LA ESPRITUALIDAD RELIGIOSA Y DEVOCION FEm PDF
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GRADO EN HISTORIA
2
Índice
Introducción………………………………………………………………………..pág.4
3.1. Beatas………………………………………………………………………pág.22
3.2. Emparedadas……………………………………………………………….pág.29
4. Hacia la institucionalización…………………………………………………….pág.39
Conclusiones……………………………………………………………………….pág.44
Bibliografía………………………………………………………………………...pág.47
3
Introducción
A la hora de escoger un tema para mi trabajo de fin de grado tenía claro que quería que
fuese sobre historia de las mujeres ya que siempre me ha parecido que es una de las
temáticas donde todavía queda mucho por investigar. Las mujeres han quedado
relegadas a un papel marginal en la historia y solamente se ha prestado atención a
aquellas figuras que se consideraba que hubieran destacado o aportado algo importante.
Sin embargo no hay que olvidar que muchas veces su historia ha sido silenciada a pesar
el papel protagonista que hayan podido tener y es necesario rescatarla del olvido.
Estas formas de vida religiosa autónoma que existieron por toda la geografía europea
calaron sobre todo entre el género femenino, contaron con sus propias variantes y
peculiaridades en los distintos territorios, pero con unas características comunes que
hacen que pueda hablarse de un movimiento global que se caracterizado bajo el
denominador común de mulieres religiosae que gozó de una gran popularidad entre sus
adeptas pero no tanto entre la jerarquía eclesiástica. Las mujeres así dejaban claro que
no estaban dispuestas a aceptar el rol sumiso que las adjudicaba la Iglesia sino que ellas
también podían y querían participar activamente en la vida religiosa. Para ello crearon
sus propios marcos institucionales que las permitieran llevar a cabo su proyecto vital
acorde a sus principios, permitiéndolas liberarse de toda autoridad masculina siempre
presente en su vida y creando espacios que escaparan, al menos en sus momentos
iniciales, del control del patriarcado.
4
A pesar de que la historia de las mujeres es un tema que ha sido estudiado de forma más
intensa durante los últimos años, para el ámbito hispánico el fenómeno de las mulieres
religiosae sigue contando con numerosas lagunas y una gran cantidad de estudios
centrados en un ámbito muy concreto haciendo falta una obra de carácter más general
que pueda englobar el conjunto de este fenómeno en la Península. Concretamente en el
ámbito de la meseta norte hay un gran vacío y falta de estudios sobre este fenómeno de
religiosidad urbana femenina.
Si bien es cierto que la documentación pertinente puede ser más o menos escasa en
función del lugar y a veces, puede traer una cierta confusión en cuando a la
diferenciación de estas formas de vida: beatas, emparedadas y terciarias por lo que los
historiadores que han tratado este tema a veces no realizan diferenciaciones entre estas
distintas modalidades y los engloban en una misma categoría a la hora de realizar un
estudio.
El trabajo está dividido en cuatro capítulos principales el primero destinado a ilustrar los
cambios que se producen a nivel espiritual y religioso en el ámbito urbano a partir del
siglo XI. El segundo apartado establece el marco en el que la vida de las mujeres se
desarrollaba en las ciudades. La tercera parte se subdivide en tres partes con una
introducción en la que se describe de qué forma se podía desarrollar la religiosidad
femenina y sus transformaciones. Su división interna corresponde a las que he
considerado las tres principales formas de vida religiosa laica, beatas, emparedadas y
terciarias en cada apartado se realiza una descripción de sus principales características.
A modo de colofón, el último punto, narra el desenlace de estas formas de vida religiosa
que ya no tenían cabida en el mundo de la Contrarreforma.
5
1. El nacimiento de una nueva espiritualidad en
las ciudades.
Durante el siglo XI se produjo el avance de una nueva economía que tuvo repercusiones
en todas las instituciones, grupos sociales, áreas geográficas y núcleos ideológicos de la
cristiandad latina, lo que conllevó a la obsolescencia de la moralidad cristiana
dominante que tiene dificultades para adaptarse a una nueva realidad social y económica
ya que el cristianismo se apoya en una moralidad articulada y sancionada por una visión
de Dios de una época anterior. La nueva economía de beneficio trajo consigo toda una
serie de problemas de pérdida de personalismo e incertidumbre moral.1
1
LITTLE, Lester K, Pobreza voluntaria y economía de beneficio en la Europa Medieval, Madrid,
Taurus, 1983 (orig. ing. 1978), pág.34.
2
Ibídem, pág.35
3
KIENZLE, Beverly, “Religious poverty and the search for perfection”, en RUBIN, Miri y SIMONS
Walter (Eds.), Christianity in Western Europe c.1100-c.1500, Cambridige, Cambridge University Press,
2009, pág. 49.
4
LITTLE, Lester K, Pobreza voluntaria y economía de beneficio en la Europa Medieval…, p. 39-40.
6
La iglesia parroquial en cada barrio se convirtió en el punto focal de la vida social y
espiritual asumiendo el papel aglutinador de las gentes que habitaban en la zona como
antes lo habían sido en las pequeñas aldeas. Los barrios, las iglesias parroquiales y los
gremios proporcionaron a los grupos urbanos un sentimiento de unidad, amistad e
identidad. También encontró en las ciudades un clima propicio un nuevo estilo de
educación. La educación formal proporcionada por las escuelas urbanas, comenzó en
Italia a comienzos del XI y ofrecía unas enseñanzas acordes con las necesidades de los
burgueses para poder dirigir sus negocios y comercios, produciendo un descenso del
nivel de analfabetismo.5
El ideal de pobreza voluntaria está en estrecha relación con este auge económico
europeo y tuvo un gran impacto en la espiritualidad urbana de ese periodo. El
pensamiento reformista de la Iglesia de la Baja Edad Media estuvieron muy
relacionadas con el debate sobre la pobreza como un ideal central del cristianismo. Sin
embargo los enfoques de cómo esa pobreza debía ser y para quién varían enormemente
entre el clero secular y las órdenes religiosas.8
5
LITTLE, Lester K, Pobreza voluntaria y economía de beneficio en la Europa Medieval…, pág. 42-44.
6
Ibídem, pág. 45.
7
Ibídem, págs.51-52.
8
BAILEY, Michael David, “Religious Poverty, Mendicancy, and Reform in the Late Middle Ages”,
Church History, 72(2003), pág.458.
7
Tanto la piedad laica como la clerical estaban marcadas por una gran veneración hacia
la vida apostólica. En el s XI comienza el crecimiento de las ciudades y la alfabetización
entre la sociedad urbana que contribuyeron a generar en los laicos la necesidad de tener
comunidades espirituales de apoyo desarrolladas fuera de la Iglesia. La reforma
monástica y las herejías del año 1000 compartían el punto de vista de que la única
esperanza para la cristiandad residía en la separación de los aspectos materiales de la
iglesia secular y reunir creyentes entorno a una forma de vida reformada. Los laicos
persuadidos por los modelos apostólicos de reforma, iniciaron una valoración de estos
muy por encima del ideal monástico de obediencia y empezaron a perder la fe en el
clero, especialmente las altas jerarquías, siendo más conscientes de las contradicciones
que veían entre sus enseñanzas y su vida.9
La Iglesia y la teología se vieron afectadas por este tránsito de personas e influencias del
campo a la ciudad. La Iglesia tuvo una opinión ambivalente sobre la vida urbana. Sus
líderes se dieron cuenta de que el modelo monástico de aislarse del mundo no era
adecuado para la transmisión de la palabra de dios. Las ciudades necesitaban educación
y cuidado pastoral diferente.11
9
KIENZLE, Beverly, “Religious poverty and the search for perfection”…, pág. 47.
10
LITTLE, Lester K., Pobreza voluntaria y economía de beneficio en la Europa Medieval…, pág. 11.
