Juan Manuel Ortiz

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LOS HISTORIADORES EN LA EDUCACIÓN: UNA MIRADA DESDE LA

ARQUEOLOGÍA DE LAS CUESTIONES HISTÓRICAS Y LA HISTORIA DE


LAS CIENCIAS

Juan Manuel Ortiz Martínez1

Resumen

El presente articulo pretende elaborar una detallada discusión sobre la forma


como los historiadores interesados en la educación pueden desarrollar una
visión que sobrepase las fronteras que la misma crisis de su disciplina le
produce, al punto de no comprenderse a si misma, ante los retos que las
ciencias sociales le impone despiadadamente. Intentaremos responder, en
parte, al papel que juegan los historiadores en el conocimiento de las diferentes
cosas que ameritan, casi que obligatoriamente la historia critica enfocando
esto a la pertinencia de la influencia de pensamiento histórico en las reflexiones
filosóficas del conocimiento sobre la educación y la enseñanza de la medicina.

Palabras claves: Educación, Historia de las Ciencias, Historiografía,


Investigación, Epistemología, Metodología, Pensamiento Histórico, enseñanza
de la medicina.

Summary

this document is intended to develop a detailed discussion on how historians


interested in education can develop a vision beyond borders the same crisis of
their discipline him produces, to the point of not understanding whether it, the
challenges that social sciences under ruthlessly. We will try to respond, in part,
to the role the historians in the knowledge of the different things that merit,
almost that history mandatory critical focusing it on the relevance of the
influence of historical thinking in philosophical reflections of knowledge about
education.

Keywords: Education, History of Science, Historiography, Research,


Epistemology, Methodology, Historical Thinking, School of medicine.

1
Historiador , estudiante de segundo semestre de la Maestría en Educación SUE Caribe (Universidad de
Cartagena)
Introducción

La historia de las ciencias no es algo obvio ¿Para quién existe una historia de
las ciencias? ¿Para quién, en qué lugar del discurso o en qué situación real es
problema la historia de las ciencias? Existe cierta vecindad entre una historia
de las ciencias y la filosofía, toda disciplina debe corresponder a lo que Kant
denomina un interés de la razón ¿En que la historia de las ciencias concierne a
la ciencia? Es aquí donde encontraremos una historia de los científicos o una
historia de los historiadores de las ciencias. La aparición de una historia de la
filosofía se produce en el siglo XIII y nace de una generalización de la historia
entendida como colección de documentos y de memorias tendientes a
conservar la ciencia contemporánea, una historia entendida como verificación
de una filosofía del progreso.

En este ejercicio, nos proponemos utilizar tres elementos principales para


entender la apertura de las visiones históricas hacia los debates planteados por
la educación, objeto de la pedagogía y parte importante de lo que denominare
una historia de las ciencias. Inicialmente aclararemos, en parte, las porfías de
una disciplina supuestamente consolidada y como una mirada hacia otras
versiones de la epistemología del mundo, permiten que el historiador se
interese por otros espacios de las ciencias sociales; como segundo objetivo
analizaremos la interpretación de una historia de las ciencias creciente en los
intereses de algunos historiadores miembros de otras disciplinas; y por ultimo
buscaremos establecer la asociación entre la historia que hacemos los
historiadores, la historia de las ciencias y los historiadores en la educación, a
partir de la aplicación del modelo en la enseñanza de la medicina. Seamos
francos, no quienes hacen historia de la educación, sino, nosotros metidos en
la educación.

LOS HISTORIADORES
La tarea de los historiadores ha sido reconstruir los grandes debates, durante
mucho tiempo han compartido la opinión y las pasiones de los hombres, sus
razonamientos se basan en encontrar el rastro del conflicto. Ordenar con la
única preocupación de la utilidad. Toda historia es una historia moral, como si
las palabras guardaran sentido, deseos, dirección, ideas, lógica “en este mundo
de cosas dichas el historiador debe conocer: innovaciones, luchas, rapiñas,
disfraces y traumas (Foucault, 1966).

Michel Foucault (1926-1984), fue sin duda durante los años sesenta una de las
figuras más importantes e influyentes del ambiente cultural francés. Nunca
quiso expresamente ser un historiador de los ideales ni de las ciencias en el
sentido clásico de estos términos. La única denominación que admitía era la de
arqueólogo, aquello que da cuenta de forma más profunda de la cultura.

