La Guerra Con Chile
La Guerra Con Chile
La Guerra Con Chile
La Guerra del Pacífico fue una contienda bélica que tuvo el Perú, duró más de cuatro años,
desde el 5 de abril de 1879 hasta 20 de octubre de 1883.
CAUSAS.
Reales o verdaderas.
Aparentes o pretextos.
• El convenio de defensa mutua suscrito entre Perú y Bolivia en 1873, el mismo que iba en
contra de la nación chilena.
• El impuesto de los 10 centavos, a cada quintal de salitre por el gobierno boliviano, y Chile
no aceptó y protestó ocupando militarmente el litoral boliviano e izaron su bandera.
La campaña del sur se realizó entre noviembre de 1879 y junio de 1880. El Perú luchó por
defender los territorios del sur, ricos en salitre y guano.
La Batalla de Tarapacá
La campaña terrestre se inició por Tarapacá, donde se hallaba el ejército aliado peruano-
boliviano. La fuerza chilena contaba con 10 mil hombres bien equipados, quienes partieron del
puerto de Antofagasta protegidos por su escuadra. El 2 de noviembre invadieron Pisagua,
defendida valientemente por una guarnición de 1000 hombres al mando del coronel Isaac
Recavarren. Lamentablemente, la victoria fue para los invasores chilenos.
Una vez ocupado el puerto de Pisagua, se libraron dos conflictos: la Batalla de San Francisco y
la Batalla de Tarapacá. La primera tuvo lugar el 19 de noviembre de 1879 y resultó un desastre
para los ejércitos aliados, indefensos ante un enemigo numéricamente superior y que puso en
acción los poderosos y modernos cañones Krupp. En esta batalla alcanzó la gloria el
comandante Ladislao Espinar, quien murió en la lucha mostrando su extraordinario valor.
Después de la derrota de San Francisco, el fatigado ejército peruano compuesto por 3000
hombres se movilizó rumbo a Arica. No contaban con artillería ni con caballería. Tras una
penosa marcha por los desiertos, descansó cerca de Tarapacá. Mientras tanto, los chilenos
ocupaban las alturas que dominan dicho pueblo.
Dos días después de la Batalla de Tarapacá, el Estado Mayor publicó una orden general que
dice lo siguiente:
“Su Señoría, el General de División y Jefe del Ejército, aprovecha este día en que le permite el
descanso para tributar a las fuerzas de su mando el aplauso y la acción de gracias que la
Nación y él mismo les deben por su brillante comportamiento en la batalla del 27 noviembre, y
no puede menos que recordar, para que quede consignada entre las más honrosas páginas de
nuestra historia militar, que después de un movimiento penosísimo, faltos de todo recurso, sólo
con columnas de infantería, los valientes que componen las seis divisiones han arrojado un
ejército de las tres armas de inexpugnables posiciones, quitándole su artillería, dispersando sus
escuadrones y obligándole a emprender una fuga desastrosa. Espera Su Señoría que este acto
de justicia sirva al Ejército, no de estímulo, porque no ha de menester otro que su honor, su
patriotismo y su valor probado, sino de testimonio de que el país y los jefes superiores no son
indiferentes a sus méritos”.
En efecto, el gran héroe de Tarapacá fue el soldado peruano anónimo. En los nichos y placas
murales de la cripta erigida en el Cementerio de Lima, lo representa el corneta Mariano Mamani
y el soldado Manuel Condori. (Historia de la República, Dr. Jorge Basadre).
LA CAMPAÑA DE TACNA
Tacna y Arica representan, en la memoria de los peruanos, las gestas patrióticas más
relevantes, las que más recrean los imaginarios del heroísmo y coraje del sujeto colectivo
nacional. Ciertamente, la exaltación de mártires y de batallas memorables es esencial en la
narración histórica de toda nación moderna.
A Tacna, sin embargo, no se le recuerda tanto por su batalla. Tal parece que el esfuerzo de 25
mil hombres que se enfrentaron a cañonazos, balazos y bayonetazos en el Campo de la
Alianza, el 26 de mayo de 1880, no fue suficiente para instalar imágenes claras de aquel
combate en la posteridad.
A Tacna se le recuerda más por lo que ocurrió después, por sus 49 años de cautiverio, por la
resistencia activa y pasiva de su población civil, por el heroísmo de sus mujeres. A Tacna
elegimos recordarla por sus efemérides victoriosas: por el “enésimo” año de su reincorporación
al Perú.
