Svampa - La Sociedad Excluyente (Fragmento)

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LA SOCIEDAD EXCLUYENTE.

LA ARGENTINA BAJO EL SIGNO DEL


NEOLIBERALISMO
[Fragmento]

MARISTELLA SVAMPA

Svampa, Maristella (2005): La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo


el signo del neoliberalismo, Buenos Aires: Taurus
Maristella Svampa

Introducción

En las últimas décadas, la entrada en una nueva etapa de acumulación


del capital produjo hondas transformaciones sociales. Esos procesos, caracte-
rizados por la difusión global de nuevas formas de organización social y por la
reestructuración de las relaciones sociales, cambiaron las pautas de integra-
ción y exclusión, visibles en la nueva articulación entre economía y política.
Estos cambios desembocaron en un notorio incremento de las desigualdades
en el interior de las sociedades contemporáneas, creando nuevos ‘bolsones’
de pobreza y marginalidad.
Sin embargo, es necesario tener en cuenta que en los países centrales
los procesos de mutación estructural no se expresaron necesariamente en el
desmantelamiento total o cuasi-total de las instituciones y marcos regulatorios
típicos del modelo anterior (Estado de Bienestar). En contraste con ello, en las
regiones del capitalismo periférico la globalización no sólo profundizó los pro-
cesos de transnacionalización del poder económico, sino que se tradujo en el
desguace radical del Estado Social en su versión ‘nacional-popular’, el que
más allá de sus limitaciones estructurales y tergiversaciones políticas, se había
caracterizado por orientar su acción hacia la tarea nada fácil de producir cierta
cohesión social, en un contexto de sociedades heterogéneas, desiguales y de-
pendientes.
Así, en América Latina, estas transformaciones, que vinieron de la mano
de políticas neoliberales, conllevaron una fuerte desregulación económica y u-
na reestructuración global del Estado, lo cual terminó por acentuar las desi-
gualdades existentes, al tiempo que generó nuevos procesos de exclusión,
que afectaron a un conglomerado amplio de sectores sociales.
Recordemos que, como afirmaban hace décadas los teóricos latinoameri-
canos que reflexionaron sobre la dependencia y la marginalidad, los obstácu-
los al desarrollo forman parte intrínseca del proceso global del capitalismo y,
como tal, son el resultado de la asimétrica articulación entre el centro y la peri-
feria.
En ese sentido, en América Latina la dependencia siempre implicó el re-
conocimiento de que la realidad tenía dos escenas: por un lado, la nacional;
por el otro, la internacional. Así, esta dualidad de escenas limitaba los márge-
nes de acción de los diferentes actores sociales nacionales, al tiempo que se-
ñalaba la incorporación de otros actores económicos, de carácter internacio-
nal, en la difícil articulación entre política y economía.
Sin embargo, en las últimas décadas, a la luz de las nuevas condiciones
de dominación económico-financieras, estos procesos cobraron gran enverga-
dura y dimensión, hasta llegar, para decirlo con términos de Guillermo O’Don-
nell (2001), a ‘un grado y un tipo de dependencia que no soñaron siquiera los
más pesimistas textos sobre la dependencia escritos hace algunas décadas’.
Cierto es que este escenario tenía como telón de fondo la ‘década perdi-
da’, signada por la crisis estructural del modelo nacional-popular, visible en el
incremento de la deuda externa, la alta inflación, la pauperización creciente y,

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La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

al final de los ’80, los episodios hiperinflacionarios. Con todo, el reconocimiento


de la crisis no habilitaba como única salida, y mucho menos como la más ade-
cuada a los intereses de la mayoría de la sociedad, aquella que finalmente ha-
bría de adoptarse, a saber, la ‘solución neoliberal’.
Ahora bien, en la Argentina, en el contexto de la nueva dependencia, la
salida neoliberal se tradujo en la implementación de un programa drástico de
reformas estructurales que, acompañado y facilitado por la instalación de un
nuevo modelo de dominación política, terminó produciendo una fuerte muta-
ción y reconfiguración de la sociedad.
En efecto, cambios de toda índole, algunos ya anunciados desde media-
dos de los ’70, encontraron una inflexión hiperbólica en el marco de la política
neoliberal puesta en marcha por Carlos Menem (1989-1999) y continuada por
su sucesor. En este nuevo marco social, atravesado por una fuerte dinámica
de polarización, todas las clases sociales sufrieron grandes transformaciones.
Mientras que los grupos pertenecientes a la cúspide de la sociedad auna-
ron alta rentabilidad económica y confianza de clase al encontrar en su adver-
sario histórico –el peronismo– un aliado inesperado, una gran parte de la so-
ciedad, perteneciente a las clases medias y populares, experimentó una
drástica reducción de sus oportunidades de vida. Aún así, el proceso no fue,
de ningún modo, homogéneo, pues si bien es cierto que amplias franjas de las
clases medias experimentaron el empobrecimiento y la caída social, otras se
acoplaron con mayor éxito al modelo y buscaron afirmar la diferencia por me-
dio del consumo y los nuevos estilos de vida. Por último, la clase trabajadora,
cuya identidad político-social se había estructurado desde y a partir del
peronismo, atravesaron un proceso de descolectivización que arrojó a la situa-
ción de marginalidad y exclusión a vastos sectores, por vía del trabajo informal
y el desempleo.
En suma, la dinámica de polarización y fragmentación social adquirió tal
virulencia que durante gran parte de la década de los ’90 hubo grandes dificul-
tades en dotar de un lenguaje político a las experiencias de la descolectiviza-
ción, en la cual se entremezclaban diferentes trayectorias y situaciones, ade-
más de sentimientos contradictorios y ambivalentes respecto de la nueva con-
dición social. No era para menos; la mutación era no sólo económica, sino
también social y política.
En realidad, durante la década del ’90, los cambios fueron reflejando rápi-
damente la configuración de un nuevo ‘campo de fuerzas societal’, y que de-
signa menos una estructura ya consolidada que un proceso atravesado por
dos grandes tendencias, suerte de polos magnéticos que arrastran de manera
irresistible a los diferentes grupos sociales hacia uno y otro extremo, hacia la
adquisición de posiciones ventajosas o hacia la descalificación social.
El país nos devolvía así la imagen de una sociedad en pleno estallido, po-
larizada, en medio de una dinámica vertiginosa y a la vez muy inestable. Sin
embargo, la doble dinámica de polarización y fragmentación fue moldeando los
contornos más duraderos de un nuevo país, de una sociedad excluyente, es-

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Maristella Svampa

tructurada sobre la base de la cristalización de las desigualdades tanto econó-


micas como sociales y culturales.
Este trabajo se propone abordar algunas de las dimensiones principales
de ese proceso de mutación y reconfiguración estructural vivido por la Argenti-
na en los ’90, con una óptica que privilegia el análisis de la sociología política.
Su objetivo es describir, en la medida de lo posible, los contornos generales de
la sociedad excluyente.
En la primera parte, titulada ‘La Gran Mutación’, iniciamos el recorrido pre-
sentando las diferentes dimensiones del proceso de mutación estructural, a fin
de instalarnos luego en el terreno propio de la sociología política, a saber, a
través del análisis del modelo de dominación política y sus avatares, así como
las transformaciones en las figuras de la ciudadanía.
En la segunda parte nos concentraremos en estudiar ‘La Nueva Configu-
ración Social’. Para ello, nos proponemos pasar revista al proceso de disloca-
ción y transformación de las diferentes clases sociales, en un contexto que se-
ñala el pasaje de la gran mutación a la consolidación de la sociedad excluyen-
te. Comenzaremos con un análisis de las continuidades y rupturas de los sec-
tores dominantes, para adentrarnos luego en la dinámica de fragmentación de
las clases medias y, por último, avanzaremos en el relato de los procesos de
pauperización y territorialización de las clases populares.
El relato aquí presentado propone un recorrido que privilegia un análisis
desde la sociología política: así, en primer lugar, realizamos el trazado de las
mutaciones económicas, políticas y sociales que hicieron posible la emergen-
cia de otra sociedad y en segundo lugar, nos adentraremos en el análisis de la
dialéctica entre estructuras y prácticas sociales, mediante el estudio de las
transformaciones de los diferentes grupos o clases sociales.

PRIMERA PARTE
LA GRAN MUTACIÓN

Capítulo 1 – Hacia el nuevo orden neoliberal

La hiperinflación constituyó así el momento resolutivo en la interminable


agonía, que llegaba a su término, para la sociedad forjada por la revolución
peronista […] Este fin fue también un principio; el principio de los días que es-
tamos viviendo. A la memoria de esta experiencia debe su fuerza el orden so-
cio-económico y político que hoy vemos perfilarse; es ese recuerdo alecciona-
dor el que da a las mayorías la fuerza necesaria para soportar la ostentosa in-
diferencia de los sectores privilegiados por las penurias que siguen sufriendo
los que no lo son y ofrecer su resignada aquiescencia a la progresiva degrada-
ción de las instituciones cuya restauración celebraron con tan vivas esperan-
zas hace diez años.
Tulio Halperin Donghi. La larga agonía de la Argentina peronista (1994)

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La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

Los momentos de la mutación económica

Durante décadas, en la Argentina imperó un modelo de integración de tipo


nacional-popular, cuya máxima expresión fue el primer peronsmo (1946-1955).
Este modelo se caracterizaba por tres rasgos mayores. En primer lugar, en el
plano económico, presentaba una concepción del desarrollo vinculada a la
etapa de sustitución de importaciones y la estrategia mercado-internista. En
segundo lugar, implicaba el reconocimiento del rol del Estado como agente y
productor de la cohesión social, principalmente por medio del gasto público
social. Esta política se tradujo así en la ampliación de la esfera de la ciudada-
nía, expresada (…) en el artículo 14 bis de la Constitución Nacional. En tercer
lugar, una tendencia a la homogeneidad social, visible en la incorporación de
una parte importante de la clase trabajadora, así como la expansión de las cla-
ses medias asalariadas.
El desmantelamiento de este modelo societal, luego de largos avatares
políticos y tergiversaciones no menores, y su reemplazo por un nuevo régi-
men, centrado en la primacía del mercado, conoció diferentes momentos. En
realidad, el proceso de instauración de un nuevo orden liberal estuvo lejos de
ser lineal o de registrar una secuencia única. De manera esquemática, podría-
mos afirmar que los cambios en el orden económico comienzan en la década
del 70, a partir de la instalación de regímenes militares en el cono sur de Amé-
rica Latina; las transformaciones operadas en la estructura social comenzarían
a tornarse visibles en la década del 80, durante los primeros años del retorno a
la democracia; por último, podemos situar los cambios mayores (…) con la
gestión menemista.
En rigor, el cambio en el régimen de acumulación conoció un primer inten-
to con el ‘Rodrigazo’, bajo el gobierno de Isabel Martínez de Perón (1974-
1976). (…) El ministro de economía Celestino Rodrigo en 1975 (…) aplicó
drásticas medidas de ajuste que implicaron una devaluación del 100 % y un
aumento de las tarifas de los principales servicios públicos (…) El plan de
Rodrigo implicaba una reorientación fundamental de la economía, pues apun-
taba a poner fin a la política económica nacionalista y reformista, característica
del peronismo, para dar paso a una política de estabilización y ajuste, asenta-
da en una alianza con los grupos económicos. Sin embargo, esta primera ten-
tativa por cambiar el régimen de acumulación encontró grandes escollos en las
movilizaciones populares (…) que paralizaron el país y culminaron en una
huelga general decretada por la CGT (…).
La segunda tentativa comenzaría de manera decidida con el Golpe de Es-
tado del 24 de marzo de 1976. (…) El objetivo de la dictadura militar argentina
fue llevar a cabo una política de represión, al tiempo que aspiraba a refundar
las bases materiales de la sociedad. En consecuencia, el corte que introdujo
fue doble: por un lado, mediante el terrorismo de Estado, apuntó al exterminio
y disciplinamiento de vastos sectores sociales movilizados; por otro lado, puso
en marcha un programa de reestructuración económico-social que habría de
producir hondas repercusiones en la estructura social y productiva.

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Maristella Svampa

Las consecuencias económicas y sociales de estos procesos fueron de-


vastadoras. El nuevo régimen de acumulación supuso la puesta en marcha de
un modelo asentado en la importación de bienes y capitales y en la apertura fi-
nanciera. Estas medidas implicaban la interrupción de la industrialización susti-
tutiva (visible en la erosión de la producción interna), y propiciaban el endeuda-
miento de los sectores público y privado (reflejado en el aumento espectacular
de la deuda externa, que en el período 1976-1983 pasó de 13 mil millones a
46 mil millones). Asimismo, la lógica de acumulación desencadenada por este
proceso centrado en la valorización financiera apuntó también a liquidar las po-
sibilidades de una coalición nacional-popular, al tiempo que fue sentando las
bases de un sistema de dominación centrado en los grandes grupos económi-
cos nacionales y los capitales transnacionales, que finalmente terminaría de
concretarse hacia 1989, a partir de la alianza política entre estos sectores y el
peronismo triunfante.
El proceso de desindustrialización iniciado por la dictadura militar produjo
importantes cambios en la estructura social argentina, anticipando su ‘latinoa-
mericanización’, a través de la expulsión de mano de obra del sector industrial
al sector terciario y cuentapropista, y la constitución de una incipiente mano de
obra marginal. Asimismo, el deterioro de los salarios reales y la baja de la pro-
ducción produjeron la contracción de la demanda interna, lo cual fue acompa-
ñado por el fuerte incremento de las disparidades intersectoriales. Por último,
la eliminación de las negociaciones colectivas y la caída del salario impacta-
rían negativamente en la distribución del ingreso.
Recordemos que en 1974, en la Argentina, la distribución de la riqueza e-
ra similar a la de muchos países desarrollados: los ingresos del 10 % más rico
eran 12,7 veces mayor que el 10 % más pobre. (…) Con el retorno a la vida
constitucional, gran parte de la sociedad tomará conciencia de la dimensión de
los cambios producidos. Más aún, este cuadro económico-social no tardó en
poner de manifiesto el aumento de las desigualdades, visible en el incremento
de la llamada ‘pobreza estructural’, así como en la aparición de una ‘nueva po-
breza’ que afectaría a los sectores medios y medio-bajos. (…)
Ahora bien, aunque la dictadura logró crear las bases de un nuevo orden
económico, ello no significa que no haya habido luego tentativas de reorientar
el sistema hacia una economía productiva. Así, durante los primeros años del
gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989), en medio de la efervescencia demo-
crática, hubo ciertos ensayos que, aunque limitados, se propusieron reorientar
el desarrollo, acorde al modelo de acumulación precedente. Dichas tentativas
se dieron en el marco de la crisis de la deuda externa que sacudió a gran parte
de los países latinoamericanos a partir de los años 80 (la década pérdida se-
gún la CEPAL), y en un contexto de aumento de las demandas y expectativas
populares. Sin embargo, pese a sus proclamas iniciales, que prometían desde
la renovación de las estructuras sindicales hasta una democracia sustantiva, el
nuevo gobierno constitucional no contó con el coraje político no tampoco con
las alianzas necesarias para ir hasta el fondo de la cuestión.

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La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

Por un lado, las acciones del gobierno de Raúl Alfonsín dejaron entrever
una debilidad creciente en relación con los poderosos sindicatos peronistas.
(…) Por su parte, la CGT, conducida por el sector ubaldinista, continuó desa-
rrollando una fuerte capacidad de presión, ilustrada de manera elocuente por
los trece paros generales realizados entre 1984 y 1988.
Hacia fines de los 80, envuelto en una serie de conflictos económicos e
institucionales, el país se hundía cada vez más en una grave crisis económica,
reflejada en la importante caída de la inversión interna y extranjera, la crecien-
te fuga de capitales y el récord inflacionario. (…) Finalmente, el gobierno de Al-
fonsín naufragaría sin dar con la clave de la constitución de una nueva alianza
político-económica, que apuntara tanto a consolidar el recobrado marco insti-
tucional como a sanear una economía severamente deteriorada. La disocia-
ción entre, por un lado, una democracia representativa, orientada hacia la con-
solidación del marco institucional y el respeto de las reglas de juego entre los
partidos políticos y, por el otro, una democracia sustantiva, basada en la articu-
lación entre solidaridad y demandas de justicia social, se tornaba cada vez
más evidente. La debacle del Plan Austral (…) y la entrada en un período de
alta inflación, culminarían en la crisis hiperinflacionaria de 1989, impulsada en
parte por los grandes grupos económicos (el ‘golpe de mercado’). Estos suce-
sos determinarían el retiro anticipado de Alfonsín, quién había accedido al po-
der en 1983, (…) en medio de grandes expectativas de renovación política y e-
conómica.
Así las cosas, la Argentina de principios de los 90 era una sociedad em-
pobrecida y atravesada por nuevas desigualdades, que ya había experimenta-
do una primera gran desilusión respecto de las promesas sustantivas de la de-
mocracia. El país asistía a la crisis estructural del modelo nacional-popular, sin
por ello descubrir la fórmula, a la vez económica y política, que permitiera re-
encontrar las claves pérdidas de la integración social. Sin embargo, aunque el
incremento de la heterogeneidad y la polarización social anunciaban los con-
tornos de un país diferentes del de antaño, la gran mutación se consumaría
durante el tercer momento de la secuencia, esto es, durante el largo gobierno
de Carlos Menem, entre 1989 y 1999.

1989: El final de un ciclo político y económico

El año 1989 significó el final de un ciclo político-económico, tanto en el ni-


vel nacional como en el internacional. En el nivel internacional, en 1989 colap-
saron los socialismos reales, proceso ilustrado de manera elocuente por la caí-
da del Muro de Berlín. El hecho terminaba abruptamente con la división más
emblemática de la guerra fría, al tiempo que anticipaba, tras la rápida reunifica-
ción de las dos Alemanias, el triunfo avasallador del ideario capitalista. (…) El
espectacular fin del mundo bipolar abrió un amplio espacio político-ideológico
que sería ocupado por el neoliberalismo, rápidamente sacralizado en términos
de ‘pensamiento único’.

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Maristella Svampa

En el contexto de los países latinoamericanos, la situación no era menos


grave. La ‘década perdida’ se cerraba con un balance negativo: solamente en
los últimos cuatro años el número de pobres en América Latina había registra-
do un aumento del 25 %. (…) La crisis económica [en la] Argentina desborda-
ba por la crisis hiperinflacionaria y los saqueos a supermercados registrados
en localidades del conurbano bonaerense y en la ciudad de Rosario.
De manera más específica, en la Argentina, la experiencia de la hiperinfla-
ción habría de constituir un punto de inflexión para la historia política nacional.
En primer lugar, desde el punto de vista económico, para la gran mayoría de la
población la hiperinflación trajo consigo una mayor caída del salario real, la
contracción de la actividad económica, la suspensión de la cadena de pagos y
el reemplazo de la moneda local por el dólar. (…)
En segundo lugar, la crisis hiperinflacionaria desembocó en el acuerdo
entre diferentes actores sociales sobre ciertos puntos básicos, referidos, en es-
pecial, al agotamiento de la vía nacional-popular, esto es, del modelo de inte-
gración social que el peronismo había puesto en vigencia en 1945 –y que el
proyecto alfonsinista había propuesto recrear–, poniendo al descubierto las
distorsiones e insuficiencias producidas en cuarenta y cinco años de conflictos
y transformaciones. En consecuencia, la hiperinflación terminó por afianzar a-
quellas posturas que afirmaban la necesidad de una apertura del mercado y un
achicamiento radical del Estado.
En tercer lugar, en términos experienciales, la hiperinflación confrontó a
los individuos con la pérdida súbita de los marcos que rigen los intercambios e-
conómicos, a través de la desvalorización –y desaparición– vertiginosa de la
moneda nacional. Más aún, la hiperinflación como experiencia de disolución
del vínculo social dejaría profundas huellas en la conciencia colectiva, visibles
en la fuerte demanda de estabilidad que recorrería la sociedad argentina du-
rante los años 90. La demanda no tardaría en transformarse en una suerte de
mandato irrevocable, que erigiría al régimen de convertibilidad (mediante la pa-
ridad entre el dólar y el peso), implementado en 1991, en base y garantía de la
nueva sociedad posinflacionaria.
En cuarto y último lugar, la experiencia traumática de la hiperinflación ha-
bría de asestar un rudo golpe al imaginario integracionista que, desde los orí-
genes de la república, había alimentado las prácticas y las representaciones
de vastos sectores sociales, incluidas las clases medias y parte de las clases
populares. Extenuada y empobrecida, la sociedad argentina asistía al final de
un modelo de integración social que, desde los comienzos de la república y
más allá de las crisis recurrentes, había asegurado canales importantes de
movilidad social ascendente.
Ahora bien, si la crisis hiperinflacionaria apuró el recambio presidencial y
sentó las bases para el consenso neoliberal en diferentes sectores sociales, no
es menos cierto que 1989 estuvo signado por otros sucesos, que habrían de
tener vastas repercusiones políticas en los años por venir. Uno de ellos tenía
que ver con la ‘cuestión militar’, a saber, con las presiones ejercidas por las
fuerzas armadas, que reclamaban que el gobierno pusiera fin a las causas por

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La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

la violación de los derechos humanos registrados bajo la última dictadura. Es-


to, sumado a demandas más puntuales de ciertos sectores del ejército que,
desde 1987, habían venido alimentando rebeliones sucesivas y rumores de
conspiraciones, atentaba contra la frágil institucionalidad del sistema de-
mocrático argentino, y aparecía como uno de los legados más problemáticos
del gobierno de Alfonsín, cuya cuestionable resolución estaría a cargo de Me-
nem.
Por otro lado, 1989 fue un año que condensó grandes derrotas en el cam-
po de los movimientos sociales. Así, (en Enero) un hecho de violencia política
sacudió a la sociedad argentina: una fracción del Movimiento Todos por la Pa-
tria (MTP) intentó copar el regimiento de La Tablada, en la provincia de Bue-
nos Aires. (...) Los efectos de La Tablada tuvieron una significación mayor,
pues alcanzaron un modelo de militancia que planteaba una continuidad ideo-
lógica entre los años 70 y los 80, al articular lo social y lo político. (...) El caso
es que La Tablada aceleró el proceso de quiebre ideológico de lo que quedaba
de la izquierda populista revolucionaria, lo cual se tradujo en el ocaso de un ti-
po de militancia social y política. (...)
Por si esto fuera poco, en Octubre de 1989 el nuevo gobierno de Menem
firmó el primero de los dos decretos que otorgaban la amnistía a la cúpula mili-
tar, anteriormente condenada por crímenes de lesa humanidad, así como a los
altos dirigentes de Montoneros, la organización armada peronista más impor-
tante –y más controvertida– de los años 70. (...)
Los indultos (...) concitaron una oposición generalizada, no sólo de los or-
ganismos de derechos humanos, sino también de vastos sectores de la socie-
dad. (...) Pero, sin embargo, nada pudo torcer la particular política de ‘pacifica-
ción’ asumida por el nuevo presidente peronista. En consecuencia, este con-
junto de hechos diferentes pondría de manifiesto una inflexión en los sistemas
de acción colectiva, lo cual sería corroborado luego tanto por la desmoviliza-
ción y fragmentación de las organizaciones de derechos humanos, como por la
crisis de un tipo de militancia política en los barrios populares. (...)
En suma, luego de 1989, la sociedad argentina cambió ostensiblemente.
Tras la imagen de un país devastado, la crisis del vínculo social experimentada
durante la hiperinflación dejó la puerta abierta, demasiado abierta, para la rea-
lización de las transformaciones radicales llevadas a cabo durante la larga dé-
cada menemista.