La Ciencia del pasado es inferior a la nuestra, los últimos tratados científicos


contienen todo lo bueno que había en los tratados anteriores, como lo plantea
Comte.: “el historiador de las ciencias es especialista en generalidades”. Tiene
un roll critico y pedagógico “la tradición es la vida de la ciencia, el historiador de
las ciencias es el conservador del museo de las tradiciones científicas.

¿En qué consiste hacer historia? En distinguir entre el antes y el después. En


dar golpes mortales, en crear situaciones irreversibles, en conseguir que el
pasado sea totalmente distinto al presente, que la diferencia entre ambos sea
clara. Dividir doctrinas o cortar cabezas, dos formas de evitar que los demás
vuelvan al pasado y obligarles a huir de la indecisión que impide que los años,
los instantes, los periodos se distingan unos de otros.

Como ocurre, siempre que queremos hacer historia, es aconsejable que


historiadores profesionales confirmen la cronología, corroboren los
acontecimientos, en pocas palabras refuercen, desde su independencia, la
irreversibilidad que nos hemos granjeado.

Los historiadores, si creemos sus palabras, tienen una aptitud especial para
distinguir en torno a los protagonistas de la historia, no solo los aliados a que
tiene derecho a convocar, sino además el ángulo y la forma en que deben
presentarse.
En plena batalla, sin embargo, se muestra indeciso, y esta incertidumbre propia
de la investigación y de la historia es precisamente lo que se suprime cuando
se procede a escribir la historia de las ciencias.

Si admitimos que la historicidad aumenta a medida que se reduce el número de


datos intemporales, el análisis de las controversias nos ha llevado a una
historia de científicos, y no a una historia de las ciencias. Por una parte solo
contamos con los elementos de una historia (hombre, cultura, ideas e
instrumentos) y por otra con los objetos no históricos.

La disciplina “historia” se presta con demasiada facilidad a especializarse en el


estudio de la historicidad, larga o corta: las costumbres, las batallas, la
demografía, el precio del trigo o de las ideas. Olvida interrogarse acerca de esa
división, practicada a expensas suyas, entre lo que tiene y lo que no tiene la
historia. La filosofía de las ciencias es la responsable de esta división y de
abandonar en manos de Clío el vasto campo de circunstancias contingentes
que dejan de lado, fuera del tiempo, al mundo, a los números y a las cosas.

La historia es un inventario de éxitos, nosotros los historiadores, hablamos de


los grandes guerreros y de los vencedores, de los ricos y de los personajes
celebres. En general, no nos ocupamos de los pobres, de las mujeres ni de los
esclavos. En la historia de las ciencias tenemos algunas anécdotas de
inventores locos, pero son los genios sublimes los que nos permiten ganarnos
la vida. Ahora entendemos porque los historiadores han menospreciado hasta
el extremo la ciencia industrial, que sin embargo es, con diferencia, la practica
científica más extendida ¿Qué aspecto tendría una historia de este tipo?
¿Cuáles son esos logros de los que nunca se habla? (Serres, 2001)

Construir este tipo de historia desde las “Genealogías” implica percibir la


singularidad de los procesos, donde menos se espera, eso que no tiene nada
de historia, encontrar las escenas en las que han jugado diferentes papeles y
definir el punto de ausencia o donde han tenido lugar.

La genealogía no se opone a la visión del águila ni a la mirada escrutadora del


sabio, se apone al despliegue meta-histórico de las significaciones ideales, se
opone a la búsqueda del “origen” (Foucault, 1970).
Nietzsche, define el objeto de la investigación como el origen de los prejuicios
morales, “origen” es buscar lo que ya está dado, una imagen adecuada de si,
construida pieza por pieza con figuras extrañas, disfraces y mascaras. “Detrás
de las cosas existe algo distinto”, la razón nace del azar, “armas formadas a
través de luchas personales: las pasiones de los sabios, el odio reciproco. La
necesidad de triunfar. Detrás de la verdad siempre reciente esta la proliferación
de errores, “la verdad”, como se hace accesible a los sabios, reservada
únicamente a los hombres piadosos.

Hacer genealogía, no es ir al origen, inaccesible, es ocuparse en los azares,


revolver los bajos fondos, saber reconocer los sucesos, las sacudidas las
sorpresas, las victorias y las derrotas mal digeridas, definir la vieja pertenencia
a un grupo.

