Asesoramiento - NICASTRO SANDRA
Asesoramiento - NICASTRO SANDRA
Asesoramiento - NICASTRO SANDRA
La
novela del Asesor. Paidós. Buenos Aires. 2003 (selección)
1. EL TRABAJO DE ASESORAMIENTO
1. ALGUNAS CONSIDERACIONES INICIALES
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Para José Bieger (1973), el estudio de un suceso requiere considerar el conjunto
de relaciones y condiciones en las que este suceso se produce. I.as propiedades
o cualidades de un objeto no dependen tanto de su naturaleza como del
conjunto de condiciones en las que existe en un momento dado. El conjunto de
estos elementos, hechos, relaciones y condiciones constituye lo que se denomina
“situación”.
el presente abre la posibilidad de enlazar pasado y futuro.
En el trabajo de asesoramiento, el “aquí y ahora” se organiza en torno a la
interacción con un otro. Se trata de un otro, individual o colectivo, portador de
tradiciones, saberes, representaciones y valores que se derivan tanto de la
cultura profesional como de la cultura institucional de la organización en la cual
se desempeña. Frente a él, en ese espacio de interacción del que venimos
hablando, es indispensable reconocer el lugar del asesor también como
portador de estos mismos contenidos.
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Según este autor, el trabajo sobre la demanda ocupa un lugar central, en la medida en que permite
asegurar y garantizar que los sujetos involucrados en la intervención asuman voluntariamente los riesgos
y las responsabilidades que ésta acarrea. Afirma este autor: “La demanda misma no es obvia. ¿Bajo qué
condición se puede considerar que la demanda es lo suficientemente explícita como para autorizar el
comienzo de la investigación? La demanda ¿es el resultado de un proceso espontáneo o debe ser
solicitada, inclusive provocada?... En todo caso la demanda exige un riguroso trabajo de
elaboración” (Dejóurs, 1998a, pág. 56).
No se plantea como algo obvio ni como un pedido que pueda definirse de una
vez y para siempre, sino que, por el contrario, se trata de estimularla y
provocarla en el marco de un encuadre de análisis permanente.
Mientras que en el caso del asesoramiento como práctica localizada la demanda
es el punto de partida necesario para establecer la relación y el contrato de
trabajo, en el asesoramiento como práctica transversal nos posicionamos de
otra manera. Lejos de plantear que es posible asesorar sin que exista
reconocimiento suficiente de la necesidad de ayuda, resulta importante tener
en cuenta que la demanda es el resultado de un proceso paulatino de
problematización con el otro. Esto significa considerar que el trabajo sobre la
demanda no queda asociado únicamente a la etapa inicial del asesoramiento,
sino que, por el contrario, constituye una cuestión que no puede ser
desatendida en ningún momento.
La idea de montaje
Esta cita nos lleva a introducir otra idea. El movimiento propio de montaje al
Creemos captarlo en su esencia cuando vemos a alguien correr, como una saeta en una
competencia deportiva, en un avión que busca su vuelo o en una lancha que abre
raudamente un surco en el agua. De igual modo, pensamos que nos “movemos” en un
texto al ir pasando sus páginas, cuando concretamos el “recorrido” desde su primera
hoja hasta su última línea. Generalmente en ese punto se estima que la labor central de
la lectura ha culminado. Ahí, sin embargo, empieza a emerger su movimiento (1993,
pág. 31)
Esta cita nos lleva a introducir otra idea. El movimiento propio de montaje al
que aludimos, ya sea pensado desde el cine y el teatro como desde la mecánica,
se produce por efecto de continuidades y discontinuidades. Este movimiento
está compuesto, por un lado, por un encadenamiento de sucesos que se
reconocen y reconstruyen en una temporalidad lineal, entre presente, pasado y
futuro, y por otro lado, por la irrupción de hechos sorpresivos, súbitos e
impredecibles que se definen como “acontecimiento”.
