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Facultad de Psicología, Universidad Nacional de Córdoba. Email: paula.irueste@unc.edu.ar,
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Facultad de Psicología, Universidad Nacional de Córdoba
Recibido: 29-08-2018 La posibilidad de revisar y analizar los conceptos clásicos de la Terapia Familiar
Primera revisión: 09-05-2018 surge a partir del intercambio de ideas y la resultante reflexión con los y las
Aceptado: 26-05-2020 estudiantes de los últimos años de la Licenciatura en Psicología, de la Facultad
de Psicología, Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Se considera que los
diversos cambios que emergen en el contexto actual proponen desafíos y abren
la posibilidad de pensar y re-construir una nueva manera de mirar. El siguiente
Palabras clave artículo es una invitación a re-pensar los desarrollos teóricos clásicos de la
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Keywords Abstract
family therapy, family, system,
The possibility of reviewing and analyzing the classic concepts of Family Therapy
complex love, gender
arises from the exchange of ideas and the resulting reflection with students in the last
years of the Degree in Psychology, Faculty of Psychology, Universidad Nacional de
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Córdoba (UNC). It is considered that the diverse changes that emerge in the current
context propose challenges and open the possibility of thinking and re-constructing
a new way of looking. The following article is an invitation to rethink the classic
theoretical developments of Salvador Minuchin’s structural therapy in relation to
the contextual changes that have taken place in recent times. The notions of family
structure as a system and the notions of subsystems and limits, analyzed through
a gender perspective, are deepened. The evolution of the concept of family is
reviewed in relation to the functions within the system and the different components
of complex love. Finally, the person of the therapist is considered to be fundamental
as an integral part of the therapeutic system and his or her unique approach to
looking at the phenomena in which he or she intervenes.
20 1. INTRODUCCIÓN
El interés por revisar los conceptos clásicos de la Terapia Familiar surge a partir de la deman-
da de los y las estudiantes de los últimos años, de la Licenciatura en Psicología, de la Facultad de
Psicología, Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Los diversos cambios emergentes en relación
a los estudios de género han creado en el estudiantado una nueva manera de mirar lo cual resulta
sumamente desafiante y gratificante para la revisión de teorías que podemos considerar como “clási-
cas” que, si bien han realizado indudables aportes al campo de estudio de la Psicoterapia Sistémica,
han sido creadas en un contexto social singular con concepciones pre-establecidas, mitos y estereo-
tipos acerca de los conceptos de familia, su organización, los roles y las funciones, especialmente
en relación al género de los miembros de las familias, que resulta necesario re-pensar para construir
nuevos significados. Por esto, el objetivo de esta comunicación será el de realizar una revisión de
los mencionados aportes clásicos para proponer una nueva manera de mirarlos considerando las
características particulares del contexto actual.
La terapia estructural de familia remite a un conjunto de desarrollos teóricos y de técnicas
construidas a los fines de estudiar e intervenir sobre el individuo inserto en su contexto social. La
misma se propone modificar la organización de la familia, asumiendo que al transformar la estruc-
tura del grupo familiar, se alteran, de manera consecuente, las posiciones que cada miembro ocupa
en el sistema, las interacciones entre los mismos y sus experiencias internas. En este sentido, se
postula, como supuesto fundamental que la persona, se constituye en un miembro activo y reactivo
de los diferentes grupos sociales en los cuales se halla inmerso; en otras palabras, influye en los dis-
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tintos sistemas de los cuales forma parte y es influida por estos de manera recíproca. Construir las
teorías y las intervenciones en salud mental a partir de las ideas previamente mencionadas, resultó la
innovación fundamental que permitió concebir a este marco de referencia como un nuevo enfoque
(Minuchin, 1974).
