DINERO2.0 Ben Dyson PDF
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Dinero 2.0
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Ciprian Galaon
University of Salford
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All content following this page was uploaded by Ciprian Galaon on 17 February 2020.
A modo de prefacio
Trataré de no pretender cambiar el mundo, muy de moda entre los autores de blog, me
limitaré a dar algo de que hablar. El blog trata sobre el rediseño y la modernización del
dinero, pero no en el sentido de hacer su uso más fácil −ya tenemos dinero electrónico o
e—dinero, tarjetas monedero electrónico, dispositivos móviles de pago electrónico,
tarjetas bancarias con chip de identificación por radiofrecuencia y la tecnología NFC
(comunicación inalámbrica de corto alcance y alta frecuencia); algunos ejemplos: Proton
de Bélgica, Chipknip de Holanda, Quick de Austria, GeldKarte de Alemania, FeliCa de Japón
y EEUU, CashCard de Suecia, miniCASH de Luxemburgo, Oyster de Londres, Octopus de
Hong Kong, CashCard de Singapur, Bitcoin y PayPal−, sino para, a través de ello, resolver
gran parte de los problemas que afectan y preocupan, en cierta medida, a prácticamente
todos nosotros en la actualidad: desigualdad social y de oportunidades, corrupción,
guerras, hambre, contaminación del medio ambiente, envejecimiento y crecimiento
exponencial de la población, evasión fiscal, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y
economía sumergida, por mencionar sólo algunos. En mi opinión, un nuevo dinero será la
manera más fácil, segura y económica de solucionar esos problemas. Si queremos salir de
la actual espiral autodestructiva y evolucionar, lo que necesitamos no es más leyes o leyes
más específicas, gobiernos más competentes y menos corruptos y, sobre todo, más dinero,
sino sencillamente un nuevo dinero, eso es, un nuevo concepto de dinero y de sistema
monetario. No pretendo ser el primero en haberlo detectado, ni mucho menos. Por
ejemplo, hace años desde cuando un artículo de la revista “The Economist” −“The end of
the cash era” (El fin de la era del dinero en efectivo) de 15 de febrero de 2007− llamaba
la atención sobre algunos problemas derivados de la existencia del dinero físico que trato
aquí (“En el mundo del dinero en efectivo, la anonimidad puede ser aprovechada para
cometer delitos”, apuntaba el artículo) y varias cuestiones de seguridad relacionadas con
el −recién creado por el mercado− dinero electrónico. La propuesta que quiero debatir aquí
parte de la idea de que no hay que esperar del mercado que resuelva los problemas de
seguridad de las transacciones en función de los diversos intereses implicados para que
luego, como siempre, los gobiernos los regule para estimularlos o corregir sus disfunciones,
sino de hacer de la modernización del dinero una cuestión de interés general de los
ciudadanos en la defensa de sus derechos y valores democráticos más fundamentales.
Además, la simple modernización del dinero no será suficiente para, por ejemplo, prevenir
las crisis económicas. Para ello, me alejo un poco más de simplemente emitir diagnósticos
y propongo introducir otros valores en el sistema monetario que corrijan las disfunciones
actuales del dinero (en Propuesta). La importancia de la modernización del dinero es tal
que a partir de ello la humanidad nunca será como antes, idea que apoyo en algunos
argumentos que me gustaría debatir aquí. Ideal sería la eliminación completa de cualquier
tipo de dinero, pero el hombre que no necesite dinero para organizar su vida en la sociedad
y en sinergia con la naturaleza tendría que ser, desde el punto de vista moral,
1
sustancialmente superior al que creó y al que orgullosamente llama moderno y civilizado,
de modo que tendrá que aprender a colaborar, redistribuir y, en suma, vivir en sociedad
sin esa referencia abstracta al dinero. Por desgracia, la moralidad no es parte de la
herencia genética humana, cada nueva generación se la tiene que currar y hacerlo lo mejor
que pueda acorde a su contexto social, ideológico y tecnológico actual. Durante su
desarrollo, cada persona, grupo, comunidad o, incluso, nación llega en un momento dado
a un punto en el cual tiene que dejar de culpar a otros o la mala suerte, enfrentarse a su
propia conciencia y decidir lo que más le conviene para resolver sus problemas existenciales
y evolucionar, si no para sobrevivir. Mirando alrededor, me atrevería afirmar que la
humanidad entera alcanzó ese punto. La actual crisis económica reveló otra crisis mucho
más global y profunda contra la cual sirve de poco crear puestos de trabajo para todos: la
crisis de conciencia. Y si consideramos que “ningún problema puede ser resuelto desde el
mismo nivel de conciencia que lo creó” (A. Einstein), está claro que el cambio de conciencia
tiene que preceder cualquier otro cambio en la manera de hacer las cosas en la sociedad.
Los escépticos, que no son pocos, están obsesionados con la idea de que sólo un desastre
natural de magnitud global (o, incluso, antropogénico, como un holocausto nuclear) hará
cambiar al hombre de conciencia. Nada más lejos. El hombre moderno tiene los medios y
la capacidad de reinventarse a sí mismo y de cambiar de manera pacífica y sin el
determinante de una apremiante causa natural. Si hasta ahora no lo hemos conseguido es
porque ni hemos alcanzado la madurez necesaria, tanto desde el punto de vista científico
como tecnológico, ni hemos tenido la motivación de hacerlo −y convenir, por ejemplo, en
una fórmula para conciliar la propiedad privada y el poder económico con el bien común y
el medio ambiente. En las etapas anteriores de su evolución, sobre todo durante la
revolución agraria y, más tarde, la industrial, el hombre ya puso a prueba su perseverancia
y su capacidad de superarse de sí mismo, aprender a caminar y dar pequeños saltos
evolutivos. Hoy, habiendo revolucionado completamente la información y la comunicación,
está más preparado que nunca para dar lo que será el mayor salto evolutivo de su historia,
y ahorrarse de paso todos los errores conscientes −sobre todo los que vuelve a cometer una
y otra vez, como las guerras− que le empujan a su fin y al del planeta, su hogar. Mi teoría
es que el rediseño del dinero es el elemento clave para asegurarle al hombre una salida
exitosa del actual proceso evolutivo intensivo. Y como el dinero es información, habrá que
empezarse por la instauración de nuevas normas, procedimientos, protocolos y sistemas
para el tratamiento de la información, de toda la información, que se apliquen por igual y
favorezcan a todos (y no sólo a los celosos “guardianes” de la misma). El dinero que el
hombre ha venido usando hasta ahora ha conseguido sacar lo peor de él y, no sería
aventurado decir, le está empujando inexorablemente hacia la autodestrucción. A pesar
de su fama de panacea económica universal, en realidad, el dinero sólo sirve,
paradójicamente, para resolver problemas que el mismo dinero ha ido generando desde sus
principios, tanto en las economías como en las conciencias de sus usuarios. Esto se debe,
principalmente, a su mal diseño, su indebido uso y su inadecuada asignación en la economía
que heredamos de nuestros antepasados. Hoy ya no tenemos ninguna excusa para seguir
utilizándolo en esa forma que, a pesar de sus claros efectos contraproducentes para la
sociedad y del estado actual de la técnica, se nos sigue predicando, implícita o
explícitamente, como única. Adelantaría aquí que para mí la modernización tiene que ir
mucho más allá de una simple mejora en el uso o en la funcionalidad del dinero dentro del
comercio y de las políticas económicas, su función más importante tiene que ser la de
2
moralizar e integrar las comunidades. En nuevo dinero, tal como lo veo yo, tendrá vocación
temporal e instrumental y hará de catalizador moral en el tránsito hacia una sociedad sin
cualquier tipo de dinero. Esto puede parecer utópico ahora, sin embargo, me atrevo
vaticinar que un nuevo dinero tiene el potencial de cambiar radicalmente nuestras
relaciones y valores sociales más profundos y arraigados. Esta nueva estructura social con
sus renovadas reglas de funcionamiento será la que tendrá que acomodar y encontrarle
utilidad al dinero y no al revés. Cuál es mi visión acerca de ese nuevo dinero y porqué creo
que será la moneda de cambio (de conciencia), lo podrá descubrir en las siguientes líneas,
teniendo siempre presente que mi análisis es sólo una entre muchas otras perspectivas en
relación a la función social y evolutiva del dinero. Comparto muchos de las soluciones y
postulados económicos y sociales de pensadores como, por ejemplo, Roberto M. Unger e
Ian Goldin, pero considero que la solución que propongo es mucho más económica,
pragmática y fácil de implementar y mantener. Invito al lector que considere este blog un
laboratorio de ensayo de las ideas al que está bienvenido para hacer cualquier comentario,
refutando o apoyando mis ideas, y ser parte de esta aventura intelectual. Es más, valoraré
más sus críticas y hacerme dudar que la aprobación o la confirmación de mi propuesta.
¡Gracias por su colaboración!
Considerando que:
1. Los bancos deben su razón de existir al hecho de que siempre ha habido, en mayor o,
cada vez, menor medida, dinero físico. Éste, como cualquier entidad física, tiene que
estar siempre en algún lugar y, como cualquier entidad física que tiene valor y es
aceptada a cambio de otros valores, requiere ser guardada en un lugar seguro y
exclusivo. Con dinero físico me refiero, se entiende, al que se puede tocar y sentir, y
que en la actualidad alcanza un modesto 3 % de todo el dinero en circulación (ese
porcentaje varía según el país; para ver cifras exactas, consulte el Libro Azul publicado
anualmente por el Banco Central Europeo). Los avances tecnológicos en información
nos presionan de facto, y en contra de las políticas conservadoras de mantener el dinero
físico, hacia una gradual y completa digitalización del dinero. Habrá que preguntarse
pues ¿por qué los gobiernos y/o los creadores del dinero no están promoviendo las
tecnologías para la eliminación de ese cuantitativamente insignificante remanente,
dados todos esos problemas que crea? ¿Por qué no hacer que todo el dinero sea digital
o electrónico, ya que el 97 % ya lo es? ¿A quién favorece más y quién tiene más interés
en mantener ese 3 %? Ni que decir tiene que los primeros interesados son, desde luego,
los bancos. Los orfebres de la antigüedad y los bancos de hoy difieren en muchos
aspectos en cuanto sus prácticas y modelos de negocio, pero coinciden en una cosa
fundamental que se obstina en permanecer: ambos tienen arcas o cámaras acorazadas
seguras para guardar grandes cantidades de dinero/valores a disposición de sus clientes
(menos cuando hay retirada masiva de fondos, se entiende) y para mantenerlo lejos de
la tentación de ser robado. En pocas palabras, los bancos han existido siempre sólo
porque siempre ha habido algo tangible de valor que atesorar (oro, títulos valores,
dinero), siendo ésta una condición sine que non para que sigan existiendo.
2. Desde su creación, en todas las civilizaciones humanas, el dinero se ha mantenido
siempre en la cima de la clasificación como la invención del hombre que más ha
contribuido al desarrollo económico y al fortalecimiento del tejido social. Ha sido, y
3
sigue siendo, el instrumento por antonomasia para llevar a cabo con facilidad acuerdos
y transacciones comerciales, un indudable instrumento muy superior a los primitivos
sistemas de trueque. Su importancia para la economía, sobre todo a partir de la
segunda guerra mundial, ha aumentado de modo exponencial y ha hecho que hoy no
concibamos la vida sin él. Las economías, y por desgracia la práctica totalidad de las
actividades humanas, giran alrededor del dinero. Se puede decir que el dinero (e,
indirectamente, las élites que lo controlan) gobierna el mundo. Sin embargo, debido a
las características que le hacen vulnerable y a su indebido uso, su gobierno no es ni
democrático, ni socialmente justo, sino partidista, exclusivo, frío, calculador y
tiránico, generando la mayor parte de las fragmentaciones y conflictos sociales que hoy
experimentamos. A pesar de todo ello, la percepción que hoy tenemos del dinero es
más bien positiva. Sabemos que éste lo compra todo y que todo tiene, o puede tener,
un precio, lo cual, en teoría, no está necesariamente mal. Los problemas aparecen en
la práctica cuando ingentes cantidades del mismo, si no casi todo, se acumula en las
manos de unos pocos que, guiados por su instinto natural, hacen todo lo posible para
inclinar a su favor la balanza del poder −el económico y, por estar existencialmente
ligado a él, el político−, convirtiendo a los que no lo tienen, o difícilmente pueden
acceder a él, en sus esclavos (aunque éstos raras veces se consideran a sí mismos como
tal). Día a día, sea desempeñando un trabajo remunerado, estudiando, arriesgando los
ahorros o el impago de algún crédito para que algún negocio salga adelante, enfocamos
todos nuestros esfuerzos sólo en conseguir dinero (sacrificando muchas veces valores
inmateriales personales que no tienen etiqueta de precio). Esta incesante lucha es en
esencia una sutil forma de trabajo forzado, todo lo contrario de lo que los defensores
del statu quo nos predican a diario en los medios de comunicación, lo cual nos aleja
cada vez más de la sensación o el ideal de bienestar personal, eso es, vivir en armonía
con los demás y con el medio ambiente. Las sociedades y sus valores se han ido
adaptando al dinero para acabar girando a su alrededor no sólo porque el dinero es
aceptado a cambio de casi cualquier cosa, incluidos nuestros esfuerzos físicos e
intelectuales y lo que la naturaleza nos provee de modo gratuito en forma de materias
primas o alimentos, sino porque, una vez cubiertas nuestras necesidades, nuestra
relación con él cambia. Acumular fortunas es más que un paradigma social, se ha
convertido en una cultura, en una filosofía y en una forma de vida - se entiende, cada
vez más característica de una menguante minoría cada día más poderosa, exclusiva y
excluyente. Y lo que es más peligroso y menos visible, ellos son los modelos sociales a
seguir, los ganadores, los campeones del capitalismo. Sabemos que cantidades
considerables del mismo nos ayuda a conseguir poder, comodidades y reconocimiento
social. Incluso, nos hace creer por momentos que hasta podemos conseguir la felicidad
−bueno, los sucedáneos de la misma que encontramos en las estanterías−, o, si se puede
ser tan hipócrita, el amor. Sin embargo, para la mayoría de nosotros el dinero es solo
un (amo) tirano con cara sonriente y brazos abiertos que asegura querer ayudarnos,
cobrar comisiones imperceptibles y ser muy condescendiente y flexible con los pagos
de lo debido, pero en cuya espalda se puede leer en letra grande: TAE 29,9%*, donde
el asterisco nos llevaría a toda esa letra pequeña que nadie nunca lee. La letra pequeña
está dirigida en última instancia a abogados y jueces. Lo más preocupante es que los
que poseen la mayor parte del dinero y/o controlan su creación y la concesión de
créditos tienen el control sobre el resto de nosotros. El dinero ha pasado de ser,
4
originaria e históricamente, un medio para convertirse irreversiblemente en un fin en
sí mismo. Esto no sería un problema si no fuera porque la mayor parte de nosotros, el
99 % para ser más exacto, no sólo no tiene la capacidad de crear dinero, o de participar
de algún modo en su creación y asignación, sino que tiene que poner todo su esfuerzo
personal y energía para competir con el despótico 1 % para obtenerlo y cambiarlo, casi
al instante, por un modesto y (de nuevo, por ese mismo 1 %) sobrevalorado bienestar.
3. El dinero, este gran artificio del hombre, surgió de la necesidad y de modo espontáneo
como medida abstracta para resolver los problemas inherentes de los primitivos
sistemas de trueque y cumplir un básico papel comercial y, recientemente, económico.
Crear, y convenir en aceptarlo a cambio, un continente o contenedor físico que
comprima, conserve y transmita un contenido, sea éste material o inmaterial –como
una cosa de valor, unos bienes o servicios del comercio, una idea o un acuerdo−, fue
una ocurrencia inteligente del hombre de la antigüedad cuya naturalidad y
pragmatismo sólo fueron superados por su unicidad. Fue esta unicidad,
complacientemente aceptada en unanimidad, la que le mantuvo inalterable en el
vaivén de lo político, lo económico y lo existencial de distintas sociedades y épocas
hasta nuestros días. Desde nuestra perspectiva nos resulta claro ahora que no podía
haber sido de otro modo, dado el estado de la técnica de aquellos tiempos. Sin
embargo, ¿qué sentido tiene hoy seguir utilizando ese contenedor físico y cualquier
otro papel que lo represente en la sociedad tecnológica de hoy? ¿Consideró alguna vez
que, si se desprovee al dinero de esa cualidad de ser físicamente tangible y, en alguna
fase del flujo circular de las actividades económicas, de tener que estar siempre en
posesión de alguna persona, lo único que queda es pura información? Cualquier cosa -
cosa en sentido amplio, como sería una deuda, un crédito, un bien del comercio, una
prestación o nuestros ahorros- que esté detrás de cada unidad monetaria y que hemos
convenido que ésta represente como unidad de cambio en nuestras transacciones es
fundamentalmente información. Si consideramos el estado actual de la técnica,
llegamos con facilidad a la conclusión de que esta información se puede guardar y
transmitir de muchas maneras y con mucha más facilidad, seguridad y rapidez que el
dinero papel. Sin entrar en consideraciones de política y economía, descubrirá con
naturalidad que esa cualidad física del dinero, por muy natural y útil que hoy nos
parezca y que damos por sentada como cualidad indispensable, es una mera reliquia
histórica que, a la postre, se ha convertido en el mayor escollo socio-evolutivo. Eliminar
todo el dinero físico y hacer que cada unidad monetaria o divisa sea digital y
distinguible de las otras del mismo tenor es la asignatura pendiente de la sociedad
tecnológica actual.
4. Mirando desde cerca, descubrimos con facilidad que todas las características que tan
familiares nos resultan del dinero −sea éste efectivo o virtual− de ser fungible, líquido,
anónimo y fácilmente convertible e intercambiable benefician en realidad cada vez
menos a la producción y al comercio de bienes y servicios, y de ahí a los verdaderos
creadores de valor de la economía. Asistimos con impotencia a la desnaturalización
acelerada de nuestro familiar dinero, no teniendo más remedio que aceptar a cambio
un dinero mutado que favorece cada vez más al sector financiero y a las ricas
multinacionales que evaden impuestos mil millonarios. Un dinero sin cualidades
económicas reales, cuyas mayores calidades son la cantidad y el anonimato de uso. Y
no es sólo una cuestión de teoría económica, es una realidad social cada vez más visible
5
e inaguantable. El dinero físico y el virtual anónimo, sólo sirven para generar, por un
lado, ricos cada vez más ricos, reducidos en número, políticamente influyentes y
poderosos y, por otro, pobres cada vez más pobres y numerosos, políticamente
irrelevantes y dependientes de los ricos. El único objetivo de éstos seguirá siendo
siempre el de asegurar por todos los medios (aunque prefieren llamarlo “hacer lobby”)
su posición influyente e imponer sus criterios a gobiernos y legisladores para mantener
esta posición dominante, tanto en la sociedad y la política, como en la economía. Es la
mayor y la mejor disimulada desigualdad social y de oportunidades de toda la historia
humana. "Cuando la tasa de rendimiento del capital supera la tasa de crecimiento de
la producción y los ingresos, como lo hizo en el siglo XIX y parece muy probable que lo
haga de nuevo en el siglo XXI, el capitalismo genera automáticamente las desigualdades
arbitrarias e insostenibles que socavan radicalmente los valores meritocráticos en que
se basan las sociedades democráticas." Thomas Piketty en El Capital en el siglo XXI
(2014). Y si consideramos la disfunción congénita y estructural del capitalismo que
persiste en la actualidad –eso es, crecimiento económico ilimitado en un planeta con
recursos finitos que da sustento a una población humana que crece exponencialmente,
generando costes sociales y medioambientales insostenibles−, diría también que el
dinero no sólo no sirve para resolver ese problema apremiante, sino que −al ser vertido
incondicionalmente en la economía con la excusa de que necesitamos crecimiento
económico para resolver, como si ese no fuera suficiente, otros problemas generados
también por las insalvables disfunciones del capitalismo− hace que empeore cada vez
más. Sobre las contradicciones existentes en el sistema y sobre el fin del capitalismo,
sugiero al lector el reciente libro de David Harvey (2014), "Seventeen Contradictions
and the End of Capitalism". Inspirado en la distinción que K. Marx teorizó sobre valor
de uso y valor de cambio, el autor plantea y desarrolla una nueva teoría, un tanto poco
convencional pero digna de toda nuestra atención, sobre el papel actual del dinero y
de su relación con el valor socio-económico que le damos.
5. Las cualidades mencionadas anteriormente, tan alabadas históricamente por los
economistas convencionales, no sólo han dejado de ser tal, sino que se han vuelto en
contra de todas las demás funciones del dinero, esenciales para la estabilidad
económica y el bienestar social, i.e., favorecer la producción y el intercambio de
bienes y servicios, asegurar la estabilidad económica, estimular la inversión y el ahorro
y proveer una socialmente justa pre/redistribución de la riqueza y de los recursos
naturales, procesados o no. Otra disfunción del dinero actual es el "necesario" interés
que se le aplica en las transacciones financieras. Lo consideramos tan necesario y
legítimo que lo llamamos interés legal (claro, por que lo es, por imperio de la ley).
Pensándolo con detenimiento llegamos con facilidad a la conclusión de que el interés
sobre el dinero existe solo porque sigue habiendo dinero físico, eso es, algo que
requiera ser guardado y "cuidado". Es la demeritada −y en muchos casos, usurera−
retribución que corresponde al que tiene que hacer frente a la "penosa" empresa de
atesorar, cuidar y decidir a quién prestar el dinero. Los bancos, a pesar de no aportar
valor alguno a la economía, saben distinguir mejor que nadie lo que tiene valor y lo
que no en la economía. Al conceder créditos, ellos siempre exigen y "agarran las manos"
en una garantía o un aval (con una garantía), pero no a su valor de mercado, sino al
80% del valor que ellos periten, que antes de la crisis su codicia les llevó a hincharlo a
un entre el 100% y el 120 % de su valor real. Se insiste en que sin bancos la economía
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no podría funcionar y que el interés sobre el dinero es su merecida (?) retribución.
Todos sabemos sin embargo que, en realidad, lo único que los bancos hacen es
multiplicar el dinero de la nada, desconectarse cada vez más, a sí mismos y al dinero
que crean, de la economía de lo tangible y alimentar la inflación y/o el desempleo.
Podría importarnos poco, y con más razón si creemos a sus creadores cuando insisten
que ese es el mejor camino para crear empleo, si no fuera porque la especulación
−como siempre lo ha hecho− lleva a fluctuaciones radicales en el valor de los activos y
en el bienestar social, crea burbujas y origina largas crisis económicas que desembocan
siempre en depresión (la actual depresión sólo espera en hacerse visible de un modo
inequívoco una vez los EEUU incurran en el impago de sus hace tiempo insostenibles
deudas externas y el precio del dólar caiga en picado; para tener una idea exacta,
consúltese el análisis de James Rickards de su reciente libro (2014) "The Death of
Money: The Coming Collapse of the International Monetary System". La natural
pregunta que preocupa a muchos es ¿qué hará China con todos esos bonos del tesoro
estadounidense que tiene? y ¿qué impacto tendrá el impago estadounidense de las
deudas en la economía del mundo?). Se han exprimido tanto las cualidades del dinero
y se han aprovechado tanto sus debilidades que éste ha dejado de servir con eficacia
al hombre como instrumento o referencia abstracta para cubrir sus necesidades y
asegurarse el bienestar. Damos por sentado que lo único que importa es cuánto dinero
hay o cuanto más se puede producir del mismo y que nuestros problemas sólo se pueden
resolver con dinero, o sea más dinero, lo cual quiere decir, más deudas. Lo más
importante no es la cantidad del dinero que existe en circulación sino su calidad. El
dinero mejorará cualitativamente solo si cada unidad monetaria llega a contener y
transmitir, cada vez que cambia de manos, toda la información relativa a: su origen,
la identidad y la solvencia de su creador original y de todos los poseedores sucesivos y
si fue asignado o invertido en actividades productivas o socialmente útiles. Sabemos
que con cada inversión, cada vez que el dinero cambia de manos, el dinero se
multiplica. Pero ¿cuál es exactamente el valor que representa ese dinero nuevamente
creado? ¿En qué se a invertido exactamente¿ y ¿cuál es su valor en el mundo real? Si
vamos a mantener el dinero anónimo, está claro que los que tienen la capacidad de
crear/multiplicar el dinero, bancos y financieras básicamente, los grandes
intermediarios, nos dirán muy poco o nada sobre esa relación entre valor y precio. Para
ellos, lo que cuenta es el número de unidades monetarias anotadas a su nombre y el
valor de los activos de sus opacos y "arreglados" registros contables. Esa sólo es una
cuestión moral, dicen, a fin de cuentas, la finalidad de los negocios es hacer negocios,
¿no? Hacer dinero, ese es su gran "negocio", con lo cual quiero decir timo. Llama la
atención un hecho sobre las prácticamente todas políticas de hoy, y da igual el régimen
o el color político que las genera. Se insiste a bombo y platillo en la creación de empleo
y en el crecimiento económico. Para los políticos de hoy, da igual si el crecimiento
viene, más notablemente después de esta última crisis, de invertir más en viviendas
que luego acaba en los manos de los bancos, en su rescate y en la estimulación del
consumo, cualquier cosa, menos lo que es realmente productivo. Sin embargo, ninguna
de ellas menciona, siquiera indirectamente, lo que en realidad es lo más importante
en cualquier economía, ya que todo lo demás lo seguirá: el dinero físico y anónimo.