11
SMITH, Lesley, “The theological framework”, en RUBIN, Miri y SIMONS (Eds.), Walter, Christianity
in Western Europe c.1100-c.1500, Cambridige, Cambridge University Press, 2009, p. 77.
8
creación de nuevas órdenes siendo las más importantes los dominicos y franciscanos,
resultado de la síntesis de reforma canónica y de la nueva espiritualidad laica, llegando
a formular un significativo programa espiritual para el laicado urbano.12
El mundo urbano y los aires renovadores de las órdenes mendicantes hicieron ver que
era posible una dedicación a la vida religiosa al margen del claustro o siguiendo una vía
intermedia. Podía compaginarse el trabajo, necesario para mantenerse con una rica vida
espiritual, en resumen, se podía llevar una vida religiosa plena sin salir de la actividad
cotidiana. Los mendicantes favorecieron, dirigieron, auspiciaron e integraron
movimientos de este tipo.14
La sociedad urbana dio cabida a un nuevo ideal o programa de vida para los laicos que
integraba soluciones concretas para comportamientos diarios, la pobreza, continencia,
oración, todo ello con la máxima de que la mortificación conduce al perdón y este
asegura la salvación. Este movimiento penitencial integraba la vida diaria, pública y la
más dura ascesis, capaz de satisfacer las exigencias espirituales y dar sentido a la vida
cotidiana del hombre sobre la tierra. Ortodoxia y heterodoxia, santos y herejes
procedían del mismo plan o ideal de vida que trataba de mantener al laico al servicio de
dios, dentro de una vida en el mundo, imitando los modelos de los primeros cristianos.16
12
LITTLE, Lester K., Pobreza voluntaria y economía de beneficio en la Europa Medieval…, pág. 131.
13
BAILEY, Michael David, “Religious Poverty, Mendicancy, and Reform…, pág.459.
14
CAVERO DOMÍNGUEZ, Gregoria, Inclusa intra parietes. La reclusión voluntaria en la España
medieval, Toulouse, Université de Toulouse II-Le Mirail, 2010, págs.125- 126.
15
Ibídem, págs. 124-125.
16
Ibídem, pág. 127.
9
2. La situación de la mujer en el ámbito urbano
La característica más acusada es que las mujeres no eran reconocidas como vecinos. El
ser vecino reportaba una serie de ventajas pero también de obligaciones pues era la
unidad social básica ante el poder civil, religioso y militar, así como la unidad fiscal. En
los fueros las mujeres únicamente aparecen como honradas o no honradas, siendo las
primeras las que tienen relación con un vecino, hijas o mujeres, y gracias a esta
conexión reciben la protección que les ofrece el fuero.17
A pesar de que no se tolera que puedan ser vecinas, la ley no se cumple estrictamente
pues cuando la sociedad requiere una contribución fiscal o militar se las acepta como
transmisoras de la calidad de vecino, en caso de viudedad. Se manifiesta una mayor
tolerancia al permitirles que actúen como cabezas de familia para que respondan a las
exigencias económicas y militares.18
Además, solo los vecinos tenían derecho a formar parte del concejo, el poder local, y a
ser designados como representantes del mismo en Cortes, lo que suponía una
participación en el poder central por lo cual tienen cortada toda implicación en el
poder.20
17
SEGURA GRAÍÑO, Cristina, MUÑOZ FERNÁNDEZ, Angela y GRAÑA CID, María del Mar,
“Mujeres y no ciudadanía: la relación de las mujeres con los espacios públicos en el Bajo Medievo
castellano”, Arenal, 2 (1995), págs. 43-44.
18
Ibídem, pág. 45.
19
SEGURA GRAÍÑO, Cristina, “Mujeres y ciudades: agua y mercado”, en SEGURA GRAÍÑO, Cristina
(Coord.), Mujeres y espacios urbanos. Homenaje a Christine de Pizan en el VI centenario de la 1ª edición
de La ciudad de las mujeres 1405-2005, Madrid, Asociación Cultural Al-Mudayna, 2007, pág. 99.
20
SEGURA GRAÍÑO, Cristina, MUÑOZ FERNÁNDEZ, Angela y GRAÑA CID, María del Mar,
“Mujeres y no ciudadanía…, pág. 42.
10
esas mujeres ejercen un papel político y cuentan con el respeto de los poderes locales
que las reconocen como parte del cuerpo social de la ciudad o villa en la que
desarrollaban su vida y su profesión.21
Las etapas en la vida de una mujer comenzaban con la infancia que llegaba a su fin a los
siete años que era cuando empezaba la adolescencia. A los doce iniciaba una nueva fase
en la que comenzaba el aprendizaje para la vida adulta, incorporándose a las tareas
productivas que se ofrecían en el mercado laboral desarrolladas con frecuencia en el
seno de una familia ajena e incluso de una familia distinta.22
21
VAL VALDIVIESO, María Isabel del, “Mujeres y espacio público: negociando con el poder en las
ciudades de fines de la Edad Media”, Temas medievales, 20 (2012), págs. 89-118.
22
LOPEZ BELTRAN, María Teresa, “De la niñez a la plena madurez. Una etapa vital compleja para las
mujeres del común en la sociedad urbana bajomedieval”, Mélanges de la Casa de Velázquez, 34(2004),
págs. 99-100.
23
Ibídem, pág. 100.
24
ASENJO GONZÁLEZ, María, “Las Mujeres en el medio urbano a fines de la Edad Media: el caso de
Segovia”, en Las mujeres en las ciudades medievales [Actas de las III Jornadas de Investigación
Interdisciplinaria], Universidad Autónoma de Madrid, Seminario de Estudios de la Mujer, 1984, pág. 113.
25
LOPEZ BELTRAN, María Teresa, “De la niñez a la plena madurez…, pág. 109.
11
El lugar de las mujeres estaba en sus casas, en el ámbito domestico. Sin embargo su
exclusión del ámbito público no era estricta. A la Iglesia podían acudir aunque debían
situarse separadas de los hombres, en la Casa del Concejo no podían entrar pero existían
excepciones, el mercado en origen fue un espacio de hombres, pero al desarrollarse allí
la actividad económica se aceptó la presencia femenina ya que eran las encargadas de
abastecer a las familias.26
Por las calles solo circulaban mujeres de clases sociales inferiores o de escasa honra, las
de clases sociales superiores cuando transitaban las calles de una ciudad lo hacían a
lomos de un caballo o en sillas de manos acompañadas por sus criados, y sus familias
trataban de frenar su presencia en ellas lo máximo posible.27
La asignación de algunos espacios era común y en ellos coincidían ambos sexos. Los
más destacados son la casa, la iglesia, los baños o la plaza. La casa era su lugar propio, a
ella solo podían acceder los familiares más cercanos. Los restantes hombres incluso los
parientes que no eran de primer grado no podían estar en la casa si no estaba presente el
cabeza de familia. Los espacios domésticos eran absolutamente privados y prohibidos
para otros varones.28
La iglesia y las fiestas religiosas fueron espacio de encuentro entre mujeres y hombres.
Las salidas para acudir a la iglesia eran frecuentes sobre todo entre las clases sociales
altas. Ninguna mujer honrada podía acudir sola, sino que debía ir acompañada de otras
mujeres del núcleo familiar o de criadas, amas... En los templos debían definirse
estrictamente los lugares destinados a unos y otras. No obstante esta separación no
debía cumplirse pues en la legislación conciliar continuamente se insiste en su
cumplimiento.29
26
SEGURA GRAÍÑO, Cristina, “Mujeres y ciudades: agua y mercado”… pág. 100.
27
Ibídem, pág. 104.
28
Ibídem, pág. 105.
29
Ibídem, pág. 107.
