EDWARDS, Jonathan. La Justificación Por La Fe Sola
EDWARDS, Jonathan. La Justificación Por La Fe Sola
EDWARDS, Jonathan. La Justificación Por La Fe Sola
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Traducción y diagramación por
Anderson Caviedes
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Justificación por la fe sola
Jonathan Edwards - con fecha noviembre de 1734
“mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío,
su fe le es contada por justicia.” Rom 4:5 RV60
Tema: somos justificados solo por la fe en Cristo y no por alguna forma de
bondad que provenga de nosotros.
Lo siguiente se puede notar del siguiente pasaje:
1. Que la justificación tiene que ver con el hombre como impío. Esto es
evidente por estas palabras, que justifica al impío, lo cual no puede implicar
menos que Dios, en el acto de la justificación, no tiene en cuenta nada en la
persona justificada, como la piedad o la bondad, sino que inmediatamente
antes de este acto, Dios lo contempla sólo como una criatura impía, así que la
piedad en la persona para ser justificada no es tan anterior a su justificación
como para que sea la base de ella. Cuando se dice que Dios justifica al
impío, es absurdo suponer que nuestra piedad, entendida como alguna
bondad en nosotros, sea el fundamento de nuestra justificación, como cuando
se dice que Cristo dio la vista a los ciegos suponer que la vista fue anterior y
el fundamento de ese acto de misericordia en Cristo. O como si se dijera que
tal persona por su generosidad ha hecho rico a un hombre pobre, lleguemos a
suponer que fue la riqueza de este pobre hombre la base de esta recompensa
hacia él, y haya sido el precio por el cual fue adquirida.
2. Parece que aquel al que no obra, en este versículo no da a entender que sea
alguien que simplemente no se conforme con la ley ceremonial, porque el que
no obra, y el impío, son evidentemente expresiones sinónimas, o significan lo
mismo, como aparece por la forma en que están conectadas. De no ser así, ¿a
qué se debe la última expresión, el impío? El contexto no da otra ocasión para
ello, sino para demostrar que por la gracia del evangelio, Dios en la
justificación no tiene en consideración ninguna piedad nuestra. El versículo
anterior es: "Ahora al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino
como deuda". En ese versículo, es evidente que la gracia del Evangelio
consiste en que la recompensa se da sin obras, y en este versículo, que le
sigue inmediatamente y en sentido está conectado con ella, la gracia del
evangelio consiste en que el hombre sea justificado como impío. Por lo que
es más claro, que por el que no obra, y el que es impío, se entiende lo mismo,
y que por lo tanto no sólo las obras de la ley ceremonial se excluyen en este
asunto de la justificación, sino las obras de moralidad y piedad .
Es evidente en las palabras, que por la fe aquí mencionada, por la cual somos
justificados, no quiere decir lo mismo como un camino de obediencia o
justicia, puesto que la expresión por la cual esta fe está aquí indicada es creer
en él que justifica al impío. - ¿Los que se oponen a los solifidianos, como
ellos los llaman, insisten mucho en que debemos tomar las palabras de la
Escritura con respecto a esta doctrina en su significado más natural y obvio, y
cómo gritan de que oscurecemos esta doctrina con oscuras metáforas y
figuras de lenguaje ininteligibles?
Pero, ¿es esto interpretar la Escritura según su significado más obvio, cuando
la Escritura habla de nuestra fe en Él, quien justifica a los impíos o a los
quebrantadores de su ley, para decir que el significado de este, está llevando a
cabo un camino de obediencia a su ley y evitando asi las violaciones de la
misma? Creer en Dios como un justificador, ciertamente es algo diferente a
someterse a Dios como legislador, especialmente creyendo en él como un
justificador de los impíos, o rebeldes contra el legislador.
4. Es evidente que el sujeto de la justificación es visto como el carecer de
toda justicia en uno mismo, por esa expresión, se le cuenta o se le imputa por
justicia. - La frase, como el apóstol la usa aquí y en el contexto,
manifiestamente expresa que Dios en su gracia soberana se complace en su
trato con el pecador, asi que el considerar a uno que no tiene justicia, para
que la consecuencia sea la misma como si tuviese esa justicia. Esto sin
embargo puede ser desde el sentido que lleva a algo que es ciertamente justo.
Es evidente que esta es la fuerza de la expresión en los versículos anteriores.
En el último versículo, pero uno, es manifiesto, el apóstol pone la tensión de
su argumento para la gracia libre de Dios - de ese texto del Antiguo
Testamento sobre Abraham - en la palabra contada o imputada. Esto es lo que
él supuso que Dios mostraría su gracia, a saber. Al contar algo para justicia,
en sus tratos consecuentes con Abraham, no fue justicia en sí mismo. Y en el
siguiente versículo, que precede inmediatamente al texto, "Pero al que obra,
no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda", la palabra allí
traducida es la misma que en los otros versos es imputar o contar, y es tanto
como si el apóstol hubiese dicho: "En cuanto al que obra, no hay necesidad
de ningún reconocimiento o contar por justicia, y hacer que la recompensa
continúe como si fuera una justicia. Porque si tiene obras, tiene lo que es una
justicia en sí misma, a la cual pertenece debidamente la recompensa". Esto es
más evidente por las palabras que siguen, Rom. 4: 6, "Como también David
habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin
obras." ¿Qué puede significar aquí imputar justicia sin obras, sino imputar
justicia al que no tiene nada suyo? Versículo 7 y 8, "diciendo:
Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados
son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de
pecado." ¿Cómo son estas palabras de David para el propósito del apóstol?
¿O cómo demuestran tal cosa, como que la justicia es imputada sin obras, a
menos que sea porque la palabra imputada es usada, y el sujeto de la
imputación es mencionado como pecador, y por consiguiente desprovisto de
una justicia moral? Porque David no dice nada semejante, como que sea
perdonado sin las obras de la ley ceremonial. No hay indicio de la ley
ceremonial, o referencia a ella, en las palabras. Por lo tanto, me atreveré a
inferir esta doctrina a partir de las palabras, para el tema de mi presente
discurso, a saber.
Que somos justificados solo por la fe en Cristo y no por ninguna forma de
virtud o justicia propia.
Tal afirmación como esta, estoy consciente, muchos estarían dispuestos a
llamarla absurda, como si estuviese traicionando una gran ignorancia, y
mostrando mucha inconsistencia, pero deseo la paciencia de todos hasta que
haya terminado.
Al manejar esta doctrina:
I. Explicaré el significado de la misma y mostraré cómo sería entendida tal
afirmación.
II. Procederé a la consideración de la evidencia de la verdad de ella.
III. Mostraré cómo la obediencia evangélica se refiere en este asunto.
IV. Responderé objeciones.
V. Consideraré la importancia de la doctrina.
I. Explicaré el significado de la doctrina, o mostraré en qué sentido la afirmo,
y procuraré demostrar la verdad de ella, la cual se puede hacer en respuesta a
estas dos preguntas, a saber: 1. ¿Qué se entiende por ser justificado? 2. ¿Qué
se entiende cuando se dice es "por la fe sola, sin ningún tipo de virtud o
bondad propia?"
Primero, mostrare qué es justificación, o lo que supongo que se entiende en
las Escrituras al ser justificado.
Una persona debe ser justificada, cuando es aprobada por Dios como libre de
la culpa del pecado y de su castigo merecido, y como poseyendo aquella
justicia que ahora le pertenece y que le otorga el derecho a la recompensa de
la vida. Debemos tomar la palabra en tal sentido, y entender que el juez
acepta a una persona como si tuviese tanto una justicia positiva y negativa
que le pertenece, y por lo tanto Dios le mira , no sólo como libre de cualquier
obligación de castigo, sino también como justo y recto y con derecho a una
recompensa positiva; no sólo es lo más acorde a la etimología y la
importancia natural de la palabra, lo cual significa pasar por justo en un
juicio, sino también claramente acorde a la fuerza de la palabra como se
utiliza en la Escritura. Algunos suponen que nada más se entiende por
justificación en la Escritura, lo que apenas tiene que ver con la remisión de
los pecados. Si es así, es muy extraño si consideramos la naturaleza del caso.
Porque es más que evidente, y nadie negará, que es con respecto a la regla o
ley de Dios a la que estamos sometidos, que se nos dice en la Escritura que se
es justificado o condenado. Ahora bien, ¿qué es justificar a una persona como
sujeto de una ley o regla, sino juzgarle como el estar al unísono con respecto
a esa regla? Justificar a una persona en un caso particular, es aprobarlo como
quien esta acorde, como sujeto a la ley en ese caso, y justificar en general es
pasarle en juicio, como justo en un estado correspondiente a la ley o regla en
general.
Pero ciertamente, para que una persona sea vista como quien está acorde con
respecto a la regla en general, o en un estado que corresponde con la ley de
Dios, es más que necesario que no tenga culpa de pecado. Por lo que sea que
esa ley sea, ya sea nueva o vieja, sin duda es necesario algo positivo para que
responda. Nosotros no somos más justificados por la voz de la ley, o por
quien juzga según ella, por un simple perdón del pecado, Adán, nuestro
primer garante, fue justificado por la ley, en el primer punto de su existencia,
antes de que hubiese cumplido la obediencia de la ley, o lo fue como en
cualquier juicio al cumplir o no la ley. Si Adán hubiera terminado su rumbo
de perfecta obediencia, habría sido justificado, y ciertamente su justificación
habría implicado algo más que lo que es meramente negativo. Habría sido
aprobado, como habiendo cumplido la justicia de la ley, y en consecuencia
habría sido adjudicado a la recompensa de la misma. Así que Cristo, nuestro
segundo garante (en cuya justificación todos los que le son fieles, son
virtualmente justificados), no fue justificado hasta que había hecho la obra
que el Padre le había asignado, y guardó los mandamientos del Padre en
todas las pruebas y luego en su resurrección fue justificado. Cuando había
sido condenado a muerte en la carne, pero vivificado por el Espíritu, 1 Pedro
3:18, entonces el, que fue manifiesto en la carne, fue justificado en el
Espíritu, 1 Timoteo 3:16. Pero Dios, cuando lo justificó al levantarlo de entre
los muertos, no sólo lo liberó de su humillación por el pecado, y lo absolvió
de cualquier sufrimiento o degradación por él, sino que lo admitió a esa vida
eterna e inmortal y al inicio de esa exaltación que fue la recompensa de lo
que había hecho.
De hecho, la justificación de un creyente no es otra que su admisión a la
comunión en la justificación de esta cabeza y garante de todos los creyentes:
ya que Cristo sufrió el castigo del pecado, no como persona privada, sino
como nuestra garantía. Así que, después de este sufrimiento, resucitó de entre
los muertos, fue justificado en ello, no como persona privada, sino como fiel
y representativo de todos los que debían creer en él. De modo que resucitó no
sólo para sí mismo, sino también para nuestra justificación, según el apóstol,
Rom 4:25, "el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado
para nuestra justificación." Y, por lo tanto, es lo que dice el apóstol, como lo
hace en Rom 8:34, "¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más
aun, el que también resucitó".
Pero la justificación de un creyente implica no sólo la remisión de los
pecados, o la absolución de la ira debida a ella, sino también la admisión a un
título hacia esa gloria que es la recompensa de la justicia, esto se enseña más
directamente en las Escrituras, particularmente en Rom. 5: 1-2, donde el
apóstol menciona ambos como beneficios conjuntos implícitos en la
justificación: "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por
medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la
fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de
la gloria de Dios". Así, la remisión del pecado y la herencia entre los
santificados se mencionan juntos como aquello que se obtiene conjuntamente
por la fe en Cristo, Hechos 26:18, "para que reciban, por la fe que es en mí,
perdón de pecados y herencia entre los santificados.". Ambos están
indudablemente implicados en ese paso de la muerte a la vida, del cual Cristo
habla como el fruto de la fe, y que se opone a la condenación, Juan 5:24,"De
cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene
vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida."
Procedo ahora,
En segundo lugar, mostrar lo que quiere decir cuando se dice, que esta
justificación es por la fe solamente, y no por ninguna virtud o bondad nuestra.
Esta indagación puede subdividirse en dos, a saber.
1. Cómo es por fe.
2. Cómo es por fe sola, sin ningún tipo de bondad nuestra.
1. Cómo la justificación es por fe. - Aquí la gran dificultad ha sido la
expresión y fuerza de la partícula por, o cuál es la influencia que la fe tiene
en el asunto de la justificación que se expresa en las Escrituras al ser
justificado por fe.
Aquí, si puedo expresar humildemente lo que me parece evidente, aunque la
fe sea de hecho la condición de la justificación, como nada más lo es, sin
embargo, esta cuestión no se explica de manera clara y suficiente diciendo
que la fe es la condición de la justificación y que, debido a que la palabra
parece ambigua, tanto en uso común, y también como se utiliza en la religión.
