Las Relaciones Del Docente Con El Conocimiento - Cullen
Las Relaciones Del Docente Con El Conocimiento - Cullen
Las Relaciones Del Docente Con El Conocimiento - Cullen
Cullen, C. “Las relaciones del docente con el conocimiento” Cap. VI. en Crítica
de las razones de educar de Carlos Cullen. Paidós. 1997
Nos proponemos en este capítulo reflexionar sobre las relaciones del docente con el
conocimiento. Quisiera hacer dos aclaraciones previas.
- Primero, que esta relación incluye dimensiones psicológicas y sociales,
epistemológicas y políticas, inclusive estrictamente éticas, y en este sentido no puede
ser ni simplificada ni reducida.
- Segundo, que aceptada esta complejidad, es posible defender la tesis de la
imposibilidad de una transformación educativa sin una revisión a fondo de estas
relaciones del docente con el conocimiento.
Es decir, no se trata de ser ingenuos. Se trata de hacernos fuertes en lo que define la
profesionalidad misma de la docencia y su función social: enseñar para que otros
aprendan lo que -sin esta enseñanza- no podrían aprender.
No hay legitimidad mejor que esta fortaleza, para insistir en la necesidad de
condiciones laborales dignas y equitativas, en el reclamo de racionalidad y tiempo
para las transformaciones propuestas, en la exigencia de información pertinente y
participación en las decisiones que afectan al sistema educativo.
Al menos, para que quede claro que quienes matan la reforma educativa, necesaria,
deseable y posible, son aquellos mismos que acusan a la docencia de resistencia al
cambio y no ponen las condiciones necesarias para que este cambio se de.
Enseñar no es moco de pavo. Tener que vérselas diariamente con el conocimiento,
para poder comunicarlo de modo tal que otros lo aprendan, desde muy diversas
situaciones previas y con fuertísimos condicionantes, no es “soplar y hacer botellas”.
Por éso propongo reflexionar sobre las relaciones del docente con el conocimiento, sin
pretender hacer ni diagnósticos ni evaluaciones. Simplemente plantear el problema,
como una forma, seguramente torpe, de hacerme eco de lo se que puede escuchar
en diversos ámbitos docentes, reiteradamente, como voz común, pronunciada con
diversos acentos, desde diferentes intereses disciplinares y variados compromisos
institucionales: queremos enseñar bien, queremos enseñar lo mejor posible. Por éso
nos reunimos, por éso escuchamos, por éso preguntamos, por éso, tambien, nos
decepcionamos y nos enojamos, por éso queremos seguir trabajando.
Huellas, porque las relaciones del docente con el conocimiento, tienen que ver con la
tierra que se pisa, el camino que se anda, el rastro que se busca, la marca que se
deja.
Y se puede instalar la ilusión de la tierra firme, de la tierra centro del universo, de las
huellas imborrables, de los rastros seguros, de las marcas inamovibles.
Espejos, porque las relaciones del docente con el conocimiento tienen que ver con los
cuerpos que se reflejan, con lo que se deja que aparezca, con lo que no se deja que
se manifieste, o bien, con el valor de cambio para despojar de su riqueza al salvaje,
transformar en “imagen” la curiosidad del niño. o en tarea “útil” la fantasía del
adolescente
2
Señales, porque las relaciones del docente con el conocimiento, tienen que ver con
nombres y con signos, que por momentos se puede creer que son huellas, y por
momentos estar seguros de que son espejos. Y no son ni una cosa ni la otra. Porque
los nombres y los signos, remiten a otros nombres y a otros signos. Y caminar sobre el
alfabeto, no es lo mismo que hacerlo sobre la tierra, y reflejar sombras, no es lo mismo
que reflejar cuerpos.
Creo que las relaciones de los docentes con el conocimiento necesitan hoy revisar
algunos supuestos:
Por de pronto, los resabios de platonismo que podamos tener. Es decir, no hay un
mundo de ideas, un trasmundo, que haya fijado de una vez para siempre el sentido de
las cosas, sus esencias fijas e inmutables. No hay una hiperrealidad que de cuenta de
esta realidad.
Esto subyace a la ilusión de pretender relacionarnos con el conocimiento negando su
historicidad, su condicionamiento social, los cambios culturales en las relaciones con
la riqueza, el poder, la información. No podemos relacionarnos con el conocimiento ni
ingenua ni dogmáticamente, desde el supuesto de las ideas esenciales, y., por
supuesto, de nuestra segura posesión de esas ideas esenciales.