Arica, en cambio, es la batalla modélica de la Guerra del 79, es la batalla de los héroes
gloriosos, de aquellos que alcanzan las palmas del martirio. Arica nos deja frases para la
posteridad, así como la pintura del viejo coronel resistente y el idealismo del joven mártir
acaudalado. Los héroes de Arica son los que más se asemejan a los héroes clásicos, como a
los trescientos de las Termópilas que prefirieron la gloria eterna a los años que les quedaban
por vivir.
La paradoja de todo aquello es que la recordación de las dos cautivas está signada por el
destino que a cada una le tocó en suerte. Pareciera que en el inconciente colectivo nacional –o
en la lucubración de algún político– el tratado de 1929 hubiese determinado no solo de qué
manera recordar a Tacna y Arica, sino también de qué manera olvidarlas.
Es así como en la percepción corriente nacional, a la batalla de Arica se le recuerda más que a
la de Tacna, cuando en esta última se decidió la campaña terrestre de la Guerra del 79.
Ciertamente, la batalla de Tacna –o del Campo de la Alianza– enfrentó a las principales
divisiones de los ejércitos de los tres países implicados en el conflicto, y fue el mayor
enfrentamiento militar a lo largo de toda la conflagración.
Al contrario, poco se ha investigado y difundido acerca de los esfuerzos resistentes que realizó
la población ariqueña entre 1880 y 1929, e incluso después. En general, sabemos de los
tarapaqueños repatriados por Leguía en la década de 1920. Sin embargo, parece que cuando
se trata de Arica, preferimos que Bolognesi queme eternamente su último cartucho y que
Alfonso Ugarte salte a la gloria por toda la eternidad.
Como hemos podido observar, el dilema entre la memoria y olvido influye en la manera como
nos representamos el pasado nacional. Por un lado, es claro que nuestros héroes son
personajes entrañables que ameritan nuestra recordación. Por el otro, parece impostergable la
difusión de nuevas interpretaciones de la Guerra del 79 que posibilite la discusión de antiguas
posturas, así como la revisión de los postulados tradicionales de la historia oficial.
La Batalla del Alto de la Alianza, fue una acción bélica que se desarrolló el 26 de mayo de 1880
en Tacna, en el marco de la Guerra del Guano y del Salitre, siendo una de las acciones
militares más sangrientas..
Se enfrentaron los ejércitos aliados del Perú y Bolivia dirigidos por el General boliviano Narciso
Campero contra el Ejército de Chile, comandado por el General Manuel Baquedano, luego de
casi 8 horas de combate, casi al anochecer las unidades peruanas y bolivianas, se retiran hacia
Tarata llevando casi mil heridos. Después de la batalla, Bolivia se retira militarmente de la
guerra, la cual continuaría entre las fuerzas de Chile y Perú.
El lugar de la batalla fue la meseta del cerro Intiorko que en quechua significa Alto del Sol. Que
está a 3 km de Tacna al Norte, También se le conoce como Campo de la Alianza.
El ejército aliado acampó en la meseta del Intiorko, que por orden general del 16 de mayo, su
nombre fue cambiado a Alto de la Alianza. El plan era esperar el ataque del ejército chileno ahí.
El 26 de marzo de 1880 Asume el mando del ejército chileno el general de brigada Manuel
Baquedano.
El 22 de mayo, el Jefe del Estado Mayor del ejército chileno, coronel José Vélasquez,
acompañado por casi todos los oficiales del ejército, hacen un reconocimiento de las fuerzas
aliadas, llegando a Quebrada Honda. Desde ahí, el sargento mayor Salvo dispara sus 2
cañones para medir al distancia con los tiros, siendo respondido el fuego por la artillería aliada.
La batalla de Tacna ha sido descrita en detalle por múltiples historiadores, lo único que
debemos resaltar es la enorme superioridad en armamento y hombres que tenía el Ejército
Chileno, la relación era de 3 a 1 respecto a los aliados Perú-Bolivianos, esta diferencia la
estipularon, luego de la derrota chilena de Tarapacá, donde la diferencia de Chile con respecto
al Perú era de 1.5 a 1, esto es, los chilenos eran 3 mil quinientos bien pertrechados de
infantería, artillería y caballería , mientras que los peruanos no llegábamos a 2 mil, solo de
infantería deficientemente armados.
La artillería fue la segunda arma en jugar un papel decisivo en esa batalla.
Dada la batalla, cuyos resultados oscilaron por momentos, hasta que la superioridad numérica
de tres a uno y la eficacia de la artillería definieron el resultado, desbordándose el terror sobre
la población civil de la ciudad de Tacna que se vio sometida a todas las manifestaciones del
vandalismo.
