23 Teol Del Canon

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Canon, Iglesia, Teología 1

23. TEOLOGÍA DEL CANON: CANON, IGLESIA, TEOLOGÍA


Como ya se ha se ha visto en diversos momentos del curso, la Escritura que recibe y
propone la Iglesia no es una mera recopilación de libros singulares sino un único
“canon”, es decir una colección orgánica de unos libros que tienen: un vínculo con la
revelación que testimonian y expresan; un vínculo entre ellos por el que se reclaman
unos a otros en su interpretación; y un vínculo con la Iglesia que encuentra en ellos, en
todos ellos como canon, elementos certeros de su propia identidad. Todas estas
cuestiones referentes al canon ocupan no pocas páginas en la teología contemporánea.
Sin embargo, la teología del canon es todavía una teología en construcción. Por tanto,
lo que se puede ofrecer son esbozos de algunos de los caminos transitados por la
reflexión teológica.

1. DISCERNIMIENTO DEL CANON Y ACCIÓN DEL ESPÍRITU


El Concilio Vaticano II (Dei Verbum, 8) afirma una verdad –un dogma– que la Iglesia no
conoce a través de la Sagrada Escritura, sino de la Tradición, el canon de los libros
sagrados: “Por esta Tradición conoce la Iglesia el Canon íntegro de los libros sagrados,
y la misma Sagrada Escritura se va conociendo en ella más a fondo y se hace
incesantemente operante”. En realidad, este conocimiento del canon de los libros
sagrados no es una operación especulativa, sino algo que emerge de la misma vida de
la Iglesia. De hecho, con expresiones de la Pontificia Comisión Bíblica, se puede decir
que “al discernir el canon de las Escrituras, la Iglesia discernía también y definía su
propia identidad, de modo que las Escrituras son, a partir de ese momento, un espejo
en el cual la Iglesia puede redescubrir constantemente su identidad, y verificar, siglo
tras siglo, el modo cómo ella responde sin cesar al evangelio, del cual se dispone a ser
el medio de transmisión”.
La identidad de la Iglesia nace de Jesucristo tal como los apóstoles lo dieron a conocer.
Este conocimiento de Jesucristo abarca tanto el recuerdo de sus palabras y hechos,
especialmente de su muerte y resurrección, como la vivencia de su misterio en la acción
litúrgica mediante la economía sacramental. Los apóstoles, en efecto, fueron enviados
por Jesucristo a predicar y a realizar la obra de salvación que proclamaban. Los
apóstoles en su misión se dispersaron por todo el mundo y fundaron comunidades. Su
actividad estuvo necesariamente penetrada por la cultura, la mentalidad y la
religiosidad propia de los lugares donde nacían esas comunidades. Sin embargo, se
mantiene el mismo mensaje fundamental –el Evangelio– y la conciencia de una sola
Iglesia, tal como queda reflejado de manera especial en las cartas de san Pablo a los
Colosenses y a los Efesios.
Cada comunidad mantuvo a su manera la fidelidad a los orígenes apostólicos,
especialmente mediante el contacto con otras iglesias y la conservación y el uso de
aquellos libros que entiende que provienen de los apóstoles. Al mismo tiempo, por el
carácter humano con el que se “recibe y transmitir” el mensaje recibido, aparecen
formas distintas de comprenderlo y vivirlo; en ocasiones tan discrepantes que son
irreconciliables, como sucede con la formas judeocristianas recalcitrantes o las formas
gnósticas. Es en este contexto donde. Esto lo realiza al mismo tiempo que con la
propuesta de “regla de la fe” norma de fe con el discernimiento de un canon de
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sagradas escrituras. Por eso “discerniendo el canon de las Escrituras, la Iglesia


discernía también y definía su propia identidad”.
Pero todo este proceso de transmisión del conocimiento de Jesucristo a la Iglesia
posterior por parte de los apóstoles, aunque se puede describir por medios humanos –
sociología, cultura, etc.– porque se realiza así, está movido y asistido por la acción del
Espíritu Santo. El proceso de discernimiento de la identidad eclesial y del canon de las
Escrituras no puede explicarse únicamente por factores humanos, históricos, culturales
o sociológicos, al menos si se quiere mantener la originalidad de los acontecimientos
fundantes: Jesucristo y la misión de los apóstoles. Los escritos apostólicos reflejan el
convencimiento de que tanto la acción de Jesús como la de sus enviados se realizan con
la fuerza del Espíritu Santo. Ese mismo Espíritu sigue presente en la Iglesia, cuando
suscita carismas (cfr 1 Co 12; Rm 12) y garantiza la sucesión apostólica (como se ve, por
ejemplo, en las cartas a Timoteo y Tito).
Cuando la Iglesia discierne su verdadera identidad lo hace también bajo la acción del
Espíritu Santo que obra en sus miembros. Actúa en los santos cuando leen y penetran
el sentido de las Escrituras, refiriéndose a ellas y citándolas, aunque sea de manera
ocasional e incompleta. Actúa también en los dirigentes sucesores en el ministerio
apostólico. Actúa en el magisterio universal para toda la Iglesia. Son formas distintas
de presencia y actuación del Espíritu Santo a través de realidades humanas y en
circunstancias históricas concretas. Por tanto, también en la formación y determinación
del canon concurren un conjunto de factores institucionales e históricos. Pero limitarse
a la descripción de estos factores supone prescindir de lo esencial en la Iglesia: la
presencia permanente de Cristo y del Espíritu Santo.

2. LECTURA CANÓNICA DE LA BIBLIA EN LA LITURGIA


En el ámbito institucional, uno de los factores más importantes es la lectura litúrgica.
En la liturgia, la Iglesia se realiza y se redescubre constantemente a sí misma, pues en
ella celebra y participa de la salvación de Cristo. Ya desde los comienzos de su
existencia, la Iglesia se congrega, para actualizar las palabras de Jesús, al rememorar la
Cena del Señor (Cf. 1 Cor 10). Y es en la acción litúrgica también donde las palabras de
los apóstoles son recibidas como palabras del mismo Cristo (Ap 1–3).
El testimonio de san Justino citado tantas veces nos hace ver que era en la celebración
litúrgica donde encontraban unidad la lectura de los apóstoles y la de los profetas.
Estamos en un momento anterior a la promulgación del canon completo de la Sagrada
Escritura, pero ya en este momento existían ya colecciones de libros sagrados. Una vez
discernido el canon de la Sagrada Escritura, es también en la acción litúrgica donde la
Iglesia pone de manifiesto la recepción de cada libro en el conjunto del canon. Así hasta
hoy cuando lee los profetas (primera lectura), los apóstoles (segunda lectura) y el
Evangelio como única Palabra de Dios que se hace eficaz en la celebración y a la que
debe responder con su fe y su vida. La liturgia es el ámbito en el que la Iglesia fue
estableciendo y mantiene vivo el canon de la Sagrada Escritura.
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3. SIGNIFICACIÓN DEL CANON PARA LA UNIDAD Y LA LEGÍTIMA DIVERSIDAD EN LA


IGLESIA
3.1. Canon y comunidad
La relación entre el escrito y la comunidad es muy importante para reconocer el
carácter canónico de un libro. La Iglesia considera su canon el conjunto del Nuevo
Testamento y el de Antiguo. Pero donde realmente discierne su identidad es en el
Nuevo. La comprensión de la relación entre la Iglesia y el Nuevo Testamento va a
marcar profundamente la exégesis. El canon neotestamentario refleja la unidad que la
Iglesia ha visto entre todos y cada uno de los libros que lo integran. Y como tal unidad,
el canon constituye el punto de referencia en el que la Iglesia discernió y sigue
discerniendo su propia identidad y la forma de permanecer fiel al Evangelio.
De este modo el canon adquiere una significación teológica, y no sólo histórica.
Mediante él en su conjunto, Cristo habla a su Iglesia, culminando así la revelación que
Dios había hecho en otro tiempo por medio de los Profetas (Hb 1,1). En el largo proceso
de la formación del canon, con toda su complejidad, se muestra cómo éste responde a
las leyes del acontecer histórico. Pero no por eso deja de ser Palabra de Dios, según el
concepto católico de la inspiración de la Biblia, en analogía al Verbo encarnado (cfr
Lumen gentium 13). Este concepto de inspiración abarca no sólo a los autores
particulares de los libros, sino a todos los libros en la unidad de la Biblia. La Biblia
como tal es el “canon” de la fe y la vida de la Iglesia. Veamos algunas de las
consecuencias que se derivan de este hecho.