Lo anterior demuestra un enfoque ideal para el desarrollo de una nueva historia


que represente algunos rasgos de la cultura. El estado del arte de la historia es
muy variado, pero disciplinariamente los historiadores profesionales podemos
decantar cierta reiteración que parte de la “crisis” de nuestra disciplina y la
necesidad latente de construir un nuevo enfoque metodológico para la historia
de las ciencias.

DE LA EDUCACIÓN Y LA HISTORIA

La educación pública nació Hace escasamente dos siglos en algunas naciones


europeas y debe su origen a nuevas formas de gobierno- las democracias- al
portentoso desarrollo de las ciencias naturales y también al crecimiento
demográfico de los pueblos. La misma evidente imprecisión en el uso de los
términos relativos a la educación publica manifiesta la brevedad de su vida.
Indistintamente se habla de “ilustración”- movimiento cultural e intelectual que
pretende dominar por la razón el conjunto de los problemas humanos- y de
instrucción y enseñanza- la transmisión de conocimientos con el resultado de la
formación de capacidades cognoscitivas. Mas adelante la enseñanza se amplio
hasta incluir la voluntad, significado que participa con el termino educación
(Meneses, 1998, p. 1).
Antoine N. de Cariat, Marques de Condorcet (1743-1794). Matemático y político
Francés. Tenia reservado el merito de proponer (1792) un plan nacional de
educación. Condorcet (1992, pp.189-196) no parte del postulado de que la
educación nacional sea necesariamente buena, sino que lo justifica con la
demostración de ser aquella compatible con los principios de libertad e
igualdad. Tarea ardua, pues debe demostrar que todos los hombres son
iguales por la capacidad intelectual acentuada por la educación recibida. El
enfoque de historia de la educación es clave para entender aspectos del
desarrollo de la humanidad y el lenguaje político que permea las
organizaciones del estado y los procesos culturales.

El papel del historiador en este campo complejo no es emitir juicios sobre la


educada posición moral de unos sujetos que viven bajo situaciones no
definidas por ellos mismos y que actúan condicionados por reglas sociales y
simbólicas no siempre conscientes y explicitas. El historiador se acerca al
pasado a través de las pocas huellas disponibles y busca ante todo
comprender la vida de las saciedades humanas.

La educación tiene la característica de jugar en un registro doble: como


conocimiento, su producción constituye una historia, pero al mismo tiempo
participa de la configuración de la realidad y la experiencia de la sociedad en la
que se desarrolla. Por tanto, investigar la historia de la constitución y la
apropiación del conocimiento y la educación, significa intentar situar las
nociones, conceptos, teorías y practicas en sus condiciones de aparición sin
juzgar, a posteriori, las concreciones que realiza.

UN ACERCAMIENTO DESDE LATOUR A LA HISTORIA SOCIAL DE LAS


CIENCIAS
“El primer principio exigía a los historiadores que juzgaran
equilibradamente los relatos de descubrimiento, midiendo con
el mismo rasero a los sabios que se habían equivocado y a
los sabios que habían tenido razón." Dicho principio,
diametralmente opuesto a la tradición epistemológica
francesa, la cual exigía, por el contrario, que se distinguiera
entre la «ciencia caduca» y la «ciencia ratificada»,(G.
Canguilhem, 1968) ha dado lugar a hermosos efectos de
escenificación histórica. Las victorias de Boyle sobre Hobbes,
de Newton sobre el cartesianismo o de Pasteur sobre
Pouchet, ya no difieren de las victorias provisionales de
Napoleón sobre el emperador Alejandro o de Pompidou sobre
Poher, La historia de las ciencias deja de ser distinta de la
historia a secas, «plena de miedo y furor”(Latour, 1994)

La primera obra de Bruno Latour fue coescrita con un sociólogo británico, Steve
Woolgar, y publicada en 1976. Durante dos años, él compartió la vida cotidiana
de los investigadores del laboratorio de neuro-endocrinología del profesor
Roger Guillemin en California. El análisis producido a partir de esta etnografía
de laboratorio se sitúa bajo los auspicios de David Bloor y de la
etnometodología, descifrando los procesos sociales de construcción de hechos
científicos.