En un sentido, Cristo solo cumple la condición de nuestra justificación y
salvación. En otro sentido, la fe es la condición de la justificación, y en otro
sentido, otras cualificaciones y actos son también condiciones de salvación y
justificación. Parece que hay mucha ambigüedad en las expresiones que se
usan comúnmente (las cuales todavía estamos obligados a usar), como
condición de la salvación, lo que se requiere para la salvación o la
justificación, los términos de la alianza y semejantes, y creo que son
entendidos en sentidos muy diferentes por diferentes personas. Y además,
como la palabra condición se entiende muy a menudo en el uso común del
lenguaje, la fe no es la única cosa en nosotros que sea condición de la
justificación. Ya que por la condición de la palabra, como es muy a menudo
(y quizás lo más comúnmente posible) usada, damos a entender cualquier
cosa que pueda tener el lugar de una condición en una proposición
condicional, y como tal está conectada verdaderamente con el consecuente,
especialmente si la proposición se sostiene tanto en afirmación como en
negación, ya que la condición se afirma o se niega. Si es eso con lo cual, o lo
que se supone, una cosa será, y sin la cual, o siendo negada, una cosa no será,
nosotros en tal caso la llamamos una condición de ese algo. Pero en este
sentido la fe no es la única condición de salvación y justificación. Porque hay
muchas cosas que acompañan y fluyen de la fe, con las cuales la justificación
será, y sin la cual, no será, y por lo tanto se hallan en la Escritura en
proposiciones condicionales con justificación y salvación, en multitudes de
lugares. Tal es el amor a Dios, y el amor a nuestros hermanos, perdonando a
los hombres sus ofensas, y muchas otras buenas cualidades y acciones.
Y hay muchas otras cosas además de la fe, que se nos propone directamente,
a ser perseguidas o llevadas a cabo por nosotros, para vida eterna, la cual si se
hace, o se obtiene, tendremos vida eterna, y si no se hacen, o no se obtienen,
con toda seguridad pereceremos. Y si la fe es la única condición de
justificación en este sentido, no creo que decir que la fe es la condición de la
justificación, expresaría el sentido de esa frase de la Escritura, de ser
justificado por fe. Hay una diferencia entre ser justificado por una cosa, y que
aquella cosa universal, necesaria, e inseparablemente asista a la justificación:
porque por hacer tantas cosas no dicen que estamos justificados. No es la
conexión inseparable con la justificación lo que el Espíritu Santo daría a
entender (o lo que signifique naturalmente) con tal frase, sino alguna
influencia particular que la fe tiene en el asunto, o cierta dependencia que el
efecto tiene en su influencia.
Algunos, conscientes de esto, han supuesto que la influencia o la dependencia
podrían ser expresadas por la fe siendo el instrumento de nuestra
justificación, la cual ha sido mal entendida y representada injuriosamente y
ridiculizada por aquellos que han negado la doctrina de la justificación por la
fe sola, como si hubieran supuesto que la fe era usada como un instrumento
en la mano de Dios, por medio del cual El realizó y llevó a cabo ese acto
suyo, a saber. aprobar y justificar al creyente. Mientras que no se pretendía
que la fe fuera el instrumento con el cual Dios justifica, sino el instrumento
con el cual recibimos justificación, no el instrumento con el cual el
justificador actúa justificando, sino con el cual el receptor de la justificación
actúa aceptando la justificación. Pero, sin embargo, se debe asumir, que ésta
es una forma oscura de hablar, y ciertamente es una inexactitud el llamarla un
instrumento con el cual recibimos o aceptamos la justificación. Para aquellos
que así explican el asunto, hablan de la fe como la recepción o aceptación
misma, y si es así, ¿cómo puede ser el instrumento de recepción o
aceptación? Ciertamente hay una diferencia entre el acto y el instrumento.
Además, por sus propias descripciones de la fe, Cristo, el mediador, por
quien y su justicia por la cual somos justificados, es más directamente el
objeto de esta aceptación y justificación, la cual es el beneficio que surge de
ella más indirectamente. Por lo tanto, si la fe es un instrumento, es más
apropiadamente el instrumento por el cual recibimos a Cristo, el instrumento
por el cual recibimos justificación.
Pero humildemente concibo que hemos estado dispuestos a mirar demasiado
lejos para averiguar cuál es la influencia de la fe en nuestra justificación, o
cuál es esa dependencia de este efecto sobre la fe, representada por la
expresión de ser justificado por la fe, pasando por alto aquello que es lo más
obviamente señalado en la expresión, a saber: Que (habiendo un mediador
que ha comprado la justificación) la fe en este mediador es aquello que lo
convierte en algo adecuado, a la vista de Dios, que el creyente, en lugar de
otros, debe tener asignado este beneficio que ha sido comprado. Hay este
beneficio adquirido, que Dios ve como más necesario y adecuado que sea
asignado a algunos más que a otros, porque los ve diferentemente calificados:
esa cualificación en la cual la satisfacción hacia este beneficio, según el caso,
consiste en que nosotros estamos justificados. Si Cristo no hubiese venido al
mundo y hubiera muerto, etc., para comprar justificación, ninguna
cualificación en nosotros podría cumplir para que fuéramos justificados. Pero
el caso tal como está ahora, a saber, que Cristo ha comprado la justificación
por su propia sangre para criaturas infinitamente indignas, pueden haber
ciertas cualidades encontradas en algunas personas las cuales, ya sea por la
relación que tiene con el mediador y sus méritos, o por alguna otra razón, es
lo que a los ojos de Dios lo hace suficiente, deben tener un interés en este
beneficio comprado, y del cual si alguno está destituido, lo convierte en algo
inadecuada e inadecuada que deben tener. La sabiduría de Dios en sus
constituciones, sin duda, aparece mucho en la aptitud y belleza de ellos, para
que esas cosas sean establecidas para ser hechas, que son dignas de ser
hechas, y que estas cosas están conectadas en su constitución para que sean
agradables una a la otra. Así que Dios justifica a un creyente según su
constitución revelada, sin duda, porque ve algo en esta calificación que,
según el caso, lo convierte en algo apto para que el tal deba ser justificado: ya
sea porque la fe es el instrumento o como fuese la mano por la cual el ha
comprado, la justificación sea aprehendida y aceptada, o porque es la
aceptación misma, o cualquier otra cosa. Ser justificado, es ser aprobado por
Dios como un sujeto apropiado de perdón, con un derecho a la vida eterna.
Por lo tanto, cuando se dice que somos justificados por la fe, ¿qué otra cosa
puede ser entendida por ella, que esa fe es aquella por la cual somos
aprobados, adecuadamente y, de hecho, según el caso, sujetos propios de este
beneficio?
Esto es algo diferente de la fe siendo la condición de la justificación, aunque
está inseparablemente conectada con la justificación. Así son muchas otras
cosas además de la fe, y sin embargo nada en nosotros excepto la fe nos hace
ver que se nos debe asignar la justificación: como lo voy a mostrar en
respuesta a la próxima pregunta, a saber.
2. ¿Cómo se dice que esto es por la fe sola, sin ningún tipo de virtud o
bondad propia. Esto puede parecer a algunos se encuentran con dos
dificultades, a saber. Cómo se puede decir que esto sea por la fe sola, sin
ninguna virtud o bondad nuestra, cuando la fe misma es una virtud y una
parte de nuestra bondad, y no es sólo una manera de bondad nuestra, sino que
es una cualificación muy excelente, y una parte principal de la santidad
inherente de un cristiano? Y si es parte de nuestra bondad o excelencia
intrínseca (ya sea esta parte o cualquier otra) que la convierte en una cosa
condecente o congruente que se nos asigne este beneficio de Cristo, ¿qué es
esto menos de lo que significan ¿Quién habla de un mérito de congruencia? Y
además, si esta parte de nuestra santidad cristiana nos califica, a la vista de
Dios, para este beneficio de Cristo, y lo convierte en un ajuste o encuentro, a
su vista, que lo tengamos, ¿por qué no otras partes de la santidad , Y la
conformidad con Dios, que son también muy excelentes, y tienen tanto de la
imagen de Cristo en ellos, y no son menos bellas a los ojos de Dios,
calificándonos y tienen tanta influencia para hacernos ver, a la vista de Dios,
un beneficio como este? A eso puedo responder:
Cuando se dice que no somos justificados por ninguna justicia o bondad
propia, lo que se quiere decir es que no es por respeto a la excelencia o
bondad de cualidades o actos en nosotros, que Dios juzga con eso que este
beneficio de Cristo debe ser nuestro. No es, en modo alguno, por la
excelencia o el valor que hay en la fe, que parezca a los ojos de Dios como
algo que esta persona cumpla, que al que cree se le debe asignar este
beneficio de Cristo, sino puramente de la relación que la fe tiene con la
persona quien ha de recibir este beneficio, o como le une a ese mediador en y
por quien es justificado. Aquí, para mayor claridad, me explicare
particularmente bajo varias proposiciones,
(1) Es cierto que hay una cierta unión o relación en la que el pueblo de Cristo
está en él, que se expresa en la Escritura, de vez en cuando, como "estar en
Cristo", y está representado frecuentemente por esas metáforas de ser
miembros De Cristo, o estar unido a Él como miembros de la cabeza, y las
ramas a la población, y se compara con un matrimonio entre marido y mujer,
Ahora no pretendo determinar de qué clase es esta unión. Tampoco es
necesario para mi propósito presente entablar ninguna forma de disputas al
respecto. Si alguno está disgustado con la palabra unión, como obscura e
ininteligible, la palabra relación sirve igualmente a mi propósito. Yo no deseo
ahora determinar más de ello, que todo, de todas las clases, permitirán
fácilmente, a saber, que hay una relación peculiar entre los verdaderos
cristianos y Cristo, la cual no está entre él y los demás, y la cual está
significada por esas expresiones metafóricas en la Escritura, de estar en
Cristo, de ser miembros de Cristo, etc.
(2). Esta relación o unión a Cristo, según la cual se dice que los cristianos
están en Cristo (cualquiera que sea), es la base de su derecho a sus beneficios.
Esto no necesita pruebas: la razón de la cosa, a primera vista, lo demuestra.
Es también evidente por las Escrituras, 1 Juan 5:12: "El que tiene al Hijo,
tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida" 1 Cor. 1:30,
" Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por
Dios sabiduría, justificación, santificación y redención;". Primero debemos
estar en él, y luego Él nos será hecho justicia o justificación para nosotros.
Efe.1: 6, "Quien nos hizo aceptos en el amado." Nuestro estar en él es la base
de nuestra aceptación. Así es en aquellas uniones en las cuales el Espíritu
Santo ha pensado que es conveniente comparar esto. La unión de los
miembros del cuerpo con la cabeza es la base de su participación en la vida
de la cabeza. Es la unión de las ramas con el tallo, que es la base de su
participación de la savia y la vida del tallo. Es la relación de la esposa con el
marido, que es la base de su interés común en su herencia: se consideran, en
varios aspectos, como uno solo según la ley. Así que hay una unión legal
entre Cristo y los verdaderos cristianos, de modo que (como todos excepto
los socinianos lo permitan) uno, en algunos aspectos, sea aceptado por el otro
por el Juez supremo.
(3). Y de esta manera es que la fe es la cualificación en cualquier persona que
se considere a los ojos de Dios que debe ser considerado de la satisfacción de
Cristo y de la justicia que le pertenece, a saber, porque es en él en el cual, por
su parte, constituye esta unión entre él y Cristo. Por lo que se ha observado
ahora, es el ser de una persona, según la frase de la Escritura, en Cristo, que
es el fundamento de serle de satisfacción y méritos que le pertenecen, y un
derecho a los beneficios obtenidos por ella. La razón de ello es clara: es fácil
ver cómo nuestro el tener los méritos y beneficios de Cristo, se desprende de
que tenemos (si me permite) al mismo Cristo que nos pertenece, o que
estamos unidos a él. Y si es así, también debe ser fácil ver cómo, o de qué
manera, en una persona, que por su parte constituye la unión entre su alma y
Cristo, deben ser las cosas por las cuales Dios le mira como si tuviese como
pertenencia los méritos de Cristo. Es algo muy diferente que Dios atribuya a
una persona determinada un derecho a los méritos y beneficios de Cristo en
lo que se refiere a una cualificación propia en este aspecto, de su hacer por él
por respeto al valor o belleza de esa cualificación, O como recompensa de su
excelencia.
Como no hay nadie que admita que hay una relación peculiar entre Cristo y
sus verdaderos discípulos, por la cual están, en cierto sentido en la Escritura
se dice que son uno. Así que supongo que no hay nadie más que permita, que
puede haber algo que el verdadero cristiano haga de su parte, por la cual él es
activo en entrar en esta relación o unión: algún acto de unión o el cual se hace
hacia esta unión o relación (o como quiera llamarlo) por parte del cristiano.