Por tanto, continuando con la idea de innovación iniciada por Minuchin es imposible no tomar
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en consideración los cambios acontecidos en el contexto actual a la hora de aplicar la teoría a las
realidades socialmente construidas que nos rodean. Se revisarán ciertos conceptos fundamentales
que hacen a la terapia estructural familiar, de-construyendo los desarrollos mencionados para poder
mirarlos desde una perspectiva de género. Esto, a los fines de poner en tensión aquellos postulados
de la terapia estructural de familia determinados por el contexto social de los años ‘70, y las con-
cepciones y configuraciones familiares que se han desarrollado de manera acorde a los escenarios
de la actualidad.
En la presente comunicación profundizaremos entonces las nociones de estructura familiar
como sistema y las nociones de subsistemas y límites. A partir de este desarrollo, revisaremos el
concepto de familia para, finalmente, adentrarnos en la persona del terapeuta, como integrante del
sistema terapéutico, a la hora de mirar los fenómenos en los que interviene.
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2. DESARROLLO
Lamas (2001) define al género como una construcción simbólica y cultural fundamentada en
la diferenciación anatómica sexual. En otras palabras, a través de diversos procesos sociales y cultu-
rales, cada sociedad define y caracteriza las representaciones sociales que corresponden al “hombre”
y a la “mujer” adentrándose en un sistema de tipo binario.
A su vez, como resultado de dichos procesos se establecen normas culturales sobre los com-
portamientos esperables para ambos. Es decir que el sexo, en tanto diferenciación biológica con
la cual nacemos, conlleva diferencias reproductivas, pero no diferencias actitudinales, normativas,
conductuales o de roles. Todo ello es producto de la asignación social (López, 1988 citado en Gar-
cía-Leiva, 2005).
La sexualidad se constituye inserta en un determinado contexto, al cual le pertenece un siste- 21
ma ideológico que establece los parámetros de aquello que se considera femenino y se distingue de
lo masculino (Vega, Barrionuevo y Vega, 2007). En este sentido, la identidad de género es la auto-
clasificación como hombre o mujer sobre la base de aquello que culturalmente se entiende como tal
(López, 1988 citado en García-Leiva, 2005). “Es el conjunto de sentimientos y pensamientos que
tiene una persona en cuanto miembro de una categoría de género” (Carver, Yunger y Perry, 2003
citado en García-Leiva, 2005, párr. 13).
Estas concepciones actuarán como guía para el desarrollo del análisis; tomando las palabras
de la autora, como “filtro cultural con el que interpretamos en el mundo (...)” (Lamas, 2001, p.18).
el género de sus integrantes; de hecho, el autor enuncia de manera explícita, que para constituirse
como tal el subsistema requiere de un hombre y una mujer. En la actualidad la unión de las parejas
no es exclusiva de “adultos de sexo diferente” como condición para su formación.
Por otra parte, el subsistema parental aparece con el nacimiento del primer hijo. El funcio-
namiento de la unidad conyugal debe modificarse para enfrentar las demandas de la parentalidad.
Aparece la necesidad de delimitar las funciones que se corresponden con la crianza y la tarea de ser
padres y madres, de aquellas que remiten a las funciones de esposos y esposas. El desarrollo del
niño o la niña exigirá ciertas demandas al subsistema parental, por lo que deben modificarse para
satisfacerlas (Minuchin, 1974).
La transición por las diversas etapas del desarrollo requiere una acomodación por parte de los
miembros de la estructura familiar, donde se redefinen las funciones y con éstas las relaciones de Paula Irueste, Ailen Saco y Caterina Loyola
género. Las conceptualizaciones del autor en relación al nacimiento y cuidado de los hijos y/o de
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las hijas posicionan a la mujer como inmersa en el mundo infantil y alejada del mundo adulto, por
sólo ocuparse de la crianza. Más aún, Minuchin (1984) concibe que pueden desencadenarse en las
mujeres ciertas frustraciones, que implicarían una envidia hacia las actividades del marido. Por otra
parte, el esposo puede sentirse agobiado por las demandas de la familia y estorbado en su trabajo.