El nuevo orden neoliberal

A nadie escapa que la institucionalización creciente del sistema partidario


en la Argentina desde 1983 contrasta con el largo proceso de inestabilidad ins-
titucional y polarización política que caracterizó a la Argentina a partir de 1955
(o 1930). Ahora bien, dicha institucionalización debe interpretarse en el marco
de las especificidades del caso argentino, tradicionalmente caracterizado por
un sistema político débil y (…) por una fuerte articulación entre el sistema polí-
tico, los actores sociales y el Estado. (…)

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Maristella Svampa

Cierto es que la progresiva institucionalización del sistema político partida-


rio no se dio sin inconvenientes, entre los cuales hay que destacar tanto las re-
beliones militares (…), como la constante presión de los grupos económicos,
dramáticamente ilustrada por el primer brote hiperinflacionario de 1989, consi-
derado por algunos como un verdadero ‘golpe de mercado’. Sin embargo, lo
propio del período (…) es el acercamiento cada vez mayor entre los sectores
económicamente dominantes y los partidos políticos mayoritarios.
En realidad, desde el punto de vista de los sectores dominantes, la aper-
tura democrática trajo consigo un cambio importante de perspectiva política, a
partir del abandono de las posiciones golpistas y la aceptación de las nuevas
reglas de juego. Este proceso, que tenía como trasfondo la convicción de que
la corporación militar había dejado de ser el canal más apropiado de sus inte-
reses económicos, también daba cuenta de la existencia de mandato ‘demo-
crático’ que recorría el subcontinente (…). De ahí en más, la acción de los sec-
tores dominantes se orientará a la colonización de los dos grandes partidos
políticos existentes, a través de la infiltración del discurso económico liberal,
como eje de la solución de los problemas argentinos. (…) Los sectores domi-
nantes comenzaron a desarrollar una campaña sistemática a favor de la nece-
sidad de realizar profundas reformas estructurales.
Recordemos que en 1983, la política liberal, uno de los puntos centrales
del programa económico-social de la dictadura militar, era fundamentalmente
sostenida por los grandes grupos económicos y los partidos de inspiración li-
beral, estrechamente vinculados con aquella. (…) Finalmente, la puesta en
marcha de un nuevo programa liberal, mediante la alianza entre importantes
grupos socioeconómicos y el gobierno democrático, se tornaría posible con la
asunción del nuevo presidente justicialista de la Argentina, Carlos Menem. (…)
Menem, terminó construyendo una nueva alianza político-económica que
le permitió dar cauce a la demanda de ejecutividad, mediante una estrategia li-
beral, orientada a la deslegitimación y desmantelamiento completo del modelo
nacionalpopular, sin que por ello las promesas electorales o la supuesta vo-
cación popular del partido justicialista se convirtieran en una verdadero obstá-
culo.
La entrada en un nuevo orden liberal puso fin a la recurrente distancia e-
xistente entre sistema de poder y sistema político, que tantos analistas señala-
ron como una de las fuentes de la inestabilidad y polarización política en la Ar-
gentina. La larga etapa de ‘empates sociales’, que había caracterizado al país
a partir de 1956, signada cada vez más por la acentuación de la crisis del mo-
delo nacional-popular, parecía haber llegado a su fin. Se abría una nueva épo-
ca, marcada a la vez por la polarización y la fragmentación social, así como
por la hegemonía de los grupos económicos en alianza con el partido mayori-
tario.
Claro está que una transformación tan radical del proyecto económico exi-
gió un cambio fundamental en las alianzas políticas del Partido Justicialista,
que dejó de apoyarse masivamente sobre el sector corporativo sindical, como
lo había hecho tradicionalmente, para vincularse estrechamente con los secto-

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La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

res dominantes representados por los grandes grupos económicos. Fue esta
nueva alianza (…) la que hizo posible la aplicación de la reforma del Estado, a
partir del abandono de una política de concertación social y de la asunción de
una gestión decisionista.
Sólo tras un período signado por la puesta en escena de las nuevas alian-
zas económicas (…) se consolidó en el país la liberalización de la economía, a
partir del Plan de Convertibilidad y la reforma del Estado. (…) En 1991 el régi-
men logró estabilizarse, con la asunción de Domingo Cavallo en la cartera eco-
nómica (…).
En efecto, el Plan de Convertibilidad, que acompañó las reformas estruc-
turales, produjo una verdadera transformación de las reglas de juego económi-
cas, entre ellas, la paridad entre el dólar y el peso, la restricción de la emisión
monetaria, la reducción de las barreras aduaneras, la liberalización del comer-
cio exterior y el aumento de la presión fiscal. También fueron suprimidos los
principales mecanismos de control del Estado sobre la economía, a favor de
las reglas del mercado, al tiempo que se liberalizó la inversión extranjera en la
Argentina.
Así, se logró salir de la espiral hiperinflacionaria aplicando una severa po-
lítica de ajuste y de estabilización, complementada por una política de apertura
del mercado nacional a las importaciones y las inversiones extranjeras. Esta
estrategia de shock logró detener la hiperinflación, lo cual contribuyó a recupe-
rar parte de la credibilidad ante los mercados internacionales, al tiempo que fa-
cilitó (…) la recuperación económica y la reducción de la pobreza (…). Asimis-
mo, la adopción de la convertibilidad supuso el abandono de una política mo-
netaria autónoma, lo cual acentuó la dependencia estructural del país frente al
mercado internacional y sus sobresaltos coyunturales y no permitió tampoco
desarrollar un nivel de competitividad suficiente.
El nuevo orden impuso un modelo de ‘modernización excluyente’, (…) im-
pulsando la dualización de la economía y la sociedad. (…) La pauta general
fue el incremento de la productividad, con escasa generación de empleo y de-
terioro creciente de las condiciones laborales. Asimismo, el nuevo modelo mo-
dificó la inserción de la economía en el mercado mundial, ya que la apertura a
las importaciones condujo a una ‘reprimarización de la economía’: en este con-
texto las pequeñas y medianas empresas tuvieron grandes dificultades para a-
frontar la competencia externa. (…)
En los primeros años, el cambio de modelo económico generó una situa-
ción novedosa, visible en la coexistencia de crecimiento económico y aumento
de la desocupación. Sin embargo, las limitaciones propias del modelo de mo-
dernización excluyente se harían notorias a partir de 1995, momento en el cual
el crecimiento se estanca, debido a una combinación de elementos externos
(el efecto tequila) e internos (limites en la expansión del consumo interno). (…)
El inicio de la recesión iría acompañado por un aumento espectacular de la de-
socupación, [que] en 1998, entró en un período de recesión profunda, que se
continuaría durante el breve gobierno de la Alianza, y llevaría al estallido del
modelo, hacia fines de 2001. (…)

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Maristella Svampa

La ‘Reestructuración’ del Estado

El proceso de reestructuración del Estado fue crucial. (...) Reestructurar


significa ‘eliminar de la organización todo aquello que no contribuye o aporta
valor al servicio o producto suministrado al público, cliente o consumidor. Así,
un problema de la reestructuración es la determinación de qué se elimina y
qué se retiene en función de los objetivos e intereses políticos de los gobier-
nos’.
El programa de ajuste, basado en la reestructuración global del Estado,
puso en vigor una fuerte reducción del gasto público, la descentralización ad-
ministrativa y el traslado de competencias (salud y educación) a los niveles
provinciales y municipales, así como una serie de reformas orientadas a la
desregulación y privatización que impactaron fuertemente en la calidad y al-
cance de los servicios, hasta ese momento en poder del Estado Nacional. En
consecuencia, las reformas conllevaron una severa reformulación del rol del
Estado en la relación con la economía y la sociedad, lo cual trajo como
correlato la consolidación de una nueva matriz social caracterizada por una
fuerte dinámica de polarización y por la multiplicación de las desigualdades.
Por otro lado, la desregulación de los mercados, acompañada de la introduc-
ción de nuevas formas de organización del trabajo, produjo la entrada en una
era caracterizada por la flexibilización y la precariedad laboral y una alta tasa
de desempleo.
Así, a lo largo de los 90, la dinámica de consolidación de una nueva ma-
triz estatal se fue apoyando sobre tres dimensiones mayores: el patrimonialis-
mo, el asistencialismo y el reforzamiento del sistema represivo institucional. El
primer rasgo alude a las características que asumió el proceso de vaciamiento
de las capacidades institucionales del Estado, como producto de la drástica re-
configuración de las relaciones entre lo público y lo privado. De manera más
precisa, el patrimonialismo se vincula con la pérdida de la autonomía relativa
del Estado, a través del carácter que adoptaron las privatizaciones. (...)
Gran parte de la estrategia de legitimación desarrollada por el nuevo go-
bierno y sus aliados apuntó entonces a desacreditar el rol monopólico del Es-
tado, augurando que la libertad de mercado aseguraría la eficiencia y la mo-
dernización, sin necesidad de que se implementaran los controles propios que
requería un modelo semiestatista, estancado y corrupto. Sin embargo, la forma
que adoptó el proceso de privatizaciones estuvo lejos de corresponderse con
las altisonantes declaraciones que postulaban la asociación natural entre de-
mocracia, mercado y globalización. Antes bien, el proceso de privatizaciones
implicó la destrucción de las capacidades estatales, así como la constitución
de mercados monopólicos, paradójicamente favorecidos por la propia protec-
ción estatal, que terminaron de asegurar, por medio de condiciones ventajosas
de explotación, la obtención de un ‘rentabilidad diferencial’. Una de las claves
del período fue (...) la corrupción y cooptación de la clase política local (...) así
como la fuerte imbricación preexistente entre el equipo económico rector con
los grupos privados. Por último, no hay que olvidar que durante el proceso de

12
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

privatizaciones, el Estado generó nuevas formas jurídicas, que favorecieron la


implantación de capitales extranjeros, al tiempo que garantizaban la acepta-
ción de la normativa creada en los espacios transnacionales (...).
En segundo lugar, en la medida en que las políticas en curso implicaron
una redistribución importante del poder social (...), el Estado se vio obligado a
reforzar las estrategias de contención de la pobreza, por vía de la distribución
–cada vez más masiva– de planes sociales y de asistencia alimentaria a las
poblaciones afectadas y movilizadas. (...) Estos procesos reorganizaron la polí-
tica en función del mediador barrial, encargado de la organización y distribu-
ción de recursos alimentarios (...). Finalmente, en ausencia de estrategias de
creación masiva de ocupación formal, los gobiernos se abocarían a implemen-
tar de manera más sistemática una serie de programas de emergencia ocupa-
cional (...) destinados a contener, al menos parcialmente, a aquellos que que-
daban excluidos del mercado de trabajo y se movilizaban a través de las inci-
pientes organizaciones de desocupados. (...)
En tercer y último lugar, el Estado se encaminó hacia el reforzamiento del
sistema represivo institucional, apuntando al control de las poblaciones pobres,
y a la represión y criminalización del conflicto social. Así, frente a la pérdida de
integración de las sociedades y el creciente aumento de las desigualdades, el
Estado aumentó considerablemente su poder de policía, lo cual trajo como
consecuencia un progresivo deslizamiento hacia un ‘Estado de Seguridad’. E-
se rasgo, que actualmente configura las democracias latinoamericanas, no de-
bería ser desvinculado de la emergencia de nuevas fronteras político-jurídicas,
en relación, entre otras cosas, al tratamiento de la conflictividad social que a-
punta a la criminalización de diversas categorías sociales, desde jóvenes po-
bres y minorías extranjeras, hasta organizaciones político-sociales moviliza-
das.

El impacto del proceso de privatizaciones

En rigor, el proceso de reestructuración del Estado mediante las privatiza-


ciones tuvo dos etapas. La primera se extendió desde la asunción de Menem
hasta principios de 1991 y abarcó la transferencia a manos privadas de la em-
presa telefónica (Entel) y los transportes aéreos (Aerolíneas Argentinas), (...)
incluyó la red vial, canales de televisión, radios, áreas petroleras, polos petro-
químicos y líneas de ferrocarriles. Esta primera ola privatizadora fue acompa-
ñada por fuertes conflictos laborales (...). Por su parte, la segunda etapa (...) a-
barcó la privatización del servicio eléctrico, gasífero, de agua y cloacales, así
como también el resto de los ferrocarriles, las áreas petroleras remanentes, las
firmas siderúrgicas, edificios públicos, la red de subterráneos de la Ciudad de
Buenos Aires, algunos hoteles, fábricas militares, la junta nacional y los eleva-
dores portuarios de granos, el mercado de hacienda y el hipódromo. En 1994
concluyó la reforma del sistema nacional de seguridad social y la transferencia
de transporte marítimo, la caja nacional de seguro y la corporación agrícola na-
cional. (...) Esta segunda fase estuvo menos marcada por los conflictos sindi-

13
Maristella Svampa

cales que la primera, entre otras cosas debido a que el Estado prometió la dis-
tribución de acciones a los trabajadores, garantizando –en ciertos casos– una
participación de los sindicatos en el proceso de privatización. Asimismo, es ne-
cesario decir que a partir de 1991, las expectativas económicas ya eran otras,
pues el plan de estabilización implementado por Cavallo había logrado detener
la inflación y no eran pocos los argentinos que habían interiorizado un discurso
crítico –y hasta vergonzante– respecto del rol del Estado, adhiriendo al con-
senso neoliberal.
El impacto social del desguace del Estado sobre el empleo fue devasta-
dor. (...) Los despidos masivos se combinaron con planes de retiro más o me-
nos compulsivos, implementados en un lapso muy breve, durante el período
previo a la privatización, cuando las empresas eran declaradas ‘sujetas a pri-
vatización’. De esa manera, se habilitaban planes draconianos de racionaliza-
ción, en manos de todopoderosos interventores que respondían directamente
al poder ejecutivo. (...)
Es importante subrayar que este proceso afectó directa e indirectamente
a comunidades enteras, como lo refleja de manera paradigmática la privatiza-
ción de las empresas productivas del Estado. Ejemplo de ello es el caso de Y-
PF. (...) La empresa productiva estatal más grande del país construyó un ‘mo-
delo de civilización territorial’, pues la modalidad de ocupación del territorio no
se circunscribió a la sola explotación de los recursos naturales, sino que inclu-
yó en todos los casos una extensa red de servicios sociales, recreativos y resi-
denciales para el personal permanente. En este sentido, YPF era un verdadero
Estado dentro del Estado, pues el mundo laboral de la zona explotada, y de
manera más extensa, el conjunto de la vida social estaban estructurados direc-
ta o indirectamente en torno de YPF.
En 1990, la empresa, que contaba con 51.000 empleados, luego de un a-
celerado proceso de reestructuración que incluía retiros voluntarios y despidos,
pasó a tener 5.600. Ello repercutió sobre la actividad económica y el empleo[:]
el retiro de YPF en 1993 implicó una caída del 73% de la actividad petrolera,
que a su vez se tradujo en una retracción del 75% del empleo. Por otro la-do,
la reestructuración implicó el cuasidesmantelamiento de la actividad económi-
ca de amplios sectores de la comunidad, cuyos servicios estaban orientados
tanto a la empresa como al personal de YPF. Esto revela la ausencia de una
estrategia de reconversión productiva en los dos niveles, esto es, respecto de
la zona, integralmente dependiente de la acción territorial de YPF, y respecto
de los propios trabajadores, cuya estabilidad laboral y oportunidades de vida a-
parecían indisociablemente ligadas –en muchos casos, desde hacía varias ge-
neraciones– a la empresa estatal. (…)
Asimismo, las consecuencias de este proceso se hicieron visibles en el
aumento de la proporción de empleo precario y en negro. Aquí también la au-
sencia de una planificación y una estrategia de reconversión económica hizo
que parte de las indemnizaciones desembocara en emprendimientos comer-
ciales individuales (kioscos, remiserías) o fuera destinada al consumo y adqui-
sición de bienes (compra de automóviles, casas). (...)

14
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

Por otro lado, el proceso de ajuste y reestructuración desbordó la esfera


del Estado, para alcanzar la totalidad del mercado de trabajo, por medio de un
conjunto de reformas laborales que implicaron la ‘reformulación de las fronte-
ras internas del trabajo asalariado’. Dichas reformas trajeron aparejado el des-
mantelamiento del marco regulatorio anterior, fundado en los derechos del tra-
bajador y el poder de negociación de los sindicatos.
Así, la implementación de un modelo de acumulación flexible produjo una
reestructuración diferente del mercado de trabajo, reflejada en la multiplicación
de las formas de contratación (empleo autónomo, tercerización, subcontrata-
ción, trabajos temporarios). Ello se hizo efectivo en 1991, gracias a la sanción
de la (…) Nueva Ley de Empleo, que conllevó un cambio en el modo en que el
Estado intervenía en la relación capital-trabajo. La ley reconocía la emergen-
cia laboral al tiempo que planteaba una doble estrategia: por un lado, la flexibi-
lización del contrato de trabajo formal y la creación de ‘nuevas modalidades de
contratación’, destinadas a facilitar la entrada y salida del mercado de trabajo;
por el otro, el desarrollo de políticas sociales compensatorias. Esta ley redujo
asimismo los aportes patronales a la seguridad social, modificó las normas so-
bre accidentes y enfermedades laborales y creó un seguro de desempleo que
cubría sólo ciertos sectores del mercado formal. (…)
Una de las consecuencias de este fenómeno fue la emergencia de un ‘de-
recho del trabajo del segundo tipo’, que afecto la capacidad de representación
y de reclutamiento del movimiento sindical. Más aún, estas transformaciones,
operadas en un contexto de ajuste del gasto público y de desindustrialización,
aceleraron notablemente el proceso de quiebre del poder sindical, reorientan-
do sus fines y limitando su peso específico dentro de la sociedad, y acentuaron
el proceso de territorialización de las clases populares, visible en el empobreci-
miento y la tendencia a la segregación socio-espacial.

Modernización excluyente y asimetrías regionales

El doble proceso de modernización y exclusión que afectó al sistema eco-


nómico nacional se reprodujo en cada una de las regiones que lo integran. En
este sentido, la política de apertura económica significó el desmantelamiento
de la red de regulaciones que garantizaban un lugar a las economías regiona-
les en la economía nacional. (…) Esta política traducía una manera diferente
de concebir el espacio geográfico nacional, que desplazaba la idea de un mo-
delo global de territorio subsidiado desde el Estado nacional, a la de ‘territorio
eficiente’. En consecuencia, la viabilidad o inviabilidad de las economías regio-
nales pasó a medirse en función de la tasa de rentabilidad. Dicha política man-
tuvo las asimetrías regionales preexistentes, al tiempo que conllevó la crisis y
desaparición de actores sociales vinculados al anterior modelo (economías re-
gionales ligadas a empresas estatales, pymes, minifundios) y en muchos ca-
sos condujo a la reprimarización de la economía, a través de la expansión de
enclaves de exportación. (…)

15
Maristella Svampa

Así, una mirada nacional del impacto que tuvieron el ajuste y la puesta en
marcha del modelo neoliberal requiere dar cuenta de sus dimensiones regiona-
les. (…) [Se] establece tres grandes zonas económicamente diferenciadas: en
primer lugar, un Área Central, de gran desarrollo económico, que se caracteri-
za por la existencia de ‘economías urbanas de servicio’ (ciudad de Buenos Ai-
res), así como por la existencia de ‘estructuras económicas de gran tamaño y
diversificación’ (Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe). Aquí, el proceso de mo-
dernización excluyente desembocó en una dinámica de desindustrialización,
que fue acompañada por la concentración creciente de la actividad económica
en manos de grupos privados y empresas multinacionales. (…)
En segundo lugar, un Área Mixta, conformada por las provincias patagóni-
cas (…) caracterizadas como ‘estructuras productivas basadas en el uso inten-
sivo de recursos no renovables’. Lo notorio aquí es la presencia de grandes
empresas multinacionales, beneficiadas por el proceso de privatización, vincu-
ladas a la explotación de hidrocarburos. Estas provincias, que presentan una
baja densidad poblacional y un ingreso per cápita mayor que el de otras pro-
vincias, sufrieron sin embargo los efectos del pasaje de un modelo de ‘civiliza-
ción territorial’ a un esquema de explotación más asociado a una economía de
enclave, ligada a las exportaciones, cuyos beneficios difícilmente llegan a de-
rramarse sobre el conjunto de los actores sociales de la zona.
En tercer lugar, se encuentran las provincias del Área Periférica, que [se]
mantienen rezagadas en términos de crecimiento económico, más allá del de-
sarrollo de ciertas áreas marginales, ligadas a la expansión de la frontera agrí-
cola. (…) Se caracterizan por un deterioro económico mayor que el de otras á-
reas del país, luego del decreto de desregulación de 1991, aun si uno de sus
rasgos mayores es el peso (e incremento) del empleo público, como visible he-
rramienta de control político. (…)
El proceso de modernización excluyente implicó la introducción de un
nuevo modelo agrario, que trajo aparejados grandes cambios en los sistemas
de organización y explotación tradicionales. Cierto es que el nuevo modelo tra-
jo consigo aumentos importantes de la producción y la productividad. Pero, a-
simismo, esta política afectó severamente a pequeños y medianos propieta-
rios, favoreciendo la concentración de la producción en unidades de mayor ta-
maño. En realidad, es posible distinguir tres procesos que, en gran medida, re-
flejan en sus diferentes aspectos las dimensiones inherentes al modelo neoli-
beral aplicado al sector agrario argentino.
Así, en primer lugar durante los primeros años de la década del 90, el dis-
curso oficial se centró en dos ejes: la modernización, mediante la incor-
poración de nuevas tecnologías, y la competitividad, mediante la producción
en gran escala. El modelo estimulaba al pequeño productor a endeudarse, o
bien ceder (vender o alquilar) la tierra a los grandes productores. Una de las
consecuencias de ello fue la desaparición de numerosas pequeñas y media-
nas unidades de producción, lo cual supuso la modificación de la estructura a-
graria tradicional. (…)

16
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

En segundo lugar, el proceso de apertura económica posibilitó la introduc-


ción de nuevas tecnologías (semilla transgénica, asociada a la siembra direc-
ta), que modificaron bruscamente el modelo local de organización de la pro-
ducción, orientada al mercado externo. Estas innovaciones implicaron un gran
desarrollo del sector agroalimentario, que incrementó notablemente la produc-
ción de soja transgénica, colocando a la Argentina entre los primeros exporta-
dores mundiales. El salto de la producción (la sojización del modelo agrario ar-
gentino) se dio a fines de los 90. (…)
En tercer lugar, en los últimos años se ha registrado la expansión de las
fronteras agropecuarias y mineras, pues esas actividades tienden a radicarse
en las áreas marginales del país. Así, (…) la superficie total sembrada creció
(…). Estos procesos afectan sobre todo a los campesinos y a las comunidades
indígenas, quienes ven tambalear sus derechos legales o consuetudinarios y
están en el origen de desalojos violentos, llevados a cabo por los nuevos y vie-
jos inversores. (…)