Sabemos muy poco o nada sobre gran parte del dinero que está en circulación y, sin
embargo, toda nuestra atención está puesta en las acciones y el potencial de las
7
personas que intercambian bienes y servicios por dinero y que paguen los impuestos.
Hay leyes tanto para combatir todas las actividades o acciones humanas no deseables
o anti-sociales/económicas, como para estimular sus actividades que aseguren el
crecimiento económico y la creación de empleo -que de vuelta son garantía para las
reelección de los políticos en los cargos, pero ninguna para rastrear el dinero por su
número de serie, por ejemplo, si no para digitalizar todo el dinero y hacer que cada
unidad monetaria sea única y distinguible. Parece importarles poco a los gobiernos de
hoy si el origen del dinero es lícito o no, si tiene respaldo en unos bienes y servicios
reales de la economía o en la inversión para producirlos, si proviene de un paraíso
fiscal, si se destina en parte a “hacer lobby” o a sobornar a las autoridades para
defender los intereses de las élites o de poderosas multinacionales que exprimen los
recursos humanos y saquean los del planeta, o se crea de la nada como deuda que, en
su mayor parte, será pagada por las generaciones futuras. Lo único que se ha hecho
para combatir esas actividades ilícitas o inmorales ha sido convenios y leyes nuevas
−más papeles mojados− cuya complejidad aumenta en proporción inversa con respecto
a su aplicabilidad y efectividad. En pocas palabras, mi premisa es que todo esto es
posible sólo porque “el dinero no tiene olor” (Vespasiano). El anonimato del dinero es
una infeliz debilidad de tipo “sírvanse ustedes mismos” −aunque los economistas
insisten en que es la mayor virtud y el elemento fundamental del laissez faire− que es
aprovechada al máximo una y otra vez por bancos, políticos corruptos, blanqueadores
de capitales, oligarcas, oportunistas, especuladores y reducidas clases privilegiadas y
sedientas de poder.
6. Resulta obvio, pues, que lo que se necesita es dar más calidad al dinero no imprimir o
generar electrónicamente más unidades del mismo. Más calidad significa más
información, o sea, más exacta, fiable, segura, comprensiva, transparente y oportuna
acerca de cada unidad monetaria en circulación. Unas cualidades que nos habiliten
hacer en cada momento un juicio sobre la relación de cada unidad con el valor real, el
valor que efectivamente representa y no el que los expertos "pintan" en los libros
contables de los grandes creadores de dinero. Necesitamos un sistema donde la mano
izquierda sepa en todo momento lo que está haciendo la derecha. Eso es, saber −o
tener la capacidad de acceder con facilidad a ella −, en cada momento y en cada
posición dentro del flujo circular de las actividades económicas, toda la información
concerniente a: el origen y la finalidad de cada unidad monetaria empleada en las
transacciones comerciales o en las asignaciones presupuestarias del estado, la
existencia o no de otro sujeto con derecho a reivindicarla y, en su caso, si las partes
implicadas son económicamente solventes, o sea, si transan arriesgando o
garantizando con los ahorros o bienes propios o con los de otros, advertidos éstos o no
de ello. En la actualidad todo esto parece imposible, ya que en cualquier momento el
dinero puede ser separado y aislado del flujo en forma de dinero físico, cobrando de
nuevo autonomía como crédito (y generando más intereses a los bancos). Por otro lado,
a través de sucesivas anotaciones en las cuentas de sus deudores, los bancos conceden
créditos mucho por encima de sus activos (de los depósitos, básicamente, aunque en
las últimas décadas los bancos empezaron a alargar sus brazos hacia otros activos duros
como terrenos agrícolas en África o aluminio) y crean dinero de la nada –aunque para
describir este fenómeno ellos usan el eufemismo “multiplicador bancario”−,
garantizándolo con una modesta reserva fraccional, que en la zona euro es del 1%. Cada
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billete, moneda o unidad monetaria electrónica es como una especie de cheque al
portador en el que lo único que queda inalterable es la cantidad y, en el caso del dinero
en efectivo, otros identificativos como la fecha, el emisor y el número de serie −número
actualmente irrelevante para la economía, aunque en realidad éste debería ser lo único
que le conectara a ella a través de la identificación en todo momento de la transacción
y de las partes−, pudiendo virtualmente ser indefinidamente escritos y borrados, o
simplemente obviados, todos los demás datos que, tengo que insistir, son en realidad
los más importantes para la continuidad del flujo circular mencionado y, en
consecuencia, para la estabilidad económica: la identificación, tanto del poseedor
actual como del anterior, de modo que sólo pueda ser reclamado por uno solo en un
momento dado −por eso a partir de la modernización del dinero los bancos perderán su
razón de existir−, el carácter de prestado o ahorrado, su destino y la relación que tiene
con el valor añadido, la productividad, la creatividad, el interés común o la utilidad
social. El nuevo dinero digital podrá contener toda esa información sin quitarle
facilidad de uso o liquidez, con la capital diferencia de que sus usuarios tendrán que
adaptar sus transacciones a sus características (y demás condicionantes, véase
Propuesta), tanto cualitativas como cuantitativas, todo lo contrario de lo que está
sucediendo en la actualidad.
7. La eliminación de todo dinero físico, de ese 3% que queda en la actualidad, hará
redundante la existencia de los bancos y, una vez desaparecidos, de toda entidad
financiera, con lo cual, ya que no habrá nada que requiera ser guardado, tampoco
tendrá justificación el interés sobre el dinero. En su lugar, se podrá aplicar a los
préstamos un porcentaje para estimular el ahorro y la inversión, pero en concepto de
prima y como cuota parte de los beneficios, que en todo caso será hecha efectiva sólo
cuando se generen esos beneficios y no antes, cerrando, de este modo, la puerta grande
de la especulación. Considerando el actual estado de las tecnologías de la información
y comunicación, la modernización del dinero se nos presenta no sólo como factible,
sino además −dada la crisis económica en la que estamos− como necesaria. Si el dinero
es información, la solución obvia será crear una base de datos e implementar unos
servidores exclusivos donde guardar esa información (como los servidores informáticos
actuales) y la infraestructura para acceder a la información y usarla con eficacia y
seguridad. Asimismo, harán falta nuevos programas, protocolos exclusivos y una capa
de seguridad para el tratamiento de esa información −entendiendo por tratamiento
todas las acciones que permitan la recogida, grabación, conservación, elaboración,
conversión, modificación, bloqueo y cancelación de datos. Otro elemento fundamental
para la funcionalidad y estabilidad del sistema será la identificación segura y en todo
momento de los movimientos de cada unidad monetaria, por su número de serie, y de
los que llevan a cabo dichas acciones. Al mismo tiempo, para proteger la privacidad,
se deberán almacenar de forma segura e imborrable todos los registros de creación,
acceso, modificación y cesión de los datos, permitiendo a las personas concernientes a
acceder a ellas con seguridad. Mencionaría aquí, sin embargo, que no pretendo ser el
primero o el único que detectó y aboga por la tendencia de desaparecer del dinero
físico y de los bancos (centrales), ni mucho menos. Hace años que autores como
Benjamin J. Cohen (2001, “Electronic Money: new day or false dawn?”, Review of
International Political Economy, Vol. 8, No. 2, pp 197 – 225), e incluso el ex gobernador
del Banco Central de Reino Unido, Mervyn King, vaticinaron que el dinero físico y los
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bancos tienen sus días contados. Otros autores (como Joel Kurtzman, 1993, y su dinero
megabyte en “The Death of Money”, Nueva York: Simon & Schuster) auguraron incluso
la desaparición de cualquier tipo de dinero. Relevante es también el libro: "Modernising
Money: Why Our Monetary System is Broken and How it Can be Fixed" de Andrew
Jackson y Ben Dyson, Londres 2012, o las diversas publicaciones (en inglés), incluidos
blogs, de Dave G.W. Birch: http://www.dgwbirch.com/DGWB/Welcome.html. Hasta
hubo una iniciativa del estado en Singapur (el Proyecto Singapore’s Electronic Legal
Tender) de digitalizar todo el dinero, pero que no dio los resultados esperados; véase
Van Hove “Making electronic money legal tender: pros & cons”, que escribió para
“Economic for the Future”, University of Cambridge, Septiembre 17 – 19, 2002).
Desarrollaré este punto en detalle en la segunda parte del blog (en Propuesta), donde
trataré las inconveniencias y los obstáculos que se me ocurren acerca de la
digitalización del dinero y de las soluciones que propongo y que varían respecto a las
de los autores mencionados.
8. Resolver los problemas relacionados con la seguridad online, considerando los que ya
experimentamos, junto con los costes que suponen ese nuevo sistema y la natural
oposición de los que tienen interés en el mantenimiento del statu quo, de las invisibles
clases dirigentes, son, a mi entender, los mayores retos de la modernización del dinero.
Pero si el 99 % realiza que la eliminación del dinero físico y la digitalización distinguible
de todo el dinero resolverán la mayor parte de los problemas que le preocupan en la
actualidad, que, al fin al cabo, el cambio se reduce a un problema tecnológico y no
político, por tanto medible y controlable, y que el coste de su implementación palidece
frente al coste que ya paga por existir dinero tangible −considérese solamente la
corrupción y los 50.000 millones € (que equivalen a un 6,3 % del total) que cuestan a
la UE cada año en gastos de mantenimiento e infraestructuras de las transacciones que
emplean los 790.000 millones € en metálico que existen en circulación, según el
Consejo Europeo de Pagos−, entonces entenderá que ese cambio es necesario y que
hay que unir los esfuerzos para superar los retos tecnológicos y canalizar el consenso
social necesario para la implementación de un sistema que esté en línea con el estado
actual de la técnica y que beneficie a todos. Necesitamos un sistema que asegure una
economía estable y una sociedad justa, y que sea además medioambientalmente
sostenible. Todo esto se podrá conseguir si democratizamos la información y la creación
del dinero. Aunque no tengo formación en las tecnologías de la comunicación e
información, he buscado información actualizada sobre el tema y he concluido con
algunas reflexiones que podrían servir como punto de partida para la solución, al menos
sobre el papel, de los problemas que se me ocurren y que discutiría con interés con los
entendidos en la materia y con cualquiera que tenga una opinión informada.
9. Obviamente, si se elimina el dinero físico, se digitaliza todo el dinero y, a partir de
ello, se prescinde de los bancos, habrá que poner algo en su lugar que desempeñe todas
las funciones económicas que éstos ahora asumen, donde las funciones de crear y
destruir el dinero serán las más importantes. Volveré con detalles sobre la necesidad
de destruir el dinero en ciertas situaciones económicas, y con ello no me refiero a la
destrucción automática que se produce en la actualidad al pagarse o cancelarse una
deuda, y sobre cómo hacerse la destrucción del dinero con el fin de asegurarse la
estabilidad económica. Otro banco, entidad o institución con las funciones de los
bancos y financieras de hoy, sea él público o privado, al que exigirle reservas, como en
10
algunos estados islámicos, del 100% para poder operar no mejorará nada en la economía
y, temprano o tarde, volveremos a lo mismo. En cuanto nacionalizar bancos o volver al
patrón oro, son medidas que empeorarán la ya de por sí dañada situación económica
(hecho admitido por la corriente predominante de la teoría económica) y social de hoy,
sin considerar el medio ambiente. Ese algo, como apuntaba en las líneas anteriores,
será en cualquier caso un sistema que aproveche al máximo las nuevas tecnologías de
la información y comunicación, eso es, una base de datos nacional única, unos
servidores, unos dispositivos electrónicos seguros de acceso y un sistema para el
tratamiento de la información, aparte de unos principios nuevos para la creación,
identificación y asignación del dinero y, como decía, para su destrucción. Es verdad
que gran parte de las transacciones comerciales de hoy ya se llevan a cabo online, pero
al final el dinero acaba invariablemente en los libros (digitales) de algún banco y sin la
posibilidad de distinguir cada unidad monetaria de otra, sea esta digital o física, de
modo que la red es sólo una pequeña parte del sistema, cumpliendo una función
modesta y transitoria de conducto para la transmisión de la información. Al ser los
únicos que procesan y contabilizan esa información, los bancos tienen la prerrogativa
de crear dinero de la nada con absoluta arbitrariedad y al margen, se entiende, de
control alguno por parte de los verdaderos creadores de valor de la economía. Aparte
de que no aportan ningún valor, generan, en la práctica totalidad de los casos, más
perjuicios que beneficios, cosa en que coincidimos todos, incluso, a regañadientes,
ellos mismos. Es difícil darse cuenta donde acaba su arrogancia, dado su peso
económico en tiempo y latitud, y donde empieza su chantaje moral. Por lo que se ve
los bancos, sobre todo después de la crisis que empezó en el 2008, parecen no haber
aprendido nada, así como tampoco parecen haber olvidado nada, bueno, o casi nada.
Habrá que recordarles, pues, que ese flagrante engaño ha sobrevivido y se ha venido
aceptando hasta nuestros días sólo porque, de algún modo, hemos llegado a dar por
sentado que la economía no podrá funcionar sin ellos, que son “demasiado grandes
para fallar”, que son los únicos de confianza para guardar nuestro dinero (físico) y
generar otro, a su cuenta y aplicándole su "legal" y "legítimo" interés, en forma de
créditos para las inversiones que tanto necesitan nuestras economías. Mi teoría es todo
lo contrario, la economía, y por consiguiente la sociedad, no sólo podrá prescindir de
ellos, sino que funcionará mejor sin ellos. Subrayaría aquí que la eliminación de los
bancos resultará de modo accidental y será sólo una consecuencia más de la
modernización del dinero que propongo y no una condición para hacerla posible.
10. Se dice que una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil, regla que, por
extensión, se puede aplicar a cualquier sistema compuesto de partes funcionalmente
interdependientes. La identificación segura del usuario en los puntos de acceso a la
red, como los terminales, los PCs y cualquier otro dispositivo electrónico físico
habilitado para conectarse, transmitir y recibir datos, es el eslabón más débil de la
red, haciendo que ésta sea insegura e inestable. Internet tiene grandes ventajas al
permitir a los usuarios conectarse desde cualquier lugar y ordenador o teléfono móvil
con sus cuentas bancarias virtuales y realizar pagos, consultas y transferencias. Sin
embargo, el precio a pagar por estas comodidades son los riesgos a los que estos
usuarios quedan inadvertidamente expuestos durante la conexión y ceden
involuntariamente una importante cantidad de información personal que puede ser, y
es muchas veces, usada para cometer fraudes. Estos riesgos aumentan dependiendo
11
del lugar (hogar, oficina o lugar público) y del medio usado (el ordenador personal o
público o cualquier otro dispositivo móvil, alámbrica o inalámbricamente a una red).
Los protocolos SSL (capa de conexión segura) y TLS (seguridad de la capa de transporte)
recién implementados para la seguridad de las transacciones han tardado poco en
mostrar sus debilidades y ser explotadas por los hackers. Lo que más preocupa, sin
embargo, no son las intenciones criminales y las veleidades de esos hackers que
consiguieron saltarse los protocolos y descifrar cookies seguros que se usan para
conectarse al correo electrónico y a las cuentas bancarias online o la eficacia de la ley
para traerles ante sí y castigarles. Lo que más preocupa es el hecho de que estamos
cada vez más dependientes de una red cuya funcionalidad y fiabilidad −tratándose de
la conservación y la transmisión de datos privados, incluidos los de identidad−
dependen indefinidamente de las mejoras de los protocolos de comunicación y de
almacenamiento de datos y de los dispositivos electrónicos de acceso a la red. Y para
hacer que ese problema sea peor aún, las mejoras más importantes de la red vienen
del sector privado, al que por naturaleza sólo le importan los beneficios, y nuestra
seguridad por naturaleza no aporta siempre beneficios, al contrario, es un gasto.
Considerados todos estos problemas, los usuarios finales −y legítimos propietarios de la
información que les concierne solo a ellos− no tienen ningún control sobre la
información privada o, incluso si tienen alguno y saben como usarlo, es muy limitado.
Lo peor de todo es que los usuarios de la red tampoco cuentan con una protección legal
eficaz cuando sus derechos sean vulnerados. Considérese sólo el hecho de que la mayor
parte de la información privada que cada uno de nosotros vuelca a diario en la red es
almacenada en servidores situados fuera del país de residencia (EEUU teniendo en su
territorio el mayor número de estos servidores del mundo), lo cual deja al usuario con
muy poca o ninguna protección legal en su país, sin hablar del control sobre quién tiene
acceso a esa información privada y con qué fines. Nos gusten o no la política y las
noticias, es imposible sin embargo no haber oído hablar sobre el asunto Snowden frente
a (¿la seguridad nacional? de) EEUU, que empezó en 2013 y que sigue sorprendernos,
que plantea serias preguntas sobre dónde acaba el poder de los gobiernos para
garantizar nuestra seguridad y sobre la justificación de sus graves violaciones de los
derechos a la intimidad y al secreto de las comunicaciones de las personas físicas.
11. El hecho de tener que actualizar continuamente los antivirus y de estar al tanto en
cuanto los últimos y más eficientes métodos para la prevención de los fraudes online,
como parte de esa lucha sin cuartel para la seguridad contra las acciones de algunos
usuarios de la red que, con independencia de la bondad o maldad relativa de sus
intenciones, operan desde una cómoda anonimidad −tanto de sus personas como de
paraderos−, es motivo suficiente para aceptar con resignación que estaremos siempre
un paso detrás de los hackers y de que la red nunca será lo suficientemente segura. Sin
embargo, no es lo que los gobiernos nos dicen, que todo está bajo control. Y si algo
finalmente ocurre, ello se debe sólo a la imprudencia o ignorancia del afectado.
¡Haberse Vd. instalado y/o actualizado el antivirus, hombre! ¿Pero qué pasa con todo
lo que tiene que ver con la seguridad de las comunicaciones electrónicas donde el
usuario no pinta nada? Sólo en la zona SEPA (Single Euro Payments Area o Zona Única
de Pagos en Euros) las transacciones fraudulentas con tarjetas de crédito arrojan
pérdidas anuales de aproximadamente mil millones de euros, según un informe de la
Comisión Europea (SEC/2008/0511, al final). La red sirve para casi todo, acaparando a
12
diario y a pasos gigantescos ingentes cantidades de información privada y usuarios con
una irresistible tendencia de acabar conteniéndolo todo: nuestra identidad, nuestros
recuerdos, nuestras propiedades y/o derechos sobre ellas, el registro de nuestras
actividades diarias y de nuestras transacciones, nuestro dinero (sea cual sea éste, y si
sobrevivirá al siglo XXI) y, en suma, nuestras vidas. ¿Quiénes son los que en todo
momento guardan, modifican, cancelan, acceden, usan y ceden el uso de esa
información?, difícil de responder, y mucho más difícil desde cuando la red se ha vuelto
tan grande, compleja e insegura que empezó a tirarse piedras sobre el propio tejado.
No hace falta ser ni informático ni ningún lumbreras para aprender, incluso asistido por
ilustrativos videos en YouTube, como acceder fraudulentamente a sitios seguros, clonar
tarjetas de crédito o robar información privada y usarla para los fraudes online. Y para
no dejar rastro, todo –aseguran algunos sitios− se puede hacer a través de una red
pública o con un portátil o móvil de última generación −que para ocultar la identidad
puede ser adquirido en el mercado negro− a través de una red pública. Los hackers lo
hacen ahora incluso con su PC (veáse "botnet": http://es.wikipedia.org/wiki/Botnet) y
sin que en algún momento se entere. Estas pérdidas no son nada despreciables y, dada
su magnitud, requieren una solución inmediata, pero ¿cómo atajar el problema si sólo
tenemos una red para todo, incluso, claro, para las transacciones comerciales? En mi
opinión, los eslabones débiles de la red son: (i) acceso público a los caracteres, al
lenguaje y al léxico de los protocolos, a los programas y a las aplicaciones compatibles
con la red; (ii) acceso público a las bibliotecas, sea el idioma de la programación que
sea, que contienen los comandos usados para crear estos protocolos y programas
informáticos que luego son compartidos por todos los ordenadores y otros dispositivos
electrónicos para comunicarse en la red; (iii) posibilidad de acceder físicamente a la
parte interna del hardware y de todo dispositivo electrónico que se emplea para
conectarse, alámbrica o inalámbricamente, a la red y manipularlo para cometer
fraudes o usarlo como modelo para construir emuladores, físicos o virtuales, con el
mismo fin, haciendo que el dispositivo conserve su funcionalidad original y no dejando
rastro detectable del acceso a su interior y de la manipulación; (iv) la interfaz entre lo
analógico y lo digital y los dispositivos de acceso (periféricos como el teclado, el ratón
y la pantalla) a los distintos niveles de comunicación informática son los mismos tanto
para el usuario como para el programador informático, de modo que, teniendo los
conocimientos necesarios − que son asimismo públicos −, la misma persona y desde el
mismo terminal puede ser al mismo tiempo o usuario de red o programador informático,
sin que el sistema pueda distinguir entre uno u otro y de sus intenciones
ilícitas/ilegales. Las debilidades de la red han favorizado la aparición de anónimas
"escuelas" o foros sociales que continuamente forman creativos e imbatibles hackers.
Los con más talento de esos hackers acaban, irónicamente, siendo los mismos que
asesoran a los gobiernos contra los delitos informáticos y la piratería online que ellos
una vez crearon y apoyaron. O sea, se les paga el dinero de los contribuyentes para
apagar un fuego que ellos mismos prendieron. ¡No podía haber sido peor!
12. Desde el principio, la red ha sido pública y global y los usuarios de la red se han ido
adaptando a ella, a sus protocolos y a sus problemas de seguridad, para comunicarse,
informarse y llevar a cabo transacciones comerciales. Siempre con un cierto grado de
falibilidad y sin aportar una solución definitiva, las mejoras y las adaptaciones de los
programas y las tecnologías de la información, sobre todo en materia de seguridad, se
13
han ido implementando, casi con exclusividad, como consecuencia de la presión que
ejerce la demanda del sector privado, personas físicas y empresas que usan con
regularidad la red y tienen un alto interés en prevenir las pérdidas de dinero y de
oportunidades de negocios. Los gobiernos parecen preocuparse y hacer poco para la
seguridad de los datos privados de sus ciudadanos, al contrario, o se mantienen callados
o se declaran impotentes. Sospecho que su silencio se debe a que la falta de seguridad
de Internet les favorece más que la plena seguridad, ya que cada vez que la información
privada de sus ciudadanos es usada indebidamente, por no saberse quién, cuándo y con
qué fines la accedió y usó, siempre podrán salirse con la justificación de que pudo
haber sido cualquiera −menos alguna autoridad, agencia o funcionario de dentro, claro.
Basta con considerar los asuntos Assange, Manning y Snowden para tener una idea sobre
la importancia de la información virtual y sobre el papel de los gobiernos en su
tratamiento con seguridad que favorezca a sus ciudadanos. Las sociedades modernas
están en medio de un proceso de digitalización creciente de gran parte de la
información privada, tanto la que percibimos y captamos del mundo físico −analógico
o material− a través de diversos dispositivos electrónicos, como la que se origina en el
mundo interior, nuestros pensamientos e ideas, y acaba transformada en bytes. Sin
embargo, la digitalización es, a fin de cuentas, sólo un medio para la conservación y el
traslado de la información de un extremo analógico a otro, situados ambos en el mundo
físico y perceptible donde se materializa la utilidad de los datos y nos ofrece la
posibilidad de acceder, en sincronía o asincronía, a ellos. Pero estas nuevas tecnologías
nos han vuelto complacientes y demasiado confiados. Tendemos cada vez más a
convertirlo todo en bytes. Al mismo tiempo, asumimos con pereza que esto es normal,
ya que todo el mundo lo hace, y que vamos a tenerlo así para siempre a nuestra
disposición. El riesgo que ello supone en caso de pérdida o destrucción, piénsese sólo
en la identidad de las personas, es difícil de prever, y mucho menos que pasará después
del uso indebido de esa información. En esos casos, estoy seguro que la ficción superará
siempre la realidad. El siguiente reto de las tecnologías de la información es, desde mi
punto de vista, conseguir que las personas tengan la facultad de conservar en privado
en formato analógico WORM (Write Once Read Many, es decir, escritura única lectura
múltiple), como garantía, toda la información que les concierne. Asimismo, tener la
facultad de acceder con facilidad y seguridad para actualizar en todo momento esa
información y emplearla como garantía o seguro ante cualquier fallo, uso indebido por
terceros (incluidas las fuerzas de seguridad y las agencias secretas del estado) u
obsolescencia de los programas informáticos o de las aplicaciones que sirven para
convertir y tratar la información en formato digital, tanto la que circula en la red como
la que está almacenada en soportes magnéticos, flash u ópticos en los servidores y
está, por tanto, expuesta a una multitud de contingencias. Una de las tecnologías que
mejor compite en la actualidad para cumplir todas esas características es la memoria
holográfica, que es mucho más duradera, rápida, fiable y reducida en volumen (un
terabyte de datos, o más de 200 películas de 4.5 gigabytes – que puede incluir en
formato analógico texto, imágenes, videos, etc.− en un cristal de niobato de litio o
fotopolímero del tamaño de un terrón de azúcar) que todas las demás tecnologías de
almacenamiento de datos. Además, tiene la gran ventaja de que es analógica, puede
durar cientos de años y podrá ser recuperada con seguridad y autonomía en cualquier
momento posterior. Volveré con detalles en Propuesta.