3.2. Diversidad y unidad entre las comunidades reflejadas en el Nuevo


Testamento
La diversidad entre las comunidades subyacentes a los escritos del Nuevo Testamento
se percibe tanto a nivel cristológico como organizativo. Baste recordar el distinto
talante de la comunidad de Jerusalén, a la espera de una inmediata y plena realización
escatológica y organizada con los esquemas del judaísmo, y el de la Iglesia de
Antioquía, que abunda en profetas y maestros (Hch 13, 1-2), y donde el cristianismo
comienza a despegarse del judaísmo. O las diferencias entre las comunidades que se
reflejan en las grandes cartas paulinas, y las que aparecen en las pastorales y en el libro
de los Hechos. O el diverso talante que define a las comunidades de Mateo, Lucas,
Marcos y Juan. En seguida se advierte que no se trata solamente de un desarrollo
debido al paso del tiempo, que produciría una organización más compleja y una
profundización cristológica y eclesiológica. Ciertamente se ha de contar con ese
desarrollo, y, tal como lo presenta el libro de los Hechos, motivado por la acción del
Espíritu que guía a la Iglesia (cfr también Jn 14,26). La diversidad se produce en
iglesias que existen contemporáneamente, y está motivada por factores complejos,
geográficos, culturales y sociales.
En cada uno de los libros, o grupos de libros, que integrarán después el canon
neotestamentario, se puede descubrir ya la conciencia de la dimensión universal de la
Iglesia, al mismo tiempo que se perciben las diversidades particulares; cada uno de los
escritos apunta en cierto modo a la unidad de las iglesias particulares en la Iglesia una
y única. Así lo expone un serio análisis de los datos, como el realizado en 1991 por la
Pontificia Comisión Bíblica (Unité et diversité dans l’Eglise). El rechazo que se encuentra
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en el interior de los textos neotestamentarios hacia grupos que tergiversarían o


adulterarían el evangelio, se presenta avalado por la autoridad apostólica que aparece
como la garante del mensaje del libro. Pensemos por ejemplo en las falsas formas de
entender el evangelio que tanto Pablo contra los judaizantes (Ga 1,6-9), como la
Primera Carta de san Juan (1 Jn 2,18-19), excluyen de la comunión en la Iglesia. La
confrontación no se da entre las distintas comunidades establecidas por, o en nombre
de, los apóstoles; se da más bien entre el evangelio auténticamente trasmitido y sus
falsas representaciones; o entre la autoridad del apóstol que escribe y quienes predican
algo distinto.
3.3. Divergencias entre grupos en la época de la configuración del canon
En la época en que se van configurando los límites del canon del Nuevo Testamento, es
decir desde finales del s. II hasta entrado el s. IV, son muy numerosos los libros que,
además y junto a los que pasan a integrar la colección, se presentan asimismo apelando
a la autoridad apostólica1. Si se consideran las comunidades en las que surgen y se
trasmiten los apócrifos cabe decir que no es fácil diferenciarlas con nitidez de aquellas
en las que se trasmiten los canónicos. Unos y otros van circulando en las mismas áreas
geográficas, y no siempre se percibe una confrontación directa entre ellos. De hecho,
algunos libros que no entrarán en el canon –llamados a posteriori apócrifos– se
trasmiten pacíficamente, al menos al principio, incluso reconociéndose en la práctica
que la autoridad apostólica que pretendían no era auténtica. Puede pensarse en el
Protoevangelio de Santiago, de la segunda mitad del s. II cuya finalidad más
importante era rellenar de manera popular las “lagunas” de los evangelios anteriores.
Otros, en cambio, son patrimonio de grupos o corrientes sobre las que recae una fuerte
polémica, y reciben el rechazo expreso por parte de los escritores eclesiásticos y de los
que consideramos santos padres.
No es fácil saber qué grado de implantación tuvieron aquellos grupos en los que se
produjeron los apócrifos más primitivos, y que delatan formas de pensar divergentes,
en mayor o menor grado, de la Tradición más común; las noticias sobre ellos por parte
de los “heresiarcas” pueden ser tendenciosas, y, en muchos casos, no se han
conservado sino breves citas para rebatirlos. Los textos gnósticos, por su parte, reflejan
un talante individualista y esotérico, poco propicio a la configuración de una
comunidad. En ese contexto histórico teológico, la formación del canon conllevaba
establecer los límites entre la autenticidad en la forma de vivir el evangelio en la
comunión de la Iglesia Una, y la que suponía una ruptura, o una tradición no
garantizada. La Iglesia hacía esta delimitación como poseedora, desde su origen, de la
Tradición viva, e impulsada por el Espíritu.
La configuración del canon manifiesta por tanto la unidad de la Iglesia asumiendo al
mismo tiempo la legítima diversidad que presentan los escritos integrados en él.
Aunque no nos sea posible determinar con exactitud las etapas que éstos recorren, no
hay duda de que al pasar a formar parte del canon, quedan en cierto sentido

1 El interés por esta literatura apócrifa ha crecido enormemente en los últimos años, como muestran las recientes
ediciones de textos. A través de ella se obtiene sin duda un conocimiento mayor de la Iglesia de aquellos primeros
siglos, y de la diversidad de orientaciones teológicas y de grupos existentes. Fundamentalmente ya se conocían a través
de los Santos Padres y escritores eclesiásticos; pero ahora, sobre todo con el hallazgo de textos originales, puede hacerse
una comparación más objetiva entre las diversas tendencias, representadas en los diversos libros. Esto lleva también a
una reflexión más profunda sobre el hecho de la formación del canon del Nuevo Testamento.
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desarraigados de la comunidad en la que surgen, y se convierten en norma, “canon”,


para el conjunto de la Iglesia, y adquieren al mismo tiempo un nuevo contexto de
comprensión e interpretación en el conjunto del que vienen a formar parte. Las
diferencias entre los escritos integrados en el canon, aún siendo importantes, no
rompen los límites de la communio; sí lo harán en cambio en muchos casos las
discrepancias que presentan con los “rechazados”.

4. DIMENSIÓN ECUMÉNICA DEL CANON


El canon, tal como se ha descrito arriba, puede clarificar las riquezas y los límites de la
plena comunión eclesial en la catolicidad. En efecto, si bajo los distintos libros, o
bloques de libros, se reflejan comunidades diversas, en el hecho del canon se refleja la
Iglesia Una. Esa diversidad de comunidades y los rasgos peculiares de cada una de
ellas, tal como se descubren a través de los escritos, ha sido y está siendo uno de los
aspectos más fecundos de la reciente exégesis. Del estudio clásico de los destinatarios
directos de un libro, aspecto sin duda importante, se ha pasado a considerar el tipo de
comunidad en la que fue producida tal obra, y la relación entre el libro y la comunidad.

