Capitulo I La Investigacion Moderna Sobre Jesús
Capitulo I La Investigacion Moderna Sobre Jesús
Capitulo I La Investigacion Moderna Sobre Jesús
La investigación moderna
sobre Jesús de Nazaret
En este primer capítulo intentaremos resumir brevemente los hitos más importantes de la
moderna investigación sobre Jesús de Nazaret.
Tres preguntas:
A los que somos un poco mayores nos explicaron el misterio de Cristo de una manera que
podemos resumir así:
Todos sabemos quién es Dios; Dios es Eterno, Suma Bondad, Absoluta Perfección,
Principio y Fin de todas las cosas... Dios se encarnó; de resultas de lo cual, Dios,
por decirlo así, «vivió» dentro de un hombre, Jesús de Nazaret. Este hombre era
Dios y, por tanto, reunía las cualidades de Dios. Así pues, lo sabía todo. Jesús,
como dice el evangelio de Juan, «no tenía necesidad de que alguien testificase
acerca del hombre, pues él conocía qué había en el hombre» (Jn 2, 25). Lo único
que ocurría es que se le notaba poco, porque estaba encarnado.
Este Dios hecho hombre nos ha salvado gracias a que era Dios y hombre. Él ha pagado
la factura de nuestro pecado exigida por Dios Padre; factura que no habría sido
necesario pagar si no hubiéramos pecado. Por otra parte, esta salvación de Jesús
se nos presentaba como una salvación que, en la práctica, valía sólo para la otra
vida; podemos ir al cielo gracias a que Jesús ha pagado al Padre nuestra factura por el
pecado, aunque con nuestro comportamiento en este valle de lágrimas debemos
merecer la entrada en el cielo que Jesús ha hecho posible. Que Jesús nos ha salvado
venía a significar que Jesús había abierto la puerta del cielo, hasta entonces in-
franqueada. Desde ese momento, nosotros podíamos merecer la entrada, lo cual hasta
la muerte de Jesús había sido imposible.
La situación cambió profundamente, a partir de los años 60, al confluir desde diveros
ámbitos alteraciones de los puntos de vista dominantes.
- Por un lado, cambiaron las imágenes de Dios; lo que la gente pensaba de Dios
comenzó a no estar claro. Se debió a movimientos como los diversos ateísmos, el
agnosticismo, la secularización, la muerte de Dios, etc.
- Para gran parte de nuestros contemporáneos, eso de que Dios es Eterno,
Principio y Fin de todas las cosas, que premia a los buenos y castiga a los malos,
son palabras irrelevantes o vacías. Lo que aprendimos en el catecismo empezó
a no significar prácticamente nada relevante. Y, desde luego, para creer en Dios
era preciso que Dios fuera creíble.
Al lado de esto, durante los siglos XIX y XX se había desarrollado toda una serie de
investigaciones sobre la historia de Jesús: la investigación historicocrítica. Su objetivo
consistía en dejar decantar el dato histórico a partir de lo que nos transmiten los textos
evangélicos. Hasta el siglo XVIII, como enseguida vamos a ver, se había relacionado
la verdad que nos transmiten los evangelios con la idea de que sus relatos eran siempre
estricta verdad histórica. Es decir, puesto que los evangelios nos transmiten la verdad para
nuestra salvación, todo lo que nos relatan tuvo que ocurrir tal como nos lo cuentan.
Sin embargo, esto no era así, ni podía serlo, y en ello estaban implicados problemas de
tipo histórico, literario y teológico. El resultado de la investigación historicocrítica es
que conocemos mucho mejor la vida y la historia de Jesús. Integrar en el discurso cristológico
esa vida y esa historia, conocida mediante métodos científicos, ha contribuido como
ninguna otra cosa a hacer cambiar la Cristología.
Por otra parte, convencidos de que a Dios nadie le ha visto jamás y de que ha sido pre-
cisamente el Hijo, Jesucristo, quien nos lo ha revelado, somos conscientes de que
conocemos mejor cómo es Dios a partir de la revelación de Jesucristo que a base de
deducciones y especulaciones sobre nuestras ideas previas acerca de Dios.