Ahora supongo que la fe es este acto.
Ahora no pretendo definir la fe justificadora, ni determinar con precisión
cuánto está contenida en ella, sino sólo determinar lo mucho que la
concierne, a saber: Que es aquello por lo cual el alma, que antes estaba
separada y alienada de Cristo, se une a él, o deja de estar más en ese estado
de alienación, y entra en esa unión o relación anterior con él, o, para usar lo
que dicen las Escrituras, es aquella por la cual el alma viene a Cristo y la
recibe. Esto es evidente por las Escrituras usando estas mismas expresiones
para significar la fe. Juan 6:35-39: ”Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene,
nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Más os he dicho, que aunque
me habéis visto, no creéis. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que
a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer
mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.” Verso 40: “Y esta es la
voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él,
tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.” Juan 5:38-40: “porque a
quien él envió, vosotros no creéis. Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os
parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de
mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida.” Verso 43, 44: “Yo he
venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio
nombre, a ése recibiréis. ¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los
unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?” Juan
1:12: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les
dio potestad de ser hechos hijos de Dios;” Si se dice que se trata de figuras
oscuras de la palabra, que sin embargo pueden ser bien comprendidas de
antaño entre aquellos que comúnmente utilizan tales metáforas, son
difícilmente entendidas ahora. Admito, que las expresiones de recibir a Cristo
y venir a Cristo, son expresiones metafóricas. Si debo admitir que sean
metáforas oscuras, sin embargo, esto al menos es ciertamente claro en ellos, a
saber. Que la fe es aquella por la cual los que antes estaban separados y
distanciados de Cristo (es decir, no estaban tan relacionados y unidos a él
como su pueblo lo está), dejan de estar más a tal distancia, y vienen a esa
relación y cercanía, a menos que sean tan ininteligibles, que nada de ellos
pueda ser entendido.
Dios no da a los que creen una unión o un interés en el Salvador como una
recompensa por la fe, sino sólo porque la fe es la unión activa del alma con
Cristo, o es en sí misma el acto mismo de unificación de su parte. Dios lo ve
oportuno, para que una unión se establezca entre dos seres activos
inteligentes o personas, de modo que se les considere como uno, debería
haber la acción mutua de ambos, cada uno debe recibir al otro, como
activamente uniéndose unos a otro. Dios, al requerir esto para una unión con
Cristo como uno de su pueblo, trata a los hombres como criaturas razonables,
capaces de actuar y escoger, y por lo tanto lo ve adecuado que sólo aquellos
que son uno con Cristo por su propio acto, deben ser considerado como uno
en la ley. Lo que es real en la unión entre Cristo y su pueblo, es el
fundamento de lo legal: es decir, es algo realmente en ellos, y entre ellos,
uniéndolos, ese es el fundamento adecuado de ser considerado como uno por
el juez. Y si hay algún acto o cualificación en los creyentes de esa naturaleza
unificadora, se cumple en que, el juez debe mirarlos y aceptarlos como uno
solo, no es de extrañar que por cuenta del mismo acto o calificación, deba
aceptar la satisfacción y los méritos de uno para el otro, como si éstos fueran
su propia satisfacción y méritos. Esto necesariamente sigue, o más bien está
implícito.
Y así es que la fe justifica, o da un interés en la satisfacción y los méritos de
Cristo, y un derecho a los beneficios obtenidos por ella, es decir, Ya que así
hace a Cristo y al creyente uno en la aceptación del Juez supremo. Es por fe
que tenemos un título para la vida eterna, porque es por la fe que tenemos al
Hijo de Dios, por quien la vida es. El apóstol Juan en estas palabras, 1 Juan
5:12 “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no
tiene la vida.” Parece evidentemente tener acuerdo a aquellas palabras de
Cristo, de las cuales él da cuenta en su evangelio, Juan 3:36 “El que cree en
el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida,
sino que la ira de Dios está sobre él.” Y donde la Escritura habla de la fe
como el recibir o venir a Cristo, también habla de recibir, venir o unirse a
Cristo, como fundamento de un interés en sus beneficios. A todos los que le
recibieron, "les dio potestad" para que se convirtiesen en hijos de Dios. Y no
hay manera de que tengáis vida". Y hay una gran diferencia entre el ser apto
para que la satisfacción y los méritos de Cristo sean para los que creen,
porque un interés en esa satisfacción y mérito es una recompensa digna de la
fe - o un testimonio adecuado del respeto de Dios a la amabilidad y
excelencia de esa gracia - y ser apto que la satisfacción y los méritos de
Cristo sean suyos, porque Cristo y ellos están tan unidos, a los ojos del Juez
pueden ser considerados y tomados como uno.
Aunque, a causa de la fe en el creyente, es a la vista de Dios en forma y
congruente, tanto que el que cree debe ser visto como en Cristo, y también
como uno que tiene un interés en sus méritos, de la manera que ha sido Ahora
explicado. Sin embargo, parece que esto es muy amplio de un mérito de
congruencia, o incluso cualquier congruencia moral en absoluto a cualquiera.
Hay una doble aptitud para una declaración. No sé cómo darles nombres
distintivos, de otra manera que llamando a uno moral, y el otro una aptitud
natural. Una persona tiene una aptitud moral para un estado, cuando su
excelencia moral lo recomienda, o cuando su puesto en un estado tan bueno
no es más que un testimonio adecuado respecto a la excelencia moral, el valor
o la amabilidad de cualquiera de sus cualificaciones o actos. Una persona
tiene una aptitud natural para un estado, cuando parece convincente y
condecendiente que debe estar en tal estado o circunstancias, sólo de la
concordia natural o la amabilidad hay entre estas calificaciones y tales
circunstancias: no porque las calificaciones son preciosas o desagradables,
sino sólo porque las calificaciones y las circunstancias son como unas de las
otras, o en su naturaleza, encaja y acuerda o se unen entre sí. Y es en este
último caso sólo que Dios lo mira encajado por una aptitud natural, que aquel
cuyo corazón se une sinceramente a Cristo como su Salvador, debe ser
considerado como unido a ese Salvador, y teniendo un interés en él, y no en
ninguna aptitud moral que haya entre la excelencia de tal cualificación como
la fe, y una bendición tan gloriosa como tener un interés en Cristo. Dios
concede a Cristo y sus beneficios a un alma a consecuencia de la fe, sólo por
la concordia natural que existe entre tal cualificación de un alma, y tal unión
con Cristo, y el interés en él, hace que el caso sea muy diferente de lo que
sería, si Él otorgara esto a cualquier cualidad moral. Pues, en el primer caso,
es sólo por el amor de Dios al orden que otorga estas cosas por razón de la fe:
en este último, Dios lo hace por amor a la gracia de la fe misma. - Dios no
mirará los méritos de Cristo como nuestros, ni adjudicará sus beneficios a
nosotros, hasta que estemos en Cristo. No nos mirará como si estuviéramos
en él, sin una unidad activa de nuestros corazones y almas, porque Él es un
ser sabio, y se deleita en el orden y no en confusión, y que las cosas deben
estar juntas o separadas según su naturaleza. Su constitución es un
testimonio de su amor al orden. Considerando que si fuera por consideración
a cualquier aptitud moral o adecuación entre la fe y dicha bendición, sería un
testimonio de su amor al acto o calificación en sí. Se supone que esta
constitución divina es una manifestación de la consideración de Dios a la
belleza del acto de fe. El otro sólo supone que es una manifestación de su
consideración a la belleza de ese orden que hay en la unión de aquellas cosas
que tienen un acuerdo y congruencia naturales, y la unión de uno con el otro.
De hecho, una idoneidad moral o aptitud para un estado incluye uno natural.
Pues, si hay una idoneidad moral para que una persona deba estar en tal
estado, también hay una idoneidad natural, pero tal adecuación natural, como
he descrito, de ninguna manera incluye necesariamente una moral.
Esto es claramente lo que nuestros teólogos pretenden cuando dicen, que la fe
no justifica como una obra, o una justicia, a saber. Que no justifica como
parte de nuestra bondad o excelencia moral, o que no justifica como si el
hombre tuviese que haber sido justificado por el pacto de las obras, que era,
tener un título a la vida eterna dado por Dios, en testimonio de su
complacencia con sus obras, o su respeto a la excelencia inherente y la
belleza de su obediencia. Y esto es ciertamente lo que el apóstol Pablo quiere
decir, cuando tanto insiste en ello, que no somos justificados por las obras, a
saber. Que no somos justificados por ellas como buenas obras, ni por ninguna
bondad, valor o excelencia de nuestras obras. Para la prueba de esto sólo
mencionaré una cosa, y es decir, el apóstol de vez en cuando hablando de
nuestra no justificada por las obras, como lo que excluye toda jactancia, Efe.
2:9, Rom. 3:27 y cap. 4: 2. Ahora, ¿de qué manera las obras dan ocasión para
jactarse, sino como bueno? ¿Qué usan los hombres para jactarse, sino de algo
que suponen bueno o excelente? ¿Y por qué se jactan de algo, sino de la
supuesta excelencia que hay en ella?
De estas cosas podemos aprender de qué manera la fe es la única condición
de justificación y salvación. Pues aunque no sea la única condición, de modo
que solo verdaderamente tenga el lugar de una condición en una proposición
hipotética, en la cual la justificación y la salvación son la consecuencia. Sin
embargo, es la condición de la justificación de una manera peculiar a ella, y
de modo que nada tiene una influencia paralela con ella, porque la fe incluye
todo el acto de unión a Cristo como Salvador. Toda la unidad activa del alma,
o todo lo que se llama venir a Cristo, y recibir de él, se llama fe en la
Escritura. Sin embargo, otras cosas no pueden ser menos excelentes que la fe;
sin embargo, no es la naturaleza de ninguna otra gracia o virtud directa con
Cristo como mediador, más allá de entrar en la constitución de la fe
justificadora y pertenece a su naturaleza.
De esta forma he explicado mi significado, al afirmarlo como una doctrina
del evangelio, que somos justificados por la fe solamente, sin ningún tipo de
bondad propia.
Ahora procedo,
Segundo argumento, que es que esta es una doctrina que las Sagradas
Escrituras, la revelación que Dios nos ha dado de su mente y voluntad - por
lo cual nunca podemos llegar a saber cómo aquellos que han ofendido a Dios
pueden llegar a ser aceptados por él , y justificado a su vista, está muy lleno.
El apóstol Pablo abunda en la enseñanza, que "somos justificados solo por la
fe, sin las obras de la ley" (Romanos 3:28; 4: 5; 5: 1; Gálatas 2:16; 3: 8; 3:11;
3:24). No hay una sola doctrina en la que insiste tanto, y que maneja con
tanta claridad, explicando, dando razones y respondiendo objeciones.
Aquí no es negado por ninguno, que el apóstol afirma que somos justificados
por la fe, sin las obras de la ley, porque las palabras son expresas. Pero solo
se dice que tomamos sus palabras mal, y entendemos que por aquellos que
nunca entraron en su corazón, en que cuando él excluye las obras de la ley, lo
entendemos de toda la ley de Dios, o la regla que él ha dado a la humanidad
para caminar: mientras que todo lo que él tiene la intención es la ley
ceremonial.
Algunos que se oponen a esta doctrina de hecho dicen que el apóstol a veces
quiere decir que es por fe, es decir , un corazón que abraza el evangelio en su
primer acto solamente, o sin ninguna vida santa precedente, que las personas
sean admitidas en un estado justificado. Pero dicen ellos, es por una
obediencia perseverante que se continúan en un estado justificado, y es por
esto que finalmente se justifican. Pero esto es lo mismo que decir que un
hombre en su primer abrazo del evangelio es justificado y perdonado
condicionalmente. Perdonar el pecado es liberar al pecador del castigo o de la
miseria eterna que se le debe. Por lo tanto, si una persona es perdonada, o
liberada de esta miseria, al abrazar el Evangelio por primera vez y, sin
embargo, no liberarse finalmente, pero su verdadera libertad aún depende de
alguna condición que aún no se ha cumplido, es inconcebible cómo puede ser
perdonado de otra manera que condicionalmente: es decir, no es realmente
perdonado, y liberado del castigo, pero solo él tiene la promesa de Dios de
que será perdonado en condiciones futuras. Dios le promete, que ahora, si
persevera en la obediencia, será finalmente indultado o liberado del infierno,
lo que significa que no hará nada de la gran doctrina de la justificación del
apóstol solo por la fe. Tal perdón condicional no es perdón o justificación en
absoluto más de lo que lo ha hecho toda la humanidad, ya sea que abrazen el
evangelio o no. Porque todos tienen una promesa de justificación final sobre
las condiciones de obediencia sincera futura, tanto como el que abraza el
evangelio. Pero para no disputar sobre esto, supondremos que puede haber
algo u otro en la primera vez que el pecador abrace el evangelio, que puede
llamarse justificación o perdón, y sin embargo esa justificación final, o
verdadera libertad del castigo del pecado, es todavía suspendido en
condiciones hasta ahora incumplidas. Sin embargo, aquellos que sostienen
que los pecadores están justificados para abrazar el evangelio, supongan que
están justificados por esto, no más que como un acto de obediencia principal,
o al menos como virtud y bondad moral en ellos, y por lo tanto serían
excluidos por el apóstol tanto como cualquier otra virtud u obediencia, si se
permite que se refiera a la ley moral, cuando excluye las obras de la ley. Y,
por lo tanto, si se logra ese punto, que el apóstol se refiere a la ley moral, y no
solo a la ceremonial, todo su esquema cae al suelo.