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Larrosa y Skiliar definen con la palabra porvenir la relación con lo que “no se puede anticipar, ni
proyectar, ni prever, ni predecir, ni prescribir, con aquello sobre lo que no se puede tener expectativas,
con aquello que no se fabrica, sino que nace [...] aquello que escapa a la medida de nuestro saber, de
nuestro poder y de nuestra voluntad” (2002, pág. 418).
sobre lo que quiere hacer, que lleva delineado un plan de trabajo, que desde un
criterio de realidad se fijó metas razonables y posibles, etc. Sin embargo, por
más previsión que haya hecho o, en palabras de Larrosa (2000), por más saber,
poder y voluntad que ponga en juego, esto no significa que pueda atrapar todo
lo que en ese campo ocurra. Siempre existe un resto, una falla, algo que no pudo
ser pensado, que escapó a toda posibilidad de representación, algo que no llegó
a ponerse en palabras o que simplemente nos tomó por sorpresa.
En definitiva, se trata de un montaje’ siempre imperfecto, en permanente
construcción y transformación, que sabe de las continuidades pero también de
los quiebres y las rupturas, que instala el “no sé”, el “puede ser” y el “quizás”
como figuras de lo inédito. Hasta aquí definimos la idea de montaje como
articulación de partes, piezas o mecanismos. En el trabajo de asesoramiento, no
hablaremos de piezas sino de escenas que aluden a diferentes actos de trabajo
que se ligarán, en cada caso, de manera singular y situacional. En un intento de
reducir a su mínima expresión este planteo sin por ello simplificarlo,
reconocemos al menos dos escenas mediante las cuales es posible expresar la
idea de montaje:
— una escena refiere al momento de asesorar: el asesor y los asesorados son sus
protagonistas;
— la otra, a la situación de trabajo en la cual se pondrá en juego, en parte,
aquello que asesor y asesorado pudieron pensar, elaborar y construir
conjuntamente.
En algunos casos, sólo se tratará de dos escenas; en otros, una de estas escenas
condensa varias, enlaza y asocia varios actos de trabajo4 . Una lectura ingenua
de esta idea podría llevar a pensar que estamos hablando de un
encadenamiento lineal de escenas y momentos, como si en uno de ellos se
recibieran o elaboraran recomendaciones, actividades y recursos para ser
aplicados posteriormente en otros. Lejos de esto, nos interesa destacar la idea de
tiempo diferido como un rasgo central del montaje. En este caso, lo diferido no
alude a un tiempo postergado o pospuesto, tampoco al tiempo de los relojes,
sino a un otro tiempo, asociado a sucesos imprevistos, a otros espacios, otras
personas y otras tareas. En síntesis, alude a esa segunda escena que ligamos al
acto de trabajo de un maestro, un profesor, un alumno o un director en
situación de ser asesorado. Pensar el asesoramiento en esta línea implica
reconocer en el montaje el interjuego entre la presencia y la ausencia de asesor y
asesorado. En la primera escena es indudable la presencia del asesor y el
asesorado. Por ejemplo, un director y un maestro están presentes reflexionando
sobre cómo trabajar con otros que no están: los alumnos de ese maestro. En ese
momento, piensan en ellos, se los representan en sus diálogos habituales, en sus
reacciones más frecuentes, en aquello que les gusta o no hacer, en las
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Pensemos, por ejemplo, en la situación de un rector que asesora a un coordinador de área respecto del
desarrollo de experiencias de innovación que los profesores llevarán adelante en su trabajo con los
alumnos. En este caso, el montaje se complejiza. El encadenamiento al que hacemos referencia supone el
enlace de, al menos, tres escenas: la escena del rector asesorando al coordinador de área, la de este
coordinador trabajando con los profesores de las materias involucradas en la experiencia de innovación y
la de los profesores desarrollando esta experiencia con los alumnos en el aula.
situaciones más exitosas y las de mayor dificultad. Como contrapunto,
imaginan qué hacer con ellos, qué tarea proponerles, cómo obtener mejores
resultados.
