Dossier Poesía Romántica Con Portada
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SELECCIÓN DE POEMAS
Aquí el río con olas espumosas murmura, Si pudiera seguirle en su larga carrera
serpentea y se pierde en oscuros confines; por doquier yo vería el vacío y el páramo.
allí inmóvil el lago es un agua dormida, Nada quiero de todo lo que el sol ilumina,
con la estrella de Venus adornando su nada quiero tener del inmenso universo.
azul.
Mas tal vez más allá de su curva celeste,
En la cima, que bosques muy sombríos donde el sol verdadero otros cielos
coronan, alumbra,
el crepúsculo pone su fulgor postrimero; si pudiera dejar mis despojos aquí
y el brumoso carruaje que conduce las lo que tanto he soñado se mostrara a mis
sombras ojos.
emblanquece, elevándose todo el amplio
horizonte.
Allí me embriagaría en la fuente deseada
y volviera a encontrar esperanza y amor,
De la gótica flecha surge entonces un son ese bien ideal al que aspiran las almas
religioso que invade todo el aire; el viajero y que no tienen nombre aquí abajo en la
se detiene y escucha la campana que tierra.
mezcla
a los últimos ruidos de aquel día su canto.
¡Si pudiera en el carro de la Aurora
elevarme
Pero halagos así no conmueven mi alma, vago fin de mis ansias, en el cielo hasta ti!
que parece insensible, incapaz de ¿Por qué aún sigo atado a esta tierra de
emoción; exilio?
y contemplo la tierra como un vago Entre la tierra y yo nada existe en común.
fantasma:
no calienta a los muertos este sol de los
vivos. Cuando la hoja del bosque cae sobre los
prados,
cuando el viento nocturno la arrebata a los
De colina en colina pongo en vano mis valles,
ojos, yo quisiera también ser esa hoja caída:
desde el norte hasta el sur, de la aurora al ¡Arrastradme como ella, aquilones,
poniente, borrascas!
y me digo: «No existe ni un lugar en el
mundo
donde pueda pensar que me espera la VÍCTOR HUGO
dicha».
Dossier 1: El Romanticismo. Selección de poemas
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Regresaban los asnos del mercado del Respondió el manantial al mar amargo:
pueblo, Sin gloria y sin estrépito te doy,
con labriegos sentados en las toscas Oh vasto mar, lo que tú nunca tienes:
albardas. Un poco de agua para que alguien beba.
Volar de hojas, polvo, ramas, piedras, Haces de luz caían sobre ellos; algunos se
Y el estruendo que el alma ni imagina. tendían
Y escondían sus ojos y lloraban; otros
Cubriéndose los ojos fatigados descansaban
Del relampaguear, ceñido el traje, Sus barbillas en sus manos apretadas y
El paso apresuró entre la tormenta. sonreían;
Y otros iban rápido de aquí para allá y
Pero aún en su vista el rayo estaba alimentaban
Brillando, hasta que al fin, por el espanto, Sus pilas funerarias con combustible y
Dejó de caminar, desfallecida. miraban hacia arriba,
Suplicando con loca inquietud al sordo
Retrocedió, pero en aquel instante cielo,
El cielo oscureciese sin relámpagos El sudario de un mundo pasado, y
Y el trueno enmudeció, cesando el viento. entonces otra vez
Con maldiciones se arrojaban sobre el
Callaba todo; y ella era de piedra. polvo,
Y rechinaban sus dientes y aullaban; las
POETAS INGLESES aves silvestres chillaban
Y, aterrorizadas, revoloteaban sobre el
LORD BYRON suelo,
Y agitaban sus inútiles alas; los brutos más
POEMA 12: OSCURIDAD salvajes
Tuve un sueño que no era del todo un Venían dóciles y trémulos; y las víboras se
sueño. arrastraron
El brillante sol se apagaba, y los astros Y se enroscaron escondiéndose entre la
Vagaban apagándose por el espacio multitud,
eterno, Siseando, pero sin picar, y fueron muertas
Sin rayos, sin rutas, y la helada tierra para servir de alimento.