14
13. La utilidad más inmediata que Internet nos aporta son la comunicación y el intercambio
de información al instante. Se ha convertido en un fenómeno mucho más profundo que
un simple cambio cultural o de conveniencia social, ya que afecta la mayor parte de
las actividades humanas y de las instituciones que mantienen las sociedades
funcionales. El 90% de las empresas ya usan la red para llevar a cabo la mayor parte de
sus transacciones y sólo un 30% de los documentos que se generan, facturas, contratos,
etc., acaban impresos en papel. El número de las administraciones públicas que usan
la red, tanto para administrar, como para comunicarse con los contribuyentes, y la
cantidad de trámites administrativos que se pueden realizar sólo online aumenta de
modo exponencial (en Suecia la práctica totalidad de los trámites administrativos se
pueden realizar solo por Internet, y sin que haga falta imprimir nada sobre el papel,
durante o al finalizarse los trámites). Está claro que, sobre todo en los países
industrializados y con alta penetración de las tecnologías y las infraestructuras de la
información y la comunicación, tanto el sector público como el privado se mueven hacia
una administración y una economía sin papeles, a pesar de la persistencia de los
problemas estructurales de seguridad, al tratarse de la identidad de las personas, y de
la falta de medios materiales y de conocimientos informáticos que afecta a una parte
importante de los ciudadanos. La mayor preocupación, a pesar de las cada vez más
complejas medidas de seguridad implementadas hasta la fecha, sigue siendo la
autenticación de los usuarios en los puntos de acceso a la red y la creciente
sofisticación de los fraudes online que, en la práctica totalidad de los casos, se
adelantan en tiempo y complejidad a las medidas tomadas para combatirlos. Igual de
importantes son el almacenamiento y el acceso a los datos identificativos y, en general,
a todos los que tienen el carácter de privado. El talón de Aquiles de las nuevas
tecnologías de la información y de la red es que los usuarios se tienen que adaptar a
éstas y no al revés, en un mercado donde las nuevas tecnologías van siempre al mejor
postor en detrimento, muchas veces, de la seguridad de todos los usuarios y legítimos
propietarios de la información que les concierne en exclusividad a ellos. Si a las
empresas privadas que crean la mayoría de esas tecnologías no les interesa un cierto
aspecto o todos de la seguridad de los usuarios, por no aportarles beneficios −a ellos o
a sus clientes− o por no generarles pérdidas significativas, lo más seguro es que la
seguridad es un tema que se quedará sin resolver y los afectados tendrán que
aguantarse y esperar de sus gobiernos una solución práctica, homogénea, duradera y
segura. Lo que se necesitan son tecnologías concebidas desde cero que se adapten a
las necesidades de los ciudadanos, donde la seguridad de su información privada sea el
punto de partida y la razón de existir de las mismas, y no parches del mercado aplicados
a los ya existentes que sólo satisfagan a una pequeña parte de los afectados (que son
al final los que mejor pagan, claro). Los que idearon Internet no pudieron, y tampoco
debieron, prever el uso que iba a dársele a la red y los problemas de seguridad que con
ello se generarían. Gran parte de la información que se intercambia en la red y que,
con el fin de preservar la confianza −fundamental para las transacciones−, requiere
autenticación y localización de los usuarios es tratada y almacenada por empresas
privadas, muchas de ellas bancos (¡dichosos bancos!), que usan medidas de seguridad,
dispositivos y protocolos que han sido creados a medida también por empresas privadas.
Estas empresas, por definición, actúan movidas por potenciales beneficios y no por
sentimientos altruistas o patrioteros para resolver los problemas de seguridad de todos
15
los ciudadanos usuarios de la red. Los dispositivos electrónicos y el software que estas
empresas crean se ajustan a las demandas de sus clientes y, muchas veces, están
diseñados para requerir servicios postventa y garantizarle al productor más beneficios,
sin hablar del problema de la obsolescencia tecnológica de esos productos, sea ésta
intrínseca e intencionada −con el mismo fin de asegurar más beneficios− o extrínseca
y sobrevenida. Cualquier sistema o dispositivo de pago electrónico tendrá tanto éxito
como el nivel de confianza que la gente deposite en él. La confianza, a su vez, será
satisfactoriamente alcanzada cuando la implementación del sistema de pago haya
alcanzado una masa crítica, o sea, que sea el medio más usado y entre los existentes y
que la gente lo prefiera por su fiabilidad y facilidad de uso. Al venir todos estos sistemas
de pago del sector privado, que compite en la generación de beneficios, el resultado
será necesariamente uno de los dos siguientes: fragmentación del mercado sin llegar a
alcanzar una masa crítica o el monopolio del ganador. Ninguna de estas dos alternativas
satisfará los requerimientos de seguridad mencionados y los usuarios en general serán
los últimos en ser considerados. Lo que se necesitan son protocolos nuevos, tanto para
las redes y los servidores dentro de los estados, como para la comunicación y el
intercambio instantáneo de información entre estados y con la red “vulgar”, si se me
permite, la www. Al mismo tiempo, la seguridad en el tratamiento de los datos de
carácter privado debería ser declarada asunto de interés público, si no un derecho
constitucional fundamental, y con más razón si dichos datos incluyen también el dinero.
Asimismo, se deberá permitir la participación activa de los ciudadanos para poner las
bases, por las distintas vías democráticas, de un sistema que les ofrezca las mejores
garantías para el tratamiento de la información que les concierne. Ellos son, a fin de
cuentas, los propietarios legítimos de toda esa información y no los que la guardan y
tratan. Volveré sobre esto en la segunda parte del blog (en Propuesta).
14. Resumiendo, decía que la existencia de dinero físico está en la base de muchos
problemas y fallos sistémicos que para ser resueltos requieren la eliminación del dinero
físico, lo cual hará redundante la existencia de los bancos. También, que el dinero,
físico o electrónico, no es más que información y que al ser anónimo o no identificable
los bancos pueden irresponsablemente crearlo al margen de la economía real, de la
economía de lo tangible. Por último, que la información que representa el dinero se
intercambia a través de la red que es insegura, favorece los fraudes y genera muchas
pérdidas, tanto materiales como inmateriales. Ahora bien, si la eliminación del dinero
físico y la identificación de cada unidad monetaria resolverían muchos de los problemas
sociales actuales, no permitiendo que ocurran (acción en sentido negativo u
sustractivo), se quedaría sin solucionar, sin embargo, otros problemas igual de
importantes que tienen que ver más con la actitud y el comportamiento especulativo
de los que usan el dinero: las crisis económicas. Aquí, el nuevo dinero tendrá que
cumplir una función mucho más difícil y, hasta ahora, impropia: la de hacer que sí
ocurran las cosas deseables para tener una economía estable. El sistema monetario
que propongo tendrá la virtualidad de funcionar en ambos sentidos, disuasorio e
incentivador. No quiero extenderme mucho en cuestiones de pura economía, pero
convendría recordar que, con el fin de prevenir y/o eliminar las crisis, el ahorro, la
inversión y, sobre todo, la especulación son factores o variables determinantes y
fundamentales en cualquier economía de hoy. En lo que tiene que ver con la
especulación y las ganancias rápidas, la historia nos revela una verdad universal y muy
16
incómoda sobre la moralidad del hombre en relación al dinero: contados individuos han
conseguido demostrar tener la virtud de resistir a la tentación del dinero fácil. Y los
que sí tuvieron la fortaleza moral de resistirla, solo lo hicieron después de haber
alcanzado un nivel de espiritualidad inalcanzable para la mayoría de nosotros. Esta
debilidad humana generalizada sólo es superada por la naturalidad con que, una vez
conseguido sin costarle mucho esfuerzo, uno se convence a sí mismo y a los demás que
se lo merece, que está en buenas manos y que alguien allí arriba sabía que lo necesitaba
más que cualquier otro, ignorando, al menos por un momento, que las ganancias de
unos son el ahorro, la inversión, el esfuerzo o, en muchos casos, las pérdidas de otros.
Sin duda, el dinero y la moralidad casan muy mal; su naturaleza abstracta, por muy útil
que resulta a contables, asesores fiscales, gobiernos e, incluso, hogares deja muy poco
margen fértil para que germine cualquier sentimiento altruista o solidario, y la historia
es una prueba muy elocuente de ello. Y si ampliamos el espectro y consideramos el
capitalismo también, donde el dinero juega un papel central, resulta que éste no es un
sistema auto-suficiente, al contrario de lo que muchos prefieren creer, sino que
depende de otros sistemas, como la ecología, la comunidad o la familia. Si éstos se
debilitan, el capitalismo se verá afectado también en la misma medida o más. Resulta
que el dinero, como la Hacienda, somos todos, es todo lo que hacemos o dejamos de
hacer y que tiene relevancia social. Al final, fue esta debilidad humana hacia el dinero
fácil la que desencadenó la crisis económica actual. Detrás de los “demasiado grandes
para fallar” hay personas, como cualquiera de nosotros, que vieron la oportunidad de
hacer mucho dinero en muy poco tiempo, claudicando, por tanto, ante esa
humanamente irresistible tentación. No quiero justificarles, sino simplemente poner
de manifiesto que lo hicieron sólo porque pudieron hacerlo, lo único que hicieron fue
aprovechar el mal diseño del dinero y del sistema de asignación de valor que del dinero
se deriva. También se basaron en la presunción de que, al fin al cabo, incluso en el
peor de los casos, ellos y no los productores son los que tienen el papel más importante
de la economía y los gobiernos no tendrán más alternativa que rescatarles, con el
dinero de los contribuyentes, claro. La ironía es que no sólo fueron rescatados con
dinero ajeno −en su mayoría, con los fondos de pensiones y con el esfuerzo de los
trabajadores e inversores honrados de la economía, del actual y del de sus hijos−, sino
que ellos son los únicos que pueden crear otro dinero de la nada. Reducir o, hasta,
eliminar las vías y las oportunidades de especulación favorecidas por el dinero actual
es clave para prevenir o, como poco, reducir la magnitud temporal, espacial y material
de las crisis. Para evitar las crisis será, por tanto, preciso cerrar las vías de creación de
dinero “malo”, tanto del dinero creado por los bancos como del que resulta de la
especulación. Este dinero, todos sabemos, no aporta valor, sino que crea inflación.
Dicho de otro modo, el dinero creado de la nada y el resultante de la especulación
quitan valor al dinero resultante de cualquier actividad de la economía real, la de las
cosas tangibles. Varias teorías han intentado explicar estos problemas económicos,
sobre todo a partir de la Segunda Guerra mundial, y ofrecer una solución:
keynesianismo, liberalismo, proteccionismo, socialismo, neo-liberalismo y otros
“ismos” o teorías (como la nudge theory o la teoría de los estímulos) de política
económica, pero hasta la fecha ninguna ha ayudado mucho en prevenir o suavizar las
crisis y, en cualquier caso, no resuelven el problema del crecimiento económico
ilimitado. Estando en plena crisis económica, y más necesitados que nunca de un nuevo
17
sistema monetario y de un renovado modelo social y económico viable, de poco nos
sirven ahora las advertencias que hace más de dos décadas nos ofrecieron, por un lado,
Hyam Minsky (1986): "Crear dinero es fácil. La parte difícil es su aceptación." y, por
otro, George E. P. Box (1987): "Todos los modelos están equivocados, pero algunos son
útiles". Después de cada crisis o resultado económico inesperado, hay que asumir
pérdidas, destruir valores sociales y personales y hacer condonaciones, revaluar,
introducir, modificar o suprimir una o algunas de las variables de esos sistemas y
modelos y volver desde el principio. Es comúnmente aceptado que el comportamiento
y las motivaciones de los agentes económicos −sin hablar de otros factores
determinantes que complican aún más esos modelos, como los conflictos sociales, el
derrocamiento de los gobiernos o los desastres naturales− son a veces tan irracionales
e imprevisibles que no encajan en ningún modelo, de modo que prever las crisis es tan
improbable como predecir el tiempo. El problema fundamental de las economías
modernas no es, como a algunos economistas les gusta creer, que algunos agentes se
arriesgan más que la mayoría basándose en información más exacta y oportuna o cuya
intuición les funciona mejor que a los demás, sino que el sistema monetario actual no
distingue entre dinero fruto de la especulación y dinero resultante de una actividad
productiva y real. El problema es, en pocas palabras, que es posible (muchos lo
consideran hasta legítimo) especular. Todos lo hacemos y así ha sido siempre desde los
primeros orfebres que se alzaron como agentes comerciales. Aquí merece la pena
recordar al economista estadounidense Hyman Minsky y su teoría sobre la fragilidad
financiera intrínseca a la marcha normal de la economía para entender mejor las crisis
financieras y su impacto económico agregado
(http://es.wikipedia.org/wiki/Hyman_Minsky). No propongo proscribir, como hizo la
Iglesia Católica en la Edad Media, la especulación o el interés sobre el dinero, que
también es una forma de especular, será política y tecnológicamente imposible. Mi
propuesta es de condicionar el consumo a través de unos méritos sociales
democráticamente instituidos (ver Propuesta), partiendo de la premisa que los
productores de los bienes y servicios, tanto de los provenientes del mercado como de
los declarados socialmente útiles o de interés común, son los únicos legitimados para
condicionar el acceso a los mismos a través de dichos méritos.
15. Llegados a este punto, conviene también recordar que el elemento que tienen en
común todas las políticas económicas actuales es el enfoque en el crecimiento
económico, el consumo y la creación de empleo, permitiendo al mismo tiempo a las
multinacionales, sobre todo en los países del Atlántico Norte, vender a sus ciudadanos
productos manufacturados a bajo coste en los países en desarrollo, cuando lo que
tendrían que hacer es estimular la cada vez más evidentemente necesaria producción
local. Con estas premisas, los gobiernos actuales entienden que es fundamental
estimular el ahorro y la inversión, o, como último recurso y para evitar la deflación,
imprimir más dinero o reducir la reserva fraccionaria de los bancos para que amplíen
los créditos para la inversión y el consumo. O sea, más ladrillos y más incentivos para
el consumo. Sin embargo, la eficacia de estas políticas es, como poco, discutible, ya
que el sentido común (que además constituye el 95% de la Economía como ciencia)
dicta que, en tiempo de crisis, todo lo contrario ocurra, eso es, que los ahorradores
sean precavidos y esperen, y, los que sí deciden invertir, compren bienes que mejor
conservan el valor, como oro o inmuebles (conocidos también como activos duros o
18
tangibles), activos que por sí, se sabe, no aportan nada a la economía, sino que sirven
para almacenar valor y posponer la inversión o el consumo para tiempos mejores. Así
son las cosas y así las hemos venido aceptando. En cuanto a los que invierten dinero
ajeno, al comprometerse a pagar también un interés, el mismo sentido común les lleva
a ser más precavidos y reticentes todavía, tomando menos dinero prestado y, por tanto,
invirtiendo menos. La recuperación de la economía en estas situaciones genera
ingentes pérdidas irrecuperables −muchas de ellas inmateriales y difícilmente
perceptibles, como el bienestar o la degradación del medioambiente−, es larga y causa
muchas tensiones sociales. Por último, resulta cada vez más difícil apoyar la idea de
crecimiento económico ilimitado en un planeta con recursos finitos: sólo el cáncer
crece indefinidamente. Hace falta algo mejor que todo esto. Un nuevo dinero tiene el
potencial, tal y como lo veo yo, de acabar con esas disfunciones y asegurar el equilibrio
económico, incluso si eso supondrá reducir el consumo, dejando al dinero en un
segundo plano, como es natural. Volveré en detalle sobre este punto en Propuesta.
16. El egoísmo competitivo, el individualismo y la protección institucional, por encima de
todo, de la propiedad privada son la base de las filosofías y, en general, de las
ideologías que están detrás de las políticas económicas actuales. Sus defensores los
consideran un precio a pagar o, si se quiere, un mal necesario del desarrollo y de la
evolución. Son una excusa para el −aparentemente universal− bienestar que resulta del
capitalismo, a pesar de sus cada vez más evidentes efectos adversos, tanto para la
sociedad en general, como para el medioambiente. "Para cada problema complejo y
difícil, siempre hay una respuesta simple, fácil y equivocada", M.L. Mencke. El
crecimiento económico es un problema complejo y difícil, y las políticas del fin que
siempre justifica los medios y de que el crecimiento económico es garantizado en
cualquier caso por ricos y especuladores (o "trickle down economics", teoría económica
según la cual el crecimiento económico y el bienestar general de los ricos se va filtrando
poco a poco hacia las capas más bajas de la sociedad) constituyen esa respuesta fácil.
Se insiste en que las ineficiencias sociales y humanas o los efectos medioambientales
adversos del capitalismo son elementos necesarios y transitorios de un proceso
schumpeteriano de destrucción creativa que, a largo plazo, siempre acaba bien (eso si
viviremos para verlo, ya que, recordando a Keynes, “en el largo plazo todos estamos
muertos”). Por muy atractivo que lingüísticamente nos parezca el oxímoron
“destrucción creativa”, hay que recordar que, desde una perspectiva global, la
destrucción siempre implica perdedores y, muchas veces, ningún ganador. Discreparían
los “inversores precavidos” que siempre han sabido sacar tajada de las crisis y, por
tanto, se consideran ganadores, pero les convendría recordar que la contrapartida de
la apreciación y/o aumento de sus activos son el bienestar social y el medioambiente
que, llegado el tiempo, siempre devuelve sus facturas a todos nosotros, sin excepción.
Cada vez más a menudo los políticos de hoy parecen ignorar y omitir de sus discursos
algo que es meridianamente obvio, si algo no puede crecer indefinidamente, algún día
se parará. "El desarrollo, que pretende ser una solución, ignora que las propias
sociedades occidentales están en crisis a causa, precisamente, de ese desarrollo, que
ha segregado un subdesarrollo intelectual, físico y moral. Intelectual, porque la
formación disciplinar que recibimos los occidentales, al enseñarnos a disociarlo todo,
nos ha hecho perder la capacidad de relacionar las cosas y, por lo tanto, de pensar los
problemas fundamentales y globales. Físico, porque estamos dominados por una lógica
19
puramente económica, que no ve más perspectiva política que el crecimiento y el
desarrollo, y estamos abocados a considerarlo todo en términos cuantitativos y
materiales. Moral, porque el egocentrismo domina sobre la solidaridad. Además, la
hiperespecialización, el hiperindividualismo y la falta de solidaridad desembocan en el
malestar, incluso en el seno del confort material" (Morin, 2011). En un planeta con
recursos finitos donde todo está interconectado y funciona como un todo, todos somos
perdedores. La clave es la sostenibilidad −palabra muy usada últimamente por los
políticos pero que, a pesar de su tendencia general de vulgarizarse, conserva todavía
mucha verdad sobre el binomio hombre-naturaleza. La historia humana y, sobre todo,
el funcionamiento de la naturaleza provee innumerables ejemplos de resolución de
conflictos y de evolución en armonía, donde todo lo contrario a la competición
prevaleció. La cooperación, la reciprocidad, la colaboración, el trabajo en equipo y la
aplicación de cualquier sistema de mutualidades llevan a resultados que, en cierta
medida, favorecen a todos y, sobre todo, dejan poco lugar para la violencia, la
discordia, los conflictos y la destrucción, resultados altamente probables en un clima
competitivo. No hace falta abundar mucho sobre este tema, todos estamos muy
familiarizados con él. Recibimos a diario lecciones socializadoras sobre como la
propiedad privada y las riquezas llevan a la separación material y espiritual, a la
limitación y a la exclusividad, con efectos netos a largo plazo negativos y
desalentadores, tanto para la paz interior de cada uno de nosotros, cómo para la paz
social en general. Asimismo, sabemos que la creatividad, la originalidad y la
productividad ocurren con mucha más facilidad en un clima de mutualidades en el cual
prevalezca la actitud del “hoy por ti, mañana por mí” que en un entorno competitivo
y destructivo. De nuevo, hace falta algo mejor que el sistema actual que se sustenta
sobre el egoísmo competitivo y la acumulación de propiedades privadas, y da igual si
uno lo hace con o sin el fin de especular sobre su valor futuro. Espero, sinceramente,
que mi Propuesta sea suficiente para, al menos, sentar las bases para el debate público
de otras alternativas al modo actual de organizar la sociedad y la economía.
17. Para que la cooperación y la colaboración sean efectivas y desplieguen todos sus
beneficios, la confianza entre los participantes en la actividad/empresa es
fundamental. A su vez, para que haya confianza tiene que haber, ante todo, igualdad
de oportunidades de acceso a la información relativa a los recursos empleados,
materiales, inmateriales y humanos, al proceso de producción o transformación y a los
beneficios. Al fin al cabo, una empresa es básicamente una fórmula de organización y
optimización de recursos y de transformación de la materia con el fin de producir
ciertos bienes o servicios escasos para los que hay demanda en la economía y que no
se encuentran o no tienen sustitutos en estado natural. Que unos se lleven más méritos
que otros, en función de su papel y del grado de participación en esa organización y
ese proceso de optimización, es hasta cierto punto admisible, pero no lo es para nada
si los que −aparte de tener acceso y usar con prioridad y privilegios capital y recursos
ajenos− arriesgan también lo que no es suyo y resultan en el final ser insolventes o,
estando en el borde de la quiebra, se han vuelto demasiado grandes para dejarles
fallar. Para que esto no ocurra y la confianza no resulte dañada, aparte de facilitar la
igualdad de oportunidades de acceso a la información, es importante que la aplicación
de las reglas de juego se haga sin discriminación, proteccionismos, excepciones o
favoritismos. Un nuevo sistema para el tratamiento de la información y un renovado
20
sistema monetario, aparte de ofrecer transparencia, tienen el potencial de fomentar y
restablecer la confianza entre los distintos agentes económicos. Conviene recordar que
lo que es comúnmente identificado como dinero en las economías modernas de hoy
toma, muy pocas veces, la forma de monedas y billetes de curso legal, eso es, dinero
físico. Son derechos de crédito que se especifican en algún tipo de documento
(acuerdos y contratos), en soporte papel o electrónico (aquí también entra el dinero
electrónico, lo cual es, básicamente, la promesa de pago del que almacena la
información sobre el crédito en formato digital), y que circulan con el mismo grado de
aceptación que la moneda de curso legal. También conviene recordar que cuando
hablamos de derechos sabemos que siempre hay, por un lado, un titular o titulares de
los mismos y, por otro, personas, físicas o jurídicas, determinadas o no por un contrato
y/o la ley en sentido amplio, que aceptan la correlativa obligación de respetar y/o
llenar esos derechos. La confianza que los primeros depositan en los segundos de
respetarles y satisfacerles el ejercicio de esos derechos es clave. Sin embargo, la
confianza no les viene de la nada, no es una ocurrencia o un estado de conciencia sin
ninguna o muy poca conexión con el mundo real. La confianza es informada y se nutre
de toda la información que tenemos, o que sabemos con certeza que podemos llegar a
tener, sobre los demás participantes, tanto en el tráfico mercantil como en la vida
social, en general. Asimismo, se basa en la información que tenemos sobre los
mecanismos, legales y/o consuetudinarios (para tener una idea sobre la eficacia de los
mecanismos consolidados por las costumbres, considere a los cobradores del frac de
hoy), que se activan en caso de incumplimiento. Si la información que se tiene es
inexacta, incompleta, intencionadamente oculta o falseada o los mecanismos referidos
son lentos e ineficaces y el incumplidor es un agente económico “demasiado grande
para fallar” la confianza falla y las consecuencias pueden ser sistémicas y traducirse
en enormes e irrecuperables pérdidas. De nuevo, la conservación y el tratamiento
seguros de la información son fundamentales. Desde cuando empezó la crisis económica
en 2008 vemos cada vez más pruebas de lo dañada que está la confianza que queda
entre los agentes económicos y entre éstos y los garantes del cumplimiento de las
normas. La confianza es volátil, se va a caballo y vuelve a pie, y el dinero, por las
debilidades descritas (4) y por facilitar la especulación, es el principal causante de esa
pérdida de confianza gradual y generalizada. Su restauración se podrá conseguir,
insisto, sólo a través de un nuevo dinero, que será beneficial no sólo para las
transacciones comerciales, sino también para la gran mayoría de las actividades
humanas con relevancia social.