En la segunda escena, el maestro se encuentra en su salón de clase trabajando
con ese grupo. El ausente es ahora el director con quien estuvo intercambiando
ideas sobre la situación que en ese momento se configura como su acto de
trabajo. Pasan a estar presentes quienes en la primera escena estaban ausentes:
los alumnos. La circunstancia que allí se dará sólo pudo anticiparse en parte,
porque la presencia misma de los alumnos hace posible una situación que
indefectiblemente tendrá algo del orden de lo imprevisto. En esta segunda
escena, el maestro podrá llevar adelante con sus alumnos un trabajo interesante
y productivo, podrá introducir un cambio en relación con lo que venía haciendo
o con o que venía sucediendo o, por el contrario, realizará un trabajo que a
pesar de todo seguirá en la línea de lo que ya estaba ocurriendo. Posiblemente
lo que marca la diferencia entre una u otra alternativa sea la posibilidad de estar
alerta a aquello que en la segunda escena se presenta como inédito y
desconocido. En algunos casos, el maestro-asesorado captará la
imprevisibilidad de su campo de trabajo y, desde allí, decidirá qué hacer,
tomará más o menos lo pensado, dejará o no en suspenso lo anticipado y
previsto. En otros casos, al no advertir lo nuevo de la situación, intentará
responder fielmente a lo acordado, aplicando linealmente aquello que fue
pensado y planeado, sin posibilidad de ajuste y adecuación.
¿Cómo juega la palabra del otro cuando éste está ausente? ¿Cómo tolerar la
sensación de extrañeza cuando aquello que se presenta no había sido previsto,
anticipado? ¿Cómo la presencia del otro queda asociada a la idea de inclusión y
su ausencia, a la de exclusión?
- “actividad desplegada por los hombres y las mujeres para enfrentar lo que no
está dado (por la organización teórica del trabajo)”;
- “todo lo que los hombres y las mujeres se ingenian en inventar para encontrar
los mejores compromisos entre lo que deben hacer, lo que es posible hacer, y lo
que desearían hacer teniendo en cuenta lo que creen que es justo o bueno”
(Dessors y Guiho-Bailly, 1998, págs. 11-12)
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Tal como lo señala Ardoino (1981), la noción de intervención, en tanto “acto de un tercero que
sobreviene en relación con un estado preexistente”, puede asociarse tanto a la idea de mediación, buenos
oficios, ayuda o cooperación como a la idea de intromisión, o intrusión.
dificultad planteados. En un movimiento de entrada y salida, de presencia y
ausencia, su intervención apunta a volver a mirar la situación de cada uno,
abriendo interrogantes allí donde no estaban, preguntándose sobre aquello que
aparece como certezas acerca de lo que se sabe, lo que se necesita, lo que ocurre.
Más allá de cuál sea su posición formal (en tanto asesor interno o externo),
intentará alcanzar una exterioridad que no suponga ajenidad.
3. NOVELANDO EXPERIENCIAS
Las maestras de la escuela le pedían ayuda porque ya no sabían qué hacer con
los chicos que tenían dificultades de aprendizaje. Cada tanto armaban una lista
con sus nombres y se la daban para que trabajara con ellos. Cuando esto
ocurría, siempre pasaba lo mismo: terminaban discutiendo. La psicopedagoga
reaccionaba con enojo diciéndoles que no alcanzaba con sentarse cada tanto un
rato con el niño, que ellas tenían que pensar estrategias desde el aula. Las
maestras, por su parte, le reprochaban que seguramente para ella era fácil dar
esta respuesta porque sólo venía algunos días y estaba afuera del aula.