1. El apóstol no solo dice que no estamos justificados por las obras de la ley,
sino que no somos justificados por las obras , usando un término general,
como en nuestro texto, "al que no trabaja, pero cree en él" esa justificación ",
etc .; y en el versículo 6, "Dios atribuye la justicia sin obras", y Rom. 11: 6,
"Y si por gracia, entonces ya no es por obras, de otra manera la gracia ya no
es más gracia; pero si es por obras, entonces ya no es gracia; de lo contrario,
el trabajo ya no es más trabajo ". Entonces, Eph. 2: 8, 9: "Porque por gracia
sois salvos, por medio de la fe, no de las obras;" por lo cual, no hay razón en
el mundo para entender al apóstol de otro que no sea el de las obras en
general, como correlatos de una recompensa , o buenas obras, o obras de
virtud y rectitud. Cuando el apóstol dice, somos justificados o salvados no
por obras, sin ningún término anexado, como la ley, o cualquier otra adición
para limitar la expresión, lo que garantiza tener que limitarlo a las obras de
una ley o institución particular, excluyendo ¿otros? ¿No funcionan las
observancias de otras leyes divinas, así como de eso? Parece ser permitido
por los teólogos en el esquema Arminiano, en su interpretación de varios de
esos textos donde el apóstol solo menciona las obras, sin ninguna adición,
que se refiere a nuestras buenas obras en general. Pero luego, dicen, él solo
quiere excluir cualquier mérito apropiado en esos trabajos. Pero decir que el
apóstol quiere decir una cosa cuando dice: no somos justificados por las
obras, y otro cuando dice que no somos justificados por las obras de la ley,
cuando encontramos expresiones mezcladas y usadas en el mismo discurso, y
cuando el apóstol evidentemente está sobre el mismo argumento, es muy
irrazonable. Es para esquivar y volar de las Escrituras, en lugar de abrirnos y
rendirnos a sus enseñanzas.
4. Es evidente que cuando el apóstol dice que no podemos ser justificados por
las obras de la ley, se refiere tanto a la ley moral como a la ceremonial, al dar
esta razón para ello, que "por la ley es el conocimiento del pecado" , "Como
Rom. 3:20, "Por las obras de la ley nadie será justificado delante de él;
porque por la ley es el conocimiento del pecado. "Ahora, esa ley por la cual
llegamos al conocimiento del pecado, es la ley moral principalmente y
principalmente. Si este argumento del apóstol es bueno, "que no podemos ser
justificados por las obras de la ley, porque es por medio de la ley que
llegamos al conocimiento del pecado", entonces prueba que no podemos ser
justificados por las obras de la ley moral, ni por los preceptos del
cristianismo; porque por ellos es el conocimiento del pecado. Si la razón es
buena, entonces donde la razón se mantiene, la verdad se cumple. Es un
cambio miserable, y una fuerza violenta puesta sobre las palabras, decir que
el significado es, que por la ley de la circuncisión es el conocimiento del
pecado, porque la circuncisión que significa quitar el pecado, pone a los
hombres en la mente del pecado. El significado claro del apóstol es que,
como la ley prohíbe más estrictamente el pecado, tiende a convencernos del
pecado, y trae nuestras propias conciencias para condenarnos, en lugar de
justificarnos: que su uso es declararnos nuestro propia culpa e indignidad,
que es el reverso de justificarnos y aprobarnos como virtuosos o dignos. Este
es el significado del apóstol, si le permitimos ser su propio expositor. Porque
él mismo, en esta misma epístola, nos explica cómo es que por medio de la
ley tenemos el conocimiento del pecado, y que es por la ley que prohibe el
pecado, Rom. 7: 7, "No conocí el pecado, sino por la ley; porque no había
conocido la lujuria, a menos que la ley dijera: No codiciarás ". Allí el apóstol
determina dos cosas: primero, que la manera en que" por la ley es el
conocimiento del pecado ", es por el pecado que prohibe la ley y, en segundo
lugar, que es aún más directo para el propósito, él determina que es la ley
moral por la cual llegamos al conocimiento del pecado. "Porque", dice él, "no
había conocido la lujuria, a menos que la ley dijera: No codiciarás". Ahora
bien, es la ley moral, y no la ley ceremonial, la que dice: "No codiciarás". Por
lo tanto, cuando el apóstol arguye que por las obras de la ley ninguna persona
viviente será justificada, porque según la ley es el conocimiento del pecado,
su argumento prueba (a menos que se equivocara en cuanto a la fuerza de su
argumento), que no podemos ser justificados por las obras de la ley moral.
6. Es evidente que cuando el apóstol dice, no somos justificados por las obras
de la ley, que él excluye toda nuestra propia virtud, bondad o excelencia, por
esa razón él la da, a saber. "Esa jactancia podría ser excluida". Rom. 3:26, 27,
28, "Para declarar, digo, en este tiempo su justicia, para que él sea justo, y el
que justifica al que es de los que creen en Jesús. ¿Dónde se jacta entonces?
Esta excluido ¿Por qué ley? de obras? No; pero por la ley de la fe Por lo
tanto, concluimos que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley
". Ef. 2: 8, 9, "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y eso no de
ustedes mismos; es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.
"Ahora, ¿de qué van a jactarse los hombres, sino en lo que consideran su
propia bondad o excelencia? Si no somos justificados por las obras de la ley
ceremonial, ¿cómo excluye la jactancia, siempre que seamos justificados por
nuestra propia excelencia, o por nuestra virtud y bondad, o por las obras de
justicia que hemos hecho?
7. La razón dada por el apóstol acerca de por qué podemos ser justificados
solo por la fe, y no por las obras de la ley, en el capítulo 3d de Galations a
saber . "Que los que están bajo la ley, están bajo la maldición", hace evidente
que no se refiere solo a la ley ceremonial. En ese capítulo, el apóstol había
insistido particularmente en ello, que Abraham fue justificado por la fe, y que
es solo por fe, y no por las obras de la ley, que podemos ser justificados, y
convertirnos en hijos de Abraham, y ser hicieron partícipes de la bendición de
Abraham: y él le da esta razón en el versículo 10: "Porque todos los que son
de las obras de la ley, están bajo la maldición; porque escrito está: Maldito
todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la
ley, para hacerlas ". Es manifiesto que estas palabras, citadas en el
Deuteronomio, son habladas no solo con respecto a la ley ceremonial , pero
toda la ley de Dios para la humanidad y principalmente la ley moral, y que
toda la humanidad es, por lo tanto, como están en sí mismas bajo la
maldición, no solo mientras dure la ley ceremonial, sino ahora desde que
cesó. Y, por lo tanto, todos los que son justificados, son redimidos de esa
maldición, por medio de que Cristo la traiga para ellos; como en el versículo
13, "Cristo nos redimió de la maldición de la ley, haciéndosenos maldición,
porque escrito está: Maldito todo aquel que cuelga de un madero". Ahora,
pues, o bien se dice que es La maldición que no persiste en todas las cosas
que están escritas en el libro de la ley para hacerlas, es una buena razón por la
cual no podemos ser justificados por las obras de esa ley de la que así se dice,
o no lo es: si es , entonces es una buena razón por la cual no podemos ser
justificados por las obras de la ley moral, y de toda la regla que Dios ha dado
a la humanidad para caminar. Porque las palabras se refieren tanto a la ley
moral como a la ceremonial, y alcanzan todos los mandatos o preceptos que
Dios ha dado a la humanidad, y principalmente los preceptos morales, que
están estrictamente ordenados, y las violaciones de los cuales tanto en el
Nuevo Testamento y el Viejo, y en los libros de Moisés mismos, son
amenazados con la maldición más terrible.
10. El apóstol no podía referirse solo a las obras de la ley ceremonial, cuando
dice: no somos justificados por las obras de la ley, porque se afirma de los
santos tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. Si los hombres son
justificados por su sincera obediencia, se seguirá que antes, antes de que la
ley ceremonial fuera derogada, los hombres eran justificados por las obras de
la ley ceremonial, así como por la moral. Porque si somos justificados por
nuestra sincera obediencia, entonces no altera el caso, si los mandamientos
son morales o positivos, con la condición de que sean los mandamientos de
Dios, y nuestra obediencia sea la obediencia a Dios. Y así el caso debe ser el
mismo en el Antiguo Testamento, con las obras de la ley moral y ceremonial,
de acuerdo con la medida de la virtud de la obediencia que había en
cualquiera de los dos. Es cierto, su obediencia a la ley ceremonial no tendría
nada que ver en el asunto de la justificación, a menos que fuera sincera, y
tampoco lo serían las obras de la ley moral. Si la obediencia era la cosa,
entonces la obediencia a la ley ceremonial, mientras estaba en vigencia, y la
obediencia a la ley moral, tenían el mismo tipo de preocupación, de acuerdo
con la proporción de obediencia que consiste en cada una. Como ahora bajo
el Nuevo Testamento, si obedecemos a la justificación, esa obediencia sin
duda debe comprender la obediencia a todos los mandatos de Dios ahora
vigentes, a los preceptos positivos de la asistencia al bautismo y la cena del
Señor, así como a los preceptos morales. Si la obediencia es la cosa, no es
porque sea obediencia a tales órdenes, sino porque es obediencia . De modo
que con esta suposición, los santos bajo el Antiguo Testamento fueron
justificados, al menos en parte, por su obediencia a la ley ceremonial.
11. Otro argumento de que el apóstol, cuando habla de los dos modos
opuestos de justificación, uno por las obras de la ley y el otro por la fe, no
significa solo las obras de la ley ceremonial, puede tomarse de Rom. 10: 5, 6.
"Porque Moisés describe la justicia que es de la ley, que el hombre que hace
esas cosas, vivirá por ellos. Pero la justicia que es de fe, habla sobre esto
sabiamente, "etc. - Aquí dos cosas son evidentes.
(1) Que el apóstol aquí habla de los mismos dos caminos opuestos de
justificación, uno por la justicia que es de la ley, el otro por la fe, que él había
tratado en la primera parte de la epístola. Y, por lo tanto, debe ser la misma
ley de la que se habla aquí. La misma ley se entiende aquí como en los
últimos versículos del capítulo anterior, donde dice que los judíos "no habían
alcanzado la ley de la justicia". ¿Por qué? Porque lo buscaron, no por fe, sino
como por las obras de la ley, "como es claro, porque el apóstol todavía habla
de lo mismo". Las palabras son una continuación del mismo discurso, como
puede verse a primera vista, por cualquiera que mire el contexto.
Ahora procedo a un
Tercer argumento, viz . que suponer que somos justificados por nuestra
propia obediencia sincera, o cualquiera de nuestra propia virtud o bondad,
deroga la gracia del evangelio.
Aquellos que sostienen que somos justificados por nuestra propia y sincera
obediencia, pretenden que su plan no disminuye la gracia del evangelio;
porque dicen que la gracia de Dios se manifiesta maravillosamente al
designar tal camino y método de salvación mediante la obediencia sincera, al
ayudarnos a realizar tal obediencia y al aceptar nuestra obediencia
imperfecta, en lugar de la perfección.
Por lo tanto, ciertamente se sigue que la doctrina que enseña que Dios,
cuando justifica a un hombre, y le muestra tanta bondad como para darle el
derecho a la vida eterna, no lo hace por ninguna obediencia, ni por ninguna
forma de bondad de su , pero esa justificación respeta al hombre como impío,
y completamente sin ningún tipo de virtud, belleza o excelencia. Digo, esta
doctrina sin duda exalta más la gracia gratuita de Dios en la justificación, y la
obligación del hombre de la gratitud por tal favor, que la doctrina contraria, a
saber . que Dios, al mostrar esta bondad al hombre, lo respeta como
sinceramente obediente y virtuoso, y como que tiene algo en él que es
verdaderamente excelente y encantador, y aceptable a su vista, y que esta
bondad o excelencia del hombre es la condición fundamental de la concesión
de esa bondad en él, o de distinguirlo de los demás por ese beneficio.
