La Naturaleza Del Bien
La Naturaleza Del Bien
La Naturaleza Del Bien
CAPÍTULO I
Dios es el supremo e infinito bien, sobre el cual no hay otro: es el bien inmutable y, por tanto,
esencialmente eterno e inmortal. Todos los demás bienes naturales tienen en él su origen, pero
no son de su misma naturaleza. Lo que es de la misma naturaleza que él no puede ser más que
él mismo. Todas las demás cosas, que han sido hechas por él, no son lo que él es. Y puesto que
sólo él es inmutable, todo lo que hizo de la nada está sometido a la mutabilidad y al cambio. Es
tan omnipotente, que de la nada, es decir, de lo que no tiene ser, puede crear bienes grandes y
pequeños, celestiales y terrestres, espirituales y corporales.
Es también sumamente justo. Por eso, lo que sacó de la nada no lo igualó a lo que engendró de
su propia naturaleza. De ahí que todos los bienes concretos particulares, lo mismo los grandes
que los pequeños, cualquiera que sea su grado en la escala de los seres, tienen en Dios su
principio o causa eficiente.
Por otra parte, toda naturaleza, en sí misma considerada, es siempre un bien: no puede provenir
más que del supremo y verdadero Dios, porque todos los bienes, los que por su excelencia se
aproximan al sumo Bien y los que por su simplicidad se alejan de él, todos tienen su principio en
el Bien supremo.
En consecuencia, todo espíritu está sujeto al cambio, y todo cuerpo proviene de Dios, y a
espíritu y materia se reduce toda la naturaleza creada. De ahí se sigue necesariamente que toda
la naturaleza es espíritu o cuerpo. El espíritu inmutable es Dios. El espíritu sujeto a mutación es
una naturaleza creada, aun cuando es superior al cuerpo. A su vez, el cuerpo no es espíritu, si
bien en sentido figurado se da al viento el nombre de espíritu, porque, no obstante que nos es
invisible, sentimos claramente sus efectos.
CAPÍTULO II
Hay hombres que, no comprendiendo que toda naturaleza, espíritu o cuerpo, es esencialmente
buena, porque ven cómo el espíritu es víctima de la iniquidad y el cuerpo lo es de la mortalidad
o corrupción, tratan de defender que Dios no es el autor ni del espíritu malo ni del cuerpo
mortal. Pienso que esto ha de serles útil, ya que admiten que el bien no puede provenir más que
del Dios supremo y verdadero, lo cual es una verdad indiscutible, y si ellos se detienen a
examinarla en sí misma y en sus consecuencias, basta para sacarlos del error.
CAPÍTULO III
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Nosotros los cristianos católicos adoramos a Dios, de quien proceden todos los bienes, grandes y
pequeños: él es el principio de todo modo, grande o pequeño; el principio de toda belleza,
grande o pequeña; el principio de todo orden, grande o pequeño.
Todas las cosas son tanto mejores cuanto son más mesuradas, hermosas y ordenadas, y tanto
menos bien encierran cuanto son menos mesuradas, hermosas y ordenadas. Estas tres cosas,
pues: la medida, la forma y el orden-y paso en silencio otros innumerables bienes que se
reducen a éstos-, estas tres cosas, pues: la medida, la belleza y el orden, son como bienes
generales, que se encuentran en todos los seres creados por Dios, lo mismo en los espirituales
que en los corporales.
Por tanto, Dios está sobre toda medida de la criatura, sobre toda belleza y sobre todo orden, no
con superioridad local o espacial, sino con un poder inefable y divino, porque de él procede toda
medida, toda belleza, todo orden. Donde se encuentran estas tres cosas en grado alto de
perfección, allí hay grandes bienes; donde la perfección de esas propiedades es inferior,
inferiores son también los bienes; donde faltan, no hay bien alguno. De la misma manera, donde
estas tres cosas son grandes, grandes son las naturalezas; donde son pequeñas, pequeñas o
menguadas son también las naturalezas, y donde no existen, no existe tampoco la naturaleza.
CAPÍTULO IV
Por eso, antes de preguntar de dónde procede el mal, es preciso investigar cuál es su
naturaleza. Y el mal no es otra cosa que la corrupción de la medida, de la belleza y del orden
naturales.
La naturaleza mala es, pues, aquella que está corrompida, porque la que no está corrompida es
buena. Pero, aun así corrompida, es buena en cuanto es naturaleza; en cuanto que está
corrompida, es mala.
CAPÍTULO V
Puede suceder que una naturaleza que ha sido ordenada con mayor perfección en cuanto a la
medida y a la belleza naturales, aun estando corrompida, sea mejor que otra incorrupta, pero de
orden inferior por su medida y su belleza. Y así ocurre que, por razón de la cualidad que va
unida a la presencia exterior, es más apreciado por los hombres el oro deteriorado que la plata,
aun cuando no esté deteriorada, y es más estimada la plata deteriorada que el plomo pulido.
Del mismo modo, en el orden de las naturalezas superiores y espirituales, es más excelente el
espíritu racional corrompido por la mala voluntad que la substancia irracional incorrupta. Y
cualquier espíritu, aunque esté corrompido o viciado, es superior a cualquier cuerpo, aunque
éste no haya sufrido corrupción alguna; pues es de mayor prestancia aquella naturaleza que por
su condición da la vida a un ser corporal que éste que la recibe. Por muy corrompido que se
halle un principio vital creado, siempre puede vivificar al cuerpo, y así por esta cualidad, aunque
esté corrompido, es siempre superior en perfección a aquélla, aunque permanezca en su
integridad.