4.1. La actual división de los cristianos a pesar del canon común


La división actual entre los cristianos, aún aceptando las distintas iglesias el mismo
canon del Nuevo Testamento, ha intentado en ocasiones dar razón de este hecho
doloroso de diversos modos. Uno de ellos consiste en afirmar que las distintas
confesiones cristianas están fundadas por igual en el Nuevo Testamento. El
protestantismo, especialmente luterano y evangélico, lo estaría en las grandes cartas
paulinas, la ortodoxia en Juan, y la iglesia católica en las cartas pastorales, el libro de
los Hechos y los sinópticos, es decir, en aquellos escritos en los que se refleja ya un
“protocatolicismo”. Se viene así a decir que la causa de la división radica ya en el
mismo canon del Nuevo Testamento. Pero este planteamiento rompe la unidad del
canon, ya que en definitiva opera como si cada iglesia hiciese su propio canon dentro
del canon, con exclusión de las otras partes. En el fondo, siguiendo este proceder no se
aceptan la formación y la existencia de un Nuevo Testamento como tal. Sin embargo, lo
que la Iglesia nos ha legado es un Nuevo Testamento. Además, la misma investigación
bíblica muestra dos cosas: en primer lugar, que, “si queremos, podemos encontrar
trazos de protocatolicismo incluso en Jesús y Pablo, pues los fenómenos así
mencionados son casi completamente un legado judío” 2; en segundo lugar, que los
mismos libros del Nuevo Testamento hablan de la Iglesia de Dios y de Cristo como una
realidad universal3.
Ciertamente, el estudio literario y teológico conduce a valorar de manera diversa de las
etapas recorridas por la Tradición que reflejan la predicación y acciones de Jesús, las
primeras proclamaciones del kérygma, o un desarrollo eclesial del último cuarto del
siglo I. Pero separar una etapa de otras, rechazando las demás, lleva al rechazo del

2 M. Hengel, Acts and the History of Early Christianity, London 1979, 122.

3 Tal como aparecen en el Nuevo Testamento, “ninguna de las iglesias pretende ser ella sola toda la Iglesia de Dios,
pero ésta está realmente presente en cada una de ellas. Se establecen relaciones entre las Iglesias: entre Jerusalén y
Antioquía, entre Iglesias fundadas por Pablo y Jerusalén a donde envían el producto de una colecta, entre las iglesias a
las que se dirige la primera carta de Pedro, y entre aquellas a las que se dirige el Apocalipsis. Pablo escribe que él lleva
la preocupación de todas las iglesias (2 Cor 11,28) y la autoridad apostólica es reconocida en todas partes en la Iglesia”
(Unité et diversité dans l’Église, B.2).
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canon como tal, o a considerar que existen en su interior contradicciones irreductibles 4.


La reflexión sobre la existencia de un canon común para las diversas iglesias, la plena
aceptación del mismo y la profundización en su contenido y significación, puede ser,
en cambio, motivo de reflexión profunda sobre la unidad. En definitiva, significa una
llamada del Espíritu que inspiró la Escritura a la comunión plena entre las iglesias,
reconociendo y respetando la legítima diversidad.

4.2. El canon y la comunión intraeclesial


Una de las perspectivas abiertas por la reciente investigación en torno al canon y la
hermenéutica bíblica, es la línea del “acercamiento canónico” y de la “interpretación
canónica” de la Biblia. Esta forma de acercamiento desde la Tradición parte de la
unidad de la Escritura tal como ha llegado a las iglesias. Aunque su planteamiento
teórico ha venido de posiciones no católicas, recoge algunos elementos válidos también
desde una perspectiva católica.
La vivencia del Evangelio, tal como la Iglesia lo ha recibido en la totalidad del canon
neotestamentario, implica el reconocimiento de la diversidad dentro de la unidad
común. La vitalidad de la Iglesia se enriquece con grupos, movimientos y
comunidades, que de hecho encuentran su punto de referencia en aspectos del Nuevo
Testamento que reflejan la misma diversidad inherente al canon. Tal punto puede ser
el mensaje liberador de Jesús, o la experiencia de la fuerza transformadora del kérygma
tal como lo expone sobre todo Pablo, o de la acción renovadora del Espíritu que suscita
toda suerte de carismas, o la fidelidad al ministerio petrino; o tantos puntos de
referencia que podríamos mencionar, y que, hemos de reconocerlo, a veces no dejan de
crear tensiones y divisiones. Una visión “canónica” de la Biblia, equivalente a
“católica”, lleva a profundizar en dos dimensiones. Una, la integración de la propia y
legítima diversidad en el conjunto de la unidad reflejada en el canon, es decir, en la
universalidad de la Iglesia. Otra, la aceptación de los diversos grupos como formas
legítimas, “canónicas” y “evangélicas” de realización eclesial, o dicho de otro modo, el
reconocimiento de la legítima diversidad. Los límites de la communio los marca la
Palabra de Dios, que es la suscita la diversidad de respuestas al Evangelio recibido en
el canon.

5. SIGNIFICACIÓN DEL CANON PARA LA EXÉGESIS Y LA TEOLOGÍA


Los momentos claves en la formación y afianzamiento del canon bíblico reflejan
situaciones en las que la Iglesia ha tomado orientaciones fundamentales que implican
cuestiones de enorme profundidad e importancia. En la historia de la formación del
canon, se han visto tres momentos. El primero, a mediados del siglo segundo cuando
frente a Marción la Iglesia acepta como Escritura propia los libros sagrados del antiguo
Israel. Allí estaba en juego la cuestión sobre Dios: si el Dios que se había revelado a
Israel era el mismo que el manifestado por Jesucristo. El segundo momento, desde la
segunda mitad del siglo IV, lo marcan decisiones magisteriales: los concilios del siglo
Laodicea hacia el 360, Hipona el 393; etc.; y otros documentos como carta del Papa san
Inocencio I el año 405; san León I el 447; etc. Aquí ya queda delimitado y cerrado el
canon bíblico. Las cuestiones son sobre todo de orden cristológico. Frente a la

4 Así E. Käsemann, “The Canon of the New Testament and the Unity of the Church” en Essays on the New Testament
Themes, London 1964, 95-107. En sentido contrario el documento citado en la nota anterior.
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tergiversación de Cristo hecha por los herejes –gnósticos, maniqueos, arrianos,


priscialianistas– contenida en libros “apócrifos”, la Iglesia discierne y cierra el canon de
las Escrituras. El tercer momento es el Concilio de Trento cuando la Iglesia define el
canon de los libros sagrados. Este momento va unido a cuestiones sobre la Iglesia.
Frente a la Reforma que pretende privar de autoridad a la Iglesia, ésta define el canon
de las Escrituras considerándose así fiel custodio del Evangelio transmitido en esas
Escrituras y en la Tradición.
Los tres momentos cruciales en la formación y reafirmación del canon están
relacionados con aspectos fundamentales de la fe y la teología: aspectos teológicos en el
s. II, cristológicos en el s. IV, eclesiológicos en el s. XVI. La formación del canon bíblico
y la fe de la Iglesia se implican mutuamente. ¿Qué aspectos aparecen hoy como
relevantes en la implicación entre el canon y la fe de la Iglesia?
La atención a las implicaciones teológicas del canon bíblico comienza a manifestarse en
ámbito protestante desde comienzos de la segunda mitad del siglo XX. La obra más
representativa es E. Käsemann (ed), Das Neue Testament als Canon, Göttingen 1970. El
libro recoge trabajos anteriores, en los que queda de manifiesto cómo desde el principio
de la “sola Scriptura” y la aplicación exclusiva de los métodos histórico críticos, se llega
a alterar el concepto y el contenido del canon. El canon en el sentido recibido de “lista
cerrada de libros sagrados y normativos para la Iglesia” se convierte en el lugar donde
se puede encontrar la norma (el canon) que rige la fe de la comunidad. Se busca así un
“canon dentro del canon” que, al ser establecido exclusivamente por el estudio
histórico crítico, varía según el criterio de quien aplica el método. Es cierto que se
intenta al mismo tiempo dar razón de la totalidad del canon recibido y explicar la
presencia en él de libros o tradiciones que son como degradaciones posteriores de la
norma originaria, especialmente aquellas designadas bajo el calificativo de
“protocatolicismo”. Pero esto significa en realidad dos cosas: hacer un canon nuevo y,
en consecuencia, privar al canon recibido de ser elemento de unidad de la Iglesia.
A pesar de esta crítica, y de otras hechas justamente a esa pretensión de establecer un
“canon dentro del canon”, hay ciertos aspectos positivos que han puesto de relieve las
investigaciones en esa línea. Primero, la relevancia misma de lo que se considere canon
para la comunidad cristiana; ese canon no sólo es el resultado de una tarea realizada en
el pasado, sino algo que mantiene viva a la comunidad y la identifica en el presente.
Segundo, la percepción de la existencia de diversidad de perspectivas en el interior
mismo del canon recibido, así como el distinto nivel de entronque con el misterio de
Cristo que tienen unas u otras. Son aspectos que habrán de tenerse en consideración en
los sucesivos estudios de la Biblia como canon, y que quedan recogidos en el
documento de la Pontificia Comisión Bíblica sobre la Interpretación de la Biblia,
aunque, ciertamente, integrados en una visión católica del canon. Más adelante
volveremos sobre estos aspectos en nuestra relación.
Señalemos ahora únicamente que en las reflexiones sobre el canon en el diálogo
ecuménico llevadas a cabo más recientemente en ámbito alemán, se sigue dando de
una parte (protestante) el intento de “confesionalización” del canon apoyándose en la
diversidad de perspectivas contenidas en la Biblia, así como la propuesta de un canon
abierto, sujeto a revisión, que deje al mismo tiempo de ser una “reglamentación” (G.
Wenz); y de otra parte (católica) la exigencia de unidad (no uniformidad) de la Iglesia
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fundamentada en el Canon, y el carácter definitivo de la decisión de la Iglesia sobre el