"Seguros de que en Tacna no corrían peligro alguno, tanto porque habían presenciado la salida
hacia Tarata del derrotado ejército aliado, cuanto por la notificación que enviara al Comando
Chileno, el cuerpo consular extranjero, después de los primeros cañonazos disparados contra
la ciudad, de que ésta no se hallaba defendida en modo alguno y que podían ocuparla
libremente, los chilenos entraron en la ciudad, no formados, sino a la desbandada, dedicándose
inmediatamente, en todas direcciones, a echar abajo las puertas de las casas y saquearlas,
abusar bárbaramente de las mujeres, y asesinar a cuantos procuraban defenderlas y a cuantos
se negaban a revelar donde se encontraban las sumas y objetos preciosos que suponían
tuvieran escondidos".
De la obra de Paz Soldán: "A la vez que los soldados chilenos hacían el repaso en el campo de
batalla, la artillería principió a bombardear la inmediata ciudad de Tacna, temiendo que allí se
reconcentraran los restos del ejército aliado. Muchos soldados chilenos abandonaron sus filas,
y se dirigieron a la ciudad a saquear, matar y satisfacer su lubricidad, sin respetar la ancianidad
ni la infancia. Aterrorizados los extranjeros, se reunieron los cónsules inglés, francés, alemán y
manifestaron al general Baquedano, que aún permanecía en el campo de batalla, que la ciudad
estaba rendida, y pedían garantías. La noche con su negro manto vino a favorecer escenas
aterradoras”.
El escritor periodista chileno Vicuña Mackenna, en su Historia de la Guerra, tomo II, p. 717.
Tomado de Paz Soldán, obra citada, define lo que es el "repaso": (84) "Los soldados chilenos
son por instinto feroces y carniceros, no se satisfacen con ver muertos a sus enemigos; creen
que se hacen los muertos y para dejar bien muertos a los muertos terminada la batalla recorren
el campo, y ultiman a los heridos; a este acto de barbarie casi increíble le dan el nombre de
repaso; y de ello se jactan".
Batalla de Arica
Después de la batalla del Alto de la Alianza (Tacna, 26 de mayo de 1880), la guarnición de
1,600 milicianos comandados por el coronel en retiro Francisco Bolognesi no tuvo tiempo de
fortificar la plaza. Tanto así, que el mismo defensor sabía que las divisiones chilenas
rebasarían las defensas en menos de media hora.
La tragedia de Arica estriba en que muy pocos tenían que cubrir sus cuerpos con parapetos a
medio elaborar, en tanto que otros sectores se confiaban al minado ineficiente para estorbar del
avance enemigo. Minas que nunca estallaron, o porque estaban las conexiones mal instaladas
o lo que es probable, que hayan muerto en un primer momento los encargados de activarlas.
Al comenzar la guerra, el puerto de Arica tenía una población de más o menos 3,000
habitantes. Allí estuvo durante algún tiempo el Presidente Prado por cuyas órdenes se
comenzó a llevar a cabo la defensa de la plaza, pero el ejército, sus unidades más numerosas
y el Estado Mayor, se dirigieron a Tacna y evacuaron Arica de cuyo comando se hizo cargo el
Coronel Francisco Bolognesi.
Las fortificaciones de Arica no habían sido completadas y la guarnición estaba compuesta por
1,600 hombres, en su mayoría civiles armados que provenían de Tacna y Tarapacá. Su
armamento era heterogéneo. En el puerto se encontraba anclado el monitor Manco Cápac, que
actuaría como batería flotante. El Morro de Arica es un cerro que se eleva hasta 150 metros
sobre el nivel del mar.
Bolognesi despachó el 4 de junio una carta a sus superiores, en la que dice desconocer el
paradero de las fuerzas peruanas y pide refuerzos. "tengo al frente 4,000 enemigos poco más o
menos a los cuales cerrarré el paso a costa de la vida de todos los defensores de Arica aunque
el número de de los invasores se duplique", dice Bolognesi. "Todas las medidas de defensa
están tomadas, espero ataque pasado mañana, resistiré. Háganos propios (envíe refuerzos)
cuantos sea posible. Dios guarde a U.S. Francisco Bolognesi". A pesar del pedido
desesperado, las fuerzas peruanas, al mando del Coronel Leiva estaban lejos, se habían
retirado a Arequipa.
"Tengo deberes sagrados y los cumpliré hasta quemar el último cartucho", dijo Bolognesi
al parlamentario chileno, sin embargo, le advirtió que esta respuesta era personal y que debía
consultar con los otros oficiales. La consulta se dio. Uno por uno contestó por orden de
graduación. Ni una voz discrepante se alzó. Los defensores de Arica dijeron: "Cuando menos
sea nuestra fuerza, más animoso debe ser nuestro corazón". Ese día, la artillería chilena inició
el ataque contra los defensores peruanos.
