Svampa - La Sociedad Excluyente (Fragmento)
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MARISTELLA SVAMPA
Introducción
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Maristella Svampa
PRIMERA PARTE
LA GRAN MUTACIÓN
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Por un lado, las acciones del gobierno de Raúl Alfonsín dejaron entrever
una debilidad creciente en relación con los poderosos sindicatos peronistas.
(…) Por su parte, la CGT, conducida por el sector ubaldinista, continuó desa-
rrollando una fuerte capacidad de presión, ilustrada de manera elocuente por
los trece paros generales realizados entre 1984 y 1988.
Hacia fines de los 80, envuelto en una serie de conflictos económicos e
institucionales, el país se hundía cada vez más en una grave crisis económica,
reflejada en la importante caída de la inversión interna y extranjera, la crecien-
te fuga de capitales y el récord inflacionario. (…) Finalmente, el gobierno de Al-
fonsín naufragaría sin dar con la clave de la constitución de una nueva alianza
político-económica, que apuntara tanto a consolidar el recobrado marco insti-
tucional como a sanear una economía severamente deteriorada. La disocia-
ción entre, por un lado, una democracia representativa, orientada hacia la con-
solidación del marco institucional y el respeto de las reglas de juego entre los
partidos políticos y, por el otro, una democracia sustantiva, basada en la articu-
lación entre solidaridad y demandas de justicia social, se tornaba cada vez
más evidente. La debacle del Plan Austral (…) y la entrada en un período de
alta inflación, culminarían en la crisis hiperinflacionaria de 1989, impulsada en
parte por los grandes grupos económicos (el ‘golpe de mercado’). Estos suce-
sos determinarían el retiro anticipado de Alfonsín, quién había accedido al po-
der en 1983, (…) en medio de grandes expectativas de renovación política y e-
conómica.
Así las cosas, la Argentina de principios de los 90 era una sociedad em-
pobrecida y atravesada por nuevas desigualdades, que ya había experimenta-
do una primera gran desilusión respecto de las promesas sustantivas de la de-
mocracia. El país asistía a la crisis estructural del modelo nacional-popular, sin
por ello descubrir la fórmula, a la vez económica y política, que permitiera re-
encontrar las claves pérdidas de la integración social. Sin embargo, aunque el
incremento de la heterogeneidad y la polarización social anunciaban los con-
tornos de un país diferentes del de antaño, la gran mutación se consumaría
durante el tercer momento de la secuencia, esto es, durante el largo gobierno
de Carlos Menem, entre 1989 y 1999.
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res dominantes representados por los grandes grupos económicos. Fue esta
nueva alianza (…) la que hizo posible la aplicación de la reforma del Estado, a
partir del abandono de una política de concertación social y de la asunción de
una gestión decisionista.
Sólo tras un período signado por la puesta en escena de las nuevas alian-
zas económicas (…) se consolidó en el país la liberalización de la economía, a
partir del Plan de Convertibilidad y la reforma del Estado. (…) En 1991 el régi-
men logró estabilizarse, con la asunción de Domingo Cavallo en la cartera eco-
nómica (…).
En efecto, el Plan de Convertibilidad, que acompañó las reformas estruc-
turales, produjo una verdadera transformación de las reglas de juego económi-
cas, entre ellas, la paridad entre el dólar y el peso, la restricción de la emisión
monetaria, la reducción de las barreras aduaneras, la liberalización del comer-
cio exterior y el aumento de la presión fiscal. También fueron suprimidos los
principales mecanismos de control del Estado sobre la economía, a favor de
las reglas del mercado, al tiempo que se liberalizó la inversión extranjera en la
Argentina.
Así, se logró salir de la espiral hiperinflacionaria aplicando una severa po-
lítica de ajuste y de estabilización, complementada por una política de apertura
del mercado nacional a las importaciones y las inversiones extranjeras. Esta
estrategia de shock logró detener la hiperinflación, lo cual contribuyó a recupe-
rar parte de la credibilidad ante los mercados internacionales, al tiempo que fa-
cilitó (…) la recuperación económica y la reducción de la pobreza (…). Asimis-
mo, la adopción de la convertibilidad supuso el abandono de una política mo-
netaria autónoma, lo cual acentuó la dependencia estructural del país frente al
mercado internacional y sus sobresaltos coyunturales y no permitió tampoco
desarrollar un nivel de competitividad suficiente.