***

Durante la década del 90 asistimos al final de la ‘excepcionalidad argenti-


na’ en el contexto latinoamericano. Más allá de las asimetrías regionales y de
las jerarquías sociales, esta ‘excepcionalidad’ consistía en la presencia de una
lógica igualitaria en la matriz social, la que iba adquiriendo diferentes registros
de significación e inclusión a lo largo del tiempo. Así, en términos generales,
esto aparecía ilustrado por la confianza en el progreso social indefinido, aso-
ciado a la fuerte movilidad social ascendente; en términos más específicos, la
‘excepcionalidad’ fue incluyendo fuertes referencias a un modelo de integra-
ción, favorecido por la existencia de un Estado Social, más allá de sus imper-
fecciones o disfuncionamientos (modelo nacional-popular); por último, la ‘ex-
cepcionalidad’ involucraba tanto a las clases medias, consideradas como ‘el a-
gente integrador’ por excelencia, como a un sector significativo de las clases
populares, cuya incorporación en términos de derechos sociales se había reali-
zado durante el primer peronismo.
Las transformaciones de los 90 desembocarían en un inédito proceso de
‘descolectivización’ de vastos sectores sociales. Retomamos el término (…)
para hacer referencia a la pérdida de los soportes colectivos que configuraban
la identidad del sujeto (sobre todo, referidos al mundo del trabajo y la política)
y, por consiguiente, a la entrada en un período de ‘individualización’ de lo so-
cial.
En consecuencia, en pocos años, la cartografía social del país varió con-
siderablemente. Al ritmo de las privatizaciones, la desindustrialización y el au-
mento de las desigualdades sociales, el paisaje urbano también reveló trans-
formaciones importantes. Al empobrecimiento visible de importantes centros
regionales, anteriormente prósperos, algunos de los cuales, luego de la privati-
zación pasaron a ser verdaderos ‘pueblos fantasmas’ o ‘enclaves de exporta-
ción’, hay que sumarle la imagen desoladora que presentaría cada vez más el

17
Maristella Svampa

cordón industrial de las áreas centrales, (…) convertidas en verdaderos ce-


menterios de fábricas y de pequeños comercios, parcialmente reemplazados
por cadenas de shoppings e hipermercados.
Así, durante los años 90, un enorme contingente de trabajadores fue ex-
pulsado del mercado de trabajo formal, mientras que otro sufrió las consecuen-
cias de la precarización o buscó refugio en las actividades informales, como
estrategia de sobrevivencia. (…) Este proceso incluyó también la destrucción
de las identidades individuales y sociales, afectando muy especialmente los
contornos tradicionales del mundo masculino. La dinámica afectó a gran parte
de los jóvenes procedentes de los sectores medios y populares, que en muy
pocos casos pudieron desarrollar algún tipo de vinculación con el mundo del
trabajo, distanciados al mismo tiempo de las instituciones políticas y educati-
vas.
Esos factores impulsaron la entrada de las mujeres en el mercado laboral.
Esto fue particularmente notorio dentro de los sectores populares, donde las
mujeres en muchos casos debieron asumir la responsabilidad de buscar los re-
cursos que aseguraban la subsistencia mínima, mediante el trabajo doméstico
o la labor comunitaria.
La descolectivización fue abarcando diferentes categorías sociales, desde
grupos considerados como ‘pobres estructurales’ –con una trayectoria marca-
da por la vulnerabilidad social y la precariedad laboral– pasando por amplios
segmentos de la clase trabajadora industrial, que hasta hacía poco tiempo ha-
bían contado con trabajo más o menos estable, hasta sectores de clases me-
dias empobrecidas, cuyas oportunidades de vida se habían reducido drástica-
mente en el último decenio. Por otro lado, es necesario tener en cuenta que en
la sociedad argentina no había redes de contención ni centros de formación o
reconversión laboral, ni tampoco el Estado se propuso desarrollarlos a cabali-
dad, a la hora de aplicar crudas medidas de flexibilización o despidos masivos.
(…) La modernización excluyente se manifestó también en el campo ar-
gentino, en la desarticulación de la estructura agraria tradicional (reducción os-
tensible de unidades pequeñas y medianas de producción), y su reemplazo
por una nueva estructura productiva en la región pampeana, basada en la apli-
cación de biotecnología, marcada por la concentración económica. Más recien-
temente, dicho proceso encuentra continuidad en la expansión de las fronteras
de recursos naturales, tanto agropecuarias como mineros, en las llamadas á-
reas marginales (las provincias periféricas), donde se registra un comporta-
miento similar de los grandes agentes económicos (economías de enclave), a
lo cual se añade una estrategia de desalojos y cercamientos de tierras, en de-
trimento de las poblaciones campesinas e indígenas, así como la amenaza del
hábitat y la biodiversidad.
En fin, la modernización excluyente fue adoptando formas territoriales ca-
da vez más radicales, ilustradas de manera emblemática por el proceso de au-
tosegregación de las clases medias superiores, a través de la expansión de las
urbanizaciones privadas (countries, barrios privados), así como por la segrega-

18
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

ción obligada de un amplio contingente de excluidos del modelo, reflejada en


la multiplicación de las villas de emergencia y los asentamientos.

SEGUNDA PARTE
LA NUEVA CONFIGURACIÓN SOCIAL

Introducción

Los cambios sociales y culturales que arrancan en los años 60 y 70 traje-


ron aparejadas grandes transformaciones en el proceso de construcción de las
identidades individuales y colectivas. En efecto, en esta época comienza a re-
gistrarse el pasaje de una economía industrial a una economía centrada en los
servicios, caracterizada por una presencia cada vez mayor de la mujer en el
mercado laboral. A esto hay que agregar la multiplicación de escisiones socia-
les, reflejada en el paulatino declive de las formas organizativas que caracteri-
zaron la etapa fondista (sindicatos y partidos políticos) y, más aún, en la impor-
tancia que adquieren las dimensiones propiamente simbólico-culturales en los
procesos de construcción identitaria, ilustrados de manera ejemplar por la e-
mergencia de los nuevos movimientos sociales (feminismo, ecologismo, movi-
miento estudiantil) y los procesos de modernización cultural.
Posteriormente, hacia fines de la década del 80, el proceso de globaliza-
ción de las relaciones económicas, en su versión neoliberal, debilitó los mar-
cos regulatorios asociados al modelo de acumulación precedente, garantiza-
dos por los Estados Nación, confirmando la entrada en un período de indivi-
dualización de lo social. Sin embargo, fue especialmente en los países capita-
listas periféricos donde la expansión de las nuevas fronteras del capitalismo
más se articuló con el proceso de reestructuración general de la sociedad, a
través de la erradicación casi completa de las instituciones y regulaciones ca-
racterísticas de la llamada ‘sociedad salarial’. Así, la dinámica de individualiza-
ción abrió la puerta para la expresión de nuevas desigualdades (superpuestas
a las ya existentes), que terminaron por dislocar los patrones sociales, cultura-
les y organizativos que durante décadas habían configurado la acción de las
diferentes clases sociales.
En la Argentina, al igual que en otras regiones del capitalismo periférico,
la mutación fue mayor. En efecto, en los últimos 30 años, todos los grupos so-
ciales sufrieron grandes transformaciones, tanto en lo que concierne a su com-
posición socio-ocupacional como al peso político y económico de cada uno de
ellos en el espacio social. Más simple, lo que cambió es la distribución del po-
der social y, como tal, el modo en que cada uno se autorrepresenta, piensa y
figura su destino social dentro de la sociedad. Cierto es que este proceso de
reconfiguración del poder social aparece muy asociado al terrorismo de Estado
de los 70 y a sus consecuencias, tanto políticas como económicas y sociales.
Sin embargo, a mediados de los 90, esta dinámica encontraría una suerte de
vuelta de tuerca –lo que podemos denominar una reproducción ampliada de
las asimetrías y desigualdades– que afectaría enormemente las oportunidades

19
Maristella Svampa

de vida y la capacidad de acción de las clases medias y populares. Así, el


cambio en el modelo de acumulación produjo una nueva modificación de las
relaciones de clase, visible en el proceso de polarización social. Por último, es-
tas transformaciones se tradujeron en una pérdida de la gravitación política y
económica de los sectores medios y populares, y su contracara: una creciente
concentración de poder de los sectores altos y medios altos de la sociedad.
(…) Nos proponemos pasar revista a este proceso de dislocación y trans-
formación de las diferentes clases sociales, en un escenario marcado por el in-
cremento de las asimetrías económicas, sociales, culturales y políticas. (…)
Nuestro propósito es explorar, en la medida de lo posible, los contornos de la
nueva dialéctica entre estructuras y prácticas sociales. Así, comenzaremos
con un análisis de las continuidades y rupturas de los sectores dominantes,
para adentrarnos luego en la dinámica de fragmentación de las clases medias
y, por último, avanzaremos en el estudio de los procesos de pauperización y
territorialización de las clases populares.

Capítulo 4 – Continuidades y rupturas de los sectores dominantes

En la Argentina, una consecuencia de las múltiples represiones que ejer-


cieron los Videlas, Martínez de Hoz y otros, fue que cargaron el dado fuerte-
mente contra buena parte de una sociedad paralizada por el terrorismo de Es-
tado y por una brutal venganza de clase.
A partir de entonces no hizo falta (y éste es mi argumento) jugadores particu-
larmente buenos para que ganaran una y otra vez contra los intereses de los
sectores populares y medios, y cada vez más, en un acto típico –en estas si-
tuaciones– contra las fracciones capitalistas más débiles.
Y tanto ganaron algunos que, en varias coyunturas de crisis, ellos pudieron
volver a cargar los dados cada vez más a su favor.
Guillermo O’Donnell (2002)

Introducción

De manera general, la teoría social considera como sectores dominantes


a aquellos actores sociales que ocupan un lugar privilegiado –a la vez econó-
mico y político– dentro del modelo de acumulación capitalista, vinculado al
control de empresas, cuyo carácter puede ser muy variado (nacional o asocia-
do con el capital internacional, o bien, carácter multinacional). (…)
Buena parte de la literatura latinoamericana pareció concluir en el carácter
más bien dominante –antes que dirigente– de la burguesía. (…) esta deficien-
cia aparecía reflejada en la ausencia de un comportamiento ‘verdaderamente
empresarial’ de las elites, lo cual terminaba por obstaculizar o impedir que la
sociedad se orientara por la senda de un desarrollo capitalista endógeno. (…)
En la actualidad, salvo raras excepciones, el estudio de la dinámica de los
sectores dominantes parece haber quedado confinado al espacio de la econo-
mía y de la sociología económica. Entre los trabajos más destacados se (…)
desarrolla un abordaje de las clases dominantes en términos de ‘cúpula econó-

20
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

mica’, definición que incluye tanto a los conglomerados económicos de origen


extranjero y los grupos económicos locales (caracterizados por la diversifica-
ción económica), como a las empresas transnacionales y las empresas locales
independientes (que se insertan en un sector de la actividad). (…)
Intentaremos plantear algunos interrogantes acerca de los agentes eco-
nómicos involucrados en las denominadas ‘nuevas tramas productivas’ que
hoy asoman, asociadas al nuevo paradigma agrario y la revolución biotecnoló-
gica. [A continuación] buscaremos dar algunas pistas acerca de los cambios
visibles en los estilos de vida de lo que muy genéricamente hemos denomina-
do ‘sectores dominantes’.

Del empate social a la gran asimetría

Entre 1880 y 1930, las clases dominantes argentinas se caracterizaron


por un fuerte dinamismo social y económico, estrechamente asociado a las
ventajas comparativas que tuvo su inserción internacional, como productora y
exportadora de carnes y cereales. En efecto, durante esta etapa de gran pros-
peridad, las clases dominantes pusieron en marcha un proyecto modernizador,
que trajo aparejada la integración socio-económica de vastos sectores de la
sociedad. Sin embargo, esta dimensión integracionista que dotaba a la Argen-
tina de altos niveles de homogeneidad social (y no solamente en comparación
con otros países latinoamericanos), era acompañada por una tendencia políti-
ca excluyente, con una definición restrictiva de la democracia, y que involucra-
ba no sólo a la población de origen inmigrante, sino también a amplias capas
de las clases medias y populares nativas.
Luego de la sanción del voto universal y obligatorio, en 1912, una de las
grandes dificultades de la elite dirigente sería la imposibilidad de consolidar en
el nivel nacional un partido conservador. Por ello, los portavoces privilegiados
de las elites serían, por un lado, las corporaciones tradicionales, paradigmáti-
camente representadas por la tradicional Sociedad Rural Argentina (SRA) y la
Unión Industrial Argentina (UIA); por el otro, el Ejército, cuya entrada en la es-
cena política se produciría con el golpe de Estado de 1930. Así, arrancaba el
proceso de conformación de una elite oligárquico-militar, cuyo protagonismo
en la sociedad argentina –y más allá de las divisiones ideológicas registradas
en ciertos períodos– se extendería durante cincuenta años.
Ciertamente, recordemos que en las primeras décadas del siglo, tanto el
modelo de desarrollo económico (agroexportador), como el esquema de domi-
nación política empezaron a mostrar signos de agotamiento. (…) Frente a es-
tos nuevos desafíos, la elite oligárquica abandonaría prontamente el camino
del reformismo institucional para agudizar sus comportamientos autoritarios.
Así, durante los años 30, aparecen claramente cristalizados dos de los
núcleos identitarios de los sectores dominantes, a saber, el liberalismo econó-
mico y el conservadurismo político. (…) La irrupción del peronismo (como an-
tes el yrigoyenismo), con sus novedosas formas de democracia plebeya y sus
líderes carismáticos, añadiría un tercer rasgo identitario: el antiperonismo mili-

21
Maristella Svampa

tante. Sin embargo, el pasaje a un modelo nacional-popular implicaría impor-


tantes cambios en la estructura económica del país, lo cual pondría en eviden-
cia el declive de la burguesía agropecuaria, como agente del progreso socioe-
conómico, así como la emergencia de un nuevo empresariado nacional, aso-
ciado al desarrollo sustitutivo. La Confederación General Económica (CGE),
entidad representativa del nuevo actor económico, ilustraba la alianza entre un
sector de la burguesía (empresariado nacional) y los sectores populares, re-
presentados por los grandes sindicatos, y promovida por Juan Domingo Perón
desde el aparato del Estado. (…)
Así las cosas, el programa de industrialización sustitutiva restaría di-
namismo económico a la elite agropecuaria, aunque esta seguiría conservan-
do una gran centralidad económica y política. (…) Estos sectores mantuvieron
la capacidad para presionar y desarrollar estrategias ofensivas, orientadas a
obtener, tras la crisis de la balanza de pagos, masivas transferencias de ingre-
sos en su beneficio. Pero su centralidad seguiría siendo también cultural, pues
pese a que las referencias a la burguesía agropecuaria, como núcleo de la eli-
te dirigente, remitían cada vez más al pasado, ésta continuaría ejerciendo un
poder de fascinación social por medio de la propiedad terrateniente (la imagen
de la pampa y su extensión), como encarnación paradigmática a la vez del pa-
sado glorioso y de la riqueza consolidada.
La entrada de un (nuevo) período de democracia restringida, luego de
1955, coincidió también con el avance de la internacionalización del capital. La
situación posterior no sólo haría ostensible el fracaso constante de las alianzas
de clase establecidas, sino también la fragmentación creciente en el interior de
los sectores dominantes. Más aún: el nuevo escenario aceleró la dinámica de
polarización política, lo cual terminaría por erosionar las bases de cualquier
proyecto político-económico de mediano plazo. Este cuadro de ‘empate social’
(Portantiero) o ‘hegemónico’ (O’ Donnell) revelaba así tanto las oscilaciones de
los sectores dominantes como el vacío político producido por la caída del pero-
nismo, y la entrada en un período atravesado por la recurrente inestabilidad
institucional, producto de la polarización política y de las fuertes pujas intersec-
toriales.
Un primer intento de poner fin a esta situación tuvo lugar durante el go-
bierno de Onganía (…) [cuando] se establece una alianza entre el estamento
militar y las elites burocráticas, vinculadas con los grandes grupos económicos
extranjeros. El resultado fue la implementación de un ‘Estado burocrático-au-
toritario’, combinación aparentemente paradójica entre crecimiento económico
y autoritarismo político.
Finalmente, sería durante la última dictadura militar y bajo la gestión del
ministro Martinez de Hoz, perteneciente a una de las familias más emblemáti-
cas de la oligarquía ganadera, la que sellaría el final del empate social, sentan-
do las bases de un nuevo régimen excluyente (…) El proceso de concentra-
ción se inicia en los 70, época en la cual se interrumpe la industrialización sus-
titutiva, al tiempo que opera una transferencia de excedente desde el Estado a
los grandes grupos económicos. Asimismo, este proceso marca el reemplazo

22
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

del liderazgo de las empresas nacionales, por empresas extranjeras diversifi-


cadas y/o integradas.
En efecto, la política económica de la dictadura militar significó el ingreso
en una primera etapa de fuerte concentración de los grupos económicos (que
produjo la quiebra de otros grandes empresarios), hecho que se iría acentúan-
do luego de la hiperinflación de 1989. En otros términos, la estrecha articula-
ción establecida entre los primeros y el gobierno militar, precedió e impulsó la
consolidación de los grupos económicos como actores centrales de la política
argentina, al tiempo que vino a confirmar la salida de una situación caracteriza-
da como de ‘empate social’ o ‘hegemónico’. Asimismo, el programa emprendi-
do por la dictadura militar permitiría a los sectores dominantes adaptarse a los
cambios, sin tener que renunciar por ello a los elementos centrales de su nú-
cleo indentitario (liberalismo, conservadurismo, antiperonismo).
Ya hemos dicho que la reinstalación del régimen constitucional trajo con-
sigo nuevos desafíos, a partir del abandono de las posiciones golpistas y la a-
ceptación de las nuevas reglas de juego por parte de las elites económicas.
Sin embargo, no menos importante es tener en cuenta que este cambio de
perspectiva política se llevaría a cabo en un contexto de mayor protagonismo
de los grupos económicos. En este sentido, la relación que el nuevo gobierno
constitucional entabló con los grandes grupos económicos anticiparía la entra-
da en la nueva época. (…)
No por casualidad, en adelante, la acción de los sectores dominantes se
orientaría muy particularmente a la colonización de los dos grandes partidos
políticos existentes, mediante la difusión de un discurso económico liberal, co-
mo eje de la solución de los problemas argentinos. Este discurso asumiría un
nuevo alcance, luego del fracaso ostensible del Plan Austral en 1987, momen-
to a partir del cual los sectores dominantes impulsarían una campaña sistemá-
tica a favor de la necesidad de realizar profundas reformas estructurales. La
propuesta, además de contener medidas concretas de reformas, realizaba una
particular lectura política y económica que luego se iría afianzando en la socie-
dad, responsabilizando al Estado argentino de la crisis actual y haciendo hin-
capié en el agotamiento del régimen de acumulación vigente, iniciado en el pe-
ríodo de posguerra.
Sin embargo, muy probablemente, el triunfo final de la estrategia de los
grandes grupos económicos no hubiera sido posible sin aquel golpe de Estado
de 1976, que desembocaría en una verdadera revancha de clase, por medio
de la mayor represión política de la historia argentina del siglo XX. La resolu-
ción final del empate social, luego del tumultuoso interregno radical, marcaría
entonces la entrada en un período signado por las grandes asimetrías, entre
las elites cada vez más internacionalizadas del poder económico y los cada
vez más fragmentados y empobrecidos sectores populares y medios.

23
Maristella Svampa

Concentración económica y extranjerización del capital

El gobierno de Carlos Menem abrió las puertas al establecimiento de una


alianza entre los sectores dominantes, nucleados en los grandes grupos eco-
nómicos, y la dirigencia política, de origen peronista. En efecto, si el nuevo mo-
delo de acumulación había hallado su momento constitutivo durante la última
dictadura militar, fue el gobierno peronista de Menem el que finalmente asumi-
ría sin ambages la remoción de todos los obstáculos que hasta el momento
habían impedido su verdadera consolidación (…).
El correlato económico de esta nueva alianza fue la modalidad que adop-
taron las privatizaciones de las empresas públicas. Esa modalidad posibilitó la
reconfiguración positiva de los grupos económicos nacionales, que reorienta-
ron sus actividades hacia los servicios. Recordemos una vez más los principa-
les factores que caracterizaron el conjunto de las privatizaciones[:] celeridad
del proceso privatizador, subvaluación del patrimonio de las empresas privati-
zadas, alta improvisación en las negociaciones, en fin, debilidades normativas
y déficit de marcos regulatorios. Más aún, el saldo de esta reconfiguración a-
brió las puertas a una época de grandes beneficios, incluso de una ‘rentabili-
dad diferencial’, dado el contexto de monopolio en el que insertaron muchas
de las empresas privatizadas.
Por último, la reconfiguración del perfil empresarial incluyó la desaparición
de las empresas estatales, lo cual dio paso a un protagonismo mayor de los
grupos subsidiados de empresas trasnacionales (caracterizadas por una ma-
yor presencia y una integración entre los diferentes grupos) y de unos pocos
grupos económicos locales (con capacidad de articulación internacional), al
tiempo que señaló una pérdida de relevancia de las pymes.
No olvidemos que la desregulación económica potenció la dinámica des-
industrializadora característica de la economía argentina desde mediados de
los 70 [que] implicó el colapso y cierre de numerosas pequeñas y medianas
empresas, que se encontraron en condiciones desventajosas para competir
frente a la apertura de los mercados. (…)
La constitución de una alianza con el peronismo y, a partir de ello, la aper-
tura de nuevas oportunidades económicas, favorecida por el contexto interna-
cional, dio paso entonces a una nueva época. Así, durante los primeros años
de la década de los 90, varias empresas argentinas decidieron repatriar parte
del capital financiero depositado en el exterior, para invertirlo como capital fijo.
Sin embargo, esta tendencia volvió a revertirse a mediados de la década,
cuando los grupos económicos locales vendieron su parte de los activos a con-
sorcios extranjeros. (…) Durante ese período, parte de esos grupos invertiría
en sectores considerados tradicionales (producción agropecuaria) que ofrece-
rían de ahí en más una alta rentabilidad, al tiempo que se reanudaría la fuga
de capitales. (…)
Así las cosas, el período se caracteriza por la fuerte concentración de la
riqueza y de la producción y, al mismo tiempo, por el creciente proceso de ex-
tranjerización de la economía argentina. (…) Lo destacable, empero, fue el

24
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

proceso de concentración, ejemplificado de manera paradigmática por las


grandes firmas o cadenas en el sector comercial, a partir de la proliferación de
hipermercados y shoppings, lo cual perjudicó notablemente los pequeños co-
mercios, en gran medida desplazados del mercado. (…) Sin embargo, la diná-
mica de concentración alcanzó a todos los rubros de la vida social y económi-
ca, incluyendo también los medios de comunicación, con la conformación de
poderosos multimedia, hacia fines de los 90.