Oscilaba ciega y oscureciéndose en un Y la Guerra, que por un momento se había
cielo sin luna. ido,
La mañana llegó, y se fue, y llegó, y no Se sació otra vez; una comida se
trajo consigo el día, compraba
Y los hombres olvidaron sus pasiones ante Con sangre, y cada uno se hartó resentido
el terror y solo
De esta desolación, y todos los corazones Atiborrándose en la penumbra: no
Se congelaron en una plegaria egoísta por quedaba amor.
luz, Toda la tierra era un solo pensamiento y
Y vivieron junto a hogueras, y los tronos, ése era la muerte
Los palacios de los reyes coronados, las Inmediata y sin gloria; y el dolor agudo
chozas, Del hambre se instaló en todas las
Las viviendas de todas las cosas que entrañas, hombres
habitaban, Morían y sus huesos no tenían tumba, y
Fueron quemadas en los fogones, las tampoco su carne;
ciudades se consumieron, El magro por el magro fue devorado,
Y los hombres se reunieron en torno a sus Y aún los perros asaltaron a sus amos,
ardientes casas todos salvo uno,
Para verse de nuevo las caras unos a Y aquel fue fiel a un cadáver, y mantuvo
otros. A raya a las aves y las bestias y los débiles
hombres,
Hasta que el hambre se apoderó de ellos,
Felices eran aquellos que vivían dentro del o los muertos que caían
ojo Tentaron sus delgadas quijadas; él no se
De los volcanes, y su antorcha montañosa, buscó comida,
Una temerosa esperanza era todo lo que Sino que con un gemido piadoso y
el mundo contenía; perpetuo
Se encendió fuego a los bosques, pero Y un corto grito desolado, lamiendo la
hora tras hora mano
Fueron cayendo y apagándose, y los Que no respondió con una caricia, murió.
crujientes troncos
Se extinguieron con un estrépito y todo
quedó negro. Poco a poco la multitud fue muriendo de
hambre; pero dos hombres
De una enorme ciudad sobrevivieron,
Las frentes de los hombres, a la luz sin Y eran enemigos; se encontraron junto
esperanza A las agonizantes brasas de un altar
Tenían un aspecto no terreno cuando de Donde se había apilado una masa de
pronto
Dossier 1: El Romanticismo. Selección de poemas
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cosas santas
Para un fin impío; hurgaron,
Y temblando revolvieron con sus manos POEMA 14:
delgadas y esqueléticas Quien mucho tiempo ha estado recluido
En las débiles cenizas, y sus débiles en la urbe
alientos Se siente satisfecho cuando mira el
Soplaron por un poco de vida e hicieron hermoso
una llama Y amplio rostro del cielo y lanza una
Que era una ridícula; entonces levantaron plegaria
Sus ojos al verla palidecer, y observaron En toda la sonrisa del azul firmamento.
El aspecto del otro, miraron y gritaron, y ¿Quién más feliz que el hombre que,
murieron. contento de ánimo,
De puro espanto mutuo murieron, se hunde fatigado en la hierba ondulante
Sin saber quién era aquel sobre cuya de un cómodo escondrijo y lee una
frente delicada
La hambruna había escrito "enemigo". El y complaciente historia de amor y
mundo estaba vacío, languidez?
Lo populoso y lo poderoso era una masa, Y al regresar a casa, ya atardecido, atento
Sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin Para captar las notas de Filomela, y viendo
hombres, sin vida; La brillante carrera de raudas nubecillas,
Una masa de muerte, un caos de dura Se queja de que el día ya pasó sigiloso,
arcilla. Como el breve transcurso de una lágrima
Los ríos, lagos, y océanos estaban quietos, de ángel
Y nada se movía en sus silenciosos Que por el claro éter cae silenciosamente.
abismos;
Los barcos sin marinos yacían pudriéndose
en el mar, POEMA 15: AL PEÑÓN DE AILSA
Y sus mástiles bajaban poco a poco;
cuando caían ¡Escúchame, escarpada pirámide
Dormían en el abismo sin un vaivén. oceánica!
Las olas estaban muertas; las mareas ¡Responde con tu voz, el grito de gaviotas!
estaban en sus tumbas, ¿Cuándo vastas corrientes te cubrieron los
Antes ya había expirado su señora, la hombros?
