la mayoría de la sociedad eran trabaja
dores, sin duda ningún respeto por la tradición o por las ideas góticas im
pediría inventar el plan más útil posible por el cual las masas pudiesen
intercambiar y disfrutar sus propios productos. De ahí que el socialismo
owenita siempre contuviese dos elementos que jamás fusionó por com
pleto: la filantropía de la Ilustración, que inventaba «sistemas completa
mente nuevos» según los principios de la utilidad y la generosidad, y la
experiencia de aquellos sectores obreros que escogían ideas del modelo
owenita y las adaptaban o las desarrollaban para afrontar su contexto
particular.
La historia de Robert Owen de New Lanark es bien conocida e incluso
legendaria. El modelo de propietario de fábrica paternalista y hombre que
ha triunfado con su propio esfuerzo, que puso en cuestión la realeza, los
cortesanos y los gobiernos de Europa con sus propuestas filantrópicas; la
creciente exasperación en el tono de Owen a medida que recibía el aplau
so cortés y la desaprobación práctica; su propaganda dirigida a todas las
clases, y su proclamación del milenio, el creciente interés, entre algunos
obreros, por sus ideas y sus promesas; el surgimiento y el fracaso de.las pri
meras comunidades experimentales, en particular Orbiston; la partida de
Owen hacia Norteamérica para realizar más experimentos relativos a la
construcción de nuevas comunidades (1824-1829); el crecimiento del nú
mero de seguidores del owenismo durante su ausencia, el enriquecimiento
de su teoría gracias a Thompson, Gray y otros, y la adopción de una forma de
LA CONSCIENCIA DE CLASE 157
... poseían casi todos los vicios y muy pocas de las virtudes de una comunidad
social. El robo y la recepción de bienes robados era su oficio, la ociosidad y la
embriaguez su hábito, la falsedad y el engaño su cobertura, las disensiones
civiles y religiosas su práctica diaria; sólo se unían en una apasionada y siste
mática oposición a sus patronos.
Estos pasajes, sacados de A New View ofSociety (1813), son en gran parte
la experiencia común a los nuevos propietarios de fábricas o patronos
de las fundiciones de hierro. El problema era adoctrinar a los jóvenes en
los «hábitos de atención, presteza y orden». Hay que decir por completo
en favor de Owen que para conseguir estos objetivos no escogió ni los te
rrores físicos del metodismo ni la disciplina del vigilante y las multas. Pero
debemos tener siempre presente que el socialismo tardío de Owen retuvo
las señales de su origen. Le dieron el papel de papa bondadoso del socia
lismo: el señor Owen, el filántropo que consiguió una entrada en la corte y
el salón del consejo de ministros durante los años de la posguerra (hasta
que cometió su faux pas al rechazar, con amable tolerancia, todas las re
ligiones heredadas cualesquiera que fuesen por considerarlas irracionalis
mo dañino), se van convirtiendo sin ninguna sensación de crisis en «el be
névolo señor Owen», a quien los obreros se dirigen y que publica escritos
dirigidos a las clases trabajadoras. En un sentido era el non plus ultra del uti
158 E. P. THOMPSON
* Nombre que dio Bentham a un proyecto de prisión de forma circular con las celdas al
rededor de un patio central, desde donde los vigilantes podrían ver en todo momento a los
reclusos. (N. de la t.)
** Joñas Hanway fue un filántropo del siglo xvm que se preocupó especialmente de la suerte
de los niños. (N. de la t.)
LA CONSCIENCIA DE CLASE 159
Creo que el objetivo del señor Owen es cubrir la superficie del país de asilos para
pobres, erigir una com unidad de esclavos, y en consecuencia hacer que la
parte trabajadora de la población quede absolutamente dependiente de los
propietarios.""
¿No sabe el señor Owen que el mismo plan, los mismos principios, la misma fi
losofía de motivos y de acciones ... de virtud y felicidad, fueron muy comunes
en el año 1793, fueron divulgados entonces, fueron pregonados a los cuatro
vientos, fueron susurrados en secreto, fueron publicados en cuarto y doceavo,
en tratados políticos, en obras de teatro, poemas, canciones y romances; se pa
seaban por los tribunales, se deslizaban sigilosamente en la iglesia, subían a la
tribuna, vaciaban las aulas de las universidades ... que esas «Nuevas Visiones
de la Sociedad» penetraron en los corazones de los poetas y en los cerebros de
los metafísicos, se apoderaron de los sueños de los muchachos y las mujeres, y
trastornaron las cabezas de casi todo el reino; pero que hubo una cabeza de la
que jam ás se apoderaron y que volvió a poner al revés todas las cabezas del rei
no de nuevo ...?
Rechazada de este modo (se burlaba Hazlitt) parece que filosofía hubiese
sido expulsada del país,
LA CONSCIENCIA DE CLASE 161
Tiene acceso, opinamos, a los que tienen un cargo, a los miembros del parla
mento, a los lores y losgentlemen. Viene ... para derribar a palos todos sus efec
tivos, viejos o nuevos, de la iglesia o el estado ... y entra tranquilamente en sus
cámaras con las credenciales en el bolsillo, y hace que se resignen a la cons
trucción de innumerables Casas de la Industria en lugar de sus actuales sine
curas ...
rea. ... Se le señalará como jacobino, como leveller, como incendiario por todas
partes de los tres reinos; sus amigos le evitarán y será objeto de burla para sus
enemigos ... y descubrirá que hacer com prender a la hum anidad sus propios
intereses, o hacer que aquellos que les gobiernan se preocupen por el interés de
alguien excepto ellos mismos, es una tarea mucho más difícil y arriesgada de lo
que se podía imaginar.112
«Los ricos y los pobres, los gobernantes y los gobernados tienen, en rea
lidad, un solo interés», formar una nueva sociedad cooperativa. Pero los ri-
LA CONSCIENCIA DE CLASE 163
eos, igual que los pobres, al ser criaturas de las circunstancias, eran inca
paces de darse cuenta de sus verdaderos intereses. (La «súbita potente ilu
minación» gracias a los escritos de Owen corría el peligro de destruir sus
«incipientes capacidades de visión».) Los obreros (o aquellos de entre ellos
que hubiesen vislumbrado la luz de la razón) deberían desvincularse de
los conflictos de clase. «Esta lucha irracional e inútil debe cesar» y, la avant
garde (estableciendo comunidades modelo y mediante la propaganda) de
bería abrir una senda gracias a la cual la población obrera pudiera simple
mente conjurar los derechos de propiedad y el poder de los ricos."3
Por muy admirable que fuese Owen como hombre, era un pensador
absurdo, y aunque tenía él valor de los excéntricos, era un dirigente po
lítico dañino. De los teóricos del owenismo Thompson es más sensato y
desafiante, mientras que Gray, Pare, el doctor King y otros tenían un senti
do de la realidad más firme. En sus escritos no se percibe el más mínimo
sentido de los procesos dialécticos de cambio social, de «práctica revolu
cionaria»:
iban a unir a todas las naciones de la tierra; diciéndoles que ... las espadas se
convertirían en arados.IM
Desechamos ... todas las disposiciones a que han dado lugar los intereses (sec
toriales), como son las grandes urbes, las ciudades, los pueblos y las univer
sidades ...
En un sistema social racional no puede haber ... tribunales de justicia y
toda la parafernalia y la locura de la ley ...
Hasta entonces el mundo había estado «en una gran oscuridad». Todo el
culto ceremonial de un poder desconocido era «mucho peor que inútil».
Los matrimonios serían reconocidos como una «unión sólo de tipo afecti
vo». «El celibato, en ambos sexos, más allá del período designado por la
naturaleza, no será ya considerado como una virtud», sino como «un cri
men contra la naturaleza». La nueva sociedad ofrecería un equilibrio entre
el esfuerzo físico y el intelectual, la diversión y el cultivo de las capacida
des físicas al igual que en Grecia y en Roma. Todos los ciudadanos aban
donarían toda ambición, envidia, celos y otros vicios reconocidos: «Por
consiguiente, anuncio ahora al mundo el comienzo, en este día, del pro
metido milenio, fundado en principios racionales y una práctica conse
cuente.»"6
Esta proclamación podría hoy en día alarm ar a algunas asociacio
nes cooperativas de mujeres. También parece, a primera vista, una ideo
logía con pocas probabilidades eje ser aceptada por la población tra
bajadora, cuya experiencia formaliva ha sido el tema de este estudio. Y sin
embargo, si observamos más de cerca, descubriremos que no fue un deli
rio psíquico o una «paranoia colectiva» lo que dio lugar a la rápida propa
gación del owenismo. En primer lugar, el owenismo de los últimos años de
la década de los veinte hacia adelante era algo muy distinto de las obras
y las proclamas de Robert Owen. Sin embargo, la misma imprecisión de
sus teorías ofrecía una imagen de un sistema de sociedad alternativo y era
lo que las hacía adaptables a distintos grupos de población trabajadora.
Los artesanos, tejedores y obreros cualificados seleccionaban aquellas
partes de las obras de los owenitas que tenían una relación más estrecha
con su propia situación y las modificaban a través de la discusión y la
práctica. Sí los escritos de Cobbett deben considerarse como una relación
con sus lectores, los de Owen deben ser considerados como material ideo
lógico en bruto difundido entre los trabajadores y elaborado por ellos dan
do lugar a diversos productos.
Los artesanos son el caso más claro. El editor del Economist reco
noció, en 1821, que pocos de sus lectores se encontraban entre las clases
trabajadoras. Pero a partir de una carta circular enviada a la nobleza y a la
gentry, solicitando protección para sus mercancías, nos hacemos una idea
de los primeros miembros de la «Sociedad Económica y Cooperativa» de
166 E. P. THOMPSON
* Lógicamente, en el original inglds los of icios de la primera parle empiezan por B y los de la
segunda parte por S. (N. de ta t.)
168 E. P. THOMPSON
Nosotros nos com prom eterem os a cortar nuestro cordero y nuestro budín
(cuando podam os comernos alguno) con sus cuchillos y tenedores, y a tom ar
nos la sopa y las gachas de avena con sus cucharas; y si nuestros hermanos de
Londres hacen lo mismo nos pondremos, tan pronto como sea posible, sus
pañuelos de seda alrededor del cuello.124
Debido a los asombrosos cambios que en el curso de unos años se han produ
cido para las clases trabajadoras ... debido a la competencia y al desarrollo de
la m aquinaria que reemplaza a la m ano de obra, junto con otras varias causas,
sobre las cuales, todavía, las clases trabajadoras no tienen control; las inteli
gencias de los pensadores se han perdido en un laberinto de ideas acerca de
qué plan se podría adoptar para mejorar, si es posible, sus condiciones ...
Con el crecimiento del capital las clases trabajadoras pueden mejorar su
situación sólo si se unen y arrim an el hombro al trabajo; por unirse no enten
demos huelgas y manifestaciones por los salarios, sino esforzarse, como hom
bres de una sola familia, para empezar a trabajar por nuestra cuenta. ...
El plan de cooperación que aconsejamos al público no es un plan visiona
rio, sino que se está siguiendo en diversas partes del Reino; todos vivimos del
producto de la tierra e intercambiamos trabajo por trabajo, que es el objetivo
de todas las Sociedades Cooperativas'. Nosotros obreros hacemos todo el traba
jo y producimos todas las comodidades de la vida; ¿por qué entonces no debe
ríam os trabajar por nuestra cuenta y esforzarnos para mejorar nuestras condi
ciones de vida?
170 E. P. THOMPSON
Principios Fundamentales
Primero. Que el trabajo es la fuente de toda riqueza; en consecuencia las
clases trabajadoras han creado toda la riqueza.
Segundo. Que las clases trabajadoras, aunque son las productoras de la ri
queza, en lugar de ser la más ricas, son las más pobres de la comunidad; por lo
tanto, no están recibiendo una justa recompensa por su trabajo.
tas sobre Orbiston, pero los planes de Owen para las comunidades se con
sideraban «impracticables debido a que al hombre libre por nacimiento e
independiente no podía gustarle que le dijesen qué debía comer ... y qué
debía hacer.»'32 Además, la misma idea de alcanzar una independencia
económica, que era atractiva para algunos artesanos con pequeños talleres
y algunos trabajadores a domicilio, presentaba un problema para el car
pintero de navio o el obrero de la industria a gran escala: ¿qué utilidad tenía
para él un Pueblo de Cooperación?
A fines de la década de los veinte, sin embargo, Gast se había declara
do en favor del owenismo.1” Más importante fue la adhesión de los hilan
deros de algodón de Manchcster después de seis meses de huelga en 1829.
Doherty fue pionero, en 1830, de la National Association for the Protection
of Ixibour, cuyo órgano, el United Trades Co-operative Journal, pronto se
convirtió en Voice oj the People. Poco después de esto, otro grupo de obre
ros cualificados, la tmion de los constructores, cuyos productos posible
mente no podían ser llevados a la liqnitahle ¡/ihottr lixchani’c, puso rumbo
hacia el que sería el mayor de todos los experimentos de acción cooperati
va directa. ¿Hn qué consistía la diferencia?
Una respuesta podría ser simplemente que hacia linos de la década tic
los veinte una u otra variante de la teoría cooperativa o de la teoría econó
mica «laborista» se había apoderado de la plana mayor del movimiento de
la clase obrera. Cobbetl no ofrecía ninguna teoría coherente. l;.l individua
lismo de Carlile era repelente. Hodgskin, por deducción, apuntaba inicia la
teoría socialista madura, pero sus análisis se detenían antes de alcanzar
aquel punto, y en cualquier caso era compatible con la teoría cooperativa,
como mostró William Thompson. I.a propaganda racionalista de la década
anterior había sido eficaz, pero también había sido estrecha y negativa, y
había dado lugar a un ansia de doctrina moral positiva, que el mesianis-
mo de Owen colmó. La imprecisión de pensamiento de Owen permitió
que dentro del movimiento coexistiesen diferentes tendencias intelectua
les. Y debemos insistir de nuevo en que el owenismo fue más sensato, y más
vigoroso, en términos intelectuales, que el pensamiento de su maestro.
Para los obreros cualificados, el movimiento que empezó a configurarse
en 1830 parecía por fin dar cuerpo a su antigua aspiración: un sindicalis
mo general de ámbito nacional. Desde la Philanthropic Hercules de 1818
hasta el grupo de presión de las Comhination Acts de 1825, se habían ten
dido muchas manos para conseguir la unidad de acción. Durante el verano
y el otoño de 1825 el 7Vades Newspaper informó sobre cada una de las fases
de la huelga de los cardadores de lana de Bradford y sobre el apoyo que re
cibía a raudales de todas las zonas del país. Declaraba con énfasis: «Son to
dos los obreros de Inglaterra contra unos pocos patronos de Bradford.»'34
172 E. P. THOMPSON
pero después de haberse extendido unas cien millas alrededor de esta ciudad
(Manchester) le sobrevino una fatalidad que casi amenazó su existencia.137
«N.B. Las obras del Mesías se venden en ... Rotunda, calle Blackfriars. Pré
dica en Rotunda, los jueves por la tarde a las 7.30 y los domingos por la
tarde a las 3.» A principios de 1832 le declararon culpable de blasfemia en
Derby («Los Obispos y el Clero son Impostores Religiosos, y como tales es
tán expuestos, por la Ley Inglesa, a Castigos Corporales»: ¿no se trata, cier
tamente, de un terreno demasiado peligroso para ponerlo a discusión?) y
le encarcelaron durante dos años junto con un compañero profeta. A pesar
de la enfermedad y de una parálisis parcial, continuó su misión hasta su
muerte en 1837.142
El segundo ejemplo es el del extraordinario «Sir William Courtenay»
(o J. N. Tom) que llegó en 1832 a un Canterbury alarmado, vestido con ropas
orientales y acompañado de rumores de que era muy rico, recibió 400 vo
tos fortuitos en la elección general y, después de ser condenado por perju
rio, publicó su Liort, con los títulos de:
Sir William Courtenay ... Rey de Jerusalén, Príncipe de Arabia, Rey de los Gita
nos, Defensor de su Rey y su Patria ... que ahora se encuentra en la Cárcel de la
City, Canterbury.
Tom, que era un tratante de vinos que procedía originariamente del West
Country de Joanna Southcott, había sido spenceano durante un corto pe
ríodo de tiempo. Su Lion denunciaba por igual a todos los infieles y al
clero:
Cuando salió de la cárcel y del manicomio, se fue a vivir a las casas de los
campesinos de los pueblos cercanos a Canterbury. En mayo de 1838 em
pezó a rondar por los pueblos montado a caballo y armado con pistolas y
una espada, a la cabeza de un grupo de 50 a 100 jornaleros armados con
cachiporras. Llevaban una hogaza de pan en el extremo de una vara de
bajo de una bandera azul y blanca con un león l ampante, y se supone que
Tom leyó a sus seguidores el siguiente fragmento del capítulo V de San
tiago:
Y ahora vosotros los ricos llorad y aullad por las desgracias que os sobre
vendrán. ...
Contemplad el salario de los jornaleros que os han segado vuestros cam
pos, salario que retenéis con fraude, pregonado: ...
176 E. P. THOMPSON
En particular, las mujeres creían que tenía poderes milagrosos. Más ade
lante, un jornalero dijo que «amaba a Sir William»: «Les hablaba de tal
manera, y siempre leía las Escrituras, que no le miraban como a un hom
bre cualquiera y hubiesen muerto con alegría por él.» Al igual que Oastler
y Stephens en el norte, denunciaba la New Poor Law como una violación
de la ley divina. Finalmente, Courtenay (o Tom) mató a un policía que ha
bían mandado para que le detuviese. Pero los jornaleros no le abando
naron. Más de cincuenta de ellos se retiraron al bosque de Blean, donde
esperaron al ejército escondidos en la densa maleza. Tom enseñaba las
llagas de los clavos en manos y pies, y anunciaba que si le mataban resu
citaría de nuevo: «Es el día del juicio; es el primer día del Milenio; y ese
día pondré la corona sobre mi cabeza. ¡Contemplad, uno más fuerte que
Sansón está con vosotros!». Les prometió tierra a sus seguidores, quizá
unos 50 acres para cada uno. Cuando los soldados se acercaron, tocó una
trompeta y dijo que ésta se oía en Jerusalén donde había 10.000 hombres
dispuestos a obedecer sus órdenes. Al fin tuvo lugar la batalla, quizá la
más desesperada que se desarrollaba en tierra inglesa desde 1745. Frente
a las armas de fuego y las bayonetas, los jornaleros de Kent sólo tenían
cachiporras: «Jamás presencié una resolución mayor en mi vida —dijo un
testigo—. Jamás en la vida vi hombres más furiosos o enloquecidos cuando
nos atacaban.» Un oficial resultó muerto, así como Courtenay y once o doce
de sus seguidores. El saldo de muertos fue más elevado que el de Pentridge
o Peterloo.143
Los hechos del bosque de Blean pertenecen más a los modelos cultu
rales antiguos que a los nuevos. Fue la última revuelta de los campesinos.
Es interesante constatar que los bryanitas «ranting», o Cristianos de la Bi
blia, tenían uno de sus baluartes en Kent; y en un momento en que el
mundo psíquico de los hombres estaba repleto de imágenes del fuego del
infierno y de la revelación, y su mundo real lleno de pobreza y opresión,
lo sorprendente es que este tipo de explosiones no fuesen más frecuen
tes. El tercer ejemplo, que nos acerca más al owenismo, es el del extraor
dinario éxito de la propaganda mormona en los distritos industriales de
Inglaterra, a finales de la década de 1830 y durante la década de los cua
renta. En pocos años se bautizaron miles de conversos, y miles de estos
«Santos del Último Día» zarparon desde Liverpool hacia la Ciudad de
Sión. Los primeros conversos eran «principalmente obreros fabriles y otros
trabajadores manuales ... extremadamente pobres, la mayoría de los cua
les no tenía siquiera una muda de ropa para ser bautizados». Muchos de
ellos, que habían recibido ayuda para el dinero del pasaje, fueron andan
do y empujando carros manuales desde los riscos de Bluff hasta la ciudad de
Salt Lake.144
LA CONSCIENCIA DE CLASE 177
Todos estos ejemplos sirven para subrayar que, para la década de 1830,
es prematuro pensar que la población obrera inglesa estaba completamen
te abierta a la ideología secular. La cultura radical que hemos estudiado
era la cultura de trabajadores cualificados, artesanos y algunos trabajado
res a domicilio. Por debajo de esa cultura (o coexistiendo con ella) había
niveles de respuesta más oscuros, de los cuales sacaban algo de su apoyo
los líderes carismáticos como Oastler y O’Connor. (En el movimiento car-
tista, los hombres como Lovett jamás encontrarían por completo una es
trategia y un punto de vista común con los trabajadores «barbudos y con
chaqueta de fustán» del norte.) La inestabilidad se encontraba particular
mente donde los nuevos modelos racionalistas y los modelos metodistas o
baptistas de corte más antiguo se influían unos a otros, o cuando se en
contraban en conflicto en el mismo espíritu. Pero, mientras que la disiden
cia y el metodismo parecen haber ordenado y amasado el carácter de los
artesanos del sur, en aquellas partes en que predominaba el modelo meto
dista durante los años de las guerras parece que las energías emocionales
hayan sido almacenadas o reprimidas. Si se hinca una pala en la cultura de
la clase obrera del norte en cualquier momento de la década de los treinta
parece que la pasión brote del suelo.
De ahí que el owenismo también reuniese algo de esta pasión. Si te
nemos en cuenta que Owen y sus conferenciantes profetizaban que «se
desencadenaría la prosperidad», era inevitable que reuniesen a su alre
dedor a los hijos de Israel. Revivió el anhelo comunitario y el lenguaje de la
racionalidad se transformó en el de la hermandad. Como en todos los mo
mentos de fermento, también revivió el antinomianismo, con sus equiva
lentes místicos de las ideas seculares de liberación sexual que se sostenían
entre algunos de los comunitarios owenitas: «Si os amáis el uno al otro —les
decía Zion Ward a los jóvenes en sus "templos”— juntaos en cualquier
momento sin ninguna ley ni ceremonia.» (Ward también tenía un proyec
to de Colonia Agrícola, «donde quienes deseen abandonar el mundo pue
dan vivir juntos como una familia».) Además, para los pobres, el owenis
mo tocaba una de sus aspiraciones más íntimas: el sueño de que, de algún
modo, gracias a algún milagro, podrían de nuevo tener algún derecho so
bre la tierra.
Tenemos la sensación de que, en la década de 1830, muchos ingleses
percibían que la estructura del capitalismo industrial sólo estaba par
cialmente construida, y que a esta estructura todavía no se le había puesto
el tejado. El owenismo sólo fue uno de los impulsos gigantescos, pero efí
meros, que captaron el entusiasmo de las masas, al presentar la visión de
una estructura completamente diferente, que se podía construir en cues
tión de años o meses, sólo con que el pueblo estuviese suficientemente uni
178 E. P. THOMPSON
Cuando los pobres dicen: «nosotros, también, reconoceremos que las circuns
tancias lo son todo, abandonaremos toda creencia en lo invisible, este mundo
será el único hogar en el que moraremos», el lenguaje puede muy bien aterro
rizar a todo aquel que escuche ... Sin embargo ... es el «nosotros queremos» ...
lo que infunde la apariencia de vitalidad a las secas astillas de la teoría del se
ñor Owen.146
La actual propiedad de todos los individuos, adquirida y poseída según las cos
tumbres y las prácticas de la vieja sociedad, se m antendrá sagrada hasta que ...
no tenga ya ningún uso o valor de cambio...152
... esperar ver alguna vez de nuevo Pequeñas Granjas, o ver alguna vez cual
quier cosa que no sea la máxima extorsión y opresión de los pobres, hasta que
derrumbéis el actual sistema de Propiedad de la Tierra. Porque ellos han ad
quirido por completo, ahora más que nunca, el espíritu y el poder de la opre
sión. ... Por lo tanto nada que no sea la Destrucción total del poder de esos San
sones servirá ... Nada que no sea el Exterminio completo del actual sistema de
propiedad de la Tierra ... hará que el Mundo vuelva a estar en una situación en
la que merezca la pena vivir en él.
Por todo el país, los reformadores de la clase media y los de la clase obre
ra maniobraban para controlar el movimiento. En los primeros momentos,
hasta el verano de 1831, los radicales de la clase media llevaban ventaja.
Siete años antes, Wooler había cerrado el Black Dwarf con una declaración
final tristemente desilusionada. No había (en 1824) «público vinculado fiel
mente a la causa de la reforma parlamentaria». Cuando una vez cientos y
miles habían clamado en favor de la reforma, ahora le parecía que sólo ha
bían «clamado por el pan»; los oradores y los periodistas de 1816-1820
sólo habían sido «pompas de la fermentación de la sociedad lanzadas al
aire».160 Muchos de los líderes de la clase obrera de finales de la década de
1820 compartían su desilusión y aceptaban la postura antipolítica de su
maestro, Owen. Hasta el verano de 1830, con la «revuelta» de los braceros
rurales y la revolución de julio en Francia, la marea del interés popular no
volvió a la agitación política. Y a partir de aquel momento, la resistencia
terriblemente terca de los intransigentes (el duque de Wellington, los lores,
los obispos), dispuesta a quemar hasta el último cartucho, ante cualquier
medida de reforma, dictó una estrategia (que aprovecharon al máximo los
radicales de la clase media) por la cual la agitación popular se vio condu
cida a avanzar detrás de Grey y Russell, y a dar apoyo a un proyecto de ley
con el cual la mayoría no tenía nada que ganar.
De este modo, la configuración de fuerzas de 1816-1820 (y, por su
puesto, de 1791-1794), en la que se identificaba la demanda popular de la
reforma con el programa de sufragio universal que defendía el comandan
te Cartwrighl, se había rolo. «Si alguien piensa que esta reforma dará lu
gar a ulteriores medidas —declaró Grey en la Cámara en noviembre de
1831— está equivocado; porque no hay otra persona más decididamente
contraria a los parlamentos anuales, el sufragio universal y la votación,
que yo. Mi objetivo no es favorecer, sino acabar con tales esperanzas y
proyectos.» Los viejos radicales vieron bastante clara la situación, y la ma
yoría de sus portavoces trataron con desprecio el proyecto de ley de los
whigs hasta los últimos «días de mayo». «No le importaba —declaró un ra
dical de Macclesfield— que le gobernara un cacique local, un alcahuete o
un comerciante de quesos, si se iba a seguir manteniendo el sistema de
monopolio y corrupción.»161 Hunl, desde su puesto como diputado por
Preston (1830-1832), sostenía las mismas posiciones, sólo que con un len
guaje ligeramente más decoroso. George Edmonds, el ingenioso y valiente
maestro de escuela, que había presidido la primera gran manifestación de
la posguerra en Birmingham en Newhall Hill (enero de 1817), declaró:
No soy propietario de una casa. Pero si hace falta puedo ser propietario de un
mosquete. ¡El nada-más-que-el-Proyecto no reconoce a George Edmonds como
186 E. P. THOMPSON
Su actitud hacia los socialistas owenitas de Rotunda era ambigua. Por una
parte, eran en su mayor parte «hombres sensatos que se mantenían con su
trabajo», hombres que se distinguían claramente de las clases peligrosas
por sus talentos superiores. Por otra parte, muchos de ellos eran «hombres
solteros sin ataduras, que vivían aquí y allá en hospedajes, y que podían
prender fuego a Londres sin la ansiedad de tener seres queridos indefensos
en casa»:
188 E. P. THOMPSON
Sus modales son más amables que rudos; pero si le tocas el punto flaco a algu
no de ellos —dile simplemente que crees que el estímulo de la competencia es
indispensable para la producción de riqueza— y, o bien te abandonará con des
precio, o ... te dirá, con los ojos relampagueantes, que te paga el gobierno para
decir tonterías. Lo que más les molesta es algo parecido a una componenda, in
cluso más que la oposición frontal.
Muchos de ellos, decía (con algún aviso de verdad), «están provistos con
armas»:
... desagradaba a las gentes sensibles... por su locura arrogante, como cuando
la sección de Bethnal Green le pidió al Rey que aboliese la Cámara de los Lores,
o la sección de Finsbury instó a los Comunes a que consfiscasen las haciendas
de 199 pares ...177
... en las zonas que ocupan principalmente las clases trabajadoras, ni un cabe
za de familia de cada diez tendría derecho a voto. En las calles donde princi
palmente hay tiendas, casi todos los cabezas de familia tenían voto. ... En la
* Del refrán inglés: «hall a loafis better than no bread». Es mejor reducir las demandas de
lino, que arriesgarlo todo. (N. de la t.)
** La reforma de 1832 daba el derecho al voto, en las ciudades, a cualquier cabeza de familia
(varón y de más de veintiún años) que poseyese o tuviese arrendados locales con valor en
renta de un mínimo de 10 libras esterlinas al año. (N. de la t.)
192 E. P. THOMPSON
Incluso estas estimaciones parece que fueron excesivas. Los informes he
chos para el gobierno en mayo de 1832 mostraban que en Leeds (con una
población de 124.000 habitantes) 355 «obreros» serían admitidos en el de
recho a votar, de los cuales 143 «son oficinistas, almacenistas, vigilantes,
etc.». Los 212 restantes tenían una posición privilegiada, ganando entre
30s. y 40s. a la semana.180
Estos informes, sin duda, dieron confianza al gabinete, que había esta
do pensando elevar la restricción en el derecho a votar, de 10 libras a 15 li
bras. «La gran mayoría de la población —escribió Place— estaba segura de
que o bien los proyectos de ley de reforma se aprobaban en el Parlamento,
o en caso de que los rechazasen, deberían obtener, mediante la fuerza físi
ca, mucho más de lo que aquéllos contenían ...»181 Lo que pendía sobre la
cabeza de tories y whigs en 1832 era ese «mucho más»; y eso fue lo que per
mitió que se llegase a un acuerdo entre la riqueza de la tierra y la indus
trial, entre el privilegio y el dinero, que ha sido una configuración perdu
rable de la sociedad inglesa. En los estandartes de Baines y Cobden no
estaba escrito égalité y liberté (y mucho menos fratemité) sino «Comercio
Libre» y «Reducción de Gastos». La retórica de Brougham era la de la pro
piedad, seguridad, interés. «Si bien es cierto que existe una muchedum
bre», dijo Brougham en el discurso que pronunció durante la segunda lec
tura del proyecto de ley de reforma,
también lo es que existe el pueblo. Hablo ahora de las clases medias —de aque
llos cientos de miles de personas respetables— que son el orden más numeroso
y, con mucho, el orden más rico de la comunidad, porque si se pusieran a su
basta todos los castillos, feudos, cotos y derechos de caza, con todos los exten
sos acres de sus Señorías, y se vendiesen en un plazo de cincuenta años, el pre
cio subiría tanto que pasaría mucho más que las vastas y sólidas riquezas de
aquellas clases medias, que son además las genuinas depositarías del senti
miento inglés sensato, racional, inteligente y honesto.... Os suplico que no pro
voquéis a este pueblo am ante de la paz, pero también resuelto. ... Como amigo
LA CONSCIENCIA DE CLASE 193
vuestro, como amigo de mi clase, como amigo de mi país, como fiel servidor de
mi soberano, os aconsejo que colaboréis con vuestros máximos esfuerzos para
preservar la paz y para defender y perpetuar la Constitución ,..182
Hay que recoger los frutos de la Reforma. Hay que abolir los grandes monopolios
comerciales y agrícolas. Hay que reformar la Iglesia....
Hay que abrir las corporaciones cerradas. Hay que reforzar el ahorro y la eco
nomía. Hay que romper los grilletes del Esclavo.I,J
Éste es el viejo programa del jacobismo que poco había evolucionado des
de la década de 1790. (El primer principio de una declaración de la Natio
nal Union, redactada por Lovell y James Watson, en noviembre de 1831,
era: «Que toda propiedad (adquirida de forma honesta) sea sagrada e
inviolable».)188 Pero alrededor de aquel «mucho más» se acumulaban otras
demandas, según los principales problemas de los diversos distritos e in
dustrias. En el Lancashire, Doherty y sus seguidores sostenían que «el su
fragio universal no significa otra cosa que el poder que se confiere a cada
hombre para evitar que otros devoren su trabajo».186 Los owenitas, los re
formadores de las fábricas y los revolucionarios partidarios de la «fuerza
física», como el irrefrenable Wiliam Benbow, presionaban todavía para
obtener demandas adicionales. Pero, tal y como ocurrieron las cosas, se lo
194 E. P. THOMPSON
gró que los términos de la lucha se mantuviesen dentro de los límites que
Baines y Brougham deseaban, Se trató (como había previsto Shelley en
1822) de una lucha entre la «sangre y el oro»; y el resultado fue que la san
gre pactó con el oro para dejar fuera las demandas de égalité. Porque du
rante los años que transcurrieron entre la Revolución francesa y el proyec
to de ley de reforma se había formado una «consciencia de clase» de la
clase media más conservadora, más recelosa de las grandes causas idealis
tas (a menos, quizá, que fuesen las de otras naciones), más rigurosamente
egoístas que en cualquier otra nación industrializada. A partir de este mo
mento, en la Inglaterra victoriana, la clase media radical y los intelectua
les idealistas se vieron obligados a tomar partido entre las «dos nacio
nes». Y hay que decir en su honor que hubo muchos individuos que
prefirieron que se les conociera como cartistas o republicanos a ser cono
cidos como guardias especiales. Pero esos hombres —Wakley, Frost de
Newport, Duncombe, Oastler, Emest Jones, John Fielden, W. P. Roberts y
siguiendo hasta Ruskin y William Morris— siempre fueron individuos desa
fectos o «voces» intelectuales. No representan en ningún aspecto la ideolo
gía de la clase media.
Lo que había hecho Edward Baines, en su correspondencia con Ru-
sell, era ofrecer una definición de clase casi con una exactitud aritmética.
En 1832 las restricciones del derecho a voto trazaban la línea de la cons
ciencia social con la tosquedad de un lápiz indeleble. Además durante
estos años apareció un teórico de talla para definir el conflicto de la clase
obrera. Parece como algo casi inevitable que fuese un intelectual irlandés
el que uniese en sí mismo el aborrecimiento de los whigs ingleses junto
con la experiencia del ultrarradicalismo y el socialismo owenita inglés. Ja
mes «Bronterre» O’Brien (1805-1864), hijo de un comerciante de vinos ir
landés y licenciado distinguido por el Trinity College de Dublín, llegó a
Londres en 1829 «para estudiar Derecho y la Reforma Radical»:
se suponía que las clases medias tenían alguna comunidad de sentimiento con
los obreros. Esta ilusión se ha esfumado. Apenas sobrevivió al Proyecto de Ley
de Coerción de los Irlandeses, y se desvaneció por completo con la puesta en vi
gor de la Starvation Law. Ningún trabajador esperará justicia, virtud o compa
sión de manos de una legislatura de especuladores.1181
Estas dos clases no han tenido nunca, ni tendrán, ninguna comunidad de inte
reses. El interés del trabajador es trabajar poco y obtener a cambio lo máximo
posible. El interés del intermediario es obtener tanto trabajo como pueda del
trabajador, y darle a cambio lo menos que pueda. Así pues sus intereses respec
tivos son tan directamente opuestos el uno al otro como dos toros enfrentados.
Una revolución como ésta (esperaba) tendría lugar sin violencia, como
consecuencia inmediata de la consecución del sufragio universal: «De las
leyes de la minoría han surgido las desigualdades que existen; las leyes de
la mayoría serán destruidas.»191
Desde luego, hoy en día, los historiadores no aceptarían la asimilación
excesivamente tosca que hace O’Brien de la administración posterior a la
reforma de los intereses de la «clase media».192 (La Vieja Corrupción tenía
más vitalidad que la que esto suponía, como se iba a demostrar en la pro
longada lucha por la revocación de las Com Laws.) Ni tampoco es adecua
do seleccionar a este teórico (que por origen pertenecía, él mismo, a la cla
se media) como expresión de la nueva conciencia de la clase obrera. Pero
al mismo tiempo, O’Brien estaba muy lejos de ser un excéntrico situado en
los márgenes del movimiento. Como editor del Poor Man's Guardian y otros
periódicos dominaba un público obrero amplio y creciente; más adelante
se ganaría el título de «Maestro» del cartismo. Sus escritos son un hilo cen
tral a lo largo de las numerosas agitaciones de los primeros años de la dé
cada de 1830, al proporcionar un nexo de unión entre las viejas demandas
democráticas, las agitaciones sociales (contra la New Poor Law y por la re
forma de la fábrica), los experimentos comunitarios owenitas y las luchas
sindicales de las trade unions. O’Brien fue, al igual que Cobbett y Wooler
durante los años de la posguerra, una auténtica voz de su tiempo.
Para la mayoría de los trabajadores, por supuesto, la desilusión res
pecto del proyecto de reforma se dio de formas menos teóricas. La prueba
del budín se iba a hacer comiéndolo. Y podemos ver cómo lo comieron a
nivel de microcosmos, en unos pocos de los incidentes de una de las luchas
que se produjeron en la elección general subsiguiente, en Leeds. Baines, que
había utilizado ya su influencia al poner a Brougham como diputado del
Yorkshire, presentó en interés de los whig a Marshall, uno de los mayores
empresarios de Leeds, y a Macaulay (o «señor Mackholy», como anotó en
su diario uno de los tenderos que se hallaban a la cola de los whig). Ma
caulay era uno de los ideólogos más satisfechos de la implantación del pro
yecto de reforma, que traducía en nuevas palabras la doctrina tory de la
«representación virtual»; «Las clases altas y medias son las representantes
naturales de la especie humana. Su interés puede ser opuesto, en algunas
cosas, al de sus mismos contemporáneos, pero es idéntico al de innumera
bles generaciones que vendrán después.» «La desigualdad con que se re-
LA CONSCIENCIA DE CLASE 197
Este gran pedante mentiroso de Brougham ... que siempre se ha cuidado de te
ner, por lo menos, un diputado para hacer más daño a la libertad que cualquier
otro de los cincuenta miembros de la Cámara de los Comunes; ese inflado, co
dicioso y pedante sin principios, que ha sido el engatusado!' del Yorkshire du
rante veinte años ...,g4
... por lo que se refiere a Sadler, nunca ha hecho ningún bien ni lo hará jamás
... porque siempre ha inventado algo que tendía a ofender a los habitantes de la
Ciudad de Leeds ... fue el principal prom otor de la Improvement Act que ha cos
tado muchos miles a los Habitantes y la carga ha recaído principalmente sobre
Los señores Marshall y Macaulay p u ed en ... ser muy amigos de las Reformas de
todos los tipos y tamaños, tanto en la iglesia como en el estado; pueden estar
tam bién en favor de la abolición de todos los monopolios excepto el suyo pro
pio, de los propietarios de las fábricas y los placemerr, pero los obreros de Leeds
recuerdan que apoyarles significa hacer todo lo posible por poner el poder le
gislativo en manos de sus enemigos.
Además, los radicales declararon que los viejos métodos de soborno e in
fluencia electoral utilizados por los intereses aristocráticos estaban encon
trando ahora nuevas formas perniciosas al servicio del interés industrial.
Aunque los obreros no tenían derecho a votar, se hacían grandes esfuerzos
para compensar los efectos de las manifestaciones del movimiento de las
10 horas en favor de Sadler, obligando a los obreros de las fábricas a de
clararse en favor de Marshall y Macaulay en las hustings:
Podríamos nom brar más de una docena de fábricas, en las que todos los traba
jadores han recibido órdenes positivas de presentarse el Lunes en el Patio y le
vantar sus manos en favor de los candidatos Naranjas ... so pena de quedar in
m ediatam ente sin empleo. ... Todos tienen sus puestos asignados en el patio,
donde van a estar encerrados como rebaños de ovejas, rodeados por todas par
tes de vigilantes, empleados y otros subalternos, con el fin de hacer que se cum
pla el m andato del despacho.
Los patronos no sólo han proferido el grito de guerra, sino también el de abor
daje; guerra contra la libertad, guerra contra la opinión, guerra contra la justi
cia, y guerra sin nada que la justifique ...
No fue sino el otro día cuando fueron dirigidos los obreros en masa al mitin
del West Riding, que tenía lugar en Wakefield, con el propósito de conseguir el
Proyecto de Reforma. En aquel momento, los mismos individuos que ahora es
taban intentando acabar con las trades unions, apretaban filas para imponer
por la fuerza de los números una reforma política que por otra parte estaba se
guro no se hubiese conseguido arrancar de otro modo de la aristocracia de este
país. La reforma que de este modo se había obtenido le parecía el medio más
definitivo de reforzar las manos de la corrupción y la opresión.IW
... un sentimiento de odio común hacia los partidos por parte de quienes, ha
biendo contribuido de forma fundamental a que accedieran al poder, se reunían
ahora para expresar su repugnancia hacia ... la perfidia que habían mostrado.
en los espectáculos para niños, en las funciones de un penique del Señor Alcal
de ni en las espectaculares Coronaciones; no asistáis como cómplices a esas
bufonadas nacionales. Dejad que los ridículos actores tengan la diversión para
ellos solos.
LA CONSCIENCIA DE CLASE 201
Pero en el contexto de los años owenitas y carlistas, la demanda del voto su
ponía también demandas adicionales: una nueva forma de extender el con
trol social de la población obrera sobre sus condiciones de vida y de traba
jo. En el primer momento, y de forma inevitable, la exclusión de la clase
obrera provocó un rechazo de todas las formas de acción política por par
te de la clase obrera. Owen había preparado el terreno para ello, con su in
diferencia hacia el radicalismo político. Durante el desplazamiento gene
ral hacia el sindicalismo, posterior a 1832, esta propensión antipolítica no
era quietista sino batalladora, militante e incluso revolucionaria. Exami
nar la riqueza del pensamiento político de estos años nos obligaría a aden
trarnos en la historia del sindicalismo general —y, por supuesto, en los pri
meros años del cartismo— más de lo que pretendemos. Son años en los
que Benbow buscó adeptos para su idea de la «Gran Fiesta Nacional» en
los distritos industriales; en los que el obrero impresor John Francis
Bray desarrolló las ideas de Hodgskin, en conferencias a los artesanos de
Leeds, que luego se publicaron bajo el título Labour's Wrongs and Labour's
Remedies; en donde surgieron y desaparecieron la Builder’s Union y el Grand
National Consolidated Trades Union; y en donde Doherty y Fielden funda
ron la «Sociedad para la Regeneración Nacional» con su recurso a la huel
ga general en favor de la jom ada laboral de ocho horas. Los comunitarios
owenitas fueron fértiles en ideas y experimentos que prefiguraron avances
en el cuidado de los hijos, la relación entre los sexos, la educación, la vi
vienda y la política social. Estas ideas no se discutieron sólo entre una in
telectualidad reducida; durante urj tiempo obreros de la construcción, al
fareros, tejedores y artesanos estuvieron deseosos de arriesgar su sustento
para poner a prueba algunos experimentos. La múltiple variedad de perió
dicos, muchos de los cuales hacían severas demandas a sus lectores, se di
rigían a un auténtico público obrero. En las hilanderías de seda del valle
del Colden, aislado en los Peninos entre el Yorkshire y el Lancashire, se leían
los periódicos owenitas.
Se pueden mencionar sólo dos temas de los que surgieron una y otra
vez durante aquellos años. El primero es el del internacionalismo. Éste
era, a buen seguro, parte de la vieja herencia jacobina; herencia que los
radicales jamás habían olvidado. Cuando OI iver viajó con el tundidor de
202 E. P. THOMPSON
Sólo tengo espacio p ara deciros que el pueblo de B élgica, el pueblo común, ha
derrotado a los ejércitos holandeses, que m archaban co n tra ellos p ara obligarles
a pagar enormes impuestos. É stas son noticias excelentes .204
sino que abolirán por últim o los salarios, se convertirán en sus propios p atro
nos y trab a jará n los unos p ara los otros; el capital y el trab ajo no estarán se
parados p o r m ás tiem po, sino indisolublem ente unidos en m anos de los o bre
ros y las obreras.
LA CONSCIENCIA DE CLASE 203
Las unions mismas podrían resolver el problema del poder político; se po
dría formar un «Parlamento» de las clases industriosas, directamente dele
gado desde los talleres y las fábricas:
Las Logias envían delegados desde el nivel local al del distrito, y desde el distri
to a las Asambleas Nacionales. Ahí están, en uno solo, el Sufragio Universal, la
Elección Anual y ninguna Restricción basada en la Propiedad.208
que ocupase el lugar de la actual Cámara de los Comunes, y dirigiese los asun
tos comerciales del país, según los intereses de los oficios que componen las
asociaciones de la industria. Ésta es la escala ascendente por la cual llegamos
al sufragio universal. Empezará en nuestras logias, se extenderá a nuestra unión
en general, abarcará la dirección del oficio y por fin englobará todo el poder
político.209
Esta visión se perdió casi tan pronto como se había creado, en las terribles
derrotas de 1834 y 1835. Y, cuando recobraron el aliento, los obreros vol
vieron al voto como la clave más práctica hacia el poder político. Se había
perdido algo, pero el carlismo nunca olvidó del todo su preocupación por
el control social, para la consecución del cual el voto se consideraba un
medio. Estos años revelan la superación de la característica perspectiva
del artesano, con su deseo de conseguir un sustento independiente «con el
sudor de su frente», y la aparición de una nueva perspectiva, más reconci
liada con los nuevos medios de producción, pero buscando ejercer el poder
colectivo de la clase para humanizar el entorno: mediante esta comunidad
o aquella sociedad cooperativa, mediante ese control del ciego funciona
miento de la economía de mercado, este decreto, aquella medida de ayuda
a los pobres. E implícito, si no siempre de forma explícita, en su perspecti
va estaba el peligroso principio: la producción debe ser, no para el bene
ficio, sino para el uso.
artesana se había vuelto más compleja con cada fase de cambio técnico y
social. Delaney, Dekker y Nashe; Winstanley y Lilbume; Bunyan y Defoe:
todos se habían dirigido alguna vez a ella. Enriquecida por las experiencias
del siglo x v ii , sosteniendo a lo largo del siglo xvm las tradiciones intelec
tuales y libertarias que hemos descrito, formando sus propias tradiciones
de solidaridad en las sociedades de socorro mutuo y los clubs de oficio,
estos hombres no pasaron, en una sola generación, del campesinado a la
nueva ciudad industrial. Sufrieron la experiencia de la Revolución indus
trial como ingleses, libres por nacimiento, articulados. Los que fueron en
viados a la cárcel podían conocer mejor la Biblia que los que estaban en el
tribunal, y los que fueron deportados a Tasmania podían pedir a sus fami
liares que les mandasen el Register de Cobbett.
Ésta fue, quizá, la cultura popular más eminente que Inglaterra ha
conocido. Contenía la masiva diversidad de los oficios, los que trabajaban
el metal, la madera, los tejidos y la cerámica, sin cuyos «misterios» here
dados y magnífica habilidad con herramientas primitivas las invenciones
de la Revolución industrial no hubiesen ido más allá de la mesa de dibujo.
De esta cultura de los artesanos y los autodidactas surgieron multitud de
inventores, organizadores, periodistas y teóricos políticos de una calidad
impresionante. Es bastante fácil decir que esa cultura miraba hacia el pa
sado o era conservadora. Y bastante cierto: una dirección de las grandes
agitaciones de los artesanos y los trabajadores a domicilio, que siguió du
rante 50 años, era la de resistir el proceso de convertirse en proletariado.
Cuando percibieron que esta causa estaba perdida, sin embargo, tendieron
la mano de nuevo, en los años treinta y cuarenta, e intentaron alcanzar nue
vas y sólo imaginadas formas de control social. Durante todo este tiempo
estuvieron como clase, reprimidos y segregados en sus propias comuni
dades. Pero lo que la contrarrevolución intentó reprimir creció con mayor
determinación todavía en las instituciones cuasilegales de la clandestinidad.
Siempre que se relajaba la presión de los gobernantes, surgían trabajado
res desde los pequeños obradores o las aldehuelas de tejedores y afirmaban
nuevas demandas. Se les decía que no tenían derechos, pero sabían que ha
bían nacido libres. La yeomanry atropelló su mitin, y el derecho a realizar
mítines públicos se ganó. Los folletistas eran encarcelados, y desde las cár
celes editaban folletos. Se encarcelaba a los sindicalistas, y se les acompa
ñaba a la prisión con procesiones, bandas de música y pancartas.
Al ser segregadas de esta forma, sus instituciones adquirieron una
resistencia y una capacidad de adaptación peculiares. También la clase ad
quirió una resonancia particular en la vida inglesa: todo, desde sus escue
las a sus tiendas, desde sus templos a sus diversiones, se convirtió en un
campo de batalla de clase. Las señales de eso permanecen, pero los intru
LA CONSCIENCIA DE CLASE 205
P. ¿Están más satisfechas las clases trabajadoras con las instituciones del país
desde que ha tenido lugar el cambio?
R. No creo que lo estén. Opinan que el Proyecto de Reforma es una medida cal
culada para unir en el Gobierno a las clases medias y altas, y dejarles a ellos en
manos del Gobierno como una especie de máquina para trabajar a gusto del
Gobierno.
Notas
1. Mayhew, London Labor and the London Poor (1884), I, p. 22.
2. Véase especialmente Mayhew, op. cit., I, pp. 252 y ss.
3. W. E. Adams, Memoirs o f a Social Atom, 1903,1, p. 164.
4. Véase en especial R. K. Webb, The British Working Class Reader, 1790-1848, 1955, el ar
ticule del mismo autor, «Working-Class Readers in Early Victorian England», English
Hist. Rev., LXV (1950); R. D. Altick, The English Common Reader, Chicago, 1957, especial
mente los caps. 4, 7, 11 y J. F. C. Harrison, Leaming and Living, 1961, Parte I.
5. Political Observer (19 de diciembre de 1819).
6. Otra carta (de «Eliza Ludd», al reverendo W. R. Hay, 1 de mayo de 1812) empieza: «Señor,
sin duda conocéis bien la historia política de América»; ambas en H.O. 40.1.
7. H.O. 42.121.
8. H.O. 42.163; Blanketteer (20 de noviembre de 1819).
9. R. Fynes, The Miners Nothumberland and Durham, edición de 1923, p. 21.
10. Political Register de Sherwin (17 de mayo de 1817).
11. H.O. 42.172. Estos corresponsales, que esperaban con impaciencia que los dejasen en li
bertad, sabían que el director de la prisión leía su correo, y tenían, por lo tanto, una in
clinación especial a insertar referencias al perdón, la gracia y las lecturas edificantes.
12. Véase J. Stanhope, op. cit., pp. 161-167.
13. Alguna de la primera correspondencia de las trade unions que sobrevive —la de los teje
dores de punto que se encuentra en los Archivos de la Ciudad de Nottingham— muestra
una amplia difusión de la capacidad de leer y escribir.
14. First Report... on Artizans and Machinery, 1824, p. 25.
15. «Trial of Thurtell» de Catnach, 500.000, 1823; «Confession and Execution of Corder»,
1.166.000, 1828.
16. H.O. 40.1.
17. Para los salones radicales de lectura, véase A. Aspinall, Politics and the Press, 1949, pp. 25-
28, 395-396; Wearmouth, op. cit., pp. 24-25, 88-89, 97-98, 111-112. Para Dunning, «Remi-
niscences», compilado por W. H. Chaloner, Trans. Lañes. & Cheshire Antiq. Soc., LIX, 1947,
p. 97. Para Stockport, véase Blanketteer (27 de noviembre de 1819), y D. Read, op. cit., p. 48
y ss. Para Blackburn, W. W. Kinsey, «Some Aspects of Lancashire Radicalism», tesis M.
A., Manchester, 1927.
18. En 1822 la tirada del principal diario, The Times, era de 5.730 ejemplares; el Observer (se
manario) tiraba 6.860.
19. Acepto las cifras de R. D. Altick, op. cit., pp. 381-393, aunque dudo de las referentes a Voi-
ce of the People y Gauntlet. Para cifras comparativas de la prensa ortodoxa, véase R. Wi
lliams, The Long Revolution (1961), pp. 184-192. Para los intentos de sustituir la prensa
radical por asuntos seguros y edificantes, véase R. K. Webb, op. cit., caps. 2, 3, 4, y J. F. C.
Harrison, op. cit., caps. 1 y 2.
20. Su relato, que abarca el período 1817-1832, está dedicado principalmente a la primera
fase de la batalla —el derecho de publicación— asociada particularmente a Richard
Carlile. La segunda fase, la lucha de los «Grandes Unstamped» (1830-1835), particular
mente asociada a los nombres de Carpenter, Hetherington, Watson, Cleave y Hobson,
todavía no ha encontrado su historiador, aunque se puede ver C. D. Collett, Histoy o f
the Taxes on Knowledge, edición de 1933, cap. 2, y A. G. Barker, Henry Hetherington, sin
fecha.
21. Wickwar, op. cit., p. 315. Véase también ibid, pp. 38-39 para la forma particularmente su
cia que adoptó la persecución, la información ex officio, que permitía virtualmente el
encarcelamiento sin juicio.
22. The Two Triáis ofT. J. Wooler, 1817.
LA CONSCIENCIA DE CLASE 207
23. Second Dial ofWilliam Hone, 1818, pp. 17, 45; Proceedings at the Public Meeting para crear
una suscripción en favor de Hone (1818); F. W. Hackwodd, William Hone (1912), caps. 9-
11; Wickwar, op. cit., pp. 58-59. Un viejo charlatán le dijo a Mayhew (I, p. 252) que a
pesar de las absoluciones, seguía siendo difícil «realizar» las parodias de Hone en las ca
lles: «estaba lleno de policías y guardias dispuestos a detener a los tipos, y ... cualquier
magistrado que quisiese complacer a las altas esferas, encontraría alguna forma de dete
nerlos ...»
24. Hazlitt, Works, VII, pp. 176 y ss. «En lugar de solicitar una interdicción contra Wat Tyler
—opinaba Hazlitt—, el señor Southey haría mejor solicitando una interdicción contra el
señor Coleridge, que ha emprendido su defensa en The Courier.»
25. Republican de Sherwin (29 de marzo de 1817); Republican de Carlile (30 de mayo de
1823).
26. En esos tres años hubo 115 procesamientos y 45 informaciones ex officio.
27. Véase p. 143.
28. Wickwar, op. cit., p. 231.
29. De Keats a su hermano George, 17 de septiembre de 1819, Works, 1901, V, p. 108. La carta
continúa: «Esto hace que el asunto de Carlile, el librero, tenga una gran importancia en
mi estado de ánimo. Ha vendido folletos deístas, ha vuelto a publicar a Tom Paine y mu
chas otras obras que habían estado sometidas a un horror supersticioso. ... Después de
todo, tienen miedo de procesarle. Tienen miedo de su defensa; se publicaría en todos los
periódicos del imperio. Ante esto se estremecen. Los juicios encenderían una llama que
no podrían extinguir. ¿No crees que esto tiene una gran importancia?»
30. W. J. Linton, James Watson, Manchester, 1880, p. 19.
31. En 1830 estos impuestos ascendían a 4d. de timbre para cada periódico diario semanario,
un impuesto de 3s. 6d. para cada anuncio, un pequeño impuesto sobre el papel y una am
plia fianza contra la demanda por libelo.
32. Abel Heywood, el librero de Manchester, declaraba que la cifra era 750.
33. Se formaron sociedades para la difusión del «Conocimiento Realmente Útil» para ayudar
a los «unstamped». Véase Working Man 's Friend ( 18 de mayo de 1833).
34. Véase Wickwar, op. cit., pp. 40, 103-114; Second '¡Vial of William Hone, 1818, p. 19; para el
caso de Robert Swindells, confinado en el castillo de Chestcr, mientras su esposa y su hijo
morían por abandono, y el hijo que quedaba fue internado en un asilo de pobres; y el Po
litical Register de Sherwin (14 de marzo de 1818) para los casos de Mellor y Pilling de Wa-
rrington, que estuvo durante nueve semanas encadenado junto con los criminales en la
cárcel de Presión, le enviaron para el juicio al TWbunal de la Jurisdicción Real de Londres
—y tuvo que andar las 200 millas— el juicio se trasladó a Lancastcr (200 millas de vuelta),
y al final le absolvieron.
35. La mayoría de los trabajadores del taller de Carlile tenían en su poder largas defensas es
critas por Carlile, y probablemente en su caso ocurriese lo mismo.
36. Véase Wickwar, op. cit., pp. 222-223; Drial o f Mrs. Susannah Wright, 1822, pp. 8, 44, 56;
New Times (16 de noviembre de 1822).
37. Wickwar, op. cit., pp. 105-107; Independent Whig (16 de enero de 1820); Political Register
de Cobbett (17 de agosto de 1822)•, Poor Man's Guardian ( 12 de noviembre de 1831); A. G.