El nuevo orden impuso un modelo de ‘modernización excluyente’, (…) im-
pulsando la dualización de la economía y la sociedad. (…) La pauta general
fue el incremento de la productividad, con escasa generación de empleo y de-
terioro creciente de las condiciones laborales. Asimismo, el nuevo modelo mo-
dificó la inserción de la economía en el mercado mundial, ya que la apertura a
las importaciones condujo a una ‘reprimarización de la economía’: en este con-
texto las pequeñas y medianas empresas tuvieron grandes dificultades para a-
frontar la competencia externa. (…)
En los primeros años, el cambio de modelo económico generó una situa-
ción novedosa, visible en la coexistencia de crecimiento económico y aumento
de la desocupación. Sin embargo, las limitaciones propias del modelo de mo-
dernización excluyente se harían notorias a partir de 1995, momento en el cual
el crecimiento se estanca, debido a una combinación de elementos externos
(el efecto tequila) e internos (limites en la expansión del consumo interno). (…)
El inicio de la recesión iría acompañado por un aumento espectacular de la de-
socupación, [que] en 1998, entró en un período de recesión profunda, que se
continuaría durante el breve gobierno de la Alianza, y llevaría al estallido del
modelo, hacia fines de 2001. (…)
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cales que la primera, entre otras cosas debido a que el Estado prometió la dis-
tribución de acciones a los trabajadores, garantizando –en ciertos casos– una
participación de los sindicatos en el proceso de privatización. Asimismo, es ne-
cesario decir que a partir de 1991, las expectativas económicas ya eran otras,
pues el plan de estabilización implementado por Cavallo había logrado detener
la inflación y no eran pocos los argentinos que habían interiorizado un discurso
crítico –y hasta vergonzante– respecto del rol del Estado, adhiriendo al con-
senso neoliberal.
El impacto social del desguace del Estado sobre el empleo fue devasta-
dor. (...) Los despidos masivos se combinaron con planes de retiro más o me-
nos compulsivos, implementados en un lapso muy breve, durante el período
previo a la privatización, cuando las empresas eran declaradas ‘sujetas a pri-
vatización’. De esa manera, se habilitaban planes draconianos de racionaliza-
ción, en manos de todopoderosos interventores que respondían directamente
al poder ejecutivo. (...)
Es importante subrayar que este proceso afectó directa e indirectamente
a comunidades enteras, como lo refleja de manera paradigmática la privatiza-
ción de las empresas productivas del Estado. Ejemplo de ello es el caso de Y-
PF. (...) La empresa productiva estatal más grande del país construyó un ‘mo-
delo de civilización territorial’, pues la modalidad de ocupación del territorio no
se circunscribió a la sola explotación de los recursos naturales, sino que inclu-
yó en todos los casos una extensa red de servicios sociales, recreativos y resi-
denciales para el personal permanente. En este sentido, YPF era un verdadero
Estado dentro del Estado, pues el mundo laboral de la zona explotada, y de
manera más extensa, el conjunto de la vida social estaban estructurados direc-
ta o indirectamente en torno de YPF.
En 1990, la empresa, que contaba con 51.000 empleados, luego de un a-
celerado proceso de reestructuración que incluía retiros voluntarios y despidos,
pasó a tener 5.600. Ello repercutió sobre la actividad económica y el empleo[:]
el retiro de YPF en 1993 implicó una caída del 73% de la actividad petrolera,
que a su vez se tradujo en una retracción del 75% del empleo. Por otro la-do,
la reestructuración implicó el cuasidesmantelamiento de la actividad económi-
ca de amplios sectores de la comunidad, cuyos servicios estaban orientados
tanto a la empresa como al personal de YPF. Esto revela la ausencia de una
estrategia de reconversión productiva en los dos niveles, esto es, respecto de
la zona, integralmente dependiente de la acción territorial de YPF, y respecto
de los propios trabajadores, cuya estabilidad laboral y oportunidades de vida a-
parecían indisociablemente ligadas –en muchos casos, desde hacía varias ge-
neraciones– a la empresa estatal. (…)
Asimismo, las consecuencias de este proceso se hicieron visibles en el
aumento de la proporción de empleo precario y en negro. Aquí también la au-
sencia de una planificación y una estrategia de reconversión económica hizo
que parte de las indemnizaciones desembocara en emprendimientos comer-
ciales individuales (kioscos, remiserías) o fuera destinada al consumo y adqui-
sición de bienes (compra de automóviles, casas). (...)