Luna; ¿Cuándo tu extensa frente te ocultaron del
Los vientos se marchitaron en el aire sol?
estancado, ¿Cuánto hace que el inmenso poder te
Y las nubes perecieron; la Oscuridad no urgió a elevarte
necesitaba al aéreo reposo desde sueños profundos?
De su ayuda... Ella era el universo. Duerme junto a los rayos del sol o junto al
trueno,
JOHN KEATS O cuando nubes grises son tu frío techado.
Estás profundamente dormido; no
respondes.
POEMA 13: Tu vida es sólo dos eternidades muertas:
¡Oh Soledad, si tengo que convivir contigo La última en el aire, la anterior en el
que no sea en la maraña de oscuros piélago;
edificios! Primero con ballenas, y con águilas luego.
Asciende la ladera conmigo –observatorio Hasta que el terremoto te alzó, ahogado
De la naturaleza–, desde donde esta estabas:
cuenca, Otro ya no despierta tu estatura gigante.
Sus pendientes floridas, sus aguas
cristalinas, POETAS ESTADOUNIDENSES
Ocupan sólo un palmo, y velaré contigo
Bajo un dosel de ramas, donde el brinco EDGAR ALLAN POE
del ciervo
Asusta a las abejas sobre las dedaleras. POEMA 16: ANNABEL LEE
Pero aunque seguiremos con gozo estas
escenas, Hace muchos, muchos años en un reino
El placer de mi alma es el dulce diálogo junto al mar
Con una mente pura cuyas palabras habitó una señorita cuyo nombre era
muestran Annabel Lee
Ideas delicadas; seguro que esto es casi y crecía aquella flor sin pensar en nada
La dicha más auténtica del espíritu más
humano: que en amar y ser amada, ser amada por
Cuando a tus madrigueras van dos almas mi.
gemelas.
Dossier 1: El Romanticismo. Selección de poemas
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que no hay placer sin lágrimas, ni pena sin voz hablando al tímido piloto,
que no traspire en medio del placer. que como a un numen bienhechor te
Mío es el mundo; como el aire libre... adora,
y en ti los ojos clava.
Y para mí no hay mañana,
ni hay ayer;
olvido el bien como el mal, Tiende apacible noche el manto rico,
nada me aflige ni afana; que céfiro amoroso desenrolla,
me es igual para mañana recamado de estrellas y luceros;
un palacio, un hospital. por él rueda la luna.
Vivo ajeno
de memorias, Y entonces tú, de niebla vaporosa
de cuidados vestido, dejas ver en fórmulas vagas
libre estoy; tu cuerpo colosal, y tu diadema
busquen otros arde al par de los astros. […]
oro y glorias,
yo no pienso
sino en hoy. GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
Y do quiera
vayan leyes, POEMA 23: XXVI
quiten reyes,
reyes den; Tú eras el huracán y yo la alta
yo soy pobre, torre que desafía su poder:
y al mendigo, ¡tenías que estrellarte o que abatirme!
por el miedo ¡No podía ser!
del castigo,
todos hacen Tú eras el océano y yo la enhiesta
siempre bien. roca que firme aguarda su vaivén:
¡tenías que romperte o que arrancarme!
Y un asilo donde quiera ¡No podía ser!
y un lecho en el hospital
siempre hallaré, y un hoyo donde caiga Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados
mi cuerpo miserable al espirar. uno a arrollar, el otro a no ceder:
la senda estrecha, inevitable el choque...
Mío es el mundo: como el aire libre, ¡No podía ser!
otros trabajan porque coma yo;
todos se ablandan, si doliente pido POEMA 24: XXXV
una limosna por amor de Dios.
Olas gigantes que os rompéis bramando
ÁNGEL SAAVEDRA, DUQUE DE RIVAS en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
POEMA 22: EL FARO DE MALTA ¡llevadme con vosotras!
de arpa de oro,
Pero aquéllas que el vuelo refrenaban beso del aura, onda de luz,
tu hermosura y mi dicha a contemplar, eso eres tú.
aquéllas que aprendieron nuestros
nombres... Tú, sombra aérea, que cuantas veces
ésas... ¡no volverán! voy a tocarte te desvaneces.
¡Como la llama, como el sonido,
Volverán las tupidas madreselvas como la niebla, como el gemido
de tu jardín las tapias a escalar del lago azul!