Debemos aprender, parafraseando a Umberto Eco, que “antiguamente la rosa estaba
con su nombre, pero que nosotros, hoy, tenemos los nombres desnudos”.
Pero, en segundo lugar, revisemos también los resabios de iluminismo que podamos
tener. Si la realidad no es el “sol”, no nos ilusionemos -para compensar- que nuestra
mente sea el “espejo”. Es decir, no hay una mente bruñida, porque educada, que
funcione como espejo seguro, que tenga las certezas para educar al soberano y para
garantizar criterios de verdad y decidir cuáles son los esquemas ciertos y cuáles no.
Esto subyace a la ilusión de pretender relacionarnos con el conocimiento, negando
sus supuestos y sus condicionamientos, como si el sujeto seguro del saber, el espejo,
no tuviera nada que ver ni con las pasiones, ni con los poderes, ni con los saberes
previos, es decir, “la tabula rasa”, esa ilusión del comienzo absoluto. Y, por supuesto,
que nuestra profesión nos garantiza la condición de espejos.
Debemos aprender, avanzando sobre lo de Eco, que ciertamente hoy están los
nombres desnudos, pero cuántos disfraces lo ocultan y que difícil es el contacto con
su piel.
3
Sin embargo, creo que el desafío mayor en las relaciones del docente con el
conocimiento es el cómo quedamos, cuando nos animamos a revisar, tanto el
autoritarismo dogmático, como la soberbia iluminista. Creo que a muchos les interesa
que quedemos presa del escepticismo y del desaliento.
No es cierto que no podamos enseñar, porque la realidad es menos esencial de lo que
creíamos, y la verdad menos cierta de lo que imaginábamos. Tenemos que aprender
a relacionarnos con el conocimiento, sin estas ilusiones. Se trata de tirar el agua sucia
cuando bañamos al niño, pero no tirar al niño.
Si detrás de las huellas, no nos espera una realidad esencial, no quiere decir que las
huellas no existan ni que la realidad no tenga densidad. Que detrás de los espejos, no
está ni la seguridad ni la certeza de la interpretación única, no quiere decir que no hay
espejos y que la verdad sea débil. Que tengamos que aprender a transitar por
huellas, que son señales, y a reflejar representaciones, que tambien son señales, no
quiere decir que no haya direcciones, ni quiere decir que no haya distinciones.
Porque de esas distinciones y esas orientaciones dependen, el reconocimiento de los
derechos humanos, la equidad en la distribución de los saberes, la autonomía en la
producción del conocimiento, la justicia en las relaciones, la libertad para pensar y
expresarnos y gozar, las posibilidades de trabajar y hacerlo creativa y solidariamente.
¿Para qué enseñar en tiempos de escepticismo, de pragmatismo, de desocupación,
de vacíos, de incertidumbres ?
Para que el conocimiento nos oriente, nos permita transformar la realidad, nos permita
construir subjetivides solidarias y felices. Sólo que ahora no podemos hacerlo, como
quien cuenta a los pobres ilusos, hipnotizados por las sombras de la caverna, que ha
visto el sol, la idea esencial. O como quien cuenta, a los pobres dubitativos del sentido
común y a los primitivos del salvajismo cultural, que encontró la certeza de la ciencia y
el progreso, o las claves seguras de la ciudadanía moderna.
Debemos hacerlo, como diría M.Rorty, simplemente conversando, reconociéndonos
nosotros mismos, como señales de un camino hacia la verdad, la justicia y la felicidad,
señales que conviven con otras, y que podemos tratar de entendernos.
Como docentes, traemos a esta “conversación” saber acumulado, preguntas
encadenadas, problemas que insisten y persisten, huellas que inquietan, espejos que
decepcionan, señales que invitan a seguir conversando y conversando. Y traemos,
sobre todo, la confianza esperanzada y la convicción responsable de que vale la pena
hacerlo.
Nos hemos referimos a las relaciones del docente con el conocimiento en términos de
tres metáforas fuertes: las huellas, los espejos, las señales, preguntando por el lugar
desde donde enseñamos. Y hablamos de tres actitudes que quisiera explicitar:
Frente a estas tres actitudes posibles, sugerimos la idea de una relación con el
conocimiento ni dogmática, ni iluminista, ni escéptica. Es decir, crítica, contextualizada
y esperanzada. Lo hicimos, entonces, dialectizando los espacios abiertos por las
metáforas de la huella, el espejo y la señal.
