El Hijo de Dios Se Hizo Hombre
El Hijo de Dios Se Hizo Hombre
El Hijo de Dios Se Hizo Hombre
456 Con el Credo Niceno-Constantinopolitano respondemos confesando: "Por nosotros los hombres y
por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se
hizo hombre".
457 El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: "Dios nos amó y nos envió a su
Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10)."El Padre envió a su Hijo para ser salvador
del mundo" (1 Jn 4, 14). "El se manifestó para quitar los pecados" (1 Jn 3, 5):
Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada.
Habíamos perdida la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las
tinieblas, hacia falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros,
un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían
conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla ya
que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado? (San Gregorio de
Nisa, or. catech. 15).
458 El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: "En esto se manifestó el
amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de
él" (1 Jn 4, 9). "Porque tanto amó Dio s al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en
él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).
459 El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: "Tomad sobre vosotros mi yugo, y
aprended de mí ... "(Mt 11, 29). "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí"
(Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la transfiguración, ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7;cf. Dt 6, 4-5). El
es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: "Amaos los unos a los
otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí
mismo (cf. Mc 8, 34).
460 El Verbo se encarnó para hacernos "partícipes de la naturaleza divina" (2 P 1, 4): "Porque tal es la
razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: Para que el hombre al
entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios" (S.
Ireneo, haer., 3, 19, 1). "Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios" (S. Atanasio, Inc.,
54, 3). "Unigenitus Dei Filius, suae divinitatis volens nos esse participes, naturam nostram assumpsit,
ut homines deos faceret factus homo" ("El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos participantes
de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los
hombres") (Santo Tomás de A., opusc 57 in festo Corp. Chr., 1).
II La Encarnación
461 Volviendo a tomar la frase de San Juan ("El Verbo se encarnó": Jn 1, 14), la Iglesia llama
"Encarnación" al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido una naturaleza humana para llevar a
cabo por ella nuestra salvación. En un himno citado por S. Pablo, la Iglesia canta el misterio de la
Encarnación:
Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo: el cual, siendo de condición divina, no
retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo,
haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí
mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. (Flp 2, 5-8; cf. LH, cántico de vísperas del
sábado).
Por eso, al entrar en este mundo, [Cristo] dice: No quisiste sacrificio y oblación; pero me has formado
un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que
vengo ... a hacer, oh Dios, tu voluntad! (Hb 10, 5-7, citando Sal 40, 7-9 LXX).
463 La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana: "Podréis
conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de
Dios" (1 Jn 4, 2). Esa es la alegre convicción de la Iglesia desde sus comienzos cuando canta "el gran
misterio de la piedad": "El ha sido manifestado en la carne" (1 Tm 3, 16).
464 El acontecimiento único y totalmente singular de la Encarnación del Hijo de Dios no significa que
Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo
divino y lo humano. El se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios.
Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia debió defender y aclarar esta verdad de
fe durante los primeros siglos frente a unas herejías que la falseaban.
465 Las primeras herejías negaron menos la divinidad de Jesucristo que su humanidad verdadera
(docetismo gnóstico). Desde la época apostólica la fe cristiana insistió en la verdadera encarnación del
Hijo de Dios, "venido en la carne" (cf. 1 Jn 4, 2-3; 2 Jn 7). Pero desde el siglo III, la Iglesia tuvo que
afirmar frente a Pablo de Samosata, en un concilio reunido en Antioquía, que Jesucristo es hijo de
Dios por naturaleza y no por adopción. El primer concilio ecuménico de Nicea, en el año 325, confesó
en su Credo que el Hijo de Dios es "engendrado, no creado, de la misma substancia ['homoousios']
que el Padre" y condenó a Arrio que afirmaba que "el Hijo de Dios salió de la nada" (DS 130) y que
sería "de una substancia distinta de la del Padre" (DS 126).
466 La herejía nestoriana veía en Cristo una persona humana junto a la persona divina del Hijo de
Dios. Frente a ella S. Cirilo de Alejandría y el tercer concilio ecuménico reunido en Efeso, en el año
431, confesaron que "el Verbo, al unirse en su persona a una carne animada por un alma racional, se
hizo hombre" (DS 250). La humanidad de Cristo no tiene más sujeto que la persona divina del Hijo de
Dios que la ha asumido y hecho suya desde su concepción. Por eso el concilio de Efeso proclamó en el
año 431 que María llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción humana del
Hijo de Dios en su seno: "Madre de Dios, no porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su
naturaleza divina, sino porque es de ella, de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma
racional, unido a la persona del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la carne" (DS 251).
467 Los monofisitas afirmaban que la naturaleza humana había dejado de existir como tal en Cristo al
ser asumida por su persona divina de Hijo de Dios. Enfrentado a esta herejía, el cuarto concilio
ecuménico, en Calcedonia, confesó en el año 451:
Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que confesar a un solo y
mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad;
verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y cuerpo; consustancial
con el Padre según la divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad, `en todo semejante
a nosotros, excepto en el pecado' (Hb 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la
divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la
Madre de Dios, según la humanidad.
Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin
cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida
por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen en
un solo sujeto y en una sola persona (DS 301-302).
468 Después del concilio de Calcedonia, algunos concibieron la naturaleza humana de Cristo como
una especie de sujeto personal. Contra éstos, el quinto concilio ecuménico, en Constantinopla el año
553 confesó a propósito de Cristo: "No hay más que una sola hipóstasis [o persona], que es nuestro
Señor Jesucristo, uno de la Trinidad" (DS 424). Por tanto, todo en la humanidad de Jesucristo debe ser
atribuído a su persona divina como a su propio sujeto (cf. ya Cc. Efeso: DS 255), no solamente los
milagros sino también los sufrimientos (cf. DS 424) y la misma muerte: "El que ha sido crucificado en
la carne, nuestro Señor Jesucristo, es verdadero Dios, Señor de la gloria y uno de la santísima
Trinidad" (DS 432).