12
accedieron. Se localizaba en un barrio en cada núcleo urbano donde no solo estaban las
prostitutas sino toda una serie de establecimientos de diversión como tabernas y casas
de juego.30
La calle no era espacio de mujeres honradas y tampoco lo era la plaza. Podían ser
lugares de paso, pero no debían ser espacio de presencia femenina permanente. Debían
ir a la fuente, al lavadero, a la iglesia, a casas de amigas y al mercado. La obligación
femenina de proveer de todo lo necesario para el hogar, hacía que acudieran a los
talleres de los artesanos y al mercado. Las mujeres de clases altas no tenían necesidad
de realizar estas salidas pero las de las clases bajas y las criadas, todas mujeres
honradas, debían circular por las calles para obtener todo aquello que era imprescindible
en la casa e, incluso, para atender a sus pequeños negocios con los que mantenían a sus
familias. El mercado que en su origen había sido un espacio de hombres, sufrió una
progresiva feminización y se convirtió en un espacio de relación e incluso de ocio sin
perder su carácter de centro económico.31
La fuente y el lavadero son espacios femeninos de forma casi exclusiva. Son lugares de
trabajo pero también socializados para el encuentro y en cierta medida, relacionados con
el ocio femenino pues se producía el encuentro con otras mujeres. El abastecimiento de
agua era obligación de las mujeres de las clases sociales inferiores, por lo que debían
acudir casi diariamente al igual que las criadas. En los arroyos y en los ríos era donde
era más fácil establecerse para lavar la ropa. Solían acudir por la mañana pronto para
aprovechar el sol. Algunos concejos instauran lavaderos. Los lugares donde lavaban las
mujeres estaban prohibidos a los hombres.32
30
SEGURA GRAÍÑO, Cristina, “Mujeres y ciudades: agua y mercado”,… págs.107- 108.
31
Ibídem, pág. 109.
32
Ibídem, págs. 113-114.
33
ASENJO GONZÁLEZ, María, “Las Mujeres en el medio urbano a fines de la Edad Media…, pág. 111.
13
aportaciones a la economía familiar eran escasamente valoradas. La salida más
frecuente se proyectaría hacia las tareas domesticas, viviendo como sirvientas, o
realizando algunas de esas tareas fuera del marco de la casa señorial como el caso de las
lavanderas que alquilaban sus servicios. También aparecen algunas mujeres con un
nivel social y económico más elevado que gestionan los negocios de su marido en caso
de viudedad.34
En cualquier caso el trabajo realizado fuera del hogar no la eximía de sus obligaciones
familiares, como hija, esposa o madre. En el medio familiar se desenvolvía casi con
exclusividad la vida laboral de las mujeres.35
Para cualquier muchacha pobre, el hecho de contar con una red social en la que
apoyarse, disponer de una dote decente o contar con un aprendizaje cualificado, eran
factores que sin duda alguna establecían ventajas con respecto a otras jóvenes. De
manera que, mientras unas consiguieron casarse sin grandes dificultades, para las que el
acceso al matrimonio se veía como una posibilidad lejana aunque no imposible, existía
la posibilidad para escapar de la miseria o de otras formas de vida que las pudieran
abocar irremediablemente a la marginalidad y a la delincuencia, de trabajar como
mujeres libres en tareas poco o nada cualificadas y siempre mal remuneradas.36
Es difícil sin embargo que una soltera, pobre y libre pudiera vivir y sobrevivir sin que su
reputación se pusiera en entredicho en una sociedad en la que la honra de una mujer
desamparada y desprotegida ocupaba el nivel más bajo de la escala del honor
establecido por el poder, razón por la cual para muchas de ellas consideradas mujeres
sueltas, una propuesta de amancebamiento razonable era la mejor salida que se les podía
ofrecer para escapar de la prostitución.37
En las ciudades las mujeres se ven continuamente expuestas a la violencia sexual que
podían ejercer parientes, o vecinos. La violación era delito y estaba penado en función
de la posición social y del estado civil siendo menor el castigo por violar a una soltera
que a una viuda o casada. En ocasiones el violador se veía obligado a casarse con la
34
ASENJO GONZÁLEZ, María, “Las Mujeres en el medio urbano a fines de la Edad Media..., pág. 112.
35
Ibídem, pág. 113.
36
LOPEZ BELTRAN, María Teresa, “De la niñez a la plena madurez…, pág. 121.
37
Ibídem, págs. 121-122.
14
víctima, en otras no se consideraba conveniente y se establecía una multa para la dote y
que pudiera encontrar un buen matrimonio.38
No era necesario que mediara la fuerza para que un hombre pudiera ser acusado de
haber violado a una joven, ya que la seducción o violación con engaño con la promesa
de un futuro matrimonio también era pecado y delito. Episodios sobre incesto, estupro,
rapto y engaño por seducción no debían ser raros en la sociedad bajomedieval donde
frecuentemente la violencia social y sexual caminaban juntas.39
38
LOPEZ BELTRAN, María Teresa, “De la niñez a la plena madurez…, págs.106-107.
39
Ibídem, págs. 108-111.
15
3. Manifestaciones de la religiosidad femenina
laica.
Atendiendo a los valores patriarcales propios de la Edad Media la mujer carece de voz
propia en el espacio público. La palabra, el logos, no corresponde con el género
femenino. Por ello a las mujeres en la religión no se les permite participar en la
elaboración del pensamiento, ni la doctrina. Están destinadas a ser fieles piadosas con
una conducta receptiva y pasiva. La jerarquía eclesiástica está siempre compuesta por
hombres. Las mujeres quedan relegadas a un papel inactivo, son creyentes que obedecen
pero a las que no se les permite tomar iniciativas.40
40
SEGURA GRAIÑO, Cristina, “La religiosidad de las mujeres en el medievo castellano”, Revista
d'història medieval, 2(1991), pág. 53.
41
Ibídem, pág. 55.
42
Ibídem, págs. 55-56.
16
La vida religiosa femenina se desarrolla con cierta libertad y ofrece a las mujeres en
muchos casos el único modo de mantener el control sobre su propio cuerpo y su propia
vida. Ofrecía la posibilidad de realización personal y aunque entre ellas abundaban las
analfabetas sobre todo entre las beatas y las monjas procedentes de estratos sociales
inferiores, entre las mujeres dedicadas a la vida religiosa hay algunas que sobresalen
notablemente por su cultura.43
Como hemos visto en el apartado anterior a partir del siglo XI se produce un cambio en
la religiosidad marcado por una mayor participación de los laicos. Esta mayor
participación va afectar especialmente a las mujeres, que manifiestan con gran
entusiasmo una peculiar espiritualidad en la que penitencia y arrepentimiento cobran un
papel fundamental. María Magdalena se convierte en un modelo del que, al colocarse la
virginidad por detrás de otros valores pueden participar activamente mujeres casadas y
viudas.45
La vida religiosa de las laicas es peor conocida pues las fuentes no son tan explícitas.
Solamente nos permiten conocer las normas de comportamiento a las que deben adecuar
su vida religiosa y cuáles son las faltas, los pecados de las mujeres que preocupan a los
tratadistas eclesiásticos. Todo ello se manifiesta en los sínodos, catecismos,
penitenciales, etc. De estas informaciones algo puede deducirse sobre las
preocupaciones espirituales de las mujeres, asimismo de sus testamentos en los que
manifiestan sus deseos piadosos para después de la muerte. No obstante, sobre las laicas
es más fácil tener referencias de la vida religiosa que de la espiritualidad.46
43
VAL VALDIVIESO, María Isabel del., “Las instituciones religiosas femeninas”, Acta historica et
archaeologica mediaevalia, 18 (1997), pág. 174.
44
RIVERA GARRETAS, María Milagros, “La libertad femenina en las instituciones religiosas
medievales”, Anuario de estudios medievales, 28 (1998), págs. 559-560.
45
VAL VALDIVIESO, María Isabel del., “Las instituciones religiosas femeninas”…, pág. 167.
46
SEGURA GRAIÑO, Cristina, “La religiosidad de las mujeres en el medievo…, págs. 60-61.