18. El hombre moderno ha venido aceptando que, fuera del ámbito estrictamente privado,
todo lo que hace o fabrica puede ser incluido, a través de un criterio capitalista, en
alguna de estas dos categorías: productivo o improductivo, eso es, hay actividades que
contribuyen al producto nacional y actividades que no. Hablando en plata, si no ganas
dinero con lo que haces, no será productivo y nadie de la economía estará dispuesto
invertir dinero en ello. Y claro, si nadie invierte en ello, nunca será productivo. Es la
pescadilla que se muerde la cola. Sin embargo, todos sabemos que, por un lado, para
garantizar el bienestar personal y social y para que la sociedad funcione sin tensiones,
hace falta invertir en ciertos bienes y mantener funcionales ciertos servicios públicos,
como la salud, los sistemas de transporte, la seguridad ciudadana, las
telecomunicaciones, los sistemas energéticos, la autorización de medicamentos y la
21
educación, que por sí mismos no generan beneficios económicos susceptibles de ser
valorados en dinero o no lo hacen de un modo directo y fácilmente apreciable (en esta
categoría se incluyen también la educación y el cuidado de los padres en las etapas
preescolares y de los ancianos dependientes de la ayuda familiar muy difíciles de
valorar e incluir en los modelos económicos actuales; para saber más, léase el libro
escrito por Nancy Folbre: "Codicia, lujuria y género: Historia de las ideas económicas"
de 2009). Asimismo, se sabe que una considerable parte de la población, se dedique o
no a algo que algún día pueda ser productivo − a través del mismo criterio capitalista−,
tiene la consideración de inactiva. La mayoría de nosotros acepta como algo natural y
sin criticar que es más importante cuánto se gana y no la función que uno desempeña
dentro de la organización, empresa o comunidad a la que pertenece. O sea, el dinero,
este instrumento abstracto que creamos, es usado una vez más como criterio único
para medir la importancia de cualquier actividad humana productiva, lo cual hace, por
ejemplo, que los jóvenes de hoy no quieran desempeñar trabajos mileuristas que no
requieran cualificación en sectores como la hostelería, la sanidad, la agricultura, la
construcción o el comercio; no les motiva nada, se le ha enseñado, implícita o
explícitamente, que lo único que importa es tener dinero. De ahí que su movilidad en
el empleo, una vez finalizados los estudios o la formación −sobre todo en Occidente−,
es muy inflexible a la baja y los gobiernos tienen que decidir si abrir las puertas a la
inmigración o subir el salario mínimo interprofesional, generando en ambos casos
tantas tensiones sociales que de no hacer nada. La dialéctica de productivo e
improductivo es reconciliada y mantenida en cierto equilibrio social, año tras año con
cada presupuesto del estado, a través de la creación, por diversas vías, de nuevo dinero
y de programas para gastarlo. Los acalorados y moralizadores discursos políticos −sobre
todo desde cuando empezó la crisis en 2008− a favor de la justicia social,
complementados con algún que otro brindis oportuno al sol para evitar
manifestaciones, no han hecho más que afirmar la desigualdad social y sembrar más
desconfianza ciudadana en los políticos en las instituciones democráticas de hoy. La
verdad es que cuantas más deudas y menos inversión y desarrollo económico del/los
año/s anterior/es, tanto más difícil la conciliación, más profundo el malestar social y
menos eficientes los mecanismos para exigir responsabilidad política, y mucho menos
los mecanismos de la democracia en la que vivimos, puesto que “es una democracia
secuestrada, condicionada, amputada…” (José de Sousa Saramago). Ambos grupos usan
el dinero, pero sólo el grupo o, si se quiere, el sector productivo decide cuanto invertir
y cuanto compartir, además de tener la prerrogativa, junto con el banco central, de
determinar o influir en el valor del dinero, de modo que el grupo inactivo e
improductivo está cada vez más dependiente del otro y cada vez más cerca del “Estado
de malestar”. Una relación asimétrica y oblicua de dependencia a favor de los primeros
que se ahonda con cada crisis económica y existe, en primer lugar, sólo porque el
diseño del actual sistema monetario es ineficaz, y la ineficacia es debida a la existencia
de dinero físico y digital anónimo y cada vez más desconectado del valor de las cosas
(cosas en sentido amplio y socialmente relevante). Ambos grupos necesitan el dinero,
pero sólo uno de ellos preserva la capacidad exclusiva de producirlo e influir en su
distribución. Dicho de otro modo, el dinero es la bisagra social entre el mercado y los
(legalmente declarados y protegidos en la mayoría de los países desarrollados)
beneficiarios del bienestar social. La dialéctica de esta relación se deriva del hecho
22
que los que intervienen en el mercado tienen como único objetivo maximizar y asegurar
sus beneficios y pagar menos impuestos, siendo esto, de hecho, la base sobre que se
sienta el capitalismo y haga que sea incompatible con los valores democráticos
fundamentales. En todo momento, sobre todo los bancos y demás especuladores que
tienen mucho que perder, harán todo lo que está en sus manos para inmunizarse contra
las pérdidas y sacar beneficios de todo lo que se puede vender, y si no se puede, le
cambiarán el envoltorio y lo venderán de todos modos. En las últimas décadas, sus
sofisticados métodos para sacar dinero fácil y su característica capa de opacidad
contable les han alejado aún más de la economía real, la economía del valor tangible
de las cosas. Los fondos de pensiones y los ahorros, larga y penosamente acumulados,
de muchos trabajadores honrados no fueron suficientes para satisfacer la codicia de los
bancos y las financieras −del Atlántico Norte, sobre todo− y cubrir el daño creado por
todos esos “modernos” instrumentos financieros que arruinaron países enteros y cuyo
exotismo sólo demostró ser superado por su desenlace económico tóxico y global.
Consiguieron crear la madre de todas las burbujas de deuda privada de la historia
humana que, en el mejor de los casos, será pagada por una, dos o, incluso, tres
generaciones futuras, si no quebrará la economía del mundo; queda por ver. Además,
hicieron que la confianza que los ciudadanos solían depositar sin cuestionar en los
políticos, en el poder y en las instituciones, hasta ahora, funcionales y socialmente
útiles se vuelva cada vez más débil, si no prácticamente inexistente, dejando un vacío
de legitimidad muy difícil de rellenar a través de los mecanismos democráticos que hoy
damos por sentados. Es más, la democracia, conceptualmente y como fórmula para la
institucionalización y la legitimidad del poder, puede que sea muy distinta a la
sagradamente definida y articulada en la mayoría de las constituciones del occidente;
en este sentido, lo acertadamente apuntado sobre la democracia por Philip Coggan,
periodista/economista, en su reciente libro "The Last Vote: The threats to Western
democracy" o el enfoque informacional de las sociedades y de la democracia del
sociólogo de renombre mundial Manuel Castells en sus innumerables obras.
19. Llama la atención la paradoja de los negocios que generan los mayores beneficios del
planeta: los bancos y las empresas energéticas. A pesar de ser los más ricos y con el
mayor potencial de contribuir al bienestar general, son los que menos comparten y
contribuyen, vía los impuestos, al bienestar de todos, además de ser los que más
influyen, formal e informalmente, en la política para mantener sus privilegios y
asegurarse los beneficios. Y la paradoja continúa. Mientras que los bancos no aportan
ningún valor a la economía, al contrario, crean inestabilidad estructural y empujan a
la quiebra naciones enteras, las energéticas, por su parte, explotan y sacan beneficios
millonarios de los recursos no renovables del planeta, que se supone son de todos,
contaminando de paso el medio-ambiente. La gran excusa, muy popular entre los
políticos, es que crean riqueza y puestos de trabajo y, si no llegan a hacerlo tal y como
lo prometieron o crean más daños que aportar beneficios, son ahora demasiado grandes
e importantes para la economía para dejarles fallar. En tiempos de vacas gordas, y
sobre todo antes de la llegada de Internet y de las consecuentes tecnologías modernas
de la comunicación, todo esto pasó desapercibido, pero esta última crisis puso en
evidencia el descaro y las mentiras de éstos y otros parásitos de las economías,
haciendo que la gente se vuelva muy sensible ante esas injusticias y salga a las calles
a protestar. Para reparar de alguna manera su imagen, muchos de ellos dejaron
23
escapárseles algunas migas para las obras en bien de la humanidad, por supuesto, con
carteles grandes, apelativos humanitarios e imágenes de niños hambrientos. Por otro
lado, siguen como si nada presionando a los gobiernos para privatizar bienes comunes
como el agua potable, la sanidad y la educación y, para desviar la atención de los
ciudadanos afectados, crean pantallas de humo con sus donaciones a través de
fundaciones o caritativas ONGs, que en realidad no son más que ingeniosos
instrumentos legales del capitalismo, ahora bautizado, cultural. En realidad, todos
sabemos que todo esto no es más que otro de sus métodos socialmente subversivos para
sacar el máximo provecho de toda exención fiscal posible y ponerle de paso una cara
más amable a la vergüenza pública que supone esa limosna institucionalizada. Ver como
ponen todo su empeño en crear percepciones amables y humanas, como la de altruista
hermano mayor que vive atormentado por el sufrimiento de los menos afortunados del
planeta, es, como poco, vomitivo, sabiendo quiénes son, lo que hacen y que sólo les
interesa el dinero y, por consiguiente, el poder. Ellos son los que nos mantienen
divididos en explotadores y explotados, en los que lo tienen todo y los que no tienen
nada y, en general, en ganadores y perdedores, no el mercado, la genética o, incluso,
la suerte. El funcionamiento del sistema ha sido creado y mantenido por ellos, no es el
fruto de la evolución histórica espontánea del hombre. Los promotores del cambio, por
tanto, nunca será alguien de entre sus filas. Y si algún cambio beneficial para todos
ocurrirá por fin, nadie se merecerá ser menos recordado por la historia que los
filántropos de nuestros tiempos que no dejan escapárseles una para masturbar
públicamente sus egos delante de sus estatuas o de carteles con las inmensas
cantidades donadas. Los problemas del mundo no se resolverán a base de cuantiosas
donaciones, ¡señores! Y en cualquier caso, no viniendo de los que lo mantienen bajo su
dominación después de haberle exprimido todos sus recursos y su vitalidad.
20. Todos ellos, bancos, poderosas multinacionales, oligarcas y políticos corruptos y
sedientes de poder, no son más que una clase muy reducida de, en su práctica
totalidad, invisibles intermediarios que se interpone entre la otra gran visible clase
constituida por el 99 % de la población humana y la creación del dinero, junto, por
supuesto, al poder político del que el dinero es su gran menos visible mecenas. El dinero
no existe para asegurar el bienestar de la población humana y preservar el
medioambiente, sino para mantener a la misma gente al control de la máquina del
dinero. Su método de enriquecimiento es sencillo e invariable en el tiempo: perder el
rastro de cada unidad monetaria física o virtual que se crea y desvincularla de su
publicada función inicial. Por el camino, a través de diversos y complejos mecanismos
legales, financieros y contables, el dinero cambia varias veces de manos y/o de país,
se le añade o borra información y, sobre todo, se asigna con prioridad a los negocios o
para sobornar a los que ofrecen las mejores garantías para aumentar o mantener sus
privilegios. Pero su gran negocio no se agota en estas prerrogativas. La mayor injusticia
social y medioambiental viene de hecho del dinero que crean los bancos a diario. La
distintas formas en la que se materializa la irresponsabilidad social facilitada por el
dinero anónimo son una parte fundamental del asesoramiento que hoy ofrecen las
mejores empresas de consultoría y auditoría del mundo y les asegura ingresos anuales
mil-millonarios, los cuatro grandes, PwC, Deloitte, Ernst & Young y KPMG. Entre los
métodos de eludir la responsabilidad social y evadir impuestos sobresalen por su
ilegalidad e inmoralidad: doble contabilidad, paraísos fiscales (cifras oficiales recientes
24
los sitúa en unos 60, entre los cuales: Delaware, Bermuda, Ugland House de las Islas
Caimán e incluso importantes centros financieros de países de la UE como Inglaterra,
Luxemburgo, Irlanda y Los Países Bajos), contabilidad ficticia, accionistas o
administradores sociales nominales, empresas ficticias o pantalla, testaferros y otros
métodos para perder el rastro de los beneficios, ocultar a sus verdaderos beneficiarios
y evadir esas naturales responsabilidades fiscales y sociales. Pero sus métodos no son
ni secretos (muchos de nosotros han oído hablar de la técnica del Doble Bocadillo
Irlandés/Holandés usada por grandes como Google, Apple, Amazon y Microsoft para
pagar menos impuestos, muchas veces cercano a la nada), ni tan complejos para
hacerlos incomprensible y, en consecuencia, combatirlos o hacer que las personas que
están detrás sean legal y socialmente responsables (en este sentido, véase el artículo
“Los 20 trillones de dólares que faltan” de la revista en inglés El Economista, de 16 de
febrero de 2013, y la solución que sugieren y visite: http://www.icij.org/offshore). Sin
embargo, la lucha nunca podrá ser ganada por las vías democráticas y de colaboración
internacional que hoy conocemos. El único modo de traer algún significativo será
cambiando radicalmente o repensando el sistema monetario de hoy. El dinero que ellos
crean, sea éste lícito, ilícito, lavado, ilegal o fruto de la especulación, sólo sirve para
mantener con vida el tumor maligno de la sociedad, a los creadores del dinero, y su
metástasis avanzada amenaza ahora con matarla, y en cualquier caso no antes de haber
pasado por una larga y dolorosa agonía. Su dinero sólo sirve para alimentar y mantener
la zona gris del valor de las cosas, donde todo puede ser cualquier cosa, según los
intereses de sus creadores y de sus cómplices, aunque ellos lo llaman hacer negocios.
Si sólo consideramos al dinero creado por cualquier método legal y lícito, vemos que
éste ha ayudado poco a la economía real. Lo único que han conseguido fue una burbuja
insostenible de deuda que sólo espera explotar y cuyo valor nominal es 20.000 veces
más grande que el valor de la economía real del planeta. Es absurdo pensar que vamos
a llegar alguna vez a pagar esa deuda, y de eso se trata precisamente, que no la
paguemos, y no hace falta creer en teorías de la conspiración. Es lógico que lo único
que le queda al deudor es, por consiguiente, trabajar para pagar el interés, ahorrar
renunciando al consumo, aceptar recortes en su bienestar, suplicar condonaciones,
votar para vender a precios irrisorios sus recursos naturales y, sobre todo, callar. No
hace falta definir su situación y posición respecto al acreedor. Cuando estalló la crisis
en 2008, el valor (el producto bruto) de la economía global era de alrededor 45 trillones
de euros, de los cuales casi la mitad, unos 20 trillones, se esfumó como por arte de
magia, según McKinsey del FMI, ver el link puesto arriba. El dinero que crean circula
como cheque al portador y cambia de manos sin dejar ningún rastro. Recorre un largo,
obscuro y sinuoso camino donde es abusado, prostituido −por así decirlo−,
desvalorizado y malversado hasta que por fin se le asigna el último destino de la
economía: la explotación de los recursos humanos y del planeta para la producción de
bienes y servicios que las sociedades necesitan. Se entiende, cualquier bien o servicio
menos cualquiera de los que ofrecen parásitos como los llamados profesionales en
asesoramiento contable, financiero y legal y las empresas de seguros y publicidad.
Alcanzada la base de la pirámide económica, el dinero se hace visible y lícito y es
entregado a cambio de algo que la gente trabajadora hace que por fin recupere y
mantenga algo de su valor inicial: su esfuerzo físico e intelectual. ¡El dinero, señores
creadores, no es una cosa o un bien, es una institución social, un seguro para el
25
bienestar y un derecho de todos los que crean algo tangible y de valor! Resulta legítimo,
entonces, preguntarse ¿cuál es la función exacta de los creadores del dinero? ¿Por qué
tiene que haber alguien que no participa en la producción de todo lo que necesitamos
para vivir en armonía que decida para qué y cuánto dinero se debe crear? ¿Por qué no
crear nosotros el dinero que necesitemos para cubrir nuestras necesidades y
asegurarnos el bienestar y, si alguna vez el dinero se vuelve redundante, finalmente
prescindir de él?
Propuesta
En consecuencia, propongo:
1. (i) Digitalizar todo el dinero en efectivo en circulación. (ii) Hacer que cada unidad
monetaria, digital o electrónica, sea única y distinguible de las otras. (iii) Introducir en
el sistema monetario otras unidades de valor que se devenguen con independencia del
dinero pero que se exijan al gastarse éste. Por conveniencia descriptiva, los referiré
como créditos personales y créditos reales, aunque podrán ser representados por
cualquier otro término que mejor los describa (podría igual de bien llamarse valores o
méritos sociales). Su funcionamiento: para la adquisición de cualquier bien o servicio,
con algunas excepciones, se exija a cambio, aparte del dinero, un crédito real por cada
unidad monetaria del precio al consumo y para ciertos bienes, en concepto de impuesto
social personal e indirecto (o sea, que grava el consumo), una cantidad variable de
créditos personales, según unos criterios preestablecidos. (iv) Digitalizar toda la
información socialmente relevante −empezando con la relativa a las transacciones
comerciales y la identidad y la solvencia de los agentes económicos para ir añadiendo
el resto y acabar conteniendo toda la información− y guardarla en servidores exclusivos
en el territorio nacional de cada país. (v) Crear un sistema para el tratamiento de la
29
información cuyas fases funcionalmente autónomas se distingan y complementen según
la fórmula: ADA (Analógico <−> Digital <−> Analógico). (vi) Crear un dispositivo de
identificación electrónica segura (mi propuesta es SMID, de Secure Mobile Identification
Device o Dispositivo móvil de identificación segura). Asimismo, crear un dispositivo
personal seguro para el almacenamiento analógico de todos los datos relativos a una
cierta persona que existen en el sistema, incluyendo los registros de acceso,
modificación, bloqueo, cancelación o cesión a terceros de dichos datos (mi propuesta
es SAM, de Secure Analogic Memory o Memoria analógica segura). (vii) Abolir el papel
en todo el territorio nacional para servir como soporte para las pruebas documentales
en los juzgados, las administraciones públicas, las transacciones comerciales y
cualquier otra actividad o situación de hecho relacionada con los anteriores −los
documentos en papel, como los contratos o los documentos de identidad, seguirán
existiendo pero no podrán ser usados por los residentes como prueba en todo el
territorio nacional; en su lugar, sólo valdrá la información en formato digital o
analógico almacenada de forma segura. (viii) Abolir el interés sobre el dinero,
permitiendo sólo los porcentajes sobre los beneficios –siempre que la actividad esté
clasificada en el territorio nacional como económicamente productiva, socialmente
útil, de investigación o de interés común− o los descuentos, en ciertas ocasiones y
siempre en relación con la productividad o la utilidad mencionadas y bajo el principio
de devengo. (ix) Instituir por ley un acervo de bienes y servicios que tengan la
consideración de bienes necesarios y básicos. Dichos productos básicos llevarán una
etiqueta blanca, por ejemplo, sin marca o distintivo alguno que identifiquen al
productor, cumplirán unos estándares preestablecidos mínimos de calidad y, muy
importante, su adquisición no conllevará la exigencia de crédito personal o real alguno
a cambio. Proclamar al mismo tiempo el derecho constitucional de toda persona física
que sea declarada necesitada de acceder GRATUITAMENTE a esos bienes. (x) Crear
mecanismos legales para eliminar del sistema, en situaciones de crisis económicas, el
dinero no productivo o que se presenta como socialmente inútil, tenga el posesor y el
origen que tenga, así como mecanismos para crear otro nuevo dinero al servicio de las
funciones sociales deseables y con el fin exclusivo de asegurar la estabilidad
económica. (xi) Permitir un período razonable transitorio para la implementación por
etapas de este nuevo sistema monetario y de créditos.
2. Digitalizar todo el dinero en efectivo en circulación y hacer que cada unidad
monetaria digital o electrónica sea única y distinguible de las otras. En sentido
negativo, declarar sin valor todo el dinero físico en circulación con el fin de ser usado
y aceptado como medio de pago. Ya que el dinero es información, la digitalización del
dinero físico implica crear un sistema informático que dé soporte a toda esa
información y permita accederla y tratarla con seguridad, pero no sólo la información
referida al dinero, sino toda la información relacionada con él, eso es, quién y con qué
fines crea el dinero, quiénes son sus sucesivos posesores y en qué concepto y la relación
del dinero usado en cada transacción con la productividad, la investigación y el
desarrollo, la utilidad social o el interés común. Una de las mayores ventajas para la
sociedad y para la economía tras la digitalización de todo el dinero es que resultará
imposible cometer cualquier delito económico, incluida la corrupción civil y el
cohecho, y en general cualquier infracción relacionada, directa o indirectamente, con
el dinero. Otra ventaja importante del nuevo sistema será que los bancos se volverán
30
redundantes, aunque podrán subsistir algunas entidades financieras, como los fondos
de inversiones, pero los beneficios que generen puede que no resulten tan atractivos
para los inversores (véase lo propuesto en cuanto a los créditos personales y reales).
Es fácil, por tanto, imaginarse la oposición que encontraría la digitalización, por ello
será necesario que la presión para el cambio venga de los ciudadanos y no del mercado,
por los motivos expuestos en la primera parte del blog. Incluso si viene del gobierno,
para ser efectiva, la digitalización del dinero −a diferencia de la digitalización de facto
del dinero que ocurre en la actualidad y como elemento esencial de la modernización
que propongo− tiene que hacer que cada unidad monetaria sea única y distinguible de
cualquier otra. La digitalización tendrá que ir necesariamente, tengo que insistir, de
la mano con la digitalización de toda la información relativa a cualquier actividad
humana con relevancia social, genere o no algún beneficio económico o material
tangible (sin ser exhaustivo, estudiar, investigar, trabajar, cuidar menores o ancianos
y enseñar, son algunos ejemplos de actividades socialmente relevantes). La unidad y
la estructuración semántica de la información en formato digital dentro del sistema
permitirá que las personas y sus actividades sociales y económicas estén continuamente
articuladas, a través de los referidos créditos, tanto con la generación y el gasto del
dinero, como con la concesión de créditos para la inversión y el consumo. El dinero en
la actualidad no tiene olor y confiere anonimidad a sus posesores para hacer con él lo
que más les convenga, incluso si ello va en detrimento de los demás, por tanto, la
humanidad se haría un gran favor si dotara el dinero de otras características que le
hagan rastreable y distinguible. Primero, digitalizándolo todo, poniéndole nombre y
apellidos a cada unidad monetaria, y, segundo, condicionando su gasto. Hemos
mostrado mucha ingeniosidad y empeño (sobre todo por parte del sector financiero)
para hacer que el dinero se multiplique, pero nuestro planeta no tiene ni los medios ni
los recursos necesarios para producir todos los bienes y servicios que ahora o en el
futuro se pueden comprar con todo ese dinero creado, en su mayoría, de la nada
(considérese sólo el valor teórico que los modernos derivados financieros tenían en
2008, 560 trillones de euro, o sea, 12 veces mayor que el valor de la economía mundial).
La siguiente fase evolutiva del hombre será poner límites al consumo. La solución obvia
será, por tanto, condicionar el gasto, y que el condicionamiento venga del propio
sistema. Pero no del sistema que hoy conocemos, sino de un sistema inclusive,
omnicomprensivo y omnisciente que esté constituido por toda la información que las
personas tengan a su disposición sobre las otras, en condiciones de transparencia y
seguridad. Llegado con la lectura hasta aquí, cualquiera argüiría que el
condicionamiento del gasto se puede volver muy complicado, si no, en la mayoría de
los casos, imposible. En efecto, dada la contingencia, el dinamismo y la infinita
variedad de las relaciones comerciales (piénsese en las distorsiones a las que es
sometido cualquier mercado, nacional o internacional, por la sola existencia de los
contratos de futuros, muy frecuentes en la bolsa) y la incontenible globalización de los
productos financieros y, en general, de cualquier negocio, resultaría imposible
distinguir, averiguar o prever todas las situaciones, lugares, momentos y tipos de
transacciones en las que el dinero pueda ser ganado e invertido, y mucho menos
condicionar su gasto, sobre todo si con el hipotético estudio se pretende crear la base
de una norma jurídica, sea el rango que sea. Lo que hay que hacer es cambiar de
método y coger un atajo. Si bien a partir de la digitalización del dinero se resolverán
31
todos los problemas sociales como la corrupción y demás delitos económicos, el nuevo
dinero digital, por sí mismo, no podrá conseguir que la gente mueva capitales, deje de
gastar, gaste menos o, al menos, se abstenga de gastar en ciertos bienes que consumen
recursos no renovable o su producción implica en alguna (des)medida la contaminación
del medio. En otras palabras, ya que el dinero seguirá existiendo (y tampoco, en el
futuro, podrá ser eliminado de golpe sin dejar algo en su lugar), todas las unidades
monetarias por sí mismas tendrán que seguir teniendo el mismo valor y poder de
compra, de modo que moralizar el dinero y hacer que sólo el dinero generado, por
ejemplo, por alguna actividad productiva o socialmente útil otorgue al portador la
legitimidad de gastarlo puede convertirse en un engorro para la economía y un
obstáculo para las inversiones, aparte de ser un reto importante, si no insuperable,
desde el punto de vista legal y tecnológico. En consecuencia, la mejor solución a todo
ello será introducir en el sistema monetario unos condicionantes del gasto que se
generen con independencia del dinero y que, al mismo tiempo, doten a la economía de
otros valores, ajenos al capitalismo, pero deseables para la sociedad y para el medio
ambiente: los créditos personales y los créditos reales.
3. La conveniencia de introducir en el sistema monetario los créditos personales y los
créditos reales. Parto de la premisa que el dinero, en considerables cantidades y una
vez cubiertas ciertas necesidades personales básicas, dota a su posesor de ciertos
poderes extra, a mayor cantidad de dinero y menor el número de poseedores, mayor
acumulación de poder. Con él se pueden adquirir medios de producción, activos
financieros, materias primas, mano de obra e ideas y decidir qué, a qué precio, para
quién y cuánto producir de un determinado bien o servicio que, se sabe, reporta
beneficios netos (eternos beneficios y fuerza motriz del capitalismo). Asimismo, el
dinero confiere status y reconocimiento social, es empleado con frecuencia para ganar
influencia o participación en la toma de decisiones políticas y macroeconómicas de un
país y da acceso prioritario y oportuno a la información que garantiza el éxito de las
transacciones y, en general, de cualquier negocio. Es la razón por la cual todos
queremos tener dinero, cuanto más, mejor, y todo lo demás lo seguirá. Pero este amor
hacia el dinero que todos hemos venido cultivando desde sus principios, todos sabemos,
es el origen de todos los males, y ahora amenaza al hombre con destruirle, a él y a su
entorno vital. Los defensores del liberalismo económico insisten, incluso después de la
lección del 2008, en que el único modo de garantizar el crecimiento económico (siendo
éste otro de los errores en los que incurren) y de estimular la productividad y la
creatividad es no imponiendo limitaciones al poder que proporciona el dinero y, en
general, la acumulación de capital. Hasta cierto punto y en teoría esto puede valer,
pero la historia nos ha enseñado que, cuando el dinero y el capital se acumulan en las
manos de unos pocos, el resultado es siempre el mismo: monopolio, endeudamiento
insostenible del resto, quiebras, paro masivo y profundos recortes en el bienestar
social, sin hablar del consumo desmedido e irresponsable de recursos naturales no
renovables y de la contaminación del medio ambiente (sobre el poder acumulado de
las empresas transnacionales, véase en inglés: "The Network of Global Corporate
Control",
http://www.plosone.org/article/info%3Adoi%2F10.1371%2Fjournal.pone.0025995).