Para Latour y Woolgar, la construcción social de la ciencia incluye factores,


dimensiones y niveles bastante heterogéneos que no pueden aprehender
visiones epistemológicas que tomarían como datos a la ciencia, a la verdad y a
la razón. Las nociones de inscripción literaria y de inscriptores les otorgan un
primer hilo conductor, pues un laboratorio produce una gran gama de trazos
escritos (de las gráficas producidas por los aparatos hasta los artículos
científicos) y su actividad puede ser encarada como una secuencia de
operaciones y de transformación de ciertos tipos de enunciados en otros tipos
de enunciados de grados de facticidad diferentes; siendo el hecho un
enunciado que no es rebatido por los colegas concurrentes. Abundando más, la
génesis histórica de un hecho está marcada por controversias científicas,
estrategias diversas, publicaciones incluyendo formas retóricas de persuasión,
lazos establecidos con organismos financiadores o lógicas de carrera, como se
acostumbra en las actividades cotidianas en el seno del laboratorio, en las
conversaciones informales por ejemplo. La construcción de un hecho científico
no remite, pues, sólo a un trabajo intelectual y discursivo, sino que moviliza
todo un conjunto de prácticas así como técnicas y objetos que son
materializaciones de debates anteriores.

Esta perspectiva no conduce a poner en duda la solidez del hecho científico


construido así, pero los sociólogos son llevados a restituir las condiciones
sociales, los diversos contextos y los dispositivos a través de los cuales este
hecho toma forma, es hecho, pero que son enseguida olvidados poco a poco
una vez que es admitido (Arellano, Hernández, 2003, Pp. 4)

En “La esperanza de pandora. Ensayos sobre la realidad de los estudios de la


ciencia”, Latour (2001) empieza planteándose el tema de la realidad, lo
inquietante que resulta abrirse nuevamente a la pregunta, que para muchos
puede resultar obvia, pero se sabe que esto no es así, creer o no en la
realidad, no es asunto de fe. En este sentido, Latour nos recuerda el trato que
la filosofía le ha dado al tema, para mostrar todo lo que hemos ganado al haber
desplazado la pregunta de la realidad, desde los aprioris universales de Kant, a
la noción de sociedad. El giro se profundiza aún más, cuando se reconoce que
la sociedad es colectiva. “Lo real no es diferente de lo posible, lo irreal, lo
realizable, lo deseable, lo utópico, lo absurdo, lo razonable o lo costoso. Todos
estos adjetivos no son más que meras formas de describir puntos sucesivos a
lo largo de una narración” (Latour, B. 1998, pág. 125).

¿Cómo integrar tal universo de elementos, de tal forma que los humanos
compartan su existencia con los no humanos, y con ello dar una imagen más
realista de la ciencia, es decir, más conectada con la sociedad? Es aquí
cuando el autor cita un concepto que le permite integrar tan embrollado
universo, se trata del colectivo. El colectivo es un concepto distinto al de
sociedad, heredero éste último del pacto modernista. Permite explicar el
carácter político por el que el cosmos, la naturaleza (los no humanos), queda
reunido con los humanos. “Su lema podría ser ‘no hay realidad sin
representación”. El colectivo no tiene nada que ver con lo moderno, en donde
un tipo de política se justifica a sí misma por referencia a la naturaleza.
Tampoco es un vocablo que le hecha mano al postmodernismo, pues como
señala Latour, éste alude a la continuación de la modernidad, excepto por que
ha desaparecido la confianza en la extensión de la razón (Latour, B. 1993). El
colectivo es una referencia a lo que el autor llama no moderno, el cual se niega
a utilizar la naturaleza para cortocircuitar el proceso político pertinente con los
humanos. Con la noción de colectivo se integra el destino, como futuro a
compartir (separado por el pacto modernista), entre los humanos y no
humanos. Permite llegar a una relación distinta con la política acerca de la
naturaleza, ya no interrumpida. Estos, de entre muchos otros aspectos, tratan
este inquietante libro, que sacude las estructuras tradicionales acerca del
conocimiento científico.

LA ENSEÑANZA DE LA MEDICINA Y LA CONSTRUCCIÓN DE LA


HISTORIA DEL PENSAMIENTO CIENTÍFICO

Hoy día la historia de las ciencias no puede basarse solo en la explicación de


una serie de anécdotas y continuidades de la tradición científica y de los
saberes. La historia de las ciencias y del saber debe ser construida por los
historiadores que se interesan por este tipo de problemas, por las variaciones
del saber, de la educación y el conocimiento medico.