469 La Iglesia confiesa así que Jesús es inseparablemente verdadero Dios y verdadero hombre. El es
verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar de ser
Dios, nuestro Señor:
"Id quod fuit remansit et quod non fuit assumpsit" ("Permaneció en lo que era y asumió lo que no
era"), canta la liturgia romana (LH, antífona de laudes del primero de enero; cf. S. León Magno, serm.
21, 2-3). Y la liturgia de S. Juan Crisóstomo proclama y canta: "Oh Hijo Unico y Verbo de Dios, siendo
inmortal te has dignado por nuestra salvación encarnarte en la santa Madre de Dios, y siempre Virgen
María, sin mutación te has hecho hombre, y has sido crucificado. Oh Cristo Dios, que por tu muerte
has aplastado la muerte, que eres Uno de la Santa Trinidad, glorificado con el Padre y el Santo
Espíritu, sálvanos! (Tropario "O monoghenis").
470 Puesto que en la unión misteriosa de la Encarnación "la naturaleza humana ha sido asumida, no
absorbida" (GS 22, 2), la Iglesia ha llegado a confesar con el correr de los siglos, la plena realidad del
alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo. Pero
paralelamente, ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de Cristo pertenece
propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella
pertenece a "uno de la Trinidad". El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo
personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las
costumbres divinas de la Trinidad (cf. Jn 14, 9-10):
El Hijo de Dios... trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad
de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de
nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado (GS 22, 2).
El alma y el conocimiento humano de Cristo
471 Apolinar de Laodicea afirmaba que en Cristo el Verbo había sustituído al alma o al espíritu. Contra
este error la Iglesia confesó que el Hijo eterno asumió también un alma racional humana (cf. DS 149).
472 Este alma humana que el Hijo de Dios asumió está dotada de un verdadero conocimiento
humano. Como tal, éste no podía ser de por sí ilimitado: se desenvolvía en las condiciones históricas
de su existencia en el espacio y en el tiempo. Por eso el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso
progresar "en sabiduría, en estatura y en gracia" (Lc 2, 52) e igualmente adquirir aquello que en la
condición humana se adquiere de manera experimental (cf. Mc 6, 38; 8, 27; Jn 11, 34; etc.). Eso ...
correspondía a la realidad de su anonadamiento voluntario en "la condición de esclavo" (Flp 2, 7).
473 Pero, al mismo tiempo, este conocimiento verdaderamente humano del Hijo de Dios expresaba la
vida divina de su persona (cf. S. Gregorio Magno, ep 10,39: DS 475). "La naturaleza humana del Hijo
de Dios, no por ella m isma sino por su unión con el Verbo, conocía y manifestaba en ella todo lo que
conviene a Dios" (S. Máximo el Confesor, qu. dub. 66 ). Esto sucede ante todo en lo que se refiere al
conocimiento íntimo e inmediato que el Hijo de Dios hecho hombre tiene de su Padre (cf. Mc 14, 36;
Mt 11, 27; Jn 1, 18; 8, 55; etc.). El Hijo, en su conocimiento humano, demostraba también la
penetración divina que tenía de los pensamientos secretos del corazón de los hombres (cf Mc 2, 8; Jn
2, 25; 6, 61; etc.).
474 Debido a su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento
humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar
(cf. Mc 8,31; 9,31; 10, 33-34; 14,18-20. 26-30). Lo que reconoce ignorar en este campo (cf. Mc 13,32),
declara en otro lugar no tener misión de revelarlo (cf. Hch 1, 7).
475 De manera paralela, la Iglesia confesó en el sexto concilio ecuménico (Cc. de Constantinopla III en
el año 681) que Cristo posee dos voluntades y dos operaciones naturales, divinas y humanas, no
opuestas, sino cooperantes, de forma que el Verbo hecho carne, en su obediencia al Padre, ha
querido humanamente todo lo que ha decidido divinamente con el Padre y el Espíritu Santo para
nuestra salvación (cf. DS 556-559). La voluntad humana de Cristo "sigue a su voluntad divina sin
hacerle resistencia ni oposición, sino todo lo contrario estando subordinada a esta voluntad
omnipotente" (DS 556).
476 Como el Verbo se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era
limitado (cf. Cc. de Letrán en el año 649: DS 504). Por eso se puede "pintar la faz humana de Jesús (Ga
3,2). El séptimo Concilio ecuménico (Cc. de Nicea II, en el año 787: DS 600-603) la Iglesia reconoció
que es legítima su representación en imágenes sagradas.
477 Al mismo tiempo, la Iglesia siempre ha admitido que, en el cuerpo de Jesús, Dios "que era
invisible en su naturaleza se hace visible" (Prefacio de Navidad). En efecto, las particularidades
individuales del cuerpo de Cristo expresan la persona divina del Hijo de Dios. El ha hecho suyos los
rasgos de su propio cuerpo humano hasta el punto de que, pintados en una imagen sagrada, pueden
ser venerados porque el creyente que venera su imagen, "venera a la persona representada en ella"
(Cc. Nicea II: DS 601).
478 Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de
nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: "El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí
mismo por mí" (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado
Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), "es
considerado como el principal indicador y símbolo...del amor con que el divino Redentor ama
continuamente al eterno Padre y a todos los hombres" (Pio XII, Enc."Haurietis aquas": DS 3924; cf. DS
3812).