Como todo gran poder, éste debería conllevar también grandes responsabilidades
(aunque dudo mucho que sea nuestra débil democracia de hoy la que se lo recuerde, y
32
mucho menos imponérselo, a los “demasiado grandes para fallar”). Estoy consciente
de que pretender limitar ese poder, tan arraigado en nuestra (ahora globalizada)
cultura del dinero, con solamente digitalizarlo y hacerlo distinguible, roza lo utópico.
Aparte de ser un proyecto multidisciplinario, tecnológica y legalmente, muy complejo,
la limitación del poder económico encontrará mucha resistencia política, formal e
informal, por parte de los favorecidos por el statu quo (más que nada porque tienen
mucho que perder) y su eficacia será nula, por ejemplo, tras las puertas de los consejos
de administración de las grandes compañías, nacionales y multinacionales, que
dominan nuestras vidas −me refiero al secreto contable y a los pactos colusorios que,
para asegurarse y/o consolidar el monopolio y el poder económico, se toman a puerta
cerrada y nunca trascienden a los demás agentes económicos o a los consumidores, que
de vuelta siempre resultan ser a largo plazo los más afectados por sus decisiones. Y si
tenemos en cuenta otras realidades que se escaparían con facilidad a nuestro control,
como la asimetría de la información en el mercado y, en general, cualquier
contingencia de la vida relevante para la economía, nos damos cuenta que no merece
la pena siquiera intentarlo. De modo que encontrar la base ideológica y legislar quién,
con qué límites y en qué situación adquirir bienes y servicios puede resultar más
complicado incluso que regular el clima, puesto que implica tener mucha información,
marcar unos criterios objetivos claros −corriendo el riesgo, por tanto, de dejar al
margen y hacer injusticia a muchas situaciones particulares− y emitir para cada caso
un juicio decisorio de valor (aparte de acercarlo ideológicamente a los olvidados y
odiados regímenes totalitarios). En pocas palabras, regular y crear incentivos para
obtener resultados social y económicamente deseables no hará más que añadir
complejidad a la complejidad ya existente y hacer que el capital y los activos se
vuelvan todavía más internacionales y difíciles de rastrear (en los innumerables e
intricados mundos fiscales paradisíacos). El mejor modo, en mi opinión, de eliminar
todos los efectos socialmente contraproducentes del dinero es cogiendo un atajo y
condicionando la adquisición, en ciertas situaciones, de ciertos bienes escasos de la
economía nacional, sean éstos clasificados como necesarios o no. Sin ser exhaustivo,
me refiero a los bienes de lujo, de ocio, de divertimiento e, incluso siendo de primera
necesidad, los bienes y servicios cuya calidad está por encima de unos estándares
preestablecidos. El poder que confiere el dinero para adquirir estos bienes tendrá que
conllevar también unas responsabilidades. En otras palabras, los que quieren acceder
a ellos tendrán que aportar a la sociedad algo más que simplemente dinero. Tendrán
que haber acumulado de antemano suficientes méritos sociales. Será un nuevo
concepto de legitimidad socio-económica, y los créditos personales y reales lo harán
posible: cuanto mayor será el poder económico, tanto mayor será la responsabilidad
exigible, o sea, mayor número de créditos. Ser rico ya no será tan atractivo y
gratificante, sino que conllevará más responsabilidades y compromiso social para con
los que ponen todo su esfuerzo personal en proveerles esos bienes y privilegios que hoy
dan por sentados. La legitimidad y el funcionamiento del sistema de créditos ni serán
impuestos ni serán garantizados por la fuerza −a través de inflexibles criterios y
procedimientos legales−, sino que se afirmarán y adaptarán continuamente a la
realidad social y económica a través del uso que les den los ciudadanos. El único poder
que todos respetarán (y temerán), será el de la información contenida en el sistema:
latente, impecable, omnicomprensivo e impersonal. Aparte de eso, será un poder que
33
no se olvidará nunca nada. Será este mismo poder el que, me atrevo vaticinar, también
acabará con las guerras. Si en todo momento los ciudadanos de cualquier país tienen
en su posesión en formato analógico toda la información que les concierne, incluidos,
se entiende, los datos registrales de sus propiedades, muebles, inmuebles e
intelectuales, poco quedará por ocupar y dominar, ya que a partir de esa información
la sociedad ocupada podrá en cualquier momento reconstituirse y marginalizar
cualquier intento de ocupación y sumisión forzosa (poniendo de paso en serio
entredicho el papel de la ONU o de cualquier otra organización mundial que la sustituya
en el futuro, lo único que se necesitará será un lugar físico seguro para guardar unas
copias en formato analógico de la información personal de todos los ciudadanos del
mundo). Es más, la democracia, a partir de la introducción del sistema de créditos,
personales y reales, y de la digitalización de toda la información, podrá por fin
emanciparse y liberarse del yugo de la economía (si ésta sobrevivirá como ciencia y en
la estructura actual). El poder económico nunca volverá a ser tan influyente y
concentrado como en la actualidad y la globalización podrá por fin liberarse de su
influencia negativa y ser beneficial para todos en lo que de verdad lo es. Será el
principio de una cooperación internacional pacífica y mutuamente beneficial sin
parangón en la historia. En resumen, el nuevo dinero digital, complementado por los
créditos y por la digitalización y el tratamiento seguro de la información concerniente
a todos los ciudadanos, llevará a que: (i) el poder, sobre todo el político y el económico,
se atomice, se vuelva local y se distribuya de modo transparente y en distintas medidas
entre todos según los méritos sociales de cada uno; (ii) cuanto mayor sea el poder
económico, mayor sea la responsabilidad social de su titular; (iii) las ideologías y gran
parte de las instituciones públicas que hoy conocemos se vuelvan redundantes o, las
que sobrevivan la transición al menos, se vuelvan más flexibles y funcionales -será la
época del hacer (antes que hablar y construir ideologías utópicas) y de la apreciación
de los valores sociales; (iv) las distintas asignaciones presupuestarias del país, y en
general todo gasto público (incluidos, se entiende, los gastos en armamento y guerras)
que sobrepase un límite social y económicamente seguro ante la inflación y/o el
desempleo, se vuelvan transparentes y se presten así a ser decididos por todos, con
respecto a su conveniencia y a su monto; (v) la producción, sobre todo de alimentos,
sea local; (vi) todos seamos más interdependientes, más comprometidos con los demás,
más activos socialmente y, en suma, más ocupados con los Asuntos Sociales (y
Comunitarios), que es como se deberá llamar a la Economía (el 95% de la misma es
sentido común de todos modos); (vii) pasemos de un sistema mercantilista, social y
económico, de precios, donde el capital económico domina lo social y lo político
creando explotadores y explotados, a un sistema de valores, donde capital económico,
social y cultural se entremezclen óptimamente en beneficio de todos los ciudadanos y,
por último, (viii) consigamos una generalizada prosperidad económica y personal
basada en los méritos, la dedicación y el esfuerzo personal, físico e intelectual, de
cada ciudadano (y no en créditos baratos, la gran invención financiera que ha dominado
los últimos 20 años las economías consumistas de los países desarrollados y en vía de
desarrollo). Es mi vaticinio para el siglo XXI. Mencionaría aquí que no soy adepto de la
igualdad de las personas, mataría la creatividad, la diversidad cultural y la motivación
personal de obtener el reconocimiento de los demás. Además, estoy seguro que el
sistema de créditos conseguirá que, como mínimo, los ricos del futuro estén mucho
34
más ocupados y comprometidos con el bien común, además de ser los modelos sociales
a seguir y contribuir a la reafirmación de los valores sociales tan penosamente
obtenidos en el pasado y que ahora parecen haber sido ignorados/relegados frente a
los económicos.
4. Los créditos personales (CPs), aparte del dinero, se exigirán en concepto de impuesto
social a toda persona física (en lo sucesivo, el vocablo persona/s se entenderá referido
a la/s persona/s física/s, con exclusión de las jurídicas) para la adquisición de ciertos
bienes y servicios. Su cantidad variará en función del tipo de bien y de las circunstancias
personales que rodean a la persona obligada. Los CPs tendrán las características de ser:
personales, intransferibles y no caducos. Sus funciones serán: (i) limitar el consumo de
ciertos bienes y servicios; (ii) fragmentar y limitar el poder económico; (iii) solidarizar
y sensibilizar a los ciudadanos, los unos con los otros y a todos en torno a los problemas
derivados del crecimiento económico; (iv) visibilizar las externalidades y compensar la
contaminación del ecosistema y (v) promover la justicia social y la igualdad de
oportunidades. Los créditos, en suma, pondrán las bases y estimularán una economía
muy distinta a la actual. Una economía social que vaya mucha más allá de lo comercial,
de unas personas vendiendo productos a otras, y cuyos fundamentos y funcionamiento
se centrarán en la calidad de las relaciones sociales y las mutualidades. El dinero actual
por sí mismo nunca podrá cumplir todas estas funciones o contribuir eficazmente a su
adopción. Ello se debe a que todas y cada una de las unidades monetarias tienen, desde
el lado del gasto para el consumo, el mismo valor nominal, con independencia de su
origen, de sus poseedores anteriores y del concepto en que cambia de manos. Sin
embargo, todos sabemos que para producir bienes y servicios, sean éstos de consumo
o intermediarios, hacen falta ideas, personas comprometidas, dedicación, esfuerzo y
recursos naturales, además de tener que internalizar (exigencia muy discutida
últimamente, tanto en la sociedad, como en la arena política) las externalidades. Los
productores de estos bienes y servicios, por tanto, son los únicos que tienen la
legitimidad (socio-económica) de decidir quién, en qué medida y con qué dinero tiene
acceso a su adquisición, máxime cuando para su producción se emplean grandes
cantidades de recursos naturales no renovables escasos que son de todos y dan sustento
a todo lo que es vida en el planeta. Cada vez que renunciamos al consumo actual y
ahorramos, lo hacemos pensando que, temprano o tarde, el dinero nos permitirá
adquirir a cambio una cierta cantidad de bienes y servicios (o invertir en su producción
o prestación). Nuestra relación con el dinero se reduce, por tanto, a la utilidad que
éste nos aporta de adquirir bienes y servicios para el consumo, sin importar la categoría
a la que pertenezcan: básicos, necesarios, escasos, abundantes, sustituibles, ocio,
placer, cultura y reconocimiento social, lujo o divertimiento. Cualquiera que esté en
la posesión del dinero, tenga éste o no origen lícito o legal (para tener una idea sobre
la anonimidad del dinero, el Banco Central noruego ha publicado recientemente en su
sitio web que el 70 % del dinero en efectivo es empleado en actividades criminales,
incluida la corrupción, y solo el 30 %, por tanto, en actividades económicas lícitas o
legales), tiene en la actualidad el derecho incondicional, desde el punto de vista legal
e, incluso, moral, de adquirir esos bienes. Incluso si, por ejemplo, hemos tomado
algunas copas de más y nuestro dinero “no vale” para adquirir más en ciertos locales,
siempre podemos encontrar una solución para ello. Lo mismo ocurre con el dinero ilícito
o ilegal proveniente de las drogas o de las armas. A pesar de encontrar ciertas
35
limitaciones y de requerir la “ayuda” de los expertos, en el mundo global de hoy éstas
son fácilmente superables (piénsese sólo en los paraísos fiscales y en el secreto
bancario protegido legalmente en países como Suiza, cuyos bancos aceptan felizmente,
y fomentan su práctica, dinero en efectivo sin hacer preguntas). Y si hablamos del
dinero fácil fruto de la especulación o proveniente de los “favores”, una vez
conseguido, es “lavado” y encuentra con facilidad su camino de vuelta para integrarse
en el pool del dinero anónimo e indistinguible y vale como cualquier otro dinero para
adquirir cualquier bien o servicio (o, incluso, para ser entregado a cambio de cualquier
otro “favor”, sean estos lícitos, ilícitos o prohibidos). Los créditos personales, junto
con la digitalización del dinero (aparte de hacer imposible, como mínimo, la
adquisición de los bienes ilícitos o prohibidos, la evasión fiscal y la corrupción),
impondrán una limitación o un condicionamiento considerable a la adquisición de
ciertos bienes y servicios. Funcionarán como cualquier otro valor que se devenga y
acepta a cambio, con la diferencia añadida de que los CPs se exigirán de modo
imperativo y cumplirán todas esas funciones sociales mencionadas al principio. A los
efectos de hacer que los CPs cumplan una función incentivadora de la creatividad y la
productividad, será conveniente distinguir entre: créditos personales básicos (CPBs) y
créditos personales específicos (CPEs). Toda persona (residente), con independencia
de su edad, estatus social, sexo, etc. y de sus motivaciones personales, que asiste física
o virtualmente al lugar donde se lleva a cabo una actividad, intervenga o no
activamente en ella, clasificada como socialmente útil o de interés común, GENERE O
NO BENEFICIOS ECONÓMICOS, tendrá derecho a una cierta cantidad de CPBs. Se
calcularán a partir de un tanto fijo por hora, prorrateándose los minutos, y se asignarán
a cualquier persona en función del tiempo asistido, eso es, serán créditos de asistencia
personal. Cumplidas estas condiciones, el sistema, por defecto y de modo automático,
los generará y asignará a favor de esa persona. Los CPEs, en cambio, se devengarán y
podrán ser reivindicados sólo por desempeñar o participar, física y/o intelectualmente
y de modo interactivo, en una actividad clasificada previamente por ley como
socialmente útil o de interés común, igualmente, genere dicha actividad o no
beneficios económicos. Su devengo y asignación serán convenidos, creando así cierto
grado de compromiso social y profesional, por las partes implicadas, con la posibilidad
de ser revisados por un comité ad hoc. En caso de que dicha actividad sea llevada a
cabo por una sola persona, o por dos con vínculos previos de amistad o de parentesco,
económicos, académicos, institucionales o de naturaleza similar, la asignación se hará
SOLO por un comité ad hoc, previa solicitud del/los interesado/s. Conviene mencionar
aquí que la clasificación legal de estas actividades, aparte de que se hará al principio
con la participación de todos, no será exhaustiva ni constituirá una lista cerrada, sino
que se ampliará y se actualizará periódicamente como consecuencia del uso y la
participación de los ciudadanos, dotando a las relaciones socio-económicas de
dinamismo, flexibilidad, adaptabilidad y durabilidad/sostenibilidad. Los CPEs se
devengarán en función de la relación que la actividad tendrá con la utilidad social, el
interés común, la investigación y la creatividad y no dependerán del tiempo, sino de
los resultados, actuales o potenciales. Para calcularlos se multiplicará el número de
CPBs por un índice (1,1; 1,2; … n,n, n ≥ 1; si el índice es 1,0 no se devengarán CPEs,
sino solo CPBs) que será establecido a través del voto personal y secreto de los
participantes en la actividad respectiva y teniendo como referencia unos criterios
36
únicos, establecidos al principio por ley y actualizados según el uso que se les dará,
según la clasificación profesional u ocupacional. Como decía, para los casos en que sólo
hay dos participantes −unidos por una relación de amistad o de parentesco, económica
o comercial, académica, institucional o de naturaleza similar, existiendo por tanto el
riesgo de resultar afectada dicha asignación por vicios como la parcialidad o la
connivencia−, hay conflicto de intereses o el resultado de la actividad es una invención
o creación única difícil de estimar, la adjudicación de CPs, previa solicitud del
interesado, se hará por un comité o jurado popular de legos y expertos en la materia o
el sector de la actividad en cuestión. Los créditos personales, como su nombre lo
indica, tendrán que ser, como regla general, intransmisibles. Con el fin de fortalecer
la cohesión y de estimular el intercambio de ciertos servicios sociales estrictamente
comunitarios/locales, como el cuidado de niños o de ancianos, sería sin embargo
socialmente conveniente que los CPs sean transmisibles, o mejor dicho que se podrán
pagar a cambio de ciertos servicios o de ser prestados por un plazo de tiempo definido,
entre los miembros de la comunidad o entre amigos, parientes, colegas, etc. (en este
caso, funcionarían como los "fureai kippu", o ´billetes para relaciones de cuidado´, de
Japón, o los "dólares-tiempo" de EEUU; al contrario que los CPs propuestos, ambas
funcionan en la actualidad como moneda complementaria, no sustitutoria, a la
convencional) y siempre que en la transacción no medie dinero. En caso de que se trate
de una transacción que es valorada/valorable en dinero (convencional) y el dinero es
efectivamente pagado junto con los CPs, se aplicará la regla general de
intransmisibilidad. La situación relacional y las cualidades personales tanto del
transmitente como del adquirente que justificarán la transmisibilidad serán deducidas
y calificadas en el instante de la transacción, de modo automático y de oficio, por el
sistema, teniendo como base valorativa los antecedentes y situaciones de hecho
digitalizados y contenidos en la base nacional de datos, que será la referencia única
para toda clase de transacción. De este modo, la transmisibilidad de los CPs (solamente
los básicos o, como decía, de asistencia personal), rellanarán la laguna no intencionada
creada por su asignación inicial de oficio, cuando son creados por primera vez, en cuyo
caso decía que son intransmisibles. Por último, los CPs tienen el potencial de
revolucionar y reformar completamente el sistema punitivo y sancionador, tanto el
penal como el administrativo. Menos para los delincuentes declarados socialmente
peligrosos, la imposición de una pena en forma de CPs negativos, restándose del total
actual o creándose una deuda pagadera a plazos, podría ser, desde cualquier punto de
vista, una alternativa muy superior a la privación de libertad (considérense solo los
gastos públicos que genera y su dudoso efecto socializador) y a las multas. Hacer que
una persona pague con su esfuerzo personal y/o su creatividad o productividad, aparte
de no generar gastos inútiles, será no sólo beneficial para la sociedad, sino que
resultará penalmente mucho más efectivo e, incluso, gratificante para la persona
sancionada/penada. En cuanto a las multas o las condenas de pago de indemnizaciones
y compensaciones, se mire como se mire, pagar una cantidad de dinero, en la mayoría
de los casos, ni compensa, ni disuade, ni educa, ni previene, es simplemente eso:
pagar; medida mucho menos efectiva, o con efecto nulo, en caso de las personas
acaudaladas.
5. Los créditos reales (CRs) se generarán en todas las demás situaciones en que no se
devenguen CPs. Los CRs serán transmisibles, impersonales y, en situaciones de crisis
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económica y como medida extraordinaria, mediante ley podrán ser declarados
caducables. Tanto la variedad como el ingente número de situaciones en las que el
capital, las cosas, las creaciones intelectuales, los bienes o, en general, cualquier tipo
de activo pueden generar beneficios económicos, de modo autónomo y sin la
intervención personal de sus poseedores o propietarios durante el proceso productivo,
no permiten construir una definición exhaustiva de los CRs. Por ello, resulta más útil
definirlos en sentido negativo. Los CRs se devengarán en todas las demás situaciones
que no impliquen la intervención personal del individuo (se entiende, persona física),
entendiendo por intervención tanto la mera presencia como la realización de cualquier
tipo de actividad, física o intelectual, eso es, cuando con la actividad se generen CPs,
sean éstos básicos o específicos. En el caso de que sí intervienen, o para todas las
personas distintas de los propietarios o poseedores del capital o los activos a lo largo
de todo el proceso productivo, se devengarán a favor de sus personas (se entiende que
se excluyen las personas jurídicas) los CPs que, en su momento, correspondan a cada
una de ellas por el desempeño de cada actividad en cuestión. Los CRs se generarán por
defecto en una proporción de 1:1 y, muy importante, serán transmisibles (cosa que,
como regla general, no ocurrirá con los CPs; sobre la excepción a esta regla, ver lo
expuesto sobre los créditos personales). A título de ejemplo, el capital (activos
financieros y bienes de equipo) invertido en: la fabricación de un vehículo, la
construcción de un inmueble (2ª vivienda) alquilado o la comercialización de un libro
SOLO generarían CRs, y no CPs, a favor de los propietarios del capital, del bien, o de
los derechos de autor (del libro, del plano o de las patentes); un CR por cada unidad
monetaria cobrada al consumidor en el precio final (aunque el consumidor podrá, por
encima o por debajo, modular y cambiar la paridad de un CR por cada unidad
monetaria). Los CPs en cambio ya se habrán generado la primera vez cuando se
creó/generó el capital o se materializaron las ideas a favor de sus respectivos
creadores. Con ello, se conseguirá que la acumulación de dinero o capital mantenga a
las personas, física y moralmente, en estrecha y continua conexión tanto con la
producción de los bienes y servicios que, actual o potencialmente, éstas pueden
adquirir con el dinero, como con la investigación, la creatividad y, en general,
cualquier elemento de su entorno que afecta y condiciona especialmente las
circunstancias de vida de las personas o de la sociedad en su conjunto. Esto podría
parecer discriminatorio, pero la introducción y la exigencia de los créditos que
propongo en el sistema monetario, junto con las otras medidas, es el único modo de:
limitar el poder económico y el consumo, reducir las desigualdades sociales, proteger
el ecosistema y hacer que el capitalismo, tenga el funcionamiento, los principios y la
forma que tenga en el futuro (con eso quiero decir que, en teoría, no estoy en contra
del capitalismo), sea socialmente y medioambientalmente más responsable y
comprometido. El consumidor, en el término de 7 días (o, para ciertos bienes, en
cualquier momento antes del final de la vida útil anunciada por el fabricante en el
momento de la venta), digamos, y una vez que tenga el producto en su poder, podrá
cambiar la paridad un CR por cada unidad monetaria que viene por defecto reflejada
en el precio, con total autonomía y basándose solo en la información económica
incluida en la etiqueta electrónica o digital del producto (que tendrá que contener, es
mi propuesta, mucha más información que solamente el precio), como por ejemplo:
porcentaje de los beneficios generados con la venta del producto; porcentajes de
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reparto de estos beneficios entre el/los propietario/s del capital y el/los empleado/s
en el proceso productivo o en la prestación; la eficacia económica del producto en
relación a los recursos empleados; el impacto medioambiental, la relación de la
producción del bien o servicio con los recursos locales (donde el producto es
comercializado), incluida la mano de obra, y, por último, los costes externalizados
durante el proceso productivo. La corrección en la paridad que haga el consumidor
tendrá como límite mínimo, en cualquier caso, los CRs que en la relación de 1:1
corresponden a la inversión dineraria o de cualquier otra naturaleza o a los costes de
producción del bien o servicio en cuestión. Los servicios profesionales, como las de un
arquitecto, abogado o médico, tendrán asignados por defecto una cantidad mínima de
CRs (aparte de los CPs) por cada servicio, acción, prestación o intervención que el
profesional (disconforme con ese mínimo) podrá disputar ante un comité popular. El
vendedor/prestador pondrá el precio, dinero, y el comprador/adquirente pondrá el
valor (social y medioambiental), o sea, los CRs. Lo mismo al adquirirse bienes y servicios
públicos. Muy importante, el adquirente del bien o servicio pagará tantos CRs como 1:1
correspondan al precio, pero el vendedor, prestador o transmitente (lo haga en su
nombre o de terceros), sólo recibirá los CRs que el adquirente/comprador decide
concederle, de modo que tendrá más importancia el proceso productivo, eso es, su
relación con los recursos empleados, incluidos los humanos, y el impacto que tenga en
el medio ambiente, que solamente al precio, cosa que indiscriminadamente ocurre en
la actualidad. Asimismo, se declarará por ley que todo el dinero conseguido con la
venta o la comercialización de todos los bienes y servicios en territorio nacional que
no esté cubierto por CRs, por haber conseguido de los compradores/adquirentes menos
créditos reales que dinero, no podrá ser ni gastado, ni tampoco repartido como
dividendos, durante o al finalizarse el ejercicio fiscal, por la sociedad o por el titular
de la actividad. Asimismo, dicho dinero tampoco podrá ser transferido al extranjero.