Pero me apresuro a
Los opositores de esta doctrina suponen que es absurdo suponer que Dios
imputa la obediencia de Cristo a nosotros. Es suponer que Dios está
equivocado, y piensa que realizamos esa obediencia que Cristo realizó. Pero
¿por qué no puede esa justicia ser contabilizada en nuestra cuenta, y ser
aceptada por nosotros, sin tal absurdo? ¿Por qué hay algo más absurdo en ello
que el hecho de que un comerciante transfiera deudas o créditos de una
cuenta a otra, cuando un hombre paga un precio por otro, para que sea
aceptado como si ese otro lo hubiera pagado? ¿Por qué hay algo más absurdo
en suponer que la obediencia de Cristo nos es imputada, que su satisfacción
es imputada? Si Cristo ha sufrido la pena de la ley en nuestro lugar, se
seguirá, que su sufrimiento esa pena nos es imputada, es decir, aceptada por
nosotros, y en nuestro lugar, y se cuenta a nuestra cuenta, como si lo había
sufrido Pero, ¿por qué no puede su obedecer la ley de Dios ser tan
racionalmente contado a nuestra cuenta, como su sufrimiento la pena de la
ley? ¿Por qué un precio no puede endeudarse, transferirse racionalmente de la
cuenta de una persona a otra, como un precio para pagar una deuda?
Habiendo así explicado lo que queremos decir con la imputación de la
justicia de Cristo, procedo,
Cristo al sufrir la pena, y así hacer expiación por nosotros, solo elimina la
culpa de nuestros pecados, y así nos pone en el mismo estado que Adán fue
en el primer momento de su creación, y no es más apropiado que debemos
obtener la vida eterna solo por ese motivo, que Adán debería tener la
recompensa de la vida eterna, o de un estado de felicidad confirmado e
inalterable, los primeros momentos de su existencia, sin ningún tipo de
obediencia. Adán no debía tener la recompensa simplemente a causa de su
inocencia. Si [eso fuera] así, lo habría tenido fijado de inmediato, tan pronto
como fuera creado, porque era tan inocente como podía ser. Pero iba a tener
la recompensa a causa de su obediencia activa: no por la simple razón de que
no había hecho mal, sino a causa de que le estaba yendo bien.
Cuando Cristo una vez se había comprometido con Dios para defendernos, y
ponerse bajo nuestra ley, por esa ley se vio obligado a sufrir, y por la misma
ley se vio obligado a obedecer. Por la misma ley, después de haber tomado la
culpa del hombre sobre él, él mismo siendo nuestro fiador, no podía ser
absuelto hasta que no hubiera sufrido, ni recompensado hasta que hubiera
obedecido. Pero no fue absuelto como persona privada, sino como nuestro
Jefe, y los creyentes son absueltos en su absolución. Tampoco fue aceptado
en una recompensa por su obediencia, como persona privada, sino como
nuestro Jefe, y somos aceptados a recibir una recompensa en su aceptación.
La Escritura nos enseña que cuando Cristo resucitó de entre los muertos, fue
justificado, cuya justificación, como ya lo he demostrado, implica tanto su
absolución de nuestra culpa como su aceptación de la exaltación y gloria que
fue la recompensa de su obediencia. . Pero los creyentes, tan pronto como
creen, son admitidos a participar con Cristo en esta su justificación. Por lo
tanto, se nos dice que él fue "resucitado para nuestra justificación" (Romanos
4:25) lo cual es cierto, no solo de esa parte de su justificación que consiste en
su absolución, sino también su aceptación de su recompensa. La Escritura nos
enseña que él es exaltado e ido al cielo para tomar posesión de la gloria en
nuestro nombre, como nuestro precursor, Heb. 6:20. Somos como si
fuéramos, ambos resucitados juntamente con Cristo, y también hechos para
sentarnos con Cristo en los lugares celestiales, y en él, Ef. 2: 6.
Si se objeta aquí, que existe esta razón, por qué lo que Cristo sufrió debe ser
aceptado por nuestra cuenta, en lugar de la obediencia que realizó, que se vio
obligado a obedecer por sí mismo, pero no estaba obligado a sufrir sino solo
por nuestra cuenta. . A esto respondo que Cristo no estaba obligado, por su
propia cuenta, a comprometerse a obedecer. Cristo en sus circunstancias
originales, no estaba sometido al Padre, siendo totalmente igual a él. Él no
tenía ninguna obligación de ponerse en el lugar del hombre, y bajo la ley del
hombre, o ponerse en cualquier estado de sujeción a Dios en absoluto. Hubo
una transacción entre el Padre y el Hijo, que fue anterior a que Cristo se
convirtiera en hombre, y se hizo bajo la ley, en donde se comprometió a
someterse a la ley, y tanto a obedecer como a sufrir. En [esta] transacción,
estas cosas ya estaban prácticamente hechas a la vista de Dios, como es
evidente por esto: que Dios actuó sobre la base de esa transacción,
justificando y salvando a los pecadores, como si las cosas emprendidas
hubieran sido realizadas mucho antes de que se realizaron de hecho. Y, por lo
tanto, sin duda, para estimar el valor y la validez de lo que Cristo hizo y
sufrió, debemos mirar hacia atrás a esa transacción, en la que estas cosas se
llevaron a cabo, y prácticamente a la vista de Dios, y ver qué capacidad y
circunstancias en las que Cristo actuó en ellas. Encontraremos que Cristo no
estaba bajo ninguna obligación, ni para obedecer la ley ni para sufrir su
castigo. Después de esto, estaba igualmente obligado con ambos, ya que de
ahora en adelante era nuestro fiador o representante. Y, por lo tanto, esta
obligación consiguiente puede ser una objeción tanto contra la validez de su
sufrimiento como contra su obediencia. Pero si miramos a esa transacción
original entre el Padre y el Hijo, en donde ambos fueron emprendidos y
aceptados como hechos virtualmente a la vista del Padre, encontraremos a
Cristo actuando con respecto a ambos como uno perfectamente por derecho
propio, y bajo ninguna forma de obligación previa de obstaculizar la validez
de cualquiera.
(2.) Suponer que todo lo que Cristo hace es solo para hacer expiación por el
sufrimiento, es hacerlo nuestro Salvador, pero en parte. Es robarle la mitad de
su gloria como Salvador. Porque si es así, todo lo que hace es liberarnos del
infierno: no compra el cielo para nosotros. El esquema adverso supone que él
nos compra el cielo, porque satisface las imperfecciones de nuestra
obediencia y compra que nuestra sincera e imperfecta obediencia pueda ser
aceptada como la condición de la vida eterna, y así nos compra la
oportunidad de obtener el cielo nuestra propia obediencia Pero comprar el
cielo para nosotros solo en este sentido, es comprarlo en absoluto. Porque
todo esto no es más que una satisfacción por nuestros pecados, o eliminar la
pena por el sufrimiento en nuestro lugar. Por todas las compras de las que
hablan, que nuestra obediencia imperfecta debe ser aceptada, es solo su
satisfacción por la imperfección pecaminosa de nuestra obediencia, o (lo que
es lo mismo) hacer expiación por el pecado al que se atiende nuestra
obediencia. Pero eso no es comprar el cielo, simplemente volver a ponernos
en libertad, para poder ir al cielo por lo que hacemos nosotros mismos. Todo
lo que Cristo hace es solo pagar una deuda por nosotros. No hay una compra
positiva de ningún bien. En las Escrituras nos enseñan que el cielo es
comprado por nosotros. Se llama posesión comprada, Ef. 1:14. El evangelio
propone la herencia eterna, no para ser adquirida, como lo hizo el primer
pacto, sino como la adquirida y adquirida. Pero el que paga la deuda de un
hombre por él, y así lo libera de la esclavitud, no puede decirse que le compra
una propiedad, simplemente porque lo deja en libertad, por lo que de ahora en
adelante tiene la oportunidad de obtener un patrimonio por su propia mano.
labor. De modo que según este esquema, los santos en el cielo no tienen
motivos para agradecer a Cristo por comprar el cielo para ellos, o redimirlos a
Dios, y hacerlos reyes y sacerdotes, como tenemos un relato que ellos hacen,
en Apocalipsis 5: 9, 10.
Aquí posiblemente se pueda objetar que este texto significa solo que somos
justificados por la obediencia pasiva de Cristo.
Por esto, parece que si la muerte de Cristo está aquí incluida en las palabras
justicia y obediencia , no es meramente como una propiciación, o teniendo
como castigo una ley quebrantada en nuestro lugar, sino como su
sometimiento voluntario y sometiéndose a esos sufrimientos. , fue un acto de
obediencia a los mandamientos del Padre, y también fue una parte de su
rectitud positiva o bondad moral.
No puede ser solo una objeción contra esto, que el mandato del Padre a Cristo
para que él diera su vida no era parte de la ley que habíamos roto, y por lo
tanto, que obedecer este mandamiento no podía ser parte de esa obediencia
que actuó por nosotros, porque necesitábamos que no obedeciera ninguna
otra ley para nosotros, sino solo aquello que habíamos roto o no obedecido.
Porque aunque debe ser la misma autoridad legislativa, cuyo honor es
reparado por la obediencia de Cristo, que hemos sido heridos por nuestra
desobediencia, sin embargo, no es necesario que la ley que Cristo obedece
sea exactamente la misma que Adán obedeció, en ese sentido, que no debe
haber ningún precepto positivo que desee, ni ningún agregado. Faltaba el
precepto sobre la fruta prohibida, y se agregó la ley ceremonial. Lo que se
requería era obediencia perfecta. No importa si los preceptos positivos que
Cristo debía obedecer, eran mucho más que equivalentes a lo que faltaba,
porque infinitamente más difícil, particularmente la orden que había recibido
para dar su vida, que era su principal acto de obediencia, y que, sobre todo, se
refiere a nuestra justificación. Como ese acto de desobediencia por el cual
caímos, fue la desobediencia a un precepto positivo del cual Cristo nunca
estuvo bajo, a saber. El de abstenernos del árbol del conocimiento del bien y
del mal, de modo que el acto de obediencia por el cual somos redimidos
principalmente es la obediencia a un precepto positivo, que debe probar tanto
la obediencia de Adán como la de Cristo. Tales preceptos son el mayor y más
adecuado juicio de obediencia, porque en ellos, la mera autoridad y voluntad
del legislador es el único fundamento de la obligación (y nada en la
naturaleza de las cosas mismas), y por lo tanto son el mayor juicio del respeto
de cualquier persona a esa autoridad y voluntad.
La ley a la que Cristo estaba sujeto y obedeció fue en cierto sentido la misma
que le fue dada a Adán. Hay innumerables deberes particulares requeridos
por la ley solo condicionalmente, y en tales circunstancias, están
comprendidos en alguna regla general y grande de esa ley. Así, por ejemplo,
hay innumerables actos de respeto y obediencia hacia los hombres, que son
requeridos por la ley de la naturaleza (que era una ley dada a Adán), que aún
no se requieren en absoluto, pero con muchas condiciones previas: como que
hay sean hombres de pie en tales relaciones con nosotros, y que den tales
órdenes, y cosas por el estilo. Tantos actos de respeto y obediencia a Dios
están incluidos, de la misma manera, en la ley moral condicionalmente, o tal
o cual cosa se supone: como Abraham va a sacrificar a su hijo, los judíos
circuncidan a sus hijos cuando tienen ocho días, y Adán no está comiendo la
fruta prohibida. Están virtualmente comprendidos en la gran regla general de
la ley moral, que debemos obedecer a Dios y estar sujetos a él en todo lo que
desee para mandarnos. Ciertamente, la ley moral requiere tanto que
obedezcamos los mandamientos positivos de Dios, ya que requiere que
obedezcamos los mandamientos positivos de nuestros padres. Y así todo lo
que Adán, y todo lo que Cristo mandó, incluso su observación de los ritos y
ceremonias de la adoración judía, y el hecho de que él entregó su vida, fue
virtualmente incluido en esta misma gran ley.
Por lo tanto, podemos ver cómo la muerte de Cristo no solo hizo expiación,
sino que también mereció la vida eterna, y por lo tanto podemos ver cómo
por la sangre de Cristo, no solo somos redimidos del pecado, sino redimidos
para Dios. Por lo tanto, la Escritura parece en todas partes atribuir la totalidad
de la salvación a la sangre de Cristo. Esta preciosa sangre es el precio
principal por el cual se compra el cielo, ya que es el precio principal por el
cual somos redimidos del infierno. La rectitud positiva de Cristo, o el precio
por el cual él mereció, era de igual valor con el que satisfacía, ya que de
hecho era el mismo precio. Derramó su sangre para satisfacer, y en razón de
la infinita dignidad de su persona, sus sufrimientos fueron vistos como de
valor infinito, y equivalentes a los sufrimientos eternos de una criatura
finita.Y derramó su sangre por respeto al honor de la majestad de Dios, y en
sumisión a su autoridad, quien le había ordenado que lo hiciera. Su
obediencia en él tenía un valor infinito, tanto por la dignidad de la persona
que la realizaba, como porque se ponía a expensas infinitas para realizarla,
por lo que aparecía el grado infinito de su consideración hacia la autoridad de
Dios.