17
órdenes. Y, así mismo, aparecen nuevos centros de espiritualidad no sometidos a las
normas oficiales, donde ésta se manifiesta de forma más libre y espontánea. En los
conventos y monasterios femeninos hay también otros movimientos, que manifiestan el
deseo de las mujeres, de las monjas, de acceder a una religiosidad libre a una unión con
la divinidad sin intermediarios.47
A partir del siglo XIII las órdenes mendicantes atraen numerosas vocaciones femeninas
así como la devoción de los fieles, que en algunos casos no dudan a la hora de solicitar
sus atenciones. No es extraño entonces que se multipliquen los conventos de clarisas y
dominicas, nuevos centros religiosos que de una u otra forma estaban también
controlados por los varones, aunque algunas veces estos son subyugados por la
poderosa personalidad intelectual o espiritual de alguna religiosa. No obstante, existe un
control sobre estas instituciones. En primer lugar a través de la posible intervención del
obispo y sus delegados a lo que hay que sumar la acción de los confesores y sobre todo
la presencia de los visitadores, encargados de velar por el cumplimento de la regla en
los conventos femeninos.49
Los monasterios, están sometidos a reglas pensadas para ellos por los hombres, bien las
tradicionales o bien las nuevas. En estos nuevos conventos de monjas hay mujeres que
manifiestan deseos de vivir una religiosidad espontánea y propia. A ello se deben sus
escritos que manifiestan una espiritualidad propia y libre de injerencias extrañas. Estas
mujeres suelen escribir para sus monjas. La vida en estos lugares también pretende
discurrir dentro unas normas no impuestas por elementos extraños sino por las propias
monjas y de acuerdo con los principios vertidos en los escritos de algunas de ellas.50
47
SEGURA GRAIÑO, Cristina, “La religiosidad de las mujeres en el medievo…, págs. 58-59.
48
VAL VALDIVIESO, María Isabel del., “Las instituciones religiosas femeninas”…, pág. 176.
49
Ibídem, pág. 169.
50
SEGURA GRAIÑO, Cristina, “La religiosidad de las mujeres en el medievo …, pág. 59.
18
cuales las mujeres, o algunas de ellas, expresaron públicamente opiniones femeninas
distintas de las dominantes en torno a cuestiones tan fundamentales para la vida social
de entonces como la familia, la sexualidad o las relaciones de las personas con lo
divino.51
Recogidas todas bajo una amplia denominación que en algunos casos definen
situaciones idénticas o muy similares pero por las fuentes resulta difícil su definición y
diferenciación. Algunas de ellas son las freilas, hospitaleras, seroras, santeras,
ermitañas, luminarias, devotas, honestas, beguinas, reclusas, emparedadas, terciarias y
beatas. Será a partir del s XIV en su último tercio cuando este movimiento eclosiona
con más fuerza e intensidad.54
19
compañía de otras, intentando ajustarse a los ideales evangélicos, entregándose a la
práctica religiosa e interviniendo en el mundo de muy diversas maneras, pero con la
finalidad de realizar un camino propio de crecimiento espiritual y para ayudar material y
espiritualmente a otras personas. La mayoría de las mulieres religiosae vivieron sin
sujetarse a ninguna regla concreta y optaron por un itinerario distinto a las dos grandes
salidas que la sociedad bajomedieval, en general, ofrecía a la mayoría de las mujeres: el
matrimonio o el convento o monasterio. Nos hallamos ante un exitoso movimiento de
espiritualidad femenina que interesa a mujeres de distintas edades y clases sociales. Una
corriente de profunda y extensísima implantación en los distintos reinos de la Península
Ibérica 55
55
GARCÍA HERRERO, María del Carmen, “Mulieres religiosae, predicación femenina y expectativas y
actuaciones de doña María de Castilla, reina de Aragón”, en VAL VALDIVIESO, María Isabel y
JIMÉNEZ ALCÁZAR, Juan Francisco (Coords.), Las mujeres en la Edad Media, Lorca, Sociedad
Española de Estudios Medievales, 2013, págs. 300-303.
56
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, “Subjetividad femenina y la resignificación..., pág. 55.
57
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, “Mujeres y religión en las sociedades ibéricas..., pág. 736.
20
Era habitual que al núcleo inicial se fueran sumando otras mujeres, originándose
comunidades religiosas más extensas. En el seno de estas comunidades tuvo lugar una
verdadera reestructuración de vínculos relacionales. En sus versiones comunitarias se
constituyeron como espacios de mujeres en los que confluían clases sociales, estados de
vida y niveles de riqueza diversos.58
58
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, “Mujeres y religión en las sociedades ibéricas..., pág. 737.
21
3.1. Beatas
Se trata de un fenómeno numeroso y amplio que responde a una forma de entender la
vida religiosa distinta a la de las comunidades conventuales y que, al menos en sus
manifestaciones espirituales podemos asimilar al beguinismo flamenco y renano y a
otras manifestaciones de piedad y religiosidad europeas.59
Beatas eran aquellas mujeres que, sin profesar votos, todo lo mas el voto simple de
castidad, observaban desde sus propias casas algún genero de vida religiosa, temporal o
permanente, solas o en compañía de otras. Vestían un hábito distintivo, se situaban bajo
la jurisdicción de los obispos y se solían mantener de su propio trabajo empleándose, así
mismo, en diversas labores asistenciales, dirigidas a pobres y enfermos o educativas,
haciendo una síntesis entre vida activa y contemplativa.60
Están directamente emparentadas con las beguinas centroeuropeas sin embargo este
calificativo en Castilla aparece cargado de consideraciones negativas. Sigue las mismas
etapas que el fenómeno europeo con unos momentos iniciales de mayor libertad para
progresivamente acabar integrándose en el resto de órdenes monásticas. No es un
proceso que se produzca de forma simultánea pero según se avanza en el tiempo cada
vez son peor vistos los intentos individuales de este tipo de vida.62
59
MIURA ANDRADES, José María, “Algunas notas sobre las beatas andaluzas”, en MUÑOZ
FERNANDEZ, Angela (ed.), Las mujeres en el cristianismo medieval. Imágenes teóricas y cauces de
actuación religiosa (VII Jornadas de Historia de las mujeres), Madrid, Asociación Cultural Al-Mudayna,
1989, pág. 294.
60
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, Beatas y santas neocastellanas: ambivalencias de la religión y
políticas correctoras del poder (ss. XIV-XVI), Madrid, Universidad Complutense, 1994, pág. 6.
61
Ibídem, pág. 7.
62
MIURA ANDRADES, José María, “Algunas notas sobre las beatas andaluzas”…, págs. 292-293.
22
temporalmente hasta el siglo XV cuando parece que el vocablo beata ha triunfado frente
a beguina.63
63
GARCIA HERRERO, María del Carmen y CAMPO GUTIERREZ, Ana del, “Indicios y certezas:
mulieres religiosae en Zaragoza (siglos XIII-XVI)”, Acta historica et archaeologica mediaevalia,
26(2005), pág. 355.
64
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, Beatas y santas neocastellanas…, pág. 143.
65
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, “Subjetividad femenina y la resignificación…, pág. 52
66
MIURA ANDRADES, José María, “Algunas notas sobre las beatas andaluzas”…, pág. 297.
67
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, Beatas y santas neocastellanas…, pág. 35.
23
aparece como otra de las piedras angulares del modelo de religiosidad. En el aspecto
externo adoptaban expresamente un hábito, signo distintivo capaz de denotar
públicamente su estatuto.68
Aunque no es mayoritaria hay una segunda variante en la que, sin ejercer clausura
preceptiva, se sintoniza con las estructuras formales del recogimiento. Reúne toda una
serie de experiencias que se inspiran en la regla de San Agustín y sobre todo en la
Orden jerónima en las cuales se impone la vida contemplativa frente a la activa.70
68
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, Beatas y santas neocastellanas…, pág. 40.
69
Ibídem, págs. 40-41.
70
Ibídem, pág. 42.
71
Ibídem, pág. 45.