Se entiende que el dinero que no esté cubierto por CRs, al igual que cualquier otro
introducido desde el extranjero, podrá ser reinvertido en la economía nacional en
cualquier momento y sin tener que cumplir otro requisito legal (haciéndole de paso
justicia social a la economía). Cuando la adquisición de un bien se haga a favor de una
persona jurídica, el adquirente y representante legal de la misma que firma el contrato
de adquisición, tendrá que poner “de su bolsillo” los CPs que correspondan, según la
categoría a la que pertenezca y siempre en relación con la productividad o la
creatividad dentro de la actividad a la que dicho bien se asigna. De modo que, se
exigirán en cualquier caso CPs, tantos como resultarán de las circunstancias personales
del representante legal, para la adquisición de bienes que entren en la categoría de
lujo, ocio o divertimiento o no tienen relación con la productividad. De este modo, por
un lado, las personas físicas ya no podrán “escaquearse” fiscalmente, escondiéndose
detrás de una persona jurídica, y se verán forzadas a hacer su contribución personal a
esa gran empresa social mutua. Por otro lado, se conseguirá que el capitalismo se
corrija a sí mismo y sea, por fin, social y medioambientalmente responsable. Todo ello,
sin requerir leyes complejas y la intervención (tardía, probable e ineficaz, en la
mayoría de los casos) del gobierno y/o del legislador. Además, los créditos situarán al
consumidor y a sus necesidades en el centro de la economía. Pasará de una posición
pasiva a una activa y determinante, hecho inédito en la historia de cualquier tipo de
organización social. El consumidor, de modo directo e inmediato, y sin tener que
39
esperar (unos 5 años, más o menos) a que eventualmente lo haga el gobierno de su
elección, podrá moderar (moralizar, si se quiere) el capitalismo y hacer que sea más
responsable y comprometido con lo que, en realidad, constituye su base material y es
la razón de que siga existiendo: las personas y sus ideas. En cuanto a la diferencia entre
los CRs y los CPs, los primeros se exigirán de modo imperativo a todos los residentes en
el territorio nacional para la adquisición de cualquier bien o servicio producido o
importado en la economía −menos para los declarados de primera necesidad (cuando
sean adquiridos, claro, por una persona declarada necesitada) y para los de inversión,
siempre y cuando dicha inversión tenga por objeto la investigación, el desarrollo y la
producción de los bienes o la provisión de los servicios que previamente hayan sido
declarados por ley como socialmente útiles o de interés común−, mientras que los
segundos se exigirán, aparte de los correspondientes CRs, únicamente para la
adquisición de los bienes y servicios que la ley categorice como bienes y servicios de
lujo, de divertimiento (incluido el alcohol y el tabaco) o para el ocio. Se exigirán
incluso para la adquisición –aplicándose, en su caso, a la parte proporcional− de algunos
bienes y servicios cuya calidad, aun tratándose de bienes de primera necesidad, está
por encima de unos estándares funcionales y de calidad preestablecidos por ley o en
caso de que, para el adquirente, no tengan la consideración de necesarios (piénsese en
el caso de adquirir la segunda vivienda o un segundo coche). Otra distinción importante
es que el devengo y la obtención de los CPs, aparte de requerir siempre la intervención
de la persona física en cuestión y de ser intransferibles, tendrán dos limitaciones difícil,
si no imposible, de obviar: EL TIEMPO y el COSTE DE OPORTUNIDAD. 24 horas
transcurren igual para el rico que para el pobre, de modo que ser económicamente
pudiente servirá de mucho menos que en la actualidad o, en muchos casos, no servirá
de nada. En cuanto al coste de oportunidad, los bienes de lujo, por ejemplo, le costarán
al rico no solo dinero, sino también CPs, de modo que tendrá que decidir si (mal)gastar
los créditos en ese producto o en otro que tiene las mismas características o utilidades
pero que es más barato, no tiene la consideración de bien de lujo y para el que, por
tanto, no se exigen CPs. A todos nosotros al final, no nos quedará más remedio que
enfrentarnos a nuestras propias conciencias y preguntarnos seriamente al menos una
vez en nuestras vidas ¿qué es lo que mejor se me da o se me dará hacer y que los demás
podrán valorar de mí? o ¿qué es lo que constituye buena vida y dónde acaba lo necesario
y empieza lo opcional para mí? Tener una cuenta corriente abultada y acumular
riquezas ya no será un privilegio y un modo de vida, sino que será tan oneroso como
tener deudas, ya que además gravará a su titular con una perpetua deuda personal
para con los demás. Aparte de eso, los CPs tendrán las características de ser escasos y
consumibles y su obtención implicará comprometerse continuamente con los demás,
con la comunidad o la sociedad. Bajo el sistema actual, teniendo suficiente dinero uno
no sólo no tiene que trabajar, sino que no hace falta desempeñar actividad alguna
siquiera, sea ésta física o intelectual. Me refiero sobre todo al rico ocioso. Lo único que
éste tiene que hacer para mantener su posición social y económicamente privilegiada
es tener siempre un ojo atento a todo lo que hacen, por un lado, los que multiplican
su dinero y administran sus activos y, por otro, los que fiscalizan sus beneficios para
desgravarlos, para lo cual, por supuesto, no faltan asesores expertos. Con la
introducción del sistema de créditos o de méritos sociales, todo esto, y gran parte de
lo que hoy se conoce como capitalismo depredador y de "trickle down economics"
40
(economía basada en el efecto de "filtración hacia abajo"), se acabará. Y, para evitar
de pasar de una tiranía, del capitalismo individualista y competitivo, a otra, de los
méritos sociales y de las masas, a partir de una cierta edad, la de jubilación, los CPs
se generarán de modo automático para cada persona según una fórmula, dependiendo
básicamente de la media de CPs obtenidos a lo largo de la vida, igual que en la
actualidad con el dinero. A partir de la introducción de los créditos, acumular dinero
dejará de ser un modo de vida, ni tampoco un seguro incondicional para el bienestar,
sino que conllevará unas correlativas responsabilidades para con los demás, los
verdaderos productores de bienes y servicios. El impacto que los créditos tendrá en las
conciencias de cada uno de nosotros será inmediato y condicionará prácticamente
todos nuestros planes futuros: ¿para qué acumular dinero si nunca llegaré a acumular
suficientes CPs para poder disfrutar todo ese dinero? En efecto, uno nunca podrá
producir suficientes CPs para gastar todo su dinero, da igual como lo haya obtenido
(ganado en la lotería o el casino, proveniente de la especulación, de las rentas de
cualquier tipo, de una herencia o de cualquier fuente no productiva), a no ser que
invente, cree o produzca algo que los demás lo consideren valioso o útil. A partir de la
introducción de los créditos en la economía, valor y precio nunca habrán sido tan fácil
de disociar y percibir y, al mismo tiempo, en una relación tan tensamente dialéctica,
cuyos valores extremos sean tan alejados entre sí. Si las sociedades del futuro van a
tener ricos, los demás podrán tener la seguridad de que éstos se merecerán serlo, todo
lo contrario de la percepción que hoy tenemos de ellos. El capital de los más
afortunados seguirá generando por sí mismo muchos CRs, pero para la adquisición de
lo que hace merecer la pena ser rico, lujo, calidad, complacencia (y hasta sufragarse
el amor propio), comodidades y ocio, será preciso poseer algo mucho más escaso y
difícil de obtener: CPs, ya que, por un lado, requerirán su inexcusable presencia y/o
intervención en las actividades socialmente valoradas, le gusten o no, y, por otro, ser
creativo, si es que quiere obtener de los demás el mayor número de CPs en el menor
tiempo posible y quedarle más tiempo para el ocio. Pero bueno, se quedarán con la
consolación de que el dinero les permitirá al menos conservar (frente al populacho) la
prerrogativa de poder invertir en cualquier momento en formarse como buenos y
curiosos investigadores y, en general, en la acumulación de todo conocimiento o
información relevante y socialmente útil; el siglo XXI le pertenecerá a ellos (y a los
genios pobres, como siempre ha ocurrido en la historia). Será todo lo que necesitarán
para engendrar, mucho antes y con mucha más facilidad que los menos afortunados,
ideas geniales y obtener de un jurado o comité popular ad hoc todos los CPEs precisos
para mantener su poder de adquisición de los bienes de lujo y de ocio de su rutina. Y
si nos movemos al otro extremo del espectro económico, el de los necesitados menos
afortunados (sobre todo en los países desarrollados donde en la actualidad gozan de un
decente nivel de protección social), los CPs tienen el potencial de afectar
profundamente la ideología o la filosofía que está en la base del sistema y las
instituciones del bienestar y de poner en evidencia la necesidad de su redefinición
social, superando así el punto muerto que han alcanzado los debates estériles de hoy
en torno a la distinción entre pobres merecedores, con hijos, por ejemplo, y pobres no
merecedores. A pesar de implicar bienes necesarios gratuitos para toda persona
declarada necesitada, el sistema de créditos hará que cada persona sea mucho más
responsable y comprometida con el resto de los miembros de su comunidad o de la
41
sociedad. Además, los créditos nos servirán a todos como herramienta eficaz para
discernir entre donde acaba lo necesario y donde empieza lo opcional, haciendo visible,
al mismo tiempo, el coste de oportunidad en cada adquisición, con considerables
implicaciones para el consumo. A la persona socialmente inactiva (a partir de la
introducción de los créditos, que son la expresión y están en íntima relación con la
utilidad social y el interés común más allá de lo económicamente rentable, dejará de
ser relevante la distinción que hoy hacemos entre productivo e improductivo), el ocio
y el divertimiento le costarán mucho más que el dinero, que también tendrá sus
limitaciones, le costarán (al igual que al rico) CPs. En cualquier caso, el dinero para las
ayudas sociales del futuro será modal, o sea, sólo podrá ser gastado para lo que habrá
sido asignado, bienes declarados básicos y necesarios (los que llevan una etiqueta
blanca, por ejemplo). Pero los elementos más importantes que quiero resaltar sobre el
potencial de un sistema monetario moderado y condicionado por créditos, personales
y reales, será la autorregulación de la economía y la limitación del poder derivado del
capital y, en general, de cualquier activo. A partir de la introducción de los créditos,
la regulación y corrección del mercado libre −cada vez más demandadas desde cuando
empezó la crisis económica− no sólo ocurrirán de un modo automático y espontáneo,
sino que NO entrarán en conflicto con la productividad y la creatividad. Es más, las
estimulará. Por último, los efectos beneficiales de los créditos no acabarán en el mundo
físico exterior, sino que se proyectarán también hacía dentro, sobre las conciencias.
Se convertirán en la herramienta moral más eficaz del hombre moderno, ya que le
ayudarán a imponerse limitaciones (mandando al paro, por desgracia, gran parte de los
psicólogos) y a protegerse no sólo frente a las acciones de los demás, sino de sí mismo,
de los efectos perniciosos de esos históricos abusos y vicios como la codicia y el
egoísmo, que desgraciadamente tanto arraigo han adquirido en nuestra cultura,
perturbando y tensionando la paz social. Nuestra relación con el dinero cambiará para
siempre. El dinero será mucho menos importante, será solo una herramienta social
más, y el mundo entero, no solo la economía, dejará de gravitar a su alrededor. El
hombre, por fin, pasará a ser el centro exclusivo de sus preocupaciones, haciendo que
su futuro, y el de la comunidad a la que pertenece, sea previsible, equilibrado y
sostenible dentro de su entorno natural. Las personas ganarán terreno moral, por así
decirlo, a las cosas, y la sociedad entera ganará terreno al capitalismo. El espacio no
me permite entrar en más detalles aquí, pero discutiría con interés cualquier
comentario, observación o sugerencia que reciba del lector.
6. El sistema nacional para el tratamiento de la información. Mencionaba en
Considerandos algunos problemas de seguridad que se me ocurren en relación a la
seguridad de las transacciones online, sobre todo en cuanto a la autenticación de los
usuarios, al almacenamiento de datos, al acceso a los mismos, a su cesión y, en general,
cualquier acción que tenga la consideración de tratamiento de datos. Mi propuesta para
resolver estos problemas trata y distingue la mejora del software de la mejora del
hardware de autenticación (a través del SMID que trataré en el siguiente punto). En
cuanto a la mejora del software para garantizar la introducción, modificación, acceso,
cancelación, bloqueo y cesión de datos de modo seguro dentro del sistema, mi
propuesta parte de la premisa de que el único modo para conseguirlo, de cara al
usuario, será separando física y virtualmente el hardware del software. El encuentro
de los dos se producirá sólo para cumplir determinadas funciones, será temporal y
42
volátil y el usuario no tendrá acceso al software, al lenguaje informático en el que fue
escrito, ni tampoco a los comandos (a todos estos solo tendrán acceso los técnicos y
administradores del sistema). En la actualidad el hardware, los PCs o cualquier otro
dispositivo electrónico de acceso a la red, se adquiere de modo inseparable con el
software al que en cualquier momento posterior el adquirente puede acceder para
modificar, reinstalar, actualizar y reemplazar (o malversar sin ser detectado o
rastreado), sin que afecte a su funcionalidad de cara a la ya de por sí precaria
autenticación online. Por ello, es preciso que se creen nuevos lenguajes exclusivos de
programación, sin que el usuario pueda acceder a ellos, que incorporen incluso algunos
caracteres totalmente nuevos, de los alfabetos de otras lenguas, por ejemplo, o
abstractos y totalmente inéditos creados con este fin. Esta técnica de separación del
software del hardware ya se aplica en algunas redes de empresa y en la www. Se conoce
con el nombre de informática distribuida (también, de computación en la nube) y los
ejemplos más representativos son Google Drive y Skydrive. Aunque le han salido
bastantes críticas, por limitar la creatividad y la libertad de los usuarios de instalar
ciertas aplicaciones y de desempeñar determinadas tareas – haciéndoles, por tanto,
dependientes del proveedor de servicios−, la informática distribuida puede ser la
solución última en materia de seguridad, siempre y cuando se garantiza al mismo
tiempo al usuario la posibilidad de tener una copia de seguridad segura (y en formato
analógico) de toda la información que concierne a su persona y a sus acciones, sea
vertida en la red por él mismo sea por otros. Al contrario de lo que pueda parecer, la
red será totalmente segura sólo si llega a contener TODA la información y de TODOS
(también las autoridades, civiles y militares, y demás funcionarios públicos), toda la
que ya se encuentra digitalizada y almacenada en los servidores y la que se vaya a
digitalizar en el futuro, siempre cuando, insisto, se resuelve el problema de la
autenticación de los usuarios cada vez que se conecten a la red nacional. La dualidad
documento-papel/documento-digital es otro elemento importante que alimenta la
inseguridad jurídica y la inestabilidad económica y no una posible digitalización de toda
la información legal, social y económicamente relevante. Los documentos en papel,
que no son pocos, con gran importancia para la economía y el sistema legal, que están
en posesión exclusiva de los particulares −y a su arbitrio, por tanto, de ser desvelados
o no− son los que generan la inseguridad y no si la información en formato digital es
guardada de modo imborrable en unos servidores y en unas memorias personales
seguras. Mi propuesta, como solución a estas limitaciones y contingencias, aparte de
unos lenguajes y caracteres informáticos nuevos y de la abolición del documento papel
como medio de prueba, es de crear unos dispositivos (como, por ejemplo, el SAM que
desarrollaré en el siguiente punto) que permitan a los usuarios tener en su posesión,
en formato analógico WORM o escritura única lectura múltiple −cualquier formato
digital crea más dependencia del sistema digital y de la obsolescencia de las
aplicaciones y los programas informáticos−, toda la información que les concierne, sea
generada por ellos mismos o por cualquier otro usuario residente con acceso a los
servidores y a la red nacional, sea en relación a los registros de acceso a la información
de terceras personas. La informática (la digitalización de la información y de la
comunicación) que sea el lenguaje y el medio de trabajo y la memoria analógica segura
de tipo sólo lectura sea la garantía de todo usuario, persona física, frente a los fallos,
los abusos y, en general, al poder de los que guardan, administran y “vigilan” la
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información. Los programadores y los técnicos que mantienen el sistema desde dentro
poco podrán hacer al margen de sus cometidos técnico-legales, ya que las personas
tendrán como garantía la memoria analógica personal actualizada (SAM) contra
cualquier uso abusivo, corrupción de ficheros o borrado (que, se entiende, para el
programador no serán un problema), sea éste accidental o intencionado. Igual de
importante, por tanto, será que los usuarios tengan la posibilidad de actualizar
continuamente de modo seguro esa información para servirle eficazmente como seguro
y prueba ante cualquier situación de uso indebido o pérdida de la información en
formato digital. A modo de esquema, el sistema estará compuesto por: unos servidores
exclusivos situados en territorio nacional (incluidos los servidores redundantes para las
copias de seguridad), unos dispositivos seguros de acceso y autenticación de los
usuarios y unos dispositivos seguros de memoria analógica personal. La información
pasará de analógico a digital, que será el medio instrumental o de trabajo, y de digital
a analógico seguro, que funcionará como medio de garantía, prueba y cotejo de la
información. Todo ello, muy importante, sin que el usuario (sin excepción, o sea,
incluyendo a las autoridades públicas y a los agente estatales de inteligencia) pueda
tener acceso al software. Los caracteres de la interfaz, para la visualización, el acceso
y la interacción con el sistema, serán los propios del alfabeto de su idioma de acceso.
El lenguaje de programación será en gran parte muy distinto del de la interfaz (incluso
hoy, para cada uno de los idiomas disponibles de los sistemas operativos del mercado,
hay dos alfabetos distintos, uno para el usuario y otro para el programador). La red
física y todos los demás periféricos y dispositivos de acceso a la www podrán seguir (y
seguirán) siendo los mismos que se utilizan en la actualidad, incluidos los de telefonía
móvil. Es más, éstos constituirán una parte accesoria, por tanto, no imprescindible, del
nuevo sistema. Una condición fundamental para hacer posible la implementación y el
funcionamiento eficaz del nuevo dinero, o mejor dicho del nuevo sistema monetario,
y de los CPs y CRs propuestos, será la digitalización, no solo de todo el dinero, sino,
insisto, de toda la información que tenga que ver con: los derechos de contenido
económico, los contratos, los acuerdos, las declaraciones de voluntad relacionadas, los
poderes notariales, los testamentos, la adquisición e inscripción de la propiedad, la
identidad de las personas, las transacciones comerciales, la contabilidad del patrimonio
y las actividades económicas de los agentes económicos, las deducciones y retenciones
que se aplican a las rentas y a los ingresos en concepto de contribuciones sociales y
gastos comunes, los registros de los bienes, muebles e inmuebles, y la lista sigue, no
pretendo agotarla aquí. Debido a la fuerza atractiva y la importancia económica del
dinero, será preciso que el nuevo sistema incorpore gran parte de la información que
concierne a las personas y es relevante para la organización y el funcionamiento de las
comunidades y de la sociedad en general. Para garantizar el uso (el tratamiento) seguro
de esa información, insisto de nuevo, aparte de ser preciso que los servidores
contengan toda la información que concierne a las personas residentes y tiene
relevancia social (y también cualquier información privada que las personas quieran
incluir), es muy importante que el acceso y la autenticación de los usuarios −de todos
ellos, sin que se instituyan privilegios, prerrogativas o discriminaciones legales a favor
de las autoridades o funcionarios públicos− se haga de forma segura. Además, tendrán
que quedar grabados de forma imborrable en los servidores todos los registros de:
acceso, ingreso, modificación, cancelación, conversión y bloqueo de datos (conocidos
44
asimismo como metadatos); todo documento o fichero tendrá tantas versiones como
modificaciones, ninguna se perderá. La información estará grabada e integrada o
estructurada en la memoria de modo semántico −eso es, los datos contendrán además
otra información que describa el contenido, el significado y la relación estructural de
los mismos y faciliten su búsqueda, evaluación y recuperación−, y se distinguirá entre,
como mínimo, las siguientes categorías de información: pública secreta, pública
abierta, privada abierta y privada secreta o íntima. El acceso a la misma se hará a
través de distintos niveles de seguridad −por ejemplo, las autoridades públicas tendrán
acceso a niveles superiores en función de sus cualidades, funciones y cometidos
legales−, y se permitirá a los usuarios personas físicas obtener en cualquier momento
copias actualizables en formato analógico (en un dispositivo como el SAM que propongo)
de toda la información que les concierne (incluidos, por supuesto, los registros de
acceso por terceros a sus datos y las referencias a los documentos declarados secretos
−no pudiendo acceder a su contenido hasta su desclasificación como secretos−, públicos
o privados, que incluyan sus nombres o sus actividades o hagan referencia a ellos).
Toda la información que no provenga del sistema o de las memorias personales seguras,
que provenga de la www o de cualquier otro dispositivo electrónico y sea escrita en
lenguajes o a través de aplicaciones ajenos al sistema nacional, no tendrá valor
probatorio en el territorio nacional, pero sí informativo y accesorio con respecto a la
información nacional, y sólo podrá ser incorporada al sistema por los usuarios
residentes a través de los dispositivos de acceso seguro. En resumen: (i) el sistema
contendrá toda la información, y los registros de las acciones resultante de su
tratamiento, generada en el territorio nacional por todas las actividades e
interacciones, reales digitalizadas o virtuales, de las personas residentes; (ii) el acceso
a ella se hará sólo a través de un dispositivo seguro único, SMID o funcionalmente
similar; (iii) a efectos probatorios, sólo valdrá la información en formato digital
recuperada del sistema que, en su caso, podrá ser cotejada con la información
contenida en formato analógico en las memorias personales seguras, SAM o
funcionalmente similares, a la que tendrá derecho cualquier persona residente; (iv) los
usuarios no tendrán acceso al software del sistema y sólo podrán conectarse y acceder
al sistema a través del dispositivo seguro; (v) para introducir en el sistema datos de la
red global, o de cualquier otra red distinta de la nacional única, el usuario tendrá que
iniciar sesión y conectarse a través del dispositivo seguro. La conversión y transferencia
de datos externos al sistema, desde la carpeta personal www creada por defecto y en
la que el residente depositará provisionalmente los datos, por ejemplo, previa solicitud
expresa de transferencia del usuario, se harán sin su intervención y, en todo caso, tras
el cierre de sesión; (vi) cualquier dispositivo electrónico, que no sea uno de los
dispositivos seguros, podrá conectarse, alámbrica o inalámbricamente, al sistema
nacional, ya que éste tendrá instalado un protocolo con todos los drivers
(controladores) convertidos de los dispositivos del mercado, pero la conexión se
realizará sólo al hardware de dichos dispositivos y pasará siempre antes por el
dispositivo seguro de conexión (formando, de este modo, un bucle virtual) que
contendrá el software en su memoria volátil o de trabajo, siempre y cuando un
residente registrado previamente solicite la conexión de modo seguro; además,
cualquier dispositivo o elemento de hardware físicamente fuera del sistema tendrá que
llevar un código de barras o QR (Quick Response Code) previamente registrado y que
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sea legible por el SMID y, por último y lo más importante, (vii) el usuario, sea éste
autoridad pública o no, no podrá borrar datos del sistema, aunque sí bloquear el acceso
por motivos de privacidad o, siendo éste una autoridad ejerciendo una función pública,
lo requiera así por un período definido. Es más, ningún dato podrá alguna vez ser
borrado, cualquier documento o entrada de datos, una vez creados y guardados,
tendrán tantas versiones como modificaciones realizadas en ellos con posterioridad,
todas las versiones se grabarán. Y sí algún documento/dato es borrado del sistema, con
o sin intención alguna, por alguna persona que, lícita o ilícitamente, haya tenido acceso
al lenguaje de programación, valdrá en cualquier caso, y como garantía constitucional
fundamental, la información guardada en el/los SAM de la persona agraviada.
7. SMID (visualizar aquí el dispositivo propuesto). El elemento clave de la solvencia
intelectual y, en su caso, pragmática del sistema que propongo en este blog será el
dispositivo móvil, por tanto, inalámbrico, de identificación segura; sin él, todos los
conceptos e ideas construidos a su alrededor perderán gran parte de su justificación y
pragmatismo. Será el dispositivo que tendrá que conectar y mediar entre las personas,
o sea entre el mundo físico/material, llamémoslo mundo relevante, y el sistema, o sea,
el mundo digital, que será el mundo virtual donde las conexiones y las interacciones
tengan lugar. En Considerandos (de 9 a 13) exponía mis reflexiones acerca de la
seguridad online y de los puntos débiles que se me ocurren del sistema. Remito a ello
para ahorrar espacio. La premisa de la que parto es que el SMID, o cualquier otro
dispositivo electrónico funcionalmente similar, sólo será eficaz, en términos de
seguridad, si su diseño y propiedades electrónicas confluyan funcionalmente de modo
que sea imposible, a través de varios medios, el acceso del usuario, o de cualquier otra
persona e independientemente de sus intenciones, a su parte física interior y, por
tanto, al software. En otras palabras, su razón de ser o función principal tendrá que
ser la de impedir el acceso al software almacenado en su memoria digital interna, por
muy mínimas que sean las potenciales invasiones o conexiones indebidas/impropias. La
interfaz, una pantalla táctil, unos sensores y unos detectores del interior —con la
función de proyectar ondas electromagnéticas para la detección de magnitudes físicas
(biométricas, de la palma de la mano o del iris) del exterior para su posterior
procesamiento y digitalización— serán básicamente los elementos de hardware que
tendrá que contener cualquier dispositivo seguro de autenticación para garantizar una
seguridad mínima del sistema. Hasta aquí nada nuevo. Las novedades que propongo
con el SMID serán que a).— las personas no podrán acceder al software de captación,
procesamiento y transmisión (cifrada, por supuesto) de los datos al sistema o, mejor
dicho, no tendrán acceso al lenguaje de programación del software y de los protocolos
de comunicación y b).— que los elementos de seguridad del SMID harán imposible el
acceso a la parte física interior del dispositivo y al software mencionado anteriormente,
dicho de otro modo, cualquier intento de acceder indebidamente a su interior llevará
instantáneamente a la pérdida irrecuperable de la información que constituye su
software interno. Eso es, en caso de que una persona, con o sin fines delictivos, intente
acceder, físicamente o a través de medios digitales, a su interior, a través de una vía
o medio de conexión que no sea propios y nativos del dispositivo, la memoria del
dispositivo simplemente se borrará al instante y de modo definitivo e irrecuperable.