Un ejemplo quizá ayude a aclarar las cosas: ¿sufre Dios? Evidentemente, todos estamos dis-
puestos a contestar que no; que Dios no puede sufrir. Pero ¿cómo lo sabemos? Porque lo
hemos deducido de nuestra idea de Dios. Ahora bien, Jesucristo nos revela cómo es
Dios, y a Jesucristo le hemos visto sufriendo en la cruz. ¿O es que cuando Jesús sufre
en la cruz no nos revela a Dios, sino que nos lo oculta? El lenguaje sobre Dios es ahora un
lenguaje en tensión, un lenguaje «bipolar». No se niega que Dios sea Eterno, que Dios
no sufra, que Dios sea feliz; pero hay otro polo desde el que se percibe una imagen distinta
de Dios: es el Dios revelado en Jesús de Nazaret. El Dios del anonadamiento, el Dios del
sufrimiento, en su solidaridad con nosotros. Dios aparece en este mundo nuestro como el
niño de la cueva de Belén, necesitado de cariño y que, como todos los niños al nacer, lo
primero que hace es llorar. Ahí tenemos otra imagen de Dios. A Dios nadie lo ha visto
nunca, excepto los que hemos visto a Jesucristo; y a Jesucristo le hemos visto en el
anonadamiento y en la cruz. Tendremos entonces que averiguar qué se nos quiere decir de
Dios en el anonadamiento de Jesús.
Por otra parte, Jesús no nos salva independientemente de lo que él hace. La salvación que
nos trae Jesús y su propia realización vital no son dos realidades sólo extrínsecamente unidas.
Lo que Jesús realiza es el plan de Dios sobre el hombre. Ese plan es nuestra salvación.
De tal manera que en Jesús no vamos a tener revelado sólo lo que es Dios, sino que
vamos a tener revelado también lo que es el hombre, porque el hombre que Jesús realiza
es nuestra salvación. Por lo tanto, nuestra salvación consiste en reproducir en nosotros
mismos la imagen de Jesús, serhijos en el Hijo, ser como Jesús. Esta es la salvación.
Evidentemente, el fin definitivo de la vida de Jesús, que no es la muerte en la cruz, sino
su vida gloriosa sentado a la derecha del Padre, es también la promesa de nuestro ser
definitivo. Entonces, nuestra vida en este mundo adquiere también su sentido de lo que
definitivamente seremos: hermanos de Jesús, coherederos de su reino. No es casualidad
que, después de haber escrito las cristologías, los teólogos hayan puesto manos a la obra
para escribir las antropologías teológicas. Es decir, después de saber lo que es Jesús,
podemos ponernos a describir lo que es el hombre.
Vamos a narrar una historia que empieza en 1778: la del desarrollo de la investigación
historicocrítica sobre Jesús. Daré solamente los trazos principales de esa historia, en la que
están implicadas cuestiones teológicas importantes.
El acceso a los evangelios puede hacerse, al menos, desde tres puntos de vista:
- Primero, como fuentes históricas que son; las más importantes que existen sobre
la vida de Jesús.
- Segundo, como obras literarias; algunos de sus relatos son de una belleza en su
sencillez sólo en raras ocasiones igualada.
- Tercero, como obras teológicas; el creyente cristiano siempre ha visto en ellos una
palabra autoritativa sobre su fe y sobre su vida.
Si nos acercamos a los evangelios como fuentes históricas que son, les hemos de plantear
la siguiente pregunta: ¿qué testimonio histórico nos ofrecen? Es decir, de todo lo que nos
cuentan sus relatos, ¿qué pasó y por qué ocurrió así?
Los evangelios no pueden ser considerados sin más como obras históricas, en el sentido
de que todo lo que cuentan haya sucedido tal como nos lo cuentan. Sin embargo, los
evangelios nos dan un testimonio sobre la historia de Jesús. Ahora bien, ese testimonio
es sospechoso si lo consideramos desde un punto de vista estrictamente histórico.
Quien haya leído los evangelios con detenimiento se habrá percatado de las múltiples
contradicciones que encierran. No voy a aludir a las contradicciones que tenemos en los
relatos de la resurrección y las apariciones, que son ingentes, sino a cuestiones bien
obvias y concretas. Sólo dos ejemplos.
- En el evangelio de Juan, Jesús muere en un día distinto del de los otros
evangelios, los sinópticos.
- En los evangelios sinópticos, Jesús celebra la última cena el día de la Pascua y
muere al día siguiente; mientras que, según el evangelio de Juan, cuando los judíos
llevan a Jesús al pretorio, éstos no quisieron entrar para no contaminarse y poder así
comer la Pascua (Jn 18,28). Ellos iban a celebrar la cena pascual después de
que Jesús hubiera muerto en la Cruz. O sea, que en los evangelios sinópticos,
por un lado, y en Juan, por otro, se trata de dos días distintos.