CAPÍTULO VI
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LA NATURALEZA INCORRUPTIBLE ES EL SUMO BIEN;
LA QUE PUEDE CORROMPERSE ES UN BIEN RELATIVO
Si la corrupción destruye en las cosas corruptibles todo lo que constituye en ellas la medida, la
belleza y el orden, por el mismo hecho destruye o suprime la naturaleza.
CAPÍTULO VII
Dios concedió a las criaturas más excelentes, es decir, a los espíritus racionales, que, si ellos
quieren, puedan permanecer inmunes de la corrupción, o sea, si se conservan en la obediencia
al Señor su Dios, permanecerán unidos a su belleza incorruptible; pero, si no quieren
mantenerse en esa dependencia o sumisión, voluntariamente se sujetan a la corrupción del
pecado e involuntariamente sufrirán la corrupción en medio de los castigos.
Dios es para nosotros un bien tan grande, que todo redunda en beneficio de quien no se separa
de él. Del mismo modo, en el orden de las cosas creadas, la naturaleza racional es un bien tan
excelente, que ningún otro bien puede hacerla dichosa, sino Dios. Los pecadores, que por el
pecado salieron del orden, entran de nuevo en él mediante la pena. Como este orden no es
conforme a su naturaleza, por eso implica la razón de pena o castigo. Se le denomina justicia,
porque es lo que le corresponde a la culpa o falta.
CAPÍTULO VIII
Las demás cosas, que han sido hechas de la nada y que, ciertamente, son inferiores al espíritu
racional, no pueden ser ni felices o dichosas ni infelices. Pero como son buenas en cuanto a su
orden y a su belleza y del sumo Bien, es decir, de Dios recibieron la existencia y la bondad, por
muy pequeña e insignificante que ésta sea, han sido ordenadas de tal suerte que las más débiles
se subordinan a las más fuertes, las más frágiles a las más duraderas, las menos potentes a las
más poderosas, y así también lo terreno se armoniza con lo celestial en subordinación de inferior
a superior y más excelente.
Dentro del orden temporal hay una cierta belleza relativa en los seres, que aparecen y
desaparecen. Así, los que perecen o dejan de ser no desfiguran o perturban la medida, la belleza
y orden del conjunto o universales. Sucede aquí lo mismo que en un discurso bien compuesto y
elegante, cuya belleza resulta de la sucesión armoniosa de las sílabas y de los sonidos que se
van produciendo y desvaneciendo.
CAPÍTULO IX
Es de incumbencia del juicio divino y no del humano fijar o determinar la cualidad o naturaleza y
la cuantidad o gravedad de la pena debida o correspondiente a una falta. Cuando se les perdona
a los pecadores el castigo que merecen, efecto es de la bondad infinita de Dios; pero no hay
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iniquidad o injusticia en él si les hiere con el castigo merecido, porque la naturaleza resulta más
ordenada cuando sufre justamente en el castigo que cuando se regocija impunemente en el
pecado.
CAPÍTULO X
Todas las naturalezas corruptibles en tanto son naturalezas en cuanto que han recibido de Dios
el ser; pero no serían corruptibles si hubieran sido formadas de él, porque entonces serían lo
que es el mismo Dios. Por consiguiente, sea cualquiera la medida, la belleza y el orden que las
constituye, poseen o encierran estos bienes porque fueron creadas por Dios, y si no son
inmutables es porque fueron sacadas de la nada. Sería una audacia sacrílega igualar a Dios con
la nada, haciendo que lo que procede de Dios sea como lo que procede de la nada.
CAPÍTULO XI
Por lo cual, ninguna cosa puede damnificar a Dios en manera alguna, ni se puede perjudicar
injustamente a otra cualquiera naturaleza sometida a Dios.
En efecto, si se perjudican unas a otras, les es imputada como culpable la voluntad injusta.
Mas la capacidad de causar daño es también obra de Dios, que, aun ignorándolo ellos, conoce
los castigos que merecen aquellos a quienes él permite llegar a obrar mal.
CAPÍTULO XII
Si nuestros adversarios, al admitir la existencia de una naturaleza que no ha sido creada por
Dios, quisieran reflexionar sobre estas consideraciones, tan claras y ciertas, no abundarían en
blasfemias tan horribles cuales son el atribuir al sumo mal tantos bienes y a Dios tantos males.
Como he indicado antes, bastaría para corregir su error que quisieran darse cuenta -y la verdad
les obliga o fuerza a confesarlo- de que el bien no puede proceder sino de Dios. Es absurdo que
los grandes bienes provengan de un principio y de otro distinto los pequeños; pues unos y otros,
grandes y pequeños, tienen su origen en el sumo y soberano Bien, que es Dios.
CAPÍTULO XIII
Enumeremos cuantos bienes nos sea posible y que dignamente podamos atribuirlos a Dios como
a su autor, y veamos si fuera de ellos queda alguna naturaleza.
Toda vida, sea grande o pequeña; todo poder, sea grande o pequeño; toda salud, sea grande o
pequeña; toda memoria, grande o pequeña; toda fuerza, grande o pequeña; todo
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entendimiento, grande o pequeño; toda tranquilidad, grande o pequeña; toda riqueza, grande o
pequeña; todo sentimiento, grande o pequeño; toda luz, grande o pequeña; toda suavidad,
grande o pequeña; toda medida, grande o pequeña; toda belleza, grande o pequeña; toda paz,
grande o pequeña, y si hay algún otro bien semejante a éstos, y principalmente los que se
encuentran en todas las cosas, lo mismo en las espirituales que en las corporales; toda medida,
toda belleza, todo orden, sea grande o pequeño; todo ello solamente puede provenir de Dios.
Si alguno quisiera abusar de estos bienes, sufrirá el castigo impuesto o determinado por el juicio
divino. Y si no existe ninguno de estos bienes, no existirá tampoco ninguna naturaleza.