Canon (H. Fries). “Hay que saludar ciertos acercamientos en cuanto a la formación del
canon, los contornos del canon y la tradición; pero finalmente permanecen -dentro de
la complicada búsqueda de la unidad- las antiguas fronteras: Escritura poseída,
Tradición y Magisterio van tan íntimamente conectados que en la exclusión de uno de
los factores, los otros dos y el canon no pueden llegar ya a ser precisados, ¿o se
resaltará tanto la Escritura como manteniéndose a sí misma, que la Tradición y el
Magisterio sean al mismo tiempo colocados como cierta agregación desde fuera, donde
la fundamentación del canon y su delimitación finalmente deben de quedar abiertas”5.

6. EXÉGESIS A PARTIR DEL CANON


Un principio hermenéutico cristiano, recogido en el Concilio Vaticano II, es que para
descubrir correctamente el sentido de la Sagrada Escritura, además de acudir a los
estudios históricos y literarios de cada uno de los textos, se debe considerar la “unidad
de la Escritura” (cfr Dei Verbum, 12). Es evidente por tanto que uno de los lugares que
debe visitarse es el canon de la Escritura, pues “un libro no llega a ser bíblico sino a la
luz de todo el canon completo” (Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia
en la Iglesia, 1993, 44).
Ahora bien, este estudio requiere una metodología. Los autores que la practican siguen
con variaciones las que propusieron, hace ya más de tres décadas 6, dos autores
norteamericanos, de confesión protestante: B. S. Childs y J. A. Sanders. Lo común a
ambos es la reacción a una exégesis atomizada que miraba siempre detrás del texto: “El
acercamiento canónico reacciona con razón contra la valoración exagerada de aquello
que se supone que es original y primitivo, como si sólo eso fuese auténtico” (PCB 44).
Frente a esto proponen “tomar en serio el canon”. La perspectiva es sin embargo

5 A. Ziegenaus, “Der Schriftkanon im ökumenischen Dialog” Forum Katholische Theologie 10 (1994) 197-210. 210.

6 Se suele situar el comienzo de este análisis canónico en un artículo (“Interpretation in Faith. The Theological
Responsibility of an Old Testament Commentary”, pp. 432-449 ) que B.S. Childs publicó en octubre de 1964 en la revista
Interpretation. El artículo mostraba la dificultad de los exegetas para pasar de la crítica literaria o histórica de los textos
bíblicos a las consecuencias teológicas. La mayor parte de los exegetas, dice Childs (IF, 437) parten de un suelo neutro y
tratan de las cuestiones textuales, históricas y filológicas de los textos bíblicos. Sin embargo, en la práctica este
planteamiento no es tan neutro: su punto de partida “descriptivo” determina el tipo de cosas que va a descubrir; la
posibilidad de una crítica teológica está descartada desde el principio. Y esta posibilidad sólo existe si desde el principio
se tiene presente un cuadro en el que esté presente una dimensión de fe. Por ello propone un acercamiento a los textos
del Antiguo Testamento que tenga presente una dialéctica al modo del círculo hermenéutico de Gadamer, en tres
estadios: 1) Interpretar un texto aislado a al luz de todo el AT y viceversa, comprender el AT a la luz del texto aislado
(IF, 438). Aquí es donde el aspecto descriptivo –la crítica histórica y literaria, en la que el método histórico crítico y la
historia de las formas, son esenciales– encuentra su lugar. Este análisis histórico y literario no es algo previo al estudio,
sino que está en el corazón del análisis. Pero, al mismo tiempo, el cuadro de fe se opone al historicismo como único
acceso a “aquello que realmente sucedió”. 2) Interpretar el AT a la luz del Nuevo Testamento y comprender el Nuevo
Testamento a la luz del AT. Este segundo movimiento, especialmente en la primera parte, no debe confundirse con la
tipología, aunque pueda hacer uso de ella. El problema de la tipología es que interpreta los acontecimientos del AT
desde un método deductivo, con el consiguiente cortocircuito para el análisis histórico. Ciertamente, hay una unidad de
designio de Dios, pero el tema es más complejo como para resolverlo en una afirmación, y es deber de los exegetas
estudiarlo en cada caso (IF, 440-442). 3) Finalmente, el exegeta debe interpretar el AT a la luz de la realidad teológica y
viceversa debe comprender la realidad teológica a la luz del testimonio del AT. Se va desde la sustancia al testimonio: el
exegeta no está en un punto neutro (IF, 443), tiene prejuicios. Ni cristianismo ni judaísmo han interpretado el texto
directamente: lo han hecho desde la tradición oral o desde el Nuevo Testamento. Además, eso permite ver la
continuidad y discontinuidad entre las dos tradiciones. Un diálogo supone que cada uno está en su lugar y desde él
puede entender al otro.
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distinta: Childs toma como punto de partida la lectura del “canon recibido” en la
Iglesia; Sanders se fija sobre todo en el “proceso” en el que los libros llegan a ser
canónicos. Una breve exposición de los puntos principales de las prácticas de los dos
autores será capaz de presentar sus capacidades y sus límites para una exégesis
católica.
6.1. Canonical approach
Brevard S. Childs ha sido discutido muchas veces y en ocasiones ha sido tachado con
adjetivos que querían acercarlo a planteamientos fundamentalistas, sobre todo porque
afirmaba que no proponía un “análisis canónico” sino el canonical approach, una lectura
que privilegie el carácter canónico –en el doble sentido de canónico: normativo y
constitutivo de una colección– del texto bíblico. En realidad Childs ha publicado
comentarios históricos y canónicos de muchos textos de la Biblia mostrando que no
desdeña el conocimiento literario, pero le parece mucho menos importante que el
canónico7.
Su estudio se centra su interés en la forma canónica final del texto, ya sea un libro, ya
sea una colección, pues esa fue la forma aceptada como autoritativa por la comunidad
para expresar su fe y dirigir su vida. La tarea de la crítica para él consiste en establecer
la forma primitiva de ese texto recibido en la Iglesia como apostólico. No son esenciales
ni la historia anterior del texto, ni las circunstancias en las que llegó a formarse y a
tenerse como texto normativo. El hecho de que la comunidad que nos ha legado el
canon –la Iglesia de los siglos II-IV– apele a la del siglo I para aceptarlo como tal,
significa que reconocía la “autoridad canónica” de aquella comunidad apostólica.
Childs afirma que la comunidad apostólica tuvo “conciencia canónica” desde el
comienzo mismo de la Iglesia. Al establecerse el canon, los libros con tradiciones
normativas dirigidos a comunidades particulares, adquieren valor y sentido para la
Iglesia universal, porque cada uno de esos libros tiene intención kerigmática: proclama
a Jesucristo. Esto se ve con claridad por ejemplo en las cartas de san Pablo que aunque
fueron escritas de forma ocasional y dirigidas a comunidades particulares, al
propagarse entre las iglesias constituyen un punto de referencia autoritativo para toda
la Iglesia.
Asimismo era inherente a aquellos escritos la posibilidad intrínseca de una continua
reinterpretación en situaciones posteriores. A veces fue esa misma reinterpretación lo
que llevó a reconocerlos como autoritativos, signo de que su reconocimiento no se basa
únicamente en la letra sino en la interpretación que de ellos hacen las comunidades.
Así, por ejemplo, el evangelio de Juan fue incluido tarde porque antes fue interpretado
adecuadamente; esto sólo ocurrió se interpretó con la línea marcada por los sinópticos,
y el Apocalipsis cuando se interpretó alegóricamente. El mensaje de estos libros, por
tanto tiene un valor permanente para la toda la Iglesia de todos los tiempos. En
consecuencia el canon refleja la autoconciencia de la Iglesia: así se expresa ella en los
distintos contextos, y así quiere ella que mediante los escritos ocasionales en los que
tomó forma el evangelio, los futuros creyentes se encuentren con el acontecimiento
Cristo. En consecuencia, cada texto bíblico se ha de interpretar a la luz del Canon de las
Escrituras, es decir, de la Biblia en cuanto recibida como norma de fe por una
7 Cfr B.S. CHILDS, Isaiah, Westminster John Knox Press, Louisville 2001; B.S. CHILDS, The Struggle to Understand ISAIAH as
Christian Scripture, Eerdmans, Grand Rapids (Michigan) 2004.
Canon, Iglesia, Teología 10