Todos los elementos que constituyan el hardware y software de seguridad tendrán por
ello una única función, que es proteger los datos de su memoria interna (el software
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de comunicación y de procesamiento de datos) y hacer que se borren (se purguen) de
modo irrecuperable al instante tras cualquier intento de acceso indebido o impropio,
siquiera de modo accidental (en caso de borrado de la memoria, el dispositivo perderá
su funcionalidad y, cada vez que sea posible, tendrá que ser reciclado y/o
reprogramado). Todas las partes físicas y las funciones de seguridad que componen el
SMID tendrán, en conclusión, la función de impedir el acceso por cualquier medio, físico
o virtual, al software de su interior (caracteres, sintaxis y secuencias de instrucciones
informáticas). Su uso estará limitado a la captación de magnitudes físicas del exterior,
del mundo analógico y material, a su procesamiento, incluido el cifrado, y a su
transmisión al sistema, del que, asimismo, estará habilitado a recibir la respuesta y
procesarla. Su memoria interna será de tipo RAM, o sea, volátil, que se borra tras el
cierre de sesión, y el software mínimo y permanente será compuesto por el número
identificativo del dispositivo, los comandos básicos para el encendido, el apagado,
primera comunicación, o handshake con el servidor, y la clave de encriptación (cuya
obtención se podría hacer a través del método que propongo en este artículo) para la
transmisión de estos datos al servidor; todos ellos se guardarán en el chip de la BIOS
(sistema básico de entrada/salida) del SMID. Todo lo demás necesario para el
funcionamiento del SMID, las aplicaciones y el software operativo de los elementos de
hardware interno, será recibido del servidor y se cargará en la RAM de modo
subsiguiente a la conexión. El contacto de SMID con cualquier elemento de hardware
externo, periféricos y otros SMIDs, se hará siempre a través del servidor. Los paquetes
de datos que el SMID enviará al sistema y recibirá de él seguirán un recorrido virtual en
forma de bucle, de modo que para conectarse con el mundo exterior el SMID tenga que
estar CONTINUAMENTE EN CONTACTO FÍSICO con el usuario durante la autenticación
(eso es, que no hará falta estar en contacto entre identificaciones) y pasar siempre
antes por el servidor; si el contacto físico se pierde, la conexión con cualquier red o
dispositivo externos al sistema y con el usuario se cortará. El diseño y la ergonomía
convergen funcionalmente para asegurar que el SMID infiera lo mínimamente posible
en los movimientos naturales del usuario mientras lo lleve puesto, pero es preciso que
su funcionamiento sea continuo y efectivo. Estando en contacto físico continuo con el
usuario durante la autenticación (por ello es aconsejable llevarlo puesto cuando el
usuario está en movimiento o tenga ambas manos ocupadas), el SMID captará de un
modo automático todos los datos identificativos y/o biométricos que éste requiera del
usuario, con o sin su intervención. En consecuencia, durante la conexión, podrá
solicitar al usuario de modo aleatorio en el tiempo que introduzca datos identificativos
(algunos caracteres de sus distintas contraseñas y respuestas a preguntas secretas,
preestablecidas o no por el usuario y el sistema con anterioridad; preguntas de tipo, el
nombre de su primer colegio, marca de su primer coche, etc. que sólo puede saber el
usuario y el sistema) en las casillas y de entre los caracteres que su pantalla reflejará,
y que podrán contener algunos que el usuario nunca ha usado o que sólo él usa, por
ejemplo, de otros idiomas, pero que sólo él los conoce; esto dependerá de los
caracteres (existentes o creados ad hoc) que el usuario habrá optado incluir con
anterioridad al definir sus contraseñas en el sistema. Entre sus elementos de hardware
internos, el SMID contendrá módulos electrónicos cuyas características técnicas le
habilitarán conectarse a través de cualquier vía o tecnología de conexión inalámbrica
existente en el mercado: Wi—Fi, GSM, Bluetooth e, incluso, la recién creada tecnología
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Li—Fi (o Light Fidelity, propuesto a finales de 2011 por el Consorcio Li—Fi). Los
elementos de seguridad del SMID, cuya exclusiva función es de hacer imposible
cualquier acceso por la fuerza, física o virtual, a su parte interna −al hardware− para
“robar” o explotar, con fines delictivos o ilegítimos, el software, fuera de las vías de
acceso “legítimas”, digamos, y funcionalmente nativas del dispositivo y sólo cuando
éste lo requiera, son los elementos más importantes para la seguridad, no sólo de la
autenticación y la comunicación usuario—servidor, sino de todo el sistema propuesto.
Y en último lugar, pero no por ser lo menos importante, el SMID podrá ser completado
por una tarjeta de identificación electrónica y por un método de autenticación
similares a los que propongo en este artículo. El uso de dicha tarjeta no estará
destinada a ser usada sólo por los residentes legales del país, sino que podrá ser, y es
aconsejable que sea, usada por todas las demás personas físicas que visitan
temporalmente (turismo, visitas a amigos o familiares, estudios, negocios, etc.) el país.
Para visualizar el SMID que propongo, haga clic aquí. SAM (se puede ver aquí) será la
memoria analógica segura y personal que complementará e integrará el funcionamiento
del sistema. Su función más importante, para los residentes legales del país (no solo
para los ciudadanos), será la de guardar la información personal en formato analógico
para poder ser usada en situaciones de discrepancia, legal o de hecho, que exijan
cotejarla con otra información o para servir como prueba en cualquier asunto de
naturaleza legal, administrativa, mercantil o civil de interés para la persona en
cuestión. Es de suma importancia que la memoria sea de tipo analógico WORM
(escritura única lectura múltiple) y, de este modo, se haga valer y funcione de modo
independiente respecto a la información guardada y transferida en formato digital
dentro del sistema. La tecnología que mejor se ajusta a estos requerimientos es la
memoria holográfica; ocupa poco espacio físico (1 terabyte de datos en un cristal del
tamaño de un terrón de azúcar), es imborrable, es fácil de transportar y guardar y
permite añadirle otros elementos virtuales de seguridad para proteger la privacidad y
prevenir el uso indebido por terceros. Los elementos de seguridad que se me ocurren
y que las tecnologías usadas permitirían integrar en la SAM podrían ser: i).— grabar la
información en los discos de cristal distribuida en tablas (de 10 filas x 10 columnas, por
ejemplo) y por saltos de acuerdo con un PIN personalizado de 10 cifras (el PIN se podrá
obtener de la huella digital del usuario; en un foro se propone este método, en inglés),
de modo que si una persona quiera acceder a su contenido indebidamente, sea
imposible recuperar frases enteras y con sentido; igualmente, para hacer el descifrado
más difícil, se podrá incluir en los espacios vacíos de los discos la misma cantidad de
información que la relevante a proteger, pero cuyo contenido, público, abierto y de
carácter redundante, sea “rellenado”, cada una de las veces que el usuario conecte la
SAM al sistema para actualizarla; ii).— fragmentar todos los documentos oficiales
declarados secretos/clasificados - que no permitan ser descargados íntegramente en la
memoria personal de la persona interesada/afectada y los documentos privados
protegidos por ley - en palabras sueltas (o, incluso, caracteres sueltos), incluidos los
números que puedan contener y excluidos en cualquier caso los nombres propios (no
así si se usa el método alternativo de fragmentado en caracteres sueltos) y los que
justifican, en su caso, el carácter de “clasificado” del documento, y guardarlas - junto
al número de orden que le corresponda a cada palabra dentro del documento en
cuestión y al número de serie que se le asignó al ser creado y guardado en el servidor
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- en una sección especial dentro de cada SAM de todo el sistema, y no sólo los
personales de las personas interesadas o afectadas por el contenido de los documentos,
llamémosla “tabla oficial de cotejos de documentos”; cada vez que un usuario se
conecta para actualizar la información personal su SAM, se actualizará asimismo, de
modo automático y por defecto, la tabla oficial de cotejos de su SAM. Cada vez que,
dentro de un procedimiento judicial o administrativo, se solicite por cualquiera de las
partes el cotejo de un documento, sea éste desclasificado o no, o esté declarado el
secreto de las actuaciones dentro del procedimiento en cuestión o no, se comprobará
si la palabra recuperada de cualquier SAM, conectada al sistema en ese mismo instante
y escogida al azar por el sistema, corresponde con la del documento presentado a
cotejo, tanto el contenido literal de la palabra, como su posición consecutiva dentro
del documento; paso seguido, y a instancia de la parte interesada, se hará un segundo
cotejo del mismo documento y tomando como palabra de cotejo esta vez la que el SAM
de la parte interesada contenga según el número de serie del documento contenido en
su tabla de cotejos. Con la integración de estos elementos de seguridad en la SAM, se
logrará: que se devuelva gran parte del poder democrático a los ciudadanos a través
de la democratización de la información mientras se preserve la seguridad, sobre todo
la nacional y la privada; fortalecer y hacer más efectivo el sistema judicial y el
administrativo al asegurarse con ello la autenticidad de las pruebas en los distintos
procedimientos legales; que nadie sea condenado en un procedimiento judicial o
administrativo, sobre todo en los declarados secretos por juez o autoridad pública y en
los que restringen o inhabilitan derechos, sin haber tenido la oportunidad de impugnar
la validez y la integridad de la/s prueba/s documental/es (o de la transcripción, en su
caso, del fichero audio/video constitutivo de la prueba), tenga o no acceso a su
contenido en ese momento (lo podrá hacer, en cualquier caso, cuando se desclasifique
y sea declarado público y abierto); que se erradiquen la falsificación, la corrupción y
la pérdida perjudicial, intencionada o no, de los documentos con relevancia pública,
social o económica (piénsese sólo en la doble contabilidad y la manipulación de las
cuentas de las empresas evasoras de impuestos, muy frecuentes hoy); que se reduzca
considerablemente, o incluso se elimine, la corrupción de los funcionarios y de las
autoridades públicas y la evasión fiscal, práctica muy extendida hoy entre los
contribuyentes de rentas altas del país; que el poder del estado, sobre todo en los casos
donde sea necesario imponer por la fuerza a los ciudadanos deberes y obligaciones
legalmente provistos, se impersonalice y se libre de los distintos intereses privados o
empresariales en detrimento de los generales/públicos; que se economicen, en número
y asignaciones presupuestarias, y flexibilicen las instituciones públicas, haciéndolas
más actualizables/adaptables y, por último, que se refuerce y transparente la
responsabilidad democrática, sobre todo de las personas con funciones públicas,
dotadas o no dichas funciones de poderes públicos y/o de autoridad.
8. Abolir el papel como medio de prueba. El papel tiene una larga y fascinante historia
social y, en todo su transcurso hasta hoy, nos ha servido, por lo general, con fidelidad
para materializar, representar y dejar constancia de todo lo que ha tenido relevancia
legal, social y económica, y, en general, de todo lo dicho y expresamente querido:
acuerdos, garantías, transacciones, declaraciones de voluntad, leyes,
identificaciones de personas y cosas, nacimientos y matrimonios, representaciones
y contabilizaciones de valores, incluido el dinero, deseos, manifestaciones e
49
intenciones personales e, incluso, opiniones vinculantes. Dejando de lado la tragedia
de la matanza de árboles, el mismo papel, aparentemente tan fiel e insustituible,
tiene el gran inconveniente de haber servido igual de bien a, socialmente
irresponsables, falsificadores y corruptos creadores de valores, incluidos los
creadores de dinero (físico) y de dinero como deuda, aprovechando el portador del
papel representativo de valor la anonimidad que cualquier documento en soporte
papel le confieren; me estoy refiriendo sobre todo a los documentos privados con
potencial de constituirse como prueba única en un procedimiento legal que se firman
sin fechar y al dinero físico de hoy que es anónimo, eso es, que se emplea como
valor al portador. Por mucho que se mejoren las medidas de seguridad que se le
apliquen (como los hologramas, los tintes fotosensibles y otros), el papel se quedará
siempre lo que es, papel, y nunca podrá garantizarle plena seguridad a la
información que contiene, siendo nula la garantía y la seguridad jurídica de los
documentos privados con efectos legales a los que se le añaden con posterioridad a
la firma datos tan relevantes como la fecha (piénsese solo en las bajas voluntarias
sin fecha que el trabajador es constreñido a firmar al mismo tiempo de firmar el
contrato de trabajo, muy frecuentes desde cuando la crisis, o los documentos de
renuncia al cargo sin fechar que el administrador social testaferro firma a cambio
de dinero para que el millonario evada irresponsablemente impuestos y obligaciones
sociales) o que sea guardado en privado, “por si las moscas”, en detrimento de
intereses superiores generales. Aparte de ser fácil de perder, destruir, corromper,
sustituir e imitar con falsificaciones, el papel tiene las insalvables inconveniencias
de ser frágil, efímero y aprehensible. El que lo tenga en su poder tiene la
prerrogativa de poder exhibirlo sólo cuando le conviene, sustituirle por uno más
ajustado a sus intereses, modificarlo a su antojo, e, incluso, de destruirlo, haciendo
así que desaparezca para siempre, con o sin interés alguno, toda la información que
contiene y es relevante para la justicia, la economía y/o el interés general de los
ciudadanos. Pondré un ejemplo ilustrativo que viene mucho al caso y tiene un
considerable impacto en las marchas de las economías. Los que sacan ventaja, en
detrimento de todos los demás, de los paraísos fiscales (véase
http://www.icij.org/offshore) se salen siempre con la suya solo porque los
documentos en papel tienen, según el país, prioridad o unicidad legal probatoria
antes que cualquier otra fuente corroborante de información y que la relación del
testaferro u hombre de paja con el administrador real se firman invariablemente en
documentos privados no registrados públicamente. Los testaferros detrás de los
cuales se esconden, cada vez que firman el documento notarial o privado de
constitución de esas sociedades ficticias de las cuales son designados
administradores únicos, firman también al mismo tiempo: (i).— una declaración de
hacer todo y al pie de letra de lo que el administrador o propietario real le comande;
(ii).— un documento notarial devolviendo (desinteresadamente) al ricachón que
evade impuestos el cargo de administrador y los poderes que le sean inherentes y
(iii).— una carta firmada por el testaferro de renuncia/cese como administrador
único (en soporte papel, por supuesto, ¿en qué otro, si no?) SIN FECHAR para evitar
responsabilidades (más información en: http://www.icij.org/offshore/how—
nominee—trick—done, en inglés). Estos documentos, se entiende, nunca ven la luz o
se inscriben en registro público alguno del país donde se obtienen las rentas, los
50
beneficios o se adquieren los activos, se guardan para el caso de que el suplente que
“prostituye” su identidad no cumple con lo acordado y quiere volverse, con o sin
interés material alguno, en contra de los intereses de su mandante rico. Se puede
decir, por tanto, que todo el tinglado de los paraísos fiscales se apoya últimamente
en esa vulnerabilidad de los sistemas nacionales de aceptar los documentos en
soporte papel, públicos y/o privados, como medio preferencial de prueba, antes que
las declaraciones de testigos o las presunciones legales o judiciales. El papel se ha
ganada en la historia este puesto preferencial solamente porque, hasta hace
relativamente poco, no había otra cosa. Poco cambia el hecho de que dichos
documentos se firmen ante fedatario público, máxime cuando éste ejerza en un país
distinto del afectado por la evasión y está protegido por el secreto profesional. Los
documentos en papel son guardados en cajas fuertes hasta que su oportuna
exhibición es querida o requerida. Además, ¿cómo podrían controlar y dirigir los
gobiernos de hoy la economía y el sistema judicial si gran parte, la más relevante,
de la información contable y financiera de los grandes no transciende a los registros
públicos del país? Y toda esa información, como no, está en soporte papel o en sus
servidores informáticos exclusivos en inviolables. Está claro que los defensores del
statu quo, y los políticos que le son cómplices, son conscientes de esto y que nunca
hablarían en público sobre esta vulnerabilidad para abrir un eventual debate
público; hace falta algo mejor que el sistema actual de tratamiento y validación de
la información y, en cualquier caso, hace falta un sistema único en el que toda la
información sea tratada de modo coherente y como un todo, sin zonas ocultas o
dejadas vacías al antojo y los intereses exclusivos de la Casta. El valor estimado
actual del dinero que se encuentra en esos paraísos es de unos 32 trillones de dólares
americanos, algo más de la mitad de lo que vale la producción de la economía
mundial, por tanto, el papel no solo no sirve para luchar contra la evasión fiscal y la
“fuga” de capitales, sino que es su principal fiel y legítimo cómplice. El papel, por
sus claras vulnerabilidades y por su precariedad, ya no nos sirve con fidelidad para
garantizar la transparencia social y democrática y la justicia. Volveríamos a las
grabaciones en piedra, que ofrecen mucha más seguridad que el papel, a no ser que
obvios e insalvables inconvenientes lo impiden. El hombre tecnológico moderno
necesita algo a su medida: una memoria analógica (o sea, que la información pueda
ser visualizada directamente a través de los sentidos y sea representada mediante
variables continuas y análogas a las magnitudes físicas que representan, todo ello
sin la necesidad alguna de elementos, de software o virtual similar, que la interprete
y/o transforme en algo tangible, material y analógico) que almacene toda la
información social y económicamente relevante en un volumen muy reducido y, por
tanto, sea fácil de trasladar de un lugar a otro y de depositar. Además, al ser
analógica, de escritura única y lectura múltiple, la memoria no podrá ser borrada y
tampoco modificada, lo cual supondrá un avance significativo en términos de
seguridad de la información, fundamental en el funcionamiento y desarrollo de
cualquier sociedad. Documentos de identidad, contratos, transacciones
comerciales, contabilidad personal y empresarial, datos registrales de los bienes
muebles e inmuebles, vida laboral o de actividades sociales, información médica
personal, y todos los demás datos que representan la relación de una cierta persona
física con el mundo exterior (la comunidad o la sociedad), material o inmaterial
51
(como las ideas, las instituciones y cualquier otra abstracción), y con su contexto
social inmediato, continuo y permanente, incluida las relaciones e interacciones con
otras personas, todos ellos son datos que podrán ser accedidos en el sistema cada
vez que sea necesario, con la posibilidad de ser cotejados, a instancia de la parte
interesada, con los contenidos en las memorias personales analógicas de los
ciudadanos. Dadas todas las tecnologías existentes, y el potencial para avanzar y
crear otras más eficientes, que se podrían emplear para tener para tratar datos y
llevar a cabo transacciones comerciales en condiciones de seguridad y conveniencia,
¿por qué seguimos confiando en todos esos intermediarios personales y materiales:
secretarios judiciales, fedatarios públicos y funcionarios que marcan casillas,
registros muebles, inmuebles y mercantiles, documentos identificativos, dinero
papel, contratos bursátiles, documentos registrales, etc., que tanto dinero cuestan
a los contribuyentes y que, en lo que más importa, tan vulnerables y corruptos (o
corruptibles) se han vuelto? La tecnología de almacenamiento holográfico de datos,
o con funciones similares, constituye en la actualidad la mejor tecnología capaz de
cumplir todas las exigencias de seguridad y transparencia indispensable para que la
democracia sea efectiva y funcional y que al mismo tiempo sea comparativamente
barata y fácil de acceder y conservar. Curiosamente, y a fin de cuentas, las
memorias holográficas no serán más que descendientes “pijas” y tecnológicamente
avanzadas de las estelas o lápidas de piedra del pasado con la ayuda de los cuales
los emperadores construyeron y controlaron sus imperios.
9. Abolir el interés sobre el dinero. Aparte del coste de oportunidad que conlleva y
de su efecto económico inflacionista y destructivo de valores materiales,
medioambientales y sociales, el interés sobre el dinero es social y moralmente
inaceptable; es una barbaridad vestida de Prada. El interés sobre el dinero solo sirve
para hacer a los ricos cada vez más ricos y a todos los demás cada vez más
endeudados (a los primeros, por supuesto). Lo cual, en teoría, sería a regañadientes
aguantable, si no fuera porque los ricos de hoy son cada vez poderosos e influentes
en la política y deciden, directa o indirectamente, el acceso a todo lo que más nos
vale y es vital al resto de nosotros. ¡Qué florezcan mil flores! dirían los optimistas.
Sí, que florezcan, pero no “chupando” todo el agua de las demás. A partir de la
digitalización de todo el dinero, bueno, de la información que éste representa, los
bancos, que históricamente han sido la referencia más importante para guardar
dinero físico, se volverán redundantes, ya que no habrá nada que depositar. ¿Por
qué querría alguien depositar su dinero a nombre de otra persona o entidad, si este
dinero estará en todo momento dentro del sistema, el gran depositario por defecto?
Si reflexionamos por un breve instante realizamos que si todo el dinero es
almacenado como información digital en unos servidores nacionales únicos, no sólo
no tendrá ningún sentido acudir a un depositario distinto dentro del mismo sistema
(sistema que, al final, lo somos todos o, para ser más exacto, es la suma de todo lo
que hacemos o dejamos de hacer), máxime cuando éste, el depositario y
prestamista, cobra comisiones a los depositantes e intereses a los prestatarios, sino
que ni siquiera hará falta que dicho dinero circule, en el sentido que hoy “circular”
se entiende. Lo único que importará será la titularidad sobre el dinero, de modo
que, a partir de la digitalización del dinero, será esta titularidad virtual la que se
“moverá” y, en su caso, será reemplazada por una nueva y no el dinero; eso es,
52
circular perderá su sentido conceptual y definitorio a partir de la digitalización del
dinero. Los préstamos para los negocios se satisfarán con el dinero que sus titulares
decidan mantener dentro del sistema (o sea, que en principio podrá ser sacado del
sistema, pero sólo si está cubierto, en proporción de 1 a 1, por créditos reales; véase
arriba sobre CRs) en parte o todo, como disponible para préstamos para la inversión.
Una vez estudiado el proyecto de inversión y, en su caso, recibido el asesoramiento
pertinente en cuanto a la viabilidad del proyecto y el porcentaje de participación
en los beneficios, el titular del dinero acordará formalmente conceder el préstamo
al/los solicitante/s o no, y da igual la relación de confianza que medie entre el
titular y el solicitante, la transparencia, la seguridad jurídica y la confianza,
fundamental en cualquier transacción, estarán en todo caso garantizadas por el
sistema. En caso de que no hay ahorradores que quieran prestar o que todo su dinero
no es suficiente, los créditos se generarán de modo automático por el sistema y la
participación (de todos, en este caso) en los beneficios, UNA VEZ GENERADOS éstos,
se hará según unos porcentajes o cuotas que un comité ad hoc (a semejanza del
actual ICO, pero mucho más transparente, imparcial y sin suponer la aplicación de
intereses) de entre los ciudadanos decida; el sistema proveerá a dicho comité toda
la información sobre la solvencia del prestamista. Los préstamos para el consumo,
en cambio, se concederán de modo automático por el sistema (dinero de la nada,
como hasta ahora, pero con la capital diferencia de que solo se generará si el
solicitante es solvente, económica y socialmente, o sea, si ha demostrado ser
merecedor del crédito) a los solicitantes que cumplan ciertos requisitos sociales
mínimos (remito a lo expuesto en cuanto a los CPs y CRs) y, muy importante, sin la
aplicación de intereses al principal. El único interés que le aplicará será el que los
ciudadanos tienen en el bienestar de sus análogos. De este modo, no sólo se agotaría
gran parte de los ahorros (los que decidan no prestar el dinero, en situaciones de
crisis económica, se arriesgan a que su dinero sea declarado automáticamente, tras
el transcurso de un cierto período de tiempo, caducado o extinguido) antes de
generar otro dinero (de la nada, como en la actualidad), sino que la masa monetaria
se expandiría en una medida ajustada y precisa y obedeciendo estrictamente a
factores, sin ser exhaustivo, como: el crecimiento de la población, la necesidad de
nuevas infraestructuras, la investigación o el desarrollo de nuevas tecnologías. Este
mecanismo, aparte de ser impersonal, transparente y objetivo, tiene el deseable
potencial de fomentar ante todo la creatividad y la productividad, tan importantes
para la estabilidad y el desarrollo sostenible de cualquier economía.