24
disciplinares, mecanismos encargados de controlar los modos de vida, actividades y
pautas organizativas en monasterios y conventos.72
En este sentido aparecen en la zona aragonesa una serie de mujeres que trabajan y se
encargan del cuidar de los hospitales, conocidas como hospitaleras, sin embargo no se
puede asegurar que todas ellas fueran de condición beguina.75
En cuanto a la fe y respeto que las beatas merecieron a sus coetáneos, basta reparar en la
ingente cantidad de mandas testamentarias que en los diferentes territorios peninsulares
tuvieron como destinatarias a beatas y beguinas. Además gozaron de la confianza de sus
vecinos y vecinas que con frecuencia las utilizaron como redistribuidoras de limosnas y
de bienes muebles, pues ellas sabían bien donde se hallaban los más necesitados de
72
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, “Subjetividad femenina y la resignificación…, págs. 52-53.
73
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, Beatas y santas neocastellanas…, págs. 48-49.
74
MIURA ANDRADES, José María, “Algunas notas sobre las beatas andaluzas”…, págs. 297.
75
GARCIA HERRERO, María del Carmen y CAMPO GUTIERREZ, Ana del, “Indicios y certezas…,
págs.349-350.
25
manera que servían de canal adecuado para hacer llegar lo donado a quien realmente lo
precisase.76
Ejercieron una autoridad espiritual que les otorga una de sus funciones más relevantes:
la de mediadoras en la muerte, ocupándose del cuerpo del difunto y de interceder por el
alma ante la divinidad. De esta manera, pasan a ocupar un lugar que hasta ese momento
había sido un monopolio de los clérigos. Una buena prueba de ello la constituyen los
numerosos legados testamentarios de los que fueron destinatarias. Rezaban por la
salvación del donante, asistían a las misas celebradas por el reposo de su alma y
acompañaban el cuerpo del difunto al cementerio. Antes del funeral con frecuencia
velaban al moribundo e incluso lo amortajaban.77
Esta función funeraria que devino en una de sus principales actividades, les otorgó un
rol social que no solamente las justificaba, sino que las convertía en indispensables. Se
dedicaron a la plegaria, a la contemplación, a la penitencia, al estudio de la escritura. En
el contexto de una espiritualidad evangélica, enseñan al que no sabe y dan buen consejo
a quien lo necesita.78
Algunas poseían una solida cultura teológica y metafísica, consiguieron una perfecta
integración entre la doctrina y su experiencia espiritual. Se convirtieron en intérpretes
respetadas de unos ideales que la sociedad secular medieval alababa y fueron
76
GARCÍA HERRERO, María del Carmen, “Mulieres religiosae, predicación…, pág. 305.
77
BOTINAS MONTERO, Elena, “Las beguinas: sabiduría y autoridad femenina”, en GRAÑA CID,
María del Mar (ed.), Las sabias mujeres. Educación, saber y autoría (siglos III-XVII), Madrid,
Asociación Cultural Al-Mudayna, 1994, pág. 287.
78
Ibídem, pág. 288.
79
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, Beatas y santas neocastellanas…, págs. 117-118.
26
reconocidas como depositarias de una autoridad espiritual que les otorgaba una
significación especial.80
Algunas de ellas son receptoras de una Fama sanctitatis estado de gracia derivado de
unas virtudes y obras, incluidas las experiencias místicas, atribuidas por sus coetáneos
en vida a ciertas de estas beatas. Esto nos transporta ante un marco de observación
privilegiado de las dinámicas de promoción y de poder, en las que paradójicamente
sirviéndose de la religión participaron algunas mujeres. Ponen de manifiesto las fisuras
de un sistema social y cultural consagrado por la religión que fueron aprovechadas por
aquellas para rebasar las limitaciones inherentes a los roles sociales y eclesiales
femeninos dominantes.81
El deseo de estas mujeres de desarrollar su experiencia espiritual fuera del claustro fue
motivo recurrente de oposición por parte del clero, que no cejó en su empeño de
situarlas bajo su control, para neutralizar, así su potencialidad innovadora. Rompieron
con el tabú del silencio e hicieron uso de la palabra a nivel público: predicaron,
enseñaron y escribieron. A través de todas estas transgresiones a los límites impuestos a
las mujeres, tácitos o escritos, las beguinas fueron creando un espacio propio, no
mediatizado por ningún tipo de vínculo de dependencia que las subordinara a los
hombres. A través de su relación directa con la divinidad adquirieron un saber que se
transmitieron entre ellas mismas y que irradiaron hacia el exterior, contribuyendo a
reforzar la existencia de una auctoritas femenina.82
Desde un primer momento fueron vistas con enorme recelo, entre otras cosas porque no
dependían de ninguna autoridad masculina, solamente el confesor o director espiritual
tenían una cierta capacidad de control sus vidas. Vivían solas y salían al mundo para
ejercer la caridad o el trabajo manual, lo cual es visto por la Iglesia como una
posibilidad de pecado o desviación. Actuaban con personalidad propia en el ámbito de
lo público llegando a tomar la palabra.83
De esta conexión con el mundo y mantenimiento del laicado deriva parte de la visión
negativa que los coetáneos nos han transmitido del fenómeno, pero tampoco hay que
80
BOTINAS MONTERO, Elena, “Las beguinas: sabiduría y autoridad femenina”…, pág. 286.
81
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, Beatas y santas neocastellanas…, pág. 5.
82
BOTINAS MONTERO, Elena, “Las beguinas: sabiduría y autoridad femenina”…, pág. 292.
83
VAL VALDIVIESO, María Isabel del., “Las instituciones religiosas femeninas”…, pág.172.
27
negar la existencia de excesos, sobre todo tras la multiplicación y proliferación a partir
del primer tercio del siglo XVI de las beatas individuales.84
84
MIURA ANDRADES, José María, “Algunas notas sobre las beatas andaluzas”…, pág. 296.
85
GARCIA HERRERO, María del Carmen y CAMPO GUTIERREZ, Ana del, “Indicios y certezas…,
págs.347-348.
86
Ibídem, pág. 348.
28
3.2. Emparedadas
El inicio de esta forma de vida en la Península pueden situarse en el siglo XI pero su
desarrollo más amplio fue entre 1250-1450, supone un fenómeno que se expande de
norte a sur por toda su geografía. Experimentó un mayor incremento allí donde se
instalaron conventos de órdenes mendicantes de la primera época, y su declive se inicia
a finales del XV inicios del XVI.87
Supone una variedad de eremitismo practicada por hombres y mujeres pero en mayor
medida por ellas, que aparece con una faz urbana, laica y femenina. Es una forma de
vida rigurosamente solitaria, de exacerbado individualismo que permitía a cada reclusa
crear su personal relación con Dios. Enfatizaba la fuga del mundo en busca de los más
altos grados de perfección individual, la contemplación, la oración mental, la pobreza, la
dureza penitente y la inmovilidad radical.89
Para ello las emparedadas se encerraban en pequeños habitáculos con la puerta tapiada
cuya única conexión con el exterior era un ventanuco hacia la calle por donde recibir lo
necesario para su manutención y otro hacia el interior de la iglesia para poder seguir los
oficios divinos, en caso de estar adosado a algún templo. Se convirtió en un vehículo
santificador capaz de dotar a sus seguidoras de un especial revestimiento de dignidad
social, a la vez que esta forma de vida podía convertirse también en refugio y sustento
para muchas mujeres menesterosas o solas.90
Adoptan una soledad más simbólica que real ya que se mantiene una fluida
comunicación con el exterior, y a veces disponen de guías que tratan de orientarlas en su
nueva vida. Ellas se encargan de su mantenimiento, atrayendo limosnas, mediante sus
87
CAVERO DOMÍNGUEZ, Gregoria, Inclusa intra parietes…, 2010, pág. 185.
88
CAVERO DOMÍNGUEZ, Gregoria, “Emparedamiento en Astorga”, Yermo, 16 (1978), pág. 28.
89
GRAÑA CID, María del Mar, “Emparedamientos femeninos y vida diocesana entre los siglos XIV y
XVI”, XX siglos, 44(2000), pág. 65.