Empresariado, privatizaciones y sector financiero

Lo dicho anteriormente puede servirnos para avanzar en algunos de los


rasgos presentes en los grupos económicos dominantes. El primero de ellos
se refiere al carácter dependiente del gran empresariado respecto del Estado;
el segundo, a la profundización de una perspectiva ‘cortoplacista’, asociada a
la dominación del capital financiero. (…)
Mucho se ha criticado la figura del empresario nacional, crecido al amparo
del modelo de acumulación anterior, subsidiado y protegido desde el Estado.
Por otra parte, la distorsión de este modelo (para algunos, en realidad, su co-
rolario inevitable) aparecía ilustrada por un tipo de empresariado prebendario,
vinculado estrechamente al Estado por medio de la prestación de servicios.
Ambos modelos de empresariado nacional eran los que, supuestamente, el or-
den neoliberal, basado en la competencia del mercado, vendría a erradicar.
Sin embargo, lo cierto es que una parte importante de los grandes empresarios
nacionales supo adaptarse exitosamente a los nuevos tiempos, mientras que
los pequeños y medianos empresarios quebraban o eran absorbidos por fir-
mas mayores. En realidad, estos grandes grupos pasaron de una relación de
tipo prebendario con el Estado, a la constitución de un vínculo de tipo patrimo-
nial con un Estado neoliberal (asegurándose una alta rentabilidad gracias a
mercados cautivos). Una vez más, las privatizaciones fueron el marco ideal pa-
ra garantizar el acceso y saqueo del Estado por parte de los grupos privados.
En definitiva, por encima de las diferencias de los contextos estructurales, el
nuevo perfil empresarial parece mostrar menos la ruptura que la continuidad
(aunque ésta se diera bajo otras formas y condiciones de acceso al Estado),
en un marco de mayor internacionalización del capital y, a la vez, de constitu-
ción de conglomerados y nuevas sociedades.
Por otro lado, (…) las nuevas reglas del capitalismo tendieron a afianzar
una relación de ‘exterioridad’ de estos ‘nuevos empresarios de la globalización,
actores a la vez internos e internacionales, en relación con las sociedades na-
cionales’. Sin duda, (…) el pasaje a un nuevo modelo apuntó a la creación de
un escenario de fuerte reducción de incertidumbre para la ansiada movilidad
de los capitales, gracias a la desregulación y al déficit de controles estatales.
Aún más, el gobierno de Menem no dudaría en utilizar el conjunto de herra-
mientas institucionales disponibles (…) para intervenir de manera decisiva a
favor del capital, descuidando deliberadamente los controles y la formulación
de marcos regulatorios (…).

25
Maristella Svampa

Además de ello, las opciones político-económicas del gobierno mene-


mista impulsaron la radicalización de uno de los rasgos ya presentes en el pe-
ríodo anterior, la valoración del capital financiero, cuyo peso en la economía
argentina (y sobre las otras fracciones del capital) fue sin duda en aumento.
(…)
Favorecido por la estabilidad monetaria, el sector financiero logró expan-
dir notoriamente sus servicios, modernizando su oferta y aumentando el volu-
men de créditos. Al igual que en otros sectores, esta expansión fue concretán-
dose en un marco de concentración y consolidación de la posición de los gran-
des bancos y de su creciente internacionalización. (…)
En resumen, este conjunto de actores aparecen como la ilustración de un
ethos, esto es, el conjunto de coordenadas éticas e ideológicas que orientan la
acción de un grupo o individuo, asociado a la nueva etapa de acumulación del
capital y, muy especialmente, a las exigencias del capital financiero en el con-
texto de la nueva dependencia. En fin, un ethos que en su expresión hiperbóli-
ca impulsa no sólo la autonomía de la economía y las virtudes del manage-
ment, sino el desarrollo de prácticas empresariales disociadas del contexto na-
cional y cada vez más marcadas por las referencias al mercado global y la in-
ternacionalización de la economía.

Modelo agrario y ¿nuevos? perfiles empresarios

(…) Desde mediados de los 90, asistimos al desarrollo de nuevas tramas


productivas en el agro argentino, que han modificado bruscamente el modelo
local de organización de la producción. Este nuevo modelo, que se caracteriza
por el uso intensivo de biotecnologías (…) ha colocado a la Argentina no sólo
como uno de los grandes exportadores mundiales de los cultivos transgénicos,
sino como uno de los países mejor posicionados en términos tecnológicos. Di-
chas innovaciones implicaron un gran desarrollo del sector agro alimentario, in-
crementando notoriamente su peso relativo en la economía argentina. Por últi-
mo, estos cultivos no sólo se extendieron en la región pampeana, sino también
en las llamadas áreas marginales. (…)
El creciente desarrollo de la agroindustria (que incluye, además de la pro-
ducción de soja y oleaginosas, ligadas a las nuevas biotecnologías, otros pro-
ductos, como vinos finos, cítricos, tabaco y cortes de carnes ‘no tradicionales),
muestra como tendencia la reformulación del perfil empresarial, traccionado
por el mercado internacional, [que] se ha desarrollado en el marco de un mer-
cado abierto y competitivo, de alta rentabilidad (pese a las retenciones, que al-
canzan el 20%), por medio del aprovechamiento de las nuevas tecnologías.
(…)
Así, una hipótesis optimista plantearía que, dada la heterogeneidad de ac-
tores que asoman en el nuevo mapa agrario, dicho modelo tendría la particula-
ridad de salir de una dinámica de ‘ganadores y perdedores’, propia de los 90.
Más aún, para esta visión dicha trama productiva daría cuenta de la emergen-
cia de una nueva clase empresarial, suerte de ‘nuevos ricos’, que no provienen

26
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

solamente de los grandes emporios económicos y financieros, sino también de


ciertos establecimientos o productores (medianos) del campo. Estos actores
habrían acertado en la búsqueda de una ‘diversificación’, mediante la modali-
dad muy extendida en los 90: el contratismo y el tercerismo. [El primero] en-
contró otras posibilidades (y potencialidades) a partir de la introducción del
nuevo modelo agrario, ligado a las biotecnologías. (…) El contratista y el terce-
rista vendrían a reflejar una nueva tendencia que expresaría un perfil empresa-
rial que asocia las modernas tecnologías con la búsqueda de nuevos nichos
de mercado. Por último, se trataría de un modelo que plantea una relación re-
cursiva entre investigación y producción en el marco de la ‘sociedad del cono-
cimiento’, por medio de la experimentación y aplicación de los últimos avances
en biotecnología. (…)
La discusión acerca del nuevo modelo agrario y sus consecuencias aún
no se ha instalado. En realidad, la introducción de las nuevas tecnologías y de
innovaciones organizacionales en el sector agrario ha motivado algunos deba-
tes, en los cuales intervienen no sólo especialistas, sino también organizacio-
nes no gubernamentales y movimientos campesinos. (…) Hay elementos que
indican que el vertiginoso desarrollo de la agroindustria ha traído aparejada la
desarticulación de los sistemas productivos locales, aun si esto se ha realizado
a favor del desarrollo de formas organizacionales con escasas relaciones con
el contexto local (entre las cuales se incluyen los pools de siembra y los fondos
de inversión). (…) En algunas regiones, el aumento de la rentabilidad en el cul-
tivo de transgénicos parece ir de la mano del avance de la deforestación y la
tendencia al monocultivo intensivo, con el consiguiente peligro en términos de
degradación de la biodiversidad. (…)
En resumen, es demasiado pronto para establecer cuán fuertes o vulnera-
bles son los diferentes actores presentes en la nueva trama productiva; sin
embargo, no es menos cierto que la expansión del modelo –y su alta rentabili-
dad actual– está estrechamente vinculada con cuestiones de orden coyuntural
(entre otros, los precios favorables en el mercado internacional). En los próxi-
mos años habrá que ver qué dinámicas se establecen entre los distintos acto-
res económicos y qué rol asume el Estado, para realmente sopesar hasta dón-
de el nuevo paradigma agroalimentario, asociado a la revolución biotecnológi-
ca, es capaz de generar desarrollo –como aseguran sus defensores más entu-
siastas– o sólo es una burbuja más, un paréntesis cada vez más acotado, den-
tro de una larga historia de estancamientos y recesiones, cuyo final dejará un
nuevo saldo de (pocos) ganadores y (numerosos) perdedores.

Las marcas del mimetismo cultural

Vamos a presentar ahora (…) algunos elementos que den cuenta de las
transformaciones culturales de los sectores dominantes, en especial, ciertos
cambios ligados a las fracciones más tradicionales de la elite, (…) los que, por
distintas razones, se hicieron más visibles durante la década de los 90. (…)

27
Maristella Svampa

En términos generales y al igual que en otras sociedades, los sectores


dominantes argentinos se han caracterizado por el desarrollo de una sociabili-
dad de tipo comunitario. En realidad, pese a que suscriben un discurso indivi-
dualista, centrado en la competencia, las clases dominantes (…) se han carac-
terizado por desarrollar un ‘colectivismo práctico’: prácticas y estrategias socia-
les encaminadas a la conservación de las posiciones y la reproducción social
dentro del espacio social. En la Argentina, desde los orígenes de la república
moderna, dichas prácticas fueron definiendo los diferentes círculos de perte-
nencia, que abarcaban los deportes ‘exclusivos’, realizados colectivamente
(como el polo y el golf), los lugares de sociabilidad y de ‘encierro’ que permití-
an la práctica del ‘ostracismo social’ (los clubes selectos, ciertos countries), en
fin, que incluían también la elección de las instituciones educativas, esto es,
las escuelas de elite. El corolario inevitable de este estilo de vida sería, sin du-
da, una sociabilidad homogénea, intensa, de carácter mundano, con rasgos
comunitarios, visible en la contigüidad e interpenetración de los diferentes cír-
culos sociales. (…)
Ahora bien, en el marco de los nuevos procesos de articulación entre lo
local y lo global, el establecimiento de una alianza con el peronismo triunfante
produjo en las elites argentinas, tradicionalmente liberales y profundamente
antiperonistas, una importante recomposición. Desde el punto de vista político
y cultural, lo más notorio de los 90 es que las clases altas fortalecieron su se-
guridad ontológica, esto es, su confianza de clase, al encontrar en su adversa-
rio histórico, el peronismo, un inesperado aliado. Al mismo tiempo, este en-
cuentro con el peronismo se dio en un contexto de modernización de la elite y
de generación de nuevos espacios de sociabilidad, asociados al avance de la
privatización de lo social.
Así, en un contexto de alta rentabilidad económica y de fuerte afirmación
política, la elite tuvo, sin embargo, que resignar ciertos criterios de afirmación
del nivel social, para aceptar la entrada de ‘nuevos ricos’, que el régimen me-
nemista, del cual ella era socia fundamental, iba generando. (…) El resultado
de esta experiencia fue una suerte de ampliación de los espacios de sociabili-
dad y socialización, que posibilitaron el contacto y vinculación con la clase polí-
tica y los ‘nuevos ricos’ emergentes. Además, la alianza establecida con el pe-
ronismo en su inflexión neoliberal se realizó en un contexto de modernización
y globalización de las elites (visiblemente más ‘americanizadas’) lo cual proba-
blemente facilitó el paso hacia la ostentación desmedida y el exhibicionismo
más desenfrenado. (…)
Los gestos del menemismo para con los sectores tradicionales de la elite
fueron ostensibles, abarcando desde el discurso de la conciliación (el abrazo
con el almirante Isaac Rojas) hasta el reconocimiento de las reivindicaciones
de la Sociedad Rural Argentina, incluidas la liberación de controles y precios,
la supresión del impuesto a las exportaciones y la venta del predio de Palermo
a un precio por demás irrisorio. (…)
Para una parte de la clase política, esta reconfiguración cultural supuso
un gran quiebre ideológico, a partir del abandono del ideario tradicionalmente

28
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

peronista y la conversión al neoliberalismo. No pocos de ellos, hasta ayer irre-


verentes defensores de lo popular, se convirtieron en nuevos ricos, motivo por
el cual se apresuraron a abandonar toda referencia a una ética ciudadana o u-
na supuesta moral colectiva, para celebrar hiperbólicamente la asociación en-
tre el mercado e individuo, entre res pública y asuntos privados. Más aún, en
un marco de comunión con las clases dominantes, el elemento plebeyo –tradi-
cionalmente asociado al peronismo– fue expurgado (esto es, desconectado de
su sentido originario popular y contracultural, más aún, de su potencialidad po-
lítica antagónica) y reconvertido en función de un nuevo estilo, asociado al
kitsch y el consumo ostentoso. (…)
En cambio, para la elite, el espíritu de celebración, visible en la ostenta-
ción obscena y la apertura de los lugares antes exclusivistas (…) nos habla
menos de un quiebre ideológico que de una muestra de mimetización con la
nueva clase política, tan segura y gozosa del éxito de su ‘transgresión’.
En todo caso, sorprendida primero frente al viraje neoliberal de su adver-
sario histórico, seguidamente satisfecha ante las multiplicadas muestras de
buena fe, atraída incluso por el carácter festivo de nuevo look plebeyo, (…)
buena parte de la elite terminará por dejar atrás el antiperonismo, para mirar
con buenos ojos la farandulización de los gustos, sin esquivar por ello ni el
kitsch ni mucho menos la desmesura reinante.

Elitismo, socialización homogénea y visiones de la pobreza

En los 90 se redefinen los espacios de sociabilidad y de socialización. Es-


to aparece ilustrado en la expansión de las urbanizaciones privadas. (…) Lo
que nos interesa analizar es en qué medida esta nueva dinámica privatizadora
afectó las pautas y comportamientos de la elite, lo cual trajo aparejado tanto u-
na apertura social como la reformulación de las tradicionales estrategias de
distinción. Recordemos que el impulso mayor de las urbanizaciones privadas
ocurrió en un contexto de notorio aumento de las desigualdades sociales: fren-
te a la deserción del Estado y el vaciamiento de las instituciones públicas, se
fueron desarrollando modalidades privatizadas de la seguridad y de la integra-
ción social, que marcarían nuevas y rotundas formas de diferenciación entre
los ‘ganadores’ y los ‘perdedores’ del modelo neoliberal.
Como consecuencia de ello, la autosegregación urbana, un fenómeno típi-
camente asociado a las clases altas, se haría extensivo a otros sectores socia-
les. (…) Los nuevos enclaves fortificados incorporaron y modificaron un estilo
de vida ya existente, el de countries o clubes de campo, estrechamente vincu-
lados al estilo de vida tradicional de las clases altas y medio-altas, caracteriza-
dos por una intensa vida social y recreativa. En realidad, la elite participó acti-
vamente en la (re)creación de nuevos espacios de sociabilidad, producto de la
nueva ola privatizadora, en los cuales confluyeron diferentes fracciones, entre
ellas, un contingente de nuevos ricos ligados al poder, pero también franjas im-
portantes de las clases medias consolidadas y las clases medias en ascenso.

29
Maristella Svampa

Por otro lado, el correlato de esta búsqueda de homogeneidad social, por


parte de los sectores altos y medio-altos consolidados, ha sido la transforma-
ción del ‘mercado educativo’, visible en la proliferación de centros de enseñan-
za privados. (…) En el campo educativo, quizá lo más notorio durante los 90
no haya sido solamente la proliferación de colegios privados dentro de la nue-
va red socio-espacial compuesta por countries y barrios privados, sino la crea-
ción de un conjunto de universidades privadas, claramente de elite, [que] reali-
zan una apuesta más explícitamente orientada a la creación de una clase diri-
gente. (…)
Por otro lado, en el marco de la gran brecha social afianzada en los 90, se
observa que en el interior de los sectores dominantes se desarrollan nuevas
‘concepciones’ acerca de la pobreza. (…) En una sociedad en la cual la gran
asimetría se ha traducido en el explosivo incremento de empobrecidos y exclu-
ídos, el lugar de la ayuda social (…) cambió notablemente. (…) El Estado ar-
gentino fue consolidando nuevas modalidades de intervención sobre lo social
(…). Lo particular es que en la implementación de estas políticas de ‘conten-
ción social’, que apuntan a incluir al excluido en tanto excluido, recomendadas
y controladas por los organismos multilaterales, tienden a participar también u-
na serie de agentes sociales, entre ellos ONG, fundaciones privadas y empre-
sas.
En este contexto, se fueron creando también fundaciones de nuevo tipo,
más profesionalizadas, ligadas a la acción del llamado ‘tercer sector’, que a-
grega a la asistencia social focalizada (la acción comunitaria), ciertos objetivos
de formación y capacitación. (…)
Estas nuevas formas de intervención sobre lo social se inscriben en un
determinado marco ideológico y epistemológico, atravesado por las exigencias
de individualización y la demanda de autoorganización de los sectores popula-
res, propios del capitalismo contemporáneo. (…)

Las marcas de la distinción

El mimetismo cultural de las elites operado en los 90 no significó empero


el borramiento absoluto de las marcas de la distinción. Así, la reformulación de
las estrategias de distinción puede ser ilustrada por dos aspectos visibles en
los espacios de sociabilidad generados en el marco de las nuevas urbaniza-
ciones privadas: por un lado, la flexibilización de los códigos de pertenencia;
por el otro, la reafirmación del estilo de vida asociado a la elite, como símbolo
de la distinción. (…)
El primero se refiere a las diferentes estrategias de adaptación de las eli-
tes, frente a la flexibilización inevitable de las condiciones de acceso a los es-
pacios de sociabilidad tradicionales. En medio de las transformaciones econó-
micas, la vertiginosa expansión del estilo de vida country afectó las condicio-
nes de admisión y, por ende, los códigos de pertenencia. (…) No fueron pocos
los countries antiguos y prestigiosos que, a fines de los 90, desarrollaron una
política de expansión, para lo cual adquirieron, cuando era posible, predios

30
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

veci-nos, que fueron rápidamente loteados y vendidos. Así, el boom inmobilia-


rio desencadenó una ‘fuga hacia adelante’, que generó la necesidad de marcar
un equilibrio entre las estrategias comerciales y las estrategias de distinción.
(…) En los countries más exclusivos, la necesidad de mantener el ‘nivel social’
terminó por conciliarse con el ingreso –inevitable, aunque dosificado– de los
‘nuevos ricos’, personajes casi siempre provenientes del mundo empresarial,
de la política, de la farándula y el deporte. (…) En fin, una vez consolidada la
tendencia, todo parece indicar que las marcas de la exclusividad se han des-
plazado a algunos countries más recientes; mucho más lujosos que sus prede-
cesores y, por ende, menos accesibles a los sectores de clases medias en
ascenso (profesionales y clases medias de servicios).
En segundo lugar, (…) pese a los cambios registrados en los sectores do-
minantes, la distinción, esto es, aquello que es considerado legítimo, continúa
haciendo referencia al estilo de vida de la elite oligárquica, tradicionalmente a-
sociada al campo. En este sentido, (…) un rápido análisis de las ofertas exis-
tentes permite distinguir por lo menos dos formatos claramente diferenciados:
en un primer nivel, amplio y más masivo, se halla el ‘estilo de vida verde’, que
imita el de las clases medias altas suburbanas norteamericanas y que apunta
a las clases medias y medias altas; en un segundo nivel, asoma un estilo más
selecto, añorado y ‘exquisito’, propio de la ‘ruralidad idílica’, que alude a la vin-
culación con el pasado rural del país. (…)
Asimismo, ciertos elementos de la ruralidad idílica pueden ser invocados
a través de algunas actividades deportivas, ligadas de manera connatural al
pasado criollo, por ejemplo, el polo, el más aristocrático de todos los deportes.
Por último, el modelo de ruralidad idílica puede combinar, como en el caso de
los mega emprendimientos, (…) la añorada extensión con aquellas imágenes
prolijas y recortadas de espacios y jardines propios de los suburbios residen-
ciales norteamericanos, símbolos de la modernidad primermundista. (…)

***

(…) Durante los 90, la economía argentina atravesó por un proceso de


concentración y de transnacionalización, que castigó a las fracciones más dé-
biles del capital (pequeñas y medianas empresas), al tiempo que expandió y
consolidó grandes grupos económicos, y sirvió como trampolín a otros todavía
más recientes. Estas nuevas condiciones acentuaron también la importancia
del capital financiero en la estructura productiva argentina. (…)
En fin, si el triunfo del neoliberalismo se apoyó en la promoción de mode-
los de ciudadanía restringidos, centrados en la figura del consumidor y el pro-
pietario, entonces fueron ciertamente los sectores dominantes los que asumie-
ron de manera exacerbada ambas figuras, mediante el consumo desmedido y
la privatización de lo social. Pues si la fiesta, la frivolidad y el exceso, en su
versión elitista, ilustraban la consagración de la figura del consumidor, la difu-
sión por momentos frenética de determinados estilos de vida –como el desa-
rrollado durante los 90 en los countries y barrios privados, refugio de los llama-

31
Maristella Svampa

dos ‘ganadores’ del modelo– terminarían por consagrar y expandir la figura del
‘ciudadano propietario’.

Capítulo 5 – La fragmentación de las clases medias

Los más decididos soportes de esos valores democráticos no pueden ser


otros –en mérito de su educación y de la tradición que les empapa– que los
más claros representantes de las clases medias cultivadas.
¿No se les estará pidiendo –con todo lo dicho– demasiado?
¿No podrá exceder esta tarea la voluntad de los nuevos hombres requeridos?
No. Las tareas difíciles son para los hombres, y éstos no se han encogido ante
su carga en ningún gran momento.
Lo cual no impide que se vean y señalen a tiempo las inevitables tensiones in-
ternas que esa carga lleva consigo.
CEPAL, El desarrollo social de América Latina en la posguerra (1963)

Históricamente, en nuestro país, las clases medias fueron consideradas


como un rasgo particular de la estructura social respecto de otros países lati-
noamericanos y un factor esencial en los sucesivos modelos de integración so-
cial, tanto del oligárquico-conservador, como del nacional-popular. Sin embar-
go, la crisis de los 80 y el pasaje a un nuevo modelo de acumulación, en los
90, terminaron por desmontar el anterior modelo de integración, echando por
tierra la representación de una clase media fuerte y, hasta cierto punto, cultu-
ralmente homogénea, asociada al progreso y la movilidad social ascendente.
Esta nueva situación está ligada a la instalación de una doble lógica de polari-
zación y fragmentación en el interior de las clases medias, visible no sólo en la
disminución drástica de la llamada ‘clase media típica’, sino sobre todo en la
brecha cada vez más pronunciada entre los llamados ‘ganadores’ y los ‘perde-
dores’ del modelo.
La entrada en una sociedad excluyente trajo consigo una fuerte reformula-
ción de la dialéctica entre estructura y estrategias en el interior de las fragmen-
tadas clases medias. Ahora bien, antes de analizar el modo como la reformula-
ción de las pautas de inclusión y exclusión social impactó en las diferentes
franjas de las clases medias, tanto en términos de prácticas, estilos de vida y
modelos de socialización, nos detendremos, (…) en la presentación de algu-
nos rasgos históricos más importantes.