En estos planteos, aparece la posición de la mujer como relegada hacia las funciones ple-
namente parentales de nutrición, alimento y guía. Las posibilidades de la mujer para desarrollar
su talento y continuar con su propia carrera se hallan supeditadas al crecimiento de los hijos/as y
al aplacamiento de las demandas y exigencias de estos últimos en relación a su madre (Minuchin,
1984). Es decir, que las funciones de parentalidad, estarían en estrecha relación a la mujer, y, al mis-
mo tiempo, en dependencia de la edad de los hijos/as; mientras que se enfoca al hombre vinculado
mayormente al mundo laboral y al éxito profesional. Nótese además que el término “parentalidad”
remite al padre, cuando podría también utilizarse el término “marentalidad”. En este sentido, cabe
22 observar cómo se sostienen las representaciones de las funciones parentales en relación al género y
con preponderancia de la figura masculina.
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rol como perteneciente a la esfera privada (Goodrich et al., 1989). La necesidad de saber que sucedía
con las mujeres dentro del seno familiar, ha impulsado a las terapeutas feministas a incorporar al
género como una categoría de análisis imprescindible en la terapia (Walters, Cartes, Papp y Sil-
verstein, 1991), por tanto, también en investigaciones y avances científicos.
Por su parte, las investigaciones en familias homoparentales afirman que no existen diferen-
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cias significativas entre los hijos e hijas provenientes de familias homoparentales y heteroparen-
tales (Gómez Arias, 2004). Más aún, diversos estudios proponen como pilar fundamental, para el
desarrollo de los y las integrantes en la estructura familiar, el grado de armonía o desarmonía que
predomine en la misma, más allá de la configuración que la familia adopte (Gómez Arias, 2004).
Estas conceptualizaciones permiten reflexionar y avanzar en la deconstrucción de las relaciones
establecidas entre género y función.
A su vez, los desarrollos de Ceberio (2011), exhiben la transición de paradigmas que ac-
tualmente la sociedad atraviesa con respecto a estas estructuras familiares. Ambas estructuras, las
antiguas y las nuevas, como el autor las denomina, se diferencian por mandatos, normas, hábitos y
funciones de cada miembro y del sistema en general.
Actualmente, estas estructuras se interceptan apareciendo entrelazadas, en una misma fami-
lia, características, funciones y pautas transaccionales que responden a los dos modelos. La nueva
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estructura familiar, que responde mayormente a padres y madres de la generación del ‘60 y ‘70, se
caracteriza por una mayor flexibilidad de las funciones en diversas dimensiones. Ya sea en relación a
la apariencia de una familia “unida”, a través de ciertos mandatos familiares, como en las tareas del
hogar y crianza de los hijos e hijas. Es decir que, tanto hombres como mujeres aportan a la economía
familiar, al mismo tiempo que ambos participan en la organización de tareas domésticas (Ceberio,
2011). No obstante, diversas investigaciones realizadas en España han mostrado como la variable de
género influye en la corresponsabilidad del trabajo doméstico. Los resultados aún indican una baja
implicancia de los hombres en las tareas domésticas (Gómez Lamont, 2015). Las diferentes formas
de distribución de roles en la pareja se muestran en relación a la percepción de injusticia en la distri-
bución de los mismos y la conciencia de género (Paterna y Martínez Martínez, 2009).
En la misma perspectiva, el concepto de límite, pilar de la teoría de Salvador Minuchin, conti-
núa siendo esclarecedor al momento de observar el interjuego relacional de las familias.
Para ello, resulta preciso retomar ciertas consideraciones en relación a las tareas y funciones 23
previamente mencionadas; Minuchin (1974) entiende que una de las necesidades más básicas del
niño o de la niña es la figura de una madre que lo alimente, proteja e instruya. En esta afirmación se
hace evidente la asignación de roles y funciones, basadas en el género de quien las ejerce. De igual
modo, estas consideraciones respecto al género resultan recurrentes en sus desarrollos acerca de
los límites de la estructura familiar. El autor menciona la existencia de dos estilos transaccionales
diferentes: aglutinamiento y desligamiento y plantea la posibilidad de que el subsistema madre-hi-
jo/a tienda hacia el aglutinamiento frente a los niños y niñas; es posible que la madre y los/as niños/
as más pequeños/as tiendan a aglutinarse hasta un punto tal que ubique al padre como periférico,
al mismo tiempo que este último asume una posición más comprometida con los hijos/as mayores.