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Así, una mirada nacional del impacto que tuvieron el ajuste y la puesta en
marcha del modelo neoliberal requiere dar cuenta de sus dimensiones regiona-
les. (…) [Se] establece tres grandes zonas económicamente diferenciadas: en
primer lugar, un Área Central, de gran desarrollo económico, que se caracteri-
za por la existencia de ‘economías urbanas de servicio’ (ciudad de Buenos Ai-
res), así como por la existencia de ‘estructuras económicas de gran tamaño y
diversificación’ (Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe). Aquí, el proceso de mo-
dernización excluyente desembocó en una dinámica de desindustrialización,
que fue acompañada por la concentración creciente de la actividad económica
en manos de grupos privados y empresas multinacionales. (…)
En segundo lugar, un Área Mixta, conformada por las provincias patagóni-
cas (…) caracterizadas como ‘estructuras productivas basadas en el uso inten-
sivo de recursos no renovables’. Lo notorio aquí es la presencia de grandes
empresas multinacionales, beneficiadas por el proceso de privatización, vincu-
ladas a la explotación de hidrocarburos. Estas provincias, que presentan una
baja densidad poblacional y un ingreso per cápita mayor que el de otras pro-
vincias, sufrieron sin embargo los efectos del pasaje de un modelo de ‘civiliza-
ción territorial’ a un esquema de explotación más asociado a una economía de
enclave, ligada a las exportaciones, cuyos beneficios difícilmente llegan a de-
rramarse sobre el conjunto de los actores sociales de la zona.
En tercer lugar, se encuentran las provincias del Área Periférica, que [se]
mantienen rezagadas en términos de crecimiento económico, más allá del de-
sarrollo de ciertas áreas marginales, ligadas a la expansión de la frontera agrí-
cola. (…) Se caracterizan por un deterioro económico mayor que el de otras á-
reas del país, luego del decreto de desregulación de 1991, aun si uno de sus
rasgos mayores es el peso (e incremento) del empleo público, como visible he-
rramienta de control político. (…)
El proceso de modernización excluyente implicó la introducción de un
nuevo modelo agrario, que trajo aparejados grandes cambios en los sistemas
de organización y explotación tradicionales. Cierto es que el nuevo modelo tra-
jo consigo aumentos importantes de la producción y la productividad. Pero, a-
simismo, esta política afectó severamente a pequeños y medianos propieta-
rios, favoreciendo la concentración de la producción en unidades de mayor ta-
maño. En realidad, es posible distinguir tres procesos que, en gran medida, re-
flejan en sus diferentes aspectos las dimensiones inherentes al modelo neoli-
beral aplicado al sector agrario argentino.
Así, en primer lugar durante los primeros años de la década del 90, el dis-
curso oficial se centró en dos ejes: la modernización, mediante la incor-
poración de nuevas tecnologías, y la competitividad, mediante la producción
en gran escala. El modelo estimulaba al pequeño productor a endeudarse, o
bien ceder (vender o alquilar) la tierra a los grandes productores. Una de las
consecuencias de ello fue la desaparición de numerosas pequeñas y media-
nas unidades de producción, lo cual supuso la modificación de la estructura a-
graria tradicional. (…)
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SEGUNDA PARTE
LA NUEVA CONFIGURACIÓN SOCIAL
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Vamos a presentar ahora (…) algunos elementos que den cuenta de las
transformaciones culturales de los sectores dominantes, en especial, ciertos
cambios ligados a las fracciones más tradicionales de la elite, (…) los que, por
distintas razones, se hicieron más visibles durante la década de los 90. (…)
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dos ‘ganadores’ del modelo– terminarían por consagrar y expandir la figura del
‘ciudadano propietario’.