90
Íbidem, pág. 65.
29
propios recursos patrimoniales o bien a través de la práctica de alguna actividad
laboral.91
91
VAL VALDIVIESO, María Isabel del., “Las instituciones religiosas femeninas”…, pág. 170.
92
CAVERO DOMÍNGUEZ, Gregoria, Inclusa intra parietes…, págs. 186-188
93
Ibídem, págs. 193-194.
94
VAL VALDIVIESO, María Isabel del, “Las instituciones religiosas femeninas”…, p. 170.
95
CAVERO DOMÍNGUEZ, Gregoria, Inclusa intra parietes…, págs. 202-203.
30
cronología mucho más tardía, suponen los emparedamientos colectivos que tienen la
obligatoriedad de contar con la licencia episcopal para iniciar su actividad.96
Hay ciudades y villas importantes que tenían una densidad tan alta de celdas y
emparedadas que cualquier lugar terminaba siendo atractivo. Casos notables son las
ciudades de Pamplona y Sevilla, aunque nunca se llegara a la saturación de otras
ciudades europeas.100
96
CAVERO DOMÍNGUEZ, Gregoria, “Obispos y sínodos hispanos ante el emparedamiento
bajomedieval”, Medievalismo, 22 (2012), pág. 69.
97
GRAÑA CID, María del Mar, “Emparedamientos femeninos y vida diocesana…, pág. 65.
98
CAVERO DOMÍNGUEZ, Gregoria, “Obispos y sínodos hispanos..., pág. 66.
99
CAVERO DOMÍNGUEZ, Gregoria, Inclusa intra parietes…, pág. 167.
100
Ibídem, págs. 172.
31
En Castilla parece predominar la vinculación de la emparedada con la iglesia parroquial.
Las posiciones de su emplazamiento en las iglesias podían ser diversas: junto al
cementerio, a la sacristía, en el interior de capillas. Estas mujeres entre otras labores
podían dedicarse al cuidado y aseo de las iglesias y al mantenimiento del culto.101 La
propiedad de la celda podía ser varia: personal de la emparedada, eclesiástica o
monástica o de titularidad municipal. Sin embargo existen casos en que la propiedad y
la administración del reclusorio no están claras.102
32
Portugal donde se difundió ampliamente al igual que otro tipo de oraciones para laicos
en la Baja Edad Media.106
Estas mujeres con los distintos grados de carisma y reconocimiento social que lograron
alcanzar no pudieron ejercer al completo las formas de liderazgo espiritual ofrecidas por
el cristianismo, ya que la ordenación femenina era imposible. Su estrecha vinculación
con el templo parroquial y sus fieles así como con la diócesis, su opción radical de vida
y su empeño denodado en una labor de magisterio al servicio de la regeneración social y
la reforma de la iglesia les permitieron, no obstante, convertirse en revitalizadoras de la
vida religiosa urbana y diocesana. Fueron una presencia carismática y protectora
imprescindible para los habitantes de la ciudad.107
106
CAVERO DOMÍNGUEZ, Gregoria, Inclusa intra parietes…, págs. 225-227.
107
GRAÑA CID, María del Mar, “Emparedamientos femeninos y vida diocesana…, pág. 69.
108
CAVERO DOMÍNGUEZ, Gregoria, “Obispos y sínodos hispanos…, pág. 62.
109
CAVERO DOMÍNGUEZ, Gregoria, Inclusa intra parietes…, 2010, pág. 203.
33
confusa en el uso de estos términos.110 El sínodo de 1490 de Sevilla denuncia la falta de
recogimiento de las emparedadas y la principal diferencia con la vida beata sería la
mayor proximidad física de los emparedamientos a los templos así como un mayor
grado de acatamiento y sometimiento a las normas emanadas de las instituciones
eclesiásticas.111
La segunda variante nos la encontramos localizada en la zona vasca y son las llamadas
seroras, mujeres que en lugar de vivir totalmente recluidas se dedicaban a cuidar del
templo, se encargaban de recoger limosnas para su mantenimiento y el de la iglesia y
tenían un papel fundamental en ciertos actos en los que ejercían como verdaderas guías
de los feligreses. Para ocupar este cargo había que cumplir algunas condiciones: tener
cierta edad, piedad reconocida y ser solteras, y debe mediar el nombramiento del obispo
que sigue a la elección realizada por el clero y los fieles de la parroquia. Su acceso se
realizaba a través de una solemne ceremonia en la que de rodillas ante el altar recibe las
llaves del templo y de la sacristía.112
La Iglesia trató de ejercer un mayor control sobre estas mujeres a través de los sínodos,
especialmente en la parte meridional peninsular, donde como hemos visto esta reclusión
parecía ser excesivamente laxa. Sin embargo, en el ámbito hispánico son realmente de
época tardía: desde fines del siglo XV y muchos ya a lo largo del siglo XVI. Esta
normativa sinodal responde a la preocupación bajomedieval por la generalización del
emparedamiento como fórmula más rigorista de ascesis laica, aquí ligada a las
parroquias. Sin duda, puede responder a la ligereza con que se tomaban la vida reclusa
algunas viudas que, no permanecían mucho tiempo encerradas y volvían a recuperar su
vida anterior, pero, sobre todo, el problema principal fue la excesiva libertad.113
110
MIURA ANDRADES, José María, “Formas de vida religiosa femenina…, págs. 142-143.
111
MIURA ANDRADES, José María, “Algunas notas sobre las beatas andaluzas”…, pág. 290.
112
VAL VALDIVIESO, María Isabel del., “Las instituciones religiosas femeninas”…, 18 (1997), p. 171.
113
CAVERO DOMÍNGUEZ, Gregoria, “Obispos y sínodos hispanos…, págs. 71-72.
34
3.3. Órdenes Terciarias
Las Órdenes Terciarias femeninas estaban formadas por mujeres que solas, aunque
preferentemente en comunidad, pautaban su vida religiosa, al margen de los conventos,
bajo la disciplina de alguna Orden tercera secular, es decir laica, vinculada a órdenes
mendicantes. Emitían opcionalmente los tres votos esenciales, castidad, pobreza y
obediencia, muy raramente llegaban a comprometerse con el cuarto voto, el de clausura.
Con el paso del tiempo evolucionaron hacia formas de vida comunitaria cada vez mas
sujetas a los principios organizativos monásticos o conventuales, aunque mantenían
señas de identidad religiosa peculiares.114
Tienen su origen en fraternidades seglares que nacen del deseo de la vida en común. Se
dedican a la práctica de ciertos modos y expresiones de vida piadosa en determinados
lugares con una organización estable de la vida de caridad, apostolado y asistencia,
además de las ventajas de la ayuda mutua. Sus miembros se comprometían al principio
a la obediencia a un ministro, a guardar el celibato y a depositar sus bienes en la caja
común.115
114
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, Beatas y santas neocastellanas…, págs. 6-7.
115
ABAD PÉREZ, Antolín, “Monasterios de contemplativas de la tercera orden regular franciscana en
España”, en Congreso Internacional del Monacato Femenino en España, Portugal y America, 1492-
1992, Vol.2 [I Congreso Internacional del Monacato Femenino en España. Portugal y América, 1492-
1992], Universidad de León, Secretariado de Publicaciones, 1993, pág. 149.
116
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, Beatas y santas neocastellanas…, pág. 62.