comunidad de creyentes. Cada texto se ha de situar cada texto en el interior del único
designio divino, con la finalidad de llegar a una actualización de la Escritura para
nuestro tiempo.
Indudablemente, con este planteamiento se pone de relieve un aspecto capital de la
Biblia: su consideración como canon, ya que un libro es bíblico a la luz de todo el
Canon. Sin embargo, estos planteamientos han merecido asimismo críticas que no
pueden pasarse por alto. En primer lugar, queda poco espacio para el proceso histórico
de composición de los libros y de la misma formación del canon. No todos los
elementos de una obra tienen idéntica significación dentro de ella, ni todos conectan
del mismo modo con la tradición originaria. Pensemos por ejemplo en el estudio de las
tradiciones anteriores a los evangelios que ayudan a comprender la perspectiva
cristológica de cada uno de ellos y su conexión con la tradición originaria.
En segundo lugar, si bien es cierto que la iglesia de los siglos II-IV apeló como
“autoridad canónica” a la del s. I, por su apostolicidad, queda por resolver la cuestión
de cómo discernió tal “apostolicidad” de los libros, cuando de hecho en los siglos II-IV
circulaban otras obras que se presentaban como “apostólicas”, y en las que se reflejaba
tanto una “conciencia canónica” en sentido de “normativa”, como una “posibilidad de
reinterpretación” para lectores posteriores de todas las épocas. Así por ejemplo el
Evangelio de Tomás que comienza diciendo: “Estas son las palabras secretas que Jesús
el Viviente ha dicho, y ha escrito Dídimo Judas Tomás. Y ha dicho: El que encuentre la
interpretación de estos dichos no gustará la muerte”. Este escrito, que circulaba ya a
mediados del siglo segundo, se presenta con autoridad apostólica y refleja también
“conciencia canónica” en cuanto que ofrece los dichos de Jesús, y está pidiendo una
reinterpretación y actualización para no gustar la muerte. Sin embargo no pasó a
formar parte del canon.
En conclusión, en este planteamiento le faltan una mayor atención al proceso histórico
y una mejor fundamentación teológica del canon. Queda en pie una pregunta que se le
ha formulado con frecuencia: Si la comunidad primitiva hubiese tenido al elaborar el
canon los conocimientos de los que disponemos hoy para determinar la época, autoría
y situación de los textos, ¿no habría hecho otra elección en el canon? En realidad, la
apelación de la Iglesia de los siglos II-IV a la comunidad apostólica o comunidad con
conciencia canónica, ha de ir unida a la conciencia que esa misma Iglesia tiene de ser
también “apostólica” y “canónica” en esa etapa posterior. Y lo es porque el Espíritu
Santo actúa en ella mediante el ministerio.

6.2. Proceso canónico


Esta perspectiva de la dimensión histórica es la que dirige la propuesta de James A.
Sanders, que “pone su atención, en el proceso canónico o desarrollo progresivo de las
Escrituras, a las cuales la comunidad creyente ha reconocido una autoridad normativa”
(PCB). Sanders resalta los vínculos entre la comunidad y la Escritura en el proceso de la
formación del canon. Sin embargo, en su planteamiento el texto recibido de la Escritura
acaba prácticamente por tener como única función la de ser ocasión para la
autocomprensión de la comunidad, pero no verdadero canon en el sentido de
autoridad normativa. Esta autoridad normativa estaría más bien en aquellos principios
hermenéuticos deducidos del estudio del proceso de formación del canon, que han ido
Canon, Iglesia, Teología 11

variando según las épocas y situaciones. De ahí que desde esos planteamientos queda
muy imprecisa aportación que Biblia puede hacer a la teología.
Al estudiar el “proceso canónico”, Sanders descubre unos principios por los que la
comunidad ha llegado a reconocer los libros como autoritativos y canónicos para ella
misma. Estos principios no están explícitos en el texto, sino que subyacen a él y sólo
pueden ser descubiertos examinando cómo se utilizan las antiguas tradiciones en
contextos nuevos, y viendo cómo los diversos escritos llegan a constituir un corpus
estable del que la comunidad extrae su identidad. La reutilización y canonización de
las antiguas tradiciones muestra que el proceso de la formación del canon no se explica
sólo a partir de unas determinadas circunstancias históricas, ni desde la observación de
los desarrollos literarios, sino que ese proceso está regido y es consecuencia de la fe de
la comunidad.
Por ejemplo, Sanders analiza la formación del Antiguo Testamento y llega a la
conclusión de que tales principios han sido el monoteísmo, el yahwismo y el sentido de
Israel como pueblo. Los principios que rigen la canonización de un texto constituyen
una serie de leyes hermenéuticas no escritas (unrecorded hermeneutics) que, una vez
deducidas mediante el estudio del proceso canónico, “continúan actuando después de
la fijación del canon (...) y favorecen una constante interacción entre la comunidad y
sus Escrituras”. “El mismo lenguaje -dice Sanders- en dos contextos diferentes puede
significar cosas diferentes (...). Las palabras muy humanas que nuestros predecesores
en la fe nos han dejado, pueden llegar a ser la Palabra de Dios de nuevo, una y otra
vez, cuando cambian nuestras situaciones y contextos, y como quiere el Espíritu
Santo”8. En la Iglesia actual es la hermenéutica la que da vida al canon, una
hermenéutica extraída del texto mismo y de su relación con la comunidad que lo
consideró canónico. El intérprete por tanto debe ser consciente de su pertenencia a una
comunidad de fe, pues sólo en ella el Espíritu Santo guía la continuidad necesaria en la
actualización de las antiguas tradiciones a la comunidad de hoy.
Para Sanders la aplicación de esos principios, o lo que es lo mismo, el acercamiento a la
Biblia con una “hermenéutica canónica”, conduce a una interpretación que procura
hacer contemporánea la tradición y dar a la comunidad una explicación del mundo y
de sí misma. En este sentido el canon representa siempre un proceso inacabado, pues la
Palabra de Dios está en la interrelación entre el texto y la comunidad que vive un el
contexto histórico concreto. Una interrelación que se establece a la luz de la
interpretación canónica de la Escritura, es decir, de los principios hermenéuticos
deducidos del estudio de la formación del canon. Es así como el estudio de la Biblia
sería el alma de la teología.
El planteamiento tiene el mérito de atender con rigor a la historia de la redacción de los
libros de la Biblia y a la formación del canon bíblico. También pone de relieve
acertadamente la relación entre comunidad de fe (Iglesia) y Escritura sagrada como
canon. Pero tiene algunos puntos oscuros. El primero se refiere a la repetición y
actualización del texto según la novedad –religiosa, cultural, teológica– de la situación.
Parece que el antiguo texto o tradición puede llegar a adquirir un significado
totalmente distinto o incluso contrario al que ya tenía. En tal caso, queda la duda
acerca del momento en que comienza a tener ese texto valor normativo, y en qué
8 Sanders, Canon and Community , 77-78.
Canon, Iglesia, Teología 12