Rasgos generales de las clases medias

Podríamos resumir las características de las clases medias, tal como és-
tas han sido tematizados por gran parte de las ciencias sociales, en cuatro ras-
gos mayores.
En primer lugar, tradicionalmente la categoría ‘clases medias’ ha designa-
do un vasto conglomerado social, con fronteras difusas; esto es una categoría
intermedia cuya debilidad congénita estribaría en su misma posición estructu-
ral, un tercer actor sin peso específico propio, situado entre los dos grandes a-

32
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

gentes sociales y políticos de la sociedad moderna: la burguesía y las clases


trabajadoras. Esta debilidad estructural explicaría tanto sus comportamientos
políticos como sus rasgos culturales. Por un lado, desde el punto de vista polí-
tico, sus dificultades en desarrollar una conciencia de clase autónoma se ve-
rían reflejadas en una vocación histórica por las alianzas. Por otro lado, desde
el punto de vista cultural, las clases medias se verían ilustradas por el desarro-
llo de conductas imitativas respecto de los patrones culturales propios de las
clases superiores. Por último, la consolidación de estas pautas culturales no
haría más que facilitar la instrumentalización política de las clases medias por
parte de la burguesía.
De manera más específica, la adopción de pautas de conducta propias de
las clases superiores expresaría la disociación entre el grupo de pertenencia y
el grupo de referencia. Estos conceptos, introducidos por el funcionalismo nor-
teamericano, tiene por objeto el análisis de las formas de agrupamiento y de
construcción de las valoraciones y actitudes políticas de los sectores medios.
El grupo de referencia sirve de parámetro a los individuos para valorarse a sí
mismos, o a sus actividades, sin que sea necesaria la pertenencia a ellos. En
consecuencia, el grado de satisfacción o insatisfacción que se experimenta
con el estatus depende más del grupo que se tome como referencia que de un
criterio general representativo de la estructura social global.
En resumen, la debilidad estructural es la base de las dificultades analíti-
cas que encierra la categoría ‘clases medias’, lo cual aparece reflejado tanto
en términos políticos, mediante la conformación de una mentalidad conserva-
dora y reaccionaria (respecto de los sectores populares), como en términos
culturales, a través del desarrollo de una cultura mimética y los consumos os-
tentosos (respecto de las clases altas).
En segundo lugar, otro de los rasgos mayores de las clases medias ha si-
do la heterogeneidad social y ocupacional. Desde el comienzo, el criterio de di-
ferenciación más clásico para caracterizar a las clases medias ha hecho hinca-
pié en el proceso de trabajo como variable, a partir de la distinción entre traba-
jo ‘manual’ y ‘no manual’, que luego adoptaría el nombre de trabajadores de
‘cuello azul’ y ‘cuello blanco’. (…) Los distintos análisis concuerdan en que el
sostenido crecimiento del sector de cuello blanco durante el siglo XX tendió a
complejizar y a ampliar las reducidas dimensiones que la clase media (peque-
ña burguesía basada en la propiedad) poseía. Además, esta característica fun-
damental contribuiría a abrir la brecha respecto de otros sectores sociales, por
ejemplo, los trabajadores fabriles, pues mientras estos últimos se caracteriza-
rían por un importante grado de homogeneidad, dentro de las ocupaciones de
cuello blanco encontraríamos una creciente diferenciación, que va desde la ta-
reas de rutina administrativas, la mayor dotación de beneficios marginales
(pensiones y seguros), hasta mayores oportunidades de promoción y alto gra-
do de participación femenina en el empleo.
En tercer lugar, desde sus orígenes, una de las notas constitutivas de la i-
dentidad de las clases medias ha sido la movilidad social ascendente. Esto ha
contribuido a aumentar la importancia de la educación como canal privilegiado

33
Maristella Svampa

para el ascenso y la reproducción social. Más aún, tradicionalmente la confían-


za en la movilidad social ascendente ha sido acompañada de una visión opti-
mista del progreso social, que se refleja en la adopción de un determinado mo-
delo de familia, por medio del cual ésta es concebida como un espacio en el
cual se producen las condiciones para la movilidad social de sus miembros.
Por último, las clases medias aparecen definidas positivamente por su ca-
pacidad de consumo, y como consecuencia, por el acceso a un determinado
estilo de vida, caracterizado por un modelo tipo, en el cual se conjugan, para
sintetizarlo de manera esquemática, las aspiración residencial (la vivienda pro-
pia), la posesión del automóvil y la posibilidad de esparcimiento. De esta ma-
nera, (…) las diferencias entre las clases trabajadoras y las clases medias ex-
cederían el propio proceso de trabajo, manifestándose también en otros ámbi-
tos y prácticas, como por ejemplo el agrupamiento en zonas de residencia ho-
mogéneas y la formación de grupos de estatus.
En suma, la debilidad estructural estaría en el origen de una serie de ca-
racterísticas más bien negativas, como la mentalidad política conservadora y el
mimetismo cultural; la creciente heterogeneidad social y ocupacional daría
cuenta de la imposibilidad de unificar sus intereses de clase y, al mismo tiem-
po, de la consolidación de un individualismo exacerbado, orientado a la maxi-
mización de los intereses particulares; todo ello explicaría la búsqueda de la
movilidad social ascendente como rasgo constitutivo de las clases medias. Por
último, la definición a través del consumo y de los estilos de vida desemboca-
ría en la formación de grupos de estatus. (...)
Las clases medias irían definiéndose como ‘clases de servicios’ [distin-
guiéndose] de la clase obrera por realizar un trabajo no productivo, aunque la
diferencia más básica se ve reflejada en la calidad del empleo. En efecto, se
trata de un trabajo donde se ejerce autoridad (directivos) o bien controla infor-
mación privilegiada (expertos, profesionales). Así, este tipo de trabajo otorga
cierto margen de discrecionalidad y autonomía al empleado, pero la contrapar-
tida resultante de esta situación es el compromiso moral del trabajador con la
organización, dentro de un sistema claramente estructurado en torno a
recompensas y sanciones. (…)

Las clases medias en la argentina

A lo largo del siglo XX, en virtud de su dinamismo y su élam moderniza-


dor, las clases medias latinoamericanas se constituyeron en un agente central
en el proceso de desarrollo. (…) Esta centralidad se explica por dos rasgos
mayores: en primer lugar, se debe a la preocupación que las clases medias
manifiestan por la educación. Así, éstas se definen ante todo como una clase
educada, con niveles medios y medios altos de instrucción. A su vez, la educa-
ción se constituye en el instrumento por excelencia de la movilidad social as-
cendente, así como en el criterio distintivo respecto de las otras clases socia-
les. (…) El segundo rasgo se halla intrínsecamente ligado al anterior, pues la
expansión de las clases medias urbanas está vinculada al desarrollo del Esta-

34
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

do. En efecto, en América Latina, las clases medias se expandieron sobre todo
en los países donde el Estado intervino activamente como productor de bienes
y servicios, en el marco del régimen de industrialización sustitutiva. Tocaría a
la versión latinoamericana del Estado Social, esto es, al modelo nacional-po-
pular, consumar esta suerte de paradigma, contribuyendo así a la consolida-
ción de vastas franjas de funcionarios y de profesionales ligados a la adminis-
tración pública, así como a los servicios de la educación y de la salud. Sin em-
bargo, éste fue precisamente el modelo que entró en crisis a partir de los años
80 y, particularmente, durante los 90, con la aplicación de políticas de ajuste
fiscal y de reducción del Estado. (…)
Ciertamente, la educación, en tanto canal privilegiado para la movilidad
social ascendente, era un rasgo constitutivo de la identidad de las clases me-
dias. Pero, desde el punto de vista cultural, éstas parecían caracterizarse por
conductas que imitaban los patrones culturales propios de las clases superio-
res, visibles en el consumo ostentoso; conductas concebidas, al mismo tiem-
po, como estrategias de diferenciación con respecto a las clases populares. Di-
cho proceso tendría su expresión mayor a partir de 1945, época en la cual
gran parte de las clases medias acentuaría las estrategias de distanciamiento
hasta el paroxismo, adoptando un antiperonismo militante.
Sin embargo, es necesario tener en cuenta que, desde una perspectiva e-
conómica, la acción de gobierno del primer peronismo (46-55) no sólo benefi-
ció directamente a vastos sectores de la clase trabajadora, sino también a am-
plios sectores medios, mediante el impulso al sector asalariado, dependiente
del Estado, hecho que encontraría una continuación e incremento en la política
de las administraciones posteriores. De esta manera, a partir de los años 60,
los estratos medios se convertirían en los principales proveedores de una de-
manda de puestos gerenciales, burocráticos y administrativos, promovida por
el modelo sustitutivo. Lo dicho encuentra correlato en el peso cada vez mayor
que irían adquiriendo los sectores asalariados por sobre el sector autónomo
dentro del conjunto de las clases medias, lo cual confirmaría la consolidación
de una clase media de servicios, ligada al Estado (empleo público) y a los ser-
vicios sociales públicos y privados (educación y salud). (…)
¿Cómo explicar, entonces, el antiperonismo militante de las clases me-
dias argentinas? En realidad, el peronismo lesionó a las clases medias a tra-
vés de sus pautas de comportamiento y sus modelos culturales. Así, fueron
sus rasgos plebeyos e iconoclastas (estigmatizados como formas de ‘barbarie’
e ‘incultura’) los que más fastidiaban y afectaban la tranquilidad de las clases
medias, más que nunca identificadas con los patrones culturales y estéticos de
la cultura oficial, con el ‘buen gusto’, con la ‘cultura decente’. Por otro lado, la
oposición de las clases medias se vio acentuada por el carácter autoritario que
tomó el régimen peronista, respecto del mundo reconocido de la cultura. Como
no deja de reconocer el propio Arturo Jauretche, el peronismo cometió ‘indis-
cutibles torpezas’ con respecto a las clases medias, pues no sólo afectó sus
pautas culturales, sino que les negó una inclusión simbólica dentro del discur-
so político oficial. En consecuencia, en un contexto de polarización política en-

35
Maristella Svampa

tre peronismo y antiperonismo, las clases medias optaron por el rechazo y


desprecio hacia los sectores populares.
Asimismo, un factor determinante de esta polarización fue también la ace-
leración de la lógica igualitaria, producto de la política económica y social del
primer peronismo, que desembocaría en una reducción de las distancias eco-
nómicas entre las clases medias y las clases populares. En suma, el carácter
plebeyo y la lógica igualitaria que el peronismo impulsó desde el Estado gene-
raron en las clases medias la necesidad de producir y reforzar la distancia cul-
tural y simbólica, por medio de nuevos mecanismos y estrategias de diferen-
ciación social.
Hacia los 60, el proceso de modernización cultural produjo cambios im-
portantes, que involucraron diferentes dimensiones de la vida social. Al igual
que en otras sociedades, la Argentina asistió entonces a un período de hondas
transformaciones de las pautas culturales e ideológicas de las clases medias,
que abarcarían numerosos aspectos de la vida cotidiana: desde nuevos hábi-
tos de consumo especialmente orientados al sector juvenil, pasando por cam-
bios importantes en la moral sexual y en el rol de la mujer, por la divulgación
del psicoanálisis y el cuestionamiento de modelos familiares y escolares tradi-
cionales, hasta la irrupción de las vanguardias y la experimentación artística.
En definitiva, se trataba del surgimiento de una ‘nueva clase media’, cuyo e-
thos específico aparecía intrínsecamente asociado a nuevos valores, nuevas
prácticas de consumo y estilos de vida.
Hacia fines de la década, esta apertura cultural comenzó a articularse con
la exigencia del compromiso político, que vislumbraba la posibilidad de articu-
lación con los sectores populares. Finalmente, (…) luego de décadas de de-
sencuentros, la alianza entre los sectores medios y los sectores populares se
tornaba real y posible, gracias a la peronización de la juventud y de los secto-
res intelectuales, en gran parte procedentes de las clases medias antiperonis-
tas. En consecuencia, aunque fuertemente marcada por el autoritarismo políti-
co, la década del 60 sería sin duda la época de oro de las clases medias, pues
éstas habrían de afirmar una cierta autonomía cultural respecto de las clases
dominantes (renegando así del llamado mimetismo cultural), al tiempo que
buscarían una articulación política con los sectores populares peronistas. Co-
mo nunca en otro período, las clases medias habrían de desarrollar una gran
confianza en su capacidad de acción histórica.
Sin embargo, este clímax de época fue seguido de un gran declive, visible
en la tragedia política de los años 70 y, luego, en la fragmentación y empobre-
cimiento de los 80 y los 90. Ciertamente, el golpe de Estado de 1976 significó
la puesta de acción de un nuevo modelo que apuntaba tanto a la represión de
los sectores movilizados, como a un nuevo modelo de acumulación económi-
ca. La reconfiguración de la sociedad argentina estaba en marcha, aun si las
transformaciones de los diferentes sectores sociales recién se tornarían visi-
bles a la salida de la dictadura militar.

36
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

Hacia la heterogeneidad y la polarización social

Durante mucho tiempo, el modelo de integración social existente en la Ar-


gentina se asentó en la afirmación de estilos residenciales y espacios de so-
cialización mixtos, que apuntaban a la mezcla entre distintos sectores sociales.
El marco propicio para tal modelo de integración mixta eran los espacios públi-
cos. Si la integración social e individual es un proceso que articula relaciones
horizontales (en el interior de un grupo social), con lazos verticales (con otros
grupos de la estructura social), mediante diferentes marcos de socialización,
es necesario reconocer que la ciudad aportaba no pocos de esos espacios pú-
blicos, entre ellos la plaza, la esquina del barrio o los patios de un colegio del
Estado. Estos lugares públicos proveían al individuo de una orientación doble:
hacia adentro y hacia fuera de su grupo social, y aparecían como contextos
propicios para una socialización mixta y exitosa. (…)
Ahora bien, a partir de los 90, la entrada en una sociedad excluyente tiró
por la borda esta representación integradora de la sociedad argentina, centra-
da en la primacía de lo público. Con una virulencia nunca vista, la nueva diná-
mica excluyente puso al descubierto un notorio distanciamiento en el interior
mismo de las clases medias, producto de la transformación de las pautas de
movilidad social ascendente y descendente. Dichas transformaciones termina-
ron de abrir una gran brecha en la sociedad argentina, acentuando los proce-
sos de polarización y vulnerabilidad social. (…) Los sectores medios irían
estre-chándose, empujados por una fuerte corriente de movilidad social
descenden-te; en medio de la vulnerabilidad, otras franjas tratarían de
mantener sus posi-ciones sociales; mientras que, por último, un contingente
menor, caracterizado por una mejor articulación con las nuevas estructuras del
modelo, se vería be-neficiado por el ascenso social.
Sin embargo, desde una perspectiva histórica, lo que primero impacta es
la dimensión colectiva del proceso de movilidad social descendente, que arrojó
del lado de los perdedores a vastos grupos sociales entre los cuales hay que
incluir empleados y profesionales ligados al sector público, cuentapropistas,
pequeños comerciantes, en fin, medianos y pequeños productores agrarios (la
clase media autónoma). También es cierto que otras franjas de las clases me-
dias, como empleados y profesionales ligados a los servicios sociales y a los
nuevos servicios de consumo (ocio, esparcimiento, publicidad), gracias a sus
calificaciones, tendieron a conservar sus posiciones. Por último, aunque com-
parativamente minoritarios, en el costado de los ganadores de las clases me-
dias se fueron situando diversos grupos sociales, compuestos por personal ca-
lificado, profesionales, intermediarios estratégicos, asociados al ámbito priva-
do, en gran parte vinculados a los nuevos servicios, en fin, una franja que en-
globaría, por encima de las diferencias, tanto a los sectores medios consolida-
dos como a los sectores en ascenso.
De esta manera, la entrada en una sociedad excluyente reformuló la dia-
léctica entre estructura y estrategias en el seno de las clases medias. Por un
lado, al trastocarse sus condiciones objetivas de existencia, las clases medias

37
Maristella Svampa

empobrecidas debieron desarrollar nuevas estrategias de sobrevivencia, basa-


das en la utilización y potenciación de competencias culturales y sociales pre-
existentes, para volver a vincularse con el mundo social. (…) Por otro lado, pa-
ra un sector de las clases medias consolidadas y en ascenso, las estrategias
de inclusión en el nuevo modelo apuntaron a una búsqueda de la distancia, no
sólo respecto de los sectores populares, sino de las propias clases medias em-
pobrecidas, mediante el consumo suntuario y los nuevos estilos de vida basa-
dos en la seguridad privada. Por último, aunque sensiblemente afectadas des-
de el punto de vista cuantitativo, las franjas medias de las clases medias habrí-
an de acentuar como estrategia de afirmación la inclusión por medio de los
consumos y la relación con la cultura.

Empobrecimiento y multiplicación de estrategias de adaptación

Hemos dicho ya que el proceso de movilidad social descendente asumió


una dimensión colectiva que arrojó del lado de los perdedores a grupos socia-
les que formaban parte de las clases medias asalariada y autónoma [colocán-
dolos] en posición de desigualdad ante la arrolladora apertura a las importacio-
nes y la entrada de nuevas formas de comercialización; (…)
La segmentación social fue consolidando una fractura intraclase que es
necesario leer en dos tiempos diferentes: una a fines de los años 80, el proce-
so de empobrecimiento de ciertas franjas de las clases medias estuvo vincula-
do a la inflación y, claro está, a la hiperinflación, esto es, al deterioro salarial y
la pérdida de poder adquisitivo. Asimismo, tanto la degradación de los servi-
cios públicos (educación, salud, seguridad) como la privatización de los servi-
cios básicos, contribuyeron fuertemente al empobrecimiento de los sectores
medios, en un contexto signado por la precarización laboral y la inestabilidad.
(…) La fractura intraclase se hizo mayor a mediados de los 90, cuando el
empobrecimiento pasó a vincularse no sólo a la pérdida de poder adquisitivo,
sino también al desempleo; en fin, cuando empezó a observarse una suerte de
reproducción ampliada de las diferencias intraclase, visibles en los estilos de
vida, los modelos de socialización y las formas de sociabilidad. En efecto, para
diferentes sectores empobrecidos y en contraposición con otros estratos de las
clases medias y medias altas, la instalación de una zona de vulnerabilidad e i-
nestabilidad terminó por consumar un hiato, una distancia mayor, que es nece-
sario comprender en términos de reducción de oportunidades de vida. El he-
cho es, pues, doble. Por un lado, la fractura social provocó un debilitamiento, si
no la ruptura, de los lazos culturales y sociales existentes entre los diversos
estratos de la antigua clase media. Por el otro, (…) la tendencia más general
del período indica una fuerte polarización social. (…)
Desde un punto de vista general, la experiencia del empobrecimiento fue
traumática, en la medida en que ésta puso de manifiesto el colapso de los
marcos sociales que estructuraban la identidad de los sujetos y orientaban sus
prácticas. [Además,] condujo a la necesidad de redefinir la situación exterior,
en condiciones de incertidumbre, lo cual tendría un impacto sobre las identida-

38
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

des sociales (el autoposicionamiento o la exclusión del colectivo de las clases


medias), e individuales (pérdida de autoestima). (…)
Por otro lado, el empobrecimiento trajo aparejados importantes cambios
en las prácticas y orientaciones de la acción, que deben ser interpretados, en
un primer momento, como formas de adaptación frente al desajuste visible en-
tre el rol y la posición social anterior. Como consecuencia de ello, lo propio del
período fue la multiplicación de estrategias individuales, mediante la utilización
de los recursos y competencias culturales y sociales preexistentes (en térmi-
nos de capital cultural y social), orientadas a obtener ventajas comparativas
(…).
La multiplicación de estas estrategias de adaptación tuvo consecuencias
en diferentes niveles. Por un lado, hacia fuera, harían manifiesta la existencia
de un circuito cada vez más segmentado de servicios (…) Por otro lado, frente
a la reducción de las distancias sociales, las estrategias de adaptación servían
también para diferenciarse socialmente de los llamados pobres estructurales,
menos provistos en términos de capital cultural y relaciones sociales. Por últi-
mo, en este nuevo escenario, resulta difícil separar lo que estas estrategias de
adaptación contenían en términos de demandas de derechos individuales y so-
ciales, de aquello que aparecía ligado exclusivamente a un reclamo estatutario
(una demanda de respeto y deferencia). (…)
Frente al empobrecimiento, los individuos se vieron en la necesidad de
redefinir los marcos sociales y culturales de su experiencia. Esto conduciría a
la emergencia de un nuevo ethos que, en consonancia con la dinámica social,
aparecería marcado por la incertidumbre y una perspectiva cortoplacista, que
tendía a obturar cualquier planificación reflexiva del futuro. (…) Los sujetos se
vieron obligados a convertirse en cazadores, figura mediante la cual [se] ilustra
la lógica de acción individual y colectiva que orienta la vida cotidiana en la ciu-
dad, semejante a un bosque que esconde un diversificado repertorio de posibi-
lidades, pero que implica desde ya la aceptación del riesgo y la incertidumbre.