35
claustral, con el elemento novedoso de gozar de una representatividad a nivel
institucional.117
Con el tiempo comenzó a resultar frecuente que algunos terciarios decidiesen agruparse
para llevar a cabo tareas de tipo asistencial o benéfico y fueron evolucionando, poco a
poco, hacia un estado de mayor regularidad hasta ir adquiriendo una fisionomía
específicamente monástica y dar origen a la Tercera Orden Regular.118
Estas comunidades femeninas terciarias sufrieron una gran presión, ejercida por
miembros de la Iglesia, para conseguir una mayor regulación y control, y que quizá en
su intención era solo un paso previo hacia su transformación de terciarias en monjas
clarisas. Un paso intermedio entre un estado y otro sería el constituido por la Tercera
Orden Regular. Por otro lado no dejan de ser ellas quienes voluntaria y
espontáneamente adoptan estas nuevas formas de vida y quienes crean la Tercera Orden
Regular femenina. Quizá habría que entender su actuación como una forma de ceder
ante las presiones externas pero sin hacerlo, se someten a una cierta dirección, pero se
aseguran a la vez un régimen de vida mixto lo suficientemente autónomo para ellas.
Pasarían a ser monjas pero no tenían la obligación de formular votos ni de observar
clausura. Pasó a ser la única elección que podía hacerse si se quería conjuntar libertad
con reconocimiento oficial.119
117
GRAÑA CID, María del Mar, “Las terciarias franciscanas en la pugna conventuales /observantes
jurisdicción religiosa y problemas de género”, en Los Franciscanos Conventuales en España [actas del II
Congreso Internacional sobre el Franciscanismo en la Península Ibérica. Barcelona, 30 de marzo - 1 de
abril de 2005], Asociación Hispánica de Estudios Franciscanos, 2006, pág. 294.
118
GRAÑA CID, María del Mar, “Una tentativa frustrada de autonomía religiosa femenina. Las terciarias
franciscanas en Andalucía (siglos XV-XVI)”, en Las mujeres en Andalucía [actas del 2º Encuentro
Interdisciplinar de Estudios de la Mujer en Andalucía. Málaga, febrero de 1992], Diputación Provincial
de Málaga, 1994, pág.166
119
Ibídem, pág.166-7
36
las hermanas de otras congregaciones. Todo ello fue confirmado por Martin V en
1428.120
Este modelo estaba más próximo al movimiento terciario que las formulas monásticas y
conventuales. El proyecto estuvo vigente durante unos años en estos términos
originarios pero albergaba unas cotas de autonomía femenina inadmisibles para las
jerarquías eclesiásticas masculinas por lo que pontífices y franciscanos impusieron a
estas comunidades recortes de facultades. Se sometieron a la dependencia de los frailes
observantes, y Pio II en 1462 elimina el cargo de la ministra general por lo que la
congregación perdió su unidad de régimen, fisionomía propia y autonomía. De este
modo, parte de las comunidades pasaron a ser dirigidas por los obispos. Este contexto
seguía posibilitando distintas versiones de vida en común amparadas por la regla de
Nicolás IV, la diversificación y falta de uniformidad en el mundo terciario franciscano
requirió numerosas intervenciones pontificias a lo largo de los siglos XV y XVI.121
A día de hoy el estudio de este tema cuenta con grandes lagunas en la geografía
peninsular, sobre todo para la vertiente femenina. En parte se debe al carácter complejo
y heterogéneo de estas comunidades, dado su ambiguo estatus canónico entre lo seglar y
lo eclesiástico y su capacidad de adaptación y mutación según contextos geográficos e
históricos.122
Su llegada a la península se sitúa en el área catalana a finales del siglo XIII y a lo largo
del XIV se fueron generalizando grupos de penitentes por todo el territorio de la Corona
de Castilla. Contó con un temprano éxito y se adscribieron numerosas personas de alto
estatus. Las Cortes de Soria de 1380 recortaron los numerosos privilegios y exenciones
de las que disfrutaban por el elevado aumento de adeptos entre sus filas.123
Durante el último tercio del siglo XIV y los primeros años del XV se perfila la
existencia de una hermandad de sórores de penitencia de carácter urbano e interclasista
coincidiendo con un momento álgido de expansión de los terciarios castellanos.
Realizaban una doble labor, que resultaba de la combinación de una intensa actividad de
oración con el ejercicio de actividades encuadradas en la cura animarum, sin guardar
120
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, Beatas y santas neocastellanas…, págs. 62-63.
121
Ibídem, págs. 63-64.
122
GRAÑA CID, María del Mar, “Las terciarias franciscanas en la pugna…, pág. 283.
123
GRAÑA CID, María del Mar, “Una tentativa frustrada de autonomía religiosa…, págs. 168-169.
37
clausura, como las labores asistenciales, caridad, atención hospitalaria, enseñanza,
consuelo y oraciones por vivos y difuntos.124
La Tercera Orden Regular aparecía como algo atractivo a los ojos de numerosas
mujeres de la época y en ningún modo como una opción secundaria o solo aceptable
para quienes fueran incapaces de pagar la dote de un convento. Disponían de bienes
propios, con relativa frecuencia aparecen comprando, vendiendo o arrendado bienes,
aunque sus ganancias debían revertir en beneficio de sus hermanas, disfrutándolas en
común. Puesto que uno de sus ejes inspiradores era el ejercicio de la pobreza no debió
ser inusual que pidieran limosa, aunque habría diferencias entre unas comunidades y
otras.126
124
GRAÑA CID, María del Mar, “Las terciarias franciscanas en la pugna…, págs. 284-291.
125
GRAÑA CID, María del Mar, “Una tentativa frustrada de autonomía religiosa…, págs. 173-175.
126
Ibídem, págs. 175-177
127
Ibídem, pág. 171.
38
4. Hacia la institucionalización
La reforma de Cisneros primero, y la Contrarreforma enunciada en el Concilio de
Trento, algo después, son dos procesos con hondas repercusiones para el desarrollo de
las corrientes de espiritualidad femenina que habían prosperado a fines de la Edad
Media. Las monjas son sometidas a la clausura, las beatas desaparecen paulatinamente,
y las normas de conducta religiosa para las mujeres se adecuan a lo que se establece en
Trento.128
La reforma de las órdenes religiosas durante el reinado de los reyes católicos cierra una
puerta a una espiritualidad, que buscaba una reforma mucho más profunda. Todas las
formas de vida religiosa independientes de marcado signo laico se ven obligadas a la
institucionalización pasando a conformar monasterios de las ordenes segundas o
aquellas que se mantuvieron fieles a unas pautas de religiosidad basadas en el laicismo,
el interiorismo, la oración mental y la potenciación de la experiencia mística que pronto
conectaron con movimientos pseudo-heterodoxos. Esta vinculación y abandono no pudo
sino crear una pérdida de credibilidad de las aptitudes espirituales y religiosas de
aquellas que se mantuvieron en la ortodoxia sobre las bases de la espiritualidad
originaria beata.130
128
SEGURA GRAIÑO, Cristina, “La religiosidad de las mujeres en el Medievo…, pág.62.
129
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, Beatas y santas neocastellanas…, pág. 20
130
MIURA ANDRADES, José María, “Algunas notas sobre las beatas andaluzas”…, págs. 300-301.
39
Otros motivos para esta progresiva institucionalización podemos encontrarnos en la
multiplicación y proliferación del fenómeno de las beatas individuales, que provocó la
degeneración del movimiento al acogerse a estas formas de vida elementos que no
poseían la vocación religiosa necesaria. Además la presencia de movimientos
asociativos espontáneos, ajenos a la categorización de la Iglesia, amorfos en sus
aspectos organizativos, han generado siempre recelos y un cuidadoso seguimiento por
parte de la jerarquía religiosa, que los ha encontrado siempre sospechosos.131
131
MIURA ANDRADES, José María, “Formas de vida religiosa femenina…, pág.159.
132
BRAGUIER, Laurey, “Hérésies populaires et diabolisation: dissidence, persécutions et réhabilitation
des beatas de la Couronne de Castille (1480-1580)”, Les Cahiers de Framespa [En línea], 20 (2015),
publicado en línea el 30 diciembre 2015 [consultado el 5 de abril 2018]. URL:
http://framespa.revues.org/3601; DOI: 10.4000/framespa.3601.
133
Ibídem.