Uno se preguntaría qué quieren decir los arminianos por los méritos de
Cristo. Hablan de los méritos de Cristo tanto como cualquiera, y sin embargo
niegan la imputación de la justicia positiva de Cristo. ¿Qué debería haber que
cualquier persona merezca o merezca algo, además de la rectitud o la
bondad? Si algo que Cristo hizo o sufrió, mereció o mereció algo, fue en
virtud de la bondad, o la justicia, o la santidad de la misma. Si los
sufrimientos y la muerte de Cristo merecieron el cielo, debe ser porque hubo
una justicia excelente y una bondad moral trascendente en ese acto de dar su
vida. Y si por esa justicia excelente él mereciera el cielo por nosotros,
entonces seguramente esa justicia es contada en nuestra cuenta, que tenemos
el beneficio de ella, o, que es lo mismo, se nos imputa.
3. Paso ahora a la tercera y última cosa bajo este argumento: Que esta
doctrina, de la imputación de la justicia de Cristo, es completamente
inconsistente con la doctrina de que nuestro ser sea justificado por nuestra
propia virtud o obediencia sincera. Si la aceptación del favor de Dios, y un
título de vida, se le da a los creyentes como la recompensa de la obediencia
de Cristo, entonces no se da como la recompensa de nuestra propia
obediencia. En cualquier aspecto, sin importar que Cristo sea nuestro
Salvador, eso sin duda excluye que seamos nuestros propios salvadores en
ese mismo aspecto. Si podemos ser nuestros propios salvadores con el mismo
respeto que Cristo, de allí se sigue que la salvación de Cristo es innecesaria
en ese sentido, según el razonamiento del apóstol, Gál. 5: 4, "Cristo no tiene
ningún efecto sobre vosotros, cualquiera que de vosotros es justificado por la
ley". Sin duda, es la prerrogativa de Cristo ser nuestro Salvador en ese
sentido en el que es nuestro Salvador. Y por lo tanto, si es por su obediencia
que somos justificados, entonces no es por nuestra propia obediencia.
Pero esto no ayuda en absoluto al caso. Porque esto es atribuir tanto a nuestra
obediencia como si le atribuyéramos la salvación directamente, sin la
intervención de la justicia de Cristo. Porque sería una gran cosa para Dios
darnos a Cristo, y su satisfacción y justicia, en recompensa por nuestra
obediencia, para darnos el cielo inmediatamente. Sería una gran recompensa
y un gran testimonio de respeto a nuestra obediencia. Y si Dios da algo tan
grande como la salvación para nuestra obediencia, ¿por qué no podría él
también dar la salvación directamente? Entonces no habría habido necesidad
de la justicia de Cristo. Y, de hecho, si Dios nos da a Cristo, o un interés en
él, propiamente en recompensa por nuestra obediencia, realmente nos da
salvación en recompensa por nuestra obediencia: porque lo primero implica
lo último. Sí, lo implica, ya que cuanto mayor implica menos. De modo que,
de hecho, exalta más nuestra virtud y obediencia, suponer que Dios nos da a
Cristo en recompensa de esa virtud y obediencia, que si él diera la salvación
sin Cristo.
III. Cosa propuesta, a saber . "Para mostrar en qué sentido los actos de una
vida cristiana, o de la obediencia evangélica, pueden verse afectados en este
asunto".
Habiendo sido sacado de la Escritura, que es solo por fe, o el alma está
recibiendo y uniendo al Salvador quien ha forjado nuestra justicia, que somos
justificados. Por lo tanto, permanece, que los actos de una vida cristiana no
pueden ser afectados en este asunto de ninguna otra manera que lo que ellos
implican, y son expresiones de fe, y pueden ser considerados como tantos
actos de recepción de Cristo el Salvador. Pero la determinación de lo que
concierne a los actos de obediencia cristiana puede tener justificación en este
sentido, dependerá de la resolución de otro punto, a saber . si cualquier otro
acto de fe además del primer acto, tiene alguna preocupación en nuestra
justificación, o hasta qué punto la perseverancia en la fe, o los actos de fe
continuados y renovados, tienen influencia en este asunto. Y parece
manifiesto que la justificación es por el primer acto de fe, en algunos
aspectos, de una manera peculiar, porque un pecador se justifica de hecho y
finalmente tan pronto como ha realizado un acto de fe, y la fe en su primer
acto sí lo hace, al menos virtualmente, dependen de Dios para la
perseverancia, y las entidades de este, entre otros beneficios. Pero aún la
perseverancia de la fe no está excluida en este asunto. No solo está
ciertamente conectado con la justificación, sino que no debe excluirse de
aquello de lo que depende la justificación de un pecador, o aquello por lo que
se justifica.
Pero lo que es una evidencia aún más clara y directa de lo que ahora estoy
argumentando, es que el acto de fe que Abraham ejerció en la gran promesa
del pacto de gracia que Dios le hizo, de lo cual está expresamente dicho, Gal .
3: 6, "Le fue contado por justicia" - la gran instancia y prueba de que el
apóstol insiste tanto en Romanos 4, y Gálatas 3, para confirmar su doctrina de
la justificación solo por la fe - no fue el primer acto de Abraham fe, pero fue
ejercida mucho después de que por fe abandonó su propio país, Heb. 11: 8, y
había sido tratado como un eminente amigo de Dios.
De modo que, como se dijo antes acerca de la fe, también se puede decir de
una obediencia creyente parecida a la de un niño: no se preocupa en la
justificación por ninguna virtud o excelencia en ella, sino solo porque hay
una recepción de Cristo en ella. Y esto no es más contrario a la afirmación
frecuente del apóstol de que somos justificados sin las obras de la ley, que
decir que somos justificados por la fe. Porque la fe es tanto una obra, como
un acto de obediencia cristiana, como expresiones de fe, en la vida espiritual
y en el caminar. Y por lo tanto, como decimos que la fe no justifica como un
trabajo, también decimos de todas estas expresiones efectivas de fe.
Ahora procedo a la
A esto respondo,
1. Estas cosas prometidas a nuestra virtud y obediencia, no son más que una
conexión entre ellas y la obediencia evangélica, que, como ya he observado,
no es lo que está en disputa. Todo lo que puede demostrarse por la obediencia
y la salvación se conectan en la promesa, es que la obediencia y la salvación
están conectadas de hecho, lo que nadie niega, y si es propiedad o no, es,
como se ha demostrado, nada para el propósito. No es necesario que se
otorgue una admisión a un título de salvación en la cuenta de nuestra
obediencia, para que las promesas sean verdaderas. Si encontramos tal
promesa, que el que obedece será salvo, o el que es santo será justificado,
todo lo que es necesario, para que tales promesas sean verdaderas, es que así
sea: que el que obedece será salvo, y esa santidad y justificación ciertamente
irán juntas. Esa proposición puede ser una verdad, que el que obedece será
salvo, porque la obediencia y la salvación están conectadas de hecho, y sin
embargo, la aceptación de un título de salvación no se otorgará por cuenta de
ninguna de nuestra propia virtud u obediencia. ¿Qué es una promesa, sino
solo una declaración de verdad futura, para la comodidad y el aliento de la
persona a la que se declara? Las promesas son proposiciones condicionales,
y, como ya se ha observado, no es la cosa en disputa, si otras cosas además de
la fe pueden no tener el lugar de la condición en tales proposiciones en donde
el perdón y la salvación son consecuentes.
A esto respondo,
2. Si todo lo que es necesario para preparar a los hombres para la gloria debe
ser la condición adecuada de la justificación, entonces la santidad perfecta es
la condición de la justificación. Los hombres deben ser perfectamente santos,
antes de ser admitidos para el gozo de la bienaventuranza del cielo, ya que no
debe entrar allí ninguna impureza espiritual. Y, por lo tanto, cuando un santo
muere, deja todo su pecado y corrupción cuando abandona el cuerpo.
La razón de esto puede verse por lo que ya se ha dicho, para mostrar que no
se cumple que algo en nosotros deba ser aceptado por Dios como cualquier
excelencia de nuestra gente, hasta que estemos en Cristo y justificados por
medio de él. La hermosura de la virtud de las criaturas caídas no es nada a la
vista de Dios, hasta que él las contempla en Cristo, y se viste con su justicia.
1. Porque hasta entonces estamos condenados ante Dios, por su propia ley
santa, a su total rechazo y aborrecimiento. Y, 2. Porque somos infinitamente
culpables ante él, y la hermosura de nuestra virtud no guarda proporción con
nuestra culpa, y por lo tanto, no debe pasar por nada ante un juez estricto. Y,
3. Porque nuestras buenas obras y actos virtuosos en sí mismos son en cierto
sentido corruptos, y el odio de la corrupción de ellos, si somos contemplados
como estamos en nosotros mismos, o separados de Cristo, infinitamente
supera la belleza del bien que está en ellos. De modo que si no se considera
ningún otro pecado, sino solo aquello que atiende al acto de la virtud en sí, la
hermosura se desvanece en la nada en comparación con ella, y por lo tanto la
virtud no debe pasar por nada, fuera de Cristo. No solo nuestros mejores
deberes son profanados, sino que son atendidos con los ejercicios del pecado
y la corrupción que preceden, siguen y se entremezclan con ellos, pero
incluso los actos sagrados mismos y los ejercicios de gracia de los piadosos
son defectuosos. Aunque el acto más simplemente considerado es bueno, sin
embargo, tome los actos en su medida y dimensiones, y la manera en que se
los ejerce, y son pecaminosamente defectuosos: existe ese defecto en ellos
que bien puede llamarse la corrupción de ellos. Ese defecto es propiamente
pecado, una expresión de vil pecaminosidad de corazón y lo que tiende a
provocar la justa ira de Dios, no porque los ejercicios de amor y otra gracia
no sean iguales a la hermosura de Dios. Porque es imposible que el amor a
las criaturas (hombres o ángeles) así sea, sino porque el acto es muy
desproporcionado a la ocasión dada por amor u otra gracia, considerando la
belleza de Dios, la manifestación que se hace de ella, los ejercicios de
bondad, la capacidad de la naturaleza humana y nuestras ventajas (y
similares) juntas. - Una expresión negativa de corrupción puede ser tan
verdaderamente pecado, y como causa justa de provocación, como algo
positivo. Por lo tanto, si una persona digna y excelente debe, desde la mera
generosidad y la bondad, exponerse a sí misma, y con grandes gastos y
sufrimiento salvar la vida de otra persona, o redimirlo de alguna calamidad
extrema, y si esa otra persona nunca debe agradecerle, o expresar la menor
gratitud de cualquier manera, esta sería una expresión negativa de su
ingratitud y bajeza. Pero [esto] es equivalente a un acto de ingratitud, o
ejercicio positivo de un espíritu indigno y de base, y es realmente una
expresión de ello, y culpa tanto como si por algún acto positivo hubiera
lastimado a otra persona. Y así sería (solo en un grado menor) si la gratitud
fuera muy pequeña, sin importar la obligación del beneficio. Como si, por
una bondad tan grande y extraordinaria, él no expresara más gratitud de la
que habría estado recibiendo hacia una persona que solo le había dado un
vaso de agua cuando tenía sed, o le mostró el camino en un viaje cuando
estaba perdido, o le había hecho algo tan pequeño de amabilidad. Si él viniera
a su benefactor para expresar su gratitud, y lo hiciera de esta manera, se
podría decir verdaderamente que actuó indigna y odiosamente, mostraría un
espíritu ingrato. Su actuación de esa manera podría ser aborrecida por todos,
y sin embargo, la gratitud, ese poco de eso, más simplemente considerado, y
en la medida de lo posible, es bueno. Y así es con respecto a nuestro ejercicio
de amor, gratitud y otras gracias hacia Dios. Ellos son defectuosamente
corruptos y pecadores, y los toman tal como son, en su forma y medida,
podrían justamente ser odiosos y provocadores para Dios, y necesariamente
lo serían, si fuéramos vistos por Cristo. Porque en cuanto a que este defecto
es pecado, es infinitamente odioso, y así el odio del acto mismo supera
infinitamente la belleza de este, porque todo pecado tiene odio y atrocidad
infinitos. Pero nuestra santidad tiene poco valor y belleza, como se ha
demostrado en otros lugares.