Entonces, si, en datos tan importantes para todo biógrafo como son la fecha de la muerte
del biografiado y sus antepasados más cercanos, los evangelios no son coincidentes -
fenómeno que se repite en otros muchísimos datos de los evangelios-, sólo podemos
concluir que, al menos a primera vista, su testimonio histórico no es de fiar. Al contrario,
el testimonio histórico de los evangelios será algo que necesita ser investigado y establecido
críticamente.
2.2. Los evangelios, obras literarias
A los evangelios podemos acceder, además, como a obras literarias que son, para
comprender su mensaje, gustar sus valores artísticos, que los tienen, y abordar los problemas
literarios que presentan. Por «problemas literarios» entiendo una serie de preguntas que
nos podemos plantear. Entre ellas, las siguientes:
- ¿Quiénes son sus autores, habida cuenta de que ninguno de los evangelios está
firmado?
- Esos autores ¿fueron testigos oculares de lo que cuentan?; ¿cómo se explican
entonces las contradicciones?; ¿o dispusieron de fuentes anteriores a ellos?;
¿de cuáles?; ¿cómo utilizaron esas fuentes?; ¿para qué lectores escribían?; ¿con qué
intención pusieron manos al trabajo?; ¿en qué medida los destinatarios de su obra
influyeron en la elaboración?
2.3. Los evangelios, escritos teológicos
La pregunta que en ese caso les dirigimos es: ¿qué mensaje nos dan sobre nuestra
fe y, por tanto, sobre nuestra vida?
Evidentemente, los tres accesos indicados están relacionados entre sí, aunque esa
relación puede plantearse y resolverse de maneras diversas. No obstante, quiero hacer
notar dos ideas sobre esta relación.
- Su mensaje teológico es un aspecto de su mensaje literario; o, dicho de otro modo,
su mensaje teológico se identifica con su mensaje literario en cuanto éste es leído
en la fe de la Iglesia. Sólo percibimos la palabra sobre nuestra fe que nos transmiten
los evangelios si los leemos con el mismo Espíritu con que han sido escritos, siendo
capaces, al mismo tiempo, de aplicarles todo el instrumental metodológico
lingüístico a nuestro alcance.
- Por otro lado, el mensaje sobre nuestra fe que nos transmiten los evangelios
tampoco es independiente de la historia ocurrida y en ellos testificada. Los evan-
gelios nos transmiten la historia de Jesús, pero no la pura historia de Jesús, sino la
historia de Jesús que ha desvelado su sentido. La «pura historia», como la «pura
realidad», no existe ni en el caso de Jesús ni en ningún otro. La historia y la realidad
son siempre historia y realidad interpretadas. Los evangelios nos transmiten la
historia de Jesús interpretada por la comunidad creyente, y el creyente ve en esa
interpretación el testimonio de la misma interpretación de Dios acerca de esa historia.
Hasta el siglo XVIII inclusive -lo que podemos llamar la «etapa precrítica»- las cosas
estaban claras. La verdad de los evangelios se identificaba con la verdad histórica. Por
consiguiente, como los evangelios eran verdad histórica, lo que decían había ocurrido tal
como lo narraban. Desde el punto de vista de los evangelios como obras literarias, en
esta etapa piecrítica se aceptaba lo que la tradición tenía establecido. Es decir, los
evangelios habían sido escritos por Juan y Mateo, discípulos directos de Jesús; y por
Lucas y Marcos, discípulos indirectos de Jesús, a través de Pablo y de Pedro
respectivamente. Y, evidentemente, estos evangelios contenían el testimonio de nuestra
fe; lo que se dice en ellos es la norma última de la fe cristiana, junto con el testimonio
de las otras Escrituras.
La cuestión sobre la historia de Jesús nació con H. S. Reimarus, un estudioso que había
consignado por escrito sus reflexiones, aunque no las publicó nunca. Su discípulo G. E.
Lessing, en 1778, publicó anónimamente algunos fragmentos de las reflexiones del
maestro, que enseguida se divulgaron conociéndose como «El anónimo de Wolfenbüttel».
Lo que se venía a decir en esos fragmentos sobre el tema que nos ocupa es lo siguiente:
Jesús fue un rebelde contra los romanos al que éstos lograron apresar y ajusticiar.