40
analizarse en el contexto de las obras en las que aparecen, es decir, insertos en piezas
literarias marcadamente antifemeninas.134
Como en cualquier grupo humano numeroso, hubo entre las mulieres religiosae falsas
beatas y beguinas que utilizaron la cobertura que les proporcionaba la respetabilidad del
conjunto para sacar provecho propio o para dedicarse a actividades poco o nada
honorables.135
Este género de vida contó también con el apoyo de algunos clérigos y de los patronos
que lamentan que tuvieran que pronunciar el voto de clausura unas comunidades cuyo
papel asistencial no podía realizarse si se las impedía salir de sus beaterios. Además
también defendieron que los beaterios se habían fundado sin la necesidad de guardar
clausura.137
La introducción de las beatas en los modos de vida regular, se ve como una necesidad a
veces sugerida por los frailes y eclesiásticos mediante diversos medios de presión o
persuasión, en otras ocasiones demandada por las propias integrantes de la comunidad.
Irremediablemente, los beaterios se veían abocados a cambios en la configuración, el
espacio comunitario, y en la casa, en el modelo de relaciones internas de la comunidad,
134
GARCÍA HERRERO, María del Carmen, “Mulieres religiosae, predicación…, págs. 307-308.
135
Ibídem, pág. 306.
136
BRAGUIER, Laurey, “Aprobación, vida activa y enclaustramiento de las beatas castellanas: las cartas
como reflejo de la institucionalización en los siglos XV y XVI”, en CASTILLO GÓMEZ, Antonio y
SIERRA BLAS, Verónica (dirs.), Cartas = Lettres = Lettere: discursos, prácticas y representaciones
epistolares (siglos XIV-XX), (X Congreso Internacional de Historia de la Cultura Escrita), Alcalá de
Henares, Universidad de Alcalá de Henares, Servicio de Publicaciones, 2014, pág. 281.
137
Ibídem, pág. 282.
138
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, Beatas y santas neocastellanas…, págs. 52-53.
41
la fratria femenina y en las relaciones institucionales externas que este mantenía con los
poderes eclesiásticos establecidos.139
La tercera regla franciscana o dominica fueron estaciones de paso para muchas de las
comunidades betas. La transformación masiva de comunidades beatas y terciarias en
conventos de las ordenes segundas se desencadena entre la segunda y tercera década del
s XVI. Estas comunidades optaron por órdenes clarisas y concepcionistas paradigmas
de conventualismo femenino reformado.142
139
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, Beatas y santas neocastellanas…, pág. 64.
140
CAVERO DOMÍNGUEZ, Gregoria, “Obispos y sínodos hispanos…, pág. 73.
141
Ibídem, pág. 73.
142
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, Beatas y santas neocastellanas…, págs. 67-68.
143
Ibídem, págs. 71-72.
42
Las comunidades de terciarias tampoco eran inmunes a las novedades que se fueron
introduciendo desde el papado ni a las presiones de las nuevas oleadas de reformismo
que fueron haciendo acto de presencia a lo largo del s XVI. Permanecieron amparadas
en las fisuras normativas de un marco legal incapaz de uniformar las experiencias,
compromisos, obediencias y dependencias jurisdiccionales, por lo que hubo beaterios
que conservaron durante mucho tiempo muchos o buena parte de sus principios.144
144
MUÑOZ FERNANDEZ, Ángela, Beatas y santas neocastellanas…, pág. 72-73.
145
Ibídem, pág. 75.
146
Ibídem, pág. 76.
147
Ibídem, pág. 144.
43
Conclusiones
Los cambios producidos por el renacimiento de las ciudades y el auge económico dieron
lugar a una nueva religiosidad que caló especialmente entre el laicado que buscó nuevas
formas de perfección y pobreza espiritual para lograr la salvación. En el seno de esa
nueva búsqueda encontramos numerosos movimientos religiosos de laicos, que
encuentran en una forma de vida semirreligiosa la solución perfecta a sus inquietudes
emitiendo los votos de castidad, pobreza y obediencia pero no el de clausura lo que les
permitía mantener su anterior vida.
En una sociedad patriarcal en la que las mujeres apenas podían tomar decisiones su
destino era el matrimonio o el convento. Fuera de estas opciones poco había para ellas
que fuera considerado apropiado. Por ello estos movimientos calaron especialmente
entre las mujeres que vieron en ellos la posibilidad de un mayor marco de acción y
realización personal y religiosa, ya que las permitía unas posibilidades de libertad
mayores. Las opciones de vida de las mujeres estuvieron siempre muy limitadas a
permanecer en el hogar y formar una familia o ingresar en un convento en el que
permanecer recluida el resto de su vida. Además contaban con la ventaja de seguir
siendo laicas lo que las permitía abandonar este género de vida cuando ellas quisieran.
La vida de las mulieres religiosae no sólo las permitía una participación mucho más
activa en la sociedad realizando numerosos trabajos asistenciales y benéficos sino
también dentro de la Iglesia puesto que el no estar obligadas a la clausura les permitía
predicar y hacer de consejeras espirituales llegando algunas a tener una enorme fama
entre sus coetáneos incluso de santidad.
En los momentos iniciales el movimiento contó con gran autonomía lo que las permitió
crear espacios en los que se vieran libres de toda injerencia, pudiendo vivir al margen de
toda autoridad masculina que siempre estaba presente en la vida de las mujeres y así
mismo disfrutar de una religiosidad propia sin ningún tipo de condicionante.
44
Dentro de este género de vida encontramos numerosas variantes que ofrecen diferentes
modelos pudiendo vivir una experiencia en comunidad como sería el caso de las beatas
o beguinas o individual como eran los emparedamientos, así mismo las terciarias
suponían una mayor seguridad para aquellas que decidían optar por esta forma de vida
ya que estaban bajo el amparo del papado. Junto a estas modalidades nos encontramos
con una amplia variedad de nombres en las fuentes que nos remiten a formas de vida
muy parecidas o similares si bien mucho más minoritarias o locales, que por la
inexactitud de fuentes es muy difícil establecer las características que las diferencian.
Todos los estratos sociales se vieron atraídos por esta forma de vida aunque
mayoritariamente en un ámbito urbano. No solo ingresan a beaterios aquellas mujeres
que no pueden pagarse una dote, sino que encontramos mujeres de las clases altas que
ingresan o ellas mismas los fundan cuando podrían perfectamente pagar la entrada a un
convento. También hay una gran diversidad de situaciones en las que ingresan algunas
son jóvenes, otras viudas, solteras e incluso casadas. Esto nos sitúa en un movimiento
que planteaba un modelo alternativo de religiosidad y que contaba con una gran fuerza
de atracción para el género femenino en general.
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Es en este momento cuando aparece el fenómeno místico de este movimiento que ya
había aparecido en Europa el siglo anterior. Contó con el beneplácito de las autoridades
lo que potenció la creación de toda una literatura mística femenina en la Península,
dando la posibilidad de mayor protagonismo a estas mujeres como mediadoras directas
de la palabra divina.
La canalización del movimiento hacia los conventos siempre supuso dificultades pues
muchas comunidades que rozaban la pobreza y dependían de las actividades del exterior
para poder mantenerse, por lo que en muchos casos necesitaban de un benefactor que
las diera los medios necesarios. Con todo no fue una imposición acatada siempre, sino
que contó con resistencia por parte de las propias integrantes que no querían abandonar
el modo de vida que ellas habían elegido.
Finalmente será el Concilio de Trento el que sancione todas estas medidas estableciendo
la clausura como única opción vital válida para todas aquellas mujeres que quisieran
dedicarse a la religión, poniendo así fin de una forma definitiva a uno de las formas de
religiosidad más importantes de la Edad Media. Igual que los cambios del siglo XI
trajeron consigo una nueva sensibilidad religiosa, los tiempos modernos llevan
aparejados nuevas transformaciones en la religiosidad. Las mujeres tendrán que
adaptarse a los nuevos tiempos y buscar nuevos cauces para poder cambiar el destino al
que les avoca la sociedad patriarcal.
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