El monitor Manco Cápac fue hundido por su comandante José Sánchez Lagomarsino. La
lancha torpedera Alianza, al mando del teniente 1° Juan Fernández Dávila, trató de escapar
hacia el norte, pero fue perseguida y cañoneada, sus tripulantes la vararon y destruyeron cerca
de Ilo.
Chile perdió 474 hombres, mientras que casi 1,000 peruanos perdieron la vida, el resto cayó
prisionero, muchos de éstos fueron fusilados en la plazoleta de la iglesia de Arica, en cuyo piso,
durante muchos años, permanecieron las huellas ensangrentadas. Hubo saqueo e incendios,
ataque a consulados y muchos otros desmanes. Los excesos de la soldadesca -afirmase por
los chilenos- provinieron de la indignación por la creencia de que hubo empleo de las minas
aún en lugres teóricamente ajenos a ellas. La matanza de heridos y prisioneros se generalizó.
El Morro de Arica y la ciudad quedaron empapados en sangre peruana.
Roque Saénz Peña fue hecho prisionero por un comandante inglés que servía para el ejército
chileno, y no fue ejecutado gracias a su origen argentino. Sin embargo, fue encarcelado cerca
de la capital chilena y pudo vivir para contar la historia de este gran sacrificio nacional. Más
tarde Sáenz Peña llegaría a ser presidente de Argentina. En 1905, en reconocimiento a su
actuación durante la guerra del Pacífico, fue invitado oficialmente por el Perú para inaugurar el
monumento a Bolognesi. Allí recibe la medalla de oro que se le otorga por ley del Congreso, y
los galones de General de Brigada del ejército peruano.
ALFONSO UGARTE.
Al inicio de la Guerra del Pacífico, Ugarte, quien se encontraba pronto a viajar a Europa, pero
decidió quedarse en su ciudad natal y organizar un batallón con su propio dinero, batallón que
estaría integrado por obreros y artesanos de Iquique. Este batallón fue nombrado como el
Batallón "Iquique N° 1", conformado por 429 hombres y 36 oficiales.
Participó en la Batalla de Tarapacá donde fue herido de bala en la cabeza y se replegó junto
con el ejército peruano. Su tropa fue puesta a disposición del Ejército del Sur, que comandaba
el general de división EP Juan Buendía; en esas condiciones hizo la penosa marcha desde
Tarapacá hasta Arica.
En Arica participó en las dos Juntas de Guerra que realizó el coronel Bolognesi donde se tomó
el acuerdo de defender la plaza "hasta quemar el último cartucho".
Murió combatiendo en la gloriosa Batalla de Arica. La historia señala que se lanzó a caballo
desde la cima del Morro para evitar que las tropas chilenas se apoderen del Pabellón Nacional
que le había sido encargado.
FRANCISCO BOLOGNESI
Nació Lima, en la calle Caylloma, el 4 de noviembre de 1816. Su padre fue italiano: Andrés
Bolognesi, sobresaliente violoncelista, director de orquesta, oriundo de Génova, llegado al Perú
en 1810. Su madre, arequipeña: Juana Cervantes Pacheco. Tuvo tres hermanos: Margarita,
Manuela y Mariano.
Francisco trabajó en el comercio, explotó cascarilla, coca y café en las montañas de Puno.
Entró al arma de artillería en enero de 1854 con el grado de teniente coronel y actuó en varios
enfrentamientos y campañas militares. En 1860 viajó a Europa a comprar armamento. Tenía el
grado de Comandante General de Artillería en 1871, cuando se retiró del Ejército, contaba
entonces con 55 años. En 1868 se desempeñó como gobernador civil del Callao.
Al estallar la guerra con Chile ofreció sus servicios y fue destacado, en condición subalterna al
ejército que debía guarecer Tarapacá.
Casado con doña Josefa La Puente y Rivero, tuvo cuatro hijos: Margarita, Federico, Enrique y
Augusto. Estos dos últimos murieron heroicamente en las batallas por la defensa de Lima.
Para el ejército peruano Bolognesi es con Cáceres lo que Grau para la marina. Cada año los
cadetes juran ante su recuerdo de fidelidad a la bandera. Buques de guerra, provincias,
caletas, colegios, puentes, calles, avenidas, teatros, clubs deportivos llevan sus nombres. Casi
no hay población peruana sin monumentos o bustos suyos. Sus retratos adornan las oficinas
públicas como también casas y tiendas humildes. Lo mejor que el Perú de la reconstrucción
pudo albergar, en Grau y en Bolognesi y en Cáceres se inspiró.
(J. Basadre)