-porque, cuando la huella es tambien espejo y señal, la relación con el conocimiento
se convierte en seguir un rastro, y en una búsqueda por diversos atajos, más que en
andar detrás del nombre propio o de la razón única.
-y, cuando el espejo pierde su superficialidad, por la densidad de las huellas que lo
empañan, y pierde su monopolio de la representación, por las cicatrices que las
señales le dejan, la relación con el conocimiento se convierte en un tener que
vérselas con la memoria y con las incertidumbres, más que en haber entrado al
camino seguro de la ciencia o en la celebración triunfal del progreso.
-y, cuando la señal recupera la confianza en la palabra compartida, en la
conversación y el diálogo, porque hay rastros con sufrimiento y espejos con
esperanzas, la relación con el conocimiento se convierte en una comprensión abierta,
que es simultáneamente un trabajo productivo y un juego gozoso, y deja de ser una
comunicación cerrada, o una resignación cansada, o un triste funeral de la verdad.
Conocer, decía Bateson, es construir un mapa. Pero sabiendo que los mapas sólo se
construyen con las diferencias, que los mapas no son el territorio (ni espejos del
territorio), y que los mapas se parecen a huellas, a muchas huellas, que sólo orientan
desde la memoria de las señales y desde las imágenes de los espejos 1.
Es entonces cuando sabemos que se enseña y se aprende con otros y de otros
Quisiera avanzar, en esta meditación sobre las relaciones del docente con el
conocimiento, tratando ahora de finalidades. Si en lo anteriormente referido, el tema
era el desde dónde o el cómo nos relacionamos con el conocimiento, quisiera ahora
proponer una meditación sobre el para qué nos relacionamos con el conocimiento.
Para qué nosotros, docentes, nos relacionamos con el conocimiento.
Y entonces quiero hablar de ágoras(plazas), de mercados y de autopistas. Es decir,
elijo de nuevo las metáforas, buscando las finalidades de la relación del docente con
el conocimiento en la construcción de espacios sociales. En última instancia, educar
es socializar mediante el conocimiento. Es producir, ocupar, arreglar, cambiar,
mediante el conocimiento, espacios sociales. El problema radica en completar la
definición, diciendo que educar es socializar mediante la enseñanza, no de
cualesquiera conocimientos, sino de aquellos legitimados públicamente. Pero, éste es
justamente, el tema de esta reflexión.
1
Cfr. Bateson: Pasos para una ecología de la mente, Bs.As.,Lohlé,1979
2
cfr. J.Ladrière: El reto de la racionalidad, Salamanca, Sígueme-Unesco, 1977
5
O bien podríamos buscar por el lado de los intereses del conocimiento, como hace
Habermas, tomando la noción en un sentido -de fuerte sabor kantiano- de lo que
define la naturaleza misma del trabajo de la razón, inmanentes a su mismo uso, que
generan lógicas distintas según que se busque por el conocimiento: manejar y
manipular el mundo, poder entenderse en la comunicación, poder criticar todo lo que
traba la libertad, la igualdad, la fraternidad 3. Hay un interés “técnico”, uno “práctico” y
uno”emancipatorio”.
O bien buscar, como hace G.Bachelard, por el lado de los obstáculos del
conocimiento, también tomados como una noción inmanente al acto mismo de
conocer, que impiden la formación del espíritu científico, ese que consiste
fundamentalmente en “el sentido del problema”, pues buscamos conocer, en
definitiva, para saber definir problemas4. Y para éso necesitamos remover los
obstáculos que desnaturalizan la finalidad del conocimiento.
O podríamos también, como hace Bronowski, buscar por el lado de los “orígenes del
conocimiento y la imaginación”, y ver cómo la percepción externa, el habla y la
simbolización nos equipan para valorar la verdad, y es la verdad, el valor del cual
dependen todos los otros valores, los que Bronowski llama del “ser” y los del “deber
ser”. Y valorar la verdad es saber que nos podemos equivocar y que la verdad puede
cambiar. Porque el conocimiento está aliado con la imaginación, es decir: con la
creación y la libertad. Por éso, conocemos para poder sonreirnos con complicidad
cuando leemos frases como aquella con la que termina este libro que menciono:
“mientras siga habiendo policías irlandeses más aficionados a la crítica literaria que a
las cuestiones legales, el intelecto no perecerá”5
Siguiendo la génesis de nuestros conocimientos, sobre todo los científicos, podríamos
tambien, como nos enseñó Piaget, buscar las finalidades del conocimiento en ese
intento de encontrar estructuras de adaptación al medio, cada vez más firmes y cada
vez más independientes de las variables, que puedan afectarnos en el equilibrio
buscado. La inteligencia es acción que busca resolver problemas, que de una u otra
forma afectan el necesario equilibrio adaptativo a un medio, cada vez más
complejizado por esas mismas acciones inteligentes.