Barker, Henry Hetherington, pp. 12-13.
38. Véase Wickwar, op. cit., p. 214.
39. Los condados de Lancastcr, Chester, el West Riding, Warwick, Stafford, Derby, Leicester,
Nottingham, Cumberland, Weslmorland, Northumberland, Durham, la ciudad de Co-
ventry y los municipios rurales de Newcastle-upon-Tyne y Nottingham.
40. W. E. Adams, op. cit., p. 169. Estoy en deuda con el señor A. J. Brown por la información
acerca de Ipswich. Para el cartismo en Somerset y East Anglia, véase también Chartist
Studies, compilado por A. Briggs.
208 E. P. THOMPSON
lévy, Thomas Hodgskin, 1956, pp. 87-91; ChesterNew., op. cit. cap. 17; TYades Newspaper
(17 de julio de 1825); F. B. Lott, Story o f the Leicester Mechanic's Institute, 1935; M. Ty-
lecote, The Mechanic's Institutes o f Lancashire and Yorkshire before 1851, Manchester,
1957.
62. Political Register (27 de enero de 1820).
63. «What is the People?», de los Political Essays, 1819, en Works, VII, p. 263.
64. En su anuncio Hone decía: «El Editor afirma conscientemente, que en este Volumen hay
Pensamiento más original y justo, expresado de forma luminosa, que en cualquier Obra
de un Autor vivo.»
65. Cf. «Los Señores del Torzal, Soberanos de la Spinning Jenny, grandes Yeomen del Hilo» de
Cobbett.
66. «Address to the Joumeymen and Labourer», Political Register (2 de noviembre de 1816).
67. Ibid. (27 de enero de 1820).
68. La prensa legitimista se complacía en publicar listas de las contradicciones de Gobbett.
Lo mismo hacían, por otra parte, desde un punto de vista opuesto, sus oponentes ul
tra-radicales: véase la perjudicial Vindication o f the Press, against the Aspersions o f
William Cobbett, including a Restrospect ofhis Political Life and Opinions de Cale Jones,
1823.
69. Political Register (i de septiembre de 1830). Véase G. D. H. y M. Colé, Opinions o f William
Cobbett, pp. 253-254.
70. Political Register (junio de 1817, 11 de abril de 1818, 2 de octubre de 1819); Rural Rides,
passim; Bamford, op. cit., p. 21; Hazlitt, Table Talk, 1821.
71. W. J. Linton, James Watson, p. 17. Cf. T. Frost, opcit., p. 6: «Los únicos libros que siempre
vi en casa de mi padre, además de la biblia y unos pocos libros escolares viejos ... fueron
algunos números viejos del Register de Cobbett.»
72. Reformist's Register de Hone (5 de abril de 1817), sobre la partida de Cobbett hacia Nor
teamérica. Véase, sin embargo, la enojada réplica de Woolcr: «Casi nos inclinamos a desear
que el señor Cobbett se hubiese limitado a escribir... sobre esos temas, de modo que sólo
hubiese podido ... defraudar a las cocineras y a los pinches», Black l)warf(9 de abril de
1817).
73. Political Register (2 de febrero de 1822).
74. Political Register (27 de enero de 1820).
75. Political Register (30 de enero de 1832). Véase también R. Williams, Culture and Society,
edición de Pelican, pp. 32-34.
76. Twopenny Trash (1 de octubre de 1830).
77. Political Register (28 de febrero de 1835).
78. Véase Asa Briggs, «The Wclfarc State in Hislorical perspective», Archiv. Europ. Social.,
1961,11, p. 235.
79. Tour o f Scotland, 1833, citado en W. Rcitzel (ed.), The Autohiography o f William Cobbett,
pp. 224-225.
80. R. Carlile, An Effort to set a rest... the Reformers ofLeeds, 1821, p. 7.
81. W. E. Adams, op. cit., p. 169.
82. Filántropo, The Character of a Priest, 1822, pp. 4, 6.
83. Republican (19 de enero de 1821). Carlile también volvió a editar «Killing No Murder» de
Saxby.
84. Republican (4 de octubre de 1820,26 de abril de 1822); véase Wickwar, op. cit., pp. 213-215.
85. Republican (23 de agosto de 1822).
86. Véase Wickwar, op. cit., p. 272.
87. Republican (11 de julio de 1823); Devil’s Pulpit (4 y 18 de marzo de 1831); Prompter (30 de
agosto, 31 de septiembre, 15 de octubre de 1831); Radical (24 de septiembre de 1831);
H.O. 40.25.
210 E. P. THOMPSON
88. Gorgon (24 de abril de 1819). Shelíey, al escribir Prometheus Unbound en 1818-1819, dio
el nombre de «Demogorgon» al oscuro dios revolucionario; nos preguntamos si se pro
dujo alguna asociación de ideas.
89. No está claro si Wade aceptaba las notas de Place tal y como le llegaban, o si se to
maba libertades editoriales con ellas. Aunque Place colaboró con el Gorgon, nunca se
encontró con Wade, y consideraba que el periódico «no era en absoluto la publica
ción que hubiese preferido». Véase Wallas, op. cit., pp. 204-205.
90. Gorgon (20 de junio, 18 de julio, 22 de agosto de 1818).
91. Gorgon (8 de agosto de 1818) y The Extraordinary Black Book, edición de 1831, pp. 217-
218. Véase también A. Briggs, «The Language of Class in early nineteenth century Bri-
tain», Essays in Labour History, p. 50.
92. Se cita a Ricardo en el Gorgon (26 de septiembre de 1818).
93. Ibid. (12 de septiembre de 1818). Para los orígenes de la teoría del valor-trabajo, tocada
en este capítulo de forma breve e inexperta, véase G. D. H. Colé, History o f Socialist
Thought, The Forerunners, 1953; A. Menger, The Right to the Whole Produce o f Labour,
1898; R. N. Meek, Studies in the Labour Theory of Valué, 1956.
94. Ibid. (21 de noviembre de 1818).
95. Place informó a la Comisión Especial sobre Artesanos y Maquinaria (First Report, 1824,
p. 46): «ningún otro principio de economía política [está] mejor fundado que el de los sa
larios: el aumento de salarios debe proceder de los beneficios».
96. Trades Newspaper (31 de julio de 1825).
97. Véase los Hammond, The Town Labourer, pp, 138-140.
98. Ibid., p. 311; Webbs, History ofTrade Unionism, pp. 85-86; Wallas, op. cit., p. 189; G. D.
H. Colé, Attempts at General Union, pp. 81-82.
99. Address to the Radical Reformers, de Hunt, 9 de diciembre de 1822.
100. El proyecto del periódico lo hicieron «aquellos Representantes de los oficios de la Ciu
dad y del Campo que se habían reunido en Londres para vigilar el progreso de la última
Investigación relativa a las Combination Laws». Los oficios suscribieron 1.000 libras
para fundar el periódico, y aparte de los carpinteros de navio, parece que estuvieron di
rectamente implicados en él los aserradores, toneleros, carpinteros, zapateros especiali
zados en calzado de «señora», calafateadores y tejedores de seda. El periódico fue dirigido
por un comité de los oficios.
101. Véase la controversia sobre población, que se inició el 12 de noviembre de 1823ysiguió
en sucesivos números.
102. Se ha divulgado una leyenda acerca de que la palabra «desempleo» se encontraba fuera
del marco semántico de las décadas de 1820. Es posible que proceda de una afirmación
imprudente por parte de G. M. Young en Victorian England, Oxford, 1936, p. 27, según la
cual «desempleo estaba fuera del alcance de cualquier idea que dominasen los primeros
reformadores Victorianos, en gran medida porque no tenían una palabra para denomi
narlo»; a lo cual se añade la autoridad de una nota a pie de página: «No la he observado
con anterioridad a los años sesenta.» De hecho (como ocurre a menudo con las «data-
ciones» semánticas) la afirmación es incorrecta. (En general, los cucos llegan a estas is
las varias semanas antes de que The Times lo anuncie.) «Desempleado», «los desemplea
dos» y (con menor frecuencia) «desempleo», todas ellas se encuentran en los escritos
radicales u owenitas de la década de 1820 y 1830: las inhibiciones de los «Primeros re
formadores Victorianos» se deberán explicar de alguna otra forma.
103. Black Dwarf (3 y 31 de diciembre de 1823).
104. Se sugiere que las responsabilidades del editor se limitaban a la preparación del origi
nal, y yo supuse —acaso erróneamente— que Gast, presidente del comité de control, es
cribió los primeros editoriales. Surgen problemas similares en la atribución de la auto
ría de los artículos del Poor Man's Guardian y de la prensa owenita.
LA CONSCIENCIA DE CLASE 211
105. Véase F. Place, Illustrations and Proofs o f the Principie o f Population, 1822.
106. Trades Newspaper (17, 24, 31 de julio, 11 de septiembre de 1825). Parece que Place pres
tó apoyo a un rival del Trades Newspaper que no tuvo éxito, el Artizan i London and Pro
vincial Chronicle (1825).
107. Trades Newspaper (21 y 28 de agosto de 1825 y ss.).
108. En las páginas que siguen no puedo esperar reexaminar el pensamiento de Owen o de
los «economistas laboristas». Mi objetivo es ilustrar, en uno o dos aspectos, de qué for
ma la teoría afectó a la experiencia de la clase obrera y de qué forma se seleccionaron o
cambiaron las nuevas ideas en este proceso; es decir, mi preocupación tiene más que ver
con la sociología de esas ideas que con su identidad. Para Hodgskin véase la edición de
Labour Defended hecha por Colé, 1922, y E. Halévy, Thomas Hodgskin, 1951, traducción
de A. J. Taylor. Para una discusión lúcida y breve sobre Owen y los economistas laboris
tas, véase H. L. Beales, The Early English Socialists, 1933, caps. 4 y 5; y para un resumen
más completo, G. D. H. Colé, History o f Socialist Thought, I, The Forerunners, y M. Beer,
A History ofBritish Socialism, Parte III.
109. R. Owen, A New View o f Society and other writings, edición de Evcryman, pp. 74, 260.
110. Political Register de Sherwin (26 de abril, 9 de agosto, 20 de septiembre de 1817).
111. Véase Independent Whig (24 de agosto de 1817). Los únicos periódicos radicales que pare
cen haber prestado una atención favorable a Owen en los años 1817-1819 fueron el People,
con una coila existencia, y el Independent Whig que envió un corresponsal a New Lanark.
112. Examiner (4 de agosto de 1816); véase Works, VII, pp. 97 y ss.
113. Véase Owen, op. cit., pp. 148-155.
114. Political Register de Sherwin (20 de septiembre de 1817).
115. Véase, sin embargo, el elogioso tributo de Engels hacia Owen en el AntiDUhring, 1878;
Lawrcnce & Wisharl, 1836, pp. 287-292: «un hombre con una simplicidad de carácter
casi sublimemente infantil, y al mismo tiempo nádelo para ser líder de los trabajadores».
116. Economist (4 de agosto, 20 y 27 de octubre de 1821) et passim. Para la proclamación del
milenio, he utilizado la descripción añadida a la edición hecha por Bronterre O'Bricn de
Buonarrotti's History o f Babettf's Conspiracy of Equals, 1836, pp. 438-445.
117. Economist (13 de octubre de 1821,9 de marzo de 1822). Véase Armytage, op. cit., pp. 92-
94, para un breve relato del experimento de Spa Fields.
118. Véase «Repon to the Counlyof Lanark» (1820), en Owen, op. cit., especialmente pp. 261-262.
119. Ya en 1796 se había hecho un intento de formar una Sociedad Fraternal Británica, que
uniría los recursos de las sociedades de socorro mutuo con formas de organización de
rivadas de la Sociedad de Correspondencia. Tlivo su origen entre los tejedores de Spital-
fields y se proponía pagar subsidios a los viejos y a los dcsempleados; la sociedad daría
empleo a sus miembros que no tuviesen trabajo y pretendía que los productos de los te
jedores de seda, los sastres, los zapateros, etc., se intercambiasen unos con otros. Véase
Andrcw Larcher, A Remedy for Establishing Universal Peace and Happiness, Spilalficlds,
1795, y Address to the British Fraternal Society, 1796.
120. Por ejemplo, los Oficiales Fabricantes de Tabaco de Pipa quienes, después de la undéci
ma semana de huelga en el invierno de 1818-1819, empezaron a fabricar directamente
en la Ma/.e, Borough: al habernos «procurado una factoría un amigo». Véase Gorgon
(6 y 13 de febrero de 1819).
121. Nightingale, The Bazaar, 1816. Se alababa en particular el Nuevo Bazar, en el número 5
de la plaza del Soho, que se había abierto aquel año; también se mencionaba un Bazar
Beehivc, de Holborn.
122. Cooperative Magazine, 1827, pp. 230-231, citado en S. Pollard, «Nineteenth-Centuiy Coo-
peration; from Community Building to Shopkeeping», Essays in Labour History, p. 87.
123. Crisis (30 de junio, 27 de octubre, 8 y 15 de diciembre de 1832).
124. Lancashire and Yorkshire Cooperator, N.° 2 (fecha sin identificar).
212 E. P. THOMPSON
146. F. D. Maurice, The Kingdom of Christ, citado en Armytage, op. cit., p. 85.
147. Owen, op. cit., p. 269.
148. Véase Postgate, op. cit., pp. 72-73.
149. Véase S. Pollard, op. cit., p. 90.
150. Economist (11 de agosto de 1821).
151. A. E. Musson, op. cit., p. 126.
152. O’Brien, op. cit., p. 437.
153. The «Forlom Hope», ora Cali to the Supine (4 y 11 de octubre de 1817).
154. Add. MSS. 27791 f. 270.
155. Add. MSS 27789. Para un ejemplo de esta facilidad en organización espontánea, véase
Prentice, op. cit., pp. 408-410.
156. Véase Jephson, The Platform, II, cap. 15.
157. 1 de octubre de 1831.
158. TheTtmes(\ de diciembre de 1830,27 de octubre de 1831); véase Jephson, op. cit., II,pp.69,
107. Durante las revueltas de Bristol, las autoridades se vieron obligadas a recurrir a
los líderes de la political unión de Bristol para restablecer el orden. Véase Bristol Mer-
cury (1 de noviembre de 1831); Prentice, op. cit., p. 401.
159. Citado en Jephson, op. cit., II, p. III. De hecho, la manifestación de la National Union fue
declarada sediciosa y prohibida. Era un riesgo demasiado grande para correrlo.
160. Discurso final, a modo de prólogo del Black Dwarf, XII (1824).
161. Poor Man’s Guardian (10 de diciembre de 1831).
162. G. Edmonds, The English Revolution, 1831, p. 5. Edmonds siguió para tomar una parte
activa en el movimiento carlista.
163. Véase A. J. C. Rtlter, «Benbows Grand National Holiday», International Review o f Social
History (Leiden), I, 1936, pp. 217 y ss.
164. W. Carpenter, An Address to the Working Classes on the Reform Bill, octubre de 1831. Véa
se también la controversia subsiguiente en el Poor Man’s Guardian.
165. Poor Man’s Guardian (25 de octubre de 1832); véase A. Briggs, The Age o f hnproveinent,
p. 258.
166. Véase J. R. M. Butler, The Passing o f the Great Reform Bill, 1914, pp. 292-293, 350;
Add. MSS., 27, 791 f. 51; Memorándum sobre «Mensures to be luken lo put an End
to the Seditious Meetings at the Rotunda», Wellinglon Despatches, segunda serie, Vil, 1878,
p. 353.
167. E. G. Wakefield, Householders in Dangerfront the Populace, sin fecha (¿octubre de 1831?).
168. Mientras que Lovett y su círculo creían en la máxima presión sin utilización de lu fuerza
física (y mantuvieron algunas relaciones con Place), otros, incluyendo a Benbow y Hib-
bert, se preparaban para una lucha armada.
169. Es interesante especular acerca de hasta qué punto las frecuentes afirmaciones de Place
relativas a la mejora de la conducta y la moral del populacho de Londres expresaban la
verdad, o simplemente el creciente abismo entre los atiésanos y los no cualificados, el
estrechamiento del círculo de experiencia de Place y el desplazamiento de la pobreza
fuera del centro de la City hacia el este y el sur. Sobre el problemu del crecimiento me
tropolitano y la desmoralización en su conjunto (y sus fundamentos «biológicos»), véase
L. Chevalier, Classes Laborieuses et Classes Dangereuses á París jtendant la prentiére moi-
tié du XlXéme siécle, París, 1958, que sugiere muchas líneas de investigación nuevas so
bre las condiciones de Londres.
170. Es difícil dejar de lado el relato circunstancial de Oliver de los contratos de Birmingham
(Narración en H.O. 40.9). Véase también la información en H.O. 40. 3 y 6.
171. Véase el enojado comentario de Cobbett: «Os imagináis que los grandes fabricantes y co
merciantes y banqueros están gritando en favor de la riíforma, porque han sufrido u n a
conversión al amor hacia los derechos populares. ¡Bah! ... [Causas financieras] les h a n
214 E. P. THOMPSON
hecho aumentar los salarios; pero éstos no pueden pagar a la vez diezmos e impuestos. ...
Por lo tanto, son reformadores; por lo tanto tienden sus grandes brazos alrededor de la
cintura de la Diosa»: Political Register (17 de octubre de 1831).
172. Destructive (2 de febrero y 9 de marzo de 1833); A. Briggs, «The Background of the Par-
liamentary Reform Movement in Three English Cities», Camb. Hist. Journal, 1952, p. 293,
y The Age o f Improvement, p. 247.
173. W. Brimelow, Political History of Bolton, 1882,1, p. III.
174. Poor Man's Advócate (21 de enero de 1832).
175. Poor Man’s Guardian (11 de abril de 1832).
176. Add. MSS., 27, 795 ff. 26-27.
177. Butler, op. cit., p. 303.
178. Véase el comentario de Gladstone: «Le hablé pomposamente a un obrero ...sobre el tex
to acordado, le dije ... que la reforma era la revolución, "porque, mire las revoluciones de
los países extranjeros” refiriéndome por supuesto a Francia y Bélgica. El hombre me
miró gravemente y dijo ..."Malditos sean todos los países extranjeros, ¿qué tiene que ver
la vieja Inglaterra con los países extranjeros?"; no es esta la única vez que recibo una lec
ción importante de procedencia humilde.» J. Morley, Life o f Gladstone, I, 1908, p. 54.
179. Véase A. Briggs, «The Language of "Class" in Early Nineteenth-Century England», op.
cit., p. 56.
180. Baines, Life o f Edward Baines, pp. 157-159.
181. Add. MSS., 27790.
182. Véase J. R. M. Butler, op. cit., pp. 284-285.
183. Baines, op. cit., p. 167.
184. Citado por A. L. Morton y G. Tate, The British Labour Movement (1956), p. 59 y errónea
mente atribuido al Poor Man’s Guardian, 3 de marzo de 1831.
185. Véase Lovett, op. cit., I, p. 74.
186. A. Briggs, op. cit., p. 66.
187. Bronterre’s National Reformer (7 de enero de 1837). De hecho, O’Brien obtuvo el título de
abogado en Dublín.
188. Destructive (9 de marzo de 1833).
189. O’Brien, op. cit., pp. xv, xx. Relativo a O'Brien, véase G. D. H. Colé, Chartist Portraits,
1941, cap. 9; T. Rothstein, From Chartism to Labourism, 1929, pp. 93-123; Beer, op. cit.,
II, pp. 17-22.
190. Twopenny Despatch (10 de septiembre de 1836).
191. Destructive (9 de marzo, 24 de agosto de 1833); People's Conservative; and Trade's Union
Gazette (14 de diciembre de 1833).
192. El mismo O’Brien llegó a lamentar la vehemencia de su desprecio hacia toda la «clase
media», cuando en la década de 1840 se presentó la oportunidad de hacer una alianza
entre los cartistas y algunos elementos de la clase media; véase Beer, op. cit., II, p. 126.
193. J. R. M. Butler, op. cit., pp. 262-265; Cracker (8 de diciembre de 1832).
194. Political Register (24 de noviembre de 1832). Cobbett estaba recordando al anterior di
putado del condado del Yorkshire, Wilberforce.
195. MS Letterbook of Ayrey (Leeds Reference Library).
196. Cracker (8, 10, 21 de diciembre de 1832). Véase también A. Briggs, « The background of
the Parliamentary Reform Movement in Three English Cities», op. cit., pp. 311-314; E.
Baines, Life, pp. 164-167; C. Driver, Tory Radical, pp. 197-202.
197. Discurso de William Rider, tejedor de paño de Leeds y posteriormente destacado líder
cartista, Leeds Times (12 de abril de 1834).
198. Leeds Times (12, 17, 24 de mayo de 1834).
199. Wúrking Man's Friends and Political Magazine (5 de enero de 1833).
200. Report o f the Proceedings o f the Great Public Meeting &c, 20 de mayo de 1833.
LA CONSCIENCIA DE CLASE 215
* Agenda para una historia radical, traducción de Elena Grau y Eva Rodríguez, Crítica, Bar
celona, 2000, pp. 87-96. (Publicado originalmente como reseña a The Life and Death o f Mary
Wollstonecraft, en New Society, 19 de septiembre de 1974, y reimpreso en Making History:
Writings on History and Culture, The New Press, Nueva York, 1994.)
MARY WOLLSTONECRAFT 217
termitente durante unos pocos años como una culpa privada, pero su hija
nunca fue un engorro desde el punto de vista práctico. Wollstonecraft
también «tuvo» una hija ilegítima en la Francia revolucionaria: pero tener
la fue una cuestión bastante diferente, así pues la llevó consigo (con la ayu
da de una criada leal) por toda Francia, Inglaterra y el norte de Europa. No
era un secreto cuidadosamente guardado para que lo descubrieran los bió
grafos de este siglo. Ella caminó por las calles de Londres con Fanny en
frentándose al «mundo».
Una cuestión diferente. Que además hace de su vida un asunto pe
culiarmente difícil de tratar. Todos estamos interesados en las relaciones
sexuales; todos estamos deseosos de moralizar sobre ellas con cualquier
pretexto. Y la mención del nombre de Wollstonecraft es el mejor de los
pretextos: acciona el control del volumen moralizador en algún lugar de
nuestras entrañas. Apenas hemos empezado a establecer los hechos cuan
do ya comenzamos a mezclarlos con nuestros aditivos moralizadores: es
candalizados o en tono de disculpa, o admirados o con aire de superiori
dad. Lo que hacemos de ella está ya confundido con lo que hemos hecho de
nosotros mismos: algo diferente de su propio hacerse a ella misma tenso e
implacable.
Tal vez haya una docena de biografías serias: la primera de ellas, la de
William Godwin, aparecida en el primer año después de su muerte. Ningu
na de ellas es completamente satisfactoria. Una razón es que Wollsto-
necraft no presenta un sujeto, sino dos; y unirlos en un único estudio re
queriría una versatilidad poco habitual. En un sentido, ella fue una de los
cinco o seis intelectuales ultrarradicales importantes en Inglaterra de la
década de 1790: se le puede situar junto a Paine y Godwin; al lado del Co-
leridge del Watchmarr, del Flower del Cambridge Intelligencer, o del Thel-
wall del Tribune o los Rights o f Nature. A su lado no necesita en absoluto
condescendencia por el hecho de ser, además, una mujer. Ni tampoco la
quería. Ella creía que «la mente no tiene sexo», se medía como una igual
en la república del intelecto.
Pero desde otro punto de vista, a Wollstonecraft se le recordaba con
cada hecho de la naturaleza y de la sociedad que era una mujer. No era una
mente sin sexo, sino un ser humano excepcionalmente expuesto, de condi
ción femenina. Mucho antes de morir, tanto sus amigos como sus enemi
gos la ponían como ejemplo. Así lo observaba en sus últimas Letters from
Sweden:
que indican el camino a otros, mientras ellos mismos se ven obligados a per
manecer inmóviles entre el barro y el polvo.
Su entusiasm o por la perfectibilidad era tal que preveían el fin de toda su
perstición, crim en, guerra, enferm edad e incluso ... el mismo sueño y la
muerte.
que tenía buen juicio para los autores; durante la década de 1790 publicó
libros ultrarradicales y feministas; era amigo de otros escritores con sim
patías feministas —Mary Hays, William Frend, George Dyer— y su lealtad
a esas personas y causas le condujo finalmente a la cárcel. Cuando Wolls
tonecraft llegó a su puerta, Johnson necesitaba un ayudante editorial de
confianza que trabajara toda la jomada: la necesidad de él y la capacidad
y la condición de ella se convenían mutuamente. ¿Es imposible concebir
que realmente llegaran a ser amigos, acordando dejar de lado o distanciar
se del obligatorio «cualquier otra cosa que» de Tomalin? Incluso es posible
que «jugaran a» ser camaradas en un esfuerzo político e intelectual común
(un juego que, me temo, nuestro propio sofisticado mundo miraría con
maliciosa desconfianza).
Pero Wollstonecraft intentaba imaginar las reglas precisamente para
ese juego de camaradería igualitaria. Frente a la argumentación sofística
de Rousseau, según la cual las mujeres con educación perderían su poder
sobre los hombres, ella respondía: «Esto es precisamente lo que intento.
No quiero que ellas tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mis
mas». Tratar de poner en práctica esta autodeterminación en su propia
vida entrañaba una desatención a las convenciones que requería cualida
des que fácilmente la podían llevar a calificarla como dominante, testaru
da, egoísta. Intentarlo significaba también que, a medida que presionaba
contra cada una de aquellas limitaciones que había definido en sus escri
tos, lo sufría en su propia piel. Como ha escrito Margaret George: «Con
aquella determinación de ser "libre” a Mary se le iban revelando sucesiva
mente los límites —externos y autoimpuestos— de su libertad». Con una te
nacidad extraordinaria, intentó convertir esos dos temas —su filosofía y su
biografía— en uno solo. Como escribió Godwin: «Toda su vida pisoteó las
reglas erigidas sobre el supuesto de la imbecilidad de su sexo». Estaba des
tinada a sufrir; y su sufrimiento, expresado en cartas que jamás fueron es
critas para su publicación, en un estilo de dramatización de sí misma y de
«sensibilidad» exagerada alimentada por las Confesiones de Rousseau y Los
sufrimientos del joven Werther, es en conjunto demasiado «fuerte» para la
brusca insensibilidad de nuestros tiempos.
Así Wollstonecraft se ha convertido en un fastidio. Cada generación
la reinterpreta según su propia imagen. Los antijacobinos la convirtieron
en una prostituta. Las feministas burguesas hicieron de ella una feminis
ta burguesa. Más recientemente, en 1947, dos freudianos norteamericanos
(uno de ellos, desgraciadamente, una mujer) la reconstruyeron como
una lagarta cuya motivación era la envidia del pene: «La sombra del falo
se proyectaba de forma oscura y amenazadora sobre todo lo que hacía».
Frente a esto, los chismes de Tomalin son preferibles con mucho. Wolls-
222 E. P. THOMPSON
Morris; o hacia Anna Wheeler y William Thompson; a los owenitas y los li
brepensadores.
Y eso no es todo. El libro de Paine está más bien escrito, mejor estruc
turado. Pero la sensibilidad de Wollstonecraft es más compleja. Ella no se
deja llevar fácilmente por la corriente del racionalismo del siglo xvm: a
menudo lo atraviesa, creando en su seno un remolino romántico y crítico.
Había sufrido demasiado en su propia humana naturaleza —y había expe
rimentado, muy de cerca, el París en el punto más álgido del Terror—
como para no tener reservas con respecto al optimismo de Godwin. Es
más, en el mismo momento en que se anunciaba el «feminismo burgués»
ella fue una de las más atentas a las limitaciones del pensamiento político
burgués. Como mujer, había experimentado a fondo la fuerza de los dere
chos de propiedad, tanto en la vida personal como social; y conocía la va
ciedad de los programas de mera emancipación política para la gente que
se encontraba en una situación de dependencia económica. De ahí que sus
escritos siempre mostrasen una alerta hacia la injusticia social, y —como
en sus Letters from Sweden— un disgusto hacia el creciente mercantilismo.
De ese modo, desde el primer momento, ella vinculó estrechamente el fe
minismo y el radicalismo social.
Y por lo que a su vida se refiere: sé que yo no la hubiese vivido tan bien,
y considero una arrogancia que cualquier biógrafo dé por supuesto, con
tanta facilidad, que se podía haber vivido mejor. En cualquier caso, no se
trataba del norte de Londres en 1974. Era una época difícil: y el lugar no
estaba provisto de las comodidades que sostienen nuestra vida moderna.
(Pensemos que no existía una clínica Tavistock a la que llevar los propios
horrores, ni una trabajadora social que la asesorase acerca de su hija bas
tarda.) Ella cayó en uno o dos agujeros y salió de ellos por sus propios me
dios. Nunca le pidió a nadie que la sacase de sus apuros, excepto a Imlay, y
tenía —¿o no vamos a reconocerlo— un cierto derecho a hacerlo. Ni siquie
ra de Imlay —si hubiese muerto el afecto— hubiese aceptado que le diese
limosna o la mantuviese. Ella siguió su propio camino, como una caminan
te solitaria. No sólo asumió plenamente las consecuencias de sus convic
ciones, en un mundo cuyas normas no había hecho, sino que tuvo la resis
tencia suficiente para levantarse (ella, una amante abandonada rescatada
del Támesis) y reanudar su tarea de imaginar, una vez más, las reglas de
una relación de camaradería igualitaria.
Pocas veces hemos visto una mujer como ella en nuestra historia. En
lugar de las maduras afirmaciones de Tomalin, prefiero infinitamente las
palabras de Virginia Woolf, cuando habla de «las formas arbitrarias e im
petuosas con las que iba directa a vivir la vida». Y como bien sabía Woolf,
la arbitrariedad provoca sus venganzas. Wollstonecraft estaba preparada
224 E. P. THOMPSON
para ello; pero lo que no merece es la venganza del «¡Pobre Mary!» acom
pañado de una palmada complaciente. No necesita esa condescendencia.
En nada era pobre. Nunca fue golpeada. Y la prueba final reside en esa
parte de ella que siguió siendo niña hasta el final. Pues esta parte suya —el
rechazo a convertirse en comedida y «maliciosa», la flexible disposición
hacia las experiencias nuevas— es precisamente la parte que la mayoría de
nosotros cauteriza cuidadosamente y luego protege con las callosidades
de nuestras astutas complicidades.
LA «ANTI-SCRAPE»*
De W illiam M orris . D e romántico a revolucionario **
Así está la cosa: esos antiguos edificios han sido alterados y han sufrido añadi
duras, siglo tras siglo tras siglo, a menudo con gracia, siempre con sentido his
tórico; una gran parte de su valor radicaba precisamente en esto...
Pero en los últimos años ha surgido un gran celo eclesiástico, coincidiendo
con un gran desarrollo del estudio y por lo tanto del conocimiento de la arqui
tectura medieval, que ha llevado a la gente a gastar dinero en esos edificios,
no solamente con el propósito de repararlos, de mantenerlos seguros, limpios, e
inmunes al viento y al agua, sino también con el de «restaurar» en ellos un es
tado ideal de perfección; barriendo en la medida de lo posible todas las señales
de lo que les haya ocurrido por lo menos desde la Reforma, y con frecuencia
desde mucho antes. Ello se ha llevado a cabo frecuentemente sin considera
ción alguna al arte y enteramente en atención al celo eclesiástico, pero todavía
con mayor frecuencia la intención con respecto al arte ha sido buena; sin em
bargo... esta restauración debería ser de tan imposible realización como des
tructivo es el intento de realizarla... Apenas quiero pensar en los muchos de es
* Nombre con el que se conocía a la Sociedad Protectora de Edificios Antiguos (Scrape vale
por «raspadura, repristinado»). (N. deled.)
** William Morris. De romántico a revolucionario, traducción de Manuel Lloris Valdés, Alfons
el Magnánim, Valencia, 1988, pp. 216-231. («The “Anti-Scrape"», en William Morris: Ro-
mantic to Revolutionary, Pantheon Books, Nueva York, 1955, 1977.)
226 E. P. THOMPSON
tos m onum entos que se han dejado poco menos que inservibles para los estu
dios del arte y de la historia...1
Ésta es una exposición moderada del caso, lo más moderado que podía
salir de la pluma de Morris. De hecho, como él bien sabía, la «restauración» era
un negocio muy provechoso para unos cuantos arquitectos de moda. Entre
éstos, el más importante era sir Gilbert Scott, el perpetrador del Albert Me
morial, que murió en 1878. Por su estudio pasó una enorme cantidad de
trabajo, sobre el cual, por más que hubiera querido, no habría podido echar
siquiera la más superficial de las miradas. Se cuenta de él que en cierta oca
sión, durante un viaje, observó una iglesia que estaba siendo construida y
preguntó por el nombre del arquitecto. «Sir Gilbert Scott», recibió como res
puesta. «El negocio de la restauración de catedrales estaba muy bien orga
nizado por él», cuenta W. R. Lethaby, uno de los colegas de Morris en la
Sociedad Protectora de Edificios Antiguos.2Al describir el trabajo efectuado
por Scott y sus ayudantes, Lethaby dice lo siguiente:
una asociación... que vigile los monumentos antiguos, que proteste contra toda
«restauración» que vaya más allá de m antener a raya al viento y a otros acci
dentes climáticos, y... que despierte el sentimiento de que nuestros edificios an
tiguos no son simples juguetes eclesiásticos, sino monumentos sagrados de la
formación y la esperanza de la nación.5
gotes erizados. «¿Qué diablos es eso? ¿Quién demonios ha hecho eso?», gritaba
para asombro, alarm a e indignación de la gente que discurría por allí.
Miré... y vi en seguida cuál era el objeto ofensivo. Era... un monumento o
sarcófago esculturado en mármol blanco brillante, embutido entre el gris del
antiguo trabajo en piedra de la nave lateral... que cortaba completamente una
parte de la ventana situada arriba... «¿Qué idiota infernal ha hecho eso?», pre
guntó de nuevo Morris, e indiferente a la consternación que se había produci
do a su alrededor se desató en un torrente de injurias contra los desconocidos
perpetradores de tamaño crimen. Por un momento creía que iba a lanzarse so
bre aquella excrecencia y hacer pedazos con sus puños desnudos una cosa tan
odiosa.8
Seguramente una ciudad opulenta, la capital del mundo comercial, puede per
mitirse algún pequeño sacrificio para salvar esos hermosos edificios, para pre
servar las pequeñas parcelas de terreno sobre las que se asientan. ¿Es absolu
tam ente necesario que hasta el último espacio de la ciudad sea dedicado a la
ganancia de dinero, y que en cambio la religión, los monumentos sagrados, los
panteones de los muertos insignes, los monumentos del pasados, obras del más
grande de los arquitectos de Inglaterra, sean desterrados de esta rica ciudad?10
Pero esto —siendo enérgico— es sólo una expresión del Morris más di
plomático, el servidor leal de su Sociedad. Aunque por ese medio podía ob
tener ciertos resultados, por otra parte con cada caso nuevo que se le pre
sentaba adquiriría más y más conciencia —cosa que le horrorizaba— de la
insensibilidad del filisteísmo mercantil, de la absoluta falta de concien
cia pública cuando estaban en juego cuestiones de ganancias o pérdidas
económicas individuales. «Incluso ahora la destrucción cínica, puramente
brutal, que no se cubre con ninguna pretensión artística, es algo muy co
mún», dijo ante la Primera Asamblea General Anual de la «Anti-Scrape»
en junio de 1878: «Todavía se da por sentado demasiado frecuentemente
LA «ANTI-SCRAPE» 231
Consideremos el Londres del siglo xiv: una ciudad pequeña, bella de uno al
otro extremo; calles de casas bajas, enjalbegadas, con una gran iglesia gótica
elevándose en el centro; una ciudad rodeada de murallas, con un bosque de
torres y agujas de iglesias, aparte de la catedral y de las abadías y de los priora
tos; cada casa y aun cada cobertizo poseía un sello de un cierto nivel de arte ab
soluto definido, distinto y consciente. Pensemos en la diferencia entre eso y el
Londres de hoy...
Estas palabras —le escribió Morris a Ruskin— «son tan buenas, y dejan
la cuestión tan saldada que me siento avergonzado de no tener nada que
añadir a ellas».14
«Una sociedad como la nuestra no es nada si no es agresiva», dijo en
1889; «por lo tanto, debemos tratar de convencer incluso al más ignorante;
y, para hacerlo bien, deberíamos ser capaces de adoptar el hábito de po
nemos nosotros mismos en su lugar». Al hacer eso, se vio forzado desde el
LA «ANTI-SCRAPE 233
orden incipiente en los tiempos más remotos, distinto entre las diferentes razas
y países, pero siempre impulsado por las mismas leyes, moviéndose constan
temente hacia adelante, hacia algo que parece justam ente lo opuesto del punto
de partida y, sin embargo, el orden antiguo nunca muere, sino que vive en el
nuevo, y lentamente lo moldea hasta una recreación de su ser antiguo. No es
difícil de ver el espíritu tan distinto que debe crear tal visión de la historia. Ya
no m ás burlas superficiales de los fracasos y estupideces del pasado, desde el
punto de vista de una pretendida civilización, sino una profunda sim patía
hacia aquellos objetivos medio conscientes, en mitad de las dificultades y defi
ciencias de las que hoy somos tristemente conscientes; ése es el nuevo espíritu
de la historia; el conocimiento... nos ha traído humildad y la humildad espe
ranza de... perfección...
Podemos ver aquí un ejemplo claro de los caminos convergentes por los
que Morris avanzaba hacia el socialismo. En los años 1879 a 1884 había
estado activamente ocupado en trabajos prácticos de tapicería y textiles,
levantando sus nuevos talleres en Merton Abbey.18 Este trabajo le había
proporcionado una visión de la diferencia entre los sistemas doméstico
y de factoría. Al mismo tiempo, su propaganda para la «Anti-Scrape» le
había abierto un nuevo camino hacia la comprensión de otro problema,
las relaciones del artista con la sociedad. Unos cuantos pasos separaban
236 E. P. THOMPSON
Seguram ente es una gran cosa el que cuando nosotros estam os dispuestos a
reír ante la idea del... griego construyendo un edificio gótico o la del hombre
gótico construyendo un edificio griego, por otra parte no vemos nada ridículo
en que un obrero de la época victoriana produzca algo gótico... Se me puede ar
güir, acaso... el conocimiento histórico nos ha permitido ejecutar ese milagro
de devolverles la vida a los siglos muertos. Pero en mi opinión ésta es una ex
traña óptica del conocimiento y la intuición históricos, pretender situam os en
la aventura de volver sobre nuestros pasos hacia épocas pretéritas, en lugar de
querer que el pasado nos dé algún rayo de luz sobre el futuro. Una extraña vi
sión de la continuidad de la historia, ésta que nos haría desconocer los cambios
mismos que constituyen la esencia de esa continuidad...
Seguramente este estado de cosas es una señal de cambio, de cambio quizá
veloz, ciertamente completo: del fin visible de un ciclo y del comienzo de otro.
son reacias a adm itir las palabras fatales, «no puede ser, ha muerto». Creen que
podemos realizar la misma clase de trabajo con el mismo espíritu que nuestros
antepasados, m ientras que para bien y para mal nosotros hemos cambiado
completamente y no podemos hacer la obra que ellos hicieron. Todo lo que la
continuidad de la historia significa es, después de todo, el cambio perpetuo, y
no es difícil ver que nosotros hemos cambiado rabiosamente, y por ello hemos
establecido nuestra pretensión de ser los continuadores de la historia.19
Si me preguntas por qué doy coces contra el aguijón en esta materia, todo lo
que puedo decir es, primero, porque no puedo remediarlo y luego porque me
anima una especie de fe en que algo bueno saldrá de ello, alguna cultura de la
que en el presente no sabemos nada.21
del pasado en medio de las presentes condiciones de una lucha sórdida y dolo-
rosa por la existencia de la mayoría, y de un lánguido deambular por la vida de
unos pocos, pero cuando la sociedad se haya reconstruido de tal m anera que
todos los ciudadanos tengan una oportunidad compuesta del ocio merecido y
del trabajo razonable, entonces toda la sociedad, y no sólo nuestra «Sociedad»,
asum irá la protección de los edificios antiguos... pues entonces por fin empe
zarán a entender que esos monumentos son parte de su vida presente y parte
de sí mismos.22
La esperanza de mi vida es que esto pueda cam biar algún día; que el arte po
pular pueda desarrollarse de nuevo entre nosotros; que tengamos un estilo ar
quitectónico, nacido en el seno de su propia época, pero conectado con toda la
historia.
Notas
1. «The Lesser Arts», Works, vol. XXII, p. 19.
2. W. R. Lethaby, William Morris as Work-master (1901), p. 67.
3. Ibid., pp. 145-146.
4. Works, vol. XII, p. XIII.
5. Leíters, p. 86.
6. Esta campaña fue en realidad organizada por un comité independiente, en el que figura
ba como vicepresidente G. E. Street y H. Wallis como secretario honorario. La correspon
diente del comité se conserva en el Brit. Mus. Add. MSS. 38831, y la carta de Morris soli
citando la firma de Gladstone se conserva en el Brit. Mus. Add. MSS. 44461, f. 123.
7. Lethaby, op, cit., pp. 149-150.
8. Glasier, op. cit., pp. 103-104.
9. Lethaby, op. cit., p. 154.
10. Letters, p. 122.
11. Discurso a la Primera Asamblea Anual, Soc. Protectora de Edificios Antiguos, May Mo
rris, I, pp. 116-117.
12. May Morris, I, pp. 153-154.
13. L e tte rs, p. 92.
14. Letters, p. 93.
15. May Morris, I, p. 148.
16. «The History of Pattern-Dcsigning», Works, vol. XXII, p. 233.
17. May Morris, I, p. 139.
18. Véase P. Henderson, William Morris (cd. 1973) pp. 273-282.
19. May Morris, I, p. 152.
20. Lethaby, op. cit., p. 159.
21. Letters, p. 150.
22. May Morris, I, p. 145.
23. Ibid., p. 157.
24. May Morris, 1, p. 124.
EL RÍO DE FUEGO
D e W i l l ia m M o r r i s . D e r o m á n t ic o a r e v o l u c io n a r io *
John Stuart Mili— o bien se rebelaron disgustados contra la ética del ca
pitalismo o pusieron en cuestión su inmutable base económica. Sin em
bargo todos estos hombres, los «detractores del “progreso”», de algún modo
no llegaron hasta el final, a una concepción positiva y revolucionaria. Re
firiéndose a la muerte del arte antiguo en una conferencia de 1881, decía
Morris:
¡Qué visión tan notable! En aquel momento Morris poco podía hacer
para describir la naturaleza de este «río de fuego», y sin embargo, podía
ver a su alrededor a sus coetáneos más inteligentes —hombres que le habían
ayudado a alcanzar el punto donde se encontraba— vacilando a la hora
del salto. Rossetti, la inspiración de su juventud, murió en abril de 1882 y
Morris reflexionó acerca de la falta de interés en la política por parte del
pintor:
Como hemos visto, incluso John Ruskin, a quien Morris llamó «el primero
en llegar, el inventor»,6 se detuvo ante esta «devoradora» barrera. En ver
dad, Carlyle, Ruskin, Arnold, todos ellos estaban perfectamente dispuestos
a apelar a la clase obrera para conducir a la nación a batallas por objetivos
que ellos mismos llevaban en el corazón, que se derivaban de su propio y
singular descontento, pero que tenían escasa relevancia por lo que se refie
re a los agravios inmediatos sufridos por el pueblo trabajador. Estaban de
masiado inclinados a ver en los obreros la infantería de un Ejército de las
Luces, luchando valientemente por la cultura o por una nueva moral, bajo
el mando de ellos mismos y de unos cuantos líderes ilustrados que hubie
sen roto con la farisaica clase media.
Morris cayó también en este error entre los años 1878 y 1880. Al mis
mo tiempo que empezaba a escribir y a dar conferencias para la «Anti-
Scrape», emprendió un nuevo ciclo de conferencias en las que pretendía
presentar a los obreros la causa del arte. Hablando sobre «Las artes meno
res» en la primera de estas conferencias, en diciembre de 1877, expuso el
caso de la manera más simple. La inundación del mercado con productos
«malos y despreciables» era culpa de todas las clases sociales, productores
y consumidores, en particular,
los artesanos, que no ignoran estas cosas como el público, y que no se ven
forzados a ser codiciosos y hallarse aislados como los fabricantes y los Ínter-
EL RÍO DE FUEGO 243
era más bien una cuestión de educar al obrero, especialmente al artesano o tra
bajador en cualquiera de las bellas artes... Apenas si necesito decir que había
muy pocos obreros de ninguna clase allí [en las primeras conferencias], excep
to los hombres de Queens Square [la Firma] y que el grueso de la audiencia es
taba formado por los clientes de Morris.10
Yo creo que me entenderéis... pero que muy bien, si os pido que recordéis la
punzada de desaliento que nos agrede cuando volvemos a algún lugar del cam
po por el que en algún tiempo pasado hayamos sentido una gran simpatía...
ahora, allí, cuando pasamos una curva de la carretera, o coronamos la cima de
la colina, lo que prim ero capta nuestra mirada es el inevitable techo azul empi
zarrado y el estuco color de barro cubierto de manchas, o la pared mal hecha o
los ladrillos mal hechos de los nuevos edificios; después, cuando nos acerca
mos y vemos los áridos y pretenciosos pequeños jardines y las horrorosas ver
jas de hierro forjado, y las miserias de dependencias escuálidas emborronando
los dulces prados y los setos...14
Sus paredes estaban cubiertas con los bien conocidos modelos girasol, granada
o jazmín; sus cortinas eran de un místico verde-azul, sus cuadros eran copias o
de los primitivos italianos o de sus seguidores modernos.16
Tengo acaso más trabajo del suficiente para hacer, y... estoy viviendo un tanto
hundido en el valle de la humillación... A veces me parece como si mi suerte
fuera extraña: mira, mi trabajo es muy duro, y en general lo hago bastante ale
gremente, y no sólo por ganarme el pan, así lo espero, ni menos aún por las ala
banzas; cuando trabajo nunca olvido la causa y sin embargo sé que la causa
por la que me esfuerzo especialmente está condenada al fracaso, al menos en
apariencia. Quiero decir, que el arte debe derrumbarse, donde o como resurja,
y ello siempre... En ocasiones me parece realmente una cosa extraña que un
hom bre se sienta impulsado con energía e incluso con entusiasmo y placer a
un trabajo que sabe que no tendrá otro fin que el de divertirle; ¿no estoy ha
ciendo nada entonces, sino pretender que hago, algo parecido a Luis XVI como
fabricante de cerraduras?20
Incluso la riqueza del futuro, para él, era asunto más de calidad que de
abundancia:
Al m irar con esperanza adelante, hacia cualquier utopía de las artes, no conci
bo que allí haya una gran cantidad de arte de ningún tipo, ciertamente, ni de
ornamentación, aparte de las artes puram ente intelectuales; e incluso éstas no
deben invadir demasiada vida... Mirando hacia adelante desde el fárrago de
basura del que ahora estamos rodeados (puedo) principalmente ver posibles
virtudes negativas en lo externo de nuestros bienes familiares; puedo verlos,
nunca de aspecto lastimoso, pretencioso o poco generoso, siempre natural y ra
EL RÍO DE FUEGO 247
zonable; tam bién hermosos, pero más por ser naturales y razonables que por
que nos hayamos propuesto hacerlos hermosos.22
pero la casa que me complacería sería un gran cuarto donde uno hablara con
sus amigos en una esquina, y comiera en otra, y durm iera en otra y trabajara
en otra.23
Quisiera ser capaz de hacer unas buenas botas ajustadas o un buen traje o ves
tidos: no siempre esas cosas que son juguetes de la gente rica. Tal como están
las cosas en este momento, en mi trabajo de creación dependo de las ociosas
clases privilegiadas hasta las cintas de mi delantal.24
«Sé lo que quiero decir, pero las malditas palabras se me escurren entre los
dedos», escribió refiriéndose a otra conferencia. Una, pronunciada a prin
248 E. P. THOMPSON
Mi público... estuvo educado y atento; pero me temo que se quedaron muy per
plejos ante lo que dije; y podría ser, puesto que si lo llevaran a cabo el comercio
de Nottingham se acabaría.28
Un estado de cosas que genera vicios entre el pueblo bajo no producirá las vir
tudes opuestas entre la gente alta, sino los vicios correspondientes; si se corta
un patrón sobre una pieza de paño y después se vuelve del revés y se m ira por
detrás, se verá el reverso del patrón, y no otro patrón: las riquezas materiales
engendradas por la esclavitud y la pobreza material producen el sarcasmo, el
cinismo y la desesperación.29
Y otra vez:
Señores, yo creo que el arte se compagina tanto con una libertad alegre, el co
razón abierto y la realidad, como enferma con el egoísmo y el lujo, por lo que
no puede vivir aislado y exclusivo. Iré más lejos y diré que en tales términos no
quiero que viva el arte, prefiero que no viva... No lo quiero para unos pocos, así
como tampoco la educación a la libertad para unos pocos...
No, antes de que el arte viva esta pobre vida esquelética entre unos cuantos
individuos de excepción, despreciando a los que están en una esfera más baja,
por una ignorancia de la que aquéllos son responsables, por una brutalidad con
tra la que no lucharán, antes que eso, quisiera que el mundo se olvidara del arte
durante un tiempo.... antes de que el trigo se pudra en el granero del avaro,
quiero que lo posea la tierra, que pueda tener todavía la posibilidad de crecer
en la oscuridad.31
EL RÍO DE FUEGO 249
Y en otra:
que durante una época la sociedad se rompa por la acción de las fuerzas de la
codicia y del interés egoísta, por la lucha de hombre contra hombre, nación con
tra nación, clase contra clase.33
La lucha de clase contra clase era algo que Morris percibía todavía como
sólo destructivo, y sin embargo, preferible a la extinción gradual de lodo
arte y de las nobles aspiraciones en medio de la vulgaridad burguesa. Si la
«civilización» no significaba más que el logro de comodidades para la cla
se media, dijo en 1880, entonces, «¡adiós esperanzas!»:
yo soy de aquellos que quisieran que no hubiésemos llegado tan lejos... antes de
haber llegado a ser otra cosa que lo que somos, hubiera preferido que hubiésemos
sido todos pastores... entre colinas y valles; hombres de conocimientos elemen
tales, cierto es, pero de fuertes sentimientos; hombres rudos, si se quiere, pero
no brutales; capaces de cultivar algún tipo de arte, que sería al menos genuino y
espontáneo; hombres que se conmoverían con la poesía y los relatos, que tra
bajarían duro pero que tam bién tendrían ocio... ni maliciosos ni excesivamen
te blandos de corazón, hombres satisfechos de vivir y dispuestos también a mo
rir... en una palabra: hombres, libres e iguales.
Pero no, no puede ser; el tiempo ha pasado y la civilización avanza veloz,
aunque no sin altibajos...36
Si la civilización no ha de ir más lejos que esto, mejor no haber llegado tan le
jos; si no aspira a librarse de esta miseria y a darle una parte de la felicidad y
dignidad de la vida a toda la gente que ha creado... es simplemente una injusti
cia organizada, un mero instrum ento de opresión, peor que lo malo que le pre
cedió, pues sus pretensiones son más altas, su esclavitud más sutil, su dominio
más difícil de destruir, porque se apoya en una m asa densa de bienestar y con
fort corrientes.37
«Si pensamos en ello como seres humanos»... aquí, en esta firme negativa
de Morris a admitir que los hombres pudiesen ser meras víctimas de las
condiciones creadas por ellos mismos, es donde más intensamente puede
advertirse la influencia de las sagas nórdicas, con su «adoración del valor».
«Podríamos pensar», dijo a finales de 1881, que somos «simples briznas de
EL RÍO DE FUEGO 251
Con toda sinceridad, deseo poder hacer algo más espectacular que este mero
m urm urar en privado y alguna aparición pública ocasional para elevar el nivel
de la revuelta contra la sordidez que la gente —tan estúpida es— cree que es
necesaria.39
No estoy de acuerdo con usted en condenar las quejas contra las locuras y los
males que oprimen al m undo incluso entre amigos, pues dése cuenta de que
sólo de vez en cuando puede uno hablar en público, y mientras tanto tiene uno
el corazón en un puño, y cierta expresión de este sentim iento aviva la llama
incluso en aquellos que uno más ama y respeta, y es bueno sentir el aire carga
do con la torm enta que viene, aunque nos entreguemos como siempre a nues
tro trabajo diario y a nuestras conversaciones más banales. Limitarse a re
funfuñar y no actuar, eso es tirar la vida por la borda; pero no creo que las
palabras en pro de la causa que llevamos en nuestro corazón sirvan sólo para
herir el aire, incluso cuando se pronuncian estrictamente entre amigos: en el
peor de los casos sería como la música a cuyo compás los hombres se lanzan
a la batalla.40
tenía a veces la habilidad de m artillear lo que deseaba transmitir, hasta que ha
bía dicho exactamente lo que quería decir con las palabras que quería usar
exactamente, meciéndose mientras tanto.41
Las conferencias eran el yunque en el que forjaba sus ideas. Su talante va
riaba frecuentemente e iba de la esperanza a la depresión. Por una parte
252 E. P. THOMPSON
Por otra parte, con mucha frecuencia se sentía impotente ante la intacta
fachada capitalista. En el verano de 1882, con desavenencias internas,
guerras coloniales en el exterior y el problema del hambre en Irlanda, es
cribía a Georgie Bume-Jones:
En verdad soy más viejo y este año no viene bien dado; un verano que no es ve
rano, el hambre, la guerra y la locura de los pueblos vuelven, por así decirlo, y
la cada vez más evidente muerte del arte antes de su renacimiento son asuntos
excesivos para una pequeña criatura como yo, que no puede hacer sino pensar
en todas estas calamidades y poco puede solucionar.44
El partido de la paz es una muy pequeña minoría... no hay duda de ello. Duran
te los próximos años, hasta que acaso grandes desastres nos den una lección,
seremos una nación tory y reaccionaria. Yo creo, por mi parte, que lo mejor se
ría que todos los hombres decentes se abstuvieran de la política durante un
tiempo. De ese modo, estos locos cosecharían más pronto el fruto de sus pro
pias artim añas.45
Pienso en un país en el que cada hombre tenga suficiente trabajo, y donde nin
guno tenga demasiado; donde ningún hom bre tenga que trabajar hasta el em
brutecimiento simplemente para poder sobrevivir; donde al contrario, sea fácil
vivir si se trabaja, imposible si no se trabaja... donde el trabajo de cada uno sea
placentero para uno mismo y valioso para el prójimo; y en el que el ocio... (que
debería ser mucho), sea racional y reflexivo...51
No es de extrañar que Morris escribiera en una carta de ese mismo año (la
mentando la carencia de verdaderos líderes de la clase obrera capaces de
hacer consciente a ésta del «vago descontento y espíritu de venganza» que
poseían): .
Pero, véase, cuando un hom bre tiene cualidades para esa clase de cosas, se en
cuentra con que tiende a elevarse de las filas de su clase antes de que haya em
pezado a pensar sobre política de clases como asunto de principio; y con de
masiada frecuencia, simplemente es «atrapado» por las clases gobernantes, no
formalmente, sino por circunstancias...55
Sin embargo, el lugar de Broadhurst como secretario fue ocupado por John
Hales y se estuvo de acuerdo en que era deseable «en el interés del partido
liberal en general y de los principios del liberalismo especialmente», que la
Liga continuase e incluso ampliase su campo de acción. Morris le escribió
a Broadhurst felicitándole por el escaño y añadiendo:
Sus relaciones con los dirigentes obreros «lib-lab» fueron incluso más im
portantes en el desarrollo de sus opiniones políticas. George Howell, el pa
ciente manipulador de los hilos, no puede haberle inspirado nunca mucho
respeto a Morris. Henry Broadhurst era un hombre más sincero, pero el tí
pico producto de un sindicato de obreros especializados en una época de
paz social. Morris gozó de una amplia oportunidad para observar los esta
dios a través de los cuales Broadhurst y Howell se convirtieron en peones
de Mundella y sus colegas, y no es difícil ver —tras pasajes como el siguien
te, correspondiente a una conferencia de 1883—, no una opinión doctrina
ria, sino el peso de la propia experiencia personal de Morris:
Los sindicatos, fundados para el progreso de la clase obrera como clase, se han
convertido ya en cuerpos conservadores y obstaculizadores, manejados por los
políticos de la clase media para propósitos de partido.65
Supongo que su distrito será North Riding... voy a hacerle... la nada política ob
servación de que espero que tenga usted un buen contrincante: mejor ser ven
cido por uno bueno que vencer a uno malo. Adivino que habrá una buena pro
cesión de ratas antes de que acabe la legislatura. Eso nos enseñará, espero, a no
poner al peor candidato posible en todas las ocasiones. Excuse mi tono que casi
se parece al de un zapatero rem endón radical.66
nunca se convertirá en otra cosa sino en radicalismo... Está hecho por y para
las clases medias, y siempre estará bajo el control de ricos capitalistas. Éstos
no objetarán a su desarrollo político, si creen que pueden detenerlo ahí; pero no
perm itirán cambios sociales reales...69
Estoy sentado... en el cuarto de tapicería, veo cómo se alza, rojiza, la luna a través
de la neblina que trae el viento de levante. Oigo mugir a una vaca en el campo.