Un subsistema padre-hijo/a puede tender hacia el desligamiento a medida que los niños y las niñas
crecen y, finalmente, comienzan a separarse de la familia.
Nuevamente, en estos desarrollos se ponen de manifiesto ciertas distinciones que encuentran
su basamento en las diferencias de género, más que en los recursos o posibilidades que los distintos
integrantes exhiben para desempeñar unas u otras funciones.
En otras palabras, por qué no pensar en las funciones de alimentación, contención, protección,
socialización como tareas que aquellos que ocupen posiciones parentales en el sistema, sean quienes
sean, deben desempeñar de la manera más exitosa posible a los fines de resguardar la salud mental
de sus hijos/as y de todos los miembros. Y, al mismo tiempo, reparar en los recursos y potencialida-
des que los distintos integrantes parentales poseen a los fines de asumir sus funciones y desempeñar-
se de la manera más saludable posible.
Estos replanteos son fundamentales ya que los conceptos de las funciones familiares también
cambian a medida que se modifica la sociedad.
En este sentido, se considera revelador retomar un fragmento de una entrevista que realiza
Richard (1996), a Salvador Minuchin, en la cual el intelectual enuncia:
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Las feministas me hicieron darme cuenta que yo he puesto a las mujeres en categorías angostas y que mis
etiquetas para las mujeres contenían prejuicios de género: para mí la preocupación de una madre podía, fácil-
mente, ser desechada como sobreprotección. (…) Focalizaba en el hombre, proveyendo dirección; y la mujer,
crianza, y en mi trabajo enfatizaba la importancia de la dirección y daba por sentado la crianza. Creo que ya no
hago más eso. Estoy más atento a los mensajes de las etiquetas y presto atención a lo que privilegio. Pero sigo
trabajando, sistemáticamente, viendo cómo las parejas se gatillan mutuamente en sus interacciones. Siempre he
pensado que trabajar con el hombre es una forma importante de atraerlo hacia la familia, hacerlo más participa-
tivo y aliviar las cargas de la mujer; pero ahora presto más atención a estar seguro de que la voz de esta última
se oiga, su dolor se exprese y su necesidad de respeto se comprenda (Minuchin, parr.39).
Si bien se continúa advirtiendo cierta dificultad, en el autor, para desprenderse de postulados Paula Irueste, Ailen Saco y Caterina Loyola
basados en “prejuicios” con respecto al género, resulta en extremo interesante su replanteo y la aper-
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ble para la vida, para la salud y el crecimiento (Linares, 2002).
Las dos modalidades de amor de mayor relevancia a nivel psicológico y, de manera conse-
cuente, en el campo de la salud mental, son el amor conyugal o de pareja y el amor parento-filial.
En ambas modalidades, los elementos cognitivos y emocionales presentan similaridad, en tanto se
encuentran con análoga importancia, el reconocimiento, la valoración, el cariño y la ternura. No
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En base a estos supuestos, podría reflexionarse acerca de los conceptos revisados de la terapia
estructural y concebirse al subsistema conyugal en relación a una interacción en la cual se hallan
presentes los diversos elementos que componen el amor complejo en su vertiente de amor de pareja,
mientras que las funciones de parentalidad podrían delimitarse en torno a los componentes de este
mismo juego relacional en su modalidad de amor parento-filial. En otras palabras, si acordamos
con estos supuestos, cabe derivar las distintas funciones de quienes integran el sistema en base a
los componentes del amor complejo y a los recursos de los cuales disponga cada integrante para
llevarlas a cabo, sin distinción de género alguna, considerándolas desde la complementariedad. De
esta manera, es posible modificar la jerarquía en la estructura familiar por características como la
democratización, la sensibilidad y la posibilidad de consensuar para efectuar las funciones familia-
res (Goodrich et al., 1989).