Por lo tanto, aunque es verdad que los santos son recompensados por sus
buenas obras, sin embargo, es solo por el amor de Cristo, y no por la
excelencia de sus obras en sí mismas consideradas, o vistas por separado de
Cristo. Porque así no tienen excelencia a los ojos de Dios, ni son aceptables
para él, como ahora se ha demostrado. Se reconoce que Dios, al recompensar
la santidad y las buenas obras de los creyentes, en cierto sentido les da
felicidad como un testimonio de su respeto a la belleza de su santidad y
buenas obras a su vista. Porque esa es la noción de una recompensa. Pero es
en un sentido muy diferente de lo que habría sido si el hombre no hubiera
caído, lo que hubiera sido otorgar la vida eterna al hombre, como un
testimonio del respeto de Dios por la hermosura de lo que el hombre hizo,
considerado como en sí mismo, y como en el hombre separadamente por sí
mismo, y no contemplado como un miembro de Cristo. En cuyo sentido
también, el esquema de justificación al que nos oponemos necesariamente
supone que la excelencia de nuestra virtud debe ser respetada y
recompensada. Porque supone un interés salvador en que Cristo mismo sea
dado como recompensa por ello.
Si suponemos que no solo los grados más altos de gloria en el cielo, sino el
cielo mismo, se otorgan en algún aspecto en recompensa por la santidad y las
buenas obras de los santos, en este sentido secundario y derivado, no
prejuzgará la doctrina que hemos mantenido . No es imposible que Dios
otorgue la gloria de los cielos totalmente por respeto a la justicia de Cristo y,
sin embargo, en recompensa por la santidad inherente del hombre, en
diferentes aspectos y de diferentes maneras. Puede ser solo la justicia de
Cristo que Dios respete, por su propio bien, la aceptabilidad y dignidad
independientes de que sea suficiente recomendar a todos los que creen en
Cristo a un título para esta gloria. Entonces, es solo por esto que las personas
entran en un título al cielo, o tienen su derecho primordial a él. Sin embargo,
Dios también puede tener respeto por la propia santidad de los santos, por el
amor de Cristo, y como derivar un valor del mérito de Cristo, que él puede
testificar al otorgar el cielo sobre ellos. Los santos son vistos como miembros
de Cristo, su obediencia es vista por Dios como algo de Cristo: es la
obediencia de los miembros de Cristo, como los sufrimientos de los
miembros de Cristo son considerados, en cierto sentido, como los
sufrimientos. de Cristo Por lo tanto, el apóstol, hablando de sus sufrimientos,
dice: Col. 1:24, "que ahora se regocijan en mis sufrimientos por ti, y llenas lo
que está detrás de las aflicciones de Cristo en mi carne". Con el mismo
propósito es Mat . 25:35, etc. Estaba hambriento, desnudo, enfermo y en la
cárcel, etc. Y así en Apocalipsis 11: 8 "Y sus cadáveres yacerán en la calle de
la gran ciudad, que espiritualmente se llama Sodoma y Egipto, donde también
nuestro Señor fue crucificado ".
Por el mérito y la justicia de Cristo, se puede obtener tal favor de Dios para
con el creyente, ya que Dios, por así decirlo, ya está dispuesto a hacerlos
perfecta y eternamente felices. Pero, sin embargo, esto no obstaculiza, sino
que Dios en su sabiduría puede elegir otorgar esta felicidad perfecta y eterna
de esta manera, a saber . en algún aspecto como una recompensa de su
santidad y obediencia. No es imposible, sino que la bendición puede ser
otorgada como una recompensa por lo que se hace después de que ya se
obtiene un interés en ese favor, que (para hablar de Dios a la manera de los
hombres) dispone a Dios para otorgar la bendición. Nuestro Padre celestial
puede ya tener ese favor para un niño, por lo que puede estar completamente
listo para darle una herencia al niño, porque él es su hijo, que es por la
compra de la justicia de Cristo, y sin embargo, que el Padre puede optar por
otorgar la herencia en el niño de una manera de recompensa por su
obediencia, y comportarse de una manera que se convierte en un niño. Y una
recompensa tan grande no puede ser juzgada más que una recompensa por su
obediencia, pero que una recompensa tan grande se juzga cumplida, no surge
de la excelencia de la obediencia absolutamente considerada, sino de su
posición en tan cercana y honorable relación con Dios, como la de un niño,
que se obtiene solo por la justicia de Cristo. Y así la recompensa, y la
grandeza de ella, surge apropiadamente de la justicia de Cristo,aunque sea en
cierto modo la recompensa de su obediencia. Como un padre puede estimar
con justicia la herencia no más que una recompensa por la obediencia de su
hijo, y sin embargo lo estima más que una recompensa por la obediencia de
un servidor. El favor por el cual el Padre celestial de un creyente otorga la
herencia eterna, y su título como heredero, se funda en esa relación que tiene
con él como un niño, comprado por la justicia de Cristo: aunque él en
sabiduría elige otorgarlo de tal manera , y en esto para testificar su aceptación
de la amabilidad de su obediencia en Cristo.El Padre celestial otorga la
herencia eterna, y su título como heredero, se funda en esa relación que él
representa como niño, comprado por la justicia de Cristo: aunque él en la
sabiduría elige otorgarlo de tal manera, y en eso testifique su aceptación de la
amabilidad de su obediencia en Cristo.El Padre celestial otorga la herencia
eterna, y su título como heredero, se funda en esa relación que él representa
como niño, comprado por la justicia de Cristo: aunque él en la sabiduría elige
otorgarlo de tal manera, y en eso testifique su aceptación de la amabilidad de
su obediencia en Cristo.
Hay una gran diferencia entre este esquema y lo que se supone en el esquema
de aquellos que se oponen a la doctrina de la justificación solo por la fe. Esto
establece el fundamento de la primera aceptación con Dios, y toda la
salvación real consecuente sobre ella, totalmente en Cristo y su justicia. Por
el contrario, en su esquema, se supone que una consideración a la propia
excelencia o virtud del hombre es lo primero, y tener el lugar del primer
fundamento en la salvación actual, aunque no en esa redención ineficaz, que
ellos suponen común a todos. Ellos ponen los cimientos de toda la salvación
discriminatoria en la propia virtud y excelencia moral del hombre. Esta es la
última piedra en este asunto, ya que suponen que es por respeto a nuestra
virtud, que incluso se da un interés especial en Cristo mismo. La fundación
siendo así contraria,todo el esquema se vuelve muy diverso y contrario. El
uno es un esquema evangélico, el otro es legal. El uno es completamente
inconsistente con que seamos justificados por la justicia de Cristo, el otro no
en absoluto.
Por lo que se ha dicho, podemos entender, no solo cómo el perdón del pecado
otorgado en la justificación está indisolublemente conectado con un espíritu
perdonador en nosotros, sino cómo puede haber muchos ejercicios de perdón
por la misericordia que se otorgan en recompensa por perdonar a aquellos
que infringen nos. Porque nadie negará, sino que hay muchos actos de perdón
divino hacia los santos, que no presuponen un estado injustificado
inmediatamente anterior a ese perdón. Nadie negará, que los santos que
nunca cayeron de un estado justificado, sin embargo, cometen muchos
pecados que Dios perdona después, dejando de lado su desagrado paternal.
Este perdón puede ser una recompensa por nuestro perdón, sin ningún
prejuicio a la doctrina que se ha mantenido, así como otras misericordias y
bendiciones consecuentes a la justificación.
Este asunto puede ser mejor entendido, si consideramos que Cristo y toda la
iglesia de los santos son, como si dijéramos, un cuerpo, del cual él es la
Cabeza, y miembros, de diferente lugar y capacidad. Ahora todo el cuerpo, la
cabeza y los miembros tienen comunión en la justicia de Cristo: todos son
partícipes del beneficio de ello. Cristo mismo el Jefe es recompensado por
ello, y cada miembro es partícipe del beneficio y la recompensa. Pero de
ninguna manera se sigue, que cada parte debe participar igualmente del
beneficio, pero cada parte en proporción a su lugar y capacidad. La Cabeza
participa de mucho más que otras partes, y los miembros más nobles
participan de más que los inferiores. Como es en un cuerpo natural que goza
de una salud perfecta, la cabeza, el corazón y los pulmones tienen una mayor
participación en esta salud. Lo tienen más sentado en ellos,que las manos y
los pies, porque son partes de mayor capacidad, aunque las manos y los pies
están en perfecta salud como esas partes más nobles del cuerpo. Lo mismo
ocurre en el cuerpo místico de Cristo: todos los miembros son partícipes del
beneficio de la Cabeza, pero está de acuerdo con la diferente capacidad y
lugar que tienen en el cuerpo. Dios determina ese lugar y capacidad a su
antojo. Él hace a quien le place el pie, y a quien le agrada la mano, y a quien
agrada los pulmones, etc. 1 Cor 12:18, "Dios ha hecho a los miembros cada
uno de ellos en el cuerpo, como a él le ha gustado". "Dios determina de
manera eficaz el lugar y la capacidad de cada miembro, por los diferentes
grados de gracia y asistencia para su mejora en este mundo. Aquellos que
tiene la intención de alcanzar el lugar más elevado en el cuerpo, les da la
mayor parte de su Espíritu,la mayor parte de la naturaleza divina, el Espíritu
y la naturaleza de Cristo Jesús la Cabeza, y esa ayuda mediante la cual
realizan las obras más excelentes, y las que más abundan en ellas.
Objeto. 4. Se puede objetar contra lo que se ha supuesto (a saber, que se
otorgan recompensas a nuestras buenas obras, solo como consecuencia de un
interés en Cristo, o en el testimonio del respeto de Dios por la excelencia o el
valor de ellas en su vista, como construido sobre un interés en la justicia de
Cristo ya obtenido). Que las Escrituras hablan de un interés en Cristo mismo,
dado por respeto a nuestra aptitud moral. Estera. 10:37, 38, 39, "El que ama
al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama hijo o hija
más que a mí, no es digno de mí; el que no toma su cruz, y sigue a mí, no es
digno de mí; el que encuentre su vida, la perderá ", etc. La dignidad aquí al
menos significa una aptitud moral, o una excelencia que recomienda. Y este
lugar parece intimar como si fuera por respeto a una aptitud moral que los
hombres sean admitidos incluso a una unión con Cristo, e interés en él. Por lo
tanto, esta dignidad no puede ser consecuencia de estar en Cristo, y por la
imputación de su valía, o de cualquier valor que esté en nosotros, o en
nuestras acciones a los ojos de Dios, como se contempla en Cristo.
A esto respondo , que aunque las personas cuando son aceptadas, no son
aceptadas como dignas, sin embargo , cuando son rechazadas, son rechazadas
como indignas.El que no ama a Cristo por encima de otras cosas, sino que lo
trata con tal indignidad, como para ponerlo debajo de las cosas terrenales,
será tratado como indigno de Cristo. Su indignidad de Cristo, especialmente
en ese particular, será marcada en su contra, e imputada a él. Y aunque sea un
cristiano profesante, y viva en el disfrute del Evangelio, y haya sido
visiblemente injertado en Cristo, y admitido como uno de sus discípulos,
como lo fue Judas, sin embargo, será echado fuera en ira, como un castigo de
su vil tratamiento de Cristo. Las palabras mencionadas no implican que si un
hombre ama a Cristo por encima del padre y la madre, etc., que sería digno.
Lo máximo que implican es que un cristiano tan visible sea tratado y
expulsado como indigno. El que cree no es recibido por el mérito o la aptitud
moral de la fe, pero aun así el cristiano visible es expulsado por Dios, por la
indignidad y la falta de idoneidad moral de la incredulidad. Un ser aceptado
como uno de los de Cristo, no es la recompensa de creer, pero ser expulsado
de ser uno de los discípulos de Cristo, después de una admisión visible como
tal, es propiamente un castigo de incredulidad. Juan 3: 18,19, "El que cree en
él, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha
creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación, que
la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz,
porque sus obras eran malas. "La salvación se promete a la fe como un regalo
gratuito,pero la condenación se ve amenazada con la incredulidad como una
deuda o un castigo debido a la incredulidad. Los que creyeron en el desierto
no entraron en Canaán por la mérito de su fe. Pero Dios juró en su ira, que los
que no creían no deberían entrar, por la indignidad de su incredulidad.