Me he estado sintiendo como escarmentado de muchas ideas y estoy también,
ya te lo he dicho, desde hace un tiempo como despidiéndome de la belleza y la
calma de los alrededores. Confieso... que parece como un paso muy importante
hacia la despedida de este mundo.
260 E. P. THOMPSON
«Todo hombre que lleve una causa en su corazón», dijo en 1881, «tiene que
actuar como si ésta dependiera solamente de él, sin que importe que sea
muy consciente de lo menguado de sus propios méritos; así es como la ac
ción nace de la mera opinión.72
Así pues, en el verano de 1882 estaba dispuesto «a unirse a cualquier
grupo claramente socialista, sin el menor resquicio de duda»,73 aunque
su paso se demoró durante unos meses debido al mal estado de salud de su
hija Jenny,74 a sus afanes prácticos por aliviar una epidemia de hambre
en Irlanda y también a la desconfianza que le inspiraba H. M. Hyndman, el
antiguo tory que era a la sazón dirigente de la Federación Democrática.75
Apenas si conocía a socialistas y no tenía ningún conocimiento de la teo
ría del socialismo. En el verano de 1881 se había indignado con la per
secución a que el gobierno liberal había sometido a Johann Most, el anar
quista alemán editor del periódico Freiheit, publicado en Londres, en el
que había aparecido un artículo que ensalzaba a los asesinos del zar Ale
jandro II:
Una noche, cuando apenas había empezado el mitin, Robert Banner, el encua
dernador, que estaba sentado detrás de mí, me pasó una nota... «El tercer hom
bre a su derecha es William Morris». Nunca le había visto antes y miré en se
guida en su dirección. La delicada, muy inteligente cara de este hombre, su
seriedad, la medio soñadora, medio inquisitiva mirada de sus ojos, su ropa sen
cilla y no a la moda, me causaron una profunda impresión de simpatía.79
Acabo diciéndoles una o dos palabras para rogarles que renuncien a sus pre
tensiones de clase y unan su suerte a la de los trabajadores... Puede ser que al
gunos de ellos se mantengan pasivos y no promueven la causa en la que creen
por culpa del miedo a la organización... que es muy común en Inglaterra, más
común entre gente muy cultivada y... más común que en ninguna otra parte en
nuestras viejas universidades. Puesto que soy un propagandista del socialismo,
yo les ruego seriamente a aquellos que estén de acuerdo conmigo que nos presten
una ayuda activa, con su tiempo y con sus talentos si pueden, y si no, al menos
con dinero. No os mantengáis distanciados, si estáis de acuerdo con vosotros,
porque no hayamos alcanzado esa delicadeza en nuestras maneras... que la lar
ga opresión del comercio competitivo nos ha arrancado.83
Una vez más os digo que nuestro sistema presente no es tanto una confusión...
como una tiranía: todos y cada uno de nosotros, de algún modo, estamos adies
trados para ponem os al servicio de la Guerra Comercial; si nuestras aspiracio
nes o capacidades no encajan con ello, tanto peor para ellas: el servicio férreo
del capitalista no cargará con la pérdida, lo hará el individuo. Todo debe cederle
el paso a esto; nada se puede hacer que no rinda un beneficio económico. Por
esta razón trabajamos demasiado, se nos hace temer la muerte por hambre, vi
vir en cuchitriles, en rebaño... en hediondos lugares llamados ciudades, ... por
esta razón hemos dejado que se despueble Escocia... y convertido a sus robus
tos campesinos y pastores en meros lacayos de ociosos estúpidos; por esta ra
zón dejamos que nuestro dinero, nuestro nombre y nuestro poder sean utiliza
dos para arrastrar a pobres desgraciados de nuestros necesitados campos y de
nuestros horribles suburbios para que maten y sean matados por una causa de la
que no saben nada.
¿Qué se puede hacer?... Conquistar nuevos mercados día a día; halagar y enga
tusar a los hombres de nuestras colonias para que se consideren a sí mismos lo
que no son, ingleses responsables de toda aventura bélica a que Inglaterra pue
da conducirles; la conquista de valientes bárbaros, a lo largo y ancho del plane
ta. Déseles ron y misioneros, después sujéteseles, después adiéstreseles para ser
soldados de la civilización...
Aquí hay dos clases frente a frente... Ningún hombre puede existir en sociedad
y ser neutral, nadie puede ser un simple espectador: tenemos que unim os a un
264 E. P. THOMPSON
el hom bre con la ocupación más refinada, estudiante, artista, físico... podrá
hablar a quien realiza el trabajo más rudo en un lenguaje que ambos conoce
rán, y verá que ni el vericueto más intrincado de su mente ha sido mal com
prendido.85
De sus viejos amigos, sólo Philip Webb y Charlie Faulkner —ambos plena
mente conscientes de la grandeza de Morris— caminaron junto a él. Fue
«la única vez que defraudé a Morris», dijo Edward —que pronto sería sir
EL RÍO DE FUEGO 265
Es mejor que tenga usted el palo mayor partido que hacer uno de mí, especial
mente cuando mis «maderas» están ya bastante podridas. En las viejas batallas
británicas los barcos que no tenían desarbolados sus aparejos no pedían ayuda
a los que estaban fuera de combate.89
Pero Morris estaba encontrando nuevos amigos y camaradas por todas par
tes. Tenía 50 años, pero miraba al futuro con la excitación de la juventud. En
un poema alegórico, «The Three Seekers», exorcizó por vez primera la antigua
desesperación, el temor a la muerte, la inquieta preocupación de sus años
medios. Y, en su estribillo, oímos el gozo de su «nuevo nacimiento»:
Notas
1. Unpublished Letters ofWilliam Morris lo the Rev. John Glasse («Labour Monthly», 1951).
«The Depression ofTVade», Bril Mus. Add. Mss. 45333.
2. «The Prospecls of Architecture», Works, vol. XXII, p. 131.
3. J. W. Mackail, The Life ofWilliam Morris, 2 vols. (Longmans, 1899), II p. 93.
4. May Morris, II, p. 69.
5. Letters, p. 113.
266 E. P. THOMPSON
48. Brit. Mus. Add. MSS. 45334. Algunos extractos de la conferencia están en May Morris, II,
pp. 53-62.
49. «How I Became a Socialista, Justice, 16 de junio, 1894.
50. Morris realizó una entusiasta campaña en favor de sir Charles Dilke con ayuda de Bume-
Jones y William De Morgan. Véase A. M. W. Stiriing, William De Morgan and his Wife
(1922), p. 144.
51. May Morris, II, p. 60.
52. Brit. Mus. Add. MSS. 45334.
53. Howell Collection, Bishopsgate Institute.
54. Broadhurst, op. cit., pp. 151-153.
55. May Morris, II, p. 72.
56. Morris a Broadhurst, 4 de abril, 1880, Brit. Lib. Polit. Science.
57. Hay folleto en la Howell Collection.
58. Brit. Mus. Add. MSS. 45407.
59. May Morris, II, p. 581.
60. Letters, p. 144.
61. Letters, p. 146.
62. El folleto se encuentra en la Howell Collection.
63. Mackail, II, p. 8.
64. May Morris, II, p. 604.
65. «Arts Under Plutocracy», Works, vol. XXIII, p. 188.
66. Letters, p. 156.
67. Ibid., p. 144.
68. Ibid., p. 176, 188.
69. Letters, p. 173.
70. Ibid., p. 132.
71. «Making the Best of It», Works, vol, XXII, p. 117.
72. Ibid., p. 174.
73. «How I Became a Socialista, Justice, 16 de junio, 1894.
74. El hundimiento físico de Jcnny sacudió a Morris varios meses. Véase Mackail, II, p. 73.
75. Del carácter radical de la Federación en 1882 se ocupa M. S. Wilkins, «The Non-Socialist
Origin of Englands First Socialist Organizalion», ¡nt. Rev. Social Hist., IV (1959), pp. 199-
207.
76. Letters, p. 149.
77. «How I became a Socialist», Justice, 16 de junio, 1894.
78. Morris a su hija Jenny, 13 de noviembre, 1883. Se refiere a Land Nationalisation, de Wa-
llace: «ni de lejos un libro tan bueno como el de George pero hay algunas cosas dignas de
ser recordadas en él», Brit. Mus. Add. MSS, 45339.
79. Scheu, op. cit.; Scheu le dio a Mackail una información similar. Véase Mackail, pp. 95-96.
80. «The Lesser Arts of Life», Works, vol. XXII, p. 269.
81. The Pilgrims ofHope, sección VI.
82. Mackail, 11, p. 97.
83. «Art Under Plutocracy», Works, vol. XXIII, p. 191.
84. Conferencia inédita, «Commercial War», Brit. Mus. Add. MSS. 45333.
85. Discurso a la Kyrle Sociely, May Morris, I, p. 195.
86. «Art and Socialism», Works, vol. XXIII, p. 213.
87. Memorials, II, p. 97.
88. Brit. Mus. Add. MSS. 45345.
89. Ibid.
90. To-Day, enero de 1884.
POST SCRÍPTUM DE 1976
D e W i l l ia m M o r r i s . D e r o m á n t ic o a r e v o l u c io n a r io *
dente de que resulta inadecuado para su variada temática. Cuando las au
toridades en la materia han dicho tanto, la actitud más prudente a seguir
por quien carece de tal competencia es la reserva. El fallecido Peter Floud
realizó una revisión importante de opiniones consagradas relativas a la in
fluencia ejercida por Morris. Floud discutió la idea de que la revolución del
gusto del período Victoriano medio fuese consecuencia del «movimiento de
Morris», subrayando en cambio su aportación —en ocasiones muy peculiar,
otras veces conservadora— a una tradición innovadora más amplia.6 Como
Floud fue lo bastante amable para escribirme, aprobando mi capítulo, lo he
dejado como estaba, aunque en algunos puntos se atenga a las convenciones
más antiguas. Más recientemente se han producido aportaciones importan
tes de Paul Thompson, Ray Watkinson y otros.7Philip Henderson, en su bio
grafía de Morris, ha aumentando nuestro conocimiento sobre la Firma, ins
pirándose en la correspondencia de Warington Taylor y del mismo Morris con
sir Thomas Wardle." Con esos materiales, más otros que se encuentran en
California, se podría escribir ya una historia definida de la Firma.9
En contraste, en estos 21 años la cosecha de estudios críticos sobre la
poesía y la prosa de Morris es decepcionante. Excepto una conferencia de
Jack Lindsay10y el importante estudio de John Goode (que examinamos al
final de este post scríptum), encuentro poca cosa digna de recomendación.
Esto puede ser indicativo de la persistencia del juicio adverso a la poesía
de Morris, aunque yo abrigaba la esperanza de que mi propio enfoque de
The Defence o f Guenevere y The Earthly Paradise diera pie a algún comen
tario, siquiera fuese de desacuerdo, entre los estudiosos de literatura ingle
sa.'1 Estos capítulos constituyen una parte importante de mi argumen
tación en torno a la crisis del romanticismo en los comienzos de la era
victoriana en Inglaterra, y en la actualidad sigo tan dispuesto a defenderlos
como cuando fueron escritos. En un aspecto se pueden detectar los prime
ros signos de «deshielo» en la gélida resistencia a Morris: una generación
nutrida en Tolkien y C. S. Lewis (este último un crítico favorable a Mo
rris)12está ahora más dispuesta a leer con mayor complacencia los roman
ces en prosa tardíos de nuestro autor. Esta creciente tolerancia ha permi
tido a críticos cuyo interés primordial se centra en el pensamiento político
de Morris mostrar un renovado respeto por The House o f the Wolfings y
The Roots o f the Mountains.13Cuando apareció la primera edición del pre
sente libro, la única mención (que yo sepa) procedente del establishment li
terario fue una expeditiva recensión aparecida en el Times Literary Supple-
ment, en la que se afirma que muchas páginas
Deja un vacío en el mundo, aunque le he visto muy poco en los últimos tiempos,
y muy probablemente no le habría vuelto a ver. Se portó muy bien conmigo
cuando yo era un muchacho. Poseía algunas de las grandes cualidades de los
genios, en realidad, la mayor parte de ellas en verdad; qué gran hombre habría
sido, de no estar poseído por esa arrogante m isantropía que echó a perder su
trabajo y le m ató prem aturam ente; le faltó esa chispa de humildad que con
vierte al gran hom bre en uno más entre lo demás, no en un señor sobre los
POST SCRÍPTUM DE 1976 271
otros, y por eso perdió el gusto por la vida que le habría mantenido vivo y que
habría dado sabor a su obra, en bien de él mismo y de los demás.18
I
POST SCRÍPTUM DE 1976 273
nían las miradas puestas en el doctorado. Uno no debería objetar a eso: una
cantera tiene por misión aportar materiales a la maquinaria general de la
investigación. Pero, ¿y si mi libro no era una cantera, sino una construc
ción con un propósito definido que merecía atención en tanto que tal? Y ¿qué
sucede si las piedras arrancadas a esta cantera terminan no siendo otra
cosa sino una informe adición más a los suburbios académicos?
Por lo menos, la pregunta puede ser formulada. Pero uno debe tener
cuidado en cómo la formula. Varios de los que han seguido mis pasos coin
ciden, en volúmenes publicados en las más acreditadas editoriales académi
cas, en que la cuestión sólo puede plantearse de una manera: mi investiga
ción está viciada por el dogmatismo marxista. Una obra de «investigación
inteligente y exhaustiva», según una opinión generosa, pero «que se ve per
judicada por el intenso prejuicio marxista del autor». Las actividades de
Morris «son examinadas desde el prisma de la lucha de clases y el resulta
do es una visión algo distorsionada de las ideas de Morris».29 Otro encuen
tra mi libro «dañado por el desgraciado intento de presentar a su protago
nista como un marxista ortodoxo».30 Otro crítico menos generoso observa
que mi libro dedica «unas 900 páginas a demostrar que Morris era real
mente un marxista».31
Yo había creído que el libro era algo bastante diferente. Es, en una di
mensión básica, una reflexión en tomo a la tradición romántica y la trans
formación de la misma por Morris. (Resulta interesante el hecho de que
Raymond Williams y yo —su importante Culture and Society apareció tres
años después de este libro—, trabajásemos sin saberlo en aspectos diferen
tes de la crítica romántica del utilitarismo.) Pero dejando esto aparte, uno
tiene que preguntar si lo que ofende a estos autores no es más bien el com
promiso político de Morris, y no el de Marx. En cuyo caso, desde luego, mi
propio delito sería sobre todo mostrar un intenso prejuicio morrisiano. La
cuestión es difícil: es verdad que en 1955 permití la intrusión en el texto de
algunos intimidatorios moralismos políticos, así como unas pocas beaterías
estalinistas. Tenía yo entonces una noción algo reverente del marxismo como
una ortodoxia heredada y mis páginas incluían algunos pasajes polémicos
cuya vulgaridad sin duda tuerce el rostro de los eruditos contemporáneos.
El libro se publicó en el momento culminante de la guerra fría. El macar-
tismo intelectual no era exclusivo de Estados Unidos, aunque pocos miem
bros de las generaciones posteriores entiendan sus discretos modos británicos
de actuar. Las simpatías marxistas resultaban algo tan escandaloso que ape
nas podían manifestarse fuera de las publicaciones comunistas; y la vulgari
dad de mi propio tono polémico32sólo puede ser entendida teniendo en cuen
ta que se dirigía contra las omnipresentes y bien surtidas vulgaridades de las
ortodoxias antimarxistas de aquella época.
274 E. P. THOMPSON
* En este post scríptum distingo las referencias a la edición revisada [en inglés] del presente
libro, que figuran en cursiva del siguiente modo (162), de las referencias a obras de otros
autores que discutimos y que se indican en redonda del siguiente modo (p. 162).
276 E. P. THOMPSON
La imaginación de Morris bien puede haber sido más estimulada por Kro
potkin y por discusiones con los seguidores de éste en la Liga de lo que yo
he sugerido. Pero Hulse daña su propio razonamiento a causa de su clara
parcialidad y lo somero de su investigación propia, factores a los que se
añade su rencor antimarxista. Su conclusión ofrece un bazar ecléctico,
que bien podría figurar en otra docena de estudios académicos contem
poráneos: «El socialismo de Morris podría definirse esencialmente como
católico, inspirado en la edad media y el nihilismo ruso, con elementos
tanto de Mili como de Marx» (p. 110). Podría «definirse esencialmente» de
este modo si el objeto de nuestra preocupación es la conversación brillan
te, pero no si queremos dar una definición precisa: ¿qué tomó Morris, se
pregunta uno, de aquí y de allá y cómo combinó este batiburrillo de im
probables elementos? Pero Hulse concluye que «no tiene mucho sentido
insistir en que Morris estuvo más cerca de una rama del socialismo, el co
munismo o el anarquismo que de otra» (p. 109). Eso puede que sea así;
«reivindicar» a Morris para esta o la otra tendencia tiene menos sentido
del que yo antaño pensé que tenía. Pero lo que, con certeza, puede tener
POST SCRfPTUM DE 1976 277
discurso tan cómodo como las salas de lectura en las que consultamos los
periódicos antiguos. Pero —y ésta es nuestra segunda consideración— es
tas ideas vivieron en las cabezas de gente real y en contextos reales (con fre
cuencia contextos de serio enfrentamiento de clase, como el Domingo San
griento, las huelgas mineras, la guerra del Sudán, el nuevo sindicalismo) y
las ideas tenían una misión que cumplir en el presente antes de que fue
ran transmitidas al futuro. Incluso se podría preguntar (aunque choque con
determinadas nociones de la disciplina académica), si ciertas ideas fue
ron correctas.
En vista de estas consideraciones se multiplican las dudas en tomo al
análisis de Pierson. No sólo carece de todo argumento sobre las rupturas
críticas entre sistemas intelectuales opuestos, sino también de todo senti
do de la política. Sólo podemos seguir el razonamiento en lo que se refiere
a Morris. Encontramos una favorable vía de acceso, quizá, en el problema
del imperialismo, que nunca aborda Pierson, puesto que el imperialismo
no es, en su acepción de la palabra, una tradición intelectual. Sin embargo,
si nos situamos en la década de 1890 y utilizamos nuestra intuición, nos
percatamos de que el desastre mayor que se abatía sobre los movimientos
socialista y obrero de Europa era la guerra mundial y el ignominioso co
lapso de la Segunda Internacional. En la medida en que este desastre fue
consecuencia de esos complejos procesos que agrupamos bajo el nom
bre de «imperialismo», entonces ciertamente las reacciones a estos pro
cesos y a la complicidad chauvinista nacional del movimiento obrero ¿no
restan acaso importancia a los criterios de clasificación, más intelectuales,
empleados por Pierson? Aplicando este «test» nos encontramos con que la
reacción de la ES.D. al imperialismo fue contradictoria y la del I.L.P. eva
siva y ambigua. La de los fabianos no tuvo nada de ambigua; de hecho,
hubo un tiempo en que el fabianismo abogó descaradamente por la «racio
nalización» imperial.42 La reacción de William Morris, por su parte, como
muestro detalladamente, no fue tampoco nada ambigua e incluso resultó
profética.
Esto puede indicar dos cosas. O bien que la descripción convencional
de Pierson de la derivación «romántica» de las ideas de Morris (con con
ceptos marxistas «sobrepuestos» al romanticismo, pero no «integrados»
en él) es inadecuada; o bien que la tradición romántica poseía unas posi
bilidades de antagonismo con el sentido común capitalista mucho más
amplias de lo que generalmente se le atribuye. Yo creo que ambas hipó
tesis son correctas. Pues la versión de Pierson de la teoría política de Morris
se las arregla, de algún modo, para dejar de lado la política de este último:
sus notas en Commonweal, su activa tarea organizativa, sus actos intema
cionalistas y antiimperialistas, su lucha contra el chauvinismo en el seno
POST SCRÍPTUM DE 1976 281
pour son génie», escribe Meier, «et notre refus de ne voir en lui qu’un ré-
veur, nous est difficile de croire qu'il ait pu s’élever tout seul á ce niveau
théorique» (p. 409).55 En otras ocasiones de nuevo nos enfrentamos exac
tamente con la misma confluencia entre Morris y el marxismo que ha sido
mi tema. No es necesario malgastar tiempo en establecer la cuestión trivial
de asignarle prioridad de pensamiento a Morris o Engels. Lo que Meier
hace cuando insiste en que los conceptos socialistas de Morris están siem
pre derivados del «marxismo» es, en primer lugar, estrechar la noción de
marxismo a una especie de tradición familiar —una suerte de legitimidad
real que sería el único origen válido de sus vástagos—, y en segundo subes
timar seriamente el vigor de la tradición que Morris había transformado,
y que seguía todavía a sus espaldas tanto como Hegel seguía aún a espaldas
de Marx.
Un ejemplo llamativo surge cuando Meier se ocupa de la conciencia
histórica dialéctica. Cita el famoso pasaje de la conclusión de A Dream o f
John Ball («Consideré cómo los hombres luchan y pierden la batalla...») y
observa, como yo había observado, su similitud con un pasaje de Ludwig
Feuerbach (722) de Engels. Sin embargo, para Meier esta coincidencia no
puede ser accidental y continúa especulando sobre el conocimiento de Mo
rris de fuentes inéditas en relación con la dialéctica marxista. Esta especu
lación merece un pequeño comentario. Como observa Meier, la conclusión
a la nota 3 al Manifiesto de la Liga (739) expresa un sentido dialéctico del
proceso histórico, escrito en el estilo de Morris, aunque sabemos que la
metáfora de «la espiral» se la debe a Bax (pp. 689-692, 693). Y como tam
bién observa Meier, no existía entonces ningún manual de instrucciones
sobre dialéctica marxista. Ergo, Morris había sido instruido en este punto
bien directamente por el autor de La dialéctica de la naturaleza (que no se
publicó hasta 1925) o a través de Bax.
Existen dos objeciones a lo anterior. La primera (demasiado compleja
para exponerla aquí en su totalidad) es que es asunto discutible el que se
saliera ganando algo formalizando de este modo «la dialéctica». Si pensa
mos en la contradicción y en el «carácter bifronte y no único» del proceso
de cambio social, Morris ya lo había comprendido, y la lectura de El Capi
tal no hizo más que confirmarle su creencia. La segunda objeción es que,
una vez que Morris había alcanzado conclusiones socialistas y llevado a
cabo una ruptura definitiva con la idea whig del progreso, tuvo que alcan
zar —y lo hizo— una comprensión dialéctica del proceso, no exactamente
porque había llegado al «marxismo», sino a causa de la entera fuerza de la
tradición romántica que le empujaba por detrás. De hecho, pocos pasajes
de sus escritos contienen un mayor sentimiento de inevitabilidad que las
meditaciones finales en John Ball. La crítica romántica es etiquetada con
POST SCRÍPTUM DE 1976 285
De modo que la vida, los hábitos y las aspiraciones de todos los grupos y clases
de la comunidad están fundamentados sobre las condiciones económicas bajo
las que vive la masa del pueblo, y es imposible excluir las cuestiones socio-po
líticas de la consideración estética.5''
bre a esto (la «espiral»), pero Morris estaba ya inmerso en los problemas
que enunciaba: ¿por qué era imposible reproducir la arquitectura gótica?,
¿cómo podrían ser resucitadas las habilidades artesanales de un orden
social anterior (sino a través de una espiral de cambio)? Y en el mismo dis
curso, Morris se detuvo para rendir tributo a Ruskin y a Marx de El Capi
tal. Pero lo que reconoció como deuda a Marx no fue una nueva y total re
velación en cuanto al proceso histórico, sino una comprensión específica
de los efectos del modo capitalista de producción, de la producción para el
beneficio y no para el uso, sobre los talleres del «sistema de manufactura»
(238). Esto no puede ser considerado exactamente como una conversión al
«marxismo» debida a Marx. Es una confluencia de dos robustas tradicio
nes, y la segunda no tenía por qué alcanzar su supremacía asesinando a la
primera.
De manera que no puedo aceptar ni la visión de Pierson, según la cual
ciertos conceptos marxistas fueron «sobrepuestos» al romanticismo de Mo
rris, sin integración, ni el juicio implícito de Merier, de que el romanticis
mo es sinónimo de «idealismo» (en su connotación ortodoxa marxista), y
de aquí que tuviera que descartarse cuando Morris se convirtió en «un mar
xista».60 Y si tenemos que escoger entre errores, puede que sea el segundo
el más perturbador. Puede parecer que estoy bailando en la cabeza de un
alfiler, pero otros lo han hecho antes que yo. Raymon Williams, cuando en
1958 ofreció una poderosa crítica de las contradicciones internas de los
críticos marxistas ingleses (yo incluido), observaba:
que realmente ocurrió con Morris. O podría significar tan sólo que el mar
xismo era capaz de engullirse al romanticismo sin dejar restos, asimilando
su buena fe como nutriente útil y desechando su «sentimentalismo», su
realismo moral, y su coraje utópico como una excrecencia demasiado
idealista. Y es esta segunda respuesta la que con excesiva frecuencia pa
rece caracterizar las reacciones de Engels ante Morris. Existió un momen
to de calor entre ambos hombres, en la época de la división, cuando Mo
rris se alegró mucho de ver sobre la mesa de Engels la Oíd Norse Edda, y,
en su contento, le leyó a éste algunos pasajes del Sigurd: «La cosa fue muy
bien».61 Después de eso se suceden las referencias desdeñosas y desapro
badoras. Engels no podía molestarse en «habérselas» con este «rico artista
entusiasta» y «socialista sentimental» (471). No hay datos que muestren que
leyó Hopes and Fears for Art (1882) ni Signs o f Change (1888), y sí que hay
evidencia de que no leyó Noticias de ninguna parte. Leyó Socialism, Its Growth
and Outcome y dio a entender una tibia aprobación, pero éste era un texto
del movimiento que él mismo estaba escudriñando por su utilidad. Engels
no dio la menor indicación en el sentido de que pudiera aprender, a su vez,
algo de Morris. Como observé en 1959,
mientras que Morris se esforzó duramente y con éxito para entender y absor
ber mucho de la tradición de Engels, éste no realizó un esfuerzo comparable en
dirección a Morris.62
Marx, cuya rebelión inicial había sido afín a la tradición romántica, po
dría haber juzgado a Morris con más simpatía. Pero esto no puede sol
ventarse como una mera cuestión de temperamento. El desdén de Engels
hacia Morris ejemplifica la estrechez de la ortodoxia de aquellos años, una
limitación que se observa no sólo en sus propios escritos, sino más gene
ralmente en la tradición marxista. A medida que avanzaron las tendencias
hacia el determinismo y el positivismo, la tradición sufrió un cierre teórico
generalizado y la posibilidad ofrecida por Morris, es decir, la conjunción
de tradiciones, fue rechazada. La crítica romántica del capitalismo, por
más que transformada, se convirtió en sospechosa de «moralismo» y «uto-
pismo» No es necesario que, en 1976, insista yo en que la subsiguiente ca
rencia de inhibiciones morales (e incluso de vocabulario) llevó a la princi
pal tradición marxista a un estado peor que la confusión.61 Pero esto nos
ayuda a identificar dos puntos importantes sobre el significado contempo
ráneo de Morris. Primero, es más importante entenderle como un román
tico (trasformado) que como un marxista (conformado). Segundo, su va
lor dentro de la tradición marxista puede verse, hoy, menos en el hecho de
su adhesión a la misma que en las «ausencias» o fracasos marxistas para
288 E. P. THOMPSON
do, finalmente Meier «le da un nombre a esa “Ninguna parte" de la que he
mos tenido noticias: el nombre del continente es Marxismo» (p. 346). Pero
se nos permite reaccionar a la obra sólo en la medida en que ha sido hallada
correcta, por medio de esta doble verificación textual. Allí donde es correc
ta, la utopía puede ser llamada «científica». En el análisis de Meier se da
primacía a la «teoría de los dos estados», como se expone en la Crítica del
Programa de Gotha, un texto que se nos aconseja sostener en nuestra mano
derecha y estudiarlo cuidadosamente, mientras que con la mano izquierda
hojeamos Noticias de ninguna parte. La función de esta «utopía científica»
queda entonces reducida a la «ilustración» de verdades aprendidas ya en
otras partes (p. 347). Lo que Meier ofrece como apreciación favorable del
utopismo es, en realidad, un ejercicio de cierre que confina la imaginación utó
pica a límites textualmente aprobados. Meier es culpable de un ejercicio
de represión teórica (p. 350).
Un resumen no haría justicia al análisis alternativo de Noticias de nin
guna parte que Abensour lleva a cabo. Pero debemos señalar algunas de
sus proposiciones generales. En primer lugar, la antinomia científico-utó
pico de Engels debe ser rechazada. En segundo, se puede encontrar entre
los socialistas europeos posteriores a 1850 un nuevo tipo de utopismo, pre
figurado por Déjacque y Coeurderoy y del que Morris es el exponente más
notable. Este nuevo utopismo volvió la espalda a las formas del utopismo
clásico —el de la construcción de modelos jurídico-políticos (p. 296)— y
se entregó a un discurso heurístico más abierto. En tercer lugar, y ahora
llegamos al caso específico de Morris, es posible mostrar cómo, en tomo a
un conjunto genérico de expectativas («prévision generique») del pensa
miento marxista, la imaginación utópica puede formular otras hipótesis
acerca del futuro. Hipótesis que no son marxistas pero tampoco antimar
xistas, sino sencillamente «marxistas». Morris podía tomar (y lo hizo) cier
tas proposiciones marxistas como punto de partida de las mismas, lo que
se debe a que tal tradición se estaba encerrando en una circularidad doc
trinal autoconfirmadora.
¿Cuál es, entonces, la función del nuevo utopismo de Morris si ni nos
ofrece proposiciones que puedan ser validadas en relación al texto ni ofre
ce, al modo clásico, un estricto modelo de sociedad? El comunismo (como
lo vio Morris) implicaba la subversión de la sociedad burguesa y una con
moción en todo el orden social:
Tampoco admite Abensour que se vea como una forma de crítica política,
puesto que es, en su nivel más profundo, una crítica de todo lo que enten
demos por «política» (p. 341).
Este notable estudio despacha al pasado las viejas cuestiones y propo
ne nuevos problemas. Donde la discusión había sido, «¿fue Morris marxista
o no lo fue?», resulta que, en una gran parte de su propaganda comunista,
no fue ni una cosa ni la otra. Estaba en alguna otra parte, haciendo una
cosa distinta, y la cuestión no es tanto errónea como inapropiada. Eso ex
plica la dificultad que todos los críticos, salvo el «represivo» señor Meier,
292 E. P. THOMPSON
Por mi parte, relegaría de buena gana al olvido A Dream o f John Bal! y los can
tos socialistas románticos e incluso Noticias de ninguna parte, que son todas
obras en las que las debilidades de la poesía de Morris se muestran vivas e in
capacitantes, si hacerlo fuera el precio a pagar para retener y hacer que la gen
te lea cosas más pequeñas del autor, tales como How we Live and How we might
Live, The Aims o f Art, Useful Work versus Useless Toil y A Factory as It Might Be.
El cambio de énfasis implicaría un cambio en el estatus de Morris como escri
tor, pero tal cambio es críticamente inevitable. Hay más vida en las conferen
cias, donde uno siente que el hombre entero está comprometido en lo que es
cribe, que en cualquiera de los romances en prosa y en verso... Morris es un
buen escritor político, en el sentido más amplio, y sobre ello, finalmente, des
cansará su reputación.72
que situar unas frente a otras las obras utópicas y las «políticas» cuando
es tan obvio que deben ser tomadas conjuntamente? ¿Por qué se nos invi
ta a pagar este precio, en realidad? Williams renuncia con demasiada faci
lidad a Noticias y a John Ball, como quizá Pilgrim’s Progress o Los viajes de
Gulliver fueron abandonados por unos lectores para quienes estos libros
se habían convertido ya en equipamiento demasiado familiar para la
mente. Y John Goode lanza una interrogación muy parecida. Es fascinan
te observar cómo Abensour y Goode, trabajando con materiales diferentes
e inspirándose en los puntos fuertes —analíticos y críticos— de sus disci
plinas e idiomas respectivos, llegan a conclusiones similares.
La obra de Goode es fácilmente accesible y no necesito informar sobre
ella en extensión.74En cuanto al juicio de Williams, observa que «sugiere el
orden adecuado para leer a Morris», pero que, como crítica, «está falta de
un reto», pues tal desvalorización de la obra creadora de Morris traería
consigo un cambio en la categoría de éste, y Williams «no parece darse
cuenta de cuán grande sería este cambio». A mí me hace una crítica simi
lar: también yo presento una «división entre los juicios estéticos y los mo
rales», lo que «de nuevo reduce la obra creadora de Morris a un papel mar
ginal».75 Después, Goode vuelve a los escritos creadores de Morris, desde
el Sigurd en adelante, pero sin intentar una rehabilitación dentro de los
límites convencionales de la crítica literaria. Lo que hace es una tarea de
inquisición, examinando los problemas que Morris tuvo que superar en la
I
c
obra creadora de sus años socialistas. Tendríamos que ver tal obra como
«una reacción formal a problemas que teóricamente son insolubles, excep
t '"
to en términos de metáforas que son insatisfactorias e intratables en la
presente situación histórica» (p. 222). En esta opinión Goode se hcilla muy
próximo a Pierson cuando éste declara que «la fusión efectuada por Mo
rris entre la visión romántica y el marxismo», como consecuencia, «agudi
zó el divorcio entre la conciencia y la realidad social objetiva que había
caracterizado el pensamiento de Carlyle y Ruskin».76 Cuanto más profun
da se hizo la comprensión de Morris de las determinaciones del proceso
capitalista, más intransigente se hizo la protesta contra las determinacio
nes de aspiración o «deseo», más imposible fue vestir estas aspiraciones en
el seno de formas contemporáneas, y más urgente resultó que el «deseo»
dominara la «necesidad». Goode comparte mi opinión de que más que la
visión fue la desesperación la que principalmente puso a Morris en el sen
dero del socialismo revolucionario (p. 235); y aunque el marxismo «le da
a su visión una base histórica, el concepto central de su ideología socialis
ta —la alienación— ha estado con él desde el comienzo» (p. 236).77 No sólo
estamos autorizados a utilizar el concepto de «alienación» de un modo
analítico, antes que meramente descriptivo, sino que Goode muestra que
POST SCRÍPTUM DE 1976 295
Me parece que en esta novela tenemos mucho menos una utopía que un rela
to de la tortura que es m antener sana la mente, comprometida como está con
los determ inantes conscientes de la historia y con las fuerzas impersonales de
cambio, unidas únicamente en términos conceptuales (p. 278).
... no para escapar de las exigencias de la deprimente actualidad sino para in
sistir en una plena estructura de valores y perspectivas que deben emerger en
la mente consciente para afirm ar la verdad interior de esa actualidad, y darle al
hombre el conocimiento de su propia participación en el proceso histórico que
disuelve tal actualidad (p. 270).
Esto es casi una reivindicación del utopismo. Pero no del todo. Está un
tanto empañada por cierto deje de evasión. La utopía se acepta como
«convención» para realizar «intuición», y el sueño permite que emerjan
perspectivas «en la mente consciente», que proporcionan «conocimiento».
(Recordamos el juicio de Goode, según el cual, «Ninguna parte» es «una an
títesis conceptual» y la obra pone en vigor una agonía de la «mente»). Lo
que uno observa es cierta tendencia a intelectualizar el arte y a insistir
en que sólo puede ser validado cuando se traduce en términos de cono
cimiento, conciencia y concepto. El arte visto no como una promulgación
de valores, sino como una re-promulgación en términos diferentes de teo
ría. Lo que se pierde es la insistencia de Abensour sobre «la educación del
deseo». «El papel del arte de Morris», escribe Goode,
parece que es, cada vez más, combatir la tendencia a derrumbarse en un acto de
terminista de fe, al presentar las potencialidades del desarrollo humano en una
situación en la que están capacitadas e impelidas a tomar la iniciativa (p. 261).
Esto está bien, y lo que expresa es, precisamente, el «salto» utópico. Si bien
Goode se ha demorado sobre la «iniciativa», podría haber llegado a la con
clusión, con Abensour, de que una parte del logro de Morris hay que bus-
298 E. P. THOMPSON
En sus años postreros Morris se reconcilió con el curso inevitable que ha
bía tomado el laborismo. Pero en sus últimas conferencias preguntó repe
tidamente «¿hasta dónde puede llegar la mejora de la vida de los obreros,
y sin embargo, detenerse exactamente en un punto en que todavía no se
haya realizado ningún progreso en la vía directa al comunismo?».
Debo deciros que mi motivo básico especial como socialista es el odio a la civi
lización. Mi ideal de una sociedad nueva no quedaría satisfecho a menos que
esa sociedad destruyera la civilización (718).
sólo puedo explicar el hecho de que algunos socialistas no tengan esto siempre
presente, suponiendo que su codiciosa persecución de los medios Ies haya ce
gado un poco en cuanto al fin.
Esto iba dirigido a los fabianos, a quien les estaba entonces hablando.90 En
un sentido, este ideal podía ser definido simplemente como una negación
de la sociedad de clases: el socialismo aspira «al pleno desarrollo de la vida
humana, libre de regulaciones artificiales en favor de una clase».91 La me
táfora implícita, subyacente, inspirada en la vieja crítica romántica del uti
litarismo, es la «orgánica»: el crecimiento natural de la «vida» quedará
liberado de los frenos artificiales (o «mecánicos») de la «civilización». Una
sociedad comunista realizada no dependerá de una nueva raza salida de
individuos moralmente admirables, sino del crecimiento de un sistema co
munal de valores convertido en habitual por la ausencia de propiedad pri
vada de los medios de producción y la concomitante competencia por los
medios de subsistencia. En «Ninguna parle», «un hábito de vida», «un hábi
to de actuar, en conjunto, en dirección de lo mejor», ha «ido creciendo en
nosotros»... «es fácil para nosotros vivir sin robarnos mutuamente» (697).
En este sentido, los alternativos sistemas de valores del capitalismo y del
socialismo son considerados en formas que aprobarían algunos antropólo
gos contemporáneos, al ser sustentadores y sustentados.
Pero eso no es todo lo que está diciendo Morris. Pues, en otro sentido,
su utilización de los criterios morales y sus afirmaciones de fines «ideales»
y de valores preferentes es también indicativa; en efecto, indica una direc
ción hacia la que debe moverse el desarrollo histórico, sugiere opciones
entre direcciones alternativas, afirma una preferencia entre esas opcio
nes y busca educar a otros en sus preferencias. Estas indicaciones nunca
son absolutas ni «utópicas» en ese sentido: Morris jamás propone que los
302 E. P. THOMPSON
hombres puedan vivir en ningún modo que puedan suponer que podrían
escoger, de conformidad con ningún imaginable sistema de valores. Las
indicaciones están colocadas dentro de un fírme argumento, guía histórico
y político. Pero están ahí y son importantes. Quizá son la ocasión para que
Engels despachara a Morris como a un «socialista sentimental», una acu
sación que recibió éste como un pecador impenitente («Yo soy un sen
timental... y me siento orgulloso de serlo» (718). Indican dónde hay una
grieta entre las posiciones declaradas y conscientes de Morris y un deter-
minismo moral (desde esas relaciones de producción, esos valores y esa
consonante moralidad), que ha ocupado mucho del pensamiento marxis-
ta. En la crítica de Morris de la sociedad capitalista, no se presiente que la
moralidad sea considerada secundaria y el poder y las relaciones produc
tivas, primarias. La fealdad de las relaciones sociales victorianas y las «vul
garidades de la civilización» no eran «sino la expresión externa de la baje
za moral innata a la que nos vemos obligados por nuestro tipo actual de
sociedad».92 Esta bajeza moral era «innata» dentro de la forma de una so
ciedad: la «economía» y la «moralidad» estaban enredadas en el mismo
nexo de relaciones sociales sistematizadas, y de ese nexo tiene que salir
una lógica económica y moral.
Debe seguirse que la rebelión contra esta lógica ha de tener un carácter
igualmente «económico» y «moral». Pero una rebelión moral, lo mismo
que una económica, debe tener algún lugar donde ir, algún objetivo al que
apuntar. Y eso implica escoger, no entre direcciones que uno desea, sino en
tre inflexiones de dirección. Cuando Morris dirigía la mirada hacia la socie
dad del futuro, proponía que continuara la querella entre las determinacio
nes del deseo y las utilitarias, y que el deseo debiera y pudiera afirmar sus
prioridades propias. Pues suponer que nuestros deseos tienen que estar de
terminados por nuestras necesidades materiales podía significar dar por
sentado una noción de «necesidad» determinada ya ella misma por las es
peranzas de la sociedad existente.93 Pero el deseo también puede imponerse
a sí mismo como «necesidad»: en la sociedad de clases puede percibirse en
la forma de alienación, deseo insatisfecho; en la sociedad del futuro en la
forma de opciones más abiertas entre necesidades:
Es mi esperanza que, ahora que sabemos, o se nos ha dicho que somos produc
to de la evolución de gérmenes (o cualquiera que sea la palabra) no inteligentes,
resistiremos conscientemente la inversión de este proceso, que a algunos les pa
rece inevitable, y haremos lo que podamos para seguir siendo hombres, incluso
si en la lucha nos convertimos en bárbaros.95
En cuanto al romance, ¿qué significa? He visto a gente insultada por ser román
tica, pero lo que el romance significa es la capacidad para una verdadera con
cepción de la historia, el poder de convertir el pasado en parte del presente."
Agosto, 1976
Notas
1. Detroit, 1969.
2. Paul Meier, «An Unpublished leclure of William Morris: "How Shall We Uve Then?"», In
ternational Review o f Social History, XVI, 1971, parte 2: «Justicc and Socialismo, extensas
notas para una conferencia en 1885, en apéndice I a Paul Meier, La Pensée Utopique de Wi
lliam Morris (París, 1972).
3. En R. Page Arnot, William Morris, the Man and the Myth (1964). El profesor Norman
Kelvin, del Departamento de Inglés, City College, City University of New York, Nueva
York, 10031, se ha pasado diez, años reuniendo materiales para una colección completa de car
tas. A todo el que sepa de alguna carta inédita se le ruega que se ponga en contacto con él.
4. Peter Faulkner (ed.), William Morris: The Critical Heritage (1973).
5. Asa Briggs (ed.), William Morris: Selected Writings and Designs (1962); A. L. Morton (ed.),
Polítical Writings o f William Morris (1973).
6. Por desgracia la prematura muerte de Floud nos dejó sin sus plenas conclusiones; pero
véanse sus artículos en Listener, 7 y 14 de octubre, 1954; «Daling Morris Pattems», Archi-
308 E. P. THOMPSON
tectural Review, julio 1959; «English Chintz: the Influence of William Morris», CIBA Re-
view, 1961.
7. Paul Thompson, The Work of William Monis (1967); Ray Watkinson, William Morris as De-
signer (1967). También Graeme Shankland en (ed.) Asa Briggs, op. cit., R. Fumeaux Jor
dán, The Medieval Vision of William Morris (1960): A. C. Sewter, The Stained Glass o f William
Morris and his Circle (New Haven, 1975); E. Goldzamt, William Morris et la Genése Sociale
de L’Architecture Modeme (Varsovia, 1967).
8. Warington Taylor, Victoria & Albert Museum, Reserve Case, JJ35; Sir Thomas Wardle,
W. & A. Box II 86 zz. Véase especialmente Philip Herderson, William Morris: His Life,
Work and Friends (1967, edición Peguin, 1973), pp. 105-112 (Taylor), y pp. 193-195 (cartas
a Wardle sobre tinte).
9. Algunos libros de actas de Morris & Co. se encuentran en la Biblioteca Pública de Ham-
mersmith. Libros de contabilidad, de diseño y otros materiales de la Firma se encuentran
actualmente en la colección privada de Sanford y Helen Berger, en su casa de Carmel, cer
ca de San Francisco. Es una desgracia que los papeles de la Firma se hallen separados por
el Atlántico y en manos públicas unos y privadas otros. Pero los investigadores que pue
dan ir a California encontrarán (como me ha ocurrido a mí) que los dueños actuales de
estos documentos permiten generosamente el acceso a los mismos.
10. William Morris, Writer (William Morris Society, 1961). Un ensayo breve de interpretación
general, por George Levine, en H. J. Dyos y M. Wolff (eds.), The Victorian City (1973), II,
pp. 495-517, es también reciente y receptivo.
11. Jessie Kocmanova ha expresado su desacuerdo en «Some Remarks on E. P. Thompson’s Opi-
nionsof the Poetiyof William Morris» Philologica Pragensia, III, 3,1960, y en The PoeticMa-
turing of William Morris (Praga, 1964). Pero no me han convencido sus apreciaciones críticas.
12. C. S. Lewis, Rehabilitations and Other Essays (Oxford, 1939).
13. Especialmente la obra de John Goode, que se discute más adelante. También Lionel
Munby, «William Morris's Romances and the Society of the Future», Zeitschrift für Anglis-
tic u. Amerikanistik, X, 1, 1962. A mí me parecen de mayor ayuda los estudios de Jessie
Kocmanova sobre A Dream o f John Ball y los últimos romances en prosa que sus estudios
de la poesía de Morris. Véase, Bmo Studies in English II, n.° 68, 1960 y VI, n.° 109, 1966.
14. 15 julio 1955.
15. Jack Lindsay, que se benefició del trabajo de Henderson, así como del de Meter, ofrece
también algunas penetrantes sugerencias en su desordenada biografía, William Monis:
His Life and Work (1975).
16. Véase Henderson, op. cit., pp. 124-5; C. Doughty y Roben Wahl (eds.) Letters o f Dante Ga
briel Rossetti (Oxford, 1965), II, p. 685; Penelope Fitzgerald, Edward Bume-Jones (1975),
en esp. cap. 10.
17. «¿Es que Top, después de su poesía, le ha dado la espalda al comercio y se dedica a aten
der únicamente grandes pedidos en el ramo de la filantropía? ¿Considera al comercio al
por menor como poco digno de un verdadero humanitarista? Pero no creo; sin una tien
da, ¡no podría ser el futuro Odger!», D. G. Rossetti, a Janey Morris, 1 de abril 1878, citado
en Jack Lindsay, William Morris, pp. 224-225. George Odger, el líder zapatero, había parti
cipado en repetidas elecciones parlamentarias, con fuertes apoyos, enfrentándose tanto a
liberales como a conservadores y representando una plataforma de trabajadores radica
les. Había fallecido en 1877.
18. Morris a W. Bell Scott, 9 de abril 1882, citado en Philip Henderson, op. cit., p. 260.
19. Este juicio mío es tal vez presuntuoso a la luz de la correspondencia entre Rossetti y Janey
Morris, disponible cuando estas páginas estaban en la imprenta: Dante Gabriel Rossetti
and Jane Morris: Their Conespondence, ed. John Biyson (Oxford, 1976). Aunque en algunos
aspectos poco reveladoras, estas cartas (la mayoría son de Rossetti) parecen descubrir el
carácter de aquella relación. Existen varias cartas de 1868-1870 en que la pasión mutua de
POST SCRÍPTUM DE 1976 309
Janey y Rossetti queda al descubierto. En 1896 Janey sufrió su primer colapso nervioso y
Morris la llevó a Ems para que se recuperase. Los tres amigos parecen haber intentado la
situación triangular con mutuo afecto y sinceridad de confesionario: «Todo lo que te preo
cupa (le escribió Rossetti a Janey, a Ems, en julio 1869) es la absorbente cuestión conmigo,
como al querido Top no le importará que te diga en este angustioso momento. Cuanto más
te ama, más se da cuenta de que eres demasiado digna de amor, demasiado noble para no
ser amada...». Cualquiera que fuese el medio empleado para «manejar» la situación por los
tres amigos, fracasó, o así lo parece claramente. No tenemos cartas de los años de crisis,
1870-1875. Son los años de los dos viajes de Morris a lslandia, años en que Janey y Rosse
tti estuvieron con frecuencia juntos en Kelmscott. Cuando la coirespondencia se reanuda
en 1877, se ha producido un cambio triste en la situación. Gabriel se prepara para aban
donar Kelmscott y los mensajes amistosos terminan (y hay algunos sarcasmos) para
«Top». Janey parece haber ingresado en un periodo de estable melancolía y de hipocondría
(los síntomas mencionados incluyen lumbago, ciática, neuralgias, migraña, dolores de gar
ganta, fiebres), a tono con la melancolía de Rossetti. «Espero», dice Gabriel la víspera de
Navidad de 1879, «que pasarás una Navidad no demasiado diferente de una Navidad ale
gre». En su respuesta, Janey no menciona la festividad, poro escribe sobre su hija May:
«está excesivamente delicada este invierno y no creo que tenga una vida excesivamente
larga. ¡Tanto mejor para ella!». (En realidad May viviría bustunle más allá de los setenta
años). Es una correspondencia completamente triste de dos personus preocupadas consi
go mismas, unidas por una melancólica obsesión retrospectiva, redimidu por unu preocu
pación y respeto recíprocos. Mucho de la naturaleza de aquella relación queda oscura; no
sabe uno hasta qué punto creer a Hall Caine (sacado a la luz por Meier) cuando afirmu que
Rossetti le contó que a causa de un accidente se había quedado impotente (¿por aquellos
años?); además, las cartas revelan poco sobre las paradojas del sentimiento y conducta de
Rossetti (su amante, Fanny Comforth, no es mencionada nunca). Sólo está ciato que lu re
lación no se ajusta fácilmente a ningún estereotipo y que unu distunciu emocional se Imbía
establecido entre Morris por una parle y Jnncy y Rosseli por lu otra.
20. H. M. Hyndman and British Socialism (Oxford, 1961). Para 1-ondrcs véase también l’uul
Thompson, Socialists, Liberáis and l/ibour: The Slruggle fnr l/mdon, 1885-1914 (1967) y
(para las relaciones de clase en general) Carelh Stedinan Jones, Onlcusl l/mdon (Oxford,
1971).
21. Véase mi crítica en Bullelin of the Society for the Sntdy o f l/ibonr Itislory, n.° 3, otoño,
1961, pp. 66-71.
22. C. Tsu/.uki, The Life o f Eleonor Marx, 1855-1898 (Oxlod, 1967).
23. Eleonor Marx: Family Life, I85S-83 (1972). Este volumen nos presenta completamente a
Eleanory también nos presenta a Aveling.
24. S. Pierson, «Ernest Bellort Bax: the Encountcr of Marxism and I-atc Victorinn Culture»,
Journal of British Studies, 1972; Laurcnce Thompson, The Entusiasts (1971), sobre Bruce
y Catherine Glasier; W. J. Fishman, East Ettd Jcwish Radicáis, 1873-1914. Nueva infor
mación'sobre la Labour Emancipation League, Frank Kit/, y otros pioneros londinenses
se encuentra en Stan Shipley, Club Life and Socialism in Mid-Victorian l/mdon (History
Workshop, 1972) y sobre el anaiquismo londinense en Rudolf Rocker, The l/mdon Years
(1965).
25. Tom Mann and his Times (1965).
26. «Homage to Tom Maguire», en Asa Briggs y John Saville (eds.), Essays in Labour History
(1960).
27. Especialmente, A. M. McBriar, Fabian Socialism and Entilish Politics, 1884-1918 (Cam
bridge, 1962); Margaret Colé, The Story o f Fabian Socialism (1961); E. J. Hobsbawm, «The
Fabians Reconsidered», en Labouring Men (1964). También Wolfe y Pierson (discutidos
más adelante).
310 E. P. THOMPSON
28. Las nuevas fuentes sobre Shaw y las relaciones entre fabianos y la Liga Socialista en 1886
se discuten en el Apéndice II de la ed. de 1976.
29. Jantes W. Hulse, Revolutionists in London (Oxford, 1970), p. 27.
30. Williard Wolfe, From Radicalism to Socialism: Men and Ideas in the Formation o f Fabian
and Socialist Doctrines (New Haven, 1975), p. 320.
31. J. Y. Le Bourgeois, «William Morris and the Marxist Myth», Durham University Journal,
diciembre, 1976.
32. He eliminado ciertos pasajes (por ejemplo, primera edición, pp. 735-746) no porque crea
que deba disculparme por haberlos incluido en 1955, sino porque no son relevantes en
1976.
33. En realidad, mi libro fue mejor recibido que la mayoría de los libros publicados por Law-
rence & Wishart (una editorial comunista), siendo objeto de una generosa reseña de G. D.
H. Colé, en Listener y de una crítica confusa, pero no deshonesta, de A. J. P. Taylor en el
Manchester Guardian.
34. 15 julio 1955.
35. Oxford, 1970.
36. En contraste, Hulse presenta a Lloyd Wendell Eshleman (alias Lloyd Eric Grey), A Victo-
rian Rebel: The Life of William Morris (Nueva York, 1940; y con título y autor diferentes,
Londres, 1949) como «la biografía general más fácilmente accesible de los últimos 25
años... basada en investigación competente y una favorable comprensión de Morris».
Para la opinión de Mackail, en 1940, relativa a la «falta de sinceridad» de Eshleman, véa
se Meier, op. cit., p. 303. Examiné detenidamente el nauseabundo y completamente des
honesto libro de Eshleman Grey en «The Murder of William Morris», Arena, abril-mayo
1951; y di cuenta de él como es debido en la primera edición (inglesa), pp. 741-743.
37. Hulse observa (p. 17) que la ES.D., la Liga y los fabianos «Llenaron las columnas de sus
periódicos respectivos con críticas de las otras organizaciones»; esto es disparatado, so
bre todo en lo relativo a Commonweal. Del Domingo Sangriento dice que «... bastaron
unos pocos policías para dispersar a la multitud» (p. 93). Y así sucesivamente.
38. Ithaca y Londres, 1973.
39. Este punto lo trata con fuerza Keith Nield en su crítica de Pierson en el Bulletin o f the So-
ciety for the Study o f Labour History, n.° 27, otoño, 1973.
40. Tampoco se sigue necesariamente que debemos estar de acuerdo con todas las nociones
de «rupura». Yo no lo estoy.
41. Se nos recuerda que las ideas de Hyndman no eran idénticas a las de toda la ES.D.; véase
Hobsbawm, Labouring Men.
42. Véase Bemard Semmel, Imperialism and Social Reform (Cambridge, USA, 1940).
43. Cf. Morris: «No estoy abogando por la producción de un poco más de belleza en el mun
do, por mucho que la ame, y por mucho que esté dispuesto a sacrificarme por ella; es por
la vida de los seres humanos por lo que abogo», «Art and its Producers» (1888); «Una vez
más os advierto contra la suposición, vosotros que podéis amar el arte especialmente, de
que haréis algún bien intentando revivificar el arte a base de su muerte exterior. Digo que
son los objetivos del arte lo que debéis buscar, más que el arte mismo', y en esa búsqueda
podemos encontramos en un mundo desnudo y en blanco, como resultado de preocupar
nos del arte hasta un punto que no resistiremos las adulteraciones del mismo», «The Aims
of Art» (1886). Véase también la carta sobre la huelga minera, de 1893, «The Deeper Me-
aning of the Struggle» en Letters, pp. 355-357 y arriba 665.
44. Véase pp. 274-5. También p. 84, donde se pretende que Morris tendía a rechazar el reco
nocimiento de «esas fuerzas en la vida, anteriormente caracterizadas como pecadoras o
trágicas».
45. Cuando digo, «más que ningún otro de su tiempo», estoy pensando en los socialistas bri
tánicos. Pero no es fácil sugerir comparaciones europeas, a menos que hablemos de pesi
POST SCRÍPTUM DE 1976 311
mistas cósmicos (no socialistas). Si Engels, en sus últimos años, se permitió enfrentarse a
un pesimismo realista similar, se lo calló.
46. A Pierson le agrada este término, «regresivo». En otro lugar (The Victorian City, eds. H. J.
Dyos y M. Wolff, 1972, II, p. 279) intenta que Morris salve la «visión rural» mediante el re
curso de «adherirla al marxismo». «Los impulsos ideológicos dentro del marxismo alen
taron el proyecto, pero era incompatible con el realismo social y económico de tal sistema
de pensamiento y pronto se derrumbó. En el socialismo de Morris la regresión romántica
terminó virtualmente en anarquismo...» El «colapso» aquí no es el del pensamiento de Mo
rris, sino el de la más matizada apreciación de Pierson en el libro bajo discusión.