La personalidad se construye en función de cuánto y cómo se siente amada la persona, y es,
a la vez, por ello, infinitamente compleja. Porque hay infinitas maneras de amar y de ser amado 25
(Linares, 2012).
Considerando el análisis realizado, dentro la multiplicidad actual de ser y hacer familia apa-
rece la legitimación de ciertas lógicas y representaciones sociales ligadas al género y sus funciones,
lo que obturaría la posibilidad de mirar con claridad el interjuego relacional. Sin embargo, la familia
continúa siendo un recurso que permite enfrentar la incertidumbre de la exigencia social, por medio
de los vínculos e identidades que se generan en su seno.
Poner en perspectiva esta observación cuando estamos frente a una familia, es posible que
cambie el rumbo del tratamiento, las características de las intervenciones e incluso afecte sustancial-
mente el funcionamiento de una familia. Atribuir la responsabilidad del síntoma o la victimización
a una cuestión de género, ignorar el valor del trabajo doméstico, cuidado y crianza o describir con-
ductas como naturales en el hombre (ser fuerte y explosivo; distante emocionalmente), son algunos
ejemplos de lo que puede implicar un sesgo de género (Macías-Esparza y Laso Ortiz, 2017) de no
mediar una deconstrucción por parte de los y las terapeutas que abordan estos problemas relaciona-
les.
Por otra parte, en la enseñanza de futuros terapeutas las variables de género son apenas con-
sideradas (Gómez Lamont, 2015). Nos encontramos en un punto de intersección crucial, donde las
investigaciones respecto al género han emergido como un referente indispensable en la actualidad Paula Irueste, Ailen Saco y Caterina Loyola
(Macías-Esparza y Laso Ortiz, 2017). Sin embargo deben cobrar mayor visibilidad en la práctica
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3. CONCLUSIONES
En acuerdo con los objetivos en el presente artículo se apuntó a profundizar la revisión de los
conceptos clásicos del enfoque estructural sistémico, en torno a las nociones de funciones, subsiste-
mas y límites y concepto de familia, para poder avanzar, luego, en la deconstrucción de los planteos
clásicos y atender a las transformaciones acaecidas a nivel social en los tiempos actuales.
Es preciso destacar que la adherencia a un modelo que no se flexibiliza o adapta a las trans-
formaciones sociales, conduce a clasificar a muchas situaciones que son claramente transicionales
como patológicas o disfuncionales. Si entendemos que el criterio para la vida familiar continúa liga-
do al legendario lema “entonces se casaron y vivieron felices por siempre jamás”, resulta entendible
que una gran proporción de familias se sitúen en extremo alejadas de este ideal (Minuchin, 1974).
Esta revisión de “saberes” naturalizados en los discursos cotidianos, permite reconocer otra
forma de pensar lo que concierne a cada sujeto, sea hombre o mujer, adquiriendo significación las
funciones que persisten dentro del sistema familiar y cómo estas se desenvuelven a través de ciertas
conductas representadas en cada género.
Y a pesar de que el escenario social del creador de la terapia estructural se ha modificado fuer-
temente, retomamos una vez más sus palabras: “La familia cambiará pero también persistirá debido
a que constituye la mejor unidad humana para sociedades rápidamente cambiantes. Cuanto mayor
flexibilidad y adaptabilidad requiera la sociedad de sus miembros, más significativa será la familia
como matriz del desarrollo psicosocial” (Minuchin, 1974, p.84).
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De especial importancia resulta la deconstrucción que pueda realizar el y la terapeuta de sus
propias concepciones para poder avanzar hacia una “nueva manera de mirar” que destierre prejui-
cios, estereotipos y, fundamentalmente, desigualdades que recaen sobre la figura femenina en todas
sus áreas de desarrollo. Esta revisión de las propias concepciones logrará, sin dudas, no sólo una
convivencia humana de mayor calidad, sino también hará posible la construcción de intervenciones
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Revisión de conceptos clásicos de la Terapia Familiar desde una perspectiva de género; p. 19-28