Así como venía el enojo, también se disipaba. Ambas partes coincidían en que
no se trataba de echarse culpas, sino que simplemente no sabían qué hacer ante
una situación que para todos era nueva. Los niños y los padres ya no eran los
del barrio; los que hoy estaban, esperaban y reclamaban cada vez más. El
circuito era siempre el mismo: los padres reclamaban a las maestras; las
maestras, frente a esto, reclamaban a la psicopedagoga, y la psicopedagoga
terminaba reclamando a las maestras. Reconocía que su enojo tenía que ver con
la sensación de que se esperaba de ella soluciones mágicas. Su relato volvía una
y otra vez al mismo punto de partida: las maestras le decían que no podían con
estos chicos y ella les contestaba que tampoco podía. La situación era difícil
para todos. En sus palabras: “estamos en un circulo vicioso y no podemos
avanzar”.
Esta historia nos pone ante un hecho que habitualmente se presenta en la
práctica de asesoramiento: considerar la dificultad como problema, como si
estos dos términos fueran sinónimos. La dificultad forma parte de lo que
generalmente aparece reconocido en forma explícita, en tanto que los problemas
resultan de un proceso de interrogación de lo establecido que avanza en el
planteo de nuevas preguntas sobre aquello que permanece implícito.
Nos preguntamos hasta qué punto este relato era absolutamente personal o
expresaba, en su versión, explicaciones habituales y significados disponibles en
la cultura de esa escuela. Seguramente, esta visión de los hechos era la vocera
de la visión de los otros que trabajaban allí y compartían su preocupación por
estar inmersos en la misma situación y cultura institucional.
14. Partimos de concebir la cultura institucional como un conjunto de
producciones materiales y simbólicas que cada unidad organizacional elabora a
lo largo del tiempo a partir del interjuego existente entre algunas condiciones
básicas del funcionamiento: el espacio material, las personas, el proyecto, la
tarea a través de la cual se avanza en el logro de fines y que se desarrolla según
una particular división del trabajo, los sistemas de organización que regulan la
trama de relaciones sociales.
Otra pregunta que hoy señalamos como importante es cuál es el adentro y el
afuera en esta situación, o mejor dicho ¿el afuera o el adentro de qué?’ 6 Del
aula, de la escuela, de la cotidianidad. Seguramente todas estas respuestas sean
válidas. Como veíamos al analizar la idea de montaje, habitualmente la
presencia queda asociada a lo que está adentro e incluido y la ausencia, a lo que
está afuera y excluido. La presencia es la que se relaciona con el hacer y la
ausencia, con el saber. El que está presente es quien “pone el cuerpo” y hace; el
que está ausente es quien sólo puede ser representado, evocado, recordado. -
Esta dinámica favorece un tipo de tratamiento de la dificultad en la cual unos
terminan responsabilizando a otros: las maestras a la psicopedagoga y la
psicopedagoga a las maestras, cada uno entendiendo que el problema es de la
otra parte. Esta reacción común a ambas partes, puede ser interpretada como un
comportamiento en el cual se expresa la proyección como mecanismo de
defensa.’7 A través de este mecanismo, quienes tienen responsabilidad sobre la
dificultad quedan momentáneamente liberados de ella esperando que otro la
resuelva. --
Una mirada rápida o una escucha prejuiciosa pueden llevar a pensar que el
nudo de esta historia pasa por “sacarse el problema de encima”. Sin embargo,
otras explicaciones son posibles. Aquí existe un pedido de ayuda que requiere
ser descifrado. Seguramente, el modo de expresarlo no hizo posible que la
psicopedagoga como asesora pudiera escucharlo e interpretarlo. El enojo ocupó
el lugar de la interrogación, inhibiendo la posibilidad de avanzar- en la
problematización. El mismo comportamiento de proyección obstaculizó la
configuración del campo de asesoramiento, en tanto dificultó el análisis de la
situación, fragilizó el vínculo asesor-asesorado, quedando interpelado el asesor
en su posición institucional y en su saber experto. También cabe suponer que la
posibilidad de montaje y articulación de escenas corrió peligro. Se configuró
una situación especular: por un lado, los maestros y los chicos; por otro, la
psicopedagoga y los chicos, en otras palabras, [a. maestra y el problema, la
psicopedagoga y el problema. El momento de -trabajo de la psicopedagoga con
las maestras, en tanto oportunidad de asesorarlas, reflexionar conjuntamente
sobre las dificultades y construir juntas posibles líneas y estrategias de trabajo
con los chicos, fue la escena vacante, la escena ausente. En su lugar aparece otra:
la psicopedagoga con la lista de los alumnos en riesgo de repetir.