Es bueno, me parece, que los docentes aprendamos a relacionarnos con los
diferentes sentidos del conocimiento, con la diversidad de intereses que guían el
trabajo de la razón por caminos lógicos y de argumentación con leyes específicas, que
sepamos de los obstáculos que traban el deseo de conocer, y que distorsionan el
sentido de los problemas, que reflexionemos sobre el origen del conocimiento, y
aprendamos a relacionar bien el ver y el imaginar con la búsqueda de la verdad, que
entendamos como se construyen genéticamente esas estructuras que nos permiten
resolver problemas y adaptarnos inteligentemente al medio.
En este contexto de sentidos, intereses, obstáculos, orígenes, construcciones, que
definen el para qué del conocimiento, en general, quisiera proponerles una meditación
sobre el para qué, específicamente, y además, nos relacionamos los docentes con el
conocimiento.
3
cfr.J.Habermas: Erkenntinis und Interesse, Frankfurt, Suhrkamp, 1974 (2da)
4
cfr. G.Bachelard: La formación del espíritu científico, Bs.As., Siglo XXI,1979 (7a)
5
cfr. J.Bronowski: Los orígenes del conocimiento y la imaginación, Barcelona, Gedisa, 1981. La
cita está en la p.152
6
Pero enseñar el conocimiento es, en realidad, una exigencia que se inscribe en una
determinada forma de relacionarnos con sus fines: buscar la verdad, resolver
problemas, crear nuevas formas y sentidos, adaptarnos, orientarnos, saber qué hacer.
Esta forma determinada de relacionarse, como enseñantes, con el conocimiento no
puede ser otra que la que llamamos pública. Mi tesis es que, en tanto docentes, nos
relacionamos con el conocimiento para enseñarlo, es decir, para “publicarlo”.
Lo público, por de pronto, tiene que ver con la ruptura en relación a lo indecible e
indecidible de lo meramente opinado o sentido por cada uno, es decir, con los
lenguajes privados. Lo público tiene que ver tambien con la ruptura, por principio, en
relación a la restricción y segmentación de los códigos de clase, aquellos que sirven a
los intereses de un grupo y los diferencian de otros, es decir, con los lenguajes
corporativos.
Relacionarse públicamente con el conocimiento, entonces, significa que el
conocimiento no es sólo para mí, ni para algunos, es para todos, sin restricciones
“naturales” o “educativas”. Es decir, relacionarse públicamente con el conocimiento
tiene que ver con la construcción de espacios sociales comunes, universales, abiertos.
De aquí las metáforas elegidas del ágora o plaza pública, el mercado, la autopista.
Pero necesitamos contextualizar el problema con algunas reflexiones previas.
En torno al ágora
- que todo lo real es inteligible y que la inteligencia humana, por lo tanto, es de alguna
manera “todas las cosas”
- y que esta inteligibilidad, es distinta según se trate de saber ver, saber hacer o saber
actuar.
No es lo mismo enseñar las causas naturales, que las reglas de la producción técnica
o que los principios de la acción social. Ni son tampoco los mismos maestros. El
filósofo, el técnico (incluyendo al artista) y el político se reparten el campo de lo
enseñable. Claro, quien se ocupa de la inteligibilidad de lo real y de los modos de
conocerla efectivamente es el filósofo, y en este sentido es el maestro de los
maestros. Lo saberes productivos, el mundo técnico y artístico, y los prácticos, el
mundo social, dependen, en realidad, de los saberes teóricos, y son enseñables, en la
medida en que se relacionen con principios y causas de lo que es naturalmente.
Suponer que la relación con el conocimiento es “natural”, que todos los hombres por
naturaleza desean saber, no debe encubrir, sin embargo, que ese “deseo” es, en
realidad, el resultado de un proceso de formación cultural, donde la propiedad de los
medios de producción, y el control del poder en las prácticas sociales, han jugado un
rol determinante. Por éso, no es lo mismo conectarse “naturalmente” con el deseo de
saber, que hacerlo “públicamente”.