47. Yo prefiero el término «transformación» a «extensión», empleado por Raymond Williams
en Culture and Society (1958), p. 158, puesto que insiste sobre «ruptura», asi como sobre
continuidad. Discutí este punto con vehemencia en una crítica a The Long Revolution en
New Left Review, 9 y 10, mayo/junio y julio/agosto 1961, que será en breve reproducida
junto con mis ensayos políticos (Merlin Press, 1977). Las diferencias entre Williams y yo
han disminuido (así creo) con el paso del tiempo, y ninguno de los dos discutiría exacta
mente de la misma manera hoy en día. La elección de términos carece de importancia,
pero el tema sigue teniendo interés.
48. Está anunciada la próxima publicación de una versión inglesa de La Pensée Utopique de
William Morris (París, 1972), a cargo de la Harvester Press.
49. Véase también Meier, «Friederich Engels et William Morris», La Pensée, n.° 156, abril,
1971, pp. 68-80.
50. F. Engels y Paul y Laura Lafargue, Correspondence (Moscú, 1959), 2 volúmenes.
51. Ya el 24 julio 1884, Morris le escribió a Roben Thompson: «Creo (y siempre he creído)...
que el objetivo inmediato más imporiante... es la reducción legal de la jornada laboral.
Todo obrero puede ver la inmediata ventaja de esto; los sindicatos tienen que lanzarse a
este objetivo...». Éste se convertirla en «un affair internacional», Letters, p. 205. Cuando
los marxistas de la sección de Bloomsbury se separaron de la Liga se dedicaron especial
mente a la agitación por las ocho horas, y no a las candidaturas parlamentarias. Si hubie
ran hecho de esto su caballo de batalla cuando aún estaban en la Liga, no habría sido ne
cesaria ninguna ruptura.
52. En resumen, Commonweal (7 enero 1888) dio fusión al desenmascaramiento, en el Sozial-
Demokrat, de trece espías policiales alemanes, uno de los cuales, Rcuss, vivía en Inglate
rra. Reuss inició una acción legal. Engels comentó que Monís era un «cobarde», pero in
tentó reunir datos para una defensa. Cuando se perdió el juicio, parece ser que Morris
tuvo que desembolsar indemnización y costas de su propio bolsillo.
53. Encuentro útil la sugerencia de que The House ofthe Wolftngs y los artículos de Morris so
bre «The Development of Modem Society», en Commonweal (1890) pueden haberse ins
pirado en ideas presentes en El origen de la familia, derivadas de conversaciones con En
gels o con Bax. Pero todavía ha de ser probado que Morris se inspiró en Engels más que
(como ha sugerido John Goode) dándole vueltas a La sociedad antigua, de Morgan. Véase
Meier, La Pensée Utopique, pp. 308, 359-365; Goode (citado más adelante), pp. 216-265.
54. Encuentro especialmente forzada la atribución de una influencia de las tesis de Marx
sobre Feuerbach (p. 347); y la idea de que la completamente característica insistencia
de Morris en que una moralidad comunista debe basarse en los hábitos inducidos por
las condiciones generales de vida en una sociedad comunista debe responder a su
conocimiento del manuscrito de La ideología alemana (inédito hasta 1932); Meier,
pp. 706-708.
55. El caso que se discute en este punto es difícil. Meier concede una influencia muy general
a las ideas (entonces inéditas) de Crítica del Programa de Gotha. Posiblemente algunas de
rivan de conversaciones con Engels, Bax, los Aveling y otros, mientras que otras fueron
originales de Morris.
312 E. P. THOMPSON
56. Op. cit., p. 149. Véase también George Levine, op. cit., sobre la continuidad de la subya
cente «metáfora orgánica».
57. Al hacer esta crítica debería añadir que Meier trata bien los temas de «barbarie» y «civili
zación» en el pensamiento de Morris. Véase especialmente su discusión de Richard Jeffe-
ries, After London y su influencia (pp. 107-113) y parte III, capítulo 1. Pero, como apunta
Goode, Morgan también entrevió que la «civilización» contenía dentro de si misma «los
elementos de autodestrucción», puesto que la propiedad privada se había convertido en
un «poder incontrolable»; el «siguiente estadio, más elevado, de la sociedad» será «un re
nacer, en una forma más alta, de la libertad, la igualdad y la fraternidad de los antiguos»,
una opinión que influyó tanto sobre Morris como sobre Engels, quien la citó en la con
clusión de El origen de la familia.
58. «The Revival of Architecture» (1888).
59. «The Revival of Handicraft» (1880).
60. Véase Meier (p. 646) donde se refiere a «un passage progressif des positions idéalistes du
début au materialisme marxiste de sa maturité».
61. Engels a Laura Lafargue, 23 noviembre 1884, Correspondence, I, p. 245.
62. The Communism ofWilliam Morris (William Monis Society, 1965), conferencia pronun
ciada en mayo de 1959.
63. Puesto que no me entretuve en este tema cuando escribí el libro, ahora sería hipócrita si
lo hiciera.
64. Cf. el comentario de Asa Briggs según el cual los escritos de Morris «suministran la mate
ria para una crítica del socialismo (y comunismo) del siglo xx, tanto como para el capita
lismo del siglo xix, William Morris: Selected Writings, p. 17.
65. M. M. H. Abensour, «Les Formes de L'Utopie Socialiste-Communiste», thése pour le Docto-
rat d’Etat en Science politique, París, I, 1973, esp. cap. 4. Se anuncia su publicación bajo
el título de Utopies et dialectique du socialisme, Payot, París (1977?).
66. Abensour vuelve sobre los escasamente atendidos artículos de Murry, «The Return to
Fundamentáis: Marx and Morris», Adelphi, V, números 1 y 2 (octubre-noviembre 1932);
«Bolshevism and Bradford», Adelphi, IV, n.° 5 (agosto 1932).
67. Véase arriba 693. Yo acepto la crítica de Abensour, pero dejo mi pasaje como está, como
un texto que forma parte de este debate.
68. «How Shall We Live Then?», op. cit., p. 6.
69. «L'utopie se détache du concept pour devenir image, image médiatrice et ouverture á la
vérite du désir» (p. 329).
70. «Sa fonction est de donner libre cours au désir d’interroger, de voir, de savoir, au desire
■ méme» (p. 329).
71. Escribo «comunista utópico» porque rehúso la expresión «marxista utópico» (como
Abensour rechaza la de «utopía científica»), ya que el término «comunista» puede perte
necer a sistemas de valores así como a sistemas teóricos de un modo que ya no es válido
para el término «marxista». Por «comunista» entiendo especialmente aquellos valores
que el mismo Morris atribuyó a la sociedad del futuro.
72. Culture and Society, 1958, pp. 155-156.
73. «Privilégiant une lecture politique, l'interpréte s'expose á minimiser ou á méme passer
sous silence la critique de la politique dans l’oeuvre de William Morris, si fondamentale
qu’elle vise une fin de la politique at que son auteur ne peut étre dit un penseur politique
au sens classique du terme» (Abensour, p. 341).
74. John Goode, «William Morris and the Dream of Revolution», en John Lucas (ed.) Litera-
ture and Politics in the Nineteenth Century (1971).
75. Goode, pp. 222-3 y primera edición de esta obra, 779. En este caso, el juicio propiamente
criticado por Goode como «complaciente» era demasiado piadoso para permitir que se
quedara en esta revisión.
POST SCRÍPTUM DE 1976 '313
76. Pierson, op. cit., p. 274. Es el único lugar donde Pierson permite el término «fusión».
77. Apoyo firmemente el juicio de Goode en cuanto al tema continuo de la alienación en la
obra de Morris, de la juventud a la madurez. Pero desearía que Goode, en común con mu
chos marxistas ingleses, no utilizara «ideología» de manera tan descuidada. Morris no te
nía una «ideología socialista».
78. Soy consciente de que «alienación» es un término que se utiliza en diversos sentidos en
los textos marxistas. Pero este sentido de sensibilidad alienada parece permisible y con
sonante con algunos pasajes de Marx.
79. Goode, p. 260, citando The Moderrt Prince, 1967, p. 69.
80. Hasta mediados de los años de 1880 y después ocasionalmente (por ejemplo, 748) Morris
se refiere a «nuevo entendimiento de la historia» en términos de «evolución» de un tipo
necesario. Mi impresión es que acabó dudando de este evolucionismo después de 1887
(véase, por ejemplo, 427-430). Engels, Bax, Aveling, Hyndman y compañía tenían también
la costumbre de utilizar metáforas evolucionistas (en ocasiones con un paralelismo ex
plícito con el darwinismo); y Goode observa con razón (p. 270) que algunos de los co
mentarios de Engels sobre la escena inglesa muestran un derrotismo «meramente reflexi
vo» fortificado por la energía determinista.
81. Indudablemente nadie se puede acercar al Sigurd, después de este análisis, sin un tipo
nuevo de respeto. El problema es que Goode puede mostrar esta elaboración mítica sólo
desentrañándola y aislándola de la «neblina lingüística» y después ofreciéndola como un
resumen analítico; también ¿cuánto se la había dado ya a Morris en sus materiales?
82. 1880 es la fecha de la primera edición francesa de Del socialismo utópico al socialismo
científico.
83. Harold Laski informaba de que en la depresión posterior a 1929 había encontrado ejem
plares de A Dream of John Ball y Noticias de ninguna parte en la zona de Tyneside (que
Morris visitara en 1887) «en muchas de las casas de los mineros» incluso allí donde el mo
biliario había sido vendido. Véase Paul Thompson, William Morris, p. 219.
84. Morris a Roben Thomson, 24 julio 11884], Houghlon Library, Hatvard University, MS,
ENG. 798; Lelters, p. 205.
85. «Feudal England», Signs ofChange ( 1888), pp. 82-83.
86. Commonweal, especial 1 de mayo, 1886.
87. «Communism» (1893).
88. Estas opiniones son lúcidamente discutidas por Alasdair Clayre, Work and Play (1974), en
esp. cap. 6.
89. Morris subrayó detenidamente esta secuencia en «How Shall We Livc Thcn?», op. cit.,
p. 10. Cf. Raymond Williams, op. cit., p. 265; «El razonamiento económico, y la promesa
política, le llegaron desde el marxismo; la rebelión general, en términos más antiguos».
90. «How Shall We Live Thcn?», p. 20.
91. Prefacio de William Morris a Socialism Made Plain (1888), de Frank Fairmen, p. IV. Cf.
otra definición por negación: «Los grandes poderes centrales de los tiempos modernos,
el mercado mundial... con lodo el ingenioso e intrincado sistema que un comercio en bus
ca de beneficios ha construido a su alrededor» debe llegar en su desarrollo a «su contra
dicción, que es intercambio consciente de servicios entre iguales», «How Shall We Live
Then?», p. 16.
92. Prefacio a Signs o f Change (1888). He revisado aquí una discusión muy confusa sobre
conciencia moral y tradición marxista, presente en mi primera edición, pp. 83-85 (no fi
gura en la presente edición) y la he reemplazado por algunas anotaciones presentadas por
primera vez en «The Communism of William Morris», op. cit.
93. Véase la crítica de Morris a algunos socialistas «prácticos»; «piensa enteramente en la
parte conservadora de la naturaleza humana... e ignora la que existe con la misma certe
za, su parte revolucionaria», Commonweal, 18 febrero, 1888.
314 E. P. THOMPSON
94. «How Shall We Live Then?», p. 23. Otra preferencia inequívoca que, naturalmente, Morris
nunca cesó de fomentar como una carencia, fue la necesidad de la expresión artística:
«Pues sin el arte el socialismo sería tan estéril como las otras formas de organización so
cial; no satisfaría las carencias reales y perpetuas de la humanidad», prefacio a Ruskin,
«On the Nature of Gothic» (Kelmscott Press, 1892). Y («How I Became a Socialist»): «Es
propio del arte poner delante del ideal verdadero de una vida plena y razonable, una vida
en la cual la percepción y creación de belleza... será experimentada como algo tan nece
sario al hombre como el pan diario».
95. «How Shall We Live Then?» pp. 23-24. El último comentario fue quizá una broma a la
idea de Bax de que los cambios evolutivos «en el organismo humano» erradicarían «la par
te más cruda de la pasión sexual» (705), pero Morris, con este pretexto, apunta a una iro
nía más general.
96. Letters, p. 236.
97. Véase «Art and Socialism» (1884): «el cambio nos espera, escondido en el pecho de la bar
barie de la civilización: el proletariado».
98. Escribiendo en estos términos, Morris planteaba la alternativa del socialismo o un desas
tre social de un modo que anticipaba la fórmula de «socialismo o barbarie» de Rosa Lu-
xemburg.
99. May Morris, I, p. 148.
REPULSAS
Y RECONCILIACIONES
De «A lien H omage »: E dward T hompson and
R abindranath Tagore *
Nuestro cristianismo era un estigma negativo ... Temo estar demasiado decep
cionado a este respecto. Como individuo inglés me gustaría hacer mi poco de
prayaschitta, si pudiera ...
Estoy volviéndome izquierdista por momentos y me doy cuenta de lo pro
tectora que tiene que parecerle a un indio la casi totalidad de nuestra propa
ganda política, religiosa y educativa ... Comprendo por qué les molestó mi Ta
gore', y me admira lo que me aguantaron en mis tiempos indios. Somos muy
gauche y toscos.1
Me gustaría estar todavía en la India. Cuando estuve allí era muy ignorante,
mal informado y típicamente inglés. Ahora distingo mejor ...2
Su relación parecía ser tan cálida como antes. Pero en 1926 por fin se pu
blicó su principal libro, tras haber circulado entre editores durante tres
años. Conocemos la reacción sumamente adversa de Tagore por su carta a
Rothenstein. En cierto sentido gran parte de este ensayo era un comenta
rio y una defensa.
He de reconocer que en la violenta reacción de Tagore contra el des
tacado estudio encuentro algo todavía inexplicado, porque contrasta con
su tolerancia para con el volumen más delgado y más gaucher. Como he
mos visto, varias de sus críticas eran justas. Otras eran malentendidos;
uno se pregunta cuánto había leído Tagore del libro. Otras parecen re
mitir a viejos agravios que databan del anterior estudio. La cosa es que
Tagore se quejaba a Rothenstein de que el libro insinúa «que yo tengo
antipatía a los ingleses». Thompson no había escrito tal cosa, sino que
había escrito (en su primer libro) de «su aversión a Inglaterra». Maha-
lanobis le había preguntado al respecto en 1921, y Thompson le había
contestado: «El propio Tagore me dijo que la recepción de Gitanjali ha
bía barrido el prejuicio que tenía contra Inglaterra y las cosas inglesas.
Por aquel entonces no presté atención a su declaración».4 Pero C.E An
drews no dejaría en paz el asunto y dijo a Thompson que se trataba de
un malentendido procedente de la «publicación cruelmente desafortuna
da de una carta bengalí estrictamente particular escrita la mismísima
noche del debate en la Cámara de los Lores de “Amritsar". De haber sabi
do que se iba a dar a la prensa la hubiera detenido de inmediato ...»5Lo
que nos dice algo no tanto sobre Tagore como sobre el manejo de la ima
gen de Tagore por Andrew, pues lo escrito por el poeta en una carta par
ticular bengalí podía tener tanta autenticidad como una declaración po
lítica pública. Lo que hizo Thompson en su segundo libro fue citar un
comentario «exasperado» formulado por Tagore en 1921 durante su via
je por Alemania:
Nuestros maestros de escuela modernos son ingleses; que son, de todas las na
ciones occidentales, los menos sensibles a las ideas. Son buenos, honrados y de
fiar, pero tienen un enérgico exceso de ánimo animal que intentan ejercitar en
las carreras de caballos, la caza del zorro, los combates de boxeo, etc., y opo
nen una tenaz resistencia a cualquier contagio de ideas.6
REPULSAS Y RECONCILIACIONES 317
Nos ha gustado mucho ... El libro tenía algunas críticas suaves de Rabindra-
• nath. El supersensible Rabindranath se enfadó mucho ... Recuerdo que Pra-
santachandra [Mahalanobis] estaba bastante molesto, pues había dado a Thomp
son gran parte de sus materiales."’
Después de esto las cartas cruzadas entre Tagore y Thompson fueron hacién
dose cada vez más protocolarias. La corriente de Prabasi y la Modem
Review se puso en contra de Thompson. Hubo un triste momento de frial
dad en 1930, cuando estando Thompson en Estados Unidos el torrente de
críticas americanas mal informadas le indujo a una defensa ambivalente
318 E. P. THOMPSON
De todos modos en Bengala había una puerta que nunca estuvo cerrada.
Y nuestra casa, cerca de Oxford, más de una vez se vio agraciada por las vi
sitas de un estadístico de creciente prestigio —cuya cabeza, aún lo recuerdo
con el temor reverencial del escolar, era demasiado grande para cualquier
sombrero de fabricación inglesa— y de su encantadora y destacada es
posa. Se habían casado poco después de que Thompson dejara la India en
1923, y el propio matrimonio no se libró de las polémicas políticas de Cal
cuta. Nirmalkumari —o «Rani»— era hija del director del City College, y
los esponsales tuvieron lugar en el momento en que el director Maitra es
taba enzarzado en una polémica con los jóvenes reformadores del Brahmo
Samaj sobre la legitimidad de distintas formas de matrimonio. El princi
pal reformador era, desde luego, Mahalanobis, que tomó partido por la le
galidad del matrimonio realizado según los ritos prescritos por la confe
sión brahmo, mientras que Maitra se ajustaba a la práctica del registro
según la ley de 1872. Finalmente el asunto se resolvió casándose la pareja
por los ritos brahmo sin el consentimiento del padre de la novia. Se esta
bleció entonces una fírme amistad familiar entre los Thompson y los Ma
halanobis. «Ya sabes» escribía Thompson en 1929, «os consideramos ami
gos muy queridos»,13y atribuyo tanto a las mujeres como a los hombres el
haber mantenido a flote el barco de la amistad a través de todas las tor
mentas políticas e intelectuales. En 1932 en Calcuta esta puerta estaba abier
ta, y a su vuelta Edward Thompson escribió a Rani:
Tagore ... practica la más absurda exhibición de sus cuadros. Se sienta en una
habitación trasera, ronroneando mientras sorbe la golosina del elogio. Le vi
mos, pero él y yo apenas nos hablábamos. Él me había difamado por toda la In
dia y yo no iba a fingir estar entusiasm ado.16
Cuando Tagore (a quien había gustado mucho The Rise and Fulfilment ofBri-
tish Rule in India de Thompson y Garratt)17 le regaló uno de sus libros en
1934, Thompson se lo agradeció cálidamente «porque parece sugerir que
está usted reconsiderando su creencia de que yo he sido, o incluso tenía
que ser, un enemigo de su pueblo.»18 «Es usted injusto conmigo», replicó
Tagore. «Aunque no esté de acuerdo con todo lo que usted ha dicho o es
crito sobre la India, nunca he puesto en tela de juicio su sinceridad ni su
amor y afecto por nuestro pueblo.»19
Las cosas parecieron mejorar y en 1934 y 1935 siguieron manteniendo
una enérgica correspondencia. Thompson estaba intentando convencer a
Alexander Korda para que filmara uno o dos cuentos de Tagore, y Tagore
pidió a Thompson que revisara la versión inglesa de Gora.20 Amiya Cha-
kravarty fue a Oxford con el encargo de Tagore de consultar a Thompson
sobre la revisión y selección de sus obras completas.21 Thompson se com
prometió a preparar para el Times Literary Supplement un artículo de fondo
que mostraría «el modo en que han funcionado sus influencias en toda su
extensión».22 Pero el entorno de Tagore seguía siendo hipersensible. En
abril de 1935 Thompson escribió a Tagore que la Modem Review
320 E. P. THOMPSON
dad, sino que además sé que uno corre el riesgo de ofender involuntariamente.
Solía creer que si uno hacía las cosas lo mejor posible y era honrado, así como
consciente de las deficiencias de lo que uno ha escrito, casi todo le sería perdo
nado. Pero no es a s í ....
Tiene que decir a Tagore que el artículo de fondo del TLS no era más que una
bandera agitada para llamar la atención del exterior sobre el hecho de que en Ben
gala había buenas inteligencias en funcionamiento. Nada de lo que en el artículo
se decía me pareció que tuviera el menor valor. Pero la intención del gesto era esti
mular a hombres que, tal como está hecho y dispuesto el mundo, tienen que es
cribir sin estímulos procedentes del exterior y con muy pocos de su propio pueblo.
«No creo», añadía, que «los poetas tengan ahora en la India un momento
mucho más propicio que el que tienen aquí». Y «la poesía está acabada en
lo que a Occidente se refiere. Junto a nuestros monstruosos problemas
políticos y económicos, cualquier otra cosa parece irreal».26
Con todo, este malentendido gratuito tuvo un resultado inesperado.
Durante mucho tiempo había sido artículo de fe en el círculo de Tagore
que Thompson no sabía nada sobre literatura bengalí y que apenas enten
día el idioma. En gran medida esto es lo que el propio Tagore daba a en
tender en su escandalosa carta a Rothenstein. El propio Thompson nunca
afirmó ser un competente estudioso del bengalí,27 pero estudiosos cualifi
cados me han dicho que sus observaciones y la correspondencia entre él y
Mahalanobis sugieren talentos mayores de lo que su humildad reconoce.
Siempre hubo voces que llevaban la contraria al artículo de fe. Dineshchan-
dra Sen dio una cualificada certificación de sus traducciones de Ramprasad:
«su amplia visión siempre es acertada y su traducción de las canciones es
literal»; «Creo que actualmente usted es el estudioso de bengalí más sol
vente de entre los europeos.»28Y entonces, como reaccionando a la male
dicencia del entorno inmediato de Tagore, escritores bengalícs más jóvenes
empezaron a escribir a Thompson en su defensa. «En cuanto a Ramanan-
da Chatterjee», escribió Humayun Kabir, «actualmente no cuenta mucho:
la mayoría de la gente sospecha de él».29 Entonces un círculo de poetas
más jóvenes escribió a Thompson para agradecerle su artículo del TLS.
«He de felicitarle por su conocimiento del bengalí, que, francamente, me
ha sorprendido», escribió Buddhadeva Bose:
Lo que ... más nos ha gustado de su artículo ha sido su evidente honradez, que
le ha ayudado a acceder al espíritu de un idioma y una literatura que deben de
serle más ajenos que la inglesa para nosotros.30
Seal rom pió una antigua y profunda amistad debido a mi anterior librito sobre
Tagore. Durante 20 años no tuvimos ninguna relación. Entonces ... repentina
mente Prasanta me condujo a su presencia. El anciano había tenido varios ata
ques, le alim entaban con leche como a un niño y la leche le corría por la barba.
No sabía que yo iba a ir, empezó con un alarido salvaje: «¡Ohhh! ¡Edward
Thompson!» y rom pió a llorar y a sollozar.
«Durante todos estos años ha sido despreciable, desde que dejamos de ser
amigos. "He pensado en usted una y otra vez." ... era lo más parecido que
REPULSAS Y RECONCILIACIONES 323
Notas
29. Humayun Kabir a EJT, 27 mayo 1932, Thompson Papers. Sí bien Kabir envió a EJT una
cortés, razonada pero a mi ver merecidamente severa crítica de ciertos pasajes de A Letter
from India, 1 junio 1932, ibid.
30. B. Bose a EJT, 4 marzo 1936, ífo'd.
31. P. Mitra a EJT, 11 marzo 1936, ibid.
32. S. Datta a EJT, 5 marzo 1936, ibid.
33. EJT a Theodosia, 11 noviembre 1936, ibid.
34. Tagore a EJT, 16 octubre 1935 y 21 octubre 1936, dando «una calurosa bienvenida» a EJT;
«espero que no deje el país hasta que nos haya visto», Thompson Papers; EJT a A.K. Chan
da, 4 noviembre 1936 (Visva-Bharati archives) explicando que no quiso interrumpir la vi
sita de Nehru al poeta. Quizá los Mahalanobis le convencieron para que visitase a Tagore,
pues el 13 de noviembre alquiló un automóvil y condujo hasta Bolpur, EJT a Tagore, 12 no
viembre 1936, ibid. Evidentemente Tagore no estaba allí, pues EJT dejó un fragmento de
diario que dice en la entrada del 13 de noviembre: «farsa de Bolpur».
35. EJT a Theodosia, 5 noviembre 1936, Thompson Papers; EJT a Rothenstein, 12 agosto
1938, Hoghton Library, Harvard.
36. EJT al secretario de Tagore, A.K. Chanda, 4 noviembre 1936, Visva-Bharati archives.
37. EJT a Theodosia, 4 noviembre 1936, Thompson Papers.
38. EJT a A.K. Chanda, 4 noviembre 1936, Visva-Bharati archives.
39. «Report by Edward Thompson» a los Rhodes TVustees, mecanografiado en Thompson Pa
pers, diciembre 1939.
II
Ley y costumbre
EL ENTRAMADO
HEREDITARIO
De A genda para una historia radical *
* Agenda para una historia radical, traducción de Elena Grau y Eva Rodríguez, Crítica, Bar
celona, 2000, pp. 45-86. («The Grid of Inheritance», en Making History: Writings on History
and Culture, The New Press, Nueva York, 1994.)
** Tenencia de tierras que forman parte de un señorío a voluntad del señor de acuerdo con la
costumbre del manor por la posesión de una copia del documento guardado en el tribunal
señorial. (N. de las t.)
330 E. P. THOMPSON
ración a mediados del siglo xvm, período que se acepta generalmente como
el clásico de la rápida decadencia del yeoman. Recordemos que hay que
calcular dos cifras totales diferentes: acres y labradores. No es difícil en
contrar, a comienzos del siglo xvm, señoríos en que el tamaño medio de las
tenencias fuese pequeño, de modo que la cantidad de acres de libre arren
damiento o de tierra no sujeta a rentas señoriales dependientes superaba
con mucho la cantidad de arrendadores o tenemos at will.* El hecho es im
portante, puesto que el historiador económico puede considerar que las
claves del proceso expansivo agrario se encuentran en el sector «libre»,
mientras que el historiador social puede creer que los horizontes psicoló
gicos y las expectativas de la mayoría de la comunidad agraria se encon
traban aún en el sector dependiente.1
Sin intentar una estimación cuantitativa será suficiente, para este co
mentario, subrayar que la supervivencia de la tenencia dependiente hasta
el siglo xvm era muy considerable: en gran cantidad de señoríos particula
res, en tierras de la Iglesia y pertenecientes a los colegios, en tierras de la
corona, zonas de bosque, etc.2 Tengo también la impresión de que a partir
de la década de 1720 hubo cierta renovación de una meticulosa obser
vancia judicial y una considerable actividad en el campo del derecho
consuetudinario. Todo ello no tenía nada que ver con una «reacción» no
localizada o con sentimientos anticuados. La costumbre establecida de los
señoríos era examinada cuidadosamente bajo distintas perspectivas por
intendentes y abogados, cuyos patronos veían la propiedad de modo dife
rente y más comercializable. Donde la costumbre impedía los arrenda
mientos abusivos, los derechos de aprovechamiento «marginales» —made
ra, derechos minerales, piedra, turba y turberas— podían incluso adquirir
mayor importancia para el señor ansioso de aumentar sus ingresos. En ge
neral el progreso agrícola y el aumento de la economía de mercado signifi
caron que los derechos de aprovechamiento establecidos por la costumbre
tenían un equivalente en metálico de más valor que anteriormente, caso de
que pudieran ser extraídos de su contexto sociológico y tenencial.
A pesar de la consolidación legal a finales de los siglos xiv y xv de los
derechos de copyhold, éstos en modo alguno fueron absolutos. Aun cuando
el copyhold pudiera venderse, hipotecarse, legarse en cualquier sentido
(aunque no de acuerdo con la costumbre de todos los señoríos), aún podía
ser confiscado en caso de felonía o de desperdicio, y en ocasiones se con
fiscaba bajo estos términos.3 Las tenencias no aseguradas mediante testa
mento o línea hereditaria de descendencia clara podían, según la costum
* Se refiere a una propiedad tenida por el tiempo que desee el propietario o arrendador, y de la
que el tenente puede ser expulsado en cualquier momento: tenencia «a voluntad». (N. délas t.)
EL ENTRAMADO HEREDITARIO 331
bre del señorío, volver a manos del señor. Donde predominaban las tenen
cias de por vida, por ejemplo parte de la Inglaterra occidental, el siglo xvm
pudo presenciar una mayor inseguridad de las mismas. Estas tenencias
eran copyhold (en el sentido de que se tenían en virtud de una copia del do
cumento judicial), pero siguieron siendo tenencias at will y estando sujetas
a cargas de acceso arbitrarias al comienzo de nuevas vidas.4 Quizá este
tipo de tenencia insegura estaba incrementándose.5 Cuando las cargas
eran verdaderamente arbitrarias podían imponer, de forma efectiva, la in
seguridad de la tenencia: así, en Whiston y Clames (Worcs.) se informó en
1825 de que
los tenentes dependientes han sido copyholders por herencia hasta los últimos
cien años. ... Pero durante muchos años los tenentes han estado sometidos a
cargas a placer del señor; y algunos han dejado que su herencia se transmitiera
por encima de sus cabezas, por faltarles capacidad para pagar tan grandes car
gas como les exigían o para tratar de sus derechos con los señores.4
Por algún motivo, durante mucho tiempo el colegio parece haber actuado sobre
el supuesto de que le estaba prohibido variar las rentas de sus propiedades. No es
posible encontrar una explicación de este supuesto enteramente satisfactoria.
En la medida en que se conoce, no tiene base legal ninguna ...8
Pero sigue adelante para demostrar que los sucesivos tesoreros encon
traron formas de superar sus inhibiciones a partir del primer cuarto del
siglo xvm, y el incremento de los ingresos se obtuvo en primer lugar de
las cargas.9
Los motivos de esta situación se encuentran no tanto en las leyes como
en cierto equilibrio de las relaciones sociales. Desde 1576 (Ley de sir Tho-
mas Smith, bajo Isabel I), las tenencias de la Iglesia y los colegios estaban
normalmente limitadas a tres vidas y veintiún años, generalmente renova
das cada siete años. Sin duda las tenencias eclesiásticas, así como los de
rechos exclusivos reales y señoriales en zonas de bosque, habían sufrido
una gran sacudida durante el interregno. Después de la Restauración, la
Iglesia examinó todas sus tenencias y aumentó considerablemente las car
gas sobre aquellas que fueron confirmadas. Estos tenentes, y sus hijos, sin
duda creyeron haber pagado la seguridad de un copyhold. Su tenencia, sos
tenían, se había
convertido en hereditaria por antigua costumbre, comprada casi a tan alto pre
cio como las tenencias libres, por la confianza depositada en sus señores de que
renovaran las condiciones acostum bradas.10
Pero la seguridad de la tenencia nunca fue sancionada por la ley. Las te
nencias de la Iglesia y los colegios siguieron siendo arrendamientos benefi-
EL ENTRAMADO HEREDITARIO 333
No logro enterarme qué vida sostiene; me han dicho algunos que una anciana
de Suffolke y otros que dos ancianas tienen allí sus vidas. Posiblemente estén
muertas y el asunto encubierto ...u
Es éste un asunto de tan delicada naturaleza que si hubiera una sola sombra
de sospecha quedo imposibilitado para servir para siempre, pues es máxima de
estas gentes el ser muy silenciosos con éstos ... y es virtud entre ellos ser vengati
vos cuando sus intereses se ven atéctados ...
Incluso escribir estas líneas hacía sudar al pobre hombre: «Deseo saber si
mi carta ha llegado a salvo a sus manos; estaré sumido en el dolor hasta
que así se me asegure ...».'5
Cuerpo de tenentes que asisten a un tribunal señorial. El jurado de este tribunal. (N. de las t.)
334 E. P. THOMPSON
Sin duda el juicio es cierto con respecto a las tenencias y los derechos más
sustanciales. Pero, en la medida en que se definieron y garantizaron las
prácticas más importantes, se denegaron las menores. Kerridge (y otros
muchos) se adentran valientemente en una argumentación autoverificable
cuyas premisas son impuestas por las conclusiones. Aquellos usos que fue
ron subsecuentemente sancionados y garantizados como derechos por la
338 E. P. THOMPSON
Lo que tenemos que hacer es más bien tomar la totalidad del contexto con
juntamente: las costumbres de herencia, la realidad de lo que en efecto se
heredaba, el carácter de la economía, los estatutos señoriales o reglamen
tación de los campos, las leyes de pobres. Si en los siglos xv y xvi los hijos
menores heredaban en ocasiones animales o herramientas (pero no la tie
rra), debemos suponer que esperaban cierto acceso a la tierra. Si (como
supongo) en los mismos siglos la reglamentación comunal agraria se apretó,
excluyendo a los que no poseían tierra con ciertos derechos de pastoreo no
reconocidos pero practicados, entonces lo que el «ocupante» heredaba me
joró en el mismo grado en que se degradaba lo que quedaba al hermano
menor. El yeoman se benefició, pero era menos fácil para su hermano arre
glárselas como labrador o artesano con unas cuantas ovejas y una vaca en
el común. Se hace entonces importante la herencia de capital, pues tanto
la tierra como los derechos de pastoreo del común aún pueden arrendarse.
En ciertas zonas, como los bosques, los beneficios marginales pueden
ser lo suficientemente amplios como para proporcionar una subsistencia
de varios tipos a muchos hermanos menores, e incluso a inmigrantes. Esto
se da también en zonas donde los escasos ingresos agrarios pueden com
plementarse desarrollando industrias y oficios domésticos. Estas zonas, po
dría creerse, favorecían las prácticas de herencia partible, prácticas que no
pueden deducirse del registro de la tenencia en un documento legal. Puede
considerarse que el sucesor que recibe la tenencia (según la evidencia del
testamento) actúa como fideicomisario de la viuda31 o de los hijos cuyas
porciones serán divididas «y repartidas por igual».32 Pueden surgir formas
mediante las cuales las vidas existentes33 o con derecho a sucesión34 regis
tradas en el documento son ficticias. Las verdaderas prácticas hereditarias,
como demuestran los testamentos, pueden ser completamente dispares de
la costumbre repetida del señorío; e incluso en el caso de que la costumbre
impusiera específicamente la indivisibilidad de la tenencia, se podía recu
rrir a subterfugios para evitar la costumbre.35
En Windsor Forest durante los primeros años del siglo xvm existe cier
ta evidencia de que se practicaba la herencia partible.36 Percy Hatch, un
yeoman de Winkfield, que poseía unos 70 acres (la mayor parte de libre
arrendamiento), intentó en 1727 beneficiar a sus cuatro hijos y a una hija
casada.37
En este caso (véase tabla), el hijo mayor está claramente favorecido,
aunque los otros hijos recibieron una cantidad de dinero en compensación.
El hijo segundo, a quien se encarga de la dote de su hermana, también está
favorecido, pero entre el segundo, el tercero y el cuarto hay claramente
cierta noción de igualdad. Once acres de tierra mala pueden parecer esca
sos para subsistir, pero Winkfield, una extensa parroquia en el corazón del
EL ENTRAMADO HEREDITARIO 341
Hija* — — La mejor —
cómoda
* La hija estaba casada con un agricultor acomodado. Al segundo hijo correspondía pagar
60 libras al marido. Posiblemente ésta era la dote de ella, pero no está ciato si este débito
era parte o la totalidad de lo acordado.
dejan sus propiedades gravadas con grandes legados monetarios a pagar por
quienes heredan la tierra ... El modelo que se adopta ... es el del poseedor de
grandes propiedades, en el cual, por ejemplo, el cabeza de familia mantiene a
la viuda, hija e hijos menores con los ingresos de la tierra.43
Pero los desembolsos que deben hacer los herederos en ocasiones parecen
poco realistas. Hay que hipotecar o incurrir en deudas para satisfacer los
legados. Es posible que sea exactamente en esta práctica hereditaria don
de haya que buscar el decreto de muerte del yeoman como clase. Intentaba
proyectar hacia el exterior un entramado de legados con los cuales los hi
jos que no heredaban tierras o tenencias pudieran, sin embargo, mantener
el estatus de yeoman. Al hacerlo retiraban un capital que podía servir para
fertilizar su propia tierra. No todo él tenía que salir de la aldea: una par
te se transmitiría, por medio de la parte correspondiente a la hija, a otra
propiedad agrícola; es posible que algunos de los hermanos menores arren
daran la tierra o los derechos de pasto o se dedicaran a alguna artesanía
local. Pero parece que la práctica de imponer legados al heredero (que tie
ne ciertas analogías con el recall francés) podría también haber sido una
forma de desviar el capital del campo a la ciudad.
El intento de obligar al heredero a pagar grandes porciones —quizá
aproximándose a una noción de «repartir a partes iguales»— le llevó no
sólo a endeudarse, sino también a un tipo diferente de deuda vecinal que
se encuentra con frecuencia en la comunidad agraria tradicional. Este pe
queño endeudamiento vecinal era en sí un tipo de «intercambio» que tenía
a menudo dimensiones sociales así como económicas; se intercambiaban
préstamos entre parientes y vecinos, en ocasiones como parte de una reci
procidad de servicios. La nueva hipoteca arrastraba al hombre de pocos
medios a un mercado monetario más extenso y más despiadado, comple
tamente ajeno a su conocimiento. Un propietario señorial enterado que
deseara recuperar alguna tenencia podía sacar provecho de esta misma si
tuación concediendo y terminando hipotecas sobre sus propios copyholds:
por estos medios llegó el St. Johns de Dogmersfield a perder una aldea en
los años posteriores al South Sea Bubble y a convertir gran parte de la mis
ma en un coto de ciervos.44 En este caso, parte de los tenentes parecen ha
ber recurrido a incendiar premeditadamente, disparar sobre el ganado y
derribar árboles. Pero, hasta donde puede saberse, fueron víctimas no de
una expropiación forzada sino de un proceso económico «justo», de bue
nos abogados y de la deuda creada por el Bubble.
El viejo entramado comunal había sido consumido por la ley y el di
nero mucho antes del cerramiento: el cerramiento de campos en el si
glo xviii registró el final más que el auge de este proceso. Las tenencias
344 E. P. THOMPSON
* Entrega de la mejor bestia viva o res muerta de un tenente muerto debida por costumbre le
gal al señor del cual arrendaba la tierra. (N. de las t.)
EL ENTRAMADO HEREDITARIO 345
Y añade Blake a esta insinuación de la misma lógica que hizo caer al yeo-
man:
And he who make his law a curse
By his own law shall surely die.**
* Es así tu tierno amor familiar / Tli cruel orgullo patriarcal / que protege tan sólo a tu fami
lia, / y destruye el mundo circundante.
** Y el que de una maldición hace su ley / Por su misma ley es seguro que muera.
*** Free bench: la propiedad en tierras de copyhold que la esposa, desposada virgen, reci
be después de la muerte de su marido a modo de viudedad, de acuerdo con las leyes
del señorío. (N. de las t.)
346 E. P. THOMPSON
siglo xviii, un intendente del St. John's entró en una larga e inconclusa ne
gociación con una tenente enfurecedora, cuyas evasivas la dejaban siem
pre en posesión de todas las cuestiones que se debatían: «Prefiero —es
cribió— negociar con tres hombres que con una mujer».47
El entramado establecido permitía en efecto la presencia de la mujer,
aunque generalmente —pero necesariamente— a condición de viudez o
soltería. Hubo siempre la idea —constante en el siglo xviii— de que la con
tinuidad de la tenencia familiar se consiguiera por línea masculina. El free
bench se otorgaba casi siempre a condición de que no se volviera a casar,
y también de llevar una vida casta; prohibición procedente no tanto del pu
ritanismo como del temor a la influencia de otros hijos o a la malversación
de la propiedad que podía realizar el padrastro. Cuando la viuda no perdía
la tenencia en segundas nupcias, hay a veces indicios de que el señor, su in
tendente o el homage tenían cierto tipo de responsabilidades paternales de
salvaguardar los derechos de los hijos. En 1635 un clérigo hizo una peti
ción al St. John’s en favor de los hijos de William Haddlesen. En este caso,
el padre había legado su contrato de arrendamiento a los hijos, que no
eran aún mayores de edad, y la viuda de Haddlesen
Here I am,
Riding upon a Black Ram,
Like a Whore as I am;
And for my Crincum Crancum,
EL ENTRAMADO HEREDITARIO 347
* Aquí estoy / a lomos de un camero negro / como la puta que soy; / y por mi crincum cran-
cum, / he perdido mi bincum bancum', / y por el juego de mi cola / me veo en este desho
nor mundano, / buen señor intendente, devuélvame mis tierras por lo tanto.
** Por culpa de mi culo recibo este dolor, / por ello, dadme otra vez mis tierras, señor.
348 E. P. THOMPSON
* Surrender: renunciar a una propiedad en favor del que la tiene en reversión o remanen
te; especialmente, renunciar a una propiedad en copyhold en favor del señor del manor.
(N. de las t.)
350 E. P. THOMPSON
Sin duda esto ocurría en alguna ocasión;68 pero como observación general
sobre el valor o las funciones del free bench el juicio es impropio. Es in
cluso posible que habituarse a esta activa presencia femenina en zonas
de fuerte ocupación dependiente y de yeoman sirviera para modificar los
papeles sexuales y las costumbres de herencia de forma más general, in
cluso fuera del sector dependiente.6” Cuando he comparado los testamen
tos de yeomen y mercaderes de Berkshire con las costumbres de las parro
quias de Berkshire en los años 1720 y 1730 no he observado indicio alguno
en los primeros de parcialidad en contra de los parientes femeninos,711y en
alguna ocasión cierta parcialidad en el sentido opuesto.71 Cuando en 1721
el reverendo Thomas Power, párroco de Easthampstead (Berks.), intentó
persuadir a su recalcitrante esposa de que firmara la cesión de ciertos ca
seríos colgándola de la ventana por una pierna y amenazándola con cortar
la cuerda, lejos de conseguir el aplauso de la vecindad fue víctima por par
te de ciertos galanes de la localidad de música escabrosa y de una ejecu
ción fingida.72 Pero esto es sin duda otro ejemplo de práctica «relajada y
vergonzante».
También las tierras de libre arrendamiento podían por supuesto ser
transmitidas a mujeres; y en electo, se transmitían a viudas, hermanas, hi
jas y nietas. Pero si admitimos que entre 1660 y 1760 hubo un serio des
censo en el número de yeomen, tanto libres como copyholders, se seguiría
que también habría un descenso equivalente a la electiva presencia feme
nina en el panorama agrario. En los casos en que las tierras salían de te
nencia dependiente y se arrendaban otra vez ai will (a voluntad), se arren
darían a hombres. Una tenencia ai will no conllevaba la herencia de
viudas: como máximo se permitía como un favor. Así se perdía la segu
ridad del entramada de la costumbre; y si el yeoman estaba a corta dis
tancia de su decadencia secular, la yeowoman ya había sido informada de
su desaparición.
Como última cuestión deseo volver a la diferencia entre la herencia fa
miliar y la herencia de seguridad, estatus o poder de un grupo social, casta
o clase. La primera depende generalmente de la segunda. Tenemos las prác
ticas hereditarias particulares de las familias, y el entramado, formado por
el derecho, la costumbre y las expectativas, sobre el que operan estas prác
ticas. Y estos entramados difieren enormemente de un grupo social a otro.
Lo que se está efectuando es la elaboración de reglas y prácticas mediante
352 E. P. THOMPSON
* ¿Y si mis descendientes perdieran la flor / Por natural declive del alma, / Por el mucho ocu
parse de la hora fugaz / Por demasiado juego, o boda con un simple? / Que esta ornada es
calera y esta torre cabal / Se conviertan en ruina sin techumbre donde el búho / Construya
en la resquebrajada piedra y grite / Su desolación al cielo desolado. (N. de las t.)
354 E. P. THOMPSON
* El Primum Mobile que nos ideó / Hizo que incluso el búho en círculos volara ... (N. de las t.)
EL ENTRAMADO HEREDITARIO 355
Notas
yo», se refiere a tenentes del Deán y del Cabildo de la catedral de Worcester que fueron
forzados, a principios del siglo xvn, a aceptar arrendamientos por años en lugar de copy-
holds hereditarios; Kerridge, op. cit., p. 83.
8. H. F. Howard, An Account o f the Finances o f St. John's College, Cambridge, 1511-1926,
Cambridge, 1935, p. 47.
9. Véase también R. F. Scott, Notes from the Records o f St. John’s, Cambridge, Segunda Serie,
XIV (1899-1906), el cual calcula que la carga usual de «renuncias» y renovaciones en el si
glo xvn era un año de renta bruta o ampliada: esto aumentó a lo largo del siglo xvm a uno
y cuarto, uno y medio, y después a dos años. Véase también W. S. Powell, en Eagle, St.
John’s College, XX, n.° 115 (marzo de 1898). Hacia el siglo xix la carga era generalmente
el 2,6 del valor bruto de los arrendamientos; St. John’s College, Cambridge, Calendario de
Archivos, cajón 100 (70): declaración del tesorero mayor en Audit para 1893. Estoy en
deuda con el master y los feílows del St. John’s por haberme permitido consultar su calen
dario y archivos, y con el bibliotecario y el archivero por su ayuda.
10. Anón., Reasons for a Law to oblige Spiritual Persons and Badies Politick to Renew their
Leases for Customary and Reasonable Fines, Londres, s. f. (c. 1736).
11. O así se presenta en Whigs and Hunters (Londres, 1975), cap. 4, passim. La Iglesia parece
haber introducido nuevas tablas para la estimación de las cargas, calculadas de acuerdo
con el interés de la inversión de capital, la edad de la vida vigente, el número de años pasa
dos desde la última renovación, etc., en algún momento entre 1715 y 1720. La reglamenta
ción exigía el valor de la renta ampliada de un año y medio para la renovación de los arren
damientos de veintiún años, y así en proporción para años más o menos completos; y en
arrendamientos vitalicios se insistirá en el valor de dos años por cada vida completa, y
donde dos son nulas en proporción, o (preferiblemente) la conversión de un arrendamien
to de tres vidas en uno de veintiún años. Estas tablas, conocidas como «las Tablas de sir
Isaac Newton», crearon un gran resentimiento entre los tenentes: aumentaban las cargas,
sustituían la negociación personal y flexible con un standard uniforme racionalizado y so
bre todo desestimaban la pretensión de los tenentes de haberse establecido hace mucho
tiempo en tenencias que eran en efecto «de costumbre», hereditarias y sujetas (como los
copyholds) a una carga definida. Véase St. John’s College, Calendario de Archivos, cajón
109 (38): «Reglas acordadas por la iglesia de Canterbury en su Audit 1720, según las tablas
de sir I. Newton, permitiendo así a sus tenentes un 9 por 100 que ya les parece favor sufi
ciente»; también C. Trimnell a W. Wake, 4 de julio de 1720, Christ Church College Library,
Oxford, Arch. Wake Epist. XXI. Para el caso de los tenentes (algunos de los cuales tenían
propiedades extensas), Reasons for a Law, cit. supra, nota 10; «Everard Fleetwood» (Samuel
Burroughs), An Enquiry into the Customary-Estates and Tenant-Rights o f those who hold
Lands o f Church and other Foundations, Londres, 1731. Para el caso de Iglesia y colegios,
véase entre otros, Anón., Tables for Renewing and Purchasing ofCathedral Churches and Co-
lleges, Londres, 1731.
12. John Aldridge, 27 de octubre de 1726, St. John’s College, Calendario de Archivos, cajón
109 (185). Para otras protestas por la subida de las cargas, todas de 1725, véase ibid., ca
jón 109 (80), (84), (92), (99).
13. Esto fue reconocido por los propios defensores del colegio. Así, por ejemplo, Tables for Re
newing..., p. 55, aceptó que los arrendamientos «por un considerable período de años», y ra
zonablemente renovables, eran convenientes para ambas partes «porque los hombres de
letras y los cuerpos coiporativos no pueden administrar sus posesiones tan bien como per
sonas laicas o solas, si las mantienen en sus propias manos o las arriendan a rentas abusi
vas», especialmente cuando estas propiedades eran distantes. En tales circunstancias un
buen tenente podía ser tan favorecido como si actuara como intendente del colegio: así, Mr.
John Barber fue registrado como tenente del manor de Broomhall en Sunninghill (Berks.)
en 1719; estuvo en posesión mucho tiempo, y cuando hubo una gran tala de árboles en el
EL ENTRAMADO HEREDITARIO 357
manor en 1766 se decidió que «si la venta de la madera satisface nuestras expectativas [nos
proponemos] hacerle un regalo de 50 guineas por el cuidado que ha tenido de ella». La ven
ta excedió las expectativas y el regalo de Barber se incrementó a 100 libras; Archivos de St.
John’s College, «Oíd Dividend and Fine Book», p. 66; Conclusión Book, I, pp. 176-178.
14. Howard, Finances o f St. John ’s College, pp. 71 -72.
15. Rev. T. Longland al tesorero mayor, 27 de noviembre de 1683, St. John’s College, Calenda
rio de Archivos, cajón 86 (62).
16. Joan Lingard (una tenente de Staveley) al master, ibid., cajón 94 (25). El colegio tenía cier
tas propiedades provenientes de regalos o compras en las que se aplicaba el copyhold
(más que los arrendamientos benelicial).
17. Robert Pain al master, 26 de octubre de 1630, ibid,, cajón 94 (52). El tenente en cuestión
tenia tierras en Paxlon Magna (Munts.).
18. Georgc Davies, 3 de julio de 1725, ibid., cajón 109 (96), en relación con unos cuantos te
nentes de Marfleet (Yorks.): «Soy de la opinión que será mejor para el colegio no renovar
sino tomar las posesiones, al expirar, en sus propias manos».
19. El colegio no llegó finalmente a la decisión de terminar con el sistema de arrendamientos
bene/icial hasta 1851. Los miembros sufrieron la pérdida de ingresos de las cargas en el
decenio de 1850, pero se beneficiaron considerablemente del aumento de los ingresos pol
las rentas señoriales o económicas a punir de mediados de lu década de 1860; «Statement
of the Sénior Bursar al Audit for 1893», ibid., cajón 100 (70).
20. John Bluckburnc u Charles llead, 27 de agosto de 1700, ibid., cajón 94 (284). Este manor
había llegado a manos del colegio como regalo de 1a duquesa de Somcrsct; Howard, Fi
nances oj St. Johns Colicué, pp. 98-99.
21. Véase mi VWt/g.s and llunters, /uissim.
22. Así, se decía que los firmantes de una petición contra el cerramiento de campos del
común en llooknortorf en 1773 eran «los más pequeños propietarios que tienen aho
ra la oportunidad de cometer transgresiones en las propiedades de sus vecinos con
sus ovejas, lo cual no puede evitarse totalmente en un campo tun grande»; R. Bignall,
10 de enero de 1773, Hodleiun l.ibrary, MS Oxford, Arehd., Papéis, Berks, h. 5.
23. Kerridge, Adrarían l’rohtcms,.., p. 93.
24. 6 Co. Rep. 59/b. Como observara lord liversley, debemos tener cuidado para lio confundir
una decisión legal de significado general con la adopción general en la práctica: «Mien
tras que ... un común permanecía abierto y sin cerramiento, la decisión del caso Gate-
ward no afectaba prácticamente a la posición de los habituóles ... |los cualesl continua
ron ejerciendo el aprovechamiento acostumbrado de turberas, madera o pastos»; lord
Eversley, Common, Fon‘st and Footpaths, ed. rev,, Londres, 1910, pp. 10-12.
25. Para un caso no excepcional, véanse las costumbres ulirmadas en el manor de Warfield en
el Windsor Forest durante la confección de la relación de 1735; todo «tenente y habitan
te» tiene derecho común de pastos en todos los comunes v baldíos para todo tipo de
bestia «tanto sin límite de número, como sin restricción de estación o época del año».
También se reclamaron derechos a sacar limo y areiui (cortar matorral, helécho y tojo
«sin permiso, licencia o molestia alguna»). Sólo la parte de esta pretensión que se en
cuentra entre paréntesis recibió objeción del intendente como innovación con respecto a
los viejos libras de relaciones; Berkshire Rec. Olí, D/BN M 73/1. Para las prácticas en la
generalidad del área, véase Whins and llunters, pp. 32, 239-240.
26. En los pobres terrenos del Windsor Forest (incluido en el Blackheath Country) y del
New Forest dominubu el labrador familiar, «en gran medida en agricultura de subsis
tencia en una tierra que trabajadores y caballeros propietarios consideran inútil para
sus propósitos»; E. Kerridge, The Farmers of Oíd England, Londress, 1973, p. 81. En el
caso del Forest of Dean, los Mineros Libres fueron muy afortunados de que sus anti
guos usos no fueran cuestionados por la ley en el siglo xvm, puesto que casi con se
358 E. P. THOMPSON
guridad habrían sido anulados, según el espíritu del caso Gateward; Lord Eversley,
op. cit., pp. 178-179.
27. Correspondencia del Deán y Cabildo de Ely con Warren, 2 Atk. 189:190.
28. Correspondencia Selby-Robinson, 2 T.R. 759.
29. Es cierto que el derecho estaba controlado y regulado (como todos los derechos del co
mún) y a menudo limitado a categorías particulares de personas; los más jóvenes, los an
cianos, los decrépitos, etc.; W. O. Ault, Open-Field Farming in Medieval England, Londres,
1972, pp. 29-32. Ault parece poner en cuestión a Blackstone por aceptar que el espigueo
fuera un derecho de «los pobres» por «el derecho común y la costumbre de Inglaterra»;
Commentaries, 1772, III, p. 212. Pero no habría preocupado a Blackstone de haberse en
terado de que no hay referencia a este derecho en los estatutos del siglo xm, «ni hay una
sola mención de los pobres como practicantes del espigueo». La costumbre no se basaba
en orígenes supuestos, sino que quedaba fijada en el derecho común mediante cuatro
criterios: antigüedad, continuidad, certidumbre y razón, y «las costumbres deben cons
truirse de acuerdo con su comprensión vulgar, pues las costumbres crecen, y son alimen
tadas y criadas entre gentes laicas»; S. C. [S. Cárter], Lex Custumaria: Or a Treatise o f
Copy-Hold Estafes, Londres, 1701, pp. 27-29. Según estos criterios, el espigueo de los po
bres tenía mayor antigüedad, igual continuidad, certeza y racionalidad que la mayoría de
las tenencias dependientes «de costumbre».
30. Blackstone, op. cit., I, sección 1.
31. La forma puede observarse en el manor de Barrington-in-Thriplow: Benjamín Wedd es
admitido (11 de noviembre de 1756) de acuerdo con el uso del testamento de su sue
gro muerto; en el testamento es encargado de pagar una anualidad de 60 libras a su
suegra; St. John’s College, Calendario de Archivos, cajón 99 (214). Tales prácticas esta
ban, desde luego, muy extendidas.
32. La forma puede observarse en el testamento de William Cooke de East Hendred (Berks.),
probat. 7 de septiembre de 1728, que dejó dos hijos y dos hijas. Después de pequeños le
gados monetarios, el remanente de su posesión fue dejado a sus hermanos Thomas y Ed-
mund Cooke, como fideicomisarios para dividirlo todo entre todos sus hijos «a partes
iguales». Las vidas de sus hermanos «están en la copia del documento judicial por el cual
tengo mi copyhold», pero los hermanos están obligados a dedicar todas las rentas y be
neficios a los usos mencionados y a distribuirlos entre los hijos «a partes iguales»; Bod-
leian Library, MS Wills Berks. 20, p. 48.
33. Esta forma se utilizaba especialmente en los copyholds vitalicios, con dos o tres vidas vi
gentes, otras en reversión: una o más de las vidas existentes se insertaban como fideico
misos de los tenentes reales, como seguridad de que la tenencia pasara a sus herederos;
en alguna ocasión el tenente real, que pagaba las cargas de acceso, ni siquiera aparecía en el
documento legal; véase R. B. Fisher, op. cit., pp. 15-16.
34. La forma puede observarse en el testamento de Timothy Lyford de Drayton (Berks.) pro
bat. 5 de diciembre de 1725: «Mientras que mi hija Elizabeth Cowdrey es la primera re
versión mencionada en mi propiedad de copyhold de Sutton Cortney, mi voluntad es que
el dicho copyhold vuelva a manos del señor del manor para realizar una cierta obligación
acordada al propósito para que mi hija Jane, esposa de John Chear, sea admitida como te
nente desde ese momento y para su vida y tantas otras vidas como pueda acordar»; Bod-
leian Library, MS Will Berks. 19, p. 239.
35. Como en Knaresborough, donde «era posible ... que un hombre con más de un hijo hicie
ra provisiones para los hijos menores transfiriendo el título de parte de su tierra a éstos
durante su vida, recibiendo a cambio un interés vitalicio»; A History o f Harrogate and
Knaresboroug, ed. Bemard Jennings, Huddersfieid, 1970, pp. 80, 178-179.