El problema queda asociado a las dificultades en los resultados que alcanzaban
los alumnos, y la posibilidad de problematización resultó ser muy escasa. La
6
. Esta cuestión nos pone frente a un riesgo: adherir ciegamente a concepciones binarias que, en palabras de Puiggrós y Dussel,
atraviesan el pensamiento pedagógico, como el adentro y el afuera, los incluidos y los excluidos, intentando ir más allá de una
simple demarcación de las diferencias. Véase “Fronteras educativas en el fin de siglo: utopías en el imaginario pedagógico”, en
Puiggrós y Dussel (1999).
7
Laplanche y Pontalis definen la proyección como “una operación por medio de la cual el sujeto expulsa de sí y localiza en otro [...]
cualidades, sentimientos, deseos, incluso objetos que no reconoce o que rechaza en sí mismo” (1971, pág. 306). Se trata de una
palabra que admite diferentes significados, razón por la cual entendemos imprescindible estar atentos a esa definición. Berenstein
(1989) define la delegación, siguiendo los planteos de Stierlin, como un proceso relativo a la temprana infancia, a la situación de
dependencia que rige en esos momentos y a los vínculos de lealtad que se establecen. Son muy interesantes algunos rasgos centrales
que reconoce en este proceso a partir de pensar en la relación entre la autonomía, la individuación y la separación.
lista de alumnos con dificultades es una muestra de ello. Por su intermedio, las
maestras podrían estar expresando implícita y, por qué no, silenciosamente: “no
podemos con ellos, ¿vos sabés qué hacer?”.
Tanto por las palabras como por los gestos, las maestras rechazaron su
ofrecimiento. Entre frases tales como “qué interesante”, “nos va a venir muy
bien para el año que viene”, una maestra le respondió que ella también tenía
muchos problemas, que sus preocupaciones eran otras y estaba manejándose
sola. Reconoció que seguramente para las dos maestras de quinto debía ser
importante lo que estaban haciendo, pero señaló que esto no era así para todas.
Ante esta respuesta, la directora respondió casi sin pensar que seguramente
quienquiera que fuera la maestra de ese grupo iba a tener dificultades el año
siguiente.
Cuando en la consulta le preguntamos qué la había movido a responder de esta
manera, explicó que había tenido una percepción muy desagradable, casi
intolerable, como si las maestras le hubieran dicho y se hubieran dicho unas a
otras: “dejala que hable”.
Queda claro que uno de los elementos centrales para comprender aquello que
se juega en el vínculo asesor-asesorado pasa por el reconocimiento del hacer.
Para Dejours (1998a), este reconocimiento es anterior al afianzamiento del sujeto
en su identidad como trabajador. Por ello, lo que cuenta son los juicios sobre el
trabajo de cada uno, sobre la valoración que los Otros hacen del sentido, la
utilidad, la calidad de lo alcanzado. En sus palabras: “estos juicios tienen en
común una particularidad, se refieren al trabajo realizado, es decir al hacer, y no
a la persona”. Sin embargo, ejercen un impacto sobre la subjetividad, en tanto
ofrecen la posibilidad de obtener, como retribución simbólica, la satisfacción
por el propio trabajo. En esta historia, el desencuentro vincular, la
imposibilidad de articular diferentes textos, el tiempo diferido en exceso y la
falta recíproca de reconocimiento vivida por la directora y las maestras del
segundo ciclo muestran una vez más hasta qué punto la dificultad de
configurar un campo y la ausencia de montaje representan obstáculos que
traban la posibilidad de llevar adelante el trabajo de asesoramiento.