En torno al mercado
6
cfr. E.Descartes: El Discurso del Método, en Obras escogidas, Bs.As., Schapire, 1965, p.9
8
El supuesto de la razón única, del sujeto trascendental, es, nos parece, la gran ilusión
moderna, que tendió a confundir publicidad con legitimación en el uso puro de la
razón. La razón instrumental, la industria cultural y los despotismos ilustrados y
totalitarismos, terminaron mostrando que el “buen uso de la razón” no reside,
precisamente, en el mero control simbólico del deseo natural de saber.
Si fue ilusorio poner lo público en las pretendidas discusiones libres del ágora, para
defender la hegemonía de la polis en la oikuméne del helenismo, no lo es menos,
ponerla en las pretendidas leyes libres del mercado, para defender la hegemonía del
estado democrático moderno liberal, en la globalización del llamado capitalismo
postindustrial o tardío.
De autopistas
Hoy, justamente, se habla de la sociedad global como una sociedad del conocimiento,
significando algo distinto que la tradición de lo universal de la visión metafísica o lo
público del buen uso de la razón. La tradición pública del conocimiento se encuentra
cuestionada, porque esta “sociedad del conocimiento”, la de la globalización del
conocimiento, aparece fuertemente hegemonizada por el mercado de la información,
por un lado, y por las negociaciones privadas y corporativas de la ciencia, la técnica, el
arte, y hasta la misma ética, por el otro.
¿Qué significa, entonces, relacionarnos hoy públicamente con el conocimiento y así
poder enseñarlo ?. Porque lo global no es lo público,
Porque nosotros, docentes de hoy, no tenemos, como antiguamente, “la rosa con su
nombre, tenemos los nombres desnudos” (U.Eco), sin las cosas esenciales, cuya
visión adecuada nos garantizaba que decíamos los nombres propios, cuando
enseñamos. Pero además nosotros, docentes de hoy, tampoco tenemos, como sí
tenían los modernos, “los nombres con un sujeto, tenemos los sujetos desfondados”,
sin un cogito trascendental o a priori, que nos garantizaba que una razón única, el yo
pienso, acompañaba todas nuestras representaciones, cuando enseñábamos, y una
función pública clara, la de formar al buen ciudadano, nos sostenía en la tarea de
educar.
Nos toca enseñar, cuando lo público del conocimiento ya no puede respaldarse en la
“esencia” de las cosas, pero tampoco en la “pureza” de la razón. Tenemos que
enseñar no sólo con los nombres desnudos, sino tambien con los sujetos
desfondados.
Por éso los muchos problemas que tenemos los docentes se inscriben, como su
contexto más fuerte, en una cuestión epocal: para qué enseñar en tiempos no sólo de
“ocultamiento de los dioses”, como dice Heidegger, sino además de “retirada de la
palabra”, como dice G.Steiner. ¿Se trata sólo de “serenidad”, para esperar una nueva
manifestación del ser, o meramente de “coraje”, para abrir la última puerta del castillo
de Barba Azul, la que conduce al infierno, movidos por la mera supervivencia ?
¿Cómo relacionarnos públicamente con el conocimiento, cuando ya éste no gira no
sólo en torno a los dioses, ni tampoco en torno al “logos”, a la palabra (la de las cosas
y la de la razón), sino en torno a la imagen, la música, el alfabeto electrónico de la
comunicación global inmediata y de la simultaneidad?. Esta “musicalización y
matematización de la cultura”, como dice el mismo Steiner, parece estar declarando
10
7
cfr. G.Steiner: En el castillo de Barba Azul. Aproximación a un nuevo concepto de cultura,
Barcelna, Gedisa, 1991
8
cfr. Bill Gates: Camino al futuro, Madrid, McGraw Hill, 1996, p.182
9
cfr. B.Bernstein: La estructura del discurso pedagógico, Madrid,Morata- La Coruña,Paideia,
1994 (2da)
cfr. H.Giroux: Los profesores como intelectuales. Hacia una pedagogía crítica del
aprendizaje, Barcelona, Paidós-Mec, 1990
cfr. tambien nuestra obra: Crítica a las razones de educar. Temas deFilosofía de la Educación,
Bs.As., Paidós, en prensa 1996
11
10
Cfr.G.Bachelard: El racionalismo aplicado,Bs.As., Paidós, 1979, pp26 y 29