36. Cuando digo «cierta evidencia», quiero decir que cierta evidencia ha llegado hasta mis
manos mientras trabajaba en otras cuestiones. Puede haber (o no haber) una gran canti-
EL ENTRAMADO HEREDITARIO 359
dad de evidencia. La impresión que estas páginas ofrecen no pretende sustituir una in
vestigación sistemática que no he llevado a cabo.
37. Bodleian Library, MS Wills Berks. 19, pp. 338-339.
38. La hija de Percy Hatch estaba casada con William Lyford. Éste podfa ser el mismo Wi-
lliam Lyford que fue presentado en el tribunal de Windsor Forest Swanimote en 1717 por
staffherding ovejas en el bosque; PRO, LR, 3.3.« Staffherding» (acompañar a las ovejas al bos
que con un pastor) constituía un delito, pues asustaba a los ciervos y lograba asi los me
jores pastos para las ovejas; si se les dejaba competir libremente, los ciervos imponían su
propia prioridad.
39. Reverendo Will Waterson, Memorándum Book, I, Ranelagh School, Bracknell, Berks.
40. Véase Whigs and Hunters, parte I, passint. Winkfield era el epicentro del «Blacking» del bos
que en la década de 1720.
41. J. A. Johnston, «The Probate Inventories and Wills of Worcestershirc Parish, 1676-1775»,
Midland History, I, n.° 1 (primavera de 1971), pp. 20-33. El autor aprecia que todos los
agricultores «mostraban inclinación a conservar sus posesiones intactas, dejando todas
sus tierras al hijo mayor»; también «favorecían a sus parientes masculinos ajenos a la fa
milia inmediata». Ningún otro grupo social mostraba tal rigidez de costumbres ni insis
tencia en lo primogenitura: de 87 terratenientes, 36 dejaron su tierra intacta a un solo he
redero, y los restantes 51 dejuron su tierra a 122 nuevos propietarios. La parroquia en
cuestión (Powick) está u sólo dos millas de Worccstcr: tierra rica con posibilidades de ex
plotación de lácteos, frutulcs y algo de cria caballar. Posiblemente éste fucta otro tipo de
régimen en el cual era viable la herencia partible.
42. Bernard Jcnnings me informa de que, en un extenso señorío de Wakciicld, lu piáctica de
la herencia partible se continuó de forma unáloga a la de Knaresborough (supra, nota 4 1).
Sus investigaciones, con la colaboración de clases extramuros, han demostrado que exis
te una coincidencia entra esta práctica y la densidad de telaras en distintos distritos del
West Riding: es decir, donde las tenencias eran demasiado pequeñas para proporcionar la
subsistencia, esto se convirtió en un incentivo para el desarrollo de lu industriu doméstica
(Itiludo y tejido), en prim er lugar como ingresos suplementarios. Esperamos con intciés
lu pttbllcución de estos hulluzgos.
43. M. K. Asltby, The Cltanging linglish Village: A History ofBledinglon, Kincton, 1974, pp. 162-
164, 194-195.
44. Véusc Whigs and Hunters, pp. 106-108.
45. Ihid., pp. 125-133, y «Anieles uguinst lleron» y lu respucstu de lleron (llunts. Rcc. Olí.).
Lu respucstu de lleron se lumentu de que «en Wullhum Court, sin previo aviso, el hijo de
lu viuda fue Introducido en la sula donde ccnóbumos (con ciertos clérigos y extraños, co
nocidos por el Sr. Kcrby, todos desconocidos pura mi) pura desudarme públicamente por
apropiación indebida». Esa confrontación l'uc ideadu por Kcrby, el intendente y rival de
lleron.
46. Intento dar vulidez a cstus generalizaciones en «Common Righl and Enclosura», Customs
in Common.
47. St. John's Collcgc, Culendurio de Archivos, cajón 109 (16). Pero la señora Alien, que habla
sobrevivido a dos maridos y habla rechuzudo las deudas de ambos —«unu mujer muy lis
ta c Interesada»—, puede ser utlpicu y puede ofrecer evidencia a favor de la opinión de Le
Roy Luduríc: puesto que resulta hubcr sido unu «descuradu francesa», y «una francesa irres
ponsable con respecto a todo el mundo»; ibid., cajón 198 (7), (13), (14).
48. El reverendo Richard Perrot ul Colegio, pidiendo en nombre de un tenente dependiente
de Marfleet (Yorks.), 2 de febrero de 1635; ibid., telón 94 (289). El tribunal señorial de
Farnham también tuvo un cuidudo excepcional en la vigilancia de los intereses de los
huérfanos. «Es un punto principal en el tribunal de este señorío y que debe recordarse» que,
si un tenente dejaba un huérfano menor de edad, «entonces el pariente más próximo y
360 E. P. THOMPSON
más lejano de sus tierras tendrá la tutoría y será guardián de este heredero hasta que llegue
a la edad de 14 años», cuando puede ya elegir su propio tenente para trabajar la tierra. El tu
tor pagará los gastos y educación del menor, y rendirá cuentas al mismo por el resto. Pero si
la persona asignada para tutor «es inepta por defecto de naturaleza o de otro origen», en
tonces el tribunal, con consentimiento del homage, podía nombrar otro tutor. Por «pariente
más próximo y más lejano de sus tierras» yo entiendo el pariente más próximo que no estu
viera al mismo tiempo en la línea directa de herencia: por ejemplo, un tío o una tía por parte
de la madre; Farnham Custom Roll, 1707, Dean and Chapter Archives, Winchester Cathedral
Library. Comparar con la costumbre del cercano Woking: «Si un tenente copyholder murie--
ra siendo su heredero menor de edad, la custodia del cuerpo y la tierra de este heredero será
encomendada por el señor al pariente más cercano del heredero al cual no pueda pasar la
tierra, siendo el mismo persona capacitada...»; Watkins, op. cit., II, p. 559.
49. De la obra de Thomas Blount, Fragmenta Antiquitatis; Or Antient Tenares o f Land, and Jo-
cular Customs o f Some Manors, ed. de Josiah Beckwith, York, 1784, pp. 265-266. Una cos
tumbre similar se decía que había existido en Tor (Devon).
50. En Balsall (Warwks.) la costumbre presentada en 1657 incluía esta salvedad: «Si un here
dero femenino, con posesión de copyhold, por falta de gracia cometiera fornicación o
quedara embarazada, no perdía la propiedad, pero debía aparecer ante el tribunal del
señor» y «pagar una multa de cinco chelines»; si una viuda cometiera fornicación o adul
terio «pierde su propiedad para toda su vida, hasta que acuerde con el señor una multa
que se la devuelva»; Watkins, op. cit., II, p. 576. Es dudoso que estas costumbres fueran o
no efectivas en el siglo xvm, de no ser en ocasiones extraordinarias; sin embargo, en 1809
lord Ellenborough, C. J. se pronunció a favor del demandante, expulsando así a una viu
da de su tenencia (tenente de lord Lonsdale en Westmorland) que había roto con la cos
tumbre de tenencia durante «su casta viudez» teniendo un hijo; pero un testigo sólo pudo
citar un único caso precedente en el señorío en los sesenta años anteriores (en 1753), y en
aquel caso la viuda había muerto antes de que se tratara el caso; correspondencia William
Askew-Agnes Askew, 10 East. 520.
51. S & B. Webb, The Manorand the Borough, Londres, 1908, p. 11.
52. Un excelente ejemplo de esto se encuentra en las costumbres de Farnham de 1707. Exis
tía aquí un fuerte cuerpo de tenentes que prosperaban mediante el cultivo de lúpulo y exi
gían la seguridad de la tenencia de servicio, pero que sufrían por la inseguridad de ser un
señorío eclesiástico (del obispo de Winchester). El homage sabía las costumbres con ex
cepcional detalle y precisión debido a las continuas disputas con sucesivos obispos y sus
agentes: «Cada nuevo señor trae consigo un nuevo procurador que para su ganancia per
sonal rompe la costumbre y a menudo la destruye...». Mrs. Elfrida Manning del Farnham
Museum Society ha descubierto recientemente una relación de costumbres (Custumal) de
Farnham casi idéntico de la década de 1670.
53. Los bienes de viudedad en el derecho consuetudinario eran definidos como una porción,
y la costumbre de que la esposa había de recibir la totalidad como free bench es contraria
a la máxima del derecho consuetudinario: pero la costumbre de cada señorío se daba por
buena y pasaba por encima de la ley consuetudinaria; S. Cárter, op. cit., p. 34. Así consta
en un libro de texto de 1701. En la década de 1790 los términos free bench y bienes de viu
dedad (dower) eran usados a menudo indiscriminadamente, aunque diferían: «El free
bench es la herencia de una mujer viuda en tierras adquiridas en propiedad por el difunto
marido pero no durante el tiempo en que hubieran estado unidos en matrimonio, mien
tras que los bienes de viudedad son la herencia por la viuda de todas las tierras adquiridas
por el marido mientras estuvo en vigor el vínculo matrimonial»; R. B. Fisher, op. cit.,
p. 26; cit. 2 Atk. 525.
54. Relación y costumbres de Waltham St. Lawrence, noviembre de 1735, Berks. Rec. Off.
D/ENM82/A/1.
EL ENTRAMADO HEREDITARIO 361
55. Testamento de Richard Simmons, probat. 21 de abril de 1721, Bodleian Library, MS Wills
Berks. 19, p. 100.
56. Testamento de Thomas Punter, probat. 21 de abril de 1721, ibid, p. 97. Pero las costum
bres de la zona de bosque cambiaban de parroquia a parroquia: en la vecina parroquia de
Winkfield parece que la viuda podía contraer nuevas nupcias y su marido disfrutar de su
propiedad por derecho de ella durante su vida, aunque sujeto a provisiones restrictivas
contra el desperdicio; Rev. Will Waterson, Memorándum Book, pp. 362, 365; Escuela de
Ranelagh, Bracknell, Berks.
57. He excluido de esta «muestra» algunas costumbres que evidentemente se remontan a
los primeros años del siglo xvn o antes, pero otras pudieron perfectamente resultar ob
soletas.
58. Watkins, op. cit., II, pp. 477-576. El norte y el norte de los Midlands están muy poco re
presentados en esta colección.
59. Ibid., II, pp. 501-502.
60. Ibid., II, p. 498.
61. Ibid., II, pp. 552-553.
62. Ibid., II, p. 575.
63. Farnham Custom Roll, 1707, Biblioteca de la Catedral de Winchester,
64. Esta última disposición es citada por Watkins, op. cit., 1, p. 552, e indica una cierta modi
ficación y clarificación con respecto a las costumbres de 1707.
65. Farnham Custom Roll, 1707, loe. cit.
66. El efecto del free bench en el fortalecimiento de la presencia femenina en la comunidad
agraria de la sociedad medieval tardía es analizado por Rodnc.v Millón, The lin^lisli Pea-
santry in the Later Middle Ages, Londres, 1975, cap. VI, esp. pp. 98-101. Mochos de sus
comentarios son apropiados quizá para los distritos que en el siglo xvm mantenían una
tradición de ocupación «de costumbre» por parte de los yeomeie. pam un ejemplo de te
nencia femenina fuerte, véase Matthew Imber, The Cune, or un Abstraet of lite Custom of
the Manar of Mardon in the Parish ofllursley, Londres, 1707; en este señorío de llnmpshi-
re, cuyas costumbres eran las municipales inglesas, más del 20 por 100 (11 de 52) de los
copyholders eran mujeres.
67. Kcrridge, op. cit., p. 83.
68. Según la costumbre de Berkeley (Glos.) «el matrimonio in extremis no proporciona free
bench»-, Watkins, op. cit., II, p. 479.
69. En la parroquia de Winkfield, el duque de Ranelagh fundó una escuela de caridad para
40 niños pobres. El reverendo Will Waterson, rector de Winkfield, fue también maestro de
la escuela durante más de treinta años. Admitía en ella a las hijas así como a los hijos
de los «pobres» de la parroquia, pero obseivabu: «Es muy deseable que las muchachas no
lleguen a aprender nada que no sea requisito para un criado corriente, y que sean emplea
das en hilar y hacer su propia ropa y la de los muchachos ... El trabajo refinado ... sólo
sirve para hincharlas de arrogancia y vanidad, y para hacerles despreciar y rechazar los
lugares para los cuales dehen principalmente prepárame». Pero Waterson, que escribía
hacia el final de su vida, había llegado a sentirse desilusionado y a la defensiva frente a la
acusación de que «las escuelas de caridad son criaderos de rebelión, y descalifican a los
chicos pobres para las tareas del campo ... para las cuales están más solicitados». Para
los muchachos también observaba: «El ar ado debe proporcionarles su trabajo, o no harán
nada»; pero él parece haber ofrecido concienzudamente a los chicos de ambos sexos una
instrucción elemental en letras y números; Waterson MS, Reading Rcf. Lib. BOR/D. Las
partes citadas fueron quizá escritas a principios de la década de 1740.
70. Entre los testamentos de yeomen y labradores de Ber kshire de esta época se encuentra
con frecuencia evidencia de cierta atención a los intereses de los herederos femeninos. Así
Robert Dee de Winkfield, yeoman (probat. 10 de abril de 1730), dejó dos parcelas de tie
362 E. P. THOMPSON
rra, una de 16 acres y medio y la otra 2 acres y medio: la parcela mayor se legó a su nieto,
juntamente con casa y muebles, la más pequeña a su nieta, pero (en compensación) el
nieto debía recibir también 100 libras, y la nieta 200. Entre tenentes libres, mercaderes,
etc., existe cierta evidencia de costumbres igualitarias de herencia; así Joseph Collier (pro-
bat. 12 de julio de 1737), un yeoman de Reading que poseía ciertas heredades y molinos:
todos fueron legados a su hermano como fideicomiso para vender y distribuir «a partes
iguales» entre seis hijos (cuatro hijas —todas casadas— y dos hijos); en el caso de Mary
Maynard (probat. 20 de mayo de 1736), viuda de un carretero de Reading —negocio que
ella había continuado—, la propiedad debía ser valorada y distribuida «a partes iguales»
entre seis hijos (tres de cada sexo) al alcanzar cada uno de ellos la edad de veintiún años:
los dos hijos mayores (un hijo y una hija) debían actuar como albaceas, pero la hija perdía
su función al casarse; Bodleian Library, MS Wills Berks. 20, p. 117; 21, p. 113, p. 72 verso.
71. Así el testamento de William Towsey, yeoman, de Letcombe Regis, probat. 22 de agosto de
1722, dejando a su hija Ann Hawks 50 libras «para su propio e independiente uso y dis
posición totalmente exentas del poder y la intervención de su marido Thomas Hawks no
obstante la condición de casamiento entre él y mi hija»; ibid., 19, pp. 150-151.
72. Véase Whigs and Hunters, pp. 71-72. Si, como yo creo, la señora Power había nacido Ann
Ticknor, entonces tenía más de 80 acres así como graneros, huertos, casas, etc., en el bos
que, de mancomún con su hermana: la tenencia de mancomún con derechos exclusivos
de sucesión explica que la tierra no pudiera recaer sobre el reverendo Power como conse
cuencia de su ambicioso matrimonio. (Los yeomen eran perfectamente capaces de utilizar
los medios de tenencia de mancomún con derecho sucesorio y el fideicomiso para sal
vaguardar los derechos de sus hijas.) Es reconfortante observar que la señora Power
soportó los azares de su matrimonio y murió «sin cometer un solo acto para afectar» su
propiedad; extracto del título de Aaron Maynard a cuatro solares en Wokingham, Berks.
Rec. Off. D/ER E 12.
73. Para un estudio de herencia ocupacional artesana, véase William H. Sewell, Jr., «Social
Change and the Rise of Working-Class Politics in Nineteenth-Century Marseilles», Past
and Present, n.° 65 (noviembre de 1974).
74. Raymond Williams, The Country and the City, Londres, 1973, pp. 40-41.
LA ECONOMÍA «MORAL»
DE LA MULTITUD EN LA
INGLATERRA DEL SIGLO XVIII
De C ostumbres en común *
Quien esconde ¡os granos será maldito de los pueblos; mas la ben
dición descenderá sobre la cabeza de los que lo sacan al mercado.
I
emos sido prevenidos, en los últimos años —por George Rudé en
H tre otros—, contra el uso impreciso del término «populacho». Qui
siera en este capítulo extender la advertencia al término «motín», espe
cialmente en lo que atañe a los motines de subsistencias en la Inglaterra
del siglo x v iii .
Esta simple palabra de cinco letras puede ocultar algo susceptible de
describirse como una visión espasmódica de la historia popular. De acuer
do con esta apreciación, rara vez puede considerarse al pueblo como agen
te histórico con anterioridad a la Revolución francesa. Antes de este periodo
la chusma se introduce, de manera ocasional y espasmódica, en la trama
histórica, en épocas de disturbios sociales repentinos. Estas irrupciones
son compulsivas, más que autoconscientes o autoactivadas; son simples
respuestas a estímulos económicos. Es suficiente mencionar una mala co
secha o una disminución en el comercio, para que todas las exigencias de
una explicación histórica queden satisfechas.
Desgraciadamente, aun entre aquellos pocos historiadores ingleses que
han contribuido a nuestro conocimiento de estos movimientos populares,
se cuentan varios partidarios de la imagen espasmódica.
II
Así como hablamos del nexo del dinero en efectivo surgido de la Revolución
industrial, existe un sentido en el que podemos hablar del nexo del pan en el
siglo xvm. El conflicto entre tradicionalismo y la nueva economía política
pasó a depender de las leyes de cereales. El conflicto económico de clases
en la Inglaterra del siglo xix encontró su expresión característica en el pro
blema de los salarios; en la Inglaterra del siglo xvm la gente trabajadora
era incitada a la acción más perentoriamente por el alza de los precios.
Esta conciencia de consumidor altamente sensible coexistió con la
gran era de mejoras agrícolas del cinturón cerealista del este y del sur. Los
años que llevaron a la agricultura inglesa a una nueva cima en cuanto a ca
lidad están jalonados de motines —o, como los contemporáneos a veces los
describen, de «insurrecciones» o «levantamientos de los pobres»—: 1709,
1740, 1756-1757, 1766-1767, 1773, 1782, y, sobre todo, 1795 y 1800-1801.
Esta industria capitalista boyante flotaba sobre un mercado irascible, que
podía en cualquier momento desatarse en bandas de merodeadores, que re
corrían el campo con cachiporras o irrumpían en la plaza del mercado para
«fijar el precio» de las provisiones a un nivel popular. Las fortunas de las
clases capitalistas más fuertes descansaban, en último término, sobre la ven
ta de cereales, carne, lana; y los dos primeros artículos debían ser vendidos,
LA ECONOMÍA «MORAL» DE LA MULTITUD EN LA INGLATERRA DEL SIGLO XVIII 367
* Regulación o «Reglamento sobre el precio del pan», de acuerdo con el precio del grano.
(A/, de las t.)
368 E. P. THOMPSON
han usado en general solamente pan de cebada. El resto, que suman quizá al
rededor de un tercio de los artesanos pobres, y otros, con familias más peque
ñas (diciendo que ellos no podían obtener más que pan) han comido, como
antes de la escasez, solamente pan de panadería hecho de trigo llamado de se
gunda.17
... en cuanto a los trabajadores pobres que apenas tienen otro sustento que el
pan y que por la costumbre del vecindario siempre han comido pan hecho so
lamente con trigo; entre ellos, no he impuesto ni expresado el deseo de que
consumiesen pan de mezcla, por miedo a que no estén suficientemente alimen
tados para poder con su trabajo.
Los pocos trabajadores que habían probado pan hecho de mezclas, «se en
contraron débiles, febriles e incapaces para trabajar con un cierto grado de
vigor».18 Cuando, en diciembre de 1800, el gobierno presentó un decreto
(popularmente conocido como el Decreto del Pan Negro o «Decreto del Ve
neno») que prohibía a los molineros elaborar otra harina que no fuera de
trigo integral, la respuesta popular fue inmediata. En Horsham (Sussex),
LA ECONOMÍA «MORAL» DE LA MULTITUD EN LA INGLATERRA DEL SIGLO XVIII 369
Los mercados semanales ... están extremadamente bien regulados para evitar
el acaparam iento y el regateo. Sólo a la gente del pueblo se le permite comprar
a prim era hora, de las ocho a las nueve de la mañana, a las nueve pueden com
p rar los demás; pero ninguna mercancía sin vender puede retirarse del merca
do hasta la una en punto, exceptuando el pescado ...23
com prando y vendiendo en los corrales y en las puertas de sus graneros, de tal
m anera que ahora los pobres habitantes no podemos conseguir una molien
da en proporción razonable a nuestro dinero, lo cual es una gran calamidad.29
Él mismo m andó com prar una arroba de trigo al mercado, y aunque había allí
m uchas cargas, y era inm ediatam ente después de haber sonado la cam pana
del m ercado, dondequiera que su agente solicitase, la respuesta era «Está
vendido», De forma que, aunque ... para evitar el castigo de la ley, lo traen al
mercado, el negocio se hace antes, y el mercado es sólo una farsa ...33
otro lugar».37 Pero después de 1760, los mercados tuvieron tan poca fun
ción en la mayor parte de las tierras del sur y en las Midlands que, en di
chos distritos, las quejas contra la venta por muestreo son menos frecuen
tes, a pesar de que, a finales de siglo, se protestaba todavía el hecho de que
los pobres no pudiesen comprar pequeñas cantidades.38 En algunos luga
res del norte el asunto era distinto. Una petición de los trabajadores de Leeds
en 1795 se queja de «los agentes de cereales y molineros y un grupo de gen
te que nosotros llamamos regatones y los harineros que tienen el grano en
sus manos de manera que pueden retenerlo y venderlo al precio que quie
ran, o no venderlo». «Los agricultores no llevan más grano al mercado que
el que llevan en sus bolsillos como muestra ... lo cual hace quejarse mucho
a los pobres.»39 Tanto fue el tiempo que tardó en abrirse camino y resol
verse un proceso, que muy a menudo se documenta ya cien años antes.
Se ha seguido este ejemplo para ilustrar la densidad y particularidad
del detalle, la variedad de las costumbres locales y el rumbo que el resenti
miento popular podía tomar cuando cambiaban las viejas prácticas de
mercado. La misma densidad, la misma diversidad, existe en el área de co
mercialización, escasamente definida. El modelo paternalista se desmoro
naba, por supuesto, en muchos otros puntos. El Assi/.e of Bread, si bien
fue efectivo para controlar las ganancias de los panaderos, se limitaba a re
flejar el precio en curso del trigo o la harina y no podía de ninguna manera
influir sobre los precios en sí. Los molineros eran ahora, en Hertlordshire
y el valle del Támesis, empresarios acaudalados, y a veces comerciantes de
grano o malta, así como grandes fabricantes de harina.40 Fuera de los dis
tritos cerealistas principales, los mercados urbanos no podían en modo al
guno ser abastecidos sin las operaciones de agentes cuyas actividades hu
bieran quedado anuladas de haberse impuesto estrictamente la legislación
contra los acaparadores.
¿Hasta qué punto reconocieron las autoridades que su modelo se ale
jaba de la realidad? La respuesta varía según las autoridades implicadas
y en el transcurso del siglo. Pero se puede dar una respuesta general: ios pa
ternalistas, en su práctica normal, aceptaban en gran parte el cambio, pero
volvían a este modelo en cuanto surgía alguna situación de emergencia.
En esto eran, en cierta medida, prisioneros del pueblo, que adoptaba par
tes del modelo como su derecho y patrimonio. Existe incluso la impresión
de que, en realidad, se acogía bien esta ambigüedad. En distritos levan
tiscos, en época de escasez, daba a los magistrados cierta capacidad de
maniobra, y prestaba cierta aprobación a sus intentos de reducir los pre
cios empleando la persuasión. Cuando el Consejo Privado autorizó (como
sucedió en 1709, 1740, 1756 y 1766) la emisión de proclamas en letra góti
ca ilegible amenazando con terribles castigos a acaparadores, buhoneros,
3 74 E. P. THOMPSON
III
Pocas victorias intelectuales han sido más arrolladoras que la que los ex
ponentes de la nueva economía política obtuvieron en materia de regu
lación del comercio interno de cereales. A ciertos historiadores esta vic
toria les parece, en efecto, tan absoluta, que difícilmente pueden ocultar
su malestar con respecto al partido derrotado.43 Se puede considerar,
por comodidad, que el modelo de la nueva economía política es el de
Adam Smith, a pesar de que se pueda ver La riqueza de las naciones, no
sólo como punto de partida, sino también como una gran terminal cen
tral en la que convergen, a mediados del siglo xvm, muchas líneas im
portantes de discusión (algunas de ellas, como la lúcida obra de Charles
Smith, Tracts on the com trade, 1758-1759, apuntaban específicamente a
demoler las viejas regulaciones paternalistas del mercado). El debate
producido entre 1767 y 1772, que culminó con la revocación de la legis
lación contra el acaparamiento, señaló una victoria, en esta área, del
laissez faire, cuatro años antes de que se publicara la obra de Adam
Smith.
LA ECONOMÍA «MORAL» DE LA MULTITUD EN LA INGLATERRA DEL SIGLO XVIII 375
cias serían consumidas en los nueve primeros meses del año, y en los tres
meses restantes la escasez se convertiría en auténtica hambre.
Las únicas vías por las que se podía romper esta economía autorre-
gulable eran las entrometidas interferencias del Estado y del prejuicio
popular.49 Había que dejar fluir libremente el cereal desde las áreas de su
perabundancia a las zonas de escasez. Por lo tanto, el intermediario repre
sentaba un papel necesario, productivo y loable. Los prejuicios contra los
acaparadores fueron rechazados tajantemente por Smith como supersti
ciones equiparables a la brujería. La interferencia con el modelo natural
de comercio podía producir hambres locales o desalentar a los agricul
tores en el aumento de su producción. Si se obligaba a ventas prematuras
o se restringían los precios en épocas de escasez, podrían consumirse con
exceso las existencias. Si los agricultores retenían su grano mucho tiempo,
saldrían probablemente perjudicados al caer los precios. La misma lógica
puede aplicarse a los demás culpables a ojos del pueblo: molineros, ha
rineros, comerciantes y panaderos. Sus comercios respectivos eran com
petitivos. Como mucho, sólo podían distorsionar el nivel natural de los
precios en períodos cortos, y a menudo para su propio perjuicio en última
instancia. A finales de siglo, cuando los precios comenzaron a dispararse,
el remedio se buscó, no en una vuelta a la regulación del comercio, sino en
mejoras tales como el incremento de los cercamientos y el cultivo de terre
nos baldíos.
No debería ser necesario discutir que el modelo de una economía na
tural y autorregulable, que labora providencialmente para el bien de todos,
es una superstición del mismo orden que las teorías que sustentaba el mo
delo paternalista; a pesar de que, curiosamente, es ésta una superstición
que algunos historiadores de la economía han sido los últimos en abando
nar. En ciertos aspectos, el modelo de Stmith se adapta mejor a las reali
dades del siglo xviii que el paternalista, y era superior en simetría y enver
gadura de construcción intelectual. Pero no deberíamos pasar por alto el
aparente aire de validez empírica que tiene el modelo. Mientras que el pri
mero invoca una norma moral —lo que deben ser las obligaciones recí
procas de los hombres—, el segundo parece decir: «éste es el modo en que
las cosas actúan, o actuarían si el Estado no interfiriese». Y sin embargo, si
se consideran esas partes de La riqueza de las naciones, impresionan menos
como ensayo de investigación empírica que como un soberbio ensayo de
lógica válido en sí mismo.
Cuando consideramos la organización real del comercio de cereales en
el siglo x v iii no disponemos de verificación empírica para ninguno de los
dos modelos. Ha habido poca investigación detallada sobre la comerciali
zación;50ningún estudio importante de una figura clave: el molinero.51 Aun
LA ECONOMÍA «MORAL.» DE LA MULTITUD EN LA INGLATERRA DEL SIGLO XVIII 377
la primera letra del alfabeto de Smith —el supuesto de que los precios al
tos eran una forma efectiva de racionamiento— sigue siendo una mera
afirmación. Es notorio que la demanda de grano, o pan, es muy poco flexi
ble. Cuando el pan es caro, los pobres —como le recordaron a un observador
de alta posición— no se pasan a los pasteles. Según algunos observadores,
cuando los precios subían los trabajadores podían comer la misma cantidad
de pan, pero era porque eliminaban otros productos de su presupuesto;
podían incluso comer más pan para compensar la pérdida de otros artícu
los. De un chelín, en un año normal, seis peniques se destinarían a pan, seis
a «carne de mala calidad y muchos productos de huerta»; pero en un año
de precios altos, todo el chelín se gastaría en pan.52
De cualquier manera, es bien sabido que los movimientos de los precios
del grano no pueden ser explicados por simples mecanismos de precio, de
oferta y demanda; y la prima pagada para alentar a la exportación cerea
lista distorsionaba aún más las cosas. Junto con el aire y el agua, el gra
no era un artículo de primera necesidad, extraordinariamente sensible a
cualquier deficiencia en el abastecimiento. En 1796 Arthur Young calcu
ló que el déficit total de la cosecha de trigo fue inferior al 25 por 100;
pero el precio subió un 81 por 100; proporcionando, por tanto, según sus
cálculos, a la comunidad agrícola un beneficio de 20 millones de libras
más que en un año normal.51 Los escritores tradicionalistas se lamenta
ban de que los agricultores y comerciantes actuaban por la fuerza del
«monopolio»; su punto de vista fue rebatido, en un escrito tras otro,
como «demasiado absurdo para ser tratado seriamente: ¡vamos!, ¡más de
doscientas mil personas...!».54 El asunto a tratar, sin embargo, no era si
este agricultor o aquel comerciante podía actuar como un «monopolis
ta», sino si los intereses de producción y de comercio en su conjunto eran
capaces, en una larga y continuada sucesión de circunstancias favora
bles, de aprovechar su dominio sobre un artículo de primera necesidad
y elevar el precio para el consumidor, de igual manera que las naciones de
sarrolladas e industrializadas de hoy han podido aumentar el precio de cier
tos artículos m anufacturados con destino a las naciones menos desa
rrolladas.
Al avanzar el siglo, los procedimientos de mercado se volvieron menos
claros, pues el grano pasaba a través de una red más compleja de interme
diarios. Los agricultores ya no vendían en un mercado competitivo y libre
(que en un sentido local y regional constituía la meta del modelo paterna
lista y no la del modelo del laissez-faire), sino a comerciantes o molineros
que estaban en mejor situación para retener las existencias y mantener al
tos los precios en el mercado. En las últimas décadas del siglo, al crecer la
población, el consumo presionó continuamente sobre la producción y
378 E. P. THOMPSON
Yo compré Centeno hace Doce Meses a cincuenta chelines la arroba. Podría ha
berlo vendido a 122 chelines la arroba. Los pobres consiguieron su h ari
na, buen centeno, a 2 chelines 6 peniques el celemín. La Parroquia me pagó la
diferencia que fue 1 chelín 9 peniques por celemín. Fue una bendición para los
pobres y bueno para mí. Compré 320 arrobas.60
IV
Si se pueden reconstruir modelos alternativos claros tras la política de tra-
dicionalistas y economistas políticos, ¿podría hacerse lo mismo con la eco
nomía «moral» de la multitud? Esto es menos sencillo. Nos enfrentamos
con un complejo de análisis racional, prejuicio y modelos tradicionales de
respuesta a la escasez. Tampoco es posible, en un momento dado, identifi
car claramente a los grupos que respaldaban las teorías de la multitud. És
tos abarcan realidades articuladas e inarticuladas e incluyen hombres con
educación y elocuencia. Después de 1750, todo año de escasez fue acom
pañado de un torrente de escritos y cartas a la prensa de valor desigual. Era
una queja común a todos los protagonistas del libre comercio de granos la
de que la gentry ilusa agregaba combustible a las llamas del descontento del
populacho.
Hay cierta verdad en esto. La multitud dedujo su sentimiento de legiti
midad, en realidad, del modelo paternalista. A muchos gentleman aún les
molestaban los intermediarios, a quienes consideraban como intrusos. Allí
donde los señores de los manors conservaban todavía derechos de mercado,
se sentían molestos por la pérdida (a través de la venta por muestreo, etc.)
de tales impuestos. Si eran agricultores propietarios, que presenciaban
cómo se vendía la harina o la carne a precios desproporcionadamente al
tos en relación a lo que ellos recibían de los tratantes, les molestaban aún
más las ganancias de estos vulgares comerciantes. El autor del ensayo de
1718 nos presenta un título que es un resumen de su tema: Un ensayo para
demostrar que los Regatones, Monopolistas, Acaparadores, Trajinaros e In
termediarios de grano, Ganado y otros bienes comerciales... son Destructores
del Comercio, Opresores de los Pobres y un Perjuicio Común para el Reino en
General. Todos los comerciantes (a menos que fueran simples boyeros o ca
rreteros que transportasen provisiones de un sitio a otro) le parecen a este
escritor, que no deja de ser observador, «un grupo de hombre viles y perni
ciosos», y, en los clásicos términos de condena que los campesinos arrai
gados a la tierra adoptan con respeto al burgués, dice:
380 E. P. T H O M P S O N
son una clase de gente vagabunda ... llevan todas sus pertenencias consigo, y
sus ... existencias no pasan de ser un simple traje de montar, un buen caballo,
una lista de ferias y mercados, y una cantidad prodigiosa de desvergüenza. Tie
nen la m arca de Caín, y como él vagan de un lugar a otro, llevando a cabo unas
transacciones no autorizadas entre el comerciante bien intencionado y el ho
nesto consumidor.61
se publican en todos los periódicos y están pegadas en todos los rincones por
orden de los jueces, para intim idar a los monopolistas, contra los cuales se pro
pagan muchos rumores. Se enseña al pueblo a abrigar una muy alta opinión y
un respeto hacia estas leyes ...
* Órgano informativo de los tribunales llamados Quarter Sessions. (N. de las t.)
LA ECONOMÍA «MORAL» DE LA MULTITUD EN LA INGLATERRA DEL SIGLO XVIII 381
culpables afectaban los procesos del juez por el estilo literario de una car
ta anónima que recibió:
el Populacho, sabiendo que él iba a cruzar cargado con grano, le dijo que no
debería p asar por la Ciudad, porque era un Canalla, y un Traficante de grano, y
algunos gritaron: Tiradle piedras, Otros Tiradlo del caballo, otros Golpeadlo,
y aseguraos de que le habéis dado; que é l ... les preguntó qué les hacía sublevarse
de ese m odo inhum ano para el perjuicio de ellos y del país, pero ellos seguían
gritando que era un Canalla y que iba a llevarse el grano a Francia ...70
Algunas personas han ido muy lejos en la exportación de grano ... Setecien
tos u ochocientos m ineros del estaño se unieron, y prim ero ofrecieron a los
agentes de grano diez y siete chelines por veinticuatro galones de trigo, pero
como les dijeran que no les darían nada, ellos inm ediatam ente rom pieron y
abrieron las puertas de la bodega y se llevaron todo lo que había allí sin di
nero ni precio.72
Los depósitos ... en peligro por los mineros am otinados no son propiedad de
ningún m onopolizados sino de un num eroso cuerpo de traficantes de queso,
y absolutam ente necesarios para la recepción del queso, para transportarlo a
Hull, y que desde allí se flete para Londres.80
LA ECONOMÍA «MORAL»» DE LA MULTITUD EN LA INGLATERRA DEL SIGLO XVIII 385
Caballeros de la Corporación yo les ruego pongan fin a esta práctica que se uti
lizan Rook y otros trajinantes en nuestros Mercados al darles la Libertad de
Entrometerse en el Mercado en todo de tal manera que los Habitantes no pue
den com prar un solo Artículo sin ir a parar para ello al Comerciante y Pagar
precios Extorsionantes que ellos creen apropiados y aun avasallar a la Gente
como sí esta no mereciera ser tenida en consideración. Pero pronto les llegará
su Fin, tan pronto como los Soldados hayan salido de la ciudad.
El Parlamento para nuestro alivio para ayudamos a m orir de ham bre va a re
ducir nuestras Medidas y Pesos al Nivel más bajo. Somos alrededor de Diez mil
personas conjuradas y listas en todo momento. Y queremos que toméis las Ar
mas y Chafarotes y juréis ser fieles los unos a los otros ... No tenemos más que
una Vida que Perder y no vamos a m orir de hambre ,..86
Caballeros todo lo que deseo es que toméis esto como una advertencia a todos
vosotros para que dejéis los pequeños bushels y toméis la antigua medida nueva
mente porque si no lo hacéis habrá una gran compañía que quemará la medida
pequeña cuando vosotros estéis en la cama y dormidos y vuestros graneros y al
miares y a vosotros tam bién con ellos ...87
Aun así, las nociones aritméticas del pobre podían no haber sido tan erró
neas. Los cambios en las medidas, como los cambios en la moneda deci
mal, tendían por arte de magia a desfavorecer al consumidor.
Si los pobres compraban (a fines de siglo) menos cantidad de grano en
el mercado público, esto indicaba también el ascenso hacia una condición
de mayor importancia del molinero. El molinero ocupó, durante muchos si
glos, un lugar en el folclore popular tan pronto envidiable como lo contra
rio. Por un lado, se le consideraba un libertino fabulosamente afortunado,
cuyas proezas se perpetúan aún quizá en el sentido vernáculo de la palabra
«moler». Quizá lo adecuado del molino de pueblo, oculto en un lugar apar
tado del río, al cual las mujeres y doncellas del pueblo traían su grano para
molerlo; quizá también su poder sobre los medios de subsistencia; quizá su
condición social en el pueblo, que le convertía en un buen partido; todo
pudo haber contribuido a la leyenda:
* A brisk young lass so brisk and gay / She went unto the mil one day ... / There's a peck of
com all for to grind / 1 can but stay a little time // Come sit you down my sweet pretty dear
388 E. P. THOMPSON
Por otro lado, la reputación del molinero era menos envidiable. «¡Amar!»,
exclama Nellie Dean en Cumbres borrascosas: «¡Amar! ¿Oyó alguien al
guna vez cosa parecida? Podía también hablar de amar al molinero que
viene una vez al año a comprar nuestro grano». Si creemos todo lo que se
ha escrito sobre él en estos años, la historia del molinero ha cambiado poco
desde el «Cuento de Reeves», de Chaucer. Pero mientras que al peque
ño molinero rural se le acusaba de costumbres típicamente medievales
—recipientes excesivamente grandes para recolectar el impuesto en espe
cie, harina oculta en las cajas de las piedras, etc.—, a su duplicado, el mo
linero más importante, se le acusaba de agregar nuevos y mucho más osa
dos desfalcos:
/ 1 cannot grind your com I fear / My stones is high and my water low / 1 cannot grind for
the mili won’t go. // Then she sat down all on a sack / They talked of this and they talked of
that / They talked of love, of love proved kind / She soon found out the mili would grind ...
* For ther-bifom he stal but curteisly, /But now he was a thief outrageously.
LA ECONOMÍA «MORAL.. PE LA MULTITUD EN LA INGLATERRA DEL SIGLO XVIII 389
Sin embargo, estos molineros eran, por supuesto, la gentecilla del si
glo x v iii . Los grandes molineros del valle del Támesis y de las grandes ciu
dades respondían a un tipo diferente de empresarios que comerciaban am
pliamente en harina y malta. A los molineros no les afectaba la Tasa del
Pan (Assize of Bread), y podían hacer repercutir inmediatamente sobre el
consumidor cualquier alza en el precio del grano. Inglaterra tenía también,
en el siglo x v iii, sus banalités menos conocidas, incluyendo esos vestigios ex
traordinarios, los molinos con derechos señoriales, que ejercían un monopo
lio absoluto en el molino de grano (y venta de harina) en centros fabriles
importantes, entre ellos Manchester, Bradford y Leeds.93 En la mayoría de
los casos, los feudatarios que poseían los derechos señoriales por la utiliza
ción del molino los vendían o arrendaban a especuladores privados. Más
tormentosa aún fue la historia de los Molinos-Escuela en Manchester, cu
yos derechos señoriales eran destinados a dotación caritativa para mante
ner la escuela secundaria. Dos arrendatarios de estos derechos, poco po
pulares, inspiraron en 1737 los versos del doctor Byrom:
* Bone and Skin, two millers thin, / Would starve the town, or ncar it; / But be it known, to
Skin and Bone, / That Flesh and Blood can't bear it.
390 E. P. THOMPSON
Puede parecer a primera vista muy curioso que tanto los comerciantes
como los molineros continuaran figurando entre los objetivos de los moti
nes de fines de siglo, cuando en muchos puntos de las Midlands y del Sur
(y seguramente en áreas urbanas) la clase obrera se había acostumbrado a
comprar pan en las panaderías, más que grano o harina en los mercados.
No sabemos lo bastante para hacer un gráfico del cambio con exactitud, y
seguramente se siguió cociendo el pan en las casas en gran medida.96 Pero
aun donde el cambio fue completo, no se debe subestimar la complejidad
de la situación ni los objetivos de la multitud. Hubo, por supuesto, muchí
simos pequeños motines frente a las panaderías, y muchas veces la multitud
«fijaba el precio» del pan. Pero el panadero (cuyo trabajo en tiempos de
precios altos puede haber sido muy poco envidiable) era el único que, en
tre todos los que bregaban con las necesidades de la gente (terratenientes,
agricultores, arrieros y molineros), se hallaba en contacto diario con el
consumidor, y se encontraba más protegido que cualquiera de los demás
por la visible insignia del paternalismo. El Assize of Bread limitó clara y
públicamente sus beneficios legítimos (tendiendo también de este modo a
dejar el comercio de panadería en manos de numerosos pequeños comer
ciantes con poco capital) protegiéndolos así, hasta cierto punto, de la có
lera popular. Incluso Charles Smith, el hábil exponente del libre comer
cio, pensaba que la continuación del Assize era oportuna: «En Pueblos y
Ciudades grandes siempre será necesario establecer el Assize, para con
vencer al pueblo de que el precio que exigen los Panaderos no es más que
lo que creen razonable los magistrados».97
El efecto psicológico del Assize fue, por ello, considerable. El panade
ro no podía tener esperanza de aumentar sus beneficios por encima de la
cantidad calculada en el Assize más que con pequeñas estratagemas, al
gunas de las cuales —como el pan de peso escaso, adulteración, mezcla de
harinas baratas y dañadas— estaban sujetas a rectificaciones legales o a re
cibir represalias instantáneas de la multitud. El panadero, ciertamente, te
nía a veces que atender a sus propias relaciones públicas, incluso hasta el
extremo de tener que poner a la multitud a su favor: cuando Hannah Pain
de Kettering se quejó a los alguaciles sobre la escasez de peso del pan, el
panadero «levantó al populacho contra ella... y dijo que merecía ser azota
da, pues ya había suficientes heces de la sociedad de este tipo».98 Muchas
corporaciones, a lo largo del siglo, hicieron un gran espectáculo de la su
pervisión de pesos y medidas, y del castigo de los transgresores." El «Jus-
tice Overdo» de Ben Jonson estaba todavía ocupado en las calles de Rea-
ding, Conventry o Londres:
LA ECONOMÍA ..MORAL» DE LA MULTITUD EN LA INGLATERRA DEL SIGLO XVIII 391
Alegre, entra en todas las cervecerías y baja a todos los sótanos; mide las tortas
... pesa las hogazas de pan en su dedo corazón ... da las tortas a los pobres, el
pan al hambriento, las natillas a sus niños.
Si no os ocupáis de esto
algunos de vosotros vais a pasarlo mal.
Nuestras almas nos son caras,
de nuestro cuerpo tenemos algún cuidado.
Antes de levantarnos
menos cantidad será suficiente ...
Vosotros que estáis establecidos
mirad de no deshonrur vuestras profesiones ...IIW
fueron ... a una casa de labranza y atentam ente expresaron su deseo de que se
trillara y llevara al mercado el trigo y se vendiera en cinco chelines por bushel,
prometido lo cual y habiéndoles dado algunas provisiones sin solicitarlas, se
m archaron sin la menor violencia u ofensa.
Si seguimos otros pasajes del relato del sheriff podemos encontrar la mayor
parte de las características que presentan estas acciones:
El Viernes pasado, al toque de trom peta, se puso en pie una muchedum bre
compuesta toda ella de la gente más baja, como tejedores, menestrales, labra
dores, aprendices y chicos, etc.
«Se dirigieron a un molino harinero que está cerca del pueblo ... abrieron
los costales de Harina y la repartieron y se la llevaron y destruyeron el gra
no, etc.» Tres días después envió otro informe:
y le preguntaron si era Jefe de Policía; al contestar «sí» Cheer le dijo que debía
acompañarlos a la Cruz y recibir el dinero de tres sacos de harina que habían
tomado de una tal Betty Smith y que venderían a cinco chelines el bushel.
Sería absurdo sugerir que, cuando se abría una brecha tan grande en los mu
ros del respeto, muchos no aprovechasen la oportunidad para llevarse
mercancías sin pagar. Pero existen abundantes testimonios de lo contrario,
y algunos son impresionantes. Está el caso de los encajeros de Honiton
LA ECONOMÍA «MORAL» DE LA MULTITUD EN LA INGLATERRA DEL SIGLO XVIII 397
les molestó tanto que entraron por la fuerza en la easa, y destruyeron todos los
muebles, ventanas, etc., y quitaron parte de las tejas; después reconocieron que
se arrepentían mucho de este acto porque no era el dueño de la casa (que esta
ba fuera) el que habla disparado contra ellos.
¿Pero eran realmente tan ignorantes los pobres? Uno sospecha que, los mo
lineros y comerciantes que estaban ojo avizor con respecto a la gente y
al tiempo procuraban elevar al máximo sus beneficios, conocían mejor
las circunstancias que los poetastros sentados en sus escritorios. Pues
los pobres tenían sus propias fuentes de información. Trabajaban en los
LA ECONOMÍA «MORAL». DE LA MULTITUD EN LA INGLATERRA DEL SIGLO XVIII 399
VI
Las iniciadoras de los motines eran, con frecuencia, las mujeres. Sabemos
que en 1693 una gran cantidad de mujeres se dirigieron al mercado de Nor-
thampton, con «cuchillos escondidos en sus corpiños para forzar la venta
del grano según su propia evaluación». En un motín contra la exportación
en 1737, en Poole (Dorset), se informó que «los Grupos se componen de mu
chas Mujeres, y los Hombres las apoyan, y Juran que si alguien se atreve a
molestar a alguna de las Mujeres en sus Acciones, ellas pueden levantar un
Gran Número de Hombres y destruir tanto Barcos como Cargamentos». El
populacho fue alzado, en Stockton (Furham) en 1740, por una «Señora con
un palo y un cuerno». En Haverfordwcst (Pembroke), en 1795, un anticua
do juez de paz que intentó, con ayuda de un subalterno, luchar con los mi
neros del carbón, se quejó de que «las mujeres incitaban a los Hombres a la
pelea, y eran perfectas furias. Recibí algunos golpes de alguna de ellas so
bre mis Espaldas...». Un periódico de Birmingham describía los motines de
Snow Hill como obra de «una chusma, incitada por furiosas mujeres». En
docenas de casos ocurre lo mismo: las mujeres apedreando a un comercian
te poco popular con sus propias patatas, o combinando astutamente la furia
con el cálculo de que eran algo más inmunes que los hombres a las represa
lias de las autoridades; «las mujeres dijeron a los hombres del vulgo —dijo
el magistrado de Haverfordwest refiriéndose a los soldados— que ellas sabían
que las tenían en sus Corazones y que no les harían ningún daño»."8
Estas mujeres parecen haber pertenecido a una prehistoria de su sexo
anterior a la Caída, y no haber tenido conciencia de que debían haber es
perado unos doscientos años para su liberación. (Southey podía escribir,
como lugar común, en 1807: «Las mujeres están más dispuestas a amotinar
se: tienen menos temor a la ley, en parte por ignorancia, y en parte porque
abusan del privilegio de su sexo, y por consiguiente en todo tumulto públi
co sobresalen en violencia y ferocidad».)"9 Eran también, por supuesto,
400 E. P. THOMPSON
las más involucradas en la compra y venta cara a cara, las más sensibles
a la trascendencia del precio, las más experimentadas en detectar el peso
escaso o la calidad inferior. Es probable que con mucha frecuencia las mu
jeres precipitaran los movimientos espontáneos, pero otros tipos de accio
nes se preparaban con más cuidado. Algunas veces se clavaban carteles en
las puertas de iglesias o posadas. En 1740
Para avisar
A todas las Mujeres domiciliadas en Wakefield que se desea se reúnan en la
Iglesia Nueva ... el próximo Viernes a las Nueve ... para fijar el precio del
trig o ...
Algunas de las personas allí reunidas dijeron que darían Cuarenta Chelines por
el Saco de Harina, y que pagarían eso, y no darían más, y que si eso no era bas
tante, lo tomarían por la fuerza.
El propietario (un yeoman) lo aceptó finalmente: «Si tiene que ser ése el
precio, que lo sea». El procedimiento de forzar la negociación se puede ver
con igual claridad en la declaración de Thomas Smith, un panadero, que
fue a Hadstock (Essex) con pan en sus alforjas (1795). Fue detenido en la
calle de la aldea por un grupo de cuarenta o más mujeres y niños. Una de
las mujeres (esposa de un trabajador) detuvo su caballo
Doctor, aquí vienen los mineros ... yo levanté la vista y vi una gran m ultitud de
hombres, mujeres y niños con porras de roble que bajaban por la calle gritan
do «todos a una, todos a una»,
los mineros explicaron más tarde que habían venido a petición de los po
bres de la ciudad, que no tenían el ánimo necesario para fijar el precio
por su cuenta.122
La composición de la multitud en cuanto a profesiones nos propor
ciona pocas sorpresas. Era (al parecer) bastante representativa de las ocu
paciones de las «clases más bajas» en las zonas de motines. En Witney
(Oxfordshire) encontramos informes contra un tejedor de mantas, un sas
tre, la mujer de un vendedor de bebidas alcohólicas y un criado; en Saffron
Walden (Essex) acusaciones contra dos cabestreros, un zapatero, un al
bañil, un carpintero, un aserrador, un trabajador del estambre y nueve
labradores; en varias aldeas de Devonshire (Sampford Peverell, Burles-
comb, Culmstock) nos encontramos con que se acusa a un hilandero, dos
tejedores, un cardador de lana, un zapatero, un bordador y diez trabaja
dores; en el suceso de Handborough se habló en una información de un
carpintero, un cantero, un aserrador y siete labradores.123 Había menos
acusaciones en relación a la supuesta instigación por parte de personas
con una posición superior en la vida de las que Rudé y otros han obser
vado en Francia,124 a pesar de que se sugería con frecuencia que los tra
bajadores eran alentados por sus superiores a adoptar un tono hostil ha
cia agricultores e intermediarios. Un observador del suroeste sostenía en
1801 que los motines estaban
VII
con una Espada Desnuda apuntando al pecho de mi Nuera ... Tienen muchas
Armas de Fuego, Picas y Espadas. Cinco de ellos con Picas declaran que cua
tro son suficientes para llevar mis Cuatro Cuartos y el otro mi cabeza en triunfo
con e llo s...
en nombre de Dios ... que se lleven de este lugar la sección del Regimiento de
Lord Landaff o si no el Asesinato será forzosamente la consecuencia, pues un
grupo de Villanos como éste no ha entrado nunca en este pueblo.
El motín era una calamidad. El «orden» que podía seguir tras el motín po
día ser una calamidad aún mayor. De aquí la ansiedad de las autoridades
por anticiparse al suceso o abortarlo con rapidez en sus primeras fases, por
medio de su presencia personal, por exhortaciones y concesiones. En una
carta de 1773 el alcalde de Penryn, sitiado por iracundos mineros del estaño,
escribe que el pueblo fue visitado por trescientos
de aquellos bandidos, con los cuales nos vimos forzados a parlam entar y llegar
a un acuerdo por el cual les permitimos que obtuvieran el grano a un tercio me
nos de lo que había costado a los propietarios.
A las once cabalgué a Nuneaton ... y, con las personas principales del pueblo,
me entrevisté con los mineros y el populacho de Bedworth que vinieron vocife
rando y arm ados con palos, pidieron lo que querían, prom etí satisfacer todas
sus peticiones razonables si se apaciguaban y tiraban sus palos lo cual hicieron
todos en el prado; después fui con ellos a todas las casas en que creían se había
acaparado y permití a 5 o 6 entrar para registrar y persuadir a los dueños de ven
der el queso que se encontrase ...
Yo he enviado orden a mis arrendatarios p ara que cada uno lleve cierta can
tidad de grano al m ercado los sábados com o único medio de prevenir mayo
res daños.
que se organizara una suscripción para reunir dinero para comprar Pan que
será distribuido entre los Pobres ... a un precio que se fijará muy por debajo del
precio actual del Pan ...
* Sistema de ayuda a los pobres adoptado en 1975 por los magistrados del Berkshire y que se
mantuvo en gran parte de Inglaterra incluso hasta principios del siglo xix. (N. de las t.)
408 E. P. THOMPSON
Puesto que los motines son una Cosa muy nueva en Sherbome ... y puesto que
las Parroquias vecinas parecían estar a punto de participar en este Deporte
pensé que no había Tiempo que perder, y que era conveniente aplastar este Mal
de Raíz, para lo cual tomamos las siguientes Medidas.
Habiendo convocado una Reunión en el Hospicio, se acordó que el señor
Jeffrey y yo hiciéramos un Informe de todas las Familias del Pueblo más nece
sitadas, hecho esto, reunimos alrededor de 100 libras por Suscripciones y, an
tes del Siguiente Día de Mercado, nuestro Juez de Paz y otros habitantes prin
cipales hicieron una Procesión a través de todo el Pueblo y publicaron por
medio del Pregonero del Pueblo el siguiente Aviso:
«Que se entregará a las Familias Pobres de este Pueblo una Cantidad de
Trigo suficiente para su M antenimiento todas las Semanas hasta la Cosecha al
Precio de 8 chelines por bushel y que si cualquier persona después de este avi
so público utiliza cualquier expresión am enazadora o cometiera cualquier
motín o Desorden en este Pueblo será el culpable condenado a Prisión en el
acto».
John Toogood, escribiendo este relato para guía de sus hijos, concluía con
el consejo:
Derry downm
Sí, Derry down y ¡tra-lará-lará! Sin embargo, siendo como era el carácter
de las gentes de bien, era más probable que un motín ruidoso en la parro
quia vecina engrasara las ruedas de la caridad que la imagen de Jack Anvil
arrodillado en la iglesia. Como lo expresaron sucintamente las coplas colo
cadas fuera de las puertas de la iglesia en Kent en 1630:
V III
Hemos estado examinando un modelo de protesta social que se deriva de
un consenso con respecto a la economía moral del bienestar público en
tiempos de escasez. Normalmente no es útil examinarlo con relación a
* ... there is a smal Army oí us upwards of three thousand all ready to fight / & I'll be dam’d if
we don’t make the King’s Army to shitc / If so be the King & Parliament don't order better /
we will turn England into a Litter / & if so be as things don’t get cheaper / I’ll be damd if we
don’t burn down the Parliament House & make all better ...
412 E. P. THOMPSON
* On Swill & Grains you wish the poor to be fed / And undemeath the Guillintine we could
wish to see your heads / For I think it is a great shame to serve the poor so — / And I think
a few of your heads will make a pretty show.
** Arise and revenge your cause / On those bioody numskulls, Pitt and George, / For since
they no longer can send you to France / To be murdered like Swine, or pierc’d by the Lan-
LA ECONOMÍA «MORAL»» DE LA MULTITUD EN LA INGLATERRA DEL SIGLO XVIII 413
Terminad con vuestro Lujurioso Gobierno tanto espiritual como tem poral o
os M oriréis de Hambre. Os han quitado el Pan, Queso, Carne, etc., etc., etc.,
etc., y hasta vuestras vidas os han quitado a miles en sus Expediciones que la
Fam ilia Borbónica defienda su propia causa y volvamos nuestra vista, los
verdaderos ingleses, hacia nosotros devolvamos a algunos a Hanover de don
de salieron. Abajo con vuestra Constitución. Erigid una república o vosotros
y vuestros hijos pasaréis ham bre el Resto de vuestros días. Queridos Herm a
nos, reclinaréis vuestras cabezas y moriréis bajo estos Devoradores de Hom
bres y dejaréis a vuestros hijos bajo el peso del Gobierno de Pillos que os está
devorando.
Dios Salve a los Pobres y abajo Jorge III.141
ce, / You are sent for by Express to make a speedy Retum / To be shot like a Crow, or
hang’d in your Turn ...