Admitir un alma a una unión con Cristo es un acto de gracia libre y soberana,
pero excluye en la muerte, y en el día del juicio, a aquellos profesores de
cristianismo que han tenido las ofertas de un Salvador y disfrutan de grandes
privilegios como pueblo de Dios, es un procedimiento judicial, y un castigo
justo de su trato indigno de Cristo. El diseño de este dicho de Cristo es
hacerlos sensibles a la indignidad de su trato con Cristo, quien le profesó ser
su Señor y Salvador, y lo puso debajo del padre y la madre, etc.y no mostrar
la dignidad de amarlo por encima del padre y la madre. Si a un mendigo se le
debe ofrecer cualquier regalo grande y precioso, pero tan pronto como se le
ofrezca, debe pisotearlo bajo sus pies, se le puede quitar, como indigno de
tenerlo. O si a un malhechor se le hubiera ofrecido el perdón, que podría ser
liberado de la ejecución, y que solo se burlaría de él, su indulto podría ser
rechazado, como indigno de ello. Aunque si lo hubiera recibido, no lo habría
tenido por su valía, o como lo recomendaba su virtud. El hecho de que sea un
malhechor lo considera indigno, y que se le ofrezca tenerlo solo al aceptarlo,
supone que el rey no busca ningún mérito, nada en él por el cual otorgar el
perdón como recompensa. Esto puede enseñarnos cómo entender Hechos
13:46,"Era necesario que la Palabra de Dios primero debiera haberte hablado;
mas habiéndolo puesto de ti, y juzgándote indigno de la vida eterna, he aquí,
nos volvemos a los gentiles ".
Con respecto a esto, aquí descrito, se pueden notar tres cosas: 1. Que es lo
mismo con ese arrepentimiento evangélico al que se promete la remisión de
los pecados en las Escrituras. 2. Que es la esencia de la fe justificadora, y es
lo mismo con esa fe, en la medida en que está familiarizada con el mal por
parte del Mediador. 3. Que esta es de hecho la condición propia y peculiar de
la remisión de los pecados.
Y la razón puede ser clara por lo que se ha dicho. No debemos pensar que lo
que en la fe respeta especialmente el pecado, debe ser especialmente la
condición de la remisión de los pecados, o que este movimiento o ejercicio
del alma, como rechaza y vuela del mal y abraza a Cristo como un Salvador
de ella, debería especialmente ser la condición de estar libre de ese mal: de la
misma manera, como el mismo principio o movimiento, como busca el bien,
y se adhiere a Cristo como el proxeneta de ese bien, debería ser la condición
para obtener ese bien. La fe con respecto al bien es aceptar y con respecto al
mal es rechazar. Sí, este rechazo del mal es en sí mismo un acto de
aceptación. Acepta la libertad o la separación de ese mal, y esta libertad o
separación es el beneficio otorgado en remisión. No es de extrañar que lo que
en fe respeta de inmediato este beneficio, y es nuestra aceptación de él, debe
ser la condición especial de que lo tengamos. Lo es con respecto a todos los
beneficios que Cristo ha comprado. Confiar en Dios a través de Cristo para
un beneficio tan particular que necesitamos, es la condición especial para
obtener ese beneficio. Cuando necesitamos protección de los enemigos, el
ejercicio de la fe con respecto a tal beneficio, o confiar en Cristo para
protegernos de los enemigos, es especialmente la manera de obtener ese
beneficio particular, en lugar de confiar en Cristo para otra cosa, y así de
cualquier otro beneficio que podría ser mencionado. Entonces, la oración
(que es la expresión de la fe) para una misericordia particular necesaria, es
especialmente la manera de obtener esa misericordia. * 3 * - De modo que
no se puede sacar ningún argumento de aquí en contra de la doctrina de la
justificación solo por la fe. Y está eso en la naturaleza del arrepentimiento,
que peculiarmente tiende a establecer lo contrario de la justificación por las
obras. Pues nada renuncia tanto a nuestra propia dignidad y excelencia, como
el arrepentimiento. La misma naturaleza de esto es reconocer nuestra propia
pecaminosidad e indignidad, y renunciar a nuestra propia bondad y confianza
en nosotros mismos; y así confiar en la propiciación del Mediador, y
atribuirle toda la gloria del perdón.
Dios mismo, cuando actúa ante los hombres como juez, para un juicio
declarativo, hace uso de evidencias, y así juzga a los hombres por sus obras.
Y por lo tanto, en el día del juicio, Dios juzgará a los hombres según sus
obras. Porque aunque Dios no necesitará ninguna evidencia para informarle
lo que es correcto, sin embargo, se debe considerar que se sentará a juicio, no
como lo hacen los jueces terrenales, para averiguar qué es lo correcto en una
causa, sino para declarar y manifiesta lo que es correcto. Y por lo tanto ese
día es llamado por el apóstol, "el día de la revelación del justo juicio de
Dios", Rom. 2: 5.
Ser justificado, debe ser aprobado y aceptado, pero se puede decir que un
hombre es aprobado y aceptado en dos aspectos: uno debe ser aprobado
realmente y el otro aprobado y aceptado declarativamente. La justificación es
doble: es la aceptación y la aprobación del propio juez, o la manifestación de
esa aprobación por una sentencia o juicio declarado por el juez, ya sea a
nuestra propia conciencia o al mundo. Si se entiende la justificación en el
primer sentido, para la aprobación en sí misma, eso es solo aquello por lo que
podemos ser aprobados. Pero si se entiende en el último sentido, para la
manifestación de esta aprobación, es por lo que sea una evidencia adecuada
de esa aptitud. En el primero, solo se trata de la fe, porque es solo por eso que
podemos ser aceptados y aprobados. En lo ultimo,lo que sea una evidencia de
nuestra aptitud, es igualmente preocupante. Y por lo tanto, tome la
justificación en este sentido, y luego la fe, y todas las otras gracias y buenas
obras, tienen una preocupación común e igual en eso. Para cualquier otra
gracia, o acto sagrado, es igualmente una evidencia de una calificación para
la aceptación o la aprobación, como la fe.
Y en el otro caso que el apóstol menciona, Jam. 2:25. "De la misma manera,
¿no fue Rahab la ramera justificada por las obras, cuando recibió a los
mensajeros y los envió por otro camino?" El apóstol se refiere a un juicio
declarativo, en ese particular testimonio dado de la aprobación de Dios como
una creyente, al ordenarle a Josué que la salve cuando el resto de Jericó fue
destruido, Jos 6:25, "Y Josué salvó la vida de Rahab la ramera, y la casa de su
padre, y todo lo que tenía; y ella permanece en Israel hasta el día de hoy:
porque ella escondió a los mensajeros que Josué envió para espiar a Jericó.
"Esto fue aceptado como una evidencia y expresión de su fe. Heb. 11:31,
"Por la fe la ramera Rahab no pereció con los que no creyeron, cuando ella
había recibido a los espías con paz". El apóstol al decir:"¿No fue Rahab la
ramera justificada por las obras?" Por la forma en que habla, hace referencia
a algo en su historia. Pero no tenemos ninguna cuenta en su historia de
ninguna otra justificación de ella, pero esto.
4. Si, sin embargo, alguno elige justificarse en Santiago, como lo hacemos en
las epístolas de Pablo, para la aceptación o aprobación de Dios mismo, y no
cualquier expresión de esa aprobación, lo que ya se ha dicho sobre la manera
en que los actos de La obediencia evangélica se refiere al asunto de nuestra
justificación, ofrece una respuesta muy fácil, clara y completa. Porque si
tomamos las obras como actos o expresiones de fe, no están excluidas.
Entonces, un hombre no se justifica solo por la fe, sino también por las obras;
es decir , no se justifica solo por la fe como un principio en el corazón, o en
sus primeros actos más inmanentes, sino también por sus actos efectivos en la
vida, que son las expresiones de la vida de fe, como las operaciones y
acciones del cuerpo son de la vida de eso; agradable para Jam. 2:26.
Vengo ahora al
Sé que hay muchos que hacen como si esta controversia no tuviera gran
importancia: que es principalmente una cuestión de buena especulación,
dependiendo de ciertas sutiles distinciones, que muchos que hacen uso de
ellos no se comprenden a sí mismos: que la diferencia no es de tales
consecuencias que valga la pena ser celoso: y que se haga más daño
levantando disputas sobre él que bien.
De hecho, estoy lejos de pensar que es de absoluta necesidad que las personas
comprendan, y se pongan de acuerdo, todas las distinciones necesarias, en
particular, para explicar y defender esta doctrina contra todos los cavilos y
objeciones. Sin embargo, todos los cristianos deberían esforzarse por
aumentar el conocimiento, y ninguno debería contentarse sin una
comprensión clara y distinta en este punto. Pero debemos creer en el general,
de acuerdo con las claras y abundantes revelaciones de la palabra de Dios,
que no es de nuestra propia excelencia, virtud o rectitud, que es el terrenode
ser recibidos desde un estado de condenación a un estado de aceptación a los
ojos de Dios, pero solo a Jesucristo, y su justicia y dignidad, recibidos por fe.
Esto creo que es de gran importancia, al menos en la aplicación a nosotros
mismos, y que por las siguientes razones.
Pero la gran y más distintiva diferencia entre ese pacto y el pacto de la gracia
es que por el pacto de la gracia no somos justificados por nuestras propias
obras, sino solo por la fe en Jesucristo. Es en este aspecto principalmente que
el nuevo pacto merece el nombre de un pacto de gracia, como es evidente por
Rom. 4:16: "Por lo tanto, es de fe, para que sea por gracia". Y cap. 3:20, 24,
"Por tanto, por las obras de la ley ninguna carne se justificará en su presencia
... siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que
es en Jesucristo". Y Rom. 11: 6, "Y si por gracia, ya no hay más obras; de lo
contrario, la gracia no es más gracia, sino si es de obras; entonces no es más
gracia; de lo contrario, el trabajo ya no es más trabajo ". Gal. 5: 4,
"Cualquiera que de vosotros sea justificado por la ley, habéis caído de la
gracia."Y por lo tanto, el apóstol, cuando en la misma epístola a los Gálatas,
hablando de la doctrina de la justificación por las obras como otro evangelio,
agrega," que no es otro ", Gál. 1: 6, 7. No es ningún evangelio en absoluto: es
ley. No es un pacto de gracia, sino de obras. No es una doctrina evangélica,
sino legal. Ciertamente, esa doctrina en la cual consiste la mayor y más
esencial diferencia entre el pacto de gracia y el primer pacto, debe ser una
doctrina de gran importancia. Esa doctrina del evangelio por la cual sobre
todos los demás es digna del nombre evangelio, es sin duda una doctrina muy
importante del evangelio.pero de obras. No es una doctrina evangélica, sino
legal. Ciertamente, esa doctrina en la cual consiste la mayor y más esencial
diferencia entre el pacto de gracia y el primer pacto, debe ser una doctrina de
gran importancia. Esa doctrina del evangelio por la cual sobre todos los
demás es digna del nombre evangelio, es sin duda una doctrina muy
importante del evangelio.pero de obras. No es una doctrina evangélica, sino
legal. Ciertamente, esa doctrina en la cual consiste la mayor y más esencial
diferencia entre el pacto de gracia y el primer pacto, debe ser una doctrina de
gran importancia. Esa doctrina del evangelio por la cual sobre todos los
demás es digna del nombre evangelio, es sin duda una doctrina muy
importante del evangelio.
Hasta qué punto una agencia maravillosa y misteriosa del Espíritu de Dios
puede influir en los corazones de algunos hombres, que su práctica en este
sentido puede ser contraria a sus propios principios, para que no confíen en
su propia justicia, aunque profesan que los hombres son justificados por su
propia justicia, o hasta qué punto pueden creer la doctrina de la justificación
por la propia justicia de los hombres en general, y sin embargo no creer en
una aplicación particular de ella para ellos mismos o hasta qué punto el error
al que pueden haber sido inducidos por la educación, o el sofisticado sofisma
de otros, puede ser realmente contrario a la disposición prevaleciente de sus
corazones, y contrario a su práctica - o hasta qué punto algunos parecen
mantener una doctrina contraria a esta doctrina de justificación del evangelio,
eso realmente no es así,sino que solo se expresan de manera diferente a los
demás, o parecen oponerse a ella por su incomprensión de nuestras
expresiones, o las de nosotros, cuando en realidad nuestros sentimientos
reales son los mismos en general, o pueden diferir más de lo que lo hacen,
mediante el uso de términos que carecen de un significado determinado y
determinado con precisión, o de ser amplios en sus sentimientos a partir de
esta doctrina, a falta de una comprensión distinta de ella: cuyos corazones, al
mismo tiempo, están totalmente de acuerdo con ella, y si una vez fue
claramente explicada a sus entendimientos, se cerraría inmediatamente con él
y lo abrazaría. No puedo determinar hasta dónde pueden llegar estas cosas,
pero estoy plenamente persuadido de que se deben hacer grandes concesiones
sobre estas y semejantes cuentas en innumerables ocasiones. Aunque es
manifiesto por lo que se ha dicho,que la enseñanza y la propagación de
doctrinas y esquemas contrarios, es de una tendencia perniciosa y fatal.