sentido habrá de serlo después, pues su significado varía según la situación. Por
ejemplo, es cierto que en la Torah, desgajada de Josué-Reyes, Israel vio su identidad
tras el destierro, pero también se ha de reconocer que la ley mosaica tenía un valor
normativo (canónico) con anterioridad, y que Israel ya poseía una identidad como
pueblo. A pesar de las novedades aportadas en la nueva situación hay una
continuidad, como seguirá habiéndola en las etapas posteriores, incluida la de la
Iglesia.
El segundo punto débil del planteamiento está en la falta de precisión al determinar las
relaciones entre el texto y la comunidad, tanto en lo que se refiere a aquella en la que el
texto llegó a considerarse canónico, como en lo que concierne a aquella que
actualmente lo acepta y en la que tiene fuerza de Palabra de Dios. Es cierto que el texto
llegó a ser canónico cuando la comunidad lo reconoció como expresión de su propia
identidad. Pero esto implica que la identidad de aquella comunidad existía
previamente a la formación del canon. La identidad estaba dada por una Tradición
viva guiada por el Espíritu Santo que poseía capacidad y elementos para un
discernimiento seguro de los libros. Una vez discernido el canon, la identidad de la
comunidad queda reflejada en él. Esto quiere decir que dos corpus canónicos diferentes
reflejan comunidades diferentes. La interpretación canónica de los libros que la Iglesia
ha recibido como Antiguo Testamento es necesariamente distinta de la que realizará el
judaísmo, pues “cada texto debe ser leído en el conjunto del corpus” (PCB).
Ciertamente, la indagación de los principios que rigieron el proceso canónico es una
aportación positiva por parte de los estudios bíblicos. Esos principios, presentes
implícitamente en los textos, pueden servir ciertamente para la interpretación y
actualización de la Escritura en nuestros días, e incluso será necesario tenerlos en
cuenta a la hora de hacer contemporánea la tradición. Pero, puesto que la situación ha
cambiado tras la confección del canon –la Iglesia tiene ya un texto en el que queda
reflejada su identidad– queda en pie la cuestión de si el proceso de interpretación que
ha conducido a la formación del canon, debe ser reconocido como regla de
interpretación hasta nuestros días.
En conclusión, esta aportación no puede desdeñarse para la teología. Explica algunos
aspectos del proceso histórico de formación de la Biblia y muestra la hermenéutica que
operó en la confección del canon. Pero desde el instante en que la atención se fija
exclusivamente en los principios deducidos del texto y no en texto mismo del canon
recibido, se cierra en realidad el camino para que la Biblia como tal, el canon, sea alma
de la teología. La “hermenéutica” con la que la Iglesia recibió y conservó el canon una
vez formado, a partir del siglo cuarto, debería entrar también en la “hermenéutica
canónica” que hoy lleva a la Iglesia a mantener el canon recibido y a leer la Escritura
como Palabra de Dios. El estudio de la Biblia ha de ser como el alma de la teología
tanto desde la consideración del proceso canónico, es decir desde la perspectiva
histórica de la composición de los libros y de la formación del canon, como desde la
consideración del significado del canon ya formado y recibido en la Iglesia como
Palabra de Dios.
Canon, Iglesia, Teología 13

7. LA TEOLOGÍA DEL CANON A LA LUZ DE LA HISTORIA DE SU FORMACIÓN


7.1. Cuestiones planteadas desde el estudio del proceso canónico
La aportación que el estudio del proceso canónico puede hacer a la teología se inserta
en las afirmaciones que la Pontificia Comisión Bíblica (1993) hace cuando se plantea las
relaciones entre exégesis y teología. La exégesis proporciona entre otras cosas la
experiencia y la conciencia del carácter histórico de la inspiración bíblica. Esta se da en
un proceso histórico “no sólo porque ha ocurrido en el curso de la historia de Israel y
de la Iglesia primitiva, sino también porque se ha realizado por la mediación de
personas humanas marcadas cada una por su época y que, bajo la guía del Espíritu,
han jugado un papel activo en la vida del pueblo de Dios”. La Comisión habla de la
inspiración bíblica, no del canon en cuanto tal y de su formación, pero es evidente que
esa conciencia del carácter histórico de la inspiración bíblica y de la revelación se
adquiere de una manera especial atendiendo al proceso de la formación de canon ya
que un libro no llega a ser bíblico sino en cuanto que es canónico. Por tanto, la
consideración del carácter histórico de la formación del canon bíblico es como el punto
de partida para situar en su verdadera dimensión el carácter histórico de la inspiración
bíblica, y en consecuencia de la revelación. En concreto, el estudio del proceso de la
formación del canon será imprescindible para confirmar y precisar “la afirmación
teológica de la relación estrecha entre Escritura inspirada y Tradición de la Iglesia”,
puesto que en estos estudios se otorga una “creciente atención al influjo sobre los textos
del medio vital en el cual se han formado («Sitz im Leben»)”.
En el estudio del proceso de formación del Canon se hace necesario distinguir entre la
colección de libros denominada “Antiguo Testamento”, recibidos por la Iglesia del
antiguo Israel, y la colección de libros cristianos o “Nuevo Testamento”, aunque sin
dejar de tener presente que una y otra colección constituyen en la Iglesia un único
canon. En rigor por tanto no sería exacto hablar de “canon del Antiguo Testamento” y
“canon del Nuevo Testamento”, como si de dos cánones bíblicos distintos se tratase,
puesto que sólo hay un canon bíblico que integra ambos Testamentos. Sin embargo el
uso común de esas expresiones no lleva consigo un posicionamiento doctrinal; se trata
sencillamente de reconocer dos colecciones claramente diferenciadas dentro del mismo
canon.
7.2. Incidencia del proceso de formación del canon del Antiguo Testamento en
la exégesis y en la teología
El estudio del proceso de la formación del Antiguo Testamento llama la atención sobre
algunos puntos interesantes para la exégesis y para la teología.
El primero es evidentemente la centralidad de Cristo en la comprensión del Antiguo
Testamento. Se deriva del contraste entre la perspectiva judía y cristiana desde la que
se llega a una colección cerrada de escritos, a un canon propiamente dicho (Antiguo
Testamento o Tanak). Sólo a la luz de la Encarnación del Verbo y del misterio pascual
adquiere consistencia una colección cerrada de libros del Antiguo Testamento. Es
desde el misterio de Cristo desde donde se comprende que aquellos libros tenían el
valor de “revelación divina”, pues “esa revelación ha encontrado su cumplimiento en
la vida enseñanza y, sobre todo, la muerte y resurrección de Jesús, fuente de perdón y
de vida eterna” (PCB). La utilización en la teología del Antiguo Testamento es
Canon, Iglesia, Teología 14

necesaria para profundizar en la significación de Cristo y de la Iglesia, como lo era para


los hagiógrafos del Nuevo Testamento.
El segundo aspecto a resaltar sería cómo Cristo es Palabra salvadora de Dios para la
diversidad de corrientes y actitudes religiosas que se daban en la historia de Israel. Un
canon que incluye los llamados “deuterocanónicos” lleva a percibir mejor la forma de
actuar Dios con su pueblo. No sólo lo guiaba y preparaba la venida de Cristo mediante
una forma de judaísmo –aquella que podemos llamar “oficial”, común entre los
fariseos y que desemboca en el rabinismo–, sino por caminos diversos que confluyen
en Jesucristo. El Espíritu santo habla también a través de quienes compusieron la
historia de los Macabeos, y de quienes reflexionaron sobre la Sabiduría divina
inmediatamente antes de que Ésta apareciese encarnada entre los hombres.
Un tercer aspecto se refiere a la forma de comprender las relaciones entre el Antiguo y
el Nuevo Testamento. Puesto que en el Nuevo no están delimitados los libros del
Antiguo, para comprender el Nuevo Testamento no sólo habrá de tenerse en cuenta el
corpus veterotestamentario del canon bíblico, sino el conjunto de la llamada literatura
intertestamentaria. No sólo por razones de contexto cultural y literario, sino para poder
determinar qué esperanzas mesiánicas quedan cumplidas en Cristo y cuáles quedan al
margen. La delimitación del corpus veterotestamentario a la que llega la Iglesia será el
criterio que ayude a precisar con mayor claridad cuales de aquellas esperanzas y
representaciones no iban por el camino del Espíritu de Dios.