414 E. P. THOMPSON
Su Excelencia ... desea que informe al Alcalde y Magistrados, que, puesto que
su situación oficial le perm ite apreciar de m anera muy especial el alcance del
daño público que se seguirá inevitablemente de la continuación de los sucesos
tumultuosos que han tenido lugar en varias partes del Reino como consecuen
cia de la actual escasez de provisiones, se considera más inmediatamente obli
gado a ejercer su propio juicio y discreción en ordenar que se tomen las me
didas adecuadas para la elim inación inm ediata y efectiva de tan peligrosas
LA ECONOMÍA «MORAL» DE LA MULTITUD EN LA INGLATERRA DEL SIGLO XVIII 415
... mi experiencia ... me obliga a decir que toda empresa de este tipo no se pue
de justificar por la naturaleza de las cosas y tiene inevitablemente, y pronto,
que aum entar y agravar la desgracia que pretende aliviar, y me atreveré incluso
a afirm ar que cuanto más general se haga más perjudiciales serán las conse
cuencias que a la fuerza la acompañarán, porque necesariamente impide el
Empleo de Capital en la Agricultura ,..'45
las autoridades y los pobres, dictaba ahora la solidaridad entre las auto
ridades y «el Empleo de Capital». Es, quizá, adecuado que el ideólogo
que sintetizó un antijacobinismo histérico con la nueva economía polí
tica fuese quien firmase la sentencia de muerte de aquel paternalismo
que, en sus más sustanciosos pasajes de retórica, había celebrado. «El Po
bre Trabajador —exclamó Burke—, dejemos que la compasión se muestre
en la acción»,
pero que nadie se lamente por su condición. No es un alivio para sus míseras
circunstancias; es sólo un insulto para su mísero entendimiento ... Paciencia,
trabajo, sobriedad, frugalidad y religión le deben ser recomendados; todo lo de
más es un fraude total.146
IX
Espero que de este relato haya surgido un cuadro algo diferente del acos
tumbrado. He intentado describir, no un espasmo involuntario, sino un mo
delo de comportamiento del cual no tendría por qué avergonzarse un isle
ño de Trobriand.
Es difícil reimaginar los supuestos morales de otra configuración so
cial. No nos es fácil concebir que pudo haber una época, dentro de una
comunidad menor y más integrada, en que parecía «antinatural» que
un hombre se beneficiara de las necesidades de otro, y cuando se daba por
supuesto que, en momentos de escasez, los precios de estas «necesidades»
debían permanecer al nivel acostumbrado, incluso aunque pudiera haber
menos.
«La economía del municipio medieval —escribió R. H. Tawney— era
tal, que el consumo ostentaba, en cierta medida, la misma primacía en la
mentalidad pública, como árbitro indiscutido del esfuerzo económico,
que el siglo xix atribuía a los beneficios.»147 Estos supuestos se encontra
ban, naturalmente, fuertemente amenazados mucho antes del siglo xvm.
Pero en nuestras historias se abrevian con demasiada frecuencia las
grandes transiciones. Abandonamos el acaparamiento y la doctrina del
precio justo en el siglo xvn y empezamos la historia de la economía de li
bre mercado en el siglo xix. Pero la muerte de la antigua economía moral
de abastecimientos tardó tanto en consumarse como la muerte de la in
tervención paternalista en la industria y el comercio. El consumidor de
LA ECONOMÍA ..MORAL» DE LA MULTITUD EN LA INGLATERRA DEL SIGLO XVIII 417
fendió sus viejas nociones de derecho con la misma tenacidad que (quizá
el mismo hombre en otro papel) defendió su situación profesional como
artesano.
Estas nociones de derecho estaban claramente articuladas y llevaron
durante mucho tiempo el imprimatur de la Iglesia. El Book o f Orders de
1630 consideraba el precepto moral y el ejemplo como una parte integral
de las medidas de emergencia:
Que todas las buenas Medidas y Persuasiones sean utilizadas por los Justicias
en sus distintas Divisiones, y por Admoniciones y Exhortaciones en Sermo
nes en las Iglesias ... que los Pobres sean provistos de Grano a Precios conve
nientes y caritativos. Y además de esto, que las clases más ricas sean seriamen
te movidas por la caridad cristiana, a hacer que su grano se venda al Precio
común del Mercado a las clases más pobres: Una acción piadosa, que será sin
duda recompensada por Dios Todopoderoso.
esos que odian al Hombre, contrarios al bien Común, como si el mundo se hu
biera hecho sólo para ellos, que se apropiarían de la tierra, y de sus frutos, ex
clusivamente para ellos ... como las Codornices engordan con Cicuta, que es un
veneno para otras criaturas, así ellos se alimentan de la escasez ...
M antener alto el Precio del Sostén mismo de la vida en una Venta tan extrava
gante, que el Pobre ... no puede comprarlo es la mayor iniquidad de que cual
quier hom bre puede ser culpable; no es menos que el Asesinato, no, el más
Cruel Asesinato.152
sino pensad en los pobres, vosotros grandes hombres pensáis ir al cielo o al in
fierno, pensad en el sermón que se predicó el 15 de marzo porque malditos sea
mos si no os obligamos pensáis m atar de hambre a los pobres vosotros malditos
hijos de puta ...154
posadas o bodegas que rodeaban la plaza del mercado. Era el lugar don
de la gente, por razón de su número, sentía por un momento que era
fuerte.160
Las confrontaciones en el mercado, en una sociedad «preindustrial»,
son, por supuesto, más universales que cualquier experiencia nacional, y
los preceptos morales elementales del «precio razonable» son igualmente
universales. Se puede sugerir, en verdad, la supervivencia en Inglaterra de
una imaginería pagana que alcanza niveles más oscuros que el simbolis
mo cristiano. Pocos rituales folclóricos han sobrevivido con tanto vigor
hasta fines del siglo xvm como toda la parafemalia hogareña durante la
cosecha, con sus encantos, sus cenas, sus ferias y festivales; incluso en
áreas fabriles el año transcurría todavía al ritmo de las estaciones y no al
de los bancos. La escasez representa siempre para tales comunidades un
profundo impacto psíquico que, cuando va acompañado del conocimien
to de injusticias y de la sospecha de que la escasez es manipulada, el cho
que se convierte en furia.
Impresiona, al abrirse el nuevo siglo, el creciente simbolismo de la
sangre y su asimilación a la demanda de pan. En Nottingham, en 1812,
las mujeres marcharon con una hogaza colocada en lo alto de un palo, lis
tada de rojo y atada con un crespón negro, representando el «hambre san
grienta, engalanada de arpillera». En Yeovil (Somerset), en 1816, apareció
una carta anónima, «Sangre y Sangre y Sangre, tiene que haber una Revo
lución G eneral...», firmada con un tosco corazón sangrante. En los moti
nes de East Anglia, en el mismo año, frases como «Tomaremos sangre antes
de cenar». En Plymouth, «una Hogaza que ha sido bañada en sangre, con
un corazón a su lado, fue encontrada en las calles». En los grandes moti
nes de Merthyr, de 1831, se sacrificó un ternero y una hogaza empapada en
su sangre, clavada en el asta de una bandera, sirvió como emblema de la
revuelta.161
Esta furia en relación con el grano es una culminación curiosa de la
época de los adelantos agrícolas. En la década de 1790, la gentry misma
estaba algo perpleja. Paralizados a veces por un exceso de alimentos nu
tritivos,162 los magistrados, de vez en cuando, abandonaban su industrio
sa compilación de archivos para los discípulos de sir Lewis Namier, y mi
raban desde las alturas de sus parques a los campos de cereales donde
sus labriegos pasaban hambre. (Más de un magistrado escribió al Home
Office, en coyuntura tan crítica, describiendo las medidas que tom aría
contra los amotinados si no estuviera confinado en su casa por la gota.)
El condado no estará seguro durante la cosecha, escribió el señor lugar
teniente de Cambridgeshire, «sin algunos soldados, pues había oído que
el Pueblo tenía la intención de llevarse el trigo sin pedirlo cuando estu
LA ECONOMÍA «MORAL» DE LA MULTITUD EN LA INGLATERRA DEL SIGLO XVIII 421
Notas
1. M. Beloff, Public orderand popular disturbantes, 1660-1714, Oxford, 1938, p.75.
2. R. F. Wearmouth, Methodism and the common people o f the eighteenth cenlury, Londres,
1945, esp. caps. 1 y 2.
3. T. S. Ashton y J, Sykes, The coal industry of the eighteenth centnry, Manchoster, 1929, p. 131.
4. Charles Wilson, England's apprenticeship, 1603-1763, Londres, 1965, p. 345. Es cierto que
los magistrados de Falmouth informaron al duque de Newcastle (16 de noviembre de
1727) de que «los revoltosos mineros de! estaño» habían «irrumpido y saqueado varias
despensas y graneros de cereal». Su informe qoncluye con un comentario que sugiere que
no fueron mucho más capaces que algunos historiadores modernos de comprender la ra
cionalidad de la acción directa de los mineros: «la causa de estos atropellos, según pre
tendían los amotinados, era la escasez de grano en el condado, pero esta sugerencia es
probablemente falsa, pues la mayoría de los que se llevaron el grano lo dieron o lo ven
dieron a un cuarto de su precio», PRO, SP 36/4/22.
5. W. W. Rostow, British economy in the nineteenth cenlury, Oxford, 1948, esp. pp. 122-125.
Entre los más interesantes estudios que relacionan precios-cosechas y disturbios popula
res están: E. J. Hobsbawm, «Economic fluctuations and some social movements», en La-
bouring men, Londres, 1964 (hay trad. cast.: Trabajadores, Crítica, Barcelona, 1979), y T.
S. Ashton, Economic Fluctuations in England, 1700-1800, Oxford, 1959.
422 E. P. THOMPSON
20. Véanse especialmente los presupuestos en D. Davies, The case oflabourers in husbandry, Bath,
1795, y en sir Frederick Edén, The State o f thepoor, Londres, 1797. También D. J. V. Jones,
«The com riots in Wales, 1792-1801», Welsh Hist. Rev., II, 4 (1965), Ap. I, p. 347.
21. El mejor estudio general de los mercados de grano del siglo xvm es todavía el de R. B.
Westerfield, Middlemen in English business, 1660-1760, New Haven, 1915, cap. 2. Véase tam
bién N. S. B. Gras, The evolution of the English com market from the twelfth to the eighteenth
century, Cambridge, Mass., 1915; D. G. Bames, A History o f the English com laws, Lon
dres, 1930; C. R. Fay, The com laws and social England, Cambridge, 1932; E. Lipson, Eco-
nomic history ofEngland, Londres, 19566, II, pp. 419-448; L. W. Moffitt, England on theeve
o f the Industrial Revolution, Londres, 1925, cap. 3; G. E. Fussell y C. Goodmen, «Traffic in
farm produce in eigheenth century England», Agricultural History, XII, 2 (1938); Janet
Blackman, «The food supply of an industrial town (Sheffield)», Business History, V
(1963).
22. S. y B. Webb, «The Assize of Bread».
23. J. Aikin, A description o f the country from thirty to forty miles round Manchester, Londres,
1795, p. 286. Uno de los mejores archivos de un buen regulado mercado señorial del si
glo xvm es el de Manchester. Aquí fueron nombrados durante todo el siglo vigilantes de
mercado para el pescado y la carne, para pesos y medidas de grano, para carnes blancas,
para el Assize of Bread, así como catadores de cerveza y agentes para impedir «monopo
lio, acaparamiento y regateo»; hasta los años 1750 fueron frecuentes las multas por peso
o medida escasos, carnes invendibles, etc.; la supervisión fue después algo más ligera
(aunque continuó), con un resurgimiento de la vigilancia en los años 1790. Se impusie
ron multas por vender cargas de grano antes de que sonara la cumpana de) mercado en
1734, 1737 y 1748 (cuando William Wyat fue multado con 200 chelines «por vender an
tes de que sonara la campana y declarar que vendería a cualquier hora del día a pesar
d e l señor, d e l m anoro d e cualquier otra persona»), y otra vez en 1766; The Court Lee:
records o f the m anorof Manchester, ed. J. P. Earwakcr, Manchester, 1888-1889, vols. Vil,
VIII, IX, passim. Para la regulación del acapatamiento en Manchester, véase más adelan
te nota 64.
24. Proclamación del secretario municipal de Exeter, 28 de marzo de 1795, PRO, HO
42/34.
25. S. y B. Weeb, op. cit., passim, y J. Burnett, «The baking industry in the nineteenth cen
tury», Bussines History, V (1963), pp. 98-99.
26. Ruraleconomy in Yorkshire in 1641 (Súrteos Society, XXXIII), 1857, pp. 99-105.
27. The Complete English TYadesman, Londres, 1717, II, parte 2.
28. Anónimo, An Essay to Prove that Regrators, Engrossers, Forestallers, llawkers, and Jobbers
ofCom, Cattle, and other Marketable Coods are Destructivc of'lhide, Oppressors to the Poor,
and a Common Nuisance to the Kingdom in General, Londres, 1719, pp. 13, 18-20.
29. Bucks, CRO, Quarter Sessions, día de San Miguel, 1710.
30. Commons Joumals, 2 de marzo de 1733.
31. PRO, PC 1/6/63.
32. Calendar o f Home Office Papers (1879), 1766, pp. 92-94.
33. Ibid., pp. 91-92.
34. Gentlemans Magazine, XXVII (1757), p. 286.
35. Carta anónima en PRO, SP 37/9.
36. Pueden encontrarse ejemplos, dentro de una abundante literatura, en Gentleman's Maga
zine, XXVI (1756), p. 534; anónimo [Ralph Courteville], The Cries of the Public, Londres,
1758, p. 25; Anón. [C. L.j, A Letter to a Member of Parliament proposing Amendments to the
Laws against Forestallers, Ingrossers, and Regraters, Londres, 1757, pp. 5-8; Museum Rus-
ticum et Commerciale, IV (1756), p. 199; Forster, op. cit., p. 97.
37. Anónimo, An Enquiry into the Price ofWheat, Malt..., Londres, 1768,pp. 119-123.
424 E. P. THOMPSON
38. Véase, por ejemplo, Davies (infra, p. 385). Se informó desde Comualles en 1795 que «mu
chos agricultores rehúsan vender [cebada] en pequeñas cantidades a los pobres, lo cual
causa grandes murmuraciones»; PRO, HO 42/34, y desde Essex en 1800 que «en algunos
lugares no se efectúan ventas excepto en los sitios ordinarios, donde compradores y ven
dedores (principalmente molineros y agentes) cenan juntos ... el beneficio del Mercado se
ha perdido casi para el vecindario»; tales prácticas son mencionadas «con gran indigna
ción por las clases más bajas»; PRO, HO 42/54.
39. PRO, HO 42/35.
40. F. J. Fisher, «The development of the London food market, 1540-1640», Ecori. Hist. Re-
v/ew, V (1934-1935).
41. Cargo de lord Kenyon al Granel Jury del tribunal de Shrospshire, Annals o f Agriculture,
XXV (1795), pp. 110-111. Pero no estaba proclamando una nueva visión de la ley: la
edición de Justice, de Burns, correspondiente a 1780, II, pp. 213-214, ya había hecho
hincapié en que (a pesar de las leyes de 1663 y 1772), «en la common law, todos los es
fuerzos por subir el precio común de cualquier mercancía ... ya sea propagando falsos
rumores o comprando cosas en el mercado antes de la hora acostumbrada, o compran
do y vendiendo otra vez la misma cosa en el mismo mercado» seguían siendo delitos.
42. Girdler (op. cit., pp. 212-260) da una lista de varias sentencias en 1795 y 1800. En varios
condados se establecieron asociaciones privadas para juzgar a los acaparadores.; Rev. J.
Malham, The scarcity crfgrain considered, Salisbury, 1800, pp. 335-344. El acaparamiento,
etc., siguieron siendo delitos de common law hasta 1844; W. Holdswort, History o f English
law, Londres, ed. 1938, XI, p. 472. Véase también más adelante la nota 64.
43. Véanse, por ejemplo, Gras, op. cit., p. 241 («... como ha demostrado Adam Smith ...»); M.
Olson, Economics o f the wartime shortage (Carolina del Norte, 1963), p. 53 («La gente bus
caba rápidamente una víctima propiciatoria»).
44. J. Arbuthnot («Un agricultor»), An Inquiry into the Connection Between the Present Pnce o f
Provisions and the Size ofFarms, Londres, 1773, p. 88.
45. La «digresión con respecto al Comercio de Granos y a las Leyes de Cereales», de Adam
Smith, está en el libro IV, cap. 5 de The wealth o f nations.
46. R. H. Tawney discute el problema en Religión and the rise o f capitalism, Londres, 1926,
pero no es esencial para su tesis.
47. La sugerencia fue hecha, sin embargo, por alguno de los oponentes de Smith. Un panfle
tista, que pretendía conocerle bien, sostenía que Adam Smith le había dicho que «la Reli
gión Cristiana degradaba la mente humana», y que la «Sodomía era una cosa en sí indife
rente». No sorprende que sostuviera puntos de vista inhumanos sobre el comercio de
granos; anónimo, Thoughts o f an Oíd Man o f Independent Mind though Dependent Fortune
on the Present High Pnces o f Com, Londres, 1800, p. 4.
48. A nivel de intención no veo razón para discrepar del profesor A. W. Coats, «The classical
economists and the labourer», en E. L. Jones y G. E. Mingay, eds., Lartd, labourand popu-
lation, Londres, 1967. Pero la intención es una mala medida del interés ideológico y de las
consecuencias históricas.
49. Smith opinaba que las dos iban a la par: «Las leyes concernientes al grano pueden com
pararse en todas partes a las leyes concernientes a la religión. La gente se siente tan inte
resada en lo que se refiere, bien a su subsistencia en esta vida, bien a su felicidad en la
vida futura, que el gobierno debe ceder ante sus prejuicios ... ».
50. Véase, sin embargo, A. Everitt, «The marketing of agricultural produce», en Joan Thirsk,
ed., The agrarian history o f England and Wales, vol. IV: 1500-1640, Cambridge, 1967, y D.
Baker, «The marketing of com in the first half of the eighteenth-century: North-east Kent»,
Agrie. Hist. Rev., XVIII (1970).
51. Hay alguna información útil en R. Bennett y J. Elton, History o f com milling, Liverpool,
1898, 4 vols.
LA ECONOMÍA «MORAL» DE LA MULTITUD EN LA INGLATERRA DEL SIGLO XVIII 425
52. Emanuel Collins, Lying Detected, Bristol, 1758, pp. 66-67. Esto parece confirmado por los
presupuestos de Davies y Edén (véase nota 20), y por los observadores del siglo xix: véase
E. P. Thompson y E. Yeo, eds., The unknown mayhew, Londres, 1971, Ap. II. E. H. Phelsp
Brown y S. V. Hopkins, «Seven centuries of the prices of consumables compared with
builders’ wage rates», Económica, XXII (1956), pp. 297-298, conceden que sólo un 20 por
100 del presupuesto total doméstico se gastaba en alimentos harinosos, aunque los pre
supuestos de Davies y de Edén (tomados en años de precios altos) muestran un término
medio del 53 por 100. Esto sugiere nuevamente que en tales años el consumo de pan per
maneció estable, pero otros artículos alimenticios fueron suprimidos por completo. Es
posible que en Londres hubiera ya una mayor diversificación de la dieta hacia la década
de 1790. P. Colqhoun escribió a Portland, 9 de julio de 1795, que había abundancia de ver
duras en el mercado de Spitalfields, especialmente patatas, «ese gran substituto del pan»,
zanahorias y nabos; PRO, PC 1/27/A.54.
53. Annals o f Agriculture, XXVI (1796), pp. 470, 473. Davenant había estimado en 1699 que
una deficiencia de un décimo en la cosecha subía el precio tres décimos; sir C. Whitworth,
The political and commercial works o f Charles Davenant, Londres, 1771, II, p. 224. El pro
blema está tratado en el artículo de W. M. Stern, «The bread crisis in Britain, 1795-1796»,
Económica, nueva ser., XXXI (1964), y J. D. Gould, «Agricultural fluctuations and the En-
glish economy in the eighteenth century», Jl. Ec. Hist., XXII (1926). Gould hace hincapié
sobre un punto mencionado a menudo en justificaciones contemporáneas de los precios
altos (p. ej., Farmer's Magazine, II, 1801, p. 81), según el cual los pequeños agricultores en
años de escasez necesitaban toda la cosecha para simiente y para su propio consumo:
en factores como éste ve él «la principal explicación teórica de la extrema volatilidad de
los precios de granos en los comienzos de la época moderna». Se requeriría más investi
gación del funcionamiento real del mercado antes de que tales explicaciones fueran con
vincentes.
54. Anónimo [«Un agricultor»], Three Letters to a Member o f the House o f Commons ... Con-
ceming the Prices o f Provisions, Londres, 1766, pp. 18-19. Para otros ejemplos, véase lord
John Sheffield, Observations on the Com Bill (1791), p. 43; Anón., Inquiry into the Causes
and Remedies ofthe late and Present Scarcity and high Price o f Provisions, Londres, 1800,
p. 33; J. S. Fry, Letters on the Com Hade, Bristol, 1816, pp. 10-11.
55. Olson, Economics o f the wartime shortage, cap. 3; W. F. Galpin, The grain supply o f En-
gland during the Napoleonic period, Nueva York, 1925.
56. Véase, p. ej., Anónimo [«Un preparador de malta del Oeste»], Consideralions on the pre
sent High Prices o f Provisions, and the Necessities o f Life, Londres, 1764, p. 10.
57. «Espero —escribía un terrateniente de Yorkí^iire en 1708— que la escasez de grano,
que probablemente continuará bastantes años, hará la agricultura muy rentable para
nosotros, roturando y mejorando toda nuestra nueva tierra», citado por Beloff, op. cit.,
p. 57.
58. El hecho es observado en Anónimo, A Letter to the Rt. Hon. William Pitt ...on the Causes o f
the High Price o f Provisions, Hereford, 1795, p. 8; Anónimo [«Una Sociedad de Agriculto
res Prácticos»], A Letter to the Rt. Hon. Lord Somerville, Londres, 1800, p. 49; Cf.; L. S.
Pressnell, Country banking in the Industrial Revolution, Oxford, 1956, pp. 346-348.
59. C. W. J. Grainger y C. M. Elliott, «A fresh look at wheat prices and markets in the eighte
enth century», Econ. Hist. Rev., 2.” ser., XX (1967), p. 252.
60. E. M. Hampson, The treatment o f poverty in Cambridgeshire, 1597-1834, Cambridge, 1934,
p.211.
61. Adam Smith observó casi sesenta años después que «el odio popular ... que afecta al co
mercio del grano en los años de escasez, únicos años en que puede ser muy rentable, in
duce a gente de carácter y fortuna adversos a tomar parte en él. Se abandona a un grupo
inferior de comerciantes». Veinticinco años más tarde el conde Fitzwilliam escribía: «Los
426 E. P. THOMPSON
comerciantes de grano se están retirando del comercio, temerosos de traficar con un ar
tículo comercial que les ha convertido en merecedores de tanta injuria y calumnia, dirigi
da por un populacho ignorante, sin poder confiar en la protección de aquellos que deben
ser más ilustrados»; Fitzwilliam a Portland, 3 septiembre 1800, PRO, HO 42/51. Pero un
examen de las fortunas de familias tales como los Howards, Frys y Gumeys podría poner
en duda tal prueba literaria.
62. Collins, op. cit., pp. 67-74. En 1756 varias capillas de los cuáqueros fueron atacadas du
rante motines de subsistencias en las Midlands; Gentleman’s Magazine, XXVI (1756), p.
408.
63. Anónimo, Reflections on the present high pnce of provisions, and the complaints and dis-
turbances arising therefrom (1766), pp. 26-27, 31.
64. Contrariamente a la suposición común, la legislación sobre acaparamiento no había caí
do en desuso en la primera mitad del siglo xvm. Los juicios eran poco frecuentes, pero su
ficientes para sugerir que tenían algún efecto en regular el pequeño comercio en el mer
cado abierto. En Manchester (véase nota 23) se impusieron multas por acaparamiento o
regateo a veces anualmente, a veces cada dos o tres años, desde 1731 a 1759 (siete mul
tas). Los productos implicados incluían mantequilla, queso, leche, ostras, pescado, carne,
zanahorias, guisantes, patatas, nabos, pepinos, manzanas, alubias, uvas, pasas de Corin-
to, cerezas, pichones, aves de corral, pero muy raramente avena y trigo. Después de 1760
las multas son menos frecuentes pero incluyen 1766 (trigo y mantequilla), 1780 (avena y
anguilas), 1785 (carne) y 1796, 1797 y 1799 (en todos, patatas). Simbólicamente, el nú
mero de agentes de Court Leet nombrados anualmente para impedir el acaparamiento su
bió de 3 o 4 (1730-1795) a 7 en 1695, 15 en 1796, 16 en 1797. Además, los transgresores
fueron juzgados ocasionalmente (como en 1757) en Quarter Sessions. Véase Earwaker,
Court Leet Records (citado en nota 23), vols. VII, VIII y IX, y Constables’Account (nota 68),
II, p. 94. Para otros ejemplos de delitos, véanse Quarter Sessions de Essex, acusaciones, 2
de septiembre de 1709, 9 de julio de 1711 (acaparamiento de avena), y también 1711 para
casos de especuladores de pescado, trigo, centeno, mantequilla y, de nuevo, 13 de enero
1729/1730; Essex CRO, Calendario de Acusaciones, Q/SR 541, Q/SR 548, Q/SPb b 3; de
nuncias de los alguaciles por especular con cerdos, octubre de 1735 y octubre de 1746;
Bury St. Edmunds y West Suffolk CRO, DB 1/8 (5); Ídem para la especulación con
mantequilla, Nottingham, 6 de enero de 1745/5, Records o f the Borough o f Notthingham
(Notthingham, 1914), VI, p. 209; condena por especular con aves de corral (multa 13
chelines y 4 peniques) en Atherstone Court Leet y Court Barón, 18 de octubre de 1748;
Warwicks, CRO, 12/24, 23; amonestaciones contra la especulación de mantequilla, etc.,
mercado de Woodbridge, 30 de agosto de 1756; Ipswick y East Suffolk CRO, V 5/9/Ó-3. En
la mayoría de los registros de Quarter Sessions o mercados se encuentra algún procesa
miento, antes de 1757. El autor de Reflections (citado en la nota anterior), escribiendo en
1766, dice que estos «estatutos casi olvidados y pasados por alto» se empleaban para el
procesamiento de «algunos traficantes sumisos y agiotistas indigentes o aterrorizados», y
da a entender que los «factores principales» han despreciado «estas amenazas», creyendo
que eran una ley mala (p. 37). Para 1795 y 1800, véase la nota 42; los casos más impor
tantes de procesamiento de grandes comerciantes fueron los de Rushby, por especular
con avena (1799); véase Bames, op. cit., pp. 81-83; y de Waddington, condenado por espe
culación con lúpulo en el tribunal de Worcester, véase Times, 4 de agosto de 1800 y (para
la confirmación de la condena al ser apelada) I East 143 en ER, CII, pp. 56-68.
65. Girdler, op. cit., pp. 295-296.
66. Emanuel Collins, op. cit., pp. 16-37; P. Markham, Syhoroc, Londres, 1758,1, pp. 11-31; Poi-
son Detected: or Frightful Truths ... in a Treatise on Bread, Londres, 1757, esp. pp. 16-38.
67. Véase, por ejemplo, John Smith, An Impartid Relation o f Facts Conceming the Malepracti-
ces o f Bakers, Londres, s.f., ¿1740?
LA ECONOMÍA «MORAL» DE LA MULTITUD EN LA INGLATERRA DEL SIGLO XVIII 427
68. J. P. Earwaker, The Constables’Accounts o f the Manorof Manchester, Manchester, 1891, III,
pp. 359-361; F. Nicholson y E. Axon; «The Hatfield family of Manchester, and the food ríots
of 1757 and 1812», Trans. Lañes, and Chesh., antiq. Soc., XXVIII (1910-1911), pp. 83-90.
69. Calendar State Papers, Domestic, 1631, p. 545.
70. PRO, PC 1/2/165.
71. D. G. D. Isaac, «A study of popular disturbance in Britain, 1714-1754», Universidad de
Edimburgo, tesis doctoral, 1953, cap. 1.
72. Calendar o f Home Office Papers, 1773, p. 30.
73. PRO, SP 36/50.
74. London Gazette, marzo de 1783, n.° 12.422.
75. S. J. Pratt, Sympathy and Other Poems, Londres, 1807, pp. 222-223. [Deep groan the wag-
gons with their pond'rous loads, / As their dark course they bend along the roads; / Wheel
following wheel, in dread procession slow, / With half a harvest, to their points they go ... /
The secret expedition, like the night / That covers its intents, still shuns the light ... /
While the peor ploughman, when he leaves his bed, / Sees the huge barn as empty as his
shed.]
76. Algunos años antes Wedgwood había oído «amenazar ... con destruir nuestros canales y
dejar salir el agua», porque las provisiones pasaban por Staffordshire camino de Man
chester desde East Anglia; J. Wedgwood, Address to the young inhabitants o f the Pottery
(Newcastle, 1783).
77. PRO, PC 1/27/A.54; A.55-7; HO 42/34; 42/35; 42/36; véase también Stern, op. cit., y E. P.
Thompson, The making ofthe English working class, Penguin, ed., 1968, pp. 70-73.
78. PRO, WO 1/1082, John Ashley, 24 de junio de 1795.
79. PRO, HO 42/34.
80. PRO, WO 1/986 fo. 69.
81. Davies, op. cit., pp. 33-34.
82. «El primer principio que deja sentado un panadero, cuando viene a una parroquia, es ha
cer a todos los pobres deudores suyos; luego hace el pan del peso y calidad que le place ...»,
Gentleman's Magazine, XXVI (1756), p. 557.
83. Girdler, op. cit., p. 147.
84. PRO, HO 42/34.
85. Annals of Agriculture, XXVI (1796), p. 327; Museum Rusticum et Commerciale, IV (1756),
p. 198. La diferencia entre bushels podía ser muy considerable: frente al bushet de Win
chester de 8 galones, el de Stamford tenia 16, el de Carlisle, 24 y el de Chester, 32; véase J.
Houghton, A Collection for Improvement o f Hus bandry and 7Yade, Londres, 1727, n.° XLVI,
23 de junio de 1693.
86. London Gazette, marzo de 1767, n.° 10.710.
87. Noviembre de 1793, en PRO, HO 42/27. Las medidas en cuestión eran para malta.
88. Annals o f Agriculture, XXIV (1795), pp. 51-52.
89. James Reeves, The idiom o f the people (1958), p. 156. Véase también Brit. Lib. Place MSS,
Add MSS 27.825 para «A pretty maid she to the miller would go», segunda estrofa:
Entonces el molinero la acorraló contra la tolva
gozosa el alma retozonamente
le levantó la ropa, y le puso el tapón
porque dice ella que el trigo me molerán fino y gratis.
[Then the miller he laid her against the mili hopper / Merry a soul so wantonly / He pulled up
her cloaths, and he put in the stopper / For says she Til have my com ground small and free.]
90. Véanse Markham, Syhoroc, II, p. 15; Bennett y Elton, op. cit., III, pp. 150.165; informa
ción de John Spyry contra el molinero de Millbrig Mili, 1740, por tomar a veces una sex
ta parte, a veces una séptima parte y a veces una octava parte en pago; papeles de las West
Riding Sessions, County Hall, Wakefield.
428 E. P. THOMPSON
llection, Columbia Univ. Lib., Proclamations, James I, 1603); el Book o f Orders de 1630
concluye con la advertencia de que, «si los dueños de grano y otros propietarios de víve
res ... no cumplen voluntariamente estas órdenes», Su Majestad «dará orden de que
sean fijados Precios razonables»; el Consejo Privado intentó controlar los precios por
medio de una proclama en 1709, Liverpool Papers, Brit. Mus., add. MS. 38.353, fol. 195,
y el asunto fue activamente discutido en 1757; véase Smith, Three tracts on the com tra-
de, pp. 29, 35. Y (aparte del Assize of Bread) subsistieron otros poderes de tasa de pre
cios. En 1681 en el mercado de Oxford (controlado por la Universidad) se fijaron precios
para la mantequilla, queso, aves, carne, tocino, velas, avena y alubias; «The Oxford Mar-
ket», Collectanea, 2." ser., Oxford, 1890, pp. 127-128. Parece que el Assize of Ale desapa
reció en Middlesex en 1692 (Lipson, op. cit., II, p. 501) y en 1762 se autorizó a los cerve
ceros a subir el precio de una forma razonable (por 2 Geo. III, c. 14); pero cuando en
1762 se propuso elevar el precio en medio penique el cuartillo, sir John Fielding escribió
al conde de Suffolk que el aumento «no puede considerarse razonable; ni se someterán a
él los súbditos»; Calendar o f Home Office Papers, 1773, pp. 9-14 P. Mathias, The brewing
industry in England, 1700-1830, Cambridge, 1959, p. 360.
107. G. D. Ramsay, «Industrial laissez-faire and the policy of Cromwell», Econ. Hist. Rev., 1."
ser., XVI (1946), esp. pp. 103-104; M. James, Social Problems and policy during the Pun
tan Revolution, Londres, 1930, pp. 264-271.
108. Seasonable orders offered from former precedents whereby the price o f com ... may be muclt
abated (1662), reimpresión de las Elizabethan Orders; J. Masie, Orders appointed by llis
Majestie King Charles 1(1758).
109. Calendar State Papers, Domestic, 1630, p. 387. [If you see not to this / Sum of yon will spe-
ed amis. / Our souls they are dear. / For our bodys have sume cearo / Before we arise / Less
will safise ... / You that are set in place / See that yourc profesión you doe not disgrace ... |
110. Calendar o f Home Office Papers, 1768, p. 342.
111. Westerfield, op. cit., p. 148.
112. Cartas de W. Dalloway, Brimscomb, 17 y 20 de septiembre de 1766, en PRO, PC 1/8/41.
113. Norwich, 1740; I p s w ic h J o u r n a l, 26 de julio de 1740; Dewsbury, 1740; J. L. Kayc y cinco
magistrados, Wakcficld, 30 de abril de 1740, en PRO, SP 36/50; Thames Valley, 1766, tes
timonio de Bartholomew Freeman de Bisham Farm, 2 de octubre de 1766, en PRO, TS
11/995/3707; Ellesmere, 1795: PRO, WO 1/1089, fol. 359; Bosque del Deán; John Turner,
alcalde de Gloucester 24 de junio de 1795, PRO, WO 1/1087; Cornualles, véase John G.
Rule, «Some social aspeets of the Cornish industrial revolution», en Roger Burl, ed., ht-
d u s tr y a n d s o c ie ty in th e S o u th w e s t, Excter, 1970, pp. 90-91.
114. Drayton, Oxon, relación contra Wm. Denley y otros tres, en PRO, TS 11/995/3707; Hand-
borough, información de Robert Prior, alguacil, 6 de agosto de 1795, PRO, tribunal
5/116; Isla de Ely, lord Hardwicke, Wimpole, 27 de julio de 1795, PRO, H043/35 y II.
Gunning, Reminiscences o f Cambridge (1854), II, pp. 5-7; Chichcster; duque de Rich-
mond, Goodwood, 14 de abril de 1795, PRO, WO 1/1092; Wells; «Verax» 28 de abril de
1795, PRO, WO 1/1082 y rev. J. Turner, 28 de abril, HO 42/34. Para el ejemplo de un al
guacil que fue ejecutado por su participación en un motín de estañeros en Saint Austell,
1729, véase Rule, op, cit., p. 90.
115. R. B. Rose, op. cit., p. 435; Edwin Butterworth, Histórica!sketches o f Oldham, Oldham,
1856, pp. 137-139, 144-145.
116. Portsea, Gentleman’s Magazine, LXV (1795), p. 343; Port Isaac; sir W. Molesworth, 23 de
marzo de 1795, PRO, HO 42/34; Newcastle, Gentleman's Magazine X (1740), p. 355, y va
rias fuentes en PRO, SP 36/51, en Northumberland CRO y Newcastle City Archive Offi
ce; Gloucestershire, 1766; PRO, PC 1/8/41; Penryn, 1795; PRO, HO 42/34.
117. Anónimo, Contentment: or Hints to servants, on the present scarcity (hoja suelta, 1800).
[When with your country Friends your hours you pass, / And take, as oft you’re wont,
430 E. P. THOMPSON
the copious glass, / When all grow mellow, if perchance you hear / «That "tis th” En-
grossers make the com so dear; / »They must and will have bread; they’ve had enough /
»Of Rice and Soup, and all such squashy stuff: / «They’ll help themselves: and strive by
might and main / »To be reveng’d on all such rogues in grain»: / John swears he’ll fight
as long as he has hreath, / «'Twere better to be hang’d than starv’d to death: / »He’ll burn
Squire Hoardum’s gamer, so he will, / »Tuck up oíd Filchbag, and pulí down his mili». /
Now when the Prong and Pitchfork they prepare / And all the implements of rustick var
... / Tell them what ills unlawful deeds attend, / Deeds, which in wrath begun, and so-
rrow end, / That buming bams, and pulling down a mili, / Will neither corn produce,
ñor bellies fill.]
118. Northampton; Calendar State Papers, Domestic, 1693, p. 397; Poole, memorial de Chitty
y Lefebare, mercaderes, incluido en Holles, Newcastle, 26 de mayo de 1737, PRO, SP
41/10; Stockton, Edward Goddard, 24 de mayo de 1740, PRO, SP 36/50 («Encontramos
una Señora con un palo y un cuerno que iba camino de Norton para sublevar a la gente
... le quitamos el cuerno mientras ella nos colmaba de improperios y la seguimos hasta
la ciudad, donde sublevó a tanta gente como pudo ... Ordenamos que la mujer fuera
apresada... Ella no paraba de gritar: «¡Malditos seáis todos! ¿Dejaréis que sufra o vaya a
la cárcel?»); Haverfordwest: PRO, HO 42/35; Birmingham; J. A. Langford, A century o f
Birmingham Life, Birmingham, 1868, II, p. 52.
119. Letters from England, Londres, 1814, II, p. 47. Las mujeres tenían otros recursos ade
más de la ferocidad: un coronel de Voluntarios se lamentaba de que «el Diablo en for
ma de Mujeres está ahora usando toda su influencia para inducir a la tropa a romper
su lealtad a sus Oficiales»; Lt-Col. J. Entwisle, Rochdale, 5 de agosto de 1795, PRO,
WO 1/1086.
120. Kettering; PRO, SP 36/50: para otros ejemplos del uso del fútbol para congregar a las
masas, véase R. M. Malcolmson, «Popular Recreations in English Society, 1700-1850»,
tesis doctoral, Universidad de Warwick, 1970, pp. 89-90; Wakefield; PRO, HO 42/35;
Stratton, aviso manuscrito, fechado el 8 de abril y firmado «Cato», en PRO, HO 42/61
fol. 718.
121. Un corresponsal de Rosemary Lañe (Londres), 2 de julio de 1795, se quejó de que le des
pertara a las 5 de la madrugada «un espantoso quejido (como lo llama la Chusma), pero
yo lo llamaría chillidos», PRO, WO I /1089, fol. 719.
122. Broseley, T. Whitmore, 11 de noviembre de 1756, PRO, SP 36/136; Gateshead, informa
ción de John Todd en Newcastle City Archives; Haverfordwest, PRO, HO 42/35.
123. Witney, información de Thomas Hudson, 10 de agosto de 1795, PRO, tribunal 5/116;
Saffron Walden, acusaciones por delitos el 27 de julio de 1795, PRO, tribunal 35/236; De-
vonshire, calendario para el Circuito de Verano, 1795, PRO tribunal 24/43; Handborough,
información de James Stevens, cabeza de decena de vecinos, 6 de agosto de 1795, PRO,
tribunal 5/116. Los trece amotinados de Berkshire en 1766 juzgados por la encomienda
especial fueron calificados de «braceros»; de las 66 personas que comparecieron ante la
encomienda especial en Gloucesteren 1766,51 fueron calificadas de «braceros», lOeran
esposas de «braceros», 3 eran solteronas: las calificaciones revelan poco; G. B. Deputy
Keeper of Public Records, 5th Report (1844), 11, pp. 198-199, 202-204. Para el País de Ga
les, 1793-1801, véase Jones, «Corn riots in Wales», App. III, p. 350. Para Dundee, 1772,
véase S. G. E. Lythe, «The Tayside meal mobs», Scot. Hist. Rev., XLVI (1967), p. 34: un
portero, un cantero, tres tejedores y un marinero fueron acusados.
124. Véase Rudé, The crowd in history, p. 38.
125. Teniente general J. G. Simcoe, 27 de marzo de 1801, PRO, HO 42/61.
126. Asi, en un motín provocado por la exportación en Flint (1740) hubo alegaciones de que
el mayordomo de sir Thomas Mostyn había encontrado armas para sus propios mine
ros: diversas deposiciones en PRO, SP 36/51.
LA ECONOMÍA «MORAL» DE LA MULTITUD EN LA INGLATERRA DEL SIGLO XVIII 431
127. Newbuiy; escrito en PRO, TS 11/995/3707; East Anglia; B. Clayton, Boston, 11 de agosto
de 1795, PRO, HO 42/35.
128. Indudablemente, investigaciones pormenorizadas de movimientos de precios a corto
plazo en relación con los motines, que varios investigadores desarrollan ahora con ayu
da de ordenadores, ayudará a afinar la cuestión; pero las variables son muchas, y la evi
dencia con respecto a algunas (anticipación de motín, persuasión ejercida sobre arren
datarios, comerciantes, etc., suscripciones caritativas, aplicación de precios para
pobres, etc.) es a menudo difícil de encontrar y de cuantificar.
129. « ... un Servicio de lo más Odioso que nada salvo la Necesidad puede justificar», vizcon
de Barrington a Weymouth, 18 de abril de 1768, PRO, WO 4/3, fols. 316-317.
130. Sunderland; petición en PRO, WO 40/17; Wantage y Abingdon; petición a sir G. Young y
C. Dundas, 6 de abril de 1795, ibid.
131. Penryn; PRO, WO 40/17; Warwickshire; H. C. Wood, «The diaries of sir Roger Newdiga-
te, 1751-1806», 7htns. Birmingham Archaelogical Soc., LXXVIII (1962), p. 43.
132. Shropshire; T. Whitmore, 11 de noviembre de 1756, PRO, SP 36/136; Devon; HMC, City
ofExeter, serie LXXIII (1916), pp. 255-257; Devon, 1801; teniente general J. G. Simcoe,
27 de marzo de 1801, PRO, HO 42/61; Warwick; T. W. Whitley, The parliamentary repre-
sentation o f the city of Coventry (Coventry, 1894), p. 214.
133. Diario manuscrito del ayuntamiento de Reading, Central Public Library, Reading; ano
tación del 24 de enero de 1757. Se desembolsaron 30 libras «para el actual precio eleva
do del Pan» el 12 de julio de 1795.
134. Especialmente útiles son las respuestas de los corresponsales en Annals o f Agriculture,
XXIV y XXV (1795). Véase también S. y B. Webb, «The Assize of Bread», op. cit., pp.
208-209; J. L. y B. Hammond, op. cit., cap. VI; W. M. Stem, op. cit., pp. 181-186.
135. Un punto que debe ser considerado en todo análisis cuantificado: el precio que quedaba
en el mercado después de un motín podía subir, aunque, a consecuencia del motín o de
la amenaza de motín, el pobre pudiera recibir grano a precios subvencionados.
136. Newcastle; anuncio del 24 de junio de 1740 en City Archives Office; duque de Richmond, 13
de abril de 1795, PRO, WO 1/1092; Devon; James Coleridge, 29 de marzo de 1801, HO 42/61.
137. Diario manuscrito de John Toogood, Dorset CRO, D 170/1.
138. «The Riot: or, half a loaf is better than no bread, &c», 1795, en Hannah More, Works
(1830), 11, pp. 86-88. [So I’ll work the whole day, and on Sundays, I’ll scek / At Church
how to bear all the wants of the week. / The gentlefolks, too, will alford us supplies, /
They’ll subscribe — and they'll give up their puddings and pies. / Derry down.]
139. Newcastle; crónica manuscrita de los motines en City Archives; Henley; Isaac, op. cit., p.
186; Woodbridge; PRO, WO 1/873; 1753; manuscrito de Newcastle Brit. Lib. Add MS
32732, fol. 343. El conde de Poulet, gobernador de Somerset, informó en otra carta al
duque de Newcastle de que algunos miembros de la chusma «vinieron a hablar un len
guaje leveller, es decir, no comprendían por qué algunos eran ricos y otros, pobres»; ibid.,
fols. 214-215.
140. Witney; London Gazette, noviembre de 1767, n.° 10.179; Birmingham; PRO, WO 1/873;
Colchester; London Gazette, noviembre de 1772, n.° 11.304; Fareham; ibid., enero de
1767, n.° 10.690; Hereford; ibid., abril de 1767, n.° 10.717.
141. Maldon; PRO, WO 40/17; Uley; W. G. Baker, octubre de 1795, HO 42/36; Lewes; HO
42/35; Ramsbury; adjunto en rev. E. Meyrick, 12 de junio de 1800, HO 42/50.
142. Véase A. Rowe, «The food riots of the forties in Comwall» Report o f Royal Comwall Poly-
technic Society (1942), pp. 51-67. Hubo motines de subsistencias en las Tierras Altas de
Escocia en 1847; en Teignmouth y Exeter en noviembre de 1867; y en Norwich un episo
dio curioso (la «Batalla de Ham Rum») todavía en 1886.
143. J. R. Western, «The Volunteer movement as an anti-revolutionary forcé, 1793-1801»,
Eng. Hist. Rev., LXXI (1956).
432 E. P. THOMPSON
162. En 1795, cuando entregaba a los pobres pan negro subvencionado de su propia parro
quia, el párroco Woodforde no dejó de cumplir con la obligación de su propia cena: 6 de
marzo, «... para cenar Un Par de Pollos hervidos y Cabeza de Cerdo, muy buena sopa de
Guisantes, un excelente filete de Vaca hervido, un prodigiosamente bueno, grande y muy
gordo Pavo asado, Macarrones, Tarta de crema», etc.; James Woodforde, Diary o f a
country parson, ed. J. Beresford, World’s Classics, Londres, 1963, pp. 483, 485.
163. Lord Hardwicke, 27 de julio de 1795, PRO, HO 42/35
164. W. Dalloway, 20 de septiembre de 1766, PRO, PC 1/8/41.
EL DELITO DE ANONIMATO
D e T r a d ic ió n , r e v u e l t a y c o n s c ie n c ia d e c l a s e *
Te diré m i nombre,
pero no me lo permite mi simpleza.
M inero de carbón de N ewcastle (1765)
I
a carta anónima de amenaza es una forma característica de protesta
social en cualquier sociedad que haya traspasado un cierto umbral de
alfabetización, en la cual las formas de defensa colectiva organizada sean
débiles y las personas que puedan identificarse como organizadores de la
protesta estén expuestas a una inmediata represalia. Los mismos medios
pueden, igualmente, emplearse para el agravio personal y como instrumen
to de extorsión; su uso para estos fines no pertenece a una fase determi
nada de desarrollo social y continúa hoy día. No puede trazarse una línea
clara de demarcación entre estos dos tipos de acción, a pesar de que la dife
rencia entre ellos (en ciertos contextos) es evidente. Ambos se examinarán
en este ensayo. Desde el punto de vista del destinatario, en cualquier
caso, el efecto de estas amenazas anónimas sobre su serenidad puede ser
prácticamente el mismo. Recibir este tipo de cartas puede producir miedo
y es perturbador; puede ocasionar estados de extrema ansiedad, insomnio,
sospechas sobre amigos y vecinos y formas de paranoia comprensibles.
Este estudio se basa principalmente en datos del siglo xvm. Será mejor
comenzar por explicar la naturaleza y los límites de la fuente de la cual se
obtuvieron los datos centrales. The London Gazette: Published by Authority
puede parecer una fuente inverosímil para el que trabaja en historia popu
lar. La Gazette, que salía dos veces a la semana, era, sin duda, la publica
Los jardines estaban iluminados y hubo baile, al que asistió el rey de Prusia,
y duró hasta la mañana siguiente. Inmediatamente a continuación, codo
con codo con la princesa Louisa-Henrietta Wilhelmina, aparece una noticia
algo diferente, dirigida a sir Richard Betenson de Sevenoaks, Kent:
Sir: Su Bailío o Intendente propiam ente es una especie de canalla para los
Trabajadores y si no le despide Puede ser que Vea su Casa arder si las Piedras
no Arden, maldito Hijo de Puta, te cortaremos el cuello de Oreja a oreja a menos
que Dejes 50 libras bajo el Segundo Árbol de Staple Nashes desde su casa
frente a las Puertas Grandes cerca de la Conejera el Miércoles próximo por la
Mañana ...*
Ésta era, por supuesto, como la precedente, una nota oficial, aunque no
había sido incluida por el autor de la carta sino por el secretario de Estado.
Nos evitaremos muchas explicaciones si reproducimos por entero las pala
bras con que tales cartas se acompañaban:
* En ésta, como en el resto de las cartas anónimas, se ha respetado todo lo posible tanto la
sintaxis como la puntuación originales, esperando que conserven algo de su carácter. Por
otra parte, la ortografía original, que es en la mayoría de los casos simplemente una trans
cripción de sonidos, no se ha podido conservar. (N. de la t.)
436 E. P. THOMPSON
Shelbume
Y para mayor estímulo, el dicho Sir Richard Betenson, Bart, promete por la
presente una Recompensa de Cien Libras para cualquier Persona o Personas
que efectúen tal Descubrimiento ... a ser pagadas por él después de la Condena
de ... los Culpables.
Rich. Betenson
El punto crítico en todo este asunto es que la Gazette sólo intervino cuando
fue ofrecido un perdón oficial a cambio de la información que condujera a
la condena; y la autoridad para hacerlo había que obtenerla del secretario
de Estado.2 En algunos casos, en que estaban implicados un funcionario
público o propiedad pública, se ofrecía también una recompensa oficial.
Más generalmente, cuando se amenazaba a un ciudadano particular, él mis
mo reunía el dinero para la recompensa. Para hacer más fácil la detección
del autor de la carta, éstas se publicaban a menudo por entero, con su orto
grafía original y sus feroces imprecaciones.
De ahí que las London Gazettes descansen, como tantas otras trampas
de langosta bisemanales, en el fondo del m ar de la Inglaterra de Namier,
capturando a muchas criaturas curiosas que no rompen nunca, en circuns
tancias normales, la suave superficie de las aguas de la historiografía del
siglo xviii.3 Parece útil repasar el periódico sistemáticamente desde 1750 a
1820, tanto para contar estas cartas como para examinar el carácter de las
mismas. Tal es la evidencia central de este estudio, complementada con el
uso de documentos de Estado (especialmente entre 1795 y 1802), la pren
sa provincial y otras fuentes.4
Por varias razones, el panorama se hace muy confuso después de 1811.
Un recuento de los años 1750-1811 resulta en unas 284 cartas u hojas suel
tas aparecidas en la Gazette (anónimas y escritas a mano), con una media
aproximada de 4,7 al año.5 En realidad la incidencia es mucho más irregu
lar. Tomando solamente aquellas cartas que indican agravios de tipo social
o económico de carácter general, y excluyendo aquellas que son evidente
mente obra de chantajistas particulares, los años culminantes de cartas
publicadas en la Gazette se muestran en el cuadro 1.
EL DELITO DE ANONIMATO 437
1800 35 O 1800-1802 49
1766 17 1766-1767 27
1796 11 1795-1796 17
1767 10
1801 7
1802 7
1771 6
1792 6
1795 6
C uadro 2. Agravios
Relativos a crímenes6 13
Claramente chantaje o agravio particular 36 o 49 «particulares»
Agravios claramente sociales, económicos,
políticos o comunitarios 216
Agravios probablemente sociales 19 o 235 «sociales»
Total 284
40 por 100 frente a 29 por 100 en los «particulares». Los demás tipos de
amenaza pertenecen por entero al primero.
En el cuadro 4 dejamos a un lado (por el momento) los casos particu
lares y consideramos sólo los sociales, o supuestamente sociales. Partiendo
Gentry y nobleza 44
Maestros fabricantes, comerciantes, molineros 41
Personas que detentan algún puesto oficial
(excluidos alcaldes y jueces de paz) 27
Alcaldes 23
Magistrados 18
Agricultores 17
Clero 11
Recaudadores de consumos 7
Esquiroles 2
Notas escritas a mano de carácter general («A todos
los agricultores», «Caballeros de...», etc.) 39
Otros 19
Total 248
Autoridades = 68.
EL DELITO DE ANONIMATO 439
Total 225
defensa del espigueo, contra las máquinas de trilla), pasando por una serie de
agravios políticos y religiosos (antipapistas, antimetodistas, nacionalismo
galés) hasta un agravio contra un «maldito villano putero».
II
Estos cuadros dan un cierto indicio. Pero es necesario cualificar la impre
sión que ofrecen.
En primer lugar, el número de cartas aparecidas en las Gazettes no dan
un índice constante del número real de cartas que se escribían. Indica sim
plemente el número de ocasiones en que las cartas se tomaron con sufi
ciente seriedad, tanto por parte del destinatario como por el secretario de
Estado, para ofrecer un perdón oficial. Y no era cosa fácil conseguirlo. En
general sucedía sólo cuando: a) el receptor de la amenaza era una persona
que tuviera parte en el gobierno, o b) se proporcionaban pruebas de que
existía peligro de que se realizara la amenaza (o formaba parte de una se
rie de amenazas, una o más de las cuales habían sido ya llevadas a cabo,
como en los casos de incendios provocados, motines o destrucción de ma
quinaria), o c) el carácter sedicioso del documento fuera muy alarmante
para las autoridades.
En segundo lugar, las disposiciones bajo varios gobiernos de distintos
secretarios de Estado y sus subalternos aumentaron la oscilación de estas
variables. No todas las administraciones tenían la misma opinión sobre la
utilidad de reproducir la cartas en la Gazette. Y sólo una minoría de los re
ceptores de estas cartas se molestarían en emplear este método tentativo
de control. La aparición de una carta en la Gazette implicaba demora, co
rrespondencia con el gobierno, gastos de inserción (3 libras, 3 chelines y
6 peniques en 1800) y también la oferta de una recompensa algo superior
a la que en otro caso parecería necesaria. Los destinatarios de tales cartas
podían más sencillamente poner un anuncio inmediatamente en la prensa
local para recibir información y ofrecer una recompensa directamente a
los delatores, aunque actuando en esta forma no podía, naturalmente,
ofrecerse el perdón.8 Finalmente, podemos preguntamos hasta qué punto
el sistema bien comprobado de perdones y recompensas del siglo xvjii era
de gran utilidad para tratar un delito que (como el incendio premeditado)
podía llevarse a cabo secretamente por un solo individuo sin cómplices.
Se pueden observar algunas de estas variables en acción durante los
años 1795-1805. En 1795 sólo aparecieron en la Gazette seis cartas de pro
testa social, pero en realidad entre los documentos del Home Office se con
servan muchas más enviadas por corresponsales nerviosos. Es evidente
EL DELITO DE ANONIMATO 441
que en este año el gobierno no quiso dar más publicidad a los sentimientos
ofensivos y sediciosos de las cartas. En 1796 se publicaron en la Gazette
unas cuantas más (once de protesta social), pero el duque de Portland to
davía aconsejaba prudencia. En noviembre escribía para decir que acepta
ba que una hoja que le enviara el alcalde de Londres era del carácter más
violento:
Pero visto que no parece producir ningún efecto, quizá su Señoría acordará
conm igo que es una prueba de que el buen sentido y la buena disposición
generales de las gentes les lleva a tratarla precisam ente en la m anera que de
seam os.9
Puesto que ... varios papeles explosivos (uno de los cuales empieza con «Com
patriotas» y otro con «Libertad») han sido lanzados en las calles y pegados en
las paredes ...15
442 E. P. THOMPSON
III
Packer, observaba Boyer, «ha dado la idea a todo perdido Miserable en todo
el País de aprovecharse de ello» y la práctica de enviar cartas incendiarias
fue comparada al fuego con que amenazaban, por extenderse con igual ve
locidad y terror.17Algunas de las cartas eran claramente de extorsión: a un
agricultor de Hammersmith, al cual se le pedían diez guineas y que colocó
algunas monedas de medio penique en una trampa frustrada, le incendia
ron los almiares y el granero.18 Otras indican el empleo del mismo medio
para expresar agravios personales: al señor Spragging, un mercader de bal
sas de Newark, se le advirtió:
Ésta, con mis Respetos a usted y el deseo de que, con todo Cariño, me deposite
30 libras Bajo el Poste que hay al lado de la casa de Menry lludson ... el Viernes
por la noche a las ocho del Reloj, si no lo hace, le quemaré la Casa hasta las Ce
nizas Maldita sea su Sangre; y Maldito sea Señor, si vigila, o declara este secre
to a nadie maldita sea mi Sangre si no le toca Morir...