Podríamos resumir las características de las clases medias, tal como és-
tas han sido tematizados por gran parte de las ciencias sociales, en cuatro ras-
gos mayores.
En primer lugar, tradicionalmente la categoría ‘clases medias’ ha designa-
do un vasto conglomerado social, con fronteras difusas; esto es una categoría
intermedia cuya debilidad congénita estribaría en su misma posición estructu-
ral, un tercer actor sin peso específico propio, situado entre los dos grandes a-
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do. En efecto, en América Latina, las clases medias se expandieron sobre todo
en los países donde el Estado intervino activamente como productor de bienes
y servicios, en el marco del régimen de industrialización sustitutiva. Tocaría a
la versión latinoamericana del Estado Social, esto es, al modelo nacional-po-
pular, consumar esta suerte de paradigma, contribuyendo así a la consolida-
ción de vastas franjas de funcionarios y de profesionales ligados a la adminis-
tración pública, así como a los servicios de la educación y de la salud. Sin em-
bargo, éste fue precisamente el modelo que entró en crisis a partir de los años
80 y, particularmente, durante los 90, con la aplicación de políticas de ajuste
fiscal y de reducción del Estado. (…)
Ciertamente, la educación, en tanto canal privilegiado para la movilidad
social ascendente, era un rasgo constitutivo de la identidad de las clases me-
dias. Pero, desde el punto de vista cultural, éstas parecían caracterizarse por
conductas que imitaban los patrones culturales propios de las clases superio-
res, visibles en el consumo ostentoso; conductas concebidas, al mismo tiem-
po, como estrategias de diferenciación con respecto a las clases populares. Di-
cho proceso tendría su expresión mayor a partir de 1945, época en la cual
gran parte de las clases medias acentuaría las estrategias de distanciamiento
hasta el paroxismo, adoptando un antiperonismo militante.
Sin embargo, es necesario tener en cuenta que, desde una perspectiva e-
conómica, la acción de gobierno del primer peronismo (46-55) no sólo benefi-
ció directamente a vastos sectores de la clase trabajadora, sino también a am-
plios sectores medios, mediante el impulso al sector asalariado, dependiente
del Estado, hecho que encontraría una continuación e incremento en la política
de las administraciones posteriores. De esta manera, a partir de los años 60,
los estratos medios se convertirían en los principales proveedores de una de-
manda de puestos gerenciales, burocráticos y administrativos, promovida por
el modelo sustitutivo. Lo dicho encuentra correlato en el peso cada vez mayor
que irían adquiriendo los sectores asalariados por sobre el sector autónomo
dentro del conjunto de las clases medias, lo cual confirmaría la consolidación
de una clase media de servicios, ligada al Estado (empleo público) y a los ser-
vicios sociales públicos y privados (educación y salud). (…)
¿Cómo explicar, entonces, el antiperonismo militante de las clases me-
dias argentinas? En realidad, el peronismo lesionó a las clases medias a tra-
vés de sus pautas de comportamiento y sus modelos culturales. Así, fueron
sus rasgos plebeyos e iconoclastas (estigmatizados como formas de ‘barbarie’
e ‘incultura’) los que más fastidiaban y afectaban la tranquilidad de las clases
medias, más que nunca identificadas con los patrones culturales y estéticos de
la cultura oficial, con el ‘buen gusto’, con la ‘cultura decente’. Por otro lado, la
oposición de las clases medias se vio acentuada por el carácter autoritario que
tomó el régimen peronista, respecto del mundo reconocido de la cultura. Como
no deja de reconocer el propio Arturo Jauretche, el peronismo cometió ‘indis-
cutibles torpezas’ con respecto a las clases medias, pues no sólo afectó sus
pautas culturales, sino que les negó una inclusión simbólica dentro del discur-
so político oficial. En consecuencia, en un contexto de polarización política en-
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El mundo obrero (en tanto haya existido como ‘mundo’, en todo caso lo e-
ra sobre la base y en la medida de esta preponderancia de lo colectivo) ¿no ha
sido minado por un proceso de individualización que disuelve su capacidad pa-
ra existir como colectivo?¿No solamente como un colectivo global (la clase o-
brera con C mayúscula), sino también como un conglomerado de colectivos
correspondientes a diferentes formas de condiciones relativamente homogé-
neas capaces de unificarse en torno a objetivos comunes? […] ¿Qué le suce-
de al individuo, y que puede hacer, cuando es desarticulado de los colectivos
protectores? La historia de la clase obrera muestra que los individuos trabaja-
dores han podido acceder a cierta independencia sobre la base de organiza-
ciones colectivas y de su inscripción en colectivos. El análisis de la reestructu-
ración actual de las relaciones muestra que es un proceso inverso el que do-
mina las recomposiciones en curso.