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán. En mar sin playas onda sonante,
en el vacío cometa errante,
Pero aquellas cuajadas de rocío largo lamento
cuyas gotas mirábamos temblar del ronco viento,
y caer como lágrimas del día... ansia perpetua de algo mejor,
ésas... ¡no volverán! eso soy yo.
Volverán del amor en tus oídos ¡Yo, que a tus ojos en mi agonía
las palabras ardientes a sonar, los ojos vuelvo de noche y día;
tu corazón de su profundo sueño yo, que incansable corro y demente
tal vez despertará. tras una sombra, tras la hija ardiente
de una visión!
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido... desengáñate, POEMA 29: XI
nadie así te amará.
Yo sé un himno gigante y extraño
POEMA 26: XIII que anuncia en la noche del alma una
aurora,
Del salón en el ángulo oscuro, y estas páginas son de ese himno
de su dueña tal vez olvidada, cadencias que el aire dilata en las
silenciosa y cubierta de polvo, sombras.
veíase el arpa.
Yo quisiera escribirle, del hombre
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, domando el rebelde mezquino idioma,
como el pájaro duerme en las ramas, con palabras que fuesen a un tiempo
esperando la mano de nieve suspiros y risas, colores y notas.
que sabe arrancarlas!
Pero en vano es luchar; que no hay cifra
¡Ay!, pensé, ¡cuántas veces el genio capaz de encerrarle, y apenas ¡oh!
así duerme en el fondo del alma, ¡hermosa!
y una voz como Lázaro espera si teniendo en mis manos las tuyas
que le diga "¡Levántate y anda!" pudiera al oído cantártelo a solas.
ANEXO
De mediodía, hasta la Primavera que en tu
ROMÁNTICOS ALEMANES silencio se demora,
Nubes espirituales, grises y húmedas,
FRIEDRICH HÖLDERLIN (1770-1843) La hermosura del apacible día, todos
sobre ti pasan.
EL PASEO Qué paz en este muro gris
Hermosos bosques que cubren la ladera, Sobre el que cuelgan los frutos de un
En la verde pendiente dibujados, árbol;
Por cuyas sendas me guío, Ramas negras cubiertas de rocío y de
Calmado en mi corazón duelo,
Dulcemente cada espina Pero que sin embargo muestran en sus
Cuando más oscuro es el sentido frutos la belleza.
Del dolor del pensamiento y del Arte Reina una oscura paz en la iglesia
Que desde tan antiguo en mí pesan. Y el altar es esta noche más recogido,
Deliciosas imágenes del valle, Brillan aún en él los ornamentos26,
Jardines, árboles, Canta un grillo en los campos del Verano.
Estrecho puentecillo, Cuando se escucha allí hablar al
Arroyo que apenas puedo ver, sacerdote,
Qué hermoso en la despejada lejanía Junto al grupo de amigos
Brilla el soberbio cuadro Que acompañan al muerto. ¡Qué intimidad
De este paisaje que amorosamente Y noble espíritu, que la piedad propician!
Visito, cuando el tiempo es benigno.
Dulcemente la divinidad nos lleva LA VIDA ALBOROZADA
Hacia el azul primero, Cuando a la pradera llego,
Luego con nubes dispone A través de estos campos,
La enorme y cenicienta bóveda, Bueno y pacífico me siento,
Y abrasadores rayos y estruendo Invulnerable a los espinos.
De relámpagos, con embeleso de los Mi ropa ondea en el viento,
campos, Y el alegre espíritu busca
Con belleza unida Su fondo, hasta
A la fuente de la primitiva imagen. Que hallado lo celebra.
Oh dulce cuadro,
EL CEMENTERIO Bajo los verdes árboles.
Pacífico lugar donde la joven hierba Que mi paso detiene
verdea, Como el letrero de una taberna.
Donde hombre y mujer yacen y las cruces
se elevan, La paz de los tranquilos días
Donde son conducidos los amigos, Me parece decididamente excelsa,
Donde claro cristal relumbra en las Pero no preguntes nada,
ventanas. Pues yo he de decírtelo.
Desde el alto resplandor del cielo Hacia el hermoso arroyo
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