Pero Goodman Jenkyns puso una guardiu de cuatro hombres y Fitch fue
detectado.22
Los observadores contemporáneos indicaban que éste era «un delito
nuevo», aunque ello parece improbable.2’ El ejemplo de ejecución en va
rios distritos parece haber terminado con la epidemia, aunque el delito
subsistió en la memoria de las gentes y desde ese momento se produjo un
goteo de amenazas incendiarias similares. Pero —como demuestra el caso
de Fitch— era un delito que se iniciaba con facilidad, pero era muy difícil
concluir con fortuna. El chantajista tenía que arreglárselas por todos los
medios para obtener su demanda sin miedo a ser detectado. Las estrata
gemas propuestas por algunos de los que escribieron estas cartas inspiraron
en 1730 a un satírico de Norwich:
444 E. P. THOMPSON
Este último punto nos ayuda a explicar la extremada violencia del estilo pre
ferido por aquellos que escribían estas cartas. El problema puede obser
varse en una carta recibida por un caballero de Ayrshire en 1775:
Hay seis de nosotros que habiendo sido reducidos a la Miseria por la Desgracia
te hemos elegido para nuestro Auxilio, la Providencia te ha capacitado para
ello y nosotros nos ocuparemos de que estés dispuesto a hacerlo. Por tanto de
positarás 50 libras en moneda: debajo de la Piedra Ancha que hay al Final del
Extremo Sur del Malecón de Piedra a la Derecha según vas de Slophousc a Ayr
y que sea Oro o Plata y que ... quede allí una Semana ...
Pero evidentemente era probable que la víctima pusiera el lugar bajo vigi
lancia, por lo que el autor detalló sus propias disposiciones:
Si eres tan necio como para intentar saber quiénes somos estás perdido. Uno
de nosotros cogerá el Dinero m ientras tres permanecen en Vigilancia con un
Par de Buenas Pistolas cada uno y dos quedan en la casa para Vengarse si
molestas a los demás y con un Barril de Pólvora dispuesto para volar tu Casa
—Así que ya ves que el Silencio es igualmente necesario para ambas Partes.26
Esta sutil y muy bien escrita carta no logró quizá credibilidad: no era pro
bable que los poseedores de al menos seis buenas pistolas y un barril de
EL DELITO DE ANONIMATO 445
He sido tu am igo Mucho y espero que no quedaré sin recom pensa por ello
Yo soy una Gran Amistad tuya que por la Necesidad es Llevada al mal Ca
mino,
Señor para hacerle saber que estoy en gran Necesidad de un poco de Dinero o
si no me veré obligado a Cerrar el Comercio o Dejar el Negocio ...
100 libras serían suficientes para esta ocasión, de otro modo la casa del se
ñor Bryant sería incendiada.2'' A un señor de Blacklriars se le dijo en 1764
que llevara 50 libras
Bajo los Pies de una Estatua de Piedra muy vieja con la nariz de la estatua rota
que queda toda Directamente enfrente de la Entradn de la puerta norte de la
abadía de Weslminster en la primera Nave.
Tengo que m atarte y te voy a m atar Maldita sea tu sangre te voy a Cortar el cue
llo de Oreja a Oreja Maldita Maldita y Doblemente Maldita te voy a asar el Híga
do ... que Dios todopoderoso maldiga a tu Alma Maldita seas Maldita seas ,..32
He estado en el Campo. He recibido una carta de mi Amigo que les has deste
rrado a él y a otro por 10 libras de salitre. Si hubiera sabido que tú y tu Emplea
do les ibais a acusar les habría quitado de en medio a ellos, a ti y a tu Empleado.
Estoy decidido a mataros a los dos ... si no Sacáis a los dos."1
Si demandante o delator habían recibido dinero por sus actos podía espe
rarse que su persecución fuera aún más intensa. En 1775 un magistrado
de Londres recibió esta carta:
Señor sentimos ser tan im portunos pero anoche se Condenó a Muerte u Jones
en el oíd Bayley por motivo del Robo del general fit/.roy que fue Descubierto
por el Sr. Nickalls que dio la información ... Entonces el Sr. Nickalls tiene dere
cho a la Recompensa por esta circunstancia por eso el Sr. Nickalls puede estar
seguro del todo que no vive más que la peleona que está bajo Pena de muerte ...
porque estamos Decididos a poner fin a los días de Nickalls si se queda en esta
metrópolis porque lo hizo sólo por dinero.40
Señor, siento enterarm e de que un caballero como usted sea culpable de Tomar
la Vida de MacAllester a cambio de dos o tres guineas; pero no lo olvidará uno
que acaba de volver para vengar su causa ... Yo sigo los caminos, aunque he es
tado fuera de Londres; pero al recibir una carta de MacAllester antes de morir,
para buscar venganza, he venido a la ciudad ...
Girdwood fue detectado porque pasó la carta mediante una mujer que ven
día provisiones a las puertas de la cárcel. Fue condenado, se rechazó la
apelación y fue ejecutado.43
Incluso insignificantes chantajistas intentaban presentarse como parte
de una «patrulla» o confederación; los que escribían por agravios más ge
nerales se presentaban como una confederación de treinta, noventa o va
rios miles, unidos por los más solemnes juramentos para vengar sus inju
rias. Cuando estaban implicados contrabandistas, personas que hubieran
participado en motines de subsistencias o agrupaciones de comercio ilegal,
las amenazas eran verdaderamente peligrosas. Después de los motines de
subsistencias de Norwich en 1776, de Halifax en 1770 y de Staffordshire y
Nottingham en 1800, se advirtió a las autoridades que liberaran o suspen
dieran las sentencias de sus prisioneros bajo pena de represalias. En Nor
wich dieciséis hombres «están juramentados por un terrible y grande Ju
ramento» para quemar las casas de los grandes:
los 16 Hombres pues tienen 80 bolsas hechas de papel fuerte llenas de Brea y
Azufre atadas con una mecha de salitre en la boca de ellas éstas las embutire
mos en Ventanas casas y en los montones de Leña la noche en que cualquiera
de los Prisioneros sea Colgado ...
pues Estamos decididos a que ellos no sean encerrados más por la misma cau
sa que es sólo el pan y que Lucharemos hasta la última gota de nuestra sangre
las cabezas de esta Nación en general villanos y causan el hambre entre los po
bres m ientras que ellos viven en la abundancia. Pan Pan Pan es el grito de los
pobres Niños y habéis permitido que el precio pase de nuestro alcance Quere
mos que se im prim an hojas qué pensáis hacer en relación a esta carta porque
estamos por la Guerra o la Paz.44
EL DELITO DE ANONIMATO 449
Tú Bribón el Tipo que matamos el Martes juró para que mataran a mi más que
rido amigo si hubiera tenido mil Vidas se las habría quitado con gusto y si in
tentas ponerte de su parte como parece por tu Anuncio puedes estar seguro de
que Tú y tu Familia no existiréis más de un Mes ...
Era evidente que el autor no había estudiado los modelos de estas cartas
que de vez en cuando publicaba la Gazette, pues concluía: «No lo juraré
como es costumbre en estas cartas pero si crees lo que es Verdad cree en
450 E. P. THOMPSON
IV
En una sociedad prescriptiva que, en mito si no en realidad, descansaba
sobre relaciones de patemalismo y deferencia, dominio y subordinación,
existían muchas razones para que los hombres desearan permanecer en el
anonimato. En modo alguno era el anonimato exclusivamente refugio de
los pobres. Incluso el caballero, el profesional desde luego, podía desear la
atención de la autoridad sin ofender a su influyente vecino. La investiga
ción en los archivos del siglo xvm nos proporciona una impresión de vi
sión doble. Entre los papeles del patrimonio privado de la nobleza y la alta
gentry encontramos cartas serviles de inspectores, comerciantes, abogados
y solicitantes de favores. Pero en los documentos de Estado parece que en
tramos en contacto con una sociedad de seres furtivos y delatores. A lo lar
go del siglo xvm cierto porcentaje del correo del secretario de Estado era
anónimo.
Incluso propuestas de elevada complejidad para el bien público —rela
tivas a impuestos, regulación de mercados, leyes de pobres, impuestos so
bre consumos— podían aparecer sin firma.49 Porque también éstas podían
implicar cierta crítica de alguna figura influyente local. Asuntos más deli
cados —en que se señalaba a un caballero que era papista o a un presunto
jacobita o se descubría la corrupción en algún puesto oficial— llegaban
por correo casi siempre sin firma. A menudo se seguía un elaborado ritual
con el fin de obtener protección antes de descubrirse. El autor que prometía
información sobre algún negocio fraudulento firmaba la carta con inicia
les; el secretario de Estado anunciaba entonces en la Gazctte que si «R. S.»
se decidía a aparecer en un lugar y hora determinados con más informa
ción se le prometía la impunidad y quizá una recompensa; después podía
celebrarse la reunión. En la prensa y revistas públicas también se libraban
estas guerras por escrito de insinuación y asesinato bajo seudónimo. El
ciudadano inglés, nacido libre, se escurría de un lado a otro con una más
cara y envuelto en una capa al estilo de Guy Fawkes.
Si así era incluso en los órdenes más altos, el anonimato constituía la
esencia de cualquier forma primera de protesta industrial o social. La
amenaza de victimización era constante; la protección que la comunidad
podía ofrecer al rebelde conocido contra la vindicación de los «influyen
tes» era escasa; las consecuencias de la victimización sobre la vida entera
de la víctima eran totales. De ello que en numerosísimas ocasiones, a lo
largo de todo el siglo xvm y hasta bien entrado el xix la única protesta co
nocida es esta admonitoria y anónima «voz del pobre». En las primeras
décadas del siglo xvm se encuentran expresiones de jacobitismo popu
lar (aunque indujeran más a la balada o la tonada silbada que a la carta
452 E. P. THOMPSON
Sr. Alien
Canalla —porque no puedo llamarte Caballero te he escrito para que sepas que
sin ti están mejor los Carpinteros y todo el Astillero en general muy pronto vas
a Salir del Libro de la Vida ... Eres como el Rico que se negó a dar a Lázaro las
migas que cafan de su mesa ,..54
Maldito Insignificante Soberbio Arrogante Bribón todos los que Trabajan para
ti te detestan ... Pero espero acabar Pronto con tu soberbia Eliminando la Ve
cindad donde vives ... y si puedo Empujaría tu maldita Insignificante Persona
en medio de las Llamas ...M
Ésta es para informarles Señores que aquí hay un acuerdo hecho entre algunos
Hombres que cualquiera que no dé a los oficiales tejedores los dos peniques ...
Cuidaros o moriréis y vaya cosa por la que m orir oprimir a los pobres.57
Sr. Barlow como ha sido uno de los Principales Ingenieros con respecto a ho-
llandfen y ha utilizado su máximo poder para conseguir la Villana Ley del Par
lamento para quitar a los pobres su Derecho por la Fuerza y el fraude ... éste no
es más que el Principio de los Males ...
Alimenta sus ovejas en el patio de la iglesia con la hierba que crece de la putre
facción de cuerpos humanos estas ovejas luego son matadas para nuestro Mer
cado de Cardigan y nos han ... hecho caníbales sin nuestro conocimiento.
Sus caballos pacían sobre las tumbas y las rompían; estaba usurpando tierra
común y se había apoderado de una capilla construida por los metodistas.69
Lo que distingue la carta agraria en Inglaterra, desde luego después
de 1790 (y a veces antes), es el recurso siempre presente a la amenaza de
incendio. La amenaza se cumplía con frecuencia: en efecto, la carta se
encontraba a veces en la escena del fuego. El incendio premeditado es un
delito tan tremendo e indiscriminatorio, para la opinión urbana, que los
historiadores apenas se han molestado en considerar esta táctica de pro
testa: primero se le retira la simpatía y luego la atención. Pero en una si
tuación en que la gentry y los agricultores patronos tenían un control ab
soluto sobre la vida del trabajador y su familia, y en la cual (como en 1816
y 1830) las manifestaciones de protesta abiertas y no violentas eran trata
das con ejecuciones y destierros, es difícil pensar qué otras formas de pro
testa quedaban.70 El incendio rural raramente era indiscriminado, casi
nunca se cobraba vidas humanas y muy pocas veces vidas del ganado. Esta
ba dirigido en primer lugar contra las hacinas de grano y el almiar, y después
contra las dependencias accesorias o el granero. Puesto que las hacinas
de grano representaban una parte sustancial del capital del labrador, sus
ganancias sobre el producto anual, era un punto de la mayor vulnerabi
lidad. Es posiblemente cierto que el incendio fuera un acto fútil y contra
EL DELITO DE ANONIMATO 457
aparecen en tantos lugares del país, que sería ridículo sugerir que son obra
de «locos». Ya he analizado su función en el modelo de motín de subsis
tencias, donde puede en ocasiones demostrarse que su aparición era una
señal efectiva para que las autoridades intentaran contener los precios, re
gular los mercados, instituir subsidios o activar la caridad, en previsión del
motín.74 En este sentido podemos decir que la carta u hoja eran perfec
tamente entendidas, por ambas partes del conflicto de mercado, como ele
mento interno de un código regular y ritualizado de comportamiento; si
las autoridades no le prestaban atención lo hacían a su propio riesgo.
Es por ello por lo que hay que leer estas cartas bajo el criterio de este
código. Su intención es seria, pero no puede tomarse literalmente. Si en al
guna ocasión previa a 1760 la multitud utilizó amenazas jacobitas («es
tamos deseando que nuestro Rey exilado pudiera ... mandar algunos ofi
ciales»),75 no es necesario entender esto como indicio de una activa
organización jacobita: es simplemente la amenaza que se consideraba más
apta para poner en estado de pánico a las autoridades whig. Si se alardea
ruidosamente de confederaciones, miles de hombres bajo juramento y de
más («hay ... 3 mil todos listos para luchar y maldita sea si no reducimos a
mierda el ejército del Rey»)76 no tenemos por qué suponer que tal confede
ración, tanto armar y jurar son verdaderos. Éste es un género literario anó
nimo: contrariamente a la carta agraria que llevaba a menudo a la ejecu
ción de exactamente aquello con que se amenazaba (el incendio), este
tipo de carta daba ocasión no a una insurrección, incendio o asesinato
masivos (como se prometía), sino a acciones controladas de fijación de
precios, o acciones de represalia contra molineros o traficantes, en las cua
les raramente había incendios o derramamiento de sangre.
Éste es, sin duda, parte del interés y alguna vez del humor torvo y cons
ciente de estas cartas. Sus autores, evidentemente, se deshacían la cabeza
y pulían su estilo con la esperanza de producir el máximo terror en el alma
de los grandes —grandes que con frecuencia conocían bien y a los cuales
acataban humildemente en las calles a la luz del día—. La carta de Middleton
de 1762 y la de los mineros de Clee Hill (Shropshire) nos dan la pauta,
como lo hace también un papel de 1767 «lanzado últimamente dentro de
la Casa de una Persona de Kidderminster»:
La Ciudad habría sido una llama anoche ... pero yo empleé toda la Elocuencia
de que Dispongo y obtuve permiso para escribiros la cual es la última vez que
puedo interceder en vuestro favor ... Si pensáis en salvar la Ciudad y vuestras
personas alterad Inmediatamente el Sábado por la Mañana el precio de la ma
yoría de los Comestibles para empezar —mientras haré todo lo que me atreva
para persuadirles cosa imposible sin esta Alteración ...7'1
Caballeros labradores
Salid con coraje y resolución si perm itís a esos Villanos estaréis siem pre pre
sos en estas cadenas ... que venga el repartidor de sopa con doctrinas y bue
nas palabras sobre m antener la casa limpia y a la Esposa sonriente m andad
le a su casa ...83
De Clare (Suffolk): «Caballeros ... si no dais más salario a los hombres por
el tiempo que hacen maldita sea si no hacemos una francia de ello».84De
Wakefield:
EL DELITO DE ANONIMATO 461
Está claro que estas composiciones, por el tono alarmante de las cartas con
que las acompañaban los magistrados al mandarlas al secretario del Inte
rior, con frecuencia habían conseguido su propósito. Cuando un clérigo de
Ramsbury (Wiltshire) tuvo que copiar un papel que se había fijado a un ár
bol en el centro de la parroquia y estaba firmado «Dios salve a los pobres y
abajo Jorge III» no pudo evitar que le temblaran las manos: «Es tal señor el
Contenido del Papel, que siento escalofríos de horror al transcribirlo».1,6
Fue contra estos papeles escalofriantes contra los que Hannah More y
sus amigos tomaron la pluma. La nota sediciosa que hizo su aparición en
los años 1790 no se extinguió nunca: reviviría en todo contexto en el cual
la agitación abierta produjera el peligro de persecución y victimización, es
pecialmente en los años del ludismo, en 1816-1820, y en contextos de pm-
testa agraria. Si la carta u hoja anónima se hicieron infrecuentes en otros
contextos después de 1830, fue debido a que había sido desplazada por lu
prensa radical y carlista.
Durante la mayor parte del período que nos ocupa, escribir tales cartas
constituía un delito capital. No sólo era un crimen, sino un crimen extraor
dinariamente serio, y la publicación de cartas en la Gazette (con su séquito
de perdones y recompensas) era índice de la gravedad con que se considciu-
ban. Estas cartas eran normalmente descritas como «incendiarias» porque
generalmente amenazaban con el incendio. Los que las escribían enviaban,
hacían circular o eran cómplices de cualquiera de estas acciones arriesga
ban sus vidas.
Escribir cartas amenazadoras puede constituir por supuesto un delito
de derecho común (como la conspiración) o entrar en los límites del libelo
sedicioso o la difamación.87 Este delito parece haber atraído una especial
atención de la legislación en el Black Act (1723) por el cual una persona cual
quiera «que envíe a sabiendas una carta sin nombre» (o con nombre ficti
cio) «pidiendo dinero, caza, u otro objeto de valor cualquiera» era culpable
de felonía sin exclusión del clero.88 Los términos en que se redactó esta ley
parecen haber creado cierta confusión: ¿eran culpables los transgresores
462 E. P. THOMPSON
Puesto que diversas cartas han sido enviadas a muchos de los súbditos de Su
Majestad am enazando sus vidas o con quem ar sus casas, no pidiendo las m en
cionadas cartas dinero, caza u objetos de valor, que están sujetos a la pena de la
mencionada ley ...
(el Black Act), los autores de las cartas que amenazaban con el asesinato o
el incendio de «casas, dependencias accesorias, graneros, almiares de ce
real o grano, heno o paja», incurrían igualmente en culpabilidad. En 1757
se aprobó otra ley, dirigida contra los chantajistas que amenazaran con
acusar a una persona cualquiera de haber cometido ofensas con fines de ex
torsionar dinero: pero la pena por este delito era sólo un destierro de siete
años, hasta 1823, cuando la pena capital que conllevaban las tres primeras
leyes fue reducida a una pena máxima de destierro de por vida. Esto supuso
un cambio afortunado para los escritores de cartas «Swing» de 1830.90
No dispongo de cifras que indiquen el número de prendimientos y con
denas por estos delitos en el siglo xvm. Existen algunas para comienzos
deí xrx, y éstas inducen a pensar que las condenas eran escasas y que había
un grado extraordinariamente alto de absoluciones. Así, d e l8 1 0 a l8 1 8
—años de industriosidad epistolar, que incluyen el ludismo, los disturbios
de 1816 de East Anglia y la agitación radical de la posguerra— tenemos:91
Las cifras son muy similares a lo largo de los diez próximos años: 1820 vio
seis apresamientos y dos condenas (ambas penas de muerte) y 1824 (el año
después de que terminara la pena de muerte) vio siete apresamientos y,
nuevamente, dos condenas. Ningún otro año presenció tantos apresamien
tos. El aumento de éstos después de 1828 es significativo:92
1828 1829 1830 1831 1832 1833 1834 1835 1836 1837
Apresamientos 3 4 4 62 6 12 11 15 7 3
Absoluciones
sin recurso 2 2 3 38 2 5 6 10 7 1
Condenas 1 2 1 24 4 7 5 5 — 2
EL DELITO DE ANONIMATO 463
Mientras que no puede ofrecerse una cifra precisa, no existe evidencia al
guna en ningún año del siglo xviii que con respecto a apresamiento o con
denas tenga un grado siquiera aproximado al de 1831 —las consecuen
cias de la «Última Revuelta Laboral»—. Es éste un delito cuya incidencia
rebasa toda cuantificación: ha de permanecer como una «cifra oscura».93
Lo que queda es un caso u otro que la investigación ha descubierto (o
descubrirá) en los archivos de los tribunales o la prensa. La alta propor
ción de delitos con relación a los apresamientos se debe a la extremada
diñcultad para detectar a los transgresores; una dificultad mucho más acu
sada en casos de protesta social que en casos de chantaje, puesto que el chan
tajista era vulnerable en el momento en que intentaba recoger el botín. Y la
alta proporción de absoluciones con respecto a las condenas indica.ia difi
cultad para probar el delito.
Incluso en 1830 no existían «expertos en grafología» acreditados. El
juez Alderson, famoso por la forma en que dirigió la Comisión Especial de
Winchester en el invierno de 1830-1831, se vio no obstante en grandes difi
cultades para instruir al jurado con justeza en un caso en el que un abo
gado, Henry Pollexfen, fue acusado de escribir una carta amenazadora a
un magistrado:
Las pruebas en relación con la letra eran en general muy vagas e insatisfacto
rias y no existe una cuestión sobre la que los hombres puedan con más facili
dad engañarse.
Él indicó que eran necesarias más y más firmes pruebas, tales como el ha
llazgo de las dos mitades de una misma hoja de papel.94
Se juzgó inocente al acusado en este caso. Y nos preguntamos si el juez
Alderson recordaría sus propias advertencias cuando, dos semanas más
tarde, en Salisbury, condenó a un próspero labrador, Isaac Looker, al des
tierro perpetuo por escribir a un labrador vecino: «Si vas a jurar en contra
de un hombre y ponerlo en prisión, verás tu granja totalmente quemada, y
tu maldita cabeza cortada». Hubo testigos que juraron que Isaac Looker
había declarado en la taberna que los trabajadores tenían razón en mover
se en pro del aumento de salarios y la reducción de diezmos y rentas, y que
no eran ellos sino los magistrados y soldados los que creaban disturbios. Si
se dejaba en paz a la gente, harían pacíficamente lo que tuvieran que ha
cer. Este tipo de prueba debió llenar los espíritus de los jueces y el jurado
especial con una fuerte sospecha de la culpabilidad de Looker. Se demos
tró entonces que, en efecto, la carta coincidía exactamente con media hoja
encontrada en el escritorio de Looker y que la filigrana había sido cortada.
Muchos de los testigos de la acusación afirmaron con toda convicción que
464 E. P. THOMPSON
Todos sabemos que un hom bre que puede ser culpable de un delito tal como
éste por el que has sido condenado, no vacilará en negarlo como lo haces tú
ahora. Yo prefiero guiarme por las pruebas que se han ofrecido en tu caso an
tes que por las más solemnes declaraciones incluso en el patíbulo.
Yo estoy ... del todo convencido que la vida de cualquier hombre del mundo in
cluso el más oprimido africano tiene y debe tener más valor en consideración
de ellos que todos los ingresos del Rey Jorge tercero y de toda su familia ...
* Ceremonia anual de los distritos del Norte en la que se llevan juncos y guirnaldas a la igle
sia y se esparcen sobre el suelo o se decoran las paredes con ellos. (N. de la t.)
EL DELITO DE ANONIMATO 467
Se trajo a un antiguo patrón suyo para que testificara que Alderson no mos
traba señales de locura, excepto que «solía pasar gran parte de su tiempo y
particularmente los Domingos en la lectura de viejos Libros de Histo
ria».101 Es ésta una querella peligrosa, que justifica ampliamente el encar
celamiento de un hombre.
Alderson no es del todo atípico: su erudición, sus citas de Pope, sus in
tentos de escribir con un estilo literario distinguido, pueden comprobarse
en otras cartas; y éstas se hacen bastante más frecuentes en los años de lu-
dismo y de la posguerra, cuando los excéntricos entusiastas y los tipos ra
ros se dedicaron a escribir elaboradas amenazas epistolares. Aunque sus
composiciones eran más breves, puede identificarse a uno de estos hom
bres de 1830: Joseph Saville, un fabricante de trenzado de paja que traque
teaba por Cambridgeshire en un birlocho en el cual se encontraron entre
600 y 700 cartas de agitación. Era éste un hombre que solía distribuir tra
bajo entre los cottagers, y sin duda entregó también algún trabajo de copia.
Estas cartas eran necesariamente breves:
Hacia Navidad proporciona una buena cena a las viudas pobres; ha dado una
gran cantidad de patatas a los pobres; ha puesto los medios para distribuir
unos cientos de bushels de carbón en invierno ... para beneficio de aquéllos; ha
sido uno de los primeros en bajar la renta de sus arrendatarios; es un efusivo
defensor y protector de Sociedades Bíblicas y Misioneras ...
468 E. P. THOMPSON
La muchacha ... viendo que una de sus cartas estaba dirigida a lord Stanhope
tuvo la curiosidad de abrir una esquina, pero sólo pudo leer la siguiente por
ción de una línea: «Noticias, ya sabe que estoy aquí con ese propósito» ...
guarda una vasta cantidad de su escritura que se parece con exactitud a las car
tas de amenaza que he recibido, pero como él puede con facilidad disimular su
letra natural, y pocas veces escribe dos veces de igual modo, no tengo posibili
dad de detenerle con probabilidad de condenarle.
Admitía la falta de pruebas, pero no tenía «la más fugaz duda que fuera
el Hombre». Mientras escribía este ensayo de detección criminal llegó
470 E. P. THOMPSON
Acuérdate de los pobres en desgracia por culpa de los precios altos de tus pro
visiones si no las consecuencias serán fatales para muchos en todas las parro
quias de alrededor cómo crees que puede un hombre m antener a la familia con
el cuarto de harina a un chelín y aquí hay un hombre de esta parroquia que dice
que los pobres no estuvieron m ejor nun ca como están ahora un golpe fa
tal le caiga a él y a su casa y toda su propiedad ya somos 500 conjurados a
ser leales hasta el fin y tenemos 510.000 balas de cañón preparadas y podemos
tener pólvora con decirlo y todo lo que hace falta para el propósito de que no
haya Rey sino constitución abajo abajo abajo oh vosotros fatales copetes y
sombreros altivos que siempre seréis tumbados por nosotros.
Otro caballero recibió una nota similar el mismo día y otra nota más se en
contró en otra casa pocos días después. Los tres caballeros se entrevista
ron con el magistrado y acordaron mantener las cartas en secreto mientras
se llevaban a cabo pesquisas. Pero se comprobó que esto era imposible,
puesto que dos de las notas habían sido encontradas por obreros de una
fábrica textil, que habían difundido su contenido por doquier. El juez de
paz (el reverendo William Lloyd Baker) emitió entonces una declaración
pública en el sentido de que «algunas gestiones que teníamos la intención de
llevar a cabo para auxilio de los pobres serán suspendidas durante una se
mana» a consecuencia de las cartas. Es éste un buen momento de la lucha
de «apariencias» en el equilibrio entre patemalismo y deferencia: es decir,
estas «gestiones» para la ayuda caritativa no se había aún realizado —y
fueron quizá sugeridas por las cartas y el miedo a la revuelta—, pero de
ningún modo podía parecer que hubiera sido aceleradas como respues
ta a la coacción. El reverendo Baker entendía el juego de amenazas y con
tra-amenazas perfectamente bien. Vivía en un distrito en el cual más de
una casa de pañeros había sido totalmente quemada, y su propia casa te
nía una campana de alarma que, en días tranquilos, podía ser oída por
6.000 personas.110
Al llegar a este punto se distribuyeron en Uley alimentos subvenciona
dos entre los pobres. Pero el descontento corresponsal no estaba satisfe
cho aún y poco tiempo después dejó otro comunicado cerca del taller don
EL DELITO DE ANONIMATO 471
era vigilado, puesto que «temíamos que por su delito no estaba sujeto al
castigo que nosotros desearíamos». Esto se debía probablemente a que las
cartas no estaban dirigidas a ninguna persona en particular y no exigían
dinero o amenazaban con el incendio o el asesinato de una persona, aun
que había prevenido a algunas personas no mencionadas: «esperad perder
la cabeza sin más» y otras, que hacían referencia a armas y combates, eran
claramente sediciosas. El hecho de las dos reuniones terminó por decidir a
los magistrados a presentar todo el caso ante Portland para pedirle su opi
nión. En su respuesta Portland alabó a los magistrados por su vigilancia,
pero recomendó precaución:
La persona en cuestión está en una situación de vida tan baja, y sus esfuerzos
parecen haber producido tan escaso efecto en la Región que me inclino a pen
sar que quizá fuera la mejor m anera de evitar conflictos en el futuro hacerle sa
ber que los Magistrados están bien enterados de sus intentos y que contemplan
la posibilidad de proceder contra él, lo cual posiblemente le induzca a abando
n ar la Región ...'“
Debo adm itir que no recuerdo ningún caso en que se efectuara descubrimiento
alguno por la oferta de recompensa o perdón, como tampoco de que las ame
nazas contenidas en cartas incendiarias fueran llevadas a cabo.
Estaba, sin embargo, «persuadido ... de que publicarlas ... operaba en for
ma preventiva».114 Estos datos son en un sentido importantes: confirman
la impresión de que se seguían muy pocos procesamientos con éxito en
estos años. Pero, en otro sentido, Portland, que escribía confidencialmen
te a un amigo, estaba haciendo una afirmación que inducía directamente al
error. Puede ser cierto que pocas veces sucediera el asesinato a estas ame
nazas. Pero los desórdenes e incendios directamente asociados a las cartas
de amenaza pasaban por sus manos todos los meses.
De hecho, este mismo corresponsal, W. Baker, miembro parlamentario
regional de Hertfordshire, estaba en condiciones de contradecir la afirma
ción de Portland. El 15 de julio de 1800 se incendiaron graneros, cober
tizos y parte del grano pertenecientes a Robert Young de Holwells, cerca
de Bishop’s Hatfield, Hertfordshire. El delito apareció en la Gazette el 19 de
julio. El mismo día, el labrador Young recibió una carta firmada «Dr.
Steady» que comenzaba:
Siento que tu grano fuera destruido era a lo que yo me oponía pero el próximo
paso no será destruir tu Grano sino que puedes decir a todos los Labradores
que se contengan como tú lo has hecho o sus vidas se fatigarán poco tiempo si
no venden el grano mucho más barato inmediatamente y lo mismo las vidas de
ese maldito grupo de Vendedores y acaparadores de Mark Lañe que m antienen
el precio alto como lo han hecho pronto serán arruinados.
Somos m ás de 1.000 en Harford Essex y Londres ... tenemos muchos ami
gos en Armas que no sospecháis, pero estoy obligado a asistir a su Noche de
Junta pero no en una casa pública ...
Esta carta fue enviada desde Londres y podía, claro está, proceder de cual
quiera que hubiera tomado la dirección de Young de la Gazette. Baker
mandó la carta a Portland y le insistió para que se publicara. Portland,
como ya vimos, se resistía. Pero el 11 de septiembre el labrador sufrió el
incendio de otro montón de avena en su patio. El labrador Young, infor
maba Baker, está «muy afectado por la agitación de su espíritu», menos,
parece, por motivo de sus pérdidas, que estaban aseguradas, que por la
hostilidad que le rodeaba y la reputación de avaricia que se había creado.
Se habían «hecho circular con mucha malicia» rumores sobre la cantidad
de grano que guardaba, rumores que «él está dispuesto a contradecir de la
manera más solemne y formalizada». «El pobre hombre ... está tan afecta
do ... que su vida se ha hecho verdaderamente desgraciada.»115
EL DELITO DE ANONIMATO 475
El que lo encuentre
ábralo y
léalo y lleve las
nuevas por todo
White-Parísh
Y puesto que las Amenazas que hay más arriba (en Parte) han sido Ejecutadas
por alguna mala Persona o Personas desconocidas, en el Incendio premeditado
de la noche d e l... 12 del Corriente de dos Graneros, un Establo, una Cantidad de
Heno y Paja, una ternera cebada ...
VI
Si los autores de las cartas eran variados, es esperable que los estilos de las
cartas lo sean también. La generalización no nos sirve de mucho. La orto
grafía de las cartas es interesante, aunque en ocasiones fuera deliberada
mente simulada. Con frecuencia son detectables el dialecto o la cadencia
del lenguaje regional —del West Country, irlandés, de East Anglia. Eran es
critas por hombres que conocían el alfabeto, pero que escribían más de
oído que por los criterios de memoria y vista. Hay cartas trabajadas tan
toscamente en las décadas de 1820 o 1830 como en la de 1760, aunque al
llegar al siglo xix hay más cartas que indican la presencia de «intelectua
476 E. P. THOMPSON
Los floreos literarios de los painitas de la década de 1790 caían con dema
siada frecuencia en el cliché con sus «hijos de la libertad», «grilletes mo
nárquicos» o la advertencia, suavizada por el alto estilo, de una carta en
viada al alcalde de Plymouth (1729): «teme ponerte al alcance de una Daga
bien afilada».121
Las cartas más refinadas corresponden probablemente a los últimos
años de la tradición, al menos en las ciudades, de 1800 a los años 1830.
Un maestro algodonero de Manchester recibió en 1812 una que comenza
ba: «Señor, Empezamos con el Lenguaje del antiguo Profeta, al decir que
la Destrucción está Próxima, y ¿por qué? porque nosotros los Hiladores de
Algodón de esta Ciudad hemos servido para levantarnos del Estiércol a
la Independencia».122 Pero los escritores de este estilo pueden en ocasiones
ser igualados por sus antecesores del siglo xvm, como aquél de Norwich
que en 1766, después de amenazar con arrasar la ciudad a sangre y fuego,
terminaba con una «noble Sentencia de Horacio» en latín.123 También en
la forma algunas de las cartas seguían las fórmulas de la autoridad o la ad
ministración. Cierta cantidad de notas escritas a mano fijadas en plazas de
mercado adoptaban los «Comoquiera que es» y demás finezas de las procla
mas oficiales. Otras incluían formalidades epistolares conmovedoras. Una
carta (Ayrshire, 1775) que a continuación expresaba las amenazas chanta
jistas más horripilantes empezaba: «Señor, Es ésta quizá la Carta más in
teresante que ha recibido nunca ya que su Vida depende de que se avenga
a lo que se pide».124El alcalde de Nottingham recibió una carta en 1800 com
puesta con una atención impecable a las formas:123
Señor,
Si los Hombres que fueron cogidos el Sábado pasado no son puestos en li
bertad mañana por la noche, el Matadero, la Lonja y toda la Plaza serán incen
diados, si tiene un Ejército de Condestables no podrán evitarlo porque los ta
blones engrasados arderán bien —
Esperando que considere todo esto.
Quedo su humilde Servidor
Will. Johnston.
berbia y sin miedo».’27 En Sussex una queja por ser las medidas pequeñas
(1793) estaba firmada: «del viejo diablo que os llevará a todos si no cam
biáis».128 Escalofriantes amenazas se colocaron en una aldea de Somerset
sobre la firma:129
Para el gran Daño y Perjuicio del País, en particular de los Pobres, para Viola
ción de las leyes de Dios y la Naturaleza, por ésta se da Aviso Público, de que
desde esta Fecha, desistan de tan pecaminosas Prácticas, bajo Pena de ver sus
Casas totalmente quemadas, y castigados en sus Personas en Proporción al
Puesto que tengan, así si Magistrado con Mutilación, y si Mercader con que le
corten las Orejas ante la Cruz.134
Nos portaremos bien con los clérigos que lean esto en la Iglesia si no es hombre
muerto de noche o de día por algún medio destruiremos al rey y su familia y
también el Parlam ento.137
enviado al infierno antes de la hora que Dios te ha señalado vivir con todos los
lujos de la Vida y tu pobre vecino Vestido con Harapos y muriendo de ham bre
por falta de alimentos sus Hijos llorando por Pan y no tenerlo para dárselo tie
nes que Leer el Capítulo 12 de Lucas y el Capítulo 8 de Amos. Pero tú eres tan
Ajeno a los Evangelios como a aquel que los envió ...,40
Hay pocas cartas que hagan referencias tan explícitas: puede suponerse
que en el siglo xvn habrían sido más frecuentes las citas de textos. Tam
poco parece, por la evidencia de que hoy se dispone, que fuera a menudo
empleado este modo de expresión por los escritores grandilocuentes o mi-
lenaristas, aunque, si se recibían este tipo de cartas, los magistrados pu
dieron hacer caso omiso de ellas como producto de locos. La expresión de
fe en un más allá en que los ricos ardan en el infierno y los pobres encuen
tren su recompensa aparece con más frecuencia. El cirujano del Sandwich
que se había presentado como testigo contra Richard Parker, el amotina-
dor del navio en 1797, fue notificado de que:
El Sr. P ark er... está esperamos donde los villanos infernales como tú no podréis
nunca entrar porque el infierno se hizo para malvados tan ruines y abominables
y los que son ... como tú son vasijas de ira hechas para eterna destrucción oh
cómo am argará vuestras almas por toda la Eternidad Ver al Bendito Parker lle
no de Gozo y felicidad y Gloria en la dichosa presencia de Dios y Cristo y los
Ángeles Santos, cuando estéis vosotros en compañía de diablos y Almas conde
nadas, y llenos de ira, Miseria y Dolor por los siglos de los siglos.141
Estos versos tienen una calidad mágica, como las adivinanzas rimadas de
Merlín, las de Mother Shipton y «la última profecía de una vaca de Cum-
berland»:
circulaban a lo largo del siglo xvm, estaban aún vivos en los años 1790 y
nos recuerdan las adivinanzas del bufón de El rey Lear. Los escritos de
Joanna Southcott constituyen un final adulterado de esta tradición y tienen
la cualidad del encantamiento incluso con mal verso. Una amenaza rima
da al pie de una carta evoca cierta fuerza mágica adicional:
V II
La carta anónima de amenaza fue un componente intrínseco de la pro
testa social e individual en la compleja sociedad de industria fabril y
progreso agrícola capitalista que los especialistas persisten en llamar so
ciedad «preindustrial». En su aspecto rural acompañaba algunas veces,
puntuaba e iluminaba los motivos del incendio premeditado, la ruptura
de cercas, el desjarretado del ganado y así sucesivamente. En minas, ta
lleres, astilleros e industria textil acompañaba a la organización sindical
ilícita y a la ruptura de máquinas.144 En años de precios altos su función
de obstaculizar ciertas prácticas de tráfico y mercado y estimular la cari
dad o los alimentos subvencionados es clara. En tales circunstancias ju
gaban algunas veces el papel de canal de «negociación» dentro del equi
librio paternalista-plebeyo.
Estas generalizaciones no nos llevan muy lejos. Ni tampoco llegaría
mos lejos si limitáramos nuestro examen a las formas de una fase subsi
guiente de organización —la huelga o la pequeña imprenta—, ya que cada
una de ellas tiene multitud de funciones y expresa multitud de voces. Para
482 E. P. THOMPSON
Chichley Plowden que puede modificar las opiniones ortodoxas sobre los
modos en que la riqueza comercial, de vuelta en Inglaterra, fertilizaba las
revueltas agrarias e industriales:
Sabemos ya lo suficiente sobre las acciones de la multitud del siglo xviii para
desconfiar de la más bien confortable historiografía dominante hasta épo
ca reciente. De acuerdo con estas explicaciones, el caballero inglés que vi
vía en el campo estaba «próximo a la vida sencilla de la gente sencilla» y
«nunca lejos de un humanitarismo normal»: y «el honor, la dignidad, la con
sideración, cortesía y caballerosidad eran todas virtudes esenciales del ca
rácter del caballero y todas se derivaban parcialmente de la naturaleza de
la vida del campo».150 Un escritor de Witney (1767) mostraba la vida del
campo con colores diferentes:
Sin duda un autor que había sido atropellado por los yeomen escribía des
de una posición de parcialidad. Pero las voces permanecen en el interior de
nuestro oído. Y nos impulsan a una última e importante reflexión. La ve
hemencia misma del estilo no debe inducirnos erróneamente al extremo
opuesto, según el cual la Inglaterra plebeya del siglo x v iii estaría compues
ta por revolucionarios impotentes, unos pocos de los cuales se expresaban
de forma articulada (en la Gazette) mientras los restantes rumiaban aisla
damente su cólera. Pues las imprecaciones y la vehemencia son el otro
lado de la moneda de la deferencia. Son aquellos que provienen de una
cultura religiosa en la cual el juramento y la blasfemia entrañan los mayo
484 E. P. THOMPSON
res poderes mágicos. Y son aquellos que no pueden expresar sus agravios
abiertamente, que no pueden formar sus propias organizaciones o hacer
circular sus propios folletos y su prensa, cuyas voces irrumpen anónima
mente con fuerza desmedida.
Pero no debemos dejamos confundir con esto. Si surgía la oportuni
dad, las voces insurrectas podían ser seguidas por acciones de insurrección.
Podía ocurrir, desde luego, que los revolucionarios salieran a las calles, como
en París hacia 1791, empleando estas voces. Pero sin esa oportunidad las
voces podían volver, con extraordinaria celeridad, al silencio o a la abyecta
dependencia. Esto se nota en muchas de las cartas, especialmente en las
que se escribieron anteriormente a la influencia de Tom Paine. Puede ob
servarse en el tono oscilante de una carta de los commoners de Cheshunt
en 1799: «Nosotros como aves rapaces esperaremos secretamente para
que corra la sangre» de los que preparaban el cerramiento «cuyos nombres
y lugares de habitación son como heridas putrefactas para nuestra nariz»;
por otra parte, si en lugar de cerrar el mismo caballero hubiera efectuado
una regulación justa de los derechos del común, entonces «en lugar de ser
despreciable sería tu Nombre como un Ungüento Odorífero vertido sobre
nosotros».
Y, nuevamente, tras todo esto hay una resignación a la inevitabilidad del or
den social establecido: los pobres, por la amenaza o incluso por la violen
cia, recuerdan a los ricos ciertas obligaciones hipotéticas. Lo que mues
tran las cartas no es la, falta de deferencia en este tipo de sociedad, sino
ciertos aspectos de su carácter y sus límites. Esta deferencia no tiene cali
dad interior: estos escritores no aman a sus amos, pero, finalmente, tienen
que resignarse al hecho de que probablemente seguirán siendo sus amos
mientras dure su vida. Así ocurre en instituciones menores que profesan
valores paternalistas; el suboficial puede despreciar u odiar a sus oficiales,
el criado de la gran casa o del college despreciar a aquellos a quienes sirve,
pero la dependencia exige que se paguen ciertas deudas de conducta y len
guaje.153
De aquí que el historiador que se enfrenta a cartas como éstas y vuelve
después a la prensa permitida o a los periódicos de los grandes tenga la im
presión de visión doble. En la superficie todo es consenso, deferencia, con
EL DELITO DE ANONIMATO 485
Notas
1. Para una historia general de la l/mdan Gózate (citada en adelante I.G), v6u.se P. M. Ilan-
dover, A Historyofthe Umdon Gazette, 1665-1965, 1965.
2. Para la maquinaria de recompensas y perdones, véase León Rod/.inowic/., A History ofEn-
glish Criminal ¡a w and its Adnrinlstration fnnn 1750, 4 vols., 1948-1968, esp. vol, II, sec
ciones 4 y 5.
3. La Gazette es, por supuesto, una importante l'ucntc no sólo para las imprecaciones, sino
tambi6n partí las acciones, puesto que las recompensas ofrecidus a cambio de informa
ción sobre asesinatos, contrabando, incendios premeditados, motines industriales, etc.,
tambi6n aparecen en sus páginas.
4. He contraído una grun deudu con E. E. Dodd por su ayuda pura el estudio de las Gazettes
y con Mulcolm Thomas, cuyo amplio conocimiento de los documentos del Home Office
entre 1790 y 1803 ha estado a mi disposición. Pude disponer de su ayuda con la asistencia
de una beca para la investigación de los motines de subsistencias de la Nuffield Founda
tion en 1968-1969.
5. No se pretende ofrecer unu precisión decisiva. La mención de cartas aparecidas en la Ga
zette que no dan información sobra el asunto o el contenido de las mismas han sido omi
tidas de este cálculo.
6. Por «relativos a crímenes» quiero decir intentos de influir sobre el curso de la justicia,
amenazas a testigos, etc. Hay de hecho 21 de estas curtas, pero 8 de las mismas me ha pa
recido posible colocarlas en agravios «sociales».
7. En algunos casos una carta contiene distintas amenazas, o amenazas concernientes a va
rias personas: por ejemplo, asesinato al alcalde, destrucción de las propiedades al moli
nero, incendio al labrador: esto explica las discrepancias en las cifras entre los cuadros 2
y 3, 4 y 5.
8. Para ejemplos de anuncios locales, v6ase Aris's Birmingham Gazette (11 agosto 1766,9 m ar
zo 1767); Reading Mercury (10 marzo 1800).
9. PRO, HO 43.8, p. 144.
486 E. P. THOMPSON
25. Para un ejemplo de un asunto de ese estilo que no se hizo público, véase Universidad de
Nottingham, Manvers Coll. B 92. En este caso, el vicario de Edwinstowe (Notts.), que en
1824 había despedido de su servicio a una tal Sra. Clark, parece haber sido chantajeado
por algún allegado de dicha señora que escribió: «yo os vi a ti y a la Sra. Clark salir de la
cocina y entrar juntos en el excusado y cuando habíais hecho aquello para lo que habíais
entrado, salir». Pero puesto que el autor no pedía dinero sino simplemente «su respues
ta», no pudo ser juzgado por felonía.
26. LG, n.° 11538 (febrero 1775). Cada Gazette está fechada para un período de tres o cuatro
días, de modo que es más sencillo identificarlas por su número que por la fecha. La fecha
que se da entre paréntesis indica el mes en que la carta fue enviada por primera vez, que
era algunas veces unas semanas antes de que fuera publicada en la Gazjette. Desde 1785 en
adelante cada año de la Gazjette estaba paginado consecutivamente; Handover, op. cit.,
p. 59.
27. LG, n.° 10282 (enero 1763).
28. LG, n.° 9971 (enero 1760).
29. LG, n.° 10282 (enero 1763).
30. LG, n.° 10392 (febrero 1764).
31. Véase Cal Winslow, pp. 154-156. Un cirujano de Hackney recibió una carta que comenza
ba: «Sr. Toulmin ésta procede de una sanguinaria confederación de contrabandistas que
están cortos de fondos y han perdido tres caballos en los últimos quince días de modo buen
señor que insistimos en que nos mande 20 guineas ...»; LG, n.° 12118 (septiembre 1780).
32. LG,n.° 11128 (marzo 1771).
33. LG, n.° 11521 (diciembre 1774).
34. Véase, por ejemplo, LG, n.° 12095 (junio 1780), n.° 12107 (agosto 1780).
35. Véase Commons' Joumals, XX, pp. 156-157 (febrero 1723).
36. LG, n.° 11793 (agosto 1776).
37. LG, n.° 11731 (diciembre 1776).
38. LG, n.° 16341 (enero 1810); véase también n.° 15017 (marzo 1798).
39. LG, n.° 16341 (febrero 1810).
40. LG, n.° 11569 (junio 1775).
41. PRO, HO 42.27, fol. 722.
42. Por ejemplo, LG, n.° 9327 (octubre 1753). El arcediano Robert Oliver de Presión fue in
formado de que él «y todo Clérigo de este pueblo no eran Nada más que Herejes y Almas
malditas si William Whittlc ese hombre bueno es colgado en los próximos 10 días podéis
estar bien Seguros de que volaréis a vuestra Perdición»; LG, n.° 10616 (abril 1766).
43. R. v. Girdwood, 1 Leach 142.
44. Norwich, LG, n.° 10690 (diciembre 1766); véase también n.° 10671 (octubre 1766), y R. v.
Royce, 4 Burr. 2073; Halifax, LG, n.° 11038 (abril 1770); Staffordshire y Nottingham, LG,
n.° 1800, p. 475 (mayo 1800).
45. LG, n.° 10720 (abril 1767).
46. LG, n.° 10713 (marzo 1767); PRO, WO 1.873.
47. Para documentos ilustrativos del largo conflicto de los trabajadores de seda de Spital-
fields, véase Calendar of Home Office papers ofthe Reign of George III, 1878,1, pp. 312-313;
III, pp. 273-274; IV, pp. 39-43.
48. LG, n.° 11136 y 11138 (abril 1771). La primera carta de Spitalfields publicada en la
Gazette, en el n.° 10354 (octubre 1763).
49. Un gran paquete de este tipo de comunicación anónima recibido por Robert Harley, du
que de Oxford, en las primeras décadas del siglo xvm, puede encontrarse en British
Museum, Portland Loan 29.11.
50. LG, n.° 10724 (abril 1767).
51. LG, 1811, p. 1760 (septiembre 1811).
488 E. P. THOMPSON
52. D. J. V. Jones en Before Rebecca 1973, p. 99, cita excelentes ejemplos de éstos (algunas veces
decorados con toros rojos esquemáticos; etc.), en el contexto del «Ganado Escocés» en el
«dominio negro» de carbón y hierro del Sur de Gales; comenta (p. 100) su extrema efecti
vidad para precipitar huelgas, intimidar a esquiroles, y así sucesivamente. Prácticamente
la misma efectividad prevalecía probablemente en la década de 1760 en la industria sede
ra de Spitalfields y en la industria lanera del Oeste inglés hacia 1800. Estas advertencias
(y ocasionalmente las dirigidas a la gentry o a los patronos) iban a veces acompañadas de
horribles énfasis de manchones de sangre sobre el papel, un pájaro muerto u otro animal
en el umbral de la puerta, o incluso el corazón de un animal matado; véase por ejemplo,
Yeovil, 1816, PRO, HO 42.150; E. P. Thompson, «The Moral Economy of the English
Crowd in the Eighteenth Century», Past and Present, 50 (febrero 1971), p. 135.
53. Las cartas pueden insertarse en el contexto definido con tanta claridad por E. J. Hobs-
bawm en «The Machine Breakers», Past and Present, n.° 1 (1952) y Labouring Men, 1963.
54. LG, n.° 10398 (febrero 1764).
55. LG, n.° 10287 y 10288 (febrero 1763).
56. LG, n.° 12854 (mayo 1787).
57. LG, n.° 13723 (octubre 1794).
58. Por ejemplo, LG, 1785, p. 586 (diciembre 1785); n.° 12720 (enero 1786); 1786, p. 203 (Te
jedores de Glasgow, abril 1786); 1792, p. 191 (marzo 1792).
59. LG, 1802, p. 386 (abril 1802).
60. Buenos ejemplos de cartas luditas pueden encontrarse en W. B. Crump, The Leeds Woollen
Industry, 1780-1820, Leeds, 1931, pp. 229-230 (el West Riding); J. Russell, «The Luddites»;
Transactions o f the Thoroton Society, X (1906), pp. 53-62 (Nottingham); E. P. Thompson,
The Making o f the English Working Class, Harmondsworth, 1968, esp. pp. 607-608, 620, 626,
639,643-644, 658, 784.
61. Véase, por ejemplo, LG, 1802, p. 1047 (septiembre 1802), en que se enumeran delitos co
metidos en este distrito agitado en el verano de 1802, que incluyen incendios de almia
res, interceptar los carros y cortar los paños, disparar pistolas en el interior de las casas,
ataques armados a máquinas tundidoras, destrucción de maquinaria e incendio de edi
ficios.
62. Para la carta Ashill, véase A. J. Peacock, Bread or Blood, 1965, pp. 65-66.
63. LG, n.° 10960 (julio 1769); n.° 10964 (julio 1769); n.° 11027 (marzo 1770).
64. LG, n.° 10287 (enero 1763).
65. LG, n.° 12191 (mayo 1781).
66. LG, 1795, p. 192 (diciembre 1794).
67. Carta en QO/EW 51, East Sussex RO, citada en Monju Dutt, «The Agricultural Labourers'
Revolt of 1830 in Kent, Surrey and Sussex», tesis doctoral no publicada, Universidad de
Londres, 1966, p. 375.
68. «Philalethes» [William Temple], The Case as it now stands between the Clothiers, Weavers,
and other Manufacturers, with regará to the late Riot in the County ofWilts, 1739, p. 37.
69. Carta recibida por E. Lloyd Hall, 25 agosto 1843, PRO HO 45.454 (ii), fol. 468. Véase tam
bién, H. T. Evans, Rebecca and her Daughters, Cardiff, 1910, pp. 34-35, 68-69, 194-195.
70. Cf. Raymond Williams, The Country and the City, 1973, pp. 184-185; sobre cartas incen
diarias comparar A. Abbiateci, «Les incendiaires dans la France du xviii0 siécle», Annales
E. S. C., XXV, n.° 1 (enero-febrero 1970), pp. 229-248.
71. PRO, SP 36.14 (i), fol. 125. Véase E. P. Thompson, Whigs and Hunters, Alien Lañe, 1975,
cap. 10.
72. LG, n.° 9613 (agosto 1756). Estas cartas se estaban escribiendo con toda seguridad en los
años de precios altos de 1740y 1753; véase por ejemplo Newcastle Journal (28 junio 1740),
en el que se informaba de la condena de un hombre en Swaffham Bulbeck (Cambridgeshi-
re) por enviar cartas anónimas al molinero amenazando con quemar sus molinos si el
EL DELITO DE ANONIMATO 489
105. The limes (21 diciembre 1830). Durante la «Guerra del Pequeño Inglés» de Cardiganshi-
re contra el cerramiento en la década de 1820, las autoridades sospechaban que el autor
de cartas anónimas era James Morris, «anteriormente Clérigo de la Iglesia Establecida,
pero privado de esa dignidad por mala conducta; tiene una Escuela para la educación de
Niños en la Vecindad, y vagabundea de una Cabaña a Otra para buscarse el Sustento: es
uno de los más difíciles TVansgresores; D. J. V. Jones, «More Light on "Rhyfel y Sais
Bach"», Ceredigion, IV (1965) pp. 88-89.
106. The limes (22 diciembre 1830); J. L. y B. Hammond, op. cit., p. 286.
107. Véase J. R. Godoy, ed„ Literary in Traditional Societies, Cambridge, 1968, pp. 13-17.
108. PRO, Assi 5.44 (ii); Whigs and Hunters, cap. 3
109. Edward Milward, alcalde de Hastings, a Portland, 1 mayo 1795, PRO, HO 42.34. La carta
tiene una anotación: «Leigh es miembro del LCS [London Corresponding Society] y es
taba distribuyendo las publicaciones de Eaton, etc., etc.». Véase también HO 43.6, pp.
344, 402, y HO 42.52, fols. 304-305.
110. Para Baker, véase E. Moir, Local Government in Gloucestershire, 1775-1800: A Study of
theJustices of the Peace, Bristol and Gloucestershire Archaelogical Society Records, vol.
VIII, 1969, pp. 145, 150-151.
111. El endose de Portland de la carta de Baker es más breve: «Si el Escritor de la Hoja pue
de ser lo suficientemente asustado para que abandone la región entonces la mejor ma
nera de evitar disturbios casi parece ser... [el resto ininteligible]».
112. Baker a Portland, s. f. [octubre 1795], PRO HO 42.36; Portland a Baker, 22 octubre 1795,
HO 43.7, pp. 219-220.
113. Existen informaciones y borradores de encausamicntos en una copia transcrita de «pa
peles relativos a los motines de Stogurscy de 1794-1801 en posesión de Lord Si. Au-
dries». Esta transcripción la conserva el vicario de Stogursey, con quien estoy en deuda
por su permiso para citar del mismo.
114. Baker a Portland, 17 agosto 1800, PRO, HO 42.50; Portland a Baker, 24 agosto 1800, HO
43.12, p. 78.