Robert Castel. ¿Por qué la clase obrera perdió la partida?
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llevaba tanta la puesta en ejercicio activo de los derechos del trabajador y del
seguro social (por medio de las obras sociales) como el mantenimiento y el re-
forzamiento de principios asistencialistas y clientelares. (…)
Ciertamente, la desarticulación del mundo de los trabajadores urbanos, i-
niciada en los 70 y consumada en los 90, trajo aparejados profundos cambios
en la experiencia popular peronista. Recordemos que, básicamente, el pero-
nismo fue el gran lenguaje político que permitió, desde la experiencia popular,
desactivar (…) la verticalidad del vínculo social. Desde 1945, pasando por el
período de proscripción política y aun durante los 80, con la primera derrota e-
lectoral del Partido Justicialista, el peronismo continuó siendo en los sectores
populares una estructura activa que poseía la capacidad de organizar la expe-
riencia cotidiana, a la vez política y privada.
Sin embargo, durante los 90, el peronismo dejó de ser el principio de arti-
culación entre una identidad obrera, un sentimiento nacional y una conciencia
popular. Cada uno de estos elementos fue debilitándose y disociándose de los
otros: la identidad obrera, relativamente débil en la Argentina, entró en crisis
con la transformación del mercado laboral, la precarización y la inestabilidad
de las trayectorias laborales. El sentimiento nacional fue diluyéndose, en tanto
y en cuanto las demandas populares no encontraron correlato en un programa
de políticas públicas, que apuntara a la integración social y nacional. (…) En
fin, el peronismo fue perdiendo la capacidad de articular las diversas dimensio-
nes de la experiencia social y política. De esta manera, dejó gradualmente de
ser un mecanismo activo de comprensión de lo social, a partir del cual los sec-
tores populares intelegían la dominación; más aún, una manera consensual y
plebeya de ver el mundo ‘desde abajo’, para reducirse a un dispositivo de con-
trol y dominación política de los sectores populares, por medio de las diferen-
tes y nuevas formas de intervención territorial. (…)
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ción del mercado de trabajo que caracteriza a la Argentina en los últimos años.
En mayo de 1995, cuando el país alcanzó su primer record histórico de de-
sempleo (18%), la desocupación de los jóvenes del Área Metropolitana de
Buenos Aires (AMBA) alcanzaba el 34%. (…) Las cifras indicaban también que
el 40% de los jóvenes estaban bajo la línea de pobreza. (…) Por otro lado, en
muchos casos, a la falta de calificación laboral se le suma la ausencia de opor-
tunidades educativas, en un contexto en el cual la escuela (cuyo deterioro y
crisis es visible) también aparece como un fiel reflejo de una integración cada
vez más lejana. (…)
Así las cosas, el mundo laboral en el cual deben insertarse los jóvenes a-
parece sacudido por diferentes transformaciones: económicas (desindustriali-
zación y pasaje a una economía de servicios); laborales (cambios en el interior
de las empresas; reemplazo por un modelo posfordista de organización del tra-
bajo) y sindicales (descrédito y pérdida de peso de los sindicatos). (…) Este
mundo laboral no tiene otra cosa para ofrecer que diversos grados de vulnera-
bilidad, sobre todo si se toma en cuenta que las nuevas políticas de empleo
desarrolladas por las empresas han apuntado a la población joven, considera-
da como la más maleable y menos problemática que las franjas etarias sociali-
zadas en el modelo anterior de relaciones laborales. Por ello, (…) los jóvenes
se constituyeron en el target ideal de la política de flexibilización y precariedad
laboral.