Evidentemente, su causa de rebeldía política fracasó. Los discípulos robaron su cuerpo y
transformaron su causa de liberación política en una causa de liberación espiritual. El
verdadero Jesús de la historia había sido secuestrado por las diversas confesiones
cristianas, que le obligaban a representar un papel de salvador espiritual.
En el fondo, Reimarus, se preguntaba si lo que la Biblia narraba sobre Jesús y lo que pre-
dicaba la Iglesia evangélica (protestante) tenía algo que ver con la verdadera historia de
Jesús.
2.4.2. Teología liberal
La Teología liberal, desarrollada en el ámbito protestante alemán a lo largo del siglo XIX,
entiende fundamentalmente a Jesús como un maestro de vida moral. Por tanto, era
preciso conocer su mensaje moral, y para ello había que conocer su vida y su historia. Su
pregunta era: ¿qué tenemos que cumplir?; y para contestarla era preciso saber qué nos
enseñó y, por tanto, cuál fue su vida. Se esperaba poder contestar a esas preguntas a
partir de estudios de crítica histórica y literaria. Se realizaron estudios de fuentes,
algunos de los cuales siguen siendo actualmente útiles.
A partir de esta etapa queda establecida la interrelación y dependencia literaria de los evan-
gelios entre sí.
- El evangelio de Marcos se ve como el más primitivo;
- el de Lucas y el de Mateo como evangelios dependientes de Marcos.
No es que estas tesis carezcan de problemas, pero funcionan suficientemente bien
como explicación de los datos que suministran los textos evangélicos. Así pues, del
evangelio de Marcos copian Lucas y Mateo.
Se postula otro texto que nadie ha visto jamás -es una hipótesis de trabajo-, llamado «fuente
Q», del alemán «Quelle» (= fuente). De esta fuente -una colección de dichos de Jesús-
copiarían Mateo y Lucas. Es una hipótesis dentro de las varias actualmente existentes. Todas
tienen sus pros y sus contras.
La teoría de las dos fuentes es, pues, la más conocida y extendida y, aunque tiene
variantes de formulación para unos u otros investigadores, se puede resumir así:
tendríamos un evangelio de Marcos que es fuente de Mateo y Lucas, y otro documento,
llamado Q, perdido desde muy pronto, que recogería una colección de dichos y enseñanzas
de Jesús; este documento Q es también fuente de los evangelios de Mateo y Lucas. Cada
uno de estos dos evangelistas habría dispuesto además de otras fuentes particulares de
información.
El balance de la investigación histórica sobre Jesús en el siglo XIX fue negativo, según
reconocieron los dos grandes representantes de la escuela liberal: A. Schweitzer y A.
Harnack. Schweitzer escribe en 1906 su historia de la investigación sobre la vida de Jesús
de Nazaret, para llegar a la conclusión de que no podemos saber nada de él. Ésta es su
conclusión. En consecuencia, él, que era profesor de Nuevo Testamento, empezó a
estudiar medicina y se marchó a Africa de misionero, porque estaba explicando lo que
no conocía y, por tanto, era mejor dejar la cátedra y dedicarse a algo más útil y práctico,
como era curar leprosos.
Por su parte, Harnack escribió el libro titulado «Vita Iesu scribi nequit». Es decir, que no
se puede escribir una vida de Jesús; no sabemos quién fue Jesús. Aunque desde un punto de
vista teológico Jesús sea la Revelación, objeto de nuestra fe, desde el punto de vista his-
tórico nada podemos saber sobre él.
2.4.3. Teología existencial
Su obra lleva el significativo título de Der sogennante historische Jesus and der
geschichtliche biblische Christus, Leipzig 1892, en el que se separa el «Jesús
histórico» del «Cristo de la Biblia».
No importa y no hace falta saber quién es Jesús de Nazaret. Lo que importa es creer que
Jesús de Nazaret es el Cristo. R. Bultmann, siendo catedrático en la Facultad de Teología
de Marburg, asistía a las clases de M. Heidegger, que era profesor de Filosofía en la misma
universidad. Bultmann, como buen protestante defiende que la fe se apoya en la «sola fe»
y, por consiguiente, la fe no necesita apoyarse en la historia de Jesús.