7.3. Incidencia del proceso de formación del canon del Nuevo Testamento en la
exégesis y en la teología
Podemos señalar algunos rasgos de este largo proceso de la formación del Nuevo
Testamento que interesan especialmente a la exégesis y a la reflexión teológica.
El primero es la misma complejidad del proceso. Es complejo no sólo porque se
produce a lo largo de cuatro siglos sino por la serie de factores que concurren en él: uso
litúrgico de los libros, confrontación polémica, apelación apostólica, tendencias
culturales... Esa complejidad muestra cómo el discernimiento y aceptación del
Evangelio de Cristo se ha realizado a través de situaciones históricas vividas por la
Iglesia. Profundizar en el estudio de cómo operan los distintos factores en esas
situaciones llevará a comprender mejor el significado de cada uno de los bloques de
libros (evangelios, grupos de cartas, etc.) y del significado del Nuevo Testamento en su
conjunto. Digamos que el Espíritu Santo guió a la Iglesia al discernimiento de su propia
identidad cuando la Iglesia discernía la verdadera Palabra de Dios en el contexto de la
Liturgia, de la oración y la alabanza, y cuando distinguía la autenticidad o falsedad de
un mensaje evangélico que venía expresado en diversas culturas y en distintas
realizaciones literarias. Al establecer los límites del Nuevo Testamento la Iglesia fijó los
límites entre una inculturación legítima del mensaje originario y un sincretismo que lo
falseaba ya al comienzo mismo de su historia. Ver estos límites a la luz de los libros no
aceptados en el canon puede ayudar a precisar la verdadera naturaleza del mensaje
originario. Si desde el estudio del proceso de formación del canon se puede aportar a la
teología una visión de la complejidad en la realización histórica de la revelación,
pertenece a la teología aportar luz sobre las condiciones de posibilidad de llevarse a
cabo esa misma revelación hoy a través de la Palabra y las modalidades en que puede
realizarse y percibirse.
Canon, Iglesia, Teología 15

El segundo aspecto que debe resaltarse es la continuidad que se percibe a lo largo de


todo el proceso. Esa continuidad viene dada ciertamente por la armonía en la doctrina
que se plasmó en la regla de fe. Pero también hay un elemento de continuidad en la
permanente apelación a la autoridad apostólica. Tanto en la defensa que Pablo hace de
su Evangelio (Gálatas), o el evangelio de Juan de su testimonio (Jn 19,35: “el que lo vio
da testimonio”), como en la fundamentación que hace Ireneo para admitir cuatro y sólo
cuatro evangelios, como en los nombres de los apóstoles que a partir de Tertuliano se
unen a cada evangelio y a cada uno de los restantes libros. Esta continuidad en la
apelación apostólica es un elemento esencial de la Traditio. Es en la Traditio viva donde
permanece aquella autoridad apostólica en quienes suceden a los apóstoles en la
predicación del evangelio y gobierno de las Iglesias, ahora para mantener con fidelidad
su mensaje. En suma es la autoridad recibida de los apóstoles lo que se pone en juego
en la determinación y fijación del canon bíblico como tal, y lo que en suma garantiza su
estabilidad. Pero al mismo tiempo el proceso de formación del canon deja ver que junto
al elemento de autoridad que respecto a la fijación del canon sólo aparece
explícitamente al final del proceso, existen otros factores como la aceptación común, el
uso litúrgico, el consenso de las iglesias. Estos factores muestran la implicación de toda
la Iglesia en la determinación del canon. De ahí que también toda la Iglesia y sus
diferentes miembros desempeñen distintos papeles en la interpretación de la Escritura,
como señala la Pontificia Comisión Bíblica.

7.4. Implicaciones teológicas del conjunto del canon tal como ha sido recibido
en la Iglesia
El estudio del canon bíblico tal como ya existe, y de su significación para la Iglesia,
suscita cuestiones relevantes para la exégesis y la teología. Más arriba se han visto
algunas orientaciones recientes en ámbito protestante, especialmente alemán y
americano, al enfrentarse al hecho de la posesión de un canon bíblico por parte de la
Iglesia (o iglesias). Desde la perspectiva católica aparecen otros aspectos que no
pueden pasarse por alto.
El primero es acerca de la misma aceptación de un canon bíblico como tal con todas sus
consecuencias. Es conocido el intento de determinar un canon dentro del canon
cuestionando así de hecho el valor del canon en sí mismo. Por otra parte se alzan
afirmaciones en el sentido de puede haber llegado el momento de revisar el canon
bíblico o de que si se mantiene por motivos de conveniencia es posible llegar a la
verdadera imagen de Jesús por otros testimonios distintos. Desde el trabajo propio de
la exégesis “fundamentalmente de carácter histórico y descriptivo”, no parece posible
ni mostrar de manera universalmente convincente la necesidad de un canon bíblico con
Antiguo y Nuevo Testamento –de hecho la Iglesia vivió tiempo sin Nuevo
Testamento– ni los límites precisos que debe tener el canon. El canon tal como está
responde a una decisión magisterial de la Iglesia que, desde el punto de vista histórico,
se puede ver como una decisión coherente. De hecho el exegeta acepta el canon como
una precomprensión desde la que accede a la Escritura. A la sistematización teológica
corresponde elaborar científicamente esa precomprensión para mostrar que no se trata
de una actitud fundamentalista. En este sentido adquiere la máxima importancia
exponer cómo comprende hoy la Iglesia su propia identidad y como esta identidad está
verdaderamente en armonía con el canon bíblico en su conjunto. Asimismo precisar
Canon, Iglesia, Teología 16