Este proceso ha tenido varias consecuencias (…). Por un lado, la noción
misma de ‘derechos sociales’, tan cara a los trabajadores de otras épocas y
tan recurrente en el lenguaje sindical peronista, tiende a desdibujarse acelera-
damente. Por otro lado, tanto la fragmentación salarial como la existencia de
un contingente vasto de desempleados que oficia como fuerza disciplinadora,
conspiran contra su posible reactualización. (…) También hay que señalar que
el rápido desdibujamiento de la existencia de derechos sociales se halla ligado
a la consolidación de la inestabilidad laboral que, en algunos casos, abarca ya
a dos generaciones. (…) Los jóvenes tienden a naturalizar la situación de ines-
tabilidad, sin avizorar en su futuro otra cosa que la precariedad duradera
(Kessler, 2004). (…)
Los jóvenes ingresan en el mercado laboral en una época en la cual el de-
bilitamiento del peronismo en la cultura popular coexiste con la fuerte afirma-
ción de una cultura de masas comandada por un mercado globalizado. (…) El
proceso de subjetivización se realiza en un escenario atravesado por la incerti-
dumbre y la inestabilidad, prontamente naturalizado, que impulsa a los jóvenes
de los sectores populares (…) a desenvolverse como verdaderos ‘cazadores’
en una ciudad cada vez más caracterizada por la multiplicación de fronteras
sociales, en la cual el individuo debe procurarse recursos para sobrevivir, sin
posibilidad alguna de planificación reflexiva de la vida. En no pocos casos, la
desaparición de los marcos normativos también ha contribuido a crear una
frontera difusa entre la legalidad y la ilegalidad, en una realidad por demás hí-
brida en la cual se yuxtaponen la experiencia de la desorganización social y la
multiplicación de las estrategias de sobrevivencia (Kessler, 2004). (…)
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miento para con los más jóvenes se ha ido cristalizando en una suerte de e-
thos antirrepresivo, cuyo paradigma es el rock barrial o ‘chabón’ de los 90, y
más cercanamente, la ‘cumbia villera’. (…)
Los jóvenes de los sectores populares aparecen como la ilustración más
acabada de un conjunto de procesos: por una parte, devienen los destinatarios
privilegiados del nuevo modelo de relaciones laborales (más flexibles, con po-
cos vestigios de un pasado de integración social y laboral); por otra parte, apa-
recen como la expresión por antonomasia de la ‘población sobrante’ (la clase
peligrosa). Entre esos dos polos que definen tanto el límite de la inserción co-
mo el horizonte de la exclusión, se van configurando los nuevos marcos de re-
ferencia de las conductas juveniles, donde conviven desorganizadamente y a
veces en tensión, diferentes principios y valores: la naturalización de la situa-
ción alterna con el talante antirrepresivo; el rechazo a los políticos, con una ac-
titud antisistema, poca veces politizada; la conciencia del horizonte de preca-
riedad duradera, con la necesidad de descontrol de las emociones y las sensa-
ciones.
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banos fue asomando cada vez más un mundo caracterizado por redes y orga-
nizaciones territoriales, atravesado por nuevas formas de ‘clientelismo afecti-
vo’, al que entendemos, como un tipo de relación que expresa la convergencia
aleatoria entre la dimensión utilitaria de la política y, la dimensión afectiva de la
política, que se manifiesta en las diferentes modalidades de identificación con
los líderes. Este clientelismo afectivo se fue convirtiendo en una manera relati-
vamente estable de definición del vínculo político ‘desde abajo’ en el período
post populista. (…)
En resumen, trabajosamente, en medio de la crisis y la desaparición de
las instituciones típicas de la sociedad salarial, estas redes territoriales se fue-
ron densificando y orientando cada vez más a la gestión de las necesidades
básicas, configurando de manera incipiente los contornos de un nuevo proleta-
riado, multiforme y heterogéneo, caracterizado por la autoorganización comu-
nitaria.