Los evangelios, para Bultmann, contienen lo que podríamos llamar «unidades de predica-
ción» de la Iglesia primitiva. Los Evangelios no son la historia de Jesús, sino el hilvanado
de las formas literarias por medio de las cuales la Iglesia primitiva predica a Jesús. Por tanto,
la fe es algo que se juega, no en el ámbito de la historia (pasada y, por tanto, inexistente),
sino en el ámbito de la propia existencia (presente y, por tanto, real). Cada unidad de
predicación, cada forma literaria, cada parte del evangelio que oigo en la liturgia de
cada domingo o leo en privado, es una llamada a un cambio en mi existencia, una llamada
a mi conversión.
La etapa es iniciada en 1954 por Conzelmann, discípulo de Bultmann, con su libro sobre
Lucas.
- De acuerdo con las investigaciones anteriores, los evangelios no son tanto obras
históricas que nos cuenten la historia de Jesús, para que sepamos lo que hizo, cuanto
escritos para que creamos en él.
- Ahora bien, aunque no nos dan la historia de Jesús, sí podemos conocer lo
suficiente de su historia para saber quién fue Jesús y qué hizo. El evangelista,
al redactar su evangelio, tiene presente en su mente un hilo conductor, una
teología para hablarnos de Jesucristo.
Al logro de este resultado han contribuido muchos factores: los trabajos de los postbult-
manianos, la entrada de las exégesis católica y anglicana en la cuestión, el mejor
conocimiento de la literatura judía contemporánea de Jesús y de la comunidad primitiva,
así como de sus procedimientos exegéticos y literarios, descubrimientos como los de
Qumran y, lo más reciente, los estudios de sociología del cristianismo primitivo.
Desde el punto de vista teológico, lo que hoy tenemos claro, contra Bultmann, es que la
historia de Jesús es relevante para nuestra fe. Si, como opina Bultmann, no importa si
no sabemos nada o muy poco de Jesús, en ese caso toda la fe sería un mito. De alguna
manera, una fe inventada.
Para hacer cristología, nuestra principal fuente no puede ser otra que los evangelios.
- En ellos vamos a encontrarnos con la historia de Jesús si sabemos leerlos
críticamente, y
- en ellos tenemos la norma de nuestra fe.
Por eso, antes de comenzar a leerlos, es preciso tener claro, cómo debemos
interpretarlos, para lo cual nada es mas útil que conocer cómo han sido escritos.
Tenemos una persona concreta, Jesús de Nazaret, que nace el año 6 antes de Cristo, que
muere, como fecha más probable (aunque tampoco es segura), el 7 de abril del año 30
después de Cristo y que dedica un año (29-30) o a lo más dos años (del 28 al 30) a la
predicación de su mensaje.
Jesús enseña; son las «palabras de Jesús». Jesús actúa; son los «hechos de Jesús». Esas
palabras y hechos se pronuncian y realizan respectivamente en un contexto determinado,
que es Galilea y Judea, en torno al año 30 d.C. Es probablemente ese año cuando Jesús
muere en la cruz.
Pero, además, las diversas comunidades viven circunstancias históricas y sociales distintas
y ven surgir problemas de todo tipo: cuestiones litúrgicas, de organización y
funcionamiento, relaciones familiares, relaciones de autoridad, tensiones y conflictos.
- Estas unidades de predicación intentarán también responder a las diversas cuestiones
planteadas en las comunidades, sus tensiones y sus conflictos.
o Para ello recordarán las enseñanzas de Jesús y las aplicarán a las
circunstancias concretas en que se hallan las comunidades.
- También desarrollarán otras enseñanzas «en el Espíritu» de Jesús: ¿cómo hubiera
solucionado el Señor este problema? Y transmitirán esa enseñanza poniéndola en sus
labios.
A medida que van desapareciendo los primeros testigos que estuvieron con Jesús desde el
principio, surge la necesidad de conservar por escrito estas unidades de predicación. Se
abre así una nueva etapa: la de la redacción de escritos seguidos sobre Jesús, bien sea
como colecciones de sus enseñanzas (fuente Q), bien sea como relatos de sus hechos. Así
nacen los actuales evangelios. Hubo muchos interesados en recopilar esas colecciones, como
testifica Lucas al comienzo de su evangelio (cf Lc 1,1) . El evangelio de Marcos, escrito
probablemente alrededor del año 65 en Roma, sería heredero de la predicación de Pedro,
que muere en Roma en la persecución de Nerón. Es el relato seguido sobre Jesús más
antiguo que conservamos. Es perfectamente lógico -una vez que Pedro y el resto de los
testigos mueren y ya no se les puede preguntar sobre los hechos y dichos del Señor que
alguno de sus discípulos decida por iniciativa propia, o a petición de la comunidad, poner
por escrito la predicación y enseñanza del apóstol que acaba de morir. De manera
semejante se va poniendo por escrito el conjunto del testimonio de otros apóstoles y
comunidades primitivas, cristalizando en los distintos evangelios.
