Tesis 5 - Jesucristo Mediador Entre Dios y Los Hombres
Tesis 5 - Jesucristo Mediador Entre Dios y Los Hombres
Tesis 5 - Jesucristo Mediador Entre Dios y Los Hombres
“para confirmar su poder divino sobre la creación, Jesús realiza “milagros”, es decir,
“signos” que testimonian que junto con Él ha venido al mundo el reino de Dios”. Éste
Jesús que, a través de todo lo que “hace y enseña” da testimonio de Sí, como Hijo de
Dios, a la vez se presenta a Sí mismo y se da a conocer como verdadero
hombre. Todo el Nuevo Testamento y en especial los Evangelios atestiguan de modo
inequívoco esta verdad, de la cual Jesús tiene un conocimiento clarísimo y que los
Apóstoles y Evangelistas conocen, reconocen y transmiten sin ningún género de duda.
Las dos naturalezas, son un profundo misterio de nuestra fe: pero encierran en sí muchas
luces. El punto de arranque es aquí la verdad de la Encarnación: “Et incarnatus est”,
profesamos en el Credo. Más distintamente se expresa esta verdad en el Prólogo del
Evangelio de Juan: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). Carne (en
griego “sarx”) significa el hombre en concreto, que comprende la corporeidad, y por tanto la
precariedad, la debilidad, en cierto sentido la caducidad (“Toda carne es hierba”, leemos en el
libro de Isaías 40, 6). Y, como cualquier otro niño, también este “Niño crecía y se fortalecía
lleno de sabiduría” (Lc 2, 40). “Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los
hombres” (Lc 2, 52).
“Nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto
y sepultado”: con estas palabras del Símbolo de los Apóstoles la Iglesia profesa la verdad del
nacimiento y de la muerte de Jesús. La verdad de la Resurrección se atestigua
inmediatamente después con las palabras: “al tercer día resucitó de entre los muertos”.
Resucitar quiere decir volver a la vida en el cuerpo. Este cuerpo puede ser transformado,
dotado de nuevas cualidades y potencias, y al final incluso glorificado (como en la Ascensión
de Cristo y en la futura resurrección de los muertos), pero es cuerpo verdaderamente humano.
Notamos desde ahora que, no existe en Cristo una antinomia entre lo que es “divino” y lo que
es “humano”. Si el hombre, desde el comienzo, ha sido creado a imagen y semejanza de Dios
(cf. Gén 1, 27; 5, 1), y por tanto lo que es “humano” puede manifestar también lo que es
“divino”, mucho más ha podido ocurrir esto en Cristo. Él reveló su divinidad mediante la
humanidad, mediante una vida auténticamente humana. Su “humanidad” sirvió para revelar su
“divinidad”: su Persona de Verbo-Hijo.
La Iglesia también hizo frente a otros errores que negaban la realidad de la naturaleza
humana de Cristo. Entre estos se encuadran aquellas herejías que rechazaban la realidad del
cuerpo o del alma de Cristo. Entre las primeras se encuentra el Docetismo, en sus diversas
variantes, que tiene un trasfondo gnóstico y maniqueo. Algunos de sus seguidores afirmaban
que Cristo tuvo un cuerpo celeste, o que su cuerpo era puramente aparente, o que apareció
de repente en Judea sin haber tenido que nacer o crecer. Ya San Juan tuvo que combatir este
tipo de errores: «muchos son los seductores que han aparecido en el mundo, que no
confiesan que Jesús ha venido en carne» (2Jn 7; cfr. 1Jn 4, 1-2). Arrio y Apolinar de Laodicea
negaron que Cristo tuviera verdadera alma humana. El segundo ha tenido particular
importancia en este campo y su influencia estuvo presente durante varios siglos en las
controversias cristológicas posteriores. En un intento de defender la unidad de Cristo y su
impecabilidad, Apolinar sostuvo que el Verbo desempeñaba las funciones del alma espiritual
humana. Esta doctrina, sin embargo, suponía negar la verdadera humanidad de Cristo,
compuesta, como en todos los hombres, de cuerpo y alma espiritual (cfr. Catecismo, 471).
Fue condenado en el Concilio I de Constantinopla y en el Sínodo Romano del 382.
Unos años más tarde surgió la herejía monofisita. Esta herejía tiene sus antecedentes en el
apolinarismo y en una mala comprensión de la doctrina y del lenguaje empleado por San Cirilo
por parte de Eutiques, anciano archimandrita de un monasterio de Constantinopla. Eutiques
afirmaba, entre otras cosas, que Cristo es una Persona que subsiste en una sola naturaleza,
pues la naturaleza humana habría sido absorbida en la divina. Este error fue condenado por el
Papa San León Magno, en su Tomus ad Flavianum, auténtica joya de la teología latina, y por
el Concilio ecuménico de Calcedonia del año 451, punto de referencia obligado para la
cristología. Así enseña: «hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo:
perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad», y añade que la unión de las dos
naturalezas es «sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación».
BIBLIOGRAFIA
Catecismo de la Iglesia Católica.
DUPUIS. J. Introduccion a la Cristología. 1994
VATICANO II. Constitución Lumen Gentium.
Union Hipostática. G. Lhttp://www.mercaba.org/VocTEO/U/union_hipostatica.htm.