Empobrecimiento y experiencia del trueque

En términos generales, recién hacia la segunda mitad de los 90 los suje-


tos sociales incorporarían plenamente un discurso que permitiría evacuar el
estigma del fracaso personal, tan subrayado durante los primeros años del mo-
delo. (…) En la medida en que los discursos de la caída comenzaron a enfati-
zar, antes que las trayectorias individuales o las malas elecciones, los aspec-
tos más estructurales de la crisis (como las reformas económicas, el aumento
del desempleo y, de manera general, los efectos desiguales de una globaliza-
ción neoliberal), las estrategias de sobrevivencia variaron. En consecuencia,
se registra un cambio importante en el posicionamiento de la subjetividad: el
sujeto autónomo de la racionalidad micro económica desaparece y en su lugar
emerge la pura víctima de la macro economía.
Sin embargo, lejos de conducir a la pura victimización, el proceso tuvo co-
mo corolario un nuevo enmarcamiento de la situación que desembocaría en u-

39
Maristella Svampa

na experiencia pública que daría mucho de que hablar: el trueque. Recorde-


mos que la actividad del trueque nació hacia 1995, como una organización es-
tructurada sobre la base de redes (nodos) [y] se convirtió rápidamente en una
red extensa de intercambio de bienes, servicios y competencias muy heterogé-
neas, (…) que comprendía desde el trabajo manual o artesanal, ligado a la
producción de bienes primarios (alimentos) hasta las nuevas industrias de la
subjetividad, relacionadas con las terapias alternativas. (…)
La actividad de trocar aparecía investida de todo un ideario que habla de
reinventar el mercado, reinventar la vida y se postula como una alternativa a
un patrón de desarrollo que ha llevado a la exclusión social a amplios sectores
de la población. Para sus ideólogos, el trueque aparecía como un vínculo so-
cial de otro tipo basado en la confianza y la reciprocidad como valores fundan-
tes que tendrían el poder de cambiar las relaciones sociales, o para decirlo en
los términos que expresa su doctrina: ‘barajar y dar de nuevo las reglas del
juego social’. Ahora bien, la expansión de esta actividad tuvo varias conse-
cuencias. En primer lugar, permitió una cierta reconstitución de las identidades
individuales. (…) En consecuencia, la actividad de trocar permitía revalorizar
capacidades negadas y descartadas por el mercado formal. En segundo lugar,
la experiencia daba cuenta, si bien de manera incipiente, de la emergencia de
un espacio de sociabilidad, donde confluían sectores medios empobrecidos
con sectores populares, ligados al trabajo manual en la industria, al servicio
doméstico y vendedores ambulantes. (…) Sin embargo, más allá de los aspec-
tos positivos, (…) el trueque aparecía primariamente como una actividad de re-
fugio mediante la cual se podía acceder a la satisfacción de las necesidades
más elementales, y sólo en un segundo nivel, más acotado en cuanto al núme-
ro de participantes (suerte de militantes), éste ilustraba una forma de recrear
los lazos sociales, una alternativa diferentes y solidaria frente al mercado capi-
talista excluyente.
Es sabido que después del colapso del modelo de convertibilidad (diciem-
bre de 2001), el trueque registró una explosión incontrolada. (…) Ahora bien,
lejos de ser la expresión de una adhesión masiva a una nueva economía alter-
nativa, la explosión del trueque estuvo directamente ligada a la crisis económi-
ca, que incitó a los individuos a buscar en esta actividad un medio para afron-
tar la escasez de moneda y el aumento de los precios dentro del mercado for-
mal. El resultado es conocido. Las redes no pudieron procesar este crecimien-
to explosivo y la mayoría terminaron por estallar en medio de una crisis de in-
flación de la moneda social (los créditos) y de corrupción (sobreemisión y falsi-
ficación de moneda), que puso al descubierto no tanto las divisiones internas
entre las diferentes redes, como el déficit de controles endógenos y la ausen-
cia (…) de una regulación exógena, que las propias redes demandaban con
premura. (…)
Experiencia trunca, que la crisis del 2001/02 catapultó a la cima, menos
como realización de una economía alternativa que como expresión magnifica-
da de la crisis del mercado formal, el trueque terminó por incorporar y exacer-
bar la lógica perversa del sistema al cual buscaba contraponerse. Su éxito efí-

40
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

mero contenía ya los gérmenes de su declive y descomposición, algo que fi-


nalmente terminó de concretarse con la paulatina normalización del mercado
formal. (…) En suma, (…) el trueque fue un intento de las clases medias em-
pobrecidas de recomponer la solidaridad, aunque siempre en el seno de una
cultura individualista. De allí sus límites, tanto como sus excesos.

El ascenso y la búsqueda de la distancia social

Hemos dicho que, en un primer momento, el reconocimiento de la produc-


ción de nuevas brechas en el seno de las clases medias aparece ilustrado por
la expansión de consumos y estrategias de inclusión cada vez más diferencia-
das, tanto en términos de capital económico como cultural. Sin embargo, en un
segundo momento, la fractura intraclase aparece reflejada en los nuevos esti-
los residenciales, modelos de socialización y formas de sociabilidad emergen-
tes. (…)
Aunque ya hemos transitado esta vía para dar cuenta de ciertos cambios
en las estrategias de distinción de los sectores altos, importa recordar que el
centro de la expansión de esta oferta inmobiliaria comprendió no tanto los clu-
bes de campo, exclusivos y elitistas, sino los nuevos barrios cerrados, provis-
tos de seguridad privada, cuyos destinatarios eran las clases medias en as-
censo. (…) El éxodo de las franjas ganadoras hacia los paraísos privados no
sólo potenciaría la fragmentación de las clases medias. Más aún, este acto de
secesión (…) conllevaría también la renuncia al rol integrador que tradicional-
mente se atribuía a las clases medias, por medio de la elección de formas de
vida y de solidaridad que asumían como eje vertebrador tanto la privatización
de la vida social como la búsqueda protectora de la homogeneidad social. Por
último, los nuevos estilos de vida basados en la segregación espacial ilustrarí-
an una estrategia de diferenciación de los sectores medios en ascenso no sólo
respecto de los sectores populares, sino también de las mismas clases medias
empobrecidas, al tiempo que apuntaban a una integración ‘hacia arriba’, en re-
lación con los sectores altos de la sociedad. (…)
Dos temas nos interesa abordar aquí (…). En primer lugar, la seguridad
privada impulsa el desarrollo de un estilo de vida, centrado en el contacto con
el verde, crecientemente estandarizado por la oferta inmobiliaria, que se carac-
teriza por la tendencia a la homogeneidad social y generacional. (…) En térmi-
nos de sociabilidad, a diferencia del anterior modelo mixto (heterogeneidad so-
cial), este nuevo estilo de vida presenta rasgos comunes con el modelo más
comunitario y cerrado propio de las clases altas (homogeneidad social), ligado
a la exclusividad de los pequeños círculos sociales.
En segundo lugar, las urbanizaciones privadas han permitido la creación
de nuevos marcos de socialización que implican un escaso contacto con seres
diferentes; algo que los mismos residentes denominan ‘modelo de burbuja’.
(…) esta sociabilidad se desarrolla en un amplio espacio común que tiene co-
mo marco natural la red socioespacial en la cual se encuentran barrios priva-

41
Maristella Svampa

dos, countries, y los diferentes servicios (shoppings, multicines, discotecas) y,


por sobre todo, los colegios privados.
En resumen, el nuevo estilo residencial tiende a afirmar una inclusión ha-
cia arriba: así, si por un lado los colegios privados y las universidades de elite
facilitan la llave de una reproducción social futura, por el otro, los espacios co-
munes de la comunidad cercada contribuyen a naturalizar la distancia social.
La red misma se constituye entonces en el foco de pregnancia que va estruc-
turando y homogeneizando los diferentes círculos sociales. (…)
Por último, como es posible suponer, las formas de sociabilidad elegida
que se desarrollan en el interior de las redes de countries y barrios privados,
poco tienen que ver con las formas de sociabilidad forzada que las fracciones
menos favorecidas de las clases medias desarrollan hacia abajo, mediante
prácticas como el club del trueque u otras redes de solidaridad. Más precisa-
mente, la nueva experiencia revela la articulación mayor entre el modelo de
ciudadanía patrimonialista, centrado en la autorregulación individual en función
de la posesión o el acceso a recursos (capital económico), y el modelo de ciu-
dadano consumidor puro, visible en la tendencia al consumo ostentoso.
En suma, si el distanciamiento respecto de los sectores empobrecidos de
las clases medias es notorio, no lo es menos la búsqueda de afinidades electi-
vas con las clases altas. Es que la opción por los countries y barrios privados,
lejos de reducirse a la sola elección de la residencia, incluye un determinado
modelo de socialización y de sociabilidad, basado en la privatización de los
servicios y la aspiración a la homogeneidad social. En estos espacios que de-
vienen símbolos de la consagración social, los sujetos que provienen de las
clases medias comienzan a interiorizar la distancia social, desarrollando un
creciente sentimiento de pertenencia y desdibujando los márgenes confusos
de una culpa, resabio de la antigua sociedad integrada o, en algunos casos, de
un pasado idealizado.
Ahora bien, luego de diciembre de 2001, se registró una fuerte naturaliza-
ción del estilo de vida asociado a los countries y barrios privados. (…) En este
sentido, la experiencia de la crisis fue tan radical que puso al desnudo y frente
a toda la sociedad el alcance de la mutación llevada a cabo durante los 90.
Más aún, trajo la sospecha de que, más allá del ingreso en un período de cier-
ta ‘normalidad institucional’, visible a partir del 2003, la crisis había terminado
por instalar una nueva lógica social, que mostraba abiertamente las conse-
cuencias perversas de aquella mutación. En este marco, la seguridad se con-
virtió, más que nunca, en el bien más valorado para gran parte de la sociedad
argentina. (…) El acceso a la seguridad privada se convirtió en la marca por
excelencia de una diferenciación social, un bien cuya sola posesión define no
sólo fronteras sociales, sino categorías diferentes de ciudadanía. Como es po-
sible imaginar, frente a este nuevo escenario, la mención de los riesgos colate-
rales o la sola evocación de una nostalgia culposa, a la manera de resabio in-
tegrador, se torna completamente anecdótica o superflua…
Así las cosas, en el marco de la sociedad excluyente, lo que comenzó
siendo considerado desde una mirada crítica y posiciones normativas (evocan-

42
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

do incluso la figura del ‘traidor de clase’), hoy va cediendo rápidamente ante la


naturalización de las desigualdades sociales.

Entre el consumo y el vínculo privilegiado con la cultura

El análisis presentado hasta aquí sería incompleto si no tuviéramos en


cuenta que entre las clases medias empobrecidas y los sectores exitosos se
encuentran las franjas medias de las clases medias. (…) Creemos necesario
indagar cuáles fueron las estrategias de adaptación y de diferenciación social
desarrolladas por esta franja social, suerte de último bastión de las denomina-
das ‘clases medias típicas’.
En términos generales, dichos sectores, aunque severamente disminuidos
en términos cuantitativos y siempre amenazados por la inestabilidad económi-
co-social, buscaron reafirmar una identidad en crisis, básicamente mediante u-
na lógica de acción individualista estratégica, que apuntó a una integración por
medio del consumo. Esta posibilidad aparecía potenciada por la centralidad –
convertibilidad mediante– del modelo del ‘consumidor puro’, cuya aceptación i-
ba más allá de cualquier división ideológica. Ciertamente, no hay que olvidar
que la clave del éxito del menemismo (…) residía en el paradigma del consu-
midor puro, capaz de atraer a vastos sectores, sobre todo en el interior de las
fragmentadas clases medias. (…)
Ahora bien, las imágenes que proponía el régimen neoliberal confirmaban
la centralidad del ciudadano consumidor en detrimento de la figura del produc-
tor, al tiempo que permitían una articulación más armoniosa con el proceso de
reformulación de las identidades sociales, más volátiles y débiles que antaño,
ancladas en los consumos, cada vez más diferenciados e individualizados.
Por otro lado, el devenir del ciudadano consumidor estuvo acompañado
por la introducción de las nuevas tecnologías de la comunicación y la informa-
ción; nuevos hábitos y prácticas ligados a una sociedad atravesada ideológica-
mente por el ‘discurso único’ del neoliberalismo. De modo que la multiplicación
de estrategias de inclusión por medio del consumo coincidió con una fuerte de-
safección en relación con la vida pública que, en el límite, fomentaba una vi-
sión despolitizada de la sociedad, pese a la polarización social creciente. No
menos cierto es que los medios de comunicación fueron desplazando a las tra-
dicionales formas de hacer política, a partir de lo cual el vínculo mediático en-
tre los electores y las instituciones partidarias y sus dirigentes iría adquiriendo
gran importancia.
Asimismo, la extensión de las críticas hacia la clase política se tradujo, a
partir de 1991, en el aumento de votos nulos en las diferentes elecciones, que
daría un salto espectacular en las elecciones legislativas de octubre de 2001,
involucrando especialmente los sectores de clases medias residentes en gran-
des aglomerados urbanos. En este escenario, aun los sectores medios progre-
sistas que articulaban una crítica hacia la ‘clase política’, en nombre de la re-
generación ética y contra la corrupción, evidenciaban una suerte de resigna-
ción fatalista, cuando no de pragmática indiferencia con respecto al fenómeno

43
Maristella Svampa

de creciente de la exclusión social. En consecuencia, en medio de una crisis


ideológica y la ausencia de programas económicos alternativos, dichos secto-
res apostaron a las distintas fuerzas de centro-izquierda (…) en una suerte de
huida frenética hacia delante.
Por otro lado, los procesos de globalización y las nuevas tecnologías de la
información multiplicaron las facetas y las estrategias del devenir consumidor
del ciudadano, adoptadas por las clases medias urbanas, en un escenario de
pos ajuste. (…) La vida urbana de las clases medias en los 90 estuvo marcada
por los nuevos consumos culturales, más individualizados; nuevas prácticas
culturales, de usos del tiempo, nuevas formas de comer y beber, de presentar
lo cultural y lo artístico. En este contexto, ‘el vínculo de las clases medias con
la cultura adquiere nuevas significaciones’.
Recordemos que, como lo afirmaban tanto Gino Germani como Alain
Touraine, desde los orígenes, las clases medias latinoamericanas se caracteri-
zaron por su relación privilegiada con la educación como canal de movilidad
social y, por ende, por desarrollar un vínculo privilegiado con la cultura. La Ar-
gentina hizo de este principio una religión, más allá de las ambivalencias de
las opciones. (…) De manera más amplia, lo que buscamos decir es que des-
de la perspectiva de distintas franjas de las clases medias la cultura tendió a
convertirse en la clave de bóveda, esto es, la pieza fundamental de una estruc-
tura identitaria trastocada, tanto en términos individuales como colectivos. (…)
La cultura apareció resignificada bajo la forma de una reflexibilidad expresiva
(a través del arte, la música, el teatro) o de una reflexibilidad estratégico-cog-
noscitiva (como recurso adaptativo en medio de una situación de empobreci-
miento). (…)
Para hablar en términos de Pierre Bourdieu, la cultura puede ser concebí-
da como una variable o recurso, en términos de capital cultural. Esto sucede
(…) con las clases medias empobrecidas, donde la cultura es concebida como
capital incorporado o como competencia del sujeto. En esta perspectiva, tam-
bién puede ser comprendida a través de la dimensión del consumo, como ca-
pital objetivado (…). Pero también se puede concebir a la cultura como algo
más que una variable dependiente, esto es, como un textura que atraviesa y
constituye los espacios de acción de las clases sociales. (…)
El nuevo escenario político, sobre todo con el surgimiento de las asam-
bleas barriales, replanteó el debate acerca del compromiso, a la vez político y
social, de las clases medias argentinas, cuestionando la disociación típica de
los 90. Así, las asambleas barriales reposicionaron a las clases medias (…) en
un lugar importante de la escena política. En este sentido, las asambleas sur-
gieron también como un espacio de reconstitución de la identidad política de
las clases medias (…). Asimismo, las asambleas barriales generaron un espa-
cio de cruce novedoso entre los distintos sectores de esas fragmentadas cla-
ses medias y los sectores populares, cuyos contactos se habían vuelto cada
vez más escasos. (…)
Pese al declive y reducción del movimiento de asambleas, muchos de es-
tos grupos culturales continúan generando redes y foros de intercambio y de

44
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

comunicación, intervenciones artísticas y, más aún, espacios de economía so-


cial. En la actualidad, estos grupos, organizados bajo la forma de ‘colectivos’,
con una fuerte vocación por la autonomía, constituyen una de las dimensiones
más novedosas de la acción colectiva en la Argentina contemporánea.

***

Repasemos algunas de las figuras y situaciones. (…) Por un lado, las


nuevas estrategias de adaptación de las clases medias empobrecidas dieron
cuenta de la centralidad que adquirirán el capital y las competencias culturales,
los que no tardarían en ser concebidos como atributos identitarios de un estra-
to social hibrido, ubicado en los intersticios entre una clase media exigua y u-
nos sectores populares cada vez más pauperizados. Asimismo, los diferentes
estudios mostraron que, una vez asumida la caída social, más aún, frente a la
imposibilidad de retornar al estatus anterior, la experiencia del empobrecimien-
to conducía a la progresiva recomposición de una cultura individualista en el
seno de nuevas formas de solidaridad. (…)
Por otro lado, la demanda de autorregulación de las franjas ‘ganadoras’
de las clases medias terminó por cristalizar en nuevas formas de sociabilidad,
asentadas en la valorización de la performance individual y en la asunción de
nuevos estilos de vida, fuertemente contrastantes con los modelos anteriores.
Más aún, el abandono del espacio público supuso la adopción, por momentos
compulsivos, de un modelo de ciudadanía patrimonialista, centrado en la pro-
ducción de la distancia social y espacial.
Por último, los sucesos de 2001 volvieron a situar –al menos por un mo-
mento– en el centro de la preocupación el rol articulador de las clases medias.
(…) Ese conjunto de manifestaciones múltiples pusieron en evidencia –y deja-
ron como legado– la importancia de la textura cultural en el proceso de redefi-
nición de las clases medias movilizadas. Así, más allá de la evidente afinidad
entre cultura posmoderna y nuevas clases medias, es importante subrayar el
rol de la cultura en la constitución de las clases sociales, sobre todo, en el pa-
saje a la acción colectiva. Lo cual nos hace pensar que la cultura, como último
bastión de una identidad perdida o en crisis, se resignifica como eje de recons-
trucción de la subjetividad y, a la vez, como expresión de la resistencia colecti-
va.
En fin, probablemente las clases medias nunca hayan sido un actor único,
pues carecen de unidad en términos estructurales; sin embargo, casi todos a-
cordaban en reconocer la existencia de ciertos lazos culturales y políticos que,
por encima de la heterogeneidad social, hacían de ellas un agente significativo
de la vida social. Sin embargo, los diferentes cambios que sufrieron en las últi-
mas décadas, y muy particularmente durante los 90, pusieron de manifiesto la
disolución de esos lazos, lo que sumado a la creciente diferenciación económi-
ca-social, torna más difícil pensarlas como un actor con capacidad de desem-
peñar un rol articulador en la sociedad.

45
Maristella Svampa

Capítulo 6 - La transformación y territorialización de los sectores populares

El mundo obrero (en tanto haya existido como ‘mundo’, en todo caso lo e-
ra sobre la base y en la medida de esta preponderancia de lo colectivo) ¿no ha
sido minado por un proceso de individualización que disuelve su capacidad pa-
ra existir como colectivo?¿No solamente como un colectivo global (la clase o-
brera con C mayúscula), sino también como un conglomerado de colectivos
correspondientes a diferentes formas de condiciones relativamente homogé-
neas capaces de unificarse en torno a objetivos comunes? […] ¿Qué le suce-
de al individuo, y que puede hacer, cuando es desarticulado de los colectivos
protectores? La historia de la clase obrera muestra que los individuos trabaja-
dores han podido acceder a cierta independencia sobre la base de organiza-
ciones colectivas y de su inscripción en colectivos. El análisis de la reestructu-
ración actual de las relaciones muestra que es un proceso inverso el que do-
mina las recomposiciones en curso.
Robert Castel. ¿Por qué la clase obrera perdió la partida?

El diablo sabe por diablo, pero más por peronista.


Washington Cucurto. Cosa de negros.

Durante décadas, y gracias a la extensión de la condición de asalariado,


en la Argentina hubo una fuerte tendencia a interpretar las transformaciones
de los sectores populares urbanos en sintonía con la historia de los sectores
sindicales, y éstos, a su vez, a la luz de los avatares del peronismo. Sin em-
bargo, los cambios económicos y sociales que arrancaron en los 70 y se acen-
tuaron en los 90, reconfiguraron el mundo popular urbano, cuya identidad co-
lectiva se había estructurado en torno a la dignidad del trabajador. Marcado
por la desindustrialización, la informalización y el deterioro de las condiciones
laborales, este conjunto de procesos fue trazando una distancia creciente en-
tre el mundo del trabajo formal y el mundo popular urbano, cuyo corolario fue
tanto el quiebre del mundo obrero como la progresiva territorialización y frag-
mentación de los sectores populares. Este proceso, (…) ‘el pasaje de la fábrica
al barrio’, señala el ocaso del universo comunitario de los pobres urbanos.
En este capítulo abordaremos algunas de las dimensiones de las transfor-
maciones sufridas por los sectores populares. (…) Nos referimos a las trans-
formaciones y quiebre del mundo obrero, así como a la emergencia de un nue-
vo tejido territorial; dos cuestiones centrales que no pueden ser abordadas in-
dependientemente del análisis de las mutaciones –y la persistencia– del pero-
nismo. (…) Por ello, (…) realizaremos en primer lugar un breve recorrido por la
historia de las clases populares en la Argentina, a partir de la irrupción del pri-
mer peronismo.