Las mutaciones del mundo popular urbano ocurridas durante los 90 con-
llevaron también una transformación del peronismo, no sólo en el nivel organi-
zacional, sino en el plano de la subjetividad. En rigor, la transformación del pe-
ronismo en los sectores populares encuentra tres grandes inflexiones: una pri-
mera se produce durante la etapa inicial del gobierno de Menem (1989-1995),
y aparece asociada al debilitamiento del peronismo en términos socio-cultura-
les; una segunda inflexión arranca en 1996/97, y está directamente vinculada
al desarrollo de formas de (auto) organización de lo social y nuevas figuras de
la militancia territorial, por fuera de y confrontadas con la estructura del partido
peronista. Por último, una tercera inflexión se produce a partir de 2002, como
producto de la masificación de los planes sociales en el empobrecido mundo
popular.
La primera inflexión es de índole socio-cultural y presenta dos aspectos
íntimamente ligados: el debilitamiento del peronismo en términos identitarios y
la difusión de culturas alternativas, que conducirá a la multiplicación de los gru-
pos de pertenencia. La primera brecha socio-cultural aparece manifiesta en la
dificultad de transmisión del peronismo en el marco familiar, que remite tanto a
las consecuencias sociales que tendría el viraje neoliberal del Partido Justicia-
lista, al tiempo que nos advierte sobre la importancia creciente de otros ejes de
construcción identitaria. (…) Se fue diseñando un corte claro que remite tanto
al desapego creciente de los jóvenes hacia la política como al hecho de que el
peronismo dejó de ser, para ellos, el núcleo de una vivencia social. A su vez,
este proceso de debilitamiento del peronismo en la cultura popular coincide
con el fuerte avance de la industria cultural en un mercado cada vez más glo-
balizado.
Por otro lado, la segunda brecha, también de orden socio-cultural, fue in-
troducida por las religiones alternativas. (…) Durante mucho tiempo, la hege-
monía del peronismo en los sectores populares se tradujo en una suerte de
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ver con el mundo de los trabajadores urbanos que se extendió entre los años
40 y los 70, y mucho más con el mundo comunitario de los pobres urbanos, al
igual que en otros países de América Latina.
Dichas organizaciones comenzaron a desarrollarse en los 80, pero regis-
traron un nuevo impulso durante la crisis hiperinflacionaria del 89, al tiempo
que sufrieron una fuerte reorientación durante los 90, cuando se implementó
un nuevo modelo de gestión. En fin, aquellas se tornaron definitivamente visi-
bles luego de la gran crisis de 2001. En la actualidad, este tejido territorial, cu-
yos contornos asoman a partir de la multiplicidad de las redes de sobreviven-
cia y la experiencia de la segregación socioespacial, abarca un conjunto muy
vasto y heterogéneo de organizaciones, desde ONGs fuertemente disímiles;
organizaciones religiosas, en su gran mayoría jerárquicas y verticalistas; dife-
rentes agrupaciones piqueteras, que realizan el trabajo de organización territo-
rial, a la vez social y político; en fin, comedores y sociedades de fomento, mu-
chos de ellos fuertemente vinculadas al poder político. Sin embargo, más allá
del carácter político o despolitizado de la acción, del alcance innovador o me-
ramente reproductivo de las organizaciones, el nuevo modelo coloca en el cen-
tro la figura del militante social, mediador imprescindible en el mundo de las
necesidades básicas, cuyo conocimiento, en toda su extensión y complejidad,
es todavía una tarea pendiente.
En suma, en el marco de este proceso de reconfiguración territorial, surge
un nuevo proletariado, multiforme, plebeyo y heterogéneo, que no solo es el a-
siento de prácticas ligadas al asistencialismo y al clientelismo afectivo, promo-
vidas centralizada o descentralizadamente desde diferentes instancias y orga-
nizaciones, sino también el locus de nuevas formas de resistencia y prácticas
políticas.
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