La Lengua Fáctica y La Lengua Literaria
La Lengua Fáctica y La Lengua Literaria
La Lengua Fáctica y La Lengua Literaria
Desde los primeros años los seres humanos se valen de múltiples lenguajes no verbales
(gestos faciales y corporales, entonación, trazos e imágenes, entre otros) para
expresarse y, aunque se hable la misma lengua, se tiene un acento, un tono, una forma
particular de usarla, complementarla y combinarla que es parte de la identidad, que le
confiere una voz propia, tan original y única como la huella digital, y que da cuenta de
quién es, de qué región viene y cuáles es su género y la historia personal, familiar y cultural
de cada individuo. Pero además se usa la lengua en circunstancias diversas: para
tomar un bus, para hacer el mercado, para expresar sentimientos, hacer pactos, cantar,
jugar, discutir, argumentar, escribir, leer, pensar, imaginar, conversar o protestar .
Los bebés van tomando contacto con los diversos usos del lenguaje verbal y no verbal
a partir de los primeros días y aprenden a interpretar todo tipo de mensajes: una
sonrisa, un abrazo, un gesto de aprobación, un ceño fruncido, una caricia, una mirada,
un tono de voz o un juego de palabras. Esos usos del lenguaje tienen contextos diferentes
que también aprenden a descifrar y, progresivamente, van identificando que
la lengua puede emplearse para manejar situaciones prácticas del día a día, pero que
hay otra lengua “diferente” a la de las instrucciones cotidianas que se encuentra, por
ejemplo, en un relato, en unas coplas, en una retahíla o en un poema.
La lengua fáctica —para usos prácticos— y la lengua literaria —que canta, juega o
cuenta— son dos extremos en esa línea continua del lenguaje y, aunque entre los dos
puntos hay muchas formas cambiantes de expresarse, las niñas y los niños se van familiarizando
paulatinamente con las diversas posibilidades de comunicación y de expresión
en distintos contextos. Así como necesitan entender instrucciones breves y
concisas —“a comer”; “cuidado con el enchufe”; “dónde están los zapatos”; “mañana
es domingo”—, también requieren escuchar o contar historias, reírse con un chiste o
con el sentido inesperado de una frase, jugar y cantar con las palabras, conmoverse,
arrullarse, aprender, expresar emociones, compartir experiencias e imaginar mundos
que no existen en el aquí y ahora: esos otros mundos posibles del “había una vez” que
están construidos en el reino del lenguaje.
Bonnafé (2008) plantea que la lengua fáctica suele expresarse a través de estructuras
sencillas en las que los individuos se valen de frases entrecortadas y fragmentarias,
pues la misma situación proporciona un contexto que permite omitir ciertas
palabras. “Rápido, vamos, por aquí” puede ser un mensaje comprensible en circunstancias
cotidianas; sin embargo, la lengua puede tomar otra forma: cuando se cuentan
o se leen cuentos, cuando se escucha una leyenda de tradición oral de la región, contada
por la voz del mayor de la tribu, o cuando se canta o se comparten rimas y juegos
de palabras en la lengua o las lenguas que se hablen en cada lugar se les permite, a las
niñas y los niños, tomar contacto con las posibilidades literarias que ofrece la lengua
para dar sentido e ilación a la experiencia.
Ese contacto se incorpora paulatinamente a la psiquis para mostrar cómo es posible
“pensar por escrito” y organizar lo se quiere decir en un mundo de lenguaje, pues
16 · Serie de orientaciones pedagógicas para la educación inicial
incluso en los relatos de tradición oral hay un tipo de organización, un hilo que enlaza
los acontecimientos y que les confiere un ritmo distinto. Esa “lengua del relato”, como
la denomina Bonnafé, permite familiarizarse desde los primeros años con la lengua de
la imaginación, de la investigación y del conocimiento que se plasma en la escritura.
Así como es importante comunicarse y compartir la riqueza de la oralidad, resulta
imprescindible
explorar esas herramientas que otorga la lengua escrita para organizar y
comunicar la experiencia, para operar con símbolos y para pensar por sí mismo.
Sin embargo, muchas niñas y niños crecen circunscritos a un lenguaje utilitario
y, a veces, en medio de un lenguaje que ha sido producto de situaciones de violencia
que se han transmitido de una generación a otra, o de un lenguaje supuestamente “escolarizado”
o estandarizado que desvaloriza la riqueza cultural de su tradición oral,
que silencia sus juegos, sus cantos, sus historias y sus particularidades. Entre quienes
inician su vida entre voces e historias que les permiten organizar la experiencia y expresar
sus sentimientos y sus sueños y quienes crecen con un lenguaje limitado a la
comunicación inmediatista, se va abriendo una brecha desde la primera infancia que
afecta las oportunidades de aprendizaje, de desarrollo y de expresión.
Uno de los mayores problemas educativos en Colombia es esa inequidad en las
“bases del lenguaje”, que influye en la facilidad o la dificultad para manejar símbolos
esenciales para el aprendizaje y para la vida emocional. Sin embargo, hoy está claro
que la intervención y la generación de experiencias durante la primera infancia, a
través de propuestas sencillas como leer cuentos, hojear y compartir libros, contar
y cantar, incorporar el arte, el juego, la tradición oral y toda la literatura posible en
la vida cotidiana es la forma más eficaz y preventiva de eliminar esa inequidad y de
garantizar a las niñas y a los niños el derecho al desarrollo integral en igualdad de
condiciones.
Si las personas que están cerca de los más pequeños constatan cotidianamente
que jugar con las palabras —descomponerlas, cantarlas, pronunciarlas, repetirlas, explorarlas,
garabatearlas, balbucearlas, reinventarlas— es su manera natural de apropiarse
de la lengua, se puede deducir que las niñas y los niños necesitan ser nutridos,
envueltos, arrullados y descifrados con palabras y símbolos portadores de emoción y
afecto y que, a la vez, necesitan hacer suyas las palabras y las posibilidades de invención
y de imaginación que estas confieren.
Por ello admitir que los primeros años de la vida son definitivos para el desarrollo, y
que el lenguaje es una herramienta fundamental para lograrlo, sitúa a las familias, las
maestras, los maestros y los agentes educativos frente al imperativo político de ofrecer,
durante la educación inicial, ambientes enriquecidos, donde los adultos toman
conciencia de su papel y brindan todas las posibilidades para jugar, explorar el medio y
disfrutar el arte y la literatura. Acceder al lenguaje en la primera infancia, más que enseñar
palabras, es construir los significados de la cultura y es justamente en ese punto
donde la poética se convierte en un acto político al acercar los libros, la tradición oral
y la cultura a todos los escenarios de la educación inicial.