La doble configuración de ‘lo popular’

La teoría social clásica ha elaborado la noción de ‘clases obreras o traba-


jadoras’ para designar al sector social que ocupa una posición desventajosa

46
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

en la estructura productiva, caracterizado por la no propiedad de los medios de


producción y, en consecuencia, obligado a vender su fuerza de trabajo en el
mercado. A esta noción estrictamente económica, el análisis sociológico suele
añadir otras dimensiones igualmente constitutivas; por un lado, la dimensión
cultural, que incluye tanto los modelos de socialización como los estilos de vi-
da; por otro lado, la dimensión política, que alude a las formas de organización
y la acción colectiva resultante. En consecuencia, en términos analíticos, la ac-
ción de las clases trabajadoras en tanto actor de clase, comportaría la articula-
ción de estas tres dimensiones –la económica, la cultural y política– en tanto
esferas propiamente diferenciadas y contrapuestas al otro gran actor de clase,
la burguesía o clase dominante.
Sin embargo, la aplicación de este esquema, elaborado en función del de-
sarrollo industrial propio de las sociedades centrales, reveló rápidamente sus
insuficiencias en las sociedades periféricas, donde los sectores subalternos
constituyen, desde los orígenes de la modernización, un conglomerado más
amplio y heterogéneo que el de la sola clase obrera, minoritaria respecto de o-
tras categorías sociales, como el campesinado, las poblaciones indígenas o
los sectores informales.
Este es el caso de los países latinoamericanos, región en la cual la exis-
tencia de un proletariado multiforme y heterogéneo, en el cual se entrecruzan y
al mismo tiempo se escinden estructuras y estilos de vida tradicionales y mo-
dernos, correspondientes a diferentes modelos culturales y formas de desarro-
llo económico, constituye una marca de origen, que se continúa durante todo
el proceso de modernización sustitutiva y adquiere una nueva configuración en
el escenario actual.
Asimismo, la condición dependiente de las sociedades periféricas en rela-
ción con los países centrales tornaría aún más indecible y compleja la proble-
mática acerca del carácter de clase del proletariado latinoamericano. Como a-
firma Alain Touraine, en las sociedades dependientes, las luchas suelen ser
multidimensionales. Esto es, la acción de los sectores populares no estaría de-
terminada de manera exclusiva por el conflicto de clase, sino también por las
luchas por la integración nacional y, al mismo tiempo, contra la dominación
extranjera. En razón de ello, desde el comienzo, lo popular tendería a designar
una resistencia cultural y política, tanto frente a la acción de una clase domi-
nante con notorios resabios feudales, como frente a la dinámica imperialista de
los capitales extranjeros.
Finalmente, entre las décadas de 1930 y 1950, el carácter subalterno y la
dependencia terminaron por habilitar el llamado nacionalista y desarrollista del
proletariado latinoamericano. Este doble llamado encontró su expresión políti-
ca en el populismo, fenómeno estructurado institucionalmente en torno a un lí-
der carismático y un proyecto nacional basado en una coalición de clases so-
ciales. Así las cosas, dicho proceso signó el éxito de la noción de pueblo por
sobre la de clase social. (…) El concepto de pueblo, realidad difícil de acotar y
multidimensional, (…) pasó a ser una categoría central del lenguaje político y

47
Maristella Svampa

las ciencias sociales latinoamericanas, designando a los sectores populares


como sujeto social y actor colectivo. (…)
La heterogeneidad de situaciones sociales dentro del mundo urbano lati-
noamericano terminó siendo un rasgo poco tenido en cuenta en el contexto del
modelo de acumulación sustitutivo, frente a la poderosa eficacia simbólica de
la interpelación populista. (…) La pregnancia del modelo nacional-popular fue
tal, que durante mucho tiempo se consideró que nuestro país estaba más cer-
ca de las ‘sociedades salariales’ del Primer Mundo, que de los otros países la-
tinoamericanos.
Sin embargo, en las últimas décadas, el proceso de desmantelamiento del
modelo nacional-popular ha sido de tal envergadura que significó para nume-
rosos individuos y grupos sociales la entrada en la precariedad, si no la pérdi-
da de los soportes sociales y materiales que durante décadas habían configu-
rado las identidades sociales. Como en otros lugares, la política de flexibiliza-
ción laboral apuntó a la ‘reformulación de las fronteras del trabajo asalariado’,
al tiempo que afectó fuertemente la capacidad de representación y de recluta-
miento del movimiento sindical, acelerando con ello el quiebre del mundo obre-
ro. Asimismo, este proceso de pérdida y despojo de derechos se vio agravado
por el comportamiento de los grandes sindicatos (…) cuya adaptación pragmá-
tica a los nuevos tiempos desembocó en el apoyo al modelo neoliberal pro-
puesto por el peronismo triunfante, a cambio de la negociación de ciertos es-
pacios de poder.
En consecuencia, el pasaje a un nuevo modelo de sociedad supuso una
fuerte transformación de las pautas de integración y exclusión social, lo cual se
tradujo en la desvinculación de amplios contingentes de trabajadores y la rápi-
da puesta en marcha de un modelo caracterizado por la precarización, la ines-
tabilidad laboral y una alta tasa de desocupación. (…)

Peronismo, integración y sectores populares

En nuestro país, a diferencia de otros países latinoamericanos, ‘lo popu-


lar’ no se identificó con una cultura indígena o campesina; ‘lo popular’, en la
Argentina, se definió efectivamente en oposición a otros grupos sociales. Le
tocaría al peronismo, entre 1946 y 1955, llevar a cabo este proceso de configu-
ración de las clases populares, mediante la integración socio-económica y
simbólica en términos de ‘pueblo trabajador’, visible en la extensión y reconoci-
miento de los derechos sociales, asociados al trabajo asalariado. Este proceso
conllevó la legitimación de la acción sindical, así como la valorización del mun-
do del trabajo y, de manera más precisa, de los valores obreristas.
A esto hay que agregar que el discurso oficial apuntó a desvincular la idea
del progreso de la imagen de un país pastoril, agrario, para ligarla a la repre-
sentación de una Argentina industrial, cuyo paradigma era el trabajador indus-
trial. En consecuencia, la idea de progreso, componente central del imaginario
social argentino, se fue dotando de nuevos contenidos, al ser asociada con o-
tros actores sociales, las clases populares definidas como clases trabajadoras.

48
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

Pese a que la experiencia concreta y central del ‘pueblo’ estuvo anclada


en la figura del trabajador, ésta no encontró una expresión política completa-
mente ‘clasista’. Es que, en el lenguaje político del peronismo, el trabajador era
tanto un ‘trabajador’ como un ‘descamisado’, esto es, a la vez un explotado y
un humillado. (…) La conciencia clasista en la Argentina se obtuvo más en la
‘plaza’ que en la ‘fábrica’, lo cual implica reconocer que, a pesar de su centrali-
dad en la experiencia peronista, el trabajo, en tanto tal, no desempeñó un rol
determinante a la hora de definir la dominación social. En consecuencia, en
nuestro país, la noción de pueblo adoptó un registro político, vertebrada desde
el Estado, sobre todo por medio de la fuerte articulación entre los sectores
sindicales y los sectores urbanos.
Por otro lado, la definición por oposición condujo a un proceso de polari-
zación política entre peronismo y antiperonismo, que habría de recorrer largas
décadas de la política argentina, desembocando en una fuerte esencialización
de las identidades sociales. Este proceso de polarización política tuvo una tra-
ducción socio-cultural, en la medida en que fue acompañado, desde las clases
altas y medias, por la multiplicación de las estrategias de diferenciación social
respecto de los sectores populares. Por su parte, desde éstos, la oposición
condujo a la exacerbación de los rasgos plebeyos del peronismo. (…)
Esa experiencia fuertemente plebeya no terminó por emplazarse ni en u-
na conciencia de clase dura ni en una dimensión comunitaria fuerte, pues una
y otra fueron diluidas dentro de una identidad más laxa, definida a la vez por lo
político (la identificación con el peronismo) y por el consumo (la vinculación
con el estilo de vida de las clases medias). (…)
Por otro lado, si los sectores populares remitían en lo político a una afir-
mación plebeya, sus aspiraciones de consumo, residenciales y educativas a-
puntaban más bien al estilo de vida propio de las clases medias. (…) En este
sentido, la aceleración de la lógica igualitaria en el plano de lo social supuso la
extensión del imaginario propio de las clases medias, lo cual encontró eco en
las clases trabajadoras integradas que (…) tendieron a autoposicionarse den-
tro del colectivo heterogéneo de los sectores medios. Asimismo, la presencia
de una inmigración extranjera y la ausencia de verdaderas familias obreras
(esto es, dos o más generaciones socializadas en una conciencia clasista), no
permitieron su verdadera consolidación. Además de la fuerte impronta del ima-
ginario de las clases medias, una importante movilidad geográfica y social im-
pidió el nacimiento de una verdadera comunidad popular, con un estilo de vida
propio, esto es, la constitución de un grupo social cerrado y altamente combati-
vo, como en el caso paradigmático de la clase obrera inglesa.
Por último, es necesario tener en cuenta que el modelo del peronismo his-
tórico presentaba dos vías heterogéneas, pero en gran parte complementarias,
de integración social: la primera se apoyaba sobre la figura del trabajador, me-
diante la afirmación de los sectores obreros como fuerza social nacional y de
la consolidación de valores como justicia social y la dignidad del trabajo; la se-
gunda apuntaba a la figura del pobre, históricamente desposeído, por medio
de las políticas sociales compensatorias. En consecuencia, esta doble vía con-

49
Maristella Svampa

llevaba tanta la puesta en ejercicio activo de los derechos del trabajador y del
seguro social (por medio de las obras sociales) como el mantenimiento y el re-
forzamiento de principios asistencialistas y clientelares. (…)
Ciertamente, la desarticulación del mundo de los trabajadores urbanos, i-
niciada en los 70 y consumada en los 90, trajo aparejados profundos cambios
en la experiencia popular peronista. Recordemos que, básicamente, el pero-
nismo fue el gran lenguaje político que permitió, desde la experiencia popular,
desactivar (…) la verticalidad del vínculo social. Desde 1945, pasando por el
período de proscripción política y aun durante los 80, con la primera derrota e-
lectoral del Partido Justicialista, el peronismo continuó siendo en los sectores
populares una estructura activa que poseía la capacidad de organizar la expe-
riencia cotidiana, a la vez política y privada.
Sin embargo, durante los 90, el peronismo dejó de ser el principio de arti-
culación entre una identidad obrera, un sentimiento nacional y una conciencia
popular. Cada uno de estos elementos fue debilitándose y disociándose de los
otros: la identidad obrera, relativamente débil en la Argentina, entró en crisis
con la transformación del mercado laboral, la precarización y la inestabilidad
de las trayectorias laborales. El sentimiento nacional fue diluyéndose, en tanto
y en cuanto las demandas populares no encontraron correlato en un programa
de políticas públicas, que apuntara a la integración social y nacional. (…) En
fin, el peronismo fue perdiendo la capacidad de articular las diversas dimensio-
nes de la experiencia social y política. De esta manera, dejó gradualmente de
ser un mecanismo activo de comprensión de lo social, a partir del cual los sec-
tores populares intelegían la dominación; más aún, una manera consensual y
plebeya de ver el mundo ‘desde abajo’, para reducirse a un dispositivo de con-
trol y dominación política de los sectores populares, por medio de las diferen-
tes y nuevas formas de intervención territorial. (…)

Descolectivización y transformaciones de la subjetividad popular

A partir de los años 70, la dinámica desindustrializadora y el empobreci-


miento del mundo popular originaron un proceso de descolectivización, que fue
traduciéndose en profundos cambios dentro del tejido social popular. Este pro-
ceso, que afectó a las clases trabajadoras argentinas, no ocurrió en una se-
cuencia única, sino más bien fue desarrollándose en diferentes fases o mo-
mentos. A su vez, la dinámica descolectivizadora tuvo profundas implicancias,
tanto en el plano objetivo como en el subjetivo, en el nivel social como en el
cultural.
En primer lugar, desde un punto de vista objetivo, para un sector de los
trabajadores menos calificados de la clase trabajadora formal (Beccaria: 2002),
el proceso de descolectivización arrancó en 1976, con la última dictadura mili-
tar y se fue acentuando a lo largo de los primeros gobiernos democráticos. (…)
No fueron pocos los trabajadores que se vieron excluidos del mercado formal
y, que comenzaron a desplazarse hacia actividades propias del sector infor-
mal, a partir del trabajo por cuenta propia o en relación de dependencia. En

50
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

términos de acción colectiva, este proceso de pauperización de las clases po-


pulares aparece ilustrado por las tomas ilegales de tierras (asentamientos),
que se desarrollaron desde fines de la dictadura militar. (…) Ligadas a la lucha
por la vivienda y los servicios básicos, esas acciones fueron construyendo un
nuevo marco y, a la vez, un entramado relacional propio, cada vez más desvin-
culadas del mundo del trabajo formal. (…) El barrio fue surgiendo como el es-
pacio natural de acción y organización, y se convirtió en el lugar de interacción
entre diferentes actores sociales reunidos en comedores, salas de salud, orga-
nizaciones de base, formales e informales, comunidades eclesiales (…). En
fin, el surgimiento de nuevos espacios organizativos dentro del barrio conoció
un nuevo impulso (…).
A esta primera ola desindustrializadora, le sucedió una segunda, ya bajo
el gobierno de Menem, a partir de 1990-1991, a raíz de la implementación de
una serie de reformas estructurales encaminadas a abrir la economía, privati-
zar las empresas públicas, descentralizar la administración pública y controlar
la mano de obra mediante la flexibilización laboral. Esta segunda ola, de carác-
ter más vertiginoso y general, afectó tanto a los trabajadores del cordón indus-
trial del Conurbano Bonaerense (…) como a los empleados dependientes de la
órbita del Estado. Durante este período, los individuos tendieron a buscar refu-
gio en las actividades informales y precarias, acentuando con ello la inestabili-
dad de las trayectorias laborales. (…) La dinámica descolectivizadora fue con-
tenida por el aumento (sobre todo en las provincias) del empleo público y la
distribución discrecional de recursos provenientes de los ATN (Aportes del Te-
soro Nacional). Este momento se caracterizó también por intensos procesos
de movilización colectiva, sobre todo encabezados por los empleados del Es-
tado, los docentes y los jubilados.
Por último, en 1995, con el ‘efecto Tequila’, se inició una tercera ola, que
abrió una nueva etapa de crisis económica y desempleo. Sin embargo, la rece-
sión económica se instaló sobre todo a partir de 1998, lo cual terminaría por a-
celerar el proceso de expulsión del mercado de trabajo y el aumento de la i-
nestabilidad laboral. El período señala también la emergencia de nuevas for-
mas de resistencia colectiva surgidas en el interior del país, donde se produ-
cen los primeros piquetes y el levantamiento de comunidades enteras, que lue-
go desembocarán en el surgimiento de un conglomerado de organizaciones de
desocupados.
El proceso de descolectivización fue diferente, según las regiones y las
provincias. Así, mientras la desindustrialización tocó tempranamente los gran-
des polos de desarrollo económico, como Córdoba, Rosario y el Conurbano
Bonaerense, no sucedió lo mismo en ciertos enclaves productivos en el interior
del país, que fueron afectados más tarde, en los ’90, a raíz del proceso acele-
rado de privatizaciones y la crisis de las economías regionales. No por casuali-
dad, los primeros piquetes y movilizaciones tuvieron lugar en las lejanas locali-
dades petroleras (Cutral-Co y Plaza Huincul, en Neuquén; Mosconi y Tartagal,
en Salta) allí donde la experiencia del desarraigo fue vertiginosa y radical, visi-

51
Maristella Svampa

ble al brusco desmantelamiento de los marcos culturales y sociales que habían


orientado la vida de varias generaciones de trabajadores.
Asimismo, este conjunto de transformaciones se inserta en un escenario
laboral que da cuenta del aumento de la productividad, producto tanto de la
modernización tecnológica como de la ostensible reducción de los costos de
mano de obra, a través del deterioro de las condiciones de trabajo, vía la im-
plementación de la flexibilización y la precariedad laboral. Así (señala Becca-
ria, 2002), la mayoría de los nuevos empleos creados en los 90 se caracteri-
zan tanto por la precariedad, como por su escasa o nula cobertura social y
desprotección con relación al despido (…).
En términos de subjetividad política, la descolectivización se revistió de o-
tras dimensiones. El rol que desempeñaron los sindicatos en este proceso de
desestructuración subjetiva fue mayor. (…) La subordinación de una gran parte
de los sindicatos (excepción del sector estatal) a las orientaciones del gobierno
justicialista no tardó en generar una gran desorientación en los individuos (…).
En todo caso, no fueron pocos aquellos que, provenientes del mundo popular,
resultaron abandonados literalmente por sus sindicatos a la hora de afrontar el
desmantelamiento (muchas veces abrupto) del modelo de relaciones sociales
en el cual se habían socializado (aumento de la precariedad, alta rotación la-
boral, informalidad o desocupación plena). (…)
Los cambios estructurales de las últimas décadas generaron un proceso
de desinstitucionalización que repercutió sobre las identidades laborales, al
tiempo que produjo una fuerte crisis de las identidades políticas, tal como eran
entendidas tradicionalmente. (…) A estos procesos hay que sumar las conse-
cuencias que tuvo la expansión de las industrias culturales en el proceso de
socialización de las clases populares, en la medida de que estas industrias
fueron portadoras de nuevos modelos de subjetivación que no estarían ancla-
dos ni en la relación con el trabajo no en la conciencia política peronista, sino
más bien en la pura identificación con nuevas pautas de consumo. (…)
La experiencia de los jóvenes pone de manifiesto, con mayor radicalidad,
la desaparición de los marcos sociales y culturales que definían al mundo de
los trabajadores urbanos y la emergencia de nuevos procesos, profundamente
marcados por la desregulación social, la inestabilidad y la ausencia de expec-
tativas de vida, así como por la gran difusión de las nuevas subculturas juveni-
les, producto de la globalización de las industrias culturales y la influencia de
los medios masivos de comunicación. (…) El resultado de ello ha sido la emer-
gencia de identidades sociales más volátiles y más débiles que antaño, menos
definidas por la pertenencia a colectivos sociales y políticos, si bien fuertemen-
te marcadas por una matriz conflictiva de las relaciones sociales. (…)

Las nuevas relaciones laborales: juventud y límite de la inserción

En la sociedad actual, los jóvenes constituyen el sector más vulnerable de


la población, pues vienen sufriendo los múltiples efectos del proceso de desin-
titucionalización (crisis de la escuela, de la familia), así como la desestructura-

52
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

ción del mercado de trabajo que caracteriza a la Argentina en los últimos años.
En mayo de 1995, cuando el país alcanzó su primer record histórico de de-
sempleo (18%), la desocupación de los jóvenes del Área Metropolitana de
Buenos Aires (AMBA) alcanzaba el 34%. (…) Las cifras indicaban también que
el 40% de los jóvenes estaban bajo la línea de pobreza. (…) Por otro lado, en
muchos casos, a la falta de calificación laboral se le suma la ausencia de opor-
tunidades educativas, en un contexto en el cual la escuela (cuyo deterioro y
crisis es visible) también aparece como un fiel reflejo de una integración cada
vez más lejana. (…)
Así las cosas, el mundo laboral en el cual deben insertarse los jóvenes a-
parece sacudido por diferentes transformaciones: económicas (desindustriali-
zación y pasaje a una economía de servicios); laborales (cambios en el interior
de las empresas; reemplazo por un modelo posfordista de organización del tra-
bajo) y sindicales (descrédito y pérdida de peso de los sindicatos). (…) Este
mundo laboral no tiene otra cosa para ofrecer que diversos grados de vulnera-
bilidad, sobre todo si se toma en cuenta que las nuevas políticas de empleo
desarrolladas por las empresas han apuntado a la población joven, considera-
da como la más maleable y menos problemática que las franjas etarias sociali-
zadas en el modelo anterior de relaciones laborales. Por ello, (…) los jóvenes
se constituyeron en el target ideal de la política de flexibilización y precariedad
laboral.
Este proceso ha tenido varias consecuencias (…). Por un lado, la noción
misma de ‘derechos sociales’, tan cara a los trabajadores de otras épocas y
tan recurrente en el lenguaje sindical peronista, tiende a desdibujarse acelera-
damente. Por otro lado, tanto la fragmentación salarial como la existencia de
un contingente vasto de desempleados que oficia como fuerza disciplinadora,
conspiran contra su posible reactualización. (…) También hay que señalar que
el rápido desdibujamiento de la existencia de derechos sociales se halla ligado
a la consolidación de la inestabilidad laboral que, en algunos casos, abarca ya
a dos generaciones. (…) Los jóvenes tienden a naturalizar la situación de ines-
tabilidad, sin avizorar en su futuro otra cosa que la precariedad duradera
(Kessler, 2004). (…)
Los jóvenes ingresan en el mercado laboral en una época en la cual el de-
bilitamiento del peronismo en la cultura popular coexiste con la fuerte afirma-
ción de una cultura de masas comandada por un mercado globalizado. (…) El
proceso de subjetivización se realiza en un escenario atravesado por la incerti-
dumbre y la inestabilidad, prontamente naturalizado, que impulsa a los jóvenes
de los sectores populares (…) a desenvolverse como verdaderos ‘cazadores’
en una ciudad cada vez más caracterizada por la multiplicación de fronteras
sociales, en la cual el individuo debe procurarse recursos para sobrevivir, sin
posibilidad alguna de planificación reflexiva de la vida. En no pocos casos, la
desaparición de los marcos normativos también ha contribuido a crear una
frontera difusa entre la legalidad y la ilegalidad, en una realidad por demás hí-
brida en la cual se yuxtaponen la experiencia de la desorganización social y la
multiplicación de las estrategias de sobrevivencia (Kessler, 2004). (…)

53
Maristella Svampa

La irrupción del neoliberalismo en el mundo laboral fue tan violenta que,


ciertamente, parecen quedar pocos vestigios acerca de esa supuesta edad de
oro que representó el modelo peronista, que articulaba, entre otros elementos,
bienestar social, derechos sociales y orgullo del trabajador industrial. Uno de
los rasgos más notorios es que los jóvenes tienden a reorganizar su subjetivi-
dad en función de otros ejes, que le procuran una mayor sensación de realiza-
ción personal (la identificación con algún tipo de vestimenta, ritmo musical) que
otorga la ocasión para definir positivamente nuevas afiliaciones y pertenencias,
desde las cuales afirmarse e involucrarse imaginariamente. Asimismo, en esta
línea, los jóvenes trabajadores tienden a desarrollar un tipo de solidaridad ex-
presiva, que pone de relieve la importancia de lazos afectivos (sentimientos)
sin tanto acartonamiento como sus mayores (…). La acción más ‘espontánea’
y expresiva de los jóvenes señala menos una confrontación generacional que
un abismo entre dos universos sociales y culturales: detrás y más allá de las
críticas que los ‘viejos trabajadores’ o el sindicato desliza hacia los jóvenes tra-
bajadores, lo que se esconde y se manifiesta a la vez es la profundidad del
cambio vivido, pues lo que desapareció en el tránsito de una generación son
los marcos sociales y culturales que definían al mundo de los trabajadores ur-
banos. (…)
La política de flexibilización logró imponerse y el nuevo modelo de organi-
zación del trabajo y relaciones laborales apareció mejor ejemplificado en el
sector supermercadista. Allí, el alcance del proceso de individualización de las
relaciones laborales, tan asociado a la política de preferencia generacional, se
vio facilitado por la existencia en el sector de un sindicato altamente negócia-
dor y pragmático (…) Durante los 90, las nuevas estrategias de comercializa-
ción tuvieron como correlato la caída del pequeño comercio y una creciente
concentración del mercado de la alimentación por parte del sector supermerca-
dista, en su mayoría perteneciente a grupos extranjeros. Dicho sector, (…) se
reveló a sí mismo como una cantera ilimitada e inagotable para la implementa-
ción del nuevo modelo organizativo. (…) Las nuevas modalidades laborales
basadas en la polivalencia y la flexibilidad contractual, salarial, organizacional,
se sumó la expansión de una cultura empresarial que coloca en el centro del
dispositivo de control la figura inasible y todopoderosa del ‘consumidor’ o
‘cliente’, cuya sola invocación permite recubrir y ampliar la dominación social
del capital sobre el trabajo. Jornadas extensísimas, sin pago de horas extras,
eliminación de feriados, fuerte rotación de puestos, controles omnipresentes,
forman parte de una historia que, si bien es reciente, se halla plagada ya de
largos e innumerables abusos, algunos de los cuales han llegado a adquirir
cierta trascendencia mediática (…).
En definitiva, en la medida en que el trabajo, concebido de ahora en más
como precario e inestable, deja de ser el principio organizador en el proceso
de afirmación de la subjetividad, otros componentes, ligados al consumo y, so-
bre todo, los gustos musicales, adquieren mayor peso. Así, una de las conse-
cuencias de la nueva dinámica laboral es que los modelos de subjetividad e-
mergentes se construyen a distancia del mundo del trabajo, y remiten cada vez

54
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

más a nuevos registros de sentido centrados en las dimensiones más expresi-


vas del sujeto. Claro que el trabajo continúa siendo (y no podría ser de otro
modo) factor de integración social, pero lo que aparece relativizado es su im-
portancia como principio de individualización y como espacio de construcción
de un colectivo social, un ‘nosotros’. Minado por un proceso de individualiza-
ción que atraviesa todos los niveles de la experiencia, lo que queda del mundo
obrero se debate así en la dificultad de existir en términos colectivos.