3.2. Criterios de historicidad
De acuerdo con lo que llevamos dicho, al leer los evangelios podemos situarnos en una
doble perspectiva.
- Por un lado, podemos ir de los evangelios a Jesús de Nazaret;
- por otro, podemos descender desde la historia de Jesús de Nazaret a los
evangelios. Es decir, a partir de los evangelios que tenemos, podemos -me-
diante la utilización de un método y siguiendo una serie de criterios que están más o
menos establecidos y que funcionan más o menos, aunque ninguno sea del todo
apodíctico- llegar a conocer lo más importante de la historia de Jesús de Nazaret.
Después, una vez que conocemos esa historia, podemos ver cómo se ha ido des -
arrollando la predicación de esa historia en la vida de la comunidad primitiva hasta
convertirse en el evangelio que hoy tenemos.
- La primera perspectiva nos permite remontarnos desde los textos a la historia de
Jesús.
- La segunda nos permite caminar desde la historia de Jesús, a través de su
confesión como Cristo en la comunidad primitiva, hasta la confesión y el pen-
samiento teológico de cada uno de los evangelistas. Esta segunda es la etapa
propiamente exegética, pues en ella alcanzamos el objetivo de toda exégesis:
comprender el texto que se lee; en este caso, cada uno de los evangelios.
Para hacer funcionar el método desde la primera perspectiva, tres serían los principales
criterios de historicidad.
- El primero es el de la atestación múltiple: las cosas que tenemos bien atestiguadas,
muchas veces dichas y repetidas en fuentes diversas, tienen mayor garantía de
conservar la historia de Jesús.
- Los otros dos criterios son de contexto.
o Uno, de coincidencia con el concepto histórico y social. Si lo que Jesús
predica está de acuerdo con el contexto histórico, con el mundo ambiental
judío al que Jesús se dirige, tiene una mayor probabilidad de autenticidad
histórica.
Por ejemplo, cuando Jesús responde a la cuestión del divorcio (que propiamente
no trata del divorcio dicho sea de paso, por que ésa es una figura
prácticamente inexistente en el mundo judío, sino del repudio), dice que el
marido no puede echar de casa a la mujer sin más ni más. Pero el evangelio de
Marcos, que está escrito probablemente en Roma, dice que la mujer tampoco
puede echar al marido. En Jesús, desde el punto de vista histórico, hay una palabra
sobre las relaciones entre el marido y la mujer. Ahora bien, esa palabra, cuando
Marcos la pone en su evangelio, la pone de manera acomodada a las
circunstancias que vive, distinta de la forma como la transmite Mateo en su
evangelio, donde también aparece acomodada al ambiente -otro distinto- que
vive su comunidad.
- El tercer criterio es el de la discontinuidad o desemejanza. Deben considerarse
auténticos los elementos evangélicos dichos o hechos de Jesús- que sean
irreductibles al ambiente judío de aquel tiempo y a las concepciones de la pri-
mitiva Iglesia, particularmente cuando la tradición judeocristiana posterior ha
vuelto a judaizar algunos dichos aparentemente demasiado audaces. Por ejemplo,
corresponde a la verdad histórica la expresión «abba» en boca de Jesús para
referirse al Padre.
Téngase en cuenta que la norma de nuestra fe no es lo que Jesús dijo, sino lo que
los evangelios dicen que dijo. La norma de nuestra fe es el «canon», el resultado
escrito del testimonio de la Iglesia primitiva, escrito precisamente para que nosotros
creamos.
Conclusión
El resultado de la investigación de los siglos XIX y XX es que nosotros conocemos mejor
quién fue Jesús de Nazaret y cómo fue predicado en la primitiva comunidad. Todo ello
puede ser de ingente utilidad para transmitir el mensaje de Jesús también en nuestros días.
Podemos decir además que lo más importante que ha cambiado en la Cristología es que nos
hemos enterado de que Jesús de Nazaret fue hombre y que se han sacado las consecuencias
que se siguen de este hecho.