115. LG, 1800, pp. 814, 1120-1121; Baker a Portland, 12,18 septiembre 1800, PRO, HO 42.51.
116. LG, 1800, p. 202 (febrero 1800); G. J. Fort a W. Hussey, Esq., MP, 19 febrero 1800, PRO, HO
42.49. Otro caso que se hnbia presentado a Portland fue el de graneros, etc., incendiados
en Odiham (Hants.), en las tierras de un tenente de sir H. P. St. John Miidmay, segui
dos una semana después por una furiosa carta en que se pedían responsabilidades y se
amenazaba con más acciones: el vicario de Odiham sospechaba (sobre la evidencia de la
letra) «de un hombre de muy buen carácter —empleado por la mayoría de los labrado
res, y suficientemente opulento como pata no sentir la presión de la actual escasez con
gran severidad—»; LG, 1800, p. 248; las cartas de Miidmay y del reverendo J. W. Beadon
en HO 42.49. Otros ejemplos de cartas directamente asociadas con incendios o mo
tines incluyen los de Wedmore (Somerset) 2 abril, Lewes, 17 abril, Nottingham, 25 abril
1800 (todas en HO 42.49); Wimbome (Dorset), 19 junio, distrito de Taunton, 31 julio 1800
(HO 42.50); Blandford, 9 septiembre 1800 (HO 42.51); Haverfordwest (HO 42.53) y
otras.
117. J. L. y B. Hammond. op. cit., p. 286.
118. LG, n.° 12084 (abril 1780).
119. Véase una de las primeras cartas nacionalistas galesas en LG, n.° 11368 (julio 1773).
120. LG, n.° 11956 (enero 1779).
121. LG, 1792, p. 953 (diciembre 1792).
122. Carta al Sr. Kirby, maestro de algodón, Ancoats, adjunta en Holt, 22 febrero 1812, PRO,
HO 42.120.
123. LG, n.° 10671 (octubre 1766). En 1840, un carlista de Gloucester envió una carta al mar
qués de Normanby que debió de proporcionar al autor gran satisfacción: la carta ame
492 E. P. THOMPSON
nazaba con represalias contra todos los implicados en el juicio de John Frost y sus compa
ñeros insurgentes en Monmouth: «Estad seguros habrá un glorioso cor-de-main-come-e-fo
será una verdadera Chef-d’oeuvre con ec-la, podéis estar seguros todos estáis en lista y
marcados —no están los pobres sufriendo lo imposible por sus malditas leyes de po
bres y no vais a casar a vuestro rapaz Vic con una rata alemana para darle 100.000 al año
... Si os enfrentáis a nosotros será ésta una época sobre la que aquellos de vosotros que
logréis escapar diréis que es sui-gen-e-vis. ¿Puede Srta. Vic creer que logrará consumar
su estado cannubialis derramando la sangre de esas pobres criaturas en Monmouth...?».
PRO, HO 40.57, fol. 13.
124. LG, n.° 11538 (enero 1775).
125. LG, 1800, p. 475 (mayo 1800).
126. LG, n.° 13805 (julio 1795).
127. LG, 1796, p. 45 (diciembre 1795).
128. PRO HO 42.27, citado en «Moral Economy», op. cit., p. 102.
129. LG, 1800, p. 1093 (septiembre 1800).
130. LG, 1800, p. 1455 (diciembre 1800).
131. LG, 1793, p. 292 (marzo 1793).
132. PRO, HO 42.121, citado en Thompson, op. cit., p. 68.
133. LG, n.° 15540 (diciembre 1802).
134. LG, n.° 11133 (marzo 1771).
135. LG, n.° 15327 (enero 1801).
136. LG, 1801, p. 56 (diciembre 1800).
137. LG, 1800, p. 814 (julio 1800). Estas cartas fueron encontradas en las parroquias de Fin-
chingfield Oíd Samford, New Samford y Great Bardfield.
138. El eclesiástico se excusó de leerlo por «miedo personal»; véase Thos Ruggles a Portland,
24 junio 1800, PRO, HO 42.50. Cuando la carta apareció en la Gazette, Ruggles pidió co
pias extra del diario para colocarlo en las puertas de las iglesias de aldeas desafectas: se
creía que la Gazette oficial sería más efectiva que las advertencias de las autoridades lo
cales; Ruggles a Portland, 6 julio 1800, ibid.
139. LG, n.° 15349 (marzo 1801).
140. LG, n.° 15302 (octubre 1800).
141. LG, n.° 14033 (agosto 1797).
142. Calendar State Papers (Domestic), 1630, p. 387.
143. LG, 1810, p. 632 (abril 1810).
144. ... Tan tardíamente como 1869 o 1870 John Wilson, el pocero primitivo metodista que
llegaría a ser miembro del parlamento y dirigente de los mineros de Durham, creyó ne
cesario llevar a cabo una propaganda clandestina anónima en su intento de organizar la
zona minera de Haswell. «Empezaron a aparecer notas misteriosas en las poleas y los
carros ... escritas en pedazos de papel de unas tres pulgadas cuadradas»; pero de acuer
do con lo que Wilson recordaba sus notas incitaban a la organización («Levantaos y Afir
mad vuestra Hombría») y no incluían amenazas; John Wilson, Memories o f a Labour
Leader, 1910, p. 223.
145. LG, 1793, p. 926 (octubre 1793).
146. LG n.° 15349 (marzo 1801).
147. LG, n.° 10366 (noviembre 1763).
148. LG, n.° 9754 (octubre 1757). Por «Prespetrenc» yo entiendo «Presbyterians».
149. LG, 1798, p. 76 (enero 1798).
150. R. J. White, Waterloo to Peterloo, 1957, pp. 40-41; F. M. L. Thompson, English Landed So-
ciety in the Nineteenth-Century, 1963, p. 16.
151. LG, n.° 10779 (noviembre 1767).
152. LG, 1800, pp. 346-347 (marzo 1800).
EL DELITO DE ANONIMATO 493
«The Rule of Law», en Whighs and Hunters: The Origin o f the Black Act, Pantheon Books,
Nueva York, 1975. Traducción de Alberto Clavería.
EL IMPERIO DE LA LEY 495
masiva casi diaria de la crónica del siglo veinte. ¿Que hay leyes partidistas
que han supuesto un trato brutal para unos pocos silvicultores? ¿Y qué es
esto en comparación con las pautas del Tercer Reich? ¿Los aldeanos de
Winkfield se han visto privados del acceso a la turba de Swinley Rails? ¿Y
qué es esto en comparación con la liquidación de los kulaks? Lo notable
(se nos recuerda) no es que las leyes se forzasen, sino el hecho de que en el
siglo xviii la justicia imperase por doquier. Pedir más justicia que ésta es
un despliegue de mero sentimentalismo. En cualquier caso, hemos de ajus
tar nuestro sentido de la proporción; frente a los puñados de personas lleva
das a Tybum para su ejecución (y los puñados más pequeños que fueron
llevadas en la época T\idor) hemos de ver legiones enteras ejecutadas por
las epidemias o la escasez.
Desde tales puntos de vista preocuparse por los aciertos y los errores
de la ley de un puñado de hombres en 1723 es preocuparse por trivialidades.
Y a idéntica conclusión se llegará mediante una modificación del punto de
vista, que puede coexistir con algunos de esos mismos alegatos. Florecen
éstos bajo la forma de un marxismo muy elaborado pero en el fondo su
mamente esquemático que, para nuestra sorpresa, parece brotar siguiendo
los pasos de aquellos de nosotros que somos de una tradición marxista
más antigua. Desde esta perspectiva la ley, quizá más claramente que cual
quier otra elaboración cultural o institucional, forma parte por definición
de una «superestructura» que se adapta a las necesidades de una infraes
tructura de fuerzas productivas y de relaciones de producción. En cuanto
tal es a todas luces un instrumento de la clase que es de hecho la domi
nante: define y a la vez defiende las exigencias de los dominantes en lo re
ferente a recursos y a fuerza de trabajo —dice qué es propiedad y qué es
delito— y media en las relaciones de clase con una serie de normas y san
ciones oportunas, todas las cuales, a fin de cuentas, confirman y consoli
dan el vigente poder de clase. Así pues el imperio de la ley no es sino otra
máscara del dominio de una clase. Al revolucionario puede no interesarle
la ley, excepto como maniléstación del poder y la hipocresía de la clase
dominante; su objetivo sería simplemente derrocarla. De modo que, una
vez más, manifestar sorpresa ante la Black Act o ante los jueces parciales,
a no ser que se trate de confirmar e ilustrar teorías que podrían demos
trarse fácilmente sin todo este esfuerzo, es simplemente revelar la propia
ingenuidad.
Así que la vieja posición intermedia de la historiografía se está desmo
ronando por ambos lados. Yo estoy en un saliente muy estrecho viendo
cómo suben las mareas. O, para ser más explícito, aquí estoy sentado en
mi estudio, tengo cincuenta años y en el suelo y el escritorio se amontonan
cinco años de notas, fotocopias y borradores descartados; una vez más el
496 E. P. THOMPSON
tras que éstos no necesitaban ley alguna. Lo que con frecuencia se cues
tionaba no era la propiedad, apoyada por la ley, contra la no-propiedad;
se trataba de definiciones alternativas de derechos de propiedad: para el
terrateniente, cercados; para el aldeano, derechos consuetudinarios; para
la burocracia forestal, «terrenos reservados» para la caza; para los silvicul
tores, el derecho de siega. Y de hecho, en la medida en que siguiera siendo
posible los dominados —si podían hacerse con fondos y con un abogado—
lucharían por sus derechos sirviéndose de la ley; ocasionalmente los arren
datarios, basándose en precedentes legales del siglo xvi, podían de hecho
ganar un caso. Cuando dejó de ser posible seguir luchando con ayuda de la
ley, los hombres aún experimentaron un sentimiento de agravio legal: los
acaudalados habían obtenido su poder por medios ilegítimos.
Por otra parte, si escrutamos de cerca semejante contexto agrario, cada
vez se hace más insostenible la distinción entre ley por una parte, conce
bida como un elemento de «superestructura», y realidad de las fuerzas y re
laciones de producción por otra. Pues frecuentemente la ley era una defini
ción de la práctica agraria de hecho, como ha venido siendo «desde tiempo
inmemorial». ¿Cómo podemos distinguir entre la actividad de cultivar o de
extraer piedra y los derechos a ese campo o a esa cantera? El cultivador o el
silvicultor, en su ocupación cotidiana, se movían en el seno de estructuras
legales visibles o invisibles: ese hito que indicaba la división entre campos;
ese antiguo roble —visitado en procesión cada día de rogativas— que indi
caba los límites de los pastos parroquiales; esos otros recuerdos invisibles
(pero poderosos y en ocasiones legalmentc válidos) en virtud de los cuales
las parroquias tenían derecho de siega en este baldío o no lo tenían; esa cos
tumbre escrita o no escrita que decidía cuántas y a quién correspondían las
jornadas de trabajo de las tierras del común: ¿eran sólo para arrendatarios
y poseedores de feudo franco o para toda la población?
Así pues la «ley» estaba profundamente imbricada con las bases mismas
de las relaciones de producción, que sin dicha ley hubieran sido inoperantes.
Y en segundo lugar, esta ley, por definición o según las reglas (imperfecta
mente aplicables por medio de formas legales institucionales) era confirma
da por normas tenazmente transmitidas en el seno de la comunidad. Había
normas alternativas, lo que nada tiene de especial; era un punto no de con
senso, sino de conílicto. De modo que no podemos, simplemente, tomar toda
ley como ideología y asimilar también esto al aparato de estado de una clase
dominante. Por el contrario, las reglas de los silvicultores se revelarían como
valores apasionadamente defendidos que les impulsaron a un curso de ac
ción que a su vez les conduciría a un encarnizado conflicto... con «la ley».
De modo que una vez más hemos vuelto a esa ley: los procedimientos
institucionalizados de la clase dominante. Lo cual, indudablemente, ya no
498 E. P. THOMPSON
natural» del jurado. Desde que esta tradición llegó a su madurez en la In
glaterra del siglo xvm, sus exigencias llamaron la atención del historiador.
Y puesto que aún puede hallarse parte de la herencia de ese momento
cultural en contextos que han cambiado mucho, como Estados Unidos, la
India y ciertos países de África, es importante volver a examinar las pre
tensiones del donante imperialista.
Sostengo pues la necesidad de una revaloración de la ley del siglo xvm,
de la que este estudio sólo ofrece un fragmento. Dicho estudio se ha centra
do en una ley mala, preparada por malos legisladores y ampliada por las
interpretaciones de malos jueces. En la historia de la Black Act no hay
nada que se preste a ser defendido en términos de justicia natural. De to
dos modos este estudio no prueba que toda ley sea mala en cuanto tal.
También esta ley limitaba a los dominantes para que actuaran solamente
de los modos que sus formas permitían; estas formas les causaban pro
blemas; no siempre pudieron ignorar el sentido de justicia natural de los
miembros del jurado; y cabe imaginmar cómo hubiera actuado Walpole,
de no haber estado sujeto en modo alguno a formas legales, contra jacobitas
o perturbadores de Richmond Park.
Si suponemos que la ley no es más que un modo fraudulento y pompo
so de registrar y ejercer el poder de clase, no necesitaremos desperdiciar
nuestro esfuerzo estudiando su historia y sus formas. Una ley [Act] sería
en gran medida igual que otra, y todas, desde el punto de vista del do
minado, serían negras [Black]. Es por asuntos legales por lo que nos he
mos preocupado de esta historia. Y esto es también una respuesta a esos
pensadores universales, impacientes con todo menos con la longue durée, a
quien no se puede molestar con carretadas de víctimas en Tyburn cuando
las comparan con los índices de mortandad infantil. Las víctimas de la
viruela sólo dan testimonio de su propia pobreza y de la infancia de la cien
cia médica; las víctimas de la horca son ejemplares de un código conscien
te y elaborado que se justifica en nombre de un valor humano universal. Y
puesto que mantenemos que este valor es un patrimonio de la humanidad
que aún resulta de utilidad para el mundo, el funcionamiento de ese códi
go merece nuestra atención más escrupulosa. Sólo cuando seguimos las
complejidades de su funcionamiento podemos mostrar lo que valía, cómo
era forzada, cómo proclamaba valores que en la práctica eran falsificados.
Cuando consideramos a Walpole acosando a John Huntridge, al juez
Page dictando sus sentencias de muerte, a lord Hardwicke sacando de con
texto las cláusulas de su ley y a lord Mansfield entregado a sus manejos,
sentimos desprecio por hombres cuya práctica contradice la retumbante
retórica de la época. Pero sentimos desprecio no por considerar despecti
vamente la noción de una ley justa y equitativa, sino porque dicha noción
EL IMPERIO DE LA LEY 505
siglo xvin. Pero además constituyó una paradoja que en definitiva dicha so
ciedad no pudo superar, pues la paradoja se mantuvo inalterada en un pos
terior equilibrio de las fuerzas de clase. Cuando las luchas de 1790-1832
indicaron que dicho equilibrio había cambiado, los gobernantes de Ingla
terra se vieron frente a alternativas alarmantes. Podían prescindir del im
perio de la ley, desmantelar sus elaboradas estructuras constitucionales, con
tradecir su propia retórica y ejercer el poder por la fuerza; o podían
someterse a sus propias normas y rendir su hegemonía. En la campaña
contra Paine y los impresores, en las T\vo Acts (1795), en las Combination
Acts (1799-1800), en la represión de Peterloo (1819) y en las Six Acts (1820)
dieron pasos titubeantes en la primera dirección. Pero al final, en vez de
destruir su propia imagen de sí y rechazar 150 años de legalidad constitu
cional, se rindieron a la ley. En esta rendición iluminaron retrospecti
vamente la historia de su clase, gracias a lo cual recuperaron parte de su
honor; pese a Walpole, pese a Paxton, pese a Page y a Hardwicke, aquella
retórica no había sido del todo una farsa.
III
Historia y teoría
LA LÓGICA DE LA HISTORIA
D e M is e r ia d e la t e o r ía *
M¡seria de la teoría, traducción de Joaquim Scmpere, Crítica, Barcelona, 1981, pp. 65-85.
(«Historical Logic», en The Poverty ofTheory and Other Essays, Monthly Review Press, Nueva
York, 1978.)
510 E. P. THOMPSON
das, los temas de investigación histórica son tan desiguales, y, por encima de
todo, las conclusiones son tan polémicas y tan duramente controvertidas
dentro de la propia profesión que resulta difícil aducir una coherencia dis
ciplinaria. Y me doy perfecta cuenta de que hay cosas en la Cambridge
School of History susceptibles de provocar carcajadas antropológicas u
otras. No obstante, el estudio de la historia es un empeño muy antiguo, y sería
sorprendente que fuera el único entre las ciencias y las humanidades que
haya sido incapaz de desarrollar su propia disciplina durante varios miles
de años, es decir, su propio discurso de la demostración. Y no veo qué pueda
ser dicho discurso a menos que adopte la forma de una lógica histórica.
Yo argüiría que se trata de una lógica diferenciada, apropiada a los ma
teriales del historiador. No puede ser útilmente valorada según los mismos
criterios que la física, por las razones aducidas por Popper y por otros mu
chos; «la historia» no depara laboratorios para la verificación experimental,
proporciona la evidencia de causas necesarias pero nunca —a mi juicio—
de causas suficientes, las «leyes» —o, en términos más de mi gusto, la lógica
o las presiones— del proceso social y económico son siempre interferidas
por contingencias de maneras tales que invalidarían toda regla en las cien
cias experimentales, y así sucesivamente. Pero estas razones no son objecio
nes a la lógica histórica, ni justifican (como supone Popper) la acusación
de «historicismo» contra toda noción de la historia como registro de un pro
ceso unificado con su «racionalidad» propia. Simplemente ilustran —y oca
sionalmente definen, lo cual resulta más provechoso— la conclusión de que
la lógica histórica no es lo mismo que los procedimientos disciplinarios
de la física.
La lógica histórica tampoco puede sujetarse a los mismos criterios que
la lógica analítica, que es el discurso de la demostración propio del filósofo.
Las razones de esto residen no en la falta de lógica de los historiadores, sino
en su necesidad de una lógica de tipo distinto, apropiada a fenómenos que
están siempre en movimiento, que revelan —incluso en un mismo momen
to— manifestaciones contradictorias, cuyas particulares evidencias sólo pue
den hallar su definición en contextos particulares, y cuyos términos generales
de análisis (es decir, las preguntas adecuadas para interrogar los datos em
píricos), sin embargo, raramente son constantes, sino que más bien cam
bian según los movimientos del acontecimiento histórico: en la medida en
que cambia el objeto de la investigación, así cambian también las preguntas
adecuadas. Como ha comentado Sartre: «La historia no es orden. Es desor
den: un desorden racional. En el momento mismo de mantener un orden,
es decir una estructura, la historia está ya en camino de deshacerlo».1
Ahora bien, un desorden de esta clase rompe todo procedimiento de
lógica analítica, la cual, como primera condición, debe manejar términos
LA LÓGICA DE LA HISTORIA 511
De ahí se sigue que si los conceptos marxistas (es decir, conceptos de
sarrollados por Marx y dentro de la tradición marxista) difieren de otros
conceptos interpretativos en la práctica histórica, y si resultan ser más «ver
daderos» o más adecuados para la explicación que otros, esto será porque
resisten mejor la prueba de la lógica histórica, y no por «derivar de» una
verdadera Teoría externa a esta disciplina. En cualquier caso, no han sido
inferidos de esta manera. En la medida en que yo mismo tengo una deuda
profunda con la práctica del propio Marx en lo referente a ciertos concep
tos, me niego a rehuir responsabilidades apoyándome en su autoridad o a
esquivar las críticas huyendo de un salto del tribunal de apelación. Para el
conocimiento histórico, este tribunal reside en la disciplina de la historia y
en ninguna otra parte.
La apelación puede adoptar dos formas: a) la empírica, que ya ha sido
suficientemente examinada, y b) la teorética, es decir, la apelación a la co
herencia, adecuación y consistencia de los conceptos, y a su congruencia
con el conocimiento de disciplinas vecinas. Pero ambas formas de ape
lación sólo pueden ser efectuadas mediante el vocabulario de la lógica
histórica. El tribunal ha estado reunido en juicio contra el materialis
mo histórico durante un centenar de años, y su sentencia es continuamen
te aplazada. El aplazamiento es en electo un tributo a la robustez de la
tradición: durante este largo intervalo se han defendido casos contra un
centenar de otros sistemas interpretativos, y los acusados han resultado
absueltos. El hecho de que el tribunal no haya fallado decisivamente en
favor del materialismo histórico no se debe sólo al prejuicio ideológico de
algunos de los jueces (aunque hay mucho de eso), sino también a la natu
raleza provisional de los conceptos explicativos, a los silencios (o ausen
cia de mediaciones) existentes en ellos, al carácter primitivo y no recons
truido de algunas de las categorías y a que los datos empíricos no son
concluyentes.
8) Mi proposición final aconseja aplicar una reserva fundamental so
bre la epistemología althusseriana, así como sobre ciertos estructuralis-
mos o sistemas funcionales (por ejemplo, la sociología de Parsons) que pe
riódicamente tratan de invadir la disciplina histórica. Ciertas categorías
críticas y ciertos conceptos empleados por el materialismo histórico sólo
pueden ser comprendidos como categorías históricas: esto es, como catego
rías o conceptos apropiados para la investigación de procesos, para el exa
men de «hechos» que, incluso en el momento de ser interrogados, cambian
de forma (o conservan la forma pero cambian de «sentido») o se disuelven
en otros hechos; conceptos apropiados para el manejo de datos empíricos
no susceptibles de representación conceptual estática, sino sólo como ma
nifestación o contradicción.
LA LÓGICA DE LA HISTORIA 519
Notas
1. «Sartre aujourd'hui», L'Arc, n.° 30, trad. al inglés en Telos, 9 (1971), p. 110-116.
2. Esta tentativa ha nacido en parte debido a los auténticos esfucr/os hechos para establecer
procedimientos «científicos» de investigación (cuantitativos, demográficos, etc.); pero en
parte ha surgido de la impostura académica de los «científicos sociales», en sus intentos
por mantener una cierta paridad de nivel con sus colegas de las ciencias naturales en el
seno de las estructuras educativas (y frente a los organismos que deciden las subvencio
nes), dominados por criterios utilitarios. La noción más antigua de la historia como una
de las «humanidades» sometida a disciplina fue siempre más exacta, aunque fuera propia
de aficionados.
3. La «regla de reulidad» de J. H. Hexler —«la versión más probable que pueda sostenerse
con los datos empíricos relevantes de que se dispone»— es en sí misma útil. Por desgra
cia, su autor la lia puesto en obra de maneras cada ve/, más perjudiciales, en apoyo del su
puesto previo de que to d a versión «marxisla» d e b e ser improbable.
4. Para un ejemplo prístino de esta falta de comprensión, véase Hindess y Hirst, Pre-capita-
list modes of production, Londres, 1975, p. 312.
5. Esto no significa que la «historia» deba verse sólo como proceso. En nuestro tiempo, los
historiadores —y sin duda los historiadores marxistas— han seleccionado el proceso
(y las cuestiones concomitantes de relación y causación) como el objeto supremo de la in
vestigación. Hay otras formas legítimas de interrogar los datos.
6. Les/.ek Kolakowski, «Historical understanding and the intelligibility of history,», Jh-Quar-
terly, 22 (otoño 1971), pp. 103-117. He ofrecido una restricción a este razonamiento en mi
«Opon letter lo Kolakowski».
7. Véase la interesante distinción de Sartre entre «noción» y «concepto» a que me he referi
do en otro lugar. No obstante, seguiré haciendo uso de ambos.
8. Por «conceptos» (o nociones) entiendo categorías generales —de clase, ideología, estado-
nación, feudalismo, etc., o formas y secuencias históricas específicas, como crisis de sub
sistencias, ciclo de desarrollo familiar, etc.—, y por «hipótesis» entiendo la organización
conceptual de los datos empíricos destinada a explicar episodios particulares de causa
ción y relación.
9. Puede hallarse una provechosa elucidación de estos procedimientos en E. J. Hobsbawm,
«Karl Marx’s contribution to historiography», en R. Blackbum, editor, Ideology a n d social
S c ie n c e , 1972 [hay trad. cast.: Id e o lo g ía y c ie n c ia s so c ia le s, trad. de E. Ruiz Capillas, Gri-
jalbo, Barcelona-Buenos Aires-México, 1977].
526 E. P. THOMPSON
10. Por el cual estamos en deuda particularmente con la demografía histórica francesa.
11. He expuesto de nuevo recientemente mi posición en «Eighteenth-century English society:
class struggle without class?», Social History, III, n.° 2 (mayo 1978) [hay trad. cast. en el
volumen E. P. Thompson, Tradición, revuelta y consciencia de clase, Crítica, Barcelona,
1979]. Véase también E. J. Hobsbawm, «Class consciousness in history», en I. Meszaros,
ed., Aspects o f history and class consciousness, 1971, y C. Castoriadis, «On the history of
the workers’ movement», Telos, 30 (invierno 1976-1977).
12. Tales «modelos» estáticos pueden naturalmente desempeñar un papel útil en ciertos tipos de
investigaciones.
13. El problema de las «lagunas» en la información sobre las sociedades antiguas es exami
nado en M. I. Finley, The use and abuse o f history, 1971, p. 69-71 [hay trad. cast.: Uso y
abuso de la historia, Crítica, Barcelona, 1977].
14. Véase Raymond Williams, Marxism and literature, y el importante capítulo sobre «Deter
minación».
MARXISMO E HISTORIA
De M iseria de la teoría *
* Miseria déla teoría, traducción do Joaqulm Sempore, Crítica, Barcelona, 1981,pp. 93-117; bajo
el título de «Sobre el carácter epistemológico de las categorías históricas». («Marxism and His-
tory», en The Povcrty of Nations and Other Essays, Monthly Rcview Press, Nueva York, 1978.)
528 E. P. THOMPSON
de que en otra de sus regiones esta economía política derivaba, muy direc
tamente, de la confrontación con los datos empíricos, sea directamente
(del montón de informes oficiales, etc., a los que Marx pagó tan generoso
tributo),1 o menos directamente, mediante un examen intensivo y crítico
de los estudios de base empírica de otros escritores.
Así pues, Althusser empezó con un mal razonamiento, y luego arregló
la expresión con atavíos para mejorar su aspecto. Engels aparece formu
lando dos proposiciones. En primer lugar el carácter intrínsecamente «apro
ximado» de todos nuestros conceptos, y especialmente de los conceptos
necesariamente «fijos» que proceden del análisis del desarrollo social cam
biante, no fijo, y que sirven para este análisis. Esto puede ser «banal» en su
«obviedad» para un filósofo, que supone que «es sólo otra manera de decir
que la abstracción como tal es abstracta», «admirable tautología» que ra
ramente se le cae a Althusser de la boca. Pero para un historiador o un eco
nomista de hecho esto (aunque como teoría sea «obvio») es excepcionalmen
te complejo: se trata de una obviedad que en la práctica puede olvidarse
con demasiada facilidad y que necesitamos que nos recuerden.
Además Engels no sólo dice que los conceptos y su «objeto real» sean di
ferentes. Cierto es que exagera la nota en un momento de exasperación fren
te a la vieja escolástica burguesa y a los nuevos «marxistas» esquemáticos a
la vez: «para la ciencia las definiciones carecen de valor». Comprendemos
con creces su exasperación. Pero la intención de su carta a Schmidt consis
te en argüir: a) que no por ser todos los conceptos aproximaciones son en
consecuencia «ficciones»; b) que sólo los conceptos nos pueden permitir
«dar sentido» a la realidad objetiva, comprenderla y conocerla; y c) que, no
obstante, incluso en el acto de conocer podemos —y deberíamos— saber
que nuestros conceptos son más abstractos y más lógicos que la diversi
dad de esa realidad, lo cual podemos saber también por observación empírica.
No podemos entender la sociedad medieval europea sin el concepto de feu
dalismo, si bien con ayuda de este concepto podemos también saber que el
feudalismo, en su lógica conceptual, nunca se expresó «en su plena forma
clásica»; lo cual es otra manera de decir que el feudalismo es un concepto
heurístico que representa —y corresponde a— formaciones sociales reales,
pero que lo hace según la manera que es propia a todos los conceptos seme
jantes, de una manera sumamente depurada y lógica. La definición no nos
puede dar el acontecimiento real. En cualquier caso, las palabras de Engels
son más claras que mi glosa. Lo que reiteran, como tantas otras veces en es
tas últimas cartas, es el clamor en pro de la «dialéctica», cuyo verdadero sen
tido no se halla tanto en su intento de reducirla a un código formal como en
su práctica. Y una parte importante de su práctica es precisamente ese «diá
logo» entre concepto y datos empíricos que ya he examinado.
MARXISMO E HISTORIA 529
impulsan la m áquina del gobierno en una dirección distinta a la que habría re
sultado de la acción separada de cada una de ellas ...
Dios, como Bacon había señalado, actúa mediante causas segúndas, y es
tas causas, sea en la naturaleza, en la psicología o en la política, a menudo
aparecen como conjuntos de causas interactuantes (estructuras). Los con
juntos que proponía el materialismo mecánico seguían el paradigma del
reloj o de la fábrica. El conjunto constitucional estaba gobernado por las
reglas de la ley. Pero la economía política burguesa, desde Adam Smith en
adelante, descubrió un conjunto diferente, que se veía más como un «proceso
natural» cuyo nexo era el mercado, donde resultaban mediados los intere
ses particulares en interacción, bajo el gobierno de las leyes de dicho mer
cado. En la época en que Marx se enfrentó con ella, esta economía política se
había convertido realmente, por obra de Malthus, Ricardo y los utilitaris
tas, en una estructura muy sofisticada, rigurosa en sus procedimientos y de
muy amplio alcance en sus pretensiones.
Marx identificó esta estructura como su principal adversario, y dedicó
todas las energías de su mente a desbaratarla.5 Durante casi veinte años,
ésta fue su principal preocupación. Tuvo que penetrar en cada una de las
categorías de la economía política, romperla a trozos y reestructurarla.
Podemos ver los testimonios de estos encuentros en los manuscritos de
1857-1858 conocidos como Grundrisse, y es habitual admirar su ardor ex
haustivo. Yo comparto esta admiración. Pero no puedo admirarlos en su
globalidad. Porque hay pruebas también de que Marx fue cogido en una
trampa: la trampa tendida por «la economía política». O por decirlo con
mayor precaución, estaba siendo sorbido por un remolino teórico y, por
muy poderosamente que moviera sus brazos y nadara contra la corriente,
lentamente iba girando en tomo al vórtice que amenazaba con engullirlo.
Valor, capital, trabajo, dinero, valor, reaparecen una y otra vez, son inte
rrogados, recategorizados, sólo para retomar una vez más en las corrientes
circulares bajo las mismas viejas formas, para someterse a la misma inte
rrogación.6 Ni siquiera puedo estar de acuerdo en que debía ser así, en
que el pensamiento de Marx sólo podía desarrollarse de esta manera. Si
uno considera la avanzadilla filosófica de la década de 1840 y las proposi
ciones que configuran La ideología alemana y el Manifiesto del Partido Co
munista, podría parecer que en los siguientes quince años hay signos de
estancamiento, e incluso de regresión. Pese al significado del encuentro
económico en los Grundrisse, y pese a las ricas hipótesis que aparecen en
sus intersticios (en cuanto a las formaciones precapitalistas y a otros te
mas), hay algo en la confrontación de Marx con la economía política que
es obsesivo.
MARXISMO E HISTORIA 533
cir que «tuvo que subvertir toda la economía política anterior». La frase es
la siguiente: «cuando contemplo ahora esta recopilación y compruebo
cómo tuve que darle la vuelta a todo, y cómo tuve que elaborar incluso la
parte histórica a partir de un material que en parte era completamente des
conocido»: esto no puede interpretarse de aquella manera. La «subver
sión» de la economía política anterior ya había sido hecha en los manus
critos de 1857-1858 (Grundrisse)\ lo nuevo era «la parte histórica» y el
«darle la vuelta» al resto.19
Este darle la vuelta, a mi juicio, consistía no sólo en añadir una di
mensión histórica a la obra, y mucha más ejemplificación concreta (de
rivada de la investigación empírica), sino también en tratar de someter a
control y reducir a la explicación racional de los procesos las formulaciones
«idealistas» (e incluso autorrealizantes, teleológicas) derivadas del método
de abstracción. Lo que se introduce en El capital, de una nueva manera, es
un sentido de la historia y una concreción de los ejemplos (todo ello acom
pañado, recordémoslo, de expresiones «extrañas» de ira).
No obstante, Nicolaus no va del todo errado; en parte —concretamen
te en cuanto antiestructura de la «economía política»— la estructura de El
capital sigue siendo la misma que la de los Grundrisse.20 Sigue siendo un
estudio de la lógica del capital, no del capitalismo, y las dimensiones so
ciales y políticas de la historia, la ira y la comprensión de la lucha de clases
surgen de una región independiente del sistema cerrado de la lógica eco
nómica. En este sentido, El capital era —y probablemente tenía que ser—
un producto de una mezcla de razas teorética. Pero una tal mezcla de razas
no es posible en el ámbito de la teoría, como no lo es tampoco en el reino
animal, pues no podemos saltar por encima de la fijeza de las categorías ni
de las especies. Por lo tanto, estamos obligados a estar de acuerdo con siete
generaciones de críticos: El capital es una monumental incoherencia. Como
economía política pura, se le puede reprochar que introduzca categorías
externas; sus leyes no pueden verificarse y sus predicciones han resultado
falsas. Como «historia» o como «sociología», se reduce a un «modelo» abs
tracto, con valor heurístico pero que sigue demasiado obsequiosamente
unas leyes económicas ahistóricas.
El capital no era un ejercicio de un orden distinto al de la economía po
lítica burguesa madura, sino una confrontación radical en el interior de ese
orden. Como tal, es a la vez la más alta realización de la «economía políti
ca» y el signo de la necesidad de su superación por el materialismo histó
rico. Afirmar lo primero no supone subestimar el logro de Marx, pues es
sólo a la luz de este logro como podemos ahora formular este juicio. Pero
el logro no produce el materialismo histórico, sólo proporciona las condi
ciones previas para su producción. Un conocimiento unitario de la socie
540 E. P. THOMPSON
Muy que estudiar toda la historia de nuevo, hay que examinar individualmente
las condiciones de existencia de las diferentes formaciones de la sociedad antes
de intentar inferir de ellas lus nociones politícax, civiles y legales, estéticas, fi
losóficas, religiosas, etcétera, correspondientes a ellas. Hasta ahora sólo se ha
hecho un poco en este terreno ...
Sólo hay una cuestión más que falla, y que ni Marx ni yo acertamos a subrayar
suficientemente en nuestros escritos, y con respecto a la cual somos ambos igual
mente culpables. Se trata de lo siguiente: ambos pusimos —y estábamos obli
gados a hacerlo— el acento principal en prim er lugar en la derivación de las
nociones políticas, jurídicas y otras de carácter ideológico, y de las acciones
que tienen lugar por intermedio de estas nociones, a partir de hechos económicos
básicos. Pero al hacerlo así, subestimábamos el lado formal —o sea, la manera
en que tienen lugar estas nociones— en aras del contenido.
idea fatua ... según la cual por el hecho de negar un desarrollo histórico inde
pendiente de las diversas esferas ideológicas que desempeñan algún papel en la
historia, también les negamos todo efecto en la historia. La base de esta idea es
la corriente concepción adialéctica de causa y efecto como polos rígidamente
opuestos, la total ignorancia de la interacción ...
Las cartas son conocidas, y hay quien puede preguntarse por qué las repi
to yo ahora. Lo hago para subrayar, en primer lugar, el inequívoco recono
cimiento por parte de Engels de que Marx había asumido una teoría del
materialismo histórico que ni había planteado plenamente ni había em
pezado a desarrollar. En lo que respecta a una parte de esa propuesta teóri
ca, verdaderamente dependemos de las últimas cartas de Engels. Althusser
ridiculiza estas cartas, pero es curioso advertir que él pueda, simultánea
mente, tomar prestadas nociones de importancia central para su pen
samiento (como «autonomía relativa» o «determinación en última instan
cia») que figuran al lado mismo, en la misma carta, de fragmentos que él
satiriza. Añadiré que estas cartas nos eran tan familiares, a mí y a colegas
míos unidos por la práctica del materialismo histórico, en 1948 como en
1978, y que constituyen el punto de partida desde el cual empezamos. No
tuvimos que esperar a Althusser para descubrir que los problemas críticos
residen en el área de la «autonomía relativa», etc.; estas expresiones apun
taban hacia los problemas que entonces destacábamos en nuestra práctica
para someterlos a examen. Volveré sobre esta cuestión, pues indica una
tradición marxista muy distinta a la de Althusser.
La segunda razón para repetir estas cartas es que en ellas vemos que
Engels indica correctamente —según creo— el espacio del más grande (y
el más peligroso y ambiguo) de los silencios reales que dejó Marx al morir,
y que pronto iba a quedar sellado al morir también él. Pero en el mismo
momento, y en los mismísimos términos en que toma en consideración
MARXISMO E HISTORIA 543
Engels sea desechado como un payaso senil. Hasta el final de su vida hay
que tomarlo como él hubiera deseado: con su gran sensatez, con sus erro
res, con su amplitud de miras (aunque con excesiva posesividad «de fami
lia») para comprender el movimiento, todo mezclado.
Notas
1. K. Marx, El capital (cd. inglesa), 1938, p. xvm.
2. Es significativo que Althusser pase por encima del más serio error epistemológico de En
gels (la «teoría del reflejo») sin ninguna critica. Pues la critica de la misma le habrfu lle
vado a: I) una consideración de todo el problema del «diálogo»; 2) una consiguiente criti
ca de Lenin (véase la nota 6), y 3) a una autocrítica que debiera haberle llevado a la
autodcstrucción, ya que su propia epistemología (con sus Generalidades I acudiendo sin
ser llamadas ni sometidas a critica) es una especie de teoría del reflejo «teoricista», re
producida de una forma idealista.
3. K. Maix, Grundrisse (cd. inglesa, Pelican, Gretna, 1973), p. 461.
4. El libro 1 de El capital («La producción capitalista») apareció, como es natural, antes que
los libros II y III, y en la edición inglesa preparada por Engels llevaba el subtitulo de «Un
análisis critico de la producción capitalista».
5. Cuando hice esta observación evidente en 1965 fui severamente increpado por mi «visión
increíblemente empobrecida de la obra de Marx» (Perry Andcrson, «Soclnlixm and pseu-
do-empiricism», New U’ft Review, 35, enero-febrero 1966, p. 21). Entonces yo no habla
leído los Grundrisse. La observación, a mi juicio, queda ahora corroborada sin discusión
posible.
6. Marx a Lussalle, 22 febrero 1858: «La cosa avanza muy lentamente porque tan pronto
como uno trata tic hacer un balance final de cuestiones que uno se ha propuesto como
objeto principal de estudio durante años, revelan cada vez nuevos aspectos y exigen
una consideración renovuda» (Selected correspondence, p. 224). Pero siete artos antes
Marx habla asegurado u Engels que «en cinco semanas acabaré con lodo el cagajón
económico». Después se proponía lanzarse «a otra ciencia ... Empiezo a cansarme de
aquélla». Citado en David McLcllan, Kard Marx. Su vida y sus ideas, Criticu, Barcelona,
1977, p. 325.
7. Por supuesto sé que se trata de una temática controvertida sobre la que se hun desplega
do docenas y docenas de libros y tesis. Aquí me limito a exponer mi propia conclusión. Al-
thusser ve también El capital como una obra de economía política (ciencia marxisla), si
bien él lo considera un mérito: «la teoría de la economía política, de la cual El capital es
un ejemplo ... considera sólo una parte relativamente autónoma de la totalidad social»
(l.C, I, p. 137). Tumbién concede que si el capítulo I de El capital no se lee en el sentido
que t'l le atribuye, entonces «nos hallaríamos ante una obra de esencia hegeliana» (ibid.,
p. 159). Repetidamente insiste en que el objeto de El capital no es la teoría ni las forma
ciones sociales, sino el modo de producción capitalista (por ejemplo, en LF, p. 76, y PH,
p. 186). Collctti cree que el problema (¿hace Marx una crítica de la economía política
burguesa o de la economía política como tal?) no queda resuelto; véase la entrevista en
New Ijeft Review, 86 (julio-agosto 1974), pp. 17-18. Castoriadis, examinando sustancial
mente el mismo problema concluye lisa y llanamente que la teoría económica marxista es
insostenible; véase Telas, 23 (1975), esp. pp. 143-149.
8. K. Marx, Grundrisse, ed. cit, p. 459; la cursiva es mía.
546 E. P. THOMPSON
18. Se puede citar la advertencia que se hace Marx a si mismo en un pasaje de los Grundrissc,
de «corregir el estilo idealista de este análisis».
19. Nicolaus (Grundrisse, p. 60) sigue en esto a Rosdolsky. Dado que la obra de Rosdolsky ha
sido considerada entre algunos como definitiva, hace falta hacer un comentario critico de
este estudio tan serio y escrupuloso. Su comentario u todo el asunto de la dimensión his
tórica de El capital se reduce a una nota a pie de página (p. 25, n. 56), donde se reehuza la
expresión «darle la vuelta a lodo», y a breves juicios sobre la acumulación primiliva en los
que se ensalzan los análisis históricos y empíricos de Marx por su «vivacidad y aptitud
persuasiva (p. 61), sin volver a hablar más de ellos apenas. Un breve, Rosdolsky muestra
escaso interés por el materialismo histórico, ve siempre la estructura hegeliann de El ca
pital («el capital en general») como un mérito y, por consiguiente, no hace justicia a los
críticos, incluidos los críticos marxistas y notablemente Rosa l.uxemburg. No tengo com
petencia para juzgar el status de Rosdolsky como teórico economista; pero hay que la
mentar que vea El capital sólo como ejercicio académico heurístico sobre la teoría econó
mica, y que su estudio no contenga ningún examen de Durwin ni. más en general, del
contexto intelectual y político. Un suma, se Itala de una obra serla pero proluiulamenle
ahistórica.
20. Como escribió Rosa l.uxemburg en una carta privada desde la cárcrl: -el celebrado libio
I do El capital, con su rococó ornamentación hegellana, me resulta del lodo almrret ible-
(Bricfc au Fratnde, p. 85, clt. en Rosdolsky, pp. 492-49.1). Mientras Alllmsscr celebra pre
cisamente estos elementos «rococó» elevándolos a la categoría de -ciencia-, vo comparto
el aborrecimiento que por ellos sentía Rosa l.uxemburg.
21. Asi, Balibar (l.C, II, p. 80) declara que El capital |>one en obra la -hipótesis- drl mate
rialismo histórico y «su verificación en base al ejemplo de la Inrinat ión social capitalis
ta». He aquí un buen ejemplo de la absurdidad general de linllhar. lina hl|M'iiesis históri
ca podría sólo ser «verificada» en la investigación histórica, mlrnlias que tal mino él v
Althusscr repiten ad tiaitseatn- el ob|cto de El capital e» el modo de ptodtn i lótt i apila-
lista y no «la formación social capitalista».
22. Los capítulos «históricos» de El capital han tenido por luerza una ínllurneia loi unitiva su
perior sobre la tradición británica de Itlsiorlngralia mat xlsla que solne la de t ualqttler
otro país; y pm' la misma razón la adopción sen il de las hi|>óie«l« de Marx lile sustituida
bastante pronto por un aprendizaje critico de las mismas. Un caso tnletesaute es el suge-
rente capitulo final del libro I solne «Acumulación primitiva», donde se plantean cuestio
nes que fueron reexaminadas por M. II. Dohli en Símiles In lite developntcnl o/ capitalista
(1946), dando lugar a su vez a conlioversias que se resumen v examinan |xn John Savillc
en Hocialist lieitister (1969). Pero las observaciones de Savllle de|an temas abieitos (la acu
mulación mediante el «saqueo colonial») que están siendo alxirtladn» de nuevo desde di
recciones varias (WalleiMcin, P citv Andcrson v los historiadores marxiste» Indios, como
Irían llabib), que reclaman una renovada atención al pa|>rl tnq>eiinl v colonial de tiran
Bretaña. Es de notar que precisamente las hipótesis de Marx más vivas son las que conti
núan sometidas a interrogación y revisión.
28. El propio Marx tuvo el cuidado, en varias ocasiones, de indicar los limite» de esta estruc
tura. Asi, el libro III de El capital (Chicago, 1909), p, 17, empieza hablando del -pioccso
de movimiento del capital», y caracteriza el libio I como un análisis del proceso producti
vo capitalista «prescindiendo de Italas las inlluencias secundaria» provenirme» de causas
extrañas a él». En la p. 968 dice; « ... los movimientos electivos de competencia se sa
len de nuestro plan ... porque hasta ahora sólo tenemos la organización interna tlel modo
de producción capitalista, por asi decirlo, en su término metilo ideal». Y asi sucesivamen
te. En otras ocasiones fue menos cuidadoso.
24. Ben Fine y Laurence Harrís, «Contmvcrsial issues in Mnrxlsl economic theoiy», Socialist
Renister ( 1976), p. 141.
548 E. P. THOMPSON
25. Hay que señalar también la defensa de Engels por Sebastiano Timpanaro, On Materia-
lism, New Left Books, Londres, 1976.
26. En cualquier caso, las credenciales positivistas de las ciencias naturales han estado du
rante mucho tiempo en el centro de la controversia, controversia que Caudwell anticipó
en The crisis in physics y en Further studies in a dying culture.
27. En mi William Morris, romantic to revolutionary, Merlin, Londres, 1977 (ed. revisada).
IV
«History (rom Below», en The limes Literary SupptemetU, 7 de abril de 1966. Traducción de
Alberto Clavería.
552 E. P. THOMPSON
Hoy día esta zona de comparación es todo un reto y una de las que más
precisan de disciplina histórica. Mañana —o quizá de aquí a dos sema
nas— de repente el tema se pondrá de moda y oiremos hablar de él en la
segunda cadena. En ese momento sus credenciales habrán de ser examina
das muy de cerca. Pues es probable que tal cosa suponga una proliferación
extraordinaria de jerga pretenciosa, mientras la investigación histórica, que
es aburrida y poco emocionante, seguirá detrás renqueando lentamente.
Pero así como la sociología de la industrialización pudo vérselas con más
historia, la historia económica de la revolución industrial necesita a todas
luces algo de sociología.
Desde luego, algunos de los trabajos más válidos y rigurosos sobre as
pectos cuantitativos de historia del laborismo se han publicado, y siguen
publicándose, en la Economía History Review y en el Journal o f Economía
History. A estas alturas mi animadversión hacia estas distinguidas publica
ciones es notoria; pera ya disponen de sus propias páginas, usí como de un
docena de departamentos de historia económica (de los cuales al menos la
mitad están rigurosamente orientados a la cuantificación del desarrollo
económico) desde donde defenderse. Volveré a dar mi opinión. En recientes
estudios que han sido publicados se nos informa de que Speenhamland era
una modalidad de asistencia benéfica que se ocupaba del desempleo cróni
co; de que la sugerencia de que los tejedores amenazados se inclinaron ma
sivamente por el radicalismo y el cultismo es una hipótesis no atestiguada,
y de que la noción de que los cercados hicieran sufrir u lu gente común es
una exageración senlimemtal. Todos estos estudios son interesantes, pero
en el primer caso no hay pruebas de que el autor haya consultado los archi
vos de un inspector de los pobres; en el segundo no parece haberse desata
do ni uno de los relevantes legajos del Public Record Office, que proporcio
na pruebas aplastantes de las afiliaciones políticas de los tejedores; y en el
tercer caso he de señalar que a todos esos departamentos de historia eco
nómica en sus décadas de existencia al parecer no les ha parecido de interés
animar a un estudiante investigador a examinar las muy abundantes prue
bas (desórdenes causados por los cercados, solicitudes, cartas anónimas y
derribo de verjas) del descontento popular causado por los cercados.
558 E. P. THOMPSON
los ejemplos bien pueden haberse tomado de otras muchas zonas. La historia
comparada ya empieza a adquirir cierta consistencia. Ha aportado un reno
vado interés por los movimientos milenaristas de Gran Bretaña en el siglo xix.
J. F. C. Harrison, un cerebro emigrado, ¡ay!, a Wisconsin, está terminando
un estudio comparado sobre pensamiento owenista y colectividades en Gran
Bretaña y Estados Unidos; el estudio de Henry Collins y Chimen Abramsky
sobre el contexto británico de la Primera Internacional fue una contribución
esencial a un tema internacional.
La historia de la cultura popular también sigue atrayendo un interés
que va de los estudios históricos a los literarios: hay señales de que acaso
pase pronto del estudio de la prensa y las lecturas populares laboristas a
una nueva valoración, que lleva algún retraso, del folclore y la poesía po
pular. Harold Silver y Brian Simón han colmado nuestro conocimiento de
la influencia socialista (owenista) y laborista sobre la evolución de la ins
trucción popular. Otra área de desarrollo es el estudio de lu religión popu
lar; no tanto un estudio de dimensiones nacionales o la historia de iglesias
y sectas concretas como el microestudio de la composición sociul y el pa
pel efectivo del metodismo en Cornualles o Shropshire o del Ejército de
Salvación en Londres. La influencia de la historiografía francesa —y en es
pecial de Classes Laborieuses, Classes DanRereuses de Chcvnlier— puede
apreciarse en varias tesis de licenciatura en preparación: es probable que
resulte de ello un importante trabajo sobre la descuidada historia social del
Londres decimonónico y avances en los estudios demográficos y en lu his
toria social del delito. Además este tipo de influencias son delectables en
obras que a primera vista parecen mantenerse plenamente en el territorio
convencional de la historia del laborismo.
Mientras H.A. Turner estudia un tema convencional (los sindicatos al
godoneros) de modo sumamente originul, Royden Harrison, en su Befótv
the Sncialists escoge un lema del corazón de la historia del laborismo, se
apodera de cualquier nueva técnica que le parezca válida y apropiada para
su inteligencia predominantemente históricu y vuelve al análisis político,
al que aporta una nueva importancia. En un capítulo como «El 10 de abril
y Spencer Walpole», que trata del equilibrio de fuerzas de clase en vísperas
del Reform Bill de 1867 y de las diferentes posturas ideológicas defendidas
por los partidarios y los opositores de la reforma, no es que haya un reme
do de Marx, sino el aroma de la templada inteligencia del propio viejo.
Harrison, que ha escrito además sobre los portavoces del laborismo que no
apoyaron al norte durante la guerra civil estadounidense, nos recordará de
qué otra manera se está desmoronando la historia convencional del labo
560 E. P. THOMPSON
* Agenda para una historia radical, traducción de Elcnu Gran y Eva Rodríguez, Crítica, Bar
celona, 2000, pp. 7-14. («Agenda for Radical llistory», en Making History: Writings on His-
tory and Culture, The New Press, Nueva York, 1994.)
562 E. P. THOMPSON
guerra fría, puede llegar una nueva época de ideas, como en las décadas de
1790 y 1640.
No tengo más que decir excepto que nuestros impulsos radicales están
refrenados de muchos modos. Hemos dicho poco con respecto a esto, pero
todos lo sabemos. No conozco con exactitud cómo están las cosas en Esta
dos Unidos, pero en Gran Bretaña, en los últimos diez años, percibo un cierre
definitivo de la situación. Una falta de originalidad. Un jugar a lo seguro.
Una situación en el empleo que es tan difícil que uno percibe una pérdida
de vitalidad, una restricción de la iniciativa radical. Y esto se debe en parte
a presiones políticas ideológicas directas.
Este simposio puede parecer más bien una invasión anglo-marxista de
Manhattan. Recuerdo que hubo un Collége des Hautes Études que, duran
te la segunda guerra mundial, recibió la generosa acogida de la New School;
me pregunto si somos los precursores de un college británico en el exilio,
refugiados de Mrs. Thatcher.
No quiero decirle a nadie cómo escribir la historia. Deben descubrirlo
a su manera. Los que estamos en el estrado nos hallamos tan sujetos a la
formación y a las determinaciones de nuestra propia época como cuales
quiera otros. Si otros continúan nuestro trabajo, lo continuarán de forma
diferente. Lo que en él es radical exige ciertas relaciones entre la academia
y la experiencia activa, sea en forma de la educación para adultos o del
tipo de trabajo que MARHO y la Radical History Review hacen aquí en Man
hattan; y también cierto recelo de que la sociedad insensibilizada nos asi
mile con facilidad, una conciencia de las determinaciones institucionales e
ideológicas de las sociedades en las que trabajamos que se fundan en la sin
razón o en las razones del poder y las razones del dinero.
En la década de 1790, Wollstonecraft dijo: «La mente no tiene sexo».
Sé que algunas feministas contemporáneas quieren revisar esta posición,
porque la mente está profundamente situada en un contexto de género.
Pero creo que queremos recordar el asombroso coraje de Wollstonecraft al
decir precisamente esto en 1790. Cuando ella dijo que «la mente no tiene
sexo», exigía a la vez el acceso de su género al mundo entero de la mente,
y además rechazaba cualquier privilegio para su género. Si puedo utilizar
una analogía, la historia radical no debería pedir tampoco privilegio algu
no. La historia radical pide los niveles más exigentes de la disciplina históri
ca. La historia radical debe ser buena historia. Debe ser tan buena como la
historia pueda serlo.
AGENDA PARA UNA HISTORIA RADICAL 567
Notas
1. La New School for Social Research, al tener conocimiento de que todos los participantes
estaríamos en Nueva York al mismo tiempo, invitó a Eric Hobsbawm, Christopher Hill,
Perry Anderson y a m í mismo a participar en una discusión pública, el 20 de octubre de
1985. Ésta es mi contribución. Doy las gracias a la New School y a Margaret C. Jacob, que
inició el diálogo. Las otras contribuciones se pueden encontrar en R a d ic a l H is to r y R e v ie w .
n.° 36, 1986.
2. Hay trad. cast.: C o s tu m b r e s e n c o m ú n , Barcelona, Crítica, 1995; reimpresión; 2000. Tra
ducción de Jordi Beltrán y Eva Rodrigue/..
3. Hay trad. cast.: L a g u erra d e la s g a la x ia s, Barcelona, Crítica, 1986.
SELECCIÓN DE LECTURAS
COMPLEMENTARIAS
The Poverty o f Theory and Other Essays, Merlin Press, Londres, 1978; Monthly Re-
view Press, Nueva York, 1978. (En castellano: Miseria de la teoría, Crítica, Bar
celona, 1981.)
Writing by Candlelight, Merlin Press, Londres, 1985.
Zero Option, Merlin Press, Londres, 1982; publicado en Estados Unidos como Be-
yond the ColdWar: A New Approach to the Arms Race and Nuclear Annihilation,
Pantheon Books, Nueva York, 1982. (En castellano: Opción cero, Crítica, Bar
celona, 1983.)
Double Exposure, Merlin Press, Londres, 1985.
The Heavy Dancers, Merlin Press, Londres, 1985; Pantheon, Nueva York, 1985; La edi
ción americana excluye algunos ensayos seleccionados por la edición británica.
The Sykaos Papers, Boomsbury, Londres, 1988; Pantheon, Nueva York, 1988.
Customs in Common, Merlin Press, Londres, 1991; The New Press, Nueva York,
1991. (En castellano: Costumbres en común, Crítica, Barcelona, 1995.)
Witness Against the Beast: William Blake and the Moral Law, Cambridge University
Press, Cambridge, 1993; The New Press, Nueva York, 1993.
Alien Homage: Edward Thompson and Rabindanath Tagore, Oxford University Press,
Delhi y Nueva York, 1993.
Publicados postumamente
Persons and Polemics: Historical Essays, Merlin Press, Londres, 1994; editado en
Estados Unidos con el título Making History: Writings on History and Culture,
The New Press, Nueva York, 1994.
Beyond the Frontier: The Politics o f a Failed Mission, editado por Dorothy Thompson,
Merlin Press, Woodbridge, Suffolk, 1994; Stanford University Press, Stanford,
California, 1994.
The Romantics: England in a Revolutionary Age, Merlin Press, Rendlesham, Gran Bre
taña, 1997; The New Press, Nueva York, 1997.
Collected Poems, editado y con una introducción de Fred Inglis, Bloodaxe Books,
Newcastle-on-Tyne, Gran Bretaña, 1999.
SUMARIO
I. POLÍTICA Y CULTURA
Prefacio............................................................................................ 13
(La formación de la clase obrera en Inglaterra)
1. Explotación ................................................................................... 19
(La formación de la clase obrera en Inglaterra)
2. Los tejedores ................................................................................. 43
(La formación de la clase obrera en Inglaterra)
3. La consciencia de c la se ................................................................. 92
(La formación de la clase obrera en Inglaterra)
4. Mary Wollstonecraft ..................................................................... 216
(Agenda para una historia radical)
5. La «Anti-Scrape»........................................................................... 225
(William Morris. De romántico a revolucionario)
6. El río de fu eg o ............................................................................... 240
(William Morris. De romántico a revolucionario)
7. Post scríptum de 1976 ................................................................... 268
(William Morris. De romántico a revolucionario)
8. Repulsas y reconciliaciones ......................................................... 315
(«Alien Homage»: Edward Thompson and Rabindranath Tagore)
^He William Morris, Albion's Fatal Tree o Whigs and Hunters, que