Cultura popular y estigmatización de la juventud: el horizonte de la


exclusión

(…) El declive y la desagregación del mundo de los trabajadores urbanos


coinciden con el fuerte avance de la industria cultural y de la influencia de los
medios masivos de comunicación en un mercado cada vez más globalizado.
Esto cobra mayor relevancia si tenemos en cuenta que los jóvenes pertene-
cientes a los sectores populares, a diferencia de sus abuelos y en muchos ca-
sos, de sus padres, han sido socializados en un medio urbano. Así, aun en a-
quellos jóvenes cuya situación es de mayor vulnerabilidad y desorganización
social y, en el límite, de anomia, las demandas de consumo son las mismas
que las de los jóvenes que provienen de otros sectores sociales, con mayores
oportunidades de vida (Kessler, 2004) Por ello, es probable que el estilo de vi-
da de un joven proveniente de los sectores populares se distancie enorme-
mente del universo de sus mayores y se encuentre más cercano al de un joven
que vive en la periferia de las grandes metrópolis, con quien puede compartir
ciertos códigos propios de la cultura urbana actual, un universo expresivo en la
cual se instalan las nuevas ‘industrias de la subjetividad’. Gustos musicales,
lenguaje expresivo, diferentes tipos de vestimentas e identificaciones y, en mu-
chos casos, pasión futbolera, van configurando las nuevas ‘narrativas’ identita-
rias juveniles. Sin embargo, pese a esta tendencia homogeneizadora, producto
de la difusión transversal de los consumos, los modos de apropiación son di-
vergentes, pues también dependen del grupo social de pertenencia.
Sin duda, la oposición a la policía constituye uno de los elementos centra-
les de la ‘narrativa’ identitaria de las jóvenes generaciones. Esta oposición a la
presencia y acción de la policía remite a una experiencia común de persecu-
ción y rechazo que sufre gran parte de la población joven en la Argentina, so-
bre todo, la proveniente de los sectores populares y de las clases medias ba-
jas. Este tópico tiene su origen en la última dictadura militar, pero encuentra u-
na fuerte continuidad en los años de la democracia, de la mano de un sistema
represivo institucional, encarnado por las siempre inquietantes fuerzas policía-
les (…). El rechazo a la policía (…) posibilita una identificación de base entre
los jóvenes, más allá de la diversidad de los orígenes sociales o de los circui-
tos de pertenencia: una experiencia que, por medio de diferentes lenguajes,
tiende a poner al descubierto y a denunciar la estigmatización de la juventud
como ‘clase o grupo peligroso’, en el límite, encarnación de la ‘clase sobrante’
en el marco de una sociedad excluyente. Dicha política de represión y ensaña-

55
Maristella Svampa

miento para con los más jóvenes se ha ido cristalizando en una suerte de e-
thos antirrepresivo, cuyo paradigma es el rock barrial o ‘chabón’ de los 90, y
más cercanamente, la ‘cumbia villera’. (…)
Los jóvenes de los sectores populares aparecen como la ilustración más
acabada de un conjunto de procesos: por una parte, devienen los destinatarios
privilegiados del nuevo modelo de relaciones laborales (más flexibles, con po-
cos vestigios de un pasado de integración social y laboral); por otra parte, apa-
recen como la expresión por antonomasia de la ‘población sobrante’ (la clase
peligrosa). Entre esos dos polos que definen tanto el límite de la inserción co-
mo el horizonte de la exclusión, se van configurando los nuevos marcos de re-
ferencia de las conductas juveniles, donde conviven desorganizadamente y a
veces en tensión, diferentes principios y valores: la naturalización de la situa-
ción alterna con el talante antirrepresivo; el rechazo a los políticos, con una ac-
titud antisistema, poca veces politizada; la conciencia del horizonte de preca-
riedad duradera, con la necesidad de descontrol de las emociones y las sensa-
ciones.

La mutación organizacional: hacia el mundo comunitario de los pobres


urbanos

(…) En la Argentina, el nuevo régimen de acumulación terminó de liquidar


la estructura salarial anterior, que ofrecía –diferencias mediante– protección
social, estabilidad laboral y derechos sociales. Durante este período de gran-
des mutaciones, la sociedad argentina no contó con centros de formación o re-
conversión laboral, al tiempo que fue notable la ausencia de políticas estatales
en la materia, todos los mecanismos que hubieran compensado, en parte, los
efectos de las progresivas medidas de flexibilización laboral o los despidos
masivos que acompañaron a los procesos de privatización y de reconversión
de empresas en el nuevo contexto de apertura comercial. Asimismo (…) los
grandes sindicatos no se opusieron a las reformas, que virtualmente minaron
sus bases de afiliación, sino que negociaron con el gobierno su supervivencia
material y política y optaron por readecuarse al nuevo contexto económico y
social.
Por otro lado, las redes de reciprocidad y las organizaciones de bases
existentes, orientadas a la gestión de las necesidades más básicas, fueron
ciertamente insuficientes. En realidad, el conjunto de redes y organizaciones
territoriales preexistentes remitían a la acción del Partido Justicialista que, des-
de sus orígenes movimientistas, se caracterizó por desarrollar y sostener una
multiplicidad de organizaciones heterogéneas dentro del mundo popular. (…)
Esa vasta ‘organización informal’ estaba constituida por una densa colección
de redes personales, que operaban desde los sindicatos, los clubes, las ONGs
y, con frecuencia, desde la casa de los militantes. Esas redes desarrollaban
varias actividades, desde las específicamente políticas, hasta las sociales y re-
creativas. Por otro lado, el proceso de tomas de tierras que se desarrollaron
desde fines de la dictadura militar fue originado también por un conjunto de or-

56
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

ganizaciones territoriales, asociadas a la lucha por la propiedad de la tierra y a


la organización de la vida del barrio alrededor de los servicios básicos (calle, a-
gua, energía eléctrica, sala de salud, entre otros) de manera que, estas accio-
nes fueron consolidando un modelo de acción territorial, típico de los movi-
mientos sociales urbanos, cuyas demandas estarán orientadas fundamental-
mente hacia el Estado.
(…) A partir de 1987, los diferentes gobiernos (provinciales y nacionales)
en su mayoría de signo justicialista, fueron multiplicando las formas de inter-
vención más específicamente políticas en el mundo popular, que encontrarían
su expansión durante el gobierno de Menem. (…) Entre 1991 y 1997, en la
medida en que el paisaje urbano fue perdiendo sus rasgos tradicionales, hasta
convertirse en un verdadero cementerio de industrias y pequeños comercios,
la política en los barrios tendió a recluirse en su dimensión más asistencial,
despojándose de sus lazos tanto con la militancia política como con el mundo
sindical. Las razones de tal inflexión son variadas y complejas: el telón de fon-
do es, sin duda, el triunfo del peronismo en su versión neoliberal. En este sen-
tido, la inflexión debe explicarse también a la luz de los cambios impuestos por
el nuevo modelo de gestión. (…)
Las nuevas estrategias de intervención territorial fueron produciendo un
entramado social en el cual se insertaron las organizaciones comunitarias,
fuertemente dependientes de la ayuda del Estado. En este nuevo contexto,
muchas organizaciones, embriones de movimientos sociales urbanos, termina-
ron por perder su potencial político o su originaria vocación por la autonomía,
subsumidas o neutralizadas por el nuevo estilo de gestión. (…) Las organiza-
ciones comunitarias que lograron sobrevivir en un contexto de hegemonía del
peronismo y, al mismo tiempo, de precariedad y escasez de recursos, lo hicie-
ron gracias a que establecieron lazos con fundaciones y ONGs, y/o porque
tendieron a articularse en redes, junto con otras organizaciones comunitarias.
El impacto de este nuevo modelo de dominación política no fue menor
(…). A partir de 1990, la política local se abocó a cuestionar la movilización,
instrumento y base de la acción de los movimientos en su relación con el go-
bierno local, como mecanismo de construcción de la política. Así, la nueva po-
lítica produjo hondas transformaciones: por un lado, impulsó la consolidación
de una clase política más diferenciada en el ámbito local (elite de gestores),
respecto de los vecinos; por el otro, promovió una nueva figura de mediador,
‘militante social’ de los barrios. (…) De esta forma, se terminó por ampliar y re-
producir los efectos desmovilizadores: así, mientras que el trabajo específica-
mente político quedaba en manos de los ‘profesionales’, instalados en el muni-
cipio, la acción del nuevo ‘militante social’, de carácter asistencial, quedaba
prácticamente encapsulada en el territorio. (…)
En otras palabras, el Partido Justicialista, desde las distintas instancias
del Estado (nacional, provincial, municipal), tanto por intermedio de las nuevas
estructuras de gestión (descentralización y nueva división del trabajo político),
como de los ‘viejos’ estilos centralizados, comandó la reorientación organiza-
cional del mundo popular. Así, tras la crisis del mundo de los trabajadores ur-

57
Maristella Svampa

banos fue asomando cada vez más un mundo caracterizado por redes y orga-
nizaciones territoriales, atravesado por nuevas formas de ‘clientelismo afecti-
vo’, al que entendemos, como un tipo de relación que expresa la convergencia
aleatoria entre la dimensión utilitaria de la política y, la dimensión afectiva de la
política, que se manifiesta en las diferentes modalidades de identificación con
los líderes. Este clientelismo afectivo se fue convirtiendo en una manera relati-
vamente estable de definición del vínculo político ‘desde abajo’ en el período
post populista. (…)
En resumen, trabajosamente, en medio de la crisis y la desaparición de
las instituciones típicas de la sociedad salarial, estas redes territoriales se fue-
ron densificando y orientando cada vez más a la gestión de las necesidades
básicas, configurando de manera incipiente los contornos de un nuevo proleta-
riado, multiforme y heterogéneo, caracterizado por la autoorganización comu-
nitaria.

Mundo peronista, brechas culturales y nuevas militancias

Las mutaciones del mundo popular urbano ocurridas durante los 90 con-
llevaron también una transformación del peronismo, no sólo en el nivel organi-
zacional, sino en el plano de la subjetividad. En rigor, la transformación del pe-
ronismo en los sectores populares encuentra tres grandes inflexiones: una pri-
mera se produce durante la etapa inicial del gobierno de Menem (1989-1995),
y aparece asociada al debilitamiento del peronismo en términos socio-cultura-
les; una segunda inflexión arranca en 1996/97, y está directamente vinculada
al desarrollo de formas de (auto) organización de lo social y nuevas figuras de
la militancia territorial, por fuera de y confrontadas con la estructura del partido
peronista. Por último, una tercera inflexión se produce a partir de 2002, como
producto de la masificación de los planes sociales en el empobrecido mundo
popular.
La primera inflexión es de índole socio-cultural y presenta dos aspectos
íntimamente ligados: el debilitamiento del peronismo en términos identitarios y
la difusión de culturas alternativas, que conducirá a la multiplicación de los gru-
pos de pertenencia. La primera brecha socio-cultural aparece manifiesta en la
dificultad de transmisión del peronismo en el marco familiar, que remite tanto a
las consecuencias sociales que tendría el viraje neoliberal del Partido Justicia-
lista, al tiempo que nos advierte sobre la importancia creciente de otros ejes de
construcción identitaria. (…) Se fue diseñando un corte claro que remite tanto
al desapego creciente de los jóvenes hacia la política como al hecho de que el
peronismo dejó de ser, para ellos, el núcleo de una vivencia social. A su vez,
este proceso de debilitamiento del peronismo en la cultura popular coincide
con el fuerte avance de la industria cultural en un mercado cada vez más glo-
balizado.
Por otro lado, la segunda brecha, también de orden socio-cultural, fue in-
troducida por las religiones alternativas. (…) Durante mucho tiempo, la hege-
monía del peronismo en los sectores populares se tradujo en una suerte de

58
La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

homogeneización político-cultural, expresada en la subordinación y, en el lími-


te, en la deslegitimación de otras prácticas o creencias populares. Además, el
peronismo estuvo estrechamente asociado a los valores de la cultura católica
(…). A fines de los 60, esto es, luego del Concilio Vaticano II, la convergencia
entre peronismo y catolicismo se expresaría también a través de las nuevas
tendencias, desde el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo hasta la
Teología de la Liberación latinoamericana. Durante los 70, esta articulación en-
tre peronismo popular y Teología de la Liberación fue visible en las experien-
cias de las Comunidades Eclesiales de Base, así como en el peronismo revo-
lucionario. La máxima expresión de esta convergencia entre catolicismo y re-
volución fue el sacerdote Carlos Mujica –asesinado en 1975 por la Triple A (A-
lianza Anticomunista Argentina)– y cuya acción social estaba ligada al movi-
miento villero de la Ciudad de Buenos Aires. (…)
Ahora bien, lo notorio durante los 90, fue el vertiginoso crecimiento de las
religiones pentecostales y evangelistas dentro de los sectores populares, lo
cual quebró la ilusión del monopolio de lo popular por parte del peronismo,
estrechamente asociado al catolicismo. Más aún, (…) en la medida en que el
peronismo iba perdiendo la capacidad de ensamblar la experiencia popular en
una sola cultura política, expulsando los elementos renovadores, las nuevas
religiones fueron constituyendo otros focos de pregnancia significativa.
Dichos cambios socioculturales (…) dan cuenta menos del final del mun-
do peronista que de su mutación, al tiempo que ponen en evidencia la hetero-
geneidad creciente del mundo popular. Sin embargo, ni la interpelación de los
más jóvenes, seducidos por las nuevas imágenes del consumo, ni la expan-
sión de las religiones-movimiento, significaron un cuestionamiento mayor del
peronismo en términos políticos. (…) Por otro lado, leída desde el presente, la
expansión de las nuevas religiones revelaba una suerte de paradoja: pues si
las religiones-movimiento aparecían como portadoras de la posibilidad de
recomponer el lazo social como lazo comunitario, frente al avance de una diná-
mica privatizadora y sus previsibles consecuencias disgregadoras para la soli-
daridad social, no es menos cierto que ellas ilustraban una determinada visión
de lo comunitario que implicaba una resignificación desde la esfera privada,
despojada de una dimensión específicamente política. En otras palabras, esta
nueva resignificación del lazo social desde lo privado no entraba en contradic-
ción con las prácticas políticas del peronismo. Estas podían convivir y, más
aún, articularse con la cultura política peronista.
No sucedería lo mismo respecto de la ‘segunda inflexión’, que desbordó
claramente la esfera cultural-religiosa, para insertarse en el registro organiza-
cional-político. Esta aparece ejemplificada por el surgimiento y expansión de
las organizaciones piqueteras, muchas de ellas definidas por fuera y más aún,
en confrontación con las estructuras tradicionales del Partido Justicialista. Sin
embargo, los más importante (…) son las condiciones y supuestos desde los
cuales se entabla la relación con el peronismo, pues la acción de las organiza-
ciones piqueteras tuvo como punto de partida la resignificación política de la
militancia socio-territorial existente. (…) Durante los 90, a raíz del agravamien-

59
Maristella Svampa

to de las condiciones de vida de los sectores populares y su desconexión con


el mundo del trabajo formal. De esta manera, en el marco de una matriz social
más comunitaria, el trabajo territorial fue adquiriendo una cierta ‘autonomía re-
lativa’ respecto de los sindicatos y la militancia política tradicional. (…) La nue-
va figura del militante social tenía la ventaja de presentar un perfil ‘despolitiza-
do’ y, por ende, menos problemático, condición sine qua non en un contexto
de transformaciones del peronismo desde arriba y de creciente empobreci-
miento desde abajo. (…)
A mediados de la década del 90, y pese a los esfuerzos del Partido Justi-
cialista por ‘encapsular’ (…) la acción política en los barrios, esta dinámica te-
rritorial estará en el origen de un nuevo ethos militante, que tendrá por prota-
gonistas a las incipientes organizaciones de desocupados. En el origen de es-
ta brecha política cobra relevancia el carácter abusivamente clientelar y mani-
pulador del peronismo, así como la escasez de recursos, en un contexto de
cruda descolectivización y pauperización masiva de los sectores populares.
(…) En el marco de esta nueva situación (…) la figura del militante social, de-
pendiente del aparato del Partido Justicialista, terminó por mostrar sus límites.
Finalmente, la redefinición activa de la situación vendría de la mano de
militantes de la izquierda (ex delegados sindicales y dirigentes de asentamien-
tos), por fuera del Partido Justicialista. Fueron ellos quienes encabezaron las
primeras marchas, junto con las mujeres (esposas o jefas de hogar), algunas
de las cuales provenían de la militancia social, impulsada por el Partido Justi-
cialista en los 90, desde las nuevas estructuras de gestión estatal. De esta ma-
nera, a partir de 1997, en especial, el territorio del Conurbano Bonaerense, se-
de de las primeras organizaciones de desocupados, se fue erigiendo en un es-
cenario de confrontación y, a la vez, de reconocimiento y negociación, con los
punteros barriales del Partido Justicialista y las nuevas estructuras de gestión
del Estado, en sus diferentes instancias (municipal, provincial, nacional). En
fin, más allá de sus diferentes alineamientos políticos y sindicales, las organi-
zaciones van a reconocer como fuente originaria el ‘trabajo territorial’, asenta-
do sobre un modelo de representación que algunos sintetizarán en la figura del
‘delegado de base’ y otros del ‘dirigente comunitario’ o simplemente ‘referente
territorial’. (…)
En consecuencia, durante los 90, el peronismo, en tanto lenguaje político
desde el cual los sectores populares inteligían la dominación social, se desdi-
bujaba aceleradamente, al tiempo que diferentes organizaciones territoriales, a
través de nuevas formas de acción colectiva, vehiculizan fuertes apelaciones a
la dignidad y la lucha. Así, entre 1997 y 2002, el surgimiento de nuevas organi-
zaciones de tipo territorial, aunque no llegó a cuestionar la hegemonía del pe-
ronismo, puso en evidencia no sólo el deterioro de la relación entre el peronis-
mo y el mundo popular, sino también la posibilidad de la politización de lo so-
cial. Más aún, esta nueva experiencia se va a apropiar y va a actualizar las a-
pelaciones más plebeyas del mundo popular, tan asociadas al peronismo de o-
tras épocas, como expresión auténtica de la gente ‘de abajo’. (…)

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La Sociedad Excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo [fragmento]

En definitiva, durante los 90 y en plena reforma neoliberal, la persistencia


del peronismo ‘desde abajo’ fue acompañada de grandes transformaciones.
Vaciado de sus contenidos fundacionales, éste dejó de ser una contracultura
política y pasó a expresar una lógica de dominación, asentada casi exclusiva-
mente en las multiplicadas formas de clientelismo afectivo. En este sentido, to-
caría a las organizaciones de desocupados la tarea de abrir una brecha en es-
te transformado mundo popular, por fuera del peronismo, tornando posible que
emergieran nuevas prácticas políticas, a través de la resignificación de la mili-
tancia territorial, cuyos ejes serían precisamente la crítica al clientelismo y la a-
firmación de la dignidad. Sin embargo, durante el gobierno provisional de Du-
halde (2002-2003) y luego, de Néstor Kirchner (2003 -), el peronismo retomó la
iniciativa en la tarea nada fácil de recomponer las relaciones con los sectores
populares, con la idea de ‘recuperar’ y, al mismo tiempo, cerrar el espacio a-
bierto por las nuevas organizaciones territoriales. Paradójicamente, la crisis de
2001 otorgó al peronismo una nueva oportunidad histórica, pues le permitió
dar un enorme salto a partir de la masificación de los planes asistenciales. Por
otro lado, este proceso se vio fortalecido por la dinámica de reperonización de
importantes organizaciones piqueteras (Federación de Tierra y Vivienda, Ba-
rrios de Pie), caracterizadas por una fuerte matriz populista.

***

Nunca está de más recordar cuán necesario resulta contextualizar y com-


parar los efectos de las nuevas políticas neoliberales en diferentes países de
América Latina. Con esto queremos decir que, pese ‘a los aires de familia’, el
impacto que la implantación del modelo neoliberal tuvo sobre el mundo popular
latinoamericano, tan marcado por la experiencia populista, está lejos de ser el
mismo en todos lados. En Bolivia, donde existió un movimiento obrero comba-
tivo y persisten estructuras comunitarias fuertes, la resistencia popular fue im-
portante. (…) En Chile, en cambio, el modelo neoliberal –considerado exitoso
en términos generales– terminó por liquidar y neutralizar los fuertes elementos
comunitarios presentes en ciertas experiencias políticas, que durante los 80
habían sido consideradas como portadoras de elementos antagónicos o alter-
nativos (el caso del movimiento de pobladores).
En la Argentina, la reconfiguración de la matriz popular en términos territo-
riales/comunitarios apareció como una exigencia –y una creación, a la vez
desde arriba y desde abajo– para contener el conflicto social, frente a la des-
trucción del mundo obrero popular. En medio de cambios de todo orden, el e-
thos de las clases populares, ligado a la lucha sindical y la toma de tierras, su-
frió un impacto mayor, en virtud de su vínculo estrecho e ineludible con el Par-
tido Justicialista que, desde los diferentes niveles del Estado, sería el encarga-
do de llevar a cabo las llamadas reformas estructurales. Así, a fines de los 90,
la nueva matriz popular indica tanto el declive del mundo obrero (la dificultad
de construir un nosotros desde la esfera del trabajo), como la emergencia de
un conjunto heterogéneo de organizaciones territoriales que poco tienen que

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Maristella Svampa

ver con el mundo de los trabajadores urbanos que se extendió entre los años
40 y los 70, y mucho más con el mundo comunitario de los pobres urbanos, al
igual que en otros países de América Latina.
Dichas organizaciones comenzaron a desarrollarse en los 80, pero regis-
traron un nuevo impulso durante la crisis hiperinflacionaria del 89, al tiempo
que sufrieron una fuerte reorientación durante los 90, cuando se implementó
un nuevo modelo de gestión. En fin, aquellas se tornaron definitivamente visi-
bles luego de la gran crisis de 2001. En la actualidad, este tejido territorial, cu-
yos contornos asoman a partir de la multiplicidad de las redes de sobreviven-
cia y la experiencia de la segregación socioespacial, abarca un conjunto muy
vasto y heterogéneo de organizaciones, desde ONGs fuertemente disímiles;
organizaciones religiosas, en su gran mayoría jerárquicas y verticalistas; dife-
rentes agrupaciones piqueteras, que realizan el trabajo de organización territo-
rial, a la vez social y político; en fin, comedores y sociedades de fomento, mu-
chos de ellos fuertemente vinculadas al poder político. Sin embargo, más allá
del carácter político o despolitizado de la acción, del alcance innovador o me-
ramente reproductivo de las organizaciones, el nuevo modelo coloca en el cen-
tro la figura del militante social, mediador imprescindible en el mundo de las
necesidades básicas, cuyo conocimiento, en toda su extensión y complejidad,
es todavía una tarea pendiente.
En suma, en el marco de este proceso de reconfiguración territorial, surge
un nuevo proletariado, multiforme, plebeyo y heterogéneo, que no solo es el a-
siento de prácticas ligadas al asistencialismo y al clientelismo afectivo, promo-
vidas centralizada o descentralizadamente desde diferentes instancias y orga-
nizaciones, sino también el locus de nuevas formas de resistencia y prácticas
políticas.

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