El problema fundamental que intentara desarrollar esta investigación parte de


la necesidad de construir una nueva Historia de la Enseñanza y la
consolidación de los saberes médicos en Cartagena durante la primera mitad
del siglo XX y la emergencia por la cual se generó una mejor práctica de la
medicina.

La historia de la medicina es también la historia del error humano, ya que la


ciencia, y la medicina como parte de esta, están sujetas al experimento y al
error; esto es, viven de verdades relativas y del lento descubrimiento de ciertos
principios fundamentales que conducen a nuevos puntos de vistas para tratar a
los enfermos de una manera cada vez mejor. El texto, también advierte la
deuda de la medicina con brillantes investigadores médicos y maestros,
quienes trazaron las pautas de la medicina moderna (Jaramillo, 2005)
Foucault (1996), plantea que hay que buscar el origen de la medicina social (y
del control social del cuerpo) en la sucesión y confluencia de tres fenómenos,
que se dan alrededor del origen del capitalismo: el desarrollo del Estado, de la
urbanización y finalmente, la necesidad de controlar a las nuevas masas de
pobres y obreros urbanos (a la vez que se aseguraba una fuerza laboral sana).
Secuencialmente, y en base a los desarrollos históricos y predominio de cada
uno de estos tres fenómenos en diferentes países europeos, van surgiendo
formas diferentes de medicina social: la medicina del estado, la medicina
urbana y la medicina de la fuerza laboral. Ésta última es la forma que dominaría
sobre las otras y que sobreviviría el paso de un siglo a otro (del XIX al XX). Sin
embargo, la medicina social convivió (y convive) y formó (y forma) parte del
mismo sistema de control social que la medicina privada. La medicina social,
además, al enfrentarse a nuevos retos, fue un motor importante para el
desarrollo de la medicina científica del siglo XIX. Para Foucault, la higiene
pública seria solo una forma de la medicina social, específicamente la
desarrollada como medicina urbana para hacer frente a la insalubridad de las
ciudades.

En la Edad Media se creía que las enfermedades eran transmitidas a los


cuerpos de los hombres a través de los miasmas o emanaciones que
deambulaban en el aire proveniente de charcos, lodazales o aguas pestilentes,
hedores que entraban al organismo humano a través de las vías respiratorias
contagiando a los individuos de fiebres y otras afecciones.

Con las investigaciones de Robert Koch en Alemania y Louis Pasteur en


Francia a finales del siglo XIX se pasará paulatinamente hacia una medicina de
laboratorio; las enfermedades se producirán ya no por los olores pútridos, sino
por la invasión de cuerpos extraños minúsculos que asaltan la salud del
individuo creando en él una enfermedad.

Conceptos como el bacilo, el virus, los microorganismos y las bacterias,


remplazaran a las nociones de hedores, miasmas y sustancias pútridas,
propias de la tradición médica colonial dentro de la nueva medicina de
laboratorio (Vigarelo, 1997). Debemos entender las discontinuidades en los
personajes que las fuentes arrojan, la existencia real o infortunada de los
mismos, no solo anécdotas “patéticas”, sino formarse realmente minúsculas
historias de vida, su infortunio, su rabia, etc. Un choque producido entre los
relatos de esas vidas, tener en cuenta la participación de actores que no están
presente entre los catálogos de historia de famosos médicos y leyendas de las
profesiones (Foucault, 1992).

La Medicina y el medico; la salud y la enfermedad como realidades históricas,


teniendo en cuenta la presencia misma de la enfermedad y su papel a lo largo
de la historia, las grandes epidemias históricas y su relación social y ambiental.

El trabajo de Sánchez (2002) también permite observar la evolución de las


instituciones médicas, la validación de las prácticas en cierto tipo de contextos
y la medicina “pacientifica”, es decir, en este punto podemos identificar una
aparición y desarrollo histórico de la medicina científica y crisis de la medicina
actual. Pero aun mas importante, es claro que la enseñanza de la medicina
hace parte de los argumentos presentados por el autor, de lo que se desprende
una relación inacabada con el tema de la ética profesional.

La revisión coincide en que ya se ha pensado en estudiar el desarrollo histórico


de los saberes médicos, las teorías y métodos de la medicina, permitiendo que
nos adentremos en el conocimiento de la documentación y terminologías
medicas necesarias para este trabajo. Desde Galeno y la escuela medieval de
Salerno hasta las ideas sobre la higiene en el renacimiento italiano y la labor
precursora de J.P Frank en el terreno de la medicina social, la situación
compleja y siempre cambiante de la atención médica en tiempos más
recientes. “La medicina es una ciencia social, y la política no es sino medicina
en gran escala” (Sigerist, 1998).