cada vez mejor cómo comprende la Iglesia hoy su relación con la Tradición viva y
cómo en esa relación se ejercen, bajo la guía del Espíritu Santo, las diversas funciones
que tienen los miembros de la Iglesia, órganos vivos de la transmisión9.
Otro aspecto del canon bíblico es la unidad que da a cada uno de los libros su
pertenencia al canon, teniendo a la vez en cuenta la diversidad entre ellos. Este aspecto
incide especialmente en dos ámbitos de relevancia teológica. Uno la interpretación del
Antiguo Testamento desde el Nuevo y, en consecuencia, la relación de la Iglesia con el
judaísmo. Otro, la interpretación de los diferentes libros o tradiciones del Nuevo
Testamento en el conjunto del canon y el problema ecuménico.
Tomar en serio en canon cristiano significa contar siempre con el Antiguo Testamento
y actualizar el mensaje de éste a través del Nuevo, es decir, a través de Cristo. Los
hagiógrafos del Nuevo Testamento realizaron esta tarea aplicando los métodos de
interpretación de su época, y los Padres de la Iglesia generalmente mediante la
alegoría. Hoy se requiere una actualización que usando procedimientos crítico
literarios actuales, muestre la relación de aquellos antiguos textos o tradiciones con el
misterio de Cristo y de la Iglesia. También el Antiguo Testamento es alma de la
Teología. Respecto a la relación con el judaísmo es cierto que la interpretación de la
Iglesia no puede coincidir con la de éste, pero el hecho de tener en común esa amplia
colección de libros sagrados lleva a reconocer unas raíces históricas comunes y que les
es común una larga etapa de la historia de la salvación.
Lo que divide a las confesiones cristianas es la interpretación del Nuevo Testamento y
no tanto el diferente canon bíblico que aceptan. Esa diferente interpretación presupone
una diferencia a nivel eclesiológico. El estudio del proceso de la formación del canon
muestra que las disensiones en los primeros siglos no provenían de la aceptación de
unos libros u otros, sino que más bien se aceptaban unos y se rechazaban otros en
virtud de una manera previa de comprender a Jesucristo. La aceptación de un canon
bíblico diferente por parte de protestantes y católicos es efecto de la ruptura previa de
comunión, no al revés. Las diferencias que nos separan en cuanto al canon bíblico no
vienen desde la Biblia sino desde la precomprensión con la que unos u otros se acercan
a la Biblia. Querer apoyar la división en la Escritura es verdaderamente romper el
canon, pues el canon es reflejo de la unidad de la Iglesia. De ahí las justificaciones
buscando un canon dentro del canon. En este sentido podemos afirmar que la Iglesia es
católica también en cuanto que asume la totalidad del canon.
En la diferente interpretación de católicos y protestantes al leer un canon que tiene los
mismos libros del Nuevo Testamento, lo que realmente entra en juego es la valoración
que se hace del canon. Es evidente que cada texto o tradición refleja su valor –ante todo
su valor de ser Palabra de Dios– en cuanto que está en el canon, y adquiere su sentido
pleno y final en el conjunto del canon. Una interpretación que toma en serio el canon
no puede dejar en la penumbra o rechazar una parte del mismo, como no puede
prescindir del hecho mismo de su existencia. La interpretación en la Iglesia es católica
asimismo en la medida que interpreta cada texto en la totalidad del canon. Esto no

9 Por ejemplo podríamos resaltar el papel de los seglares, con su conciencia santificar el mundo desde las realidades
temporales en la transmisión de la Tradición respecto a la bondad del mundo creado y al reconocimiento del Dios
Creador, expresada de otra forma en la polémica antignóstica de la primitiva Iglesia y reflejada en el canon bíblico
actual.
Canon, Iglesia, Teología 17

quiere decir que no aprecie niveles de mayor o menor importancia entre los elementos
contenidos en el canon. Pero en el conjunto del canon se puede mostrar la relevancia
que cada texto o tradición tiene en el conjunto y cómo se enriquece dentro de él.
Finalmente es importante señalar que en el conjunto del canon cobran legitimidad las
diversas orientaciones que presentan cada libro o cada bloque de libros o cada una de
las tradiciones. El canon refleja la legítima diversidad en la Iglesia dentro de la
necesaria unidad. La cuestión era abordada en cuanto al desarrollo y unidad de las
diversas iglesias por la Pontificia Comisión Bíblica en 199110. Muchos estudios actuales
analizan precisamente la diversidad de “teologías” tanto dentro del Antiguo como del
Nuevo Testamento: el hecho de estar cada una de ellas presente en el mismo canon
bíblico significan su legitimidad, su armonía con el misterio de Cristo que el Espíritu
Santo va desvelando así en toda su riqueza, y la armonía entre ellas. La tarea de
presentar la singularidad de cada una y cómo se inserta en el único Evangelio de Cristo
es algo propio de la exégesis. Establecer la complementariedad entre ellas y la visión
que en conjunto presentan del misterio cristiano sería quizá lo propio de la teología
bíblica. Todo ello invita a la teología a valorar y fundamentar desde el Nuevo
Testamento las diversas realizaciones eclesiales que suscita el Espíritu Santo en el seno
de la Iglesia Una.

8. LA ESCRITURA COMO CANON, PUNTO DE PARTIDA PARA LA REFLEXIÓN


TEOLÓGICA

El Concilio Vaticano II establece que el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser “como


el alma de toda la teología” (Optatam totius, n. 16; Dei Verbum, n. 24). Pero la Sagrada
Escritura no es una mera recopilación de libros, sino un único “canon” donde cada
libro tiene, además de la significación propia, la que le da su relación con los demás,
con la revelación que representa y expresa, y con la Iglesia que los recibe e interpreta.
El canon, como se ha visto, incide en primer lugar y profundamente en la misma
exégesis bíblica. El estudio del hecho del canon fundamenta el principio hermenéutico
de la “unidad de la Escritura” y, además, conduce a la aplicación metodologías que
tengan en cuenta ese principio, y que consigan captar el sentido de cada libro y aún de
cada pasaje a la luz del conjunto canónico, pues “un libro no llega a ser bíblico sino a la
luz de todo el canon completo”.
Además, el estudio del canon sigue estando vinculado estrechamente a cuestiones de
orden eclesiológico, incidiendo especialmente en el capítulo del ecumenismo. La
coincidencia con otras confesiones cristianas en la aceptación del mismo canon bíblico
es un punto básico para la comunión; las discrepancias que existen con otras en cuanto
a los libros que se han de considerar canónicos no tienen tanto relieve como el que
aparece en la división existente.

10 “Los datos aportados por el Nuevo Testamento permiten constatar algunos rasgos característicos y delinear una
descripción fenomenológica de la Iglesia tal como se revela en los primeros años. Por una parte hay comunidades
locales y grupos diversos; por otra se habla de la Iglesia de Dios y de Cristo como de una realidad universal. Se constata
la existencia de Iglesias en Jerusalén, en Antioquia, en Corinto, en Roma, en las regiones de Judea, de Galacia, de
Macedonia. Ninguna pretende ser ella sola toda la Iglesia de Dios, pero ésta está realmente presente en cada una de
ellas. Se establecen relaciones entre las Iglesias: entre Jerusalén y Antioquía, entre Iglesias fundadas por Pablo y
Jerusalén a donde envían el producto de una colecta, entre las iglesias a las que se dirige la primera carta de Pedro, y
entre aquellas a las que se dirige el Apocalipsis. Pablo escribe que él lleva la preocupación de todas las iglesias (2 Cor
11,28) y la autoridad apostólica es reconocida en todas partes en la Iglesia” (Unité et diversité dans l’Église, B.2)
Canon, Iglesia, Teología 18

La consideración del hecho canónico es también un aspecto fundamental para la


cristología y las demás disciplinas teológicas. El hecho del canon confiere a los escritos
canónicos un valor salvífico y teológico completamente diferente del de otros textos
antiguos. Si estos últimos pueden arrojar mucha luz sobre los orígenes de la fe, no
pueden nunca sustituir la autoridad de los escritos considerados como canónicos, y por
tanto fundamentales para la comprensión de la fe cristiana. En cuanto a la cristología
baste con señalar la influencia que el EvTom está teniendo en algunos planteamientos
cristológicos actuales o el relieve que adquiere el “Apócrifo de Juan” y otros textos
gnósticos, al parecer muy primitivos, en orden a explicar el lenguaje del Nuevo
Testamento sobre Cristo.
El contraste entre los escritos canónicos y otros textos antiguos, junto con el valor que
se les debe atribuir, es un punto de partida obligado para los planteamientos teológicos
que quieran tener la Sagrada Escritura como su alma. La historia de la formación del
canon lleva a no poder prescindir del significado de cada libro y de cada expresión en
el conjunto de la Biblia, y de ésta en el proceso de su formación. El hecho de qué la
Iglesia haya aceptado un determinado libro y lo haya integrado en el conjunto de la
Biblia refleja su fe no sólo en que en ese libro se contiene tradición auténtica, sino que
tal libro, en las circunstancias históricas en que fue compuesto, transmitido y
canonizado es Palabra de Dios a su Iglesia. Ahora bien prescindir de todas esas
circunstancias sería hacer una teología fundamentalista.

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