George Rosen (1985) destaca la naturaleza eminentemente social de las


diversas formas de atención medica y advierte que no basta disponer del
conocimiento de la pato-fisiología e incluso de la epidemiologia acerca de la
causalidad de algún problema de salud para dominarlo, sino que factores
sociales y económicos resultarían cruciales para aplicar el conocimiento
disponibles y así abatir o controlar el problema de las marras.
Sin apartársele la dimensión biológica de la enfermedad, Rosen hace una
disección de la evolución del concepto de medicina social-análisis genético, le
llama. También aborda el desarrollo del concepto de policía médica hasta que
este alcanza en el trabajo J.P. Frank su forma mas elaborada. Rosen expone
como van intrincadamente unidas la asistencia medica y la policía social del
régimen que se trate. En la medida que la atención medica ofrece mayores
recursos y mejores resultados, crecen las expectativas sociales y mayor es su
vinculación en las acciones del gobierno a través de las políticas aplicadas.
Rosen se anticipa a la visión que sostiene que la medicina no es autónoma de
la sociedad, que lo problemas sociales y los de salud son inseparables y que
corrientes históricas especificas- en este caso mercantilismo en sus versiones
germánica y francesa- influyeron en las políticas de población y salud de los
regímenes de la época.

Al desmitificar que la medicina es un ejercicio benévolo e inocente de


connotaciones económicas y sociales, se descubre que las fuerzas sociales
progresistas pugnan por las políticas de salud dirigidas a satisfacer las
necesidades de salud de la población y para que lo estatal devengue en lo
público.

En conclusión, No puede hablarse de un grupo constituido de investigadores a


nivel nacional, con medios de difusión estables y con espacios institucionales
claramente definidos. Uno de los problemas del cual hace referencia es; la no
existencia de una tradición investigativa consolidada en el campo de la historia
de las ciencias en el país. No obstante entre los relativos y escasos estudios,
existen algunos trabajos históricos sobre la actividad productora o aplacadora
de ciencia en Colombia. No partimos de cero, pero tampoco contamos con una
base documental criticada y depurada que sirva de materia prima para nuevas
investigaciones. Lo ya hecho nos orienta en algunas direcciones, nos posibilita
prever líneas de investigación, pero no se puede hablar de una tradición
consolidada.

En pleno auge de la modernización de las ciudades colombianas, se instaura y


se difunde un conjunto de actitudes, sensibilidades, conocimientos, intenciones
y practicas nuevas. En la transición del siglo XIX al XX, la propagación de lo
nuevos, inscrita necesariamente en la duración, en el espacio geográfico, en la
sociedad y en el ideal cobra una importancia social inusitada, sobre todo en el
mundo de lo urbano. Los citadinos se sienten modernos y modernizadores. Los
campesinos recién llegados se ven arrastrados por el proyecto burgués de
civilización. Los políticos y los médicos se sienten misioneros de una salvación
colectiva basada en la higiene. Los negocios y las empresas prosperan. Y las
demandas de la población con respecto a la medicina crecen en forma
descomunal.

Curar, asistir, clasificar pobres y enfermos, prevenir, vigilar y controlar, detectar


gérmenes, saber, investigar y enseñar, controvertir y convencer, mostrar y
comprender son muestra de la gran armadura de practicas ligadas a la
medicina y a su historia, a las complejas relaciones entre saber y poder, la
salud, la enfermedad, la medicina y el cuerpo son objetos problemáticos de
gran interés para los historiadores, pero son también temas que nos permiten
comprender las sociedades del pasado. Así las cosas, intentaremos hacer el
estado del arte de los que ha sido la medicina vista desde la disciplina de la
historia.

Se bien impulsando desde el año 2006, nuevas discusiones sobre los usos
sociales de la enfermedad y la nueva historia de la medicina, en la que han
contribuido diferentes historiadores y médicos, con maestría en historia, que
han consagrado su trabajo al tratamiento de las ciencias y la historia. Sobre
este conjunto de contribuciones todavía queda mucho por hacer en Colombia,
con ricas posibilidades a futuro.
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