10. Aprobar por ley un acervo de bienes y servicios que tengan la consideración de
bienes necesarios y básicos. Cualquier organización o sistema social moderno que
no ofrezca un colchón económico o seguro social sin discriminar a sus individuos y
familias, no sólo no sobrevivirá de una pieza el paso del tiempo, o sea, que acabará
autodestruyéndose, sino que carecerá de toda legitimidad democrática y acabará
invariablemente generando tensiones sociales que sólo podrán ser controladas por
la fuerza, ejercida de un modo implícito o explícito por su gobierno o líder,
desembocando, por tanto, en una de las dos situaciones extremas posibles: tiranía
o anarquía. Estos bienes y servicios básicos, como bien se sabe, son: la educación,
la salud, la nutrición y la vivienda. El contenido mínimo de lo que constituye
educación o nutrición puede variar en función de la cultura y de los recursos del país
53
o región a los que se relacionan. La identificación y la implementación institucional
de esto bienes como básicos se podrá bien hacer a través de mecanismos
democráticos como la publicación de listas y la fijación de plazos para las propuestas
ciudadanas, procesos que culminarían con la clásica adopción de su contenido final
en referéndum. Instituir éstos bienes y servicios y asegurar su cumplimiento no es
sólo humano sino que constituirán la base sobre la cual cualquier individuo pueda
crecer y evolucionar y contribuir, así, al bienestar de las generaciones actuales y
futuras; “hoy por ti, mañana por mí”. El nuevo sistema monetario propuesto, junto
a los créditos personales y reales que lo complementan, funcionará mucho mejor y
podrá ser aceptado como legítimo en unanimidad si será acompañado de la
institución de esos bienes básicos como seguro social estatal. La situación será muy
similar a la actual en los países desarrollados, pero el sistema entero será mucho
más efectivo y barato de mantener, además podrá acomodar, sin perder su
funcionalidad, la humana salvedad de no exigir créditos personales a los declarados
necesitados. En efecto, exigir créditos personales para la adquisición de bienes y
servicios básicos no sólo será inhumano y tiránico (y da igual si la tiranía es ejercida
por la mayoría), sino que a la larga resultará ser altamente corrosivo o destructivo
para el desarrollo personal y la paz social. La función más importante del
reconocimiento y adopción institucional de este acervo de bienes será la de
constituirse como límite a las eventuales disfunciones y efectos secundarios
indeseados de una hipotética organización social que base el funcionamiento de su
economía en dinero digital y créditos personales y reales, instituciones que, como
tal: serán impersonales, activándose de oficio; encontrarán su justificación en la
propiedad privada y en la competición y tenderán a relegar (externalizar) o
desinteresarse por todo lo que tiene que ver con las prestaciones sociales y el
bienestar de los ciudadanos más necesitados o merecedores de atención especial
(i.e. menores e incapaces, ancianos, personas discapacitadas, madres de menores,
parados, personas sin formación profesional o académica, etc.). De todos modos, el
derecho de acceso a los bienes básicos tendrá que ser declarado o reconocido
siempre por una autoridad pública o, en vía de recurso, por un comité popular.
Decidir si una persona, y, en su caso, las personas que dependen económicamente
de ella, es o no merecedora de recibir esos bienes, se basará en cualquier caso en
toda la información económica y social que consta en el sistema acerca de esa
persona. Además, cada unidad monetaria de las prestaciones dinerarias recibidas
llevará, en cualquier caso, la distintiva limitación de que sólo podrá ser pagada a
cambio de esos bienes y servicios básicos, de un listado oficial público, con la
exclusión, se entiende, de cualquier otro bien no contenido en dicho acervo. Al tener
un sistema digital donde cada unidad monetaria y cada transacción relacionada
sean, en todo momento, identificadas o identificables y rastreadas, esa provisión o,
si se quiere, medida restrictiva se aplicará de modo automático, rápido, instantáneo
y barato; o sea, no habrá papeleo, administraciones y leyes o procedimientos
engorrosos, largos y difíciles de aplicar, aparte de ser una carga pecuniaria más para
los contribuyentes. Por último, el colchón económico propuesto, empleado según las
condiciones mínimas referidas, resuelve los problemas insalvables de todos los
sistemas de bienestar social de hoy, sobre todo de los países desarrollados, que es
de convertirse, temprano o tarde, en una pesada e insostenible carga económica del
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estado y de mutar invariablemente en la madurez en la “cancerígena” y legal
institución disuasoria de la productividad y de la motivación personal de los
ciudadanos.
11. Instituir mecanismos legales para eliminar del sistema el dinero no productivo y
para crear otro nuevo al servicio de la producción y de la sociedad en general.
Hacía más arriba, en “Abolir el interés sobre el dinero”, una breve referencia a la
posibilidad de declarar legalmente caduco o caducable cierto dinero. La gran
ventaja económica y social no intencionada que se podrá obtener a partir de la
implementación de un sistema (o transformación del sistema anterior) que contenga
todas la unidades monetarias identificadas y en formato digital será que el dinero
podrá ser destruido o bloqueado al instante con sólo pulsar un botón, sueño
inalcanzable de cualquier ministro (sobre todo, de economía o de justicia), juez o
autoridad pública en la actualidad. El dinero perderá sus actuales prerrogativas de
ser el sacrosanto, intocable y elusivo, “travesti” del valor y de las identidades de
sus flotantes poseedores. Se convertirá, a través de los CPs y los CRs, en una simple
y transparente herramienta, entre muchas otras igual de útiles, de justicia social,
económica y medioambiental. Como es natural, a partir de su implementación, lo
único que importará y contará serán las personas, sus ideas y sus acciones, social y
medioambientalmente, responsables. El nuevo dinero será el camino más fácil y
moderno de vuelta a lo natural y al valor intrínseco de las cosas que las sociedades
perdieron hace mucho tiempo. Por supuesto, destruir dinero al instante representa,
ante todo, poder; poder que, en manos equivocadas, sería capaz de volverse muy
destructivo y difícil de contener, una vez se desconecte. La historia nos recuerda, a
través de innumerables ejemplos, que el poder corrompe y que el poder absoluto
corrompe absolutamente. El condicionamiento legal y la despersonalización, o la
institucionalización, del poder de destruir dinero será lo que netamente le
diferenciará de su lado oscuro indeseado. La parte fácil de todo ello, teniendo un
sistema capaz de saber y controlar todo lo social y económicamente relevante, será
promulgar un conjunto de normas jurídicas que condicionen el poder de
destruir/bloquear el dinero, asegurando al mismo tiempo que las personas que lo
ejerzan sean mucho menos, o nada, importantes que los objetivos que se pretenden
conseguir con la ley. En los últimos 10 años sobre todo, la capacidad de crear leyes
complejas y prolijas de nuestros gobiernos y legisladores ha aumentado
exponencialmente, pero pagando un precio alto en términos de transparencia y
aplicabilidad. La realidad siempre ha superado la ficción, siempre lo hará, y nuestras
leyes nunca serán lo suficientemente exhaustivas para prever la infinita complejidad
de la creatividad y de las acciones humanas. Y todo eso ocurre porque el
funcionamiento del sistema actual lo permite y nuestros gobiernos están errando el
tiro. Teniendo un sistema informacional inclusive y transparente, las leyes de
condicionamiento de la destrucción del dinero —o sea, que responden a las
exigencias quién, cuándo y cuánto— tendrán que ser lo más concisas y claras posible.
La práctica totalidad de los expertos en macroeconomía tiene asumido y coincide
en que la economía se desarrolla en el tiempo de forma cíclica, o sea, que sigue un
patrón recurrente e inevitable de expansión y contracción, y que la fase de
contracción invariablemente genera como resultado una crisis económica. La
solución o remedio más decente a ello fue propuesto hace casi un siglo por J. M.
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Keynes, siendo el método más empleado hoy por los gobiernos, pero esta solución
es incompleta, limitándose a suavizar y aminorar los costes económicos de la crisis
a través del gasto presupuestario del Estado, más conocida como política fiscal. En
pocas palabras, se pretende con ello estimular la demanda agregada para favorecer
los ingresos y el empleo. Durante las crisis económicas, los elementos de la economía
que más afectados se ven y preocupan a los gobiernos son el empleo, la inflación y
el consumo; lo que hace falta, por tanto, es estimular las inversiones privadas y/o
aumentar el gasto presupuestario del Estado. Si el sector privado, sobre todo el
sector de la banca, no responde adecuadamente, la solución obvia es gastar dinero
público (en infraestructuras y prestaciones sociales, básicamente) para crear empleo
y para que la gente gaste más, o sea, que haya más consumo. Otro conjunto de
medidas que los gobiernos toman conjunta o consecuentemente a las medidas
fiscales se engloba en lo que constituye la política monetaria, que es, básicamente,
controlar cuánto dinero hay en circulación y/o el tipo de interés aplicable a los
créditos (el interés legal sobre el dinero). Está obvia la importancia del papel que el
dinero juega en todas estas medidas, fiscales y monetarias. Con la introducción del
nuevo dinero, los gobiernos tendrán la oportunidad de hacer algo más que estimular
la actividad económica y cruzar los dedos para que la economía se recupere por sí
misma. A pesar de la proliferación de sofisticados, y más o menos acertados,
modelos económicos y teorías, los gobiernos de hoy se empeñan en confiar en algo
tan etéreo como la “mano invisible del mercado”, expresión acuñada por Adam
Smith, ignorando que ha llovido mucho desde los tiempos de Smith y que la mano no
la ha percibido nadie hasta ahora, se me ocurre, porque simplemente no existe. Los
gobiernos, con el poder de destruir dinero en la mano, se convertirán en verdaderos
y efectivos artífices de la economía, recuperando así toda la legitimidad perdida a
lo largo de los últimos, al menos, 70 años. Lo único que tendrán que hacer en tiempo
de crisis será declarar caducable, dentro de un marco legal provisto, todo el dinero
ocioso, o sea, el dinero sin emplear (se entiende, se excluirá el dinero que las
personas y las familias guardan para gastos rutinarios o los ahorros personales hasta
un cierto límite razonable y para ciertos fines provistos en la ley). Asimismo, se
podrá declarar caducable todo el dinero que, durante un cierto período de tiempo
prudencial durante la crisis, se vaya generando de la venta de ciertos bienes de
capital o de equipo y de otros valores del mercado, con la condición mínima de que
no se haga para el consumo personal/familiar. Lo único que legitimará el poder de
destruir dinero será, en consecuencia, la recuperación oportuna de la estabilidad
económica. La premisa general que motiva la destrucción es que, desde el punto de
vista económico y social, el dinero invertido/productivo es más importante que todo
el dinero existente, que es en realidad una abstracción con intencionada vocación
instrumental, a pesar de sus otras demeritadas calidades que se le atribuyen. En
otras palabras, lo que importa es el valor de uso del dinero y no su (potencial) valor
de cambio, lo que importa el dinero como medio no el dinero como fin. El hecho de
declarar caducable el dinero antes de pasar últimamente a ser destruido refuerza y
favorece esa función de uso, favorece al dinero como medio para un cierto fin. Las
sociedades futuras ganarán mucho más de lo que se invierta en la economía
productiva, en la economía real de las cosas, en el bienestar de las personas y en la
conservación del medioambiente que de la aplicación y colección de más impuestos,
56
en número y monto, impuestos que supuestamente se pagarían con dinero
intrínsecamente inflacionista y destructor de bienestar. Gravar la renta de las
personas físicas, desde la perspectiva de éstas, es lo mismo que quitarles el dinero
de las cuotas y destruirlo, ya que nunca tendrán la posibilidad de saber la asignación
exacta de ese dinero y mucho menos de poder influir en su empleo productivo, sólo
tendrán que confiar ciegamente en su gobierno e ignorar, aunque sólo sea por un
instante, que gran parte de ese dinero irá de todos modos al pago de intereses
aplicados a las insostenibles deudas que ese mismo gobierno contrajo
irresponsablemente en nombre de todos. No es de extrañar que los que más pueden
contribuir vía los impuestos a evitar o suavizar las crisis, como la actual, son los que,
al final, menos lo hacen, sin hablar de que, en gran parte, las crisis son el resultado
de su insaciable codicia y de sus inversiones especulativas irresponsables en la
búsqueda de dinero fácil. En consecuencia, decidir qué dinero y cuánto destruir
llegado un cierto momento del ciclo económico y cuando la situación económica lo
requiera será la parte más fácil del sistema que propongo —abundan los modelos
económicos y las teorías en este sentido—, la parte más difícil será encontrar
suficiente apoyo democrático mínimo para su legitimidad y materialización
institucional. Habrá voces que se opondrán con vehemencia a la destrucción del
dinero, pero ¿no es exactamente esto lo que ocurre durante las crisis cuando el valor
del dinero se infle y su poder de compra caiga en picado? Lo que necesitamos no es
simplemente más dinero, sino más dinero de calidad. La diferencia, nada
despreciable, radica en que al declarar el dinero caducable, o sea, que se le colocará
en una fase intermedia antes de ser declarada caduco al término de cierto plazo,
sus poseedores tendrán una última oportunidad de convertirlo en algo productivo y
socialmente útil. Por supuesto, sería aconsejable que, a partir de la declaración final
de caducidad, el dinero no pueda ser empleado en la compra de nada que no sea,
actual o potencialmente, productivo, erradicando así de tajo la especulación y las
inversiones no productivas (en activos duros o tangibles, como los terrenos y los
inmuebles) que, todos sabemos, tanto daño añaden a una economía en crisis. A la
creación del dinero no le quiero dedicar mucho espacio, seguirá más o menos como
hasta ahora: dinero de la nada. La diferencia a partir del dinero digital, al llevar
cada unidad monetaria nombre y apellidos, será que asegurar la efectividad y la
transparencia de las distintas asignaciones presupuestarias en actividades
económicas productivas se reducirán a una cuestión de pura informática,
ahorrándose el contribuyente el engorroso, lento e injustificadamente caro aparato
administrativo del Estado, y su coste de implementación y fiscalización se reducirá
hasta límites comparativamente imperceptibles. Además, durante las crisis
económicas, el nuevo dinero sólo podrá ser creado una vez se hayan
agotado/investido todos los ahorros y los fondos ociosos de la economía. En el
futuro, el gran desincentivo para los amantes del dinero será que las grandes
fortunas ya no conllevarán el poder y la influencia pública que ahora dan por
sentados como legítimamente inherentes; el dinero será también una
responsabilidad para con los demás y para el medioambiente, responsabilidad que
se hará efectiva sobre todo a través de los créditos reales y personales propuestos.
Los ricos del futuro no serán sólo ricos, sino socialmente responsables también.
Además, el nuevo sistema tendrá el potencial mérito de crear de oficio más ricos
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socialmente responsables. A los que tengan acumulada una cierta cantidad de
créditos personales y presenten una media histórica de créditos situada por encima
de un cierto umbral provisto en la ley se les reconozca de oficio el derecho
potestativo de acceder a créditos monetarios, cuyas cuantía sea proporcional al
número de créditos personales, pagaderos en dinero recién creado durante la crisis.
El dinero se convertirá de este modo en la piedra angular institucional de la
democracia real, al servicio del bienestar de los ciudadanos, de la justicia social, de
la estabilidad económica y de la preservación del medioambiente.
12. La transición. Estamos acostumbrados a que la evolución y mutación, si se quiere,
histórica de las estructuras sociales en toda su variedad se haga por saltos, cobrando
a sus miembros precios irrecuperables, inhumanos e inútiles, y que la completa
destrucción, creativa en contados casos, de lo viejo sea la regla. El modelo de
organización social propuesto, basado en la digitalización del dinero y en la
democratización del tratamiento de la información, será la gran excepción a esta
regla. Es más, no sólo no supondrá destruir las antiguas estructuras y revolucionar
sus ideologías, sino que las utilizará como punto de partida y vehículo para la
transición, haciendo un mejor y más óptimo uso de todos sus recursos, sean éstos
sociales, ideológicos o tecnológicos. Aprendida la lección histórica y tomada nota,
el elemento que las nuevas estructuras sociales tendrán en común, dadas sus amplias
variedades potenciales según de su contexto cultural, geográfico, tecnológico,
ideológico y demográfico, será su alta adaptabilidad al cambio. Las guerras y las
revoluciones reformadoras serán cosa del pasado. Si fuera a idear un plan de
transición, empezaría por el desarrollo y puesta en práctica de las tecnologías que
configurarían la nueva infraestructura de pagos, incluidos los internacionales,
haciendo hincapié en la seguridad de las transacciones, los dispositivos únicos de
pago y las plataformas o protocolos virtuales de comunicación. Esto podría durar de
2 a 5 años, ya que muchas de las tecnologías que lo harían posible ya existen, lo
único que hará falta será un equipo multidisciplinario dedicado, incluyendo
informáticos, ingenieros, economistas y expertos en productos financieros, expertos
en sistemas de pago y compensaciones, físicos, químicos, expertos en cristalografía
y en biología sintética y otros relacionados. El establecimiento de nuevas reglas e
instituciones sobre los pagos y las conversiones de divisas y una campaña de
información y formación específica del ciudadano, que podrían durar otros 2 años,
completarían esta primera fase antes de efectivamente implementarla,
infraestructura que, se entiende, estará concebida exclusivamente para aceptar
pagos, compensaciones y conversiones en moneda virtual identificable. Una vez
implementada la infraestructura de pagos, la transición para la institucionalización
de los créditos propuestos podría llevar otros 5 años, dependiendo del grado de su
aceptación y legitimización popular y política y de la agilidad de los mecanismos
legales y procedimentales de implementación y funcionamiento. Sólo al final de
este período máximo de 12 años (para la implementación de la infraestructura de
pagos, las reglas de pagos con su campaña de información y los créditos) se podría
pasar al proceso que integraría todo el sistema: la democratización del tratamiento
de la información. Esto podría durar de 5 a 10 años, dependiendo en primer lugar de
la resistencia política, formal y puede que no tanto, de todos los que defienden el
statu quo y, en segundo, de la efectividad de los mecanismos legales creados ad hoc
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para su articulación institucional. Las tecnologías, actuales y potenciales, jugarán
de nuevo un papel central en esta fase del proceso y la democratización del
tratamiento de la información, de la información social y económicamente
relevante, es actualmente tan factible de implementar desde cero, no obstante su
alto coste humanitario y material, como la democracia misma, sin hablar de su
necesidad, dados los recurrentes abusos, y la corrupción, de poder de la actualidad.
Proponía más arriba un dispositivo analógico de memoria personal, junto a la
eliminación del papel y al cotejo oficial de documentos por medios analógicos,
claves para todo el proceso de democratización del tratamiento de la información,
pero lo hacía con intenciones puramente indicativas, lejos de mí pretender ser
prescriptivas en alguna medida; como todas las ideas detalladas en este blog, más o
menos acertadas y persuasivas, mi propuesta es más bien de tipo “qué ocurriría si”
y carece, de momento, de base científica o rigor experimental alguno. Sin embargo,
si el lector podría aprender algo de la aventura intelectual materializada aquí es
que si yo lo pude hacer (eso es, idear y proponer, con o sin base material aparente
alguna, esta audaz y holística alternativa al sistema actual) otros, trabajando en
equipo, contando con la ayuda de expertos y armados con la determinación
demostrada aquí de que todo es posible, seguramente que lo harán mucho mejor
que yo. Lo más importante de todo ello sigue siendo la articulación institucional por
las vías democráticas actuales. La diferencia, esta vez, será que el debate público
para el cambio puede ser distinto de los de siempre; como los repetidos hasta la
saciedad en los medios de hoy: subir los impuestos a los ricos, más y mejores
prestaciones sociales para los más necesitados, crear puestos de trabajo, construir
más viviendas públicas, regular más y gravar con más impuestos a los bancos y al
sector financiero, etc. Las opciones del ciudadano a pie para promover el cambio y
mejorar su vida se ampliarán considerablemente y ganarán relevancia, sobre todo
económica. Pasará de una posición pasiva y de dependencia que se resume en votar,
pagar impuestos, sacar la basura y manifestarse en la calle cuando sus derechos sean
abusados por gobiernos irresponsables e impotentes, a una fortalecida posición de
ser el artífice de su propia vida, empezando por la posibilidad de controlar tanto la
creación y asignación del dinero en la economía, como la información pública que
le concierne. Todo lo demás, o sea, la función pública del Estado, podrá seguir en
gran parte igual, pero mucho más eficiente y transparente, sin igual en la historia
de las democracias.
13. Conclusión. En la primera línea dejaba claro que lo que me motivó escribir el blog
fue dar algo de qué hablar. A pesar de ello, según he ido escribiendo, he hecho
algunas afirmaciones y exposiciones gráficas que parecen sugerir otra cosa; lo hice
en aras de la argumentación y de la claridad expositiva, el blog sigue siendo en
esencia una sincera invitación al debate. Mi mayor preocupación acerca de los
actuales debates públicos de reforma de la democracia y de los procesos políticos
que los materializan es que se obvia lo más importante, a pesar de ser el elefante
blanco de la habitación: el dinero y, consecuentemente, toda la información que
está detrás y se deriva del empleo del mismo en la economía. Asimismo, se excluye
recurrentemente de los debates públicos, por su supuesta irrelevancia, el hecho de
que las personas físicas son en realidad y a fin de cuentas más importantes que
cualquier abstracción o ficción legal o social creadas para ciertos fines o funciones,
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incluidas algunas instituciones tan incuestionables como el dinero y el estado. En
contra de lo que el sentido común nos dicta de ordinario, cuando dichas instituciones
empezaron a alejarse gradualmente de su razón y base de existir - eso es, las
personas y su bienestar - para acabar siendo fines en sí mismas, a pesar de su obvio
carácter instrumental, accidental y contingente, no hemos tenido más remedio que
dejar que el sistema entero se amolde a esta nueva forma y encaje sus renovados y
menos transparentes fines y principios operativos, todos ellos servidos con brillantes
envoltorios de legitimidad democrática, bien común, estabilidad y seguridad. De ahí
que cualquier cambio favorable a los ciudadanos tenga que usar una retórica
diferente e ir directamente a la base sobre la cual se sustenta todo el sistema. ¿Pero
qué es el sistema? El sistema somos todos nosotros junto a la información que
representa y relativamente califica todas nuestras acciones socialmente relevantes,
siendo nosotros mismos y nuestro bienestar, sin olvidar el medioambiente, los que
tengamos que acomodar en nuestras vidas a esos fríos y calculadores “mutantes” y
encajar su incómoda y perturbadora presencia. La solución podría, y debe, ser
simple, y eso lo que en esencia trata el blog: unas directrices o pasos a seguir para
modificar o, en su caso, recrear todas las ficciones (institucionales) necesarias para
la estabilidad económica y la justicia social, asegurando de paso que no se repita la
historia de hacerlo con cargo al bienestar de todos y con el precio de destruir
irreversiblemente nuestro hábitat natural. Sea el sistema que sea el que gane la
competición, una cosa está clara, o vamos a resolverlo todos o, de lo contrario,
vamos a sufrirlo todos. De momento, parece que gana el capitalismo (de compadres)
destructivo e irresponsable para con los demás y con el medioambiente. Menos mal,
diría, que el resto de nosotros, el 99% para ser exacto, es "demasiado grande para
fallar" y que ahora disponemos de una herramienta social que las élites no habían
previsto o no habían contado que podría resultar tan determinante para revertir el
sistema que ahora controlan en todas sus instancias: el Internet y sus consecuentes
tecnologías de la información y la comunicación. La situación actual de emergencia
de la humanidad no se debe a la naturaleza supuestamente destructiva del hombre,
sino al mal funcionamiento y a las distorsiones de las instituciones que las élites,
unas muy reducidas clases de entre nosotros, han ido creando para subyugar, a
través de la fuerza física o la persuasión y otros métodos indirectos y opacos, y
dominar finalmente a todos los demás. El hombre, en estado puro y dejado a su
suerte (pero no en el sentido anárquico abogado por algunos; reflexiones con las
cuales no identifico en medida alguna mis ideas), resulta ser ingenioso y cooperativo,
pero siempre habrá algunos que querrán tener más poder, antes que todos los
demás, valiéndose para ello de todo lo que haga falta y a cualquier precio y poniendo
en peligro hasta la preservación de la humanidad entera; la historia de los últimos 6
milenios nos ofrece un testimonio suficientemente fiable y elocuente de la obstinada
recurrencia de este fenómeno social y de la garantía de que volverá a ocurrir de
nuevo en la actualidad. De ahí que necesitamos un sistema, cualquiera que sea éste,
antes que ningún sistema que base su funcionamiento y preservación sólo en las
conciencias de sus agentes conscientes y racionales (abundan en la red soluciones
construidas sobre esta utopía), que prevenga ante todo la acumulación y el uso
irresponsable del poder, sobre todo, político. A pesar de la familiar e inocua
percepción que tenemos acerca de él, poder político, en su sentido histórico,
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equivale a intención de "domesticar" y dominar y no es un rasgo de la naturaleza
humana. Las élites, acertadamente definidas por Owen Jones en su reciente libro,
2014, The Establishment: And how they get away with it, han conseguido salirse con
la suya sólo porque los modelos de organización social y política lo permiten; de
hecho, han sido diseñados a propósito para hacerlo posible, a través de herramientas
tan aparentemente inofensivas y legítimas como el dinero, la educación y el trabajo
remunerado. Lo que creo que tiene de especial o, diría incluso, de poco convencional
la receta para el cambio propuesta en este blog es que no supondrá, como hasta
ahora, destruir o reformar (revoluciones o guerras, nuevas leyes, etc.) las
estructuras antiguas para conseguir cualquier cambio favorable, justo y acorde a la
realidad social que las condiciona. Asimismo, que su implementación no dependerá
exclusivamente de la conciencia de los ciudadanos y de una quimérica especie de
consenso democrático espontáneo para poner las bases de unas instituciones que
garanticen el bienestar todos y la participación de todos en todos los procesos
decisorios. Será más bien una herramienta social para definir y transparentar, por
así decirlo, conciencias, menos preocupada por la implementación de ciertas y
exactas instituciones, estructuras sociales o regímenes políticos, y de allí de crear
más leyes y leyes más complejas. O sea, que seguirá existiendo la función y la
autoridad públicas, empresas líderes en el mercado y ricos, pero para todos ellos el
dinero y el capital acumulado sólo serán unas herramientas más, medios para un
cierto y democráticamente legítimo fin, y no el contaminante combustible de la
megalomanía, la ocupación y la explotación de los recursos naturales, la destrucción
bélica y el imperialismo. Es más, la transición se hará a través de los mismos medios
y para los mismos fines que dichas élites nos predican hoy como legítimamente
consensuados y prioritarios, pero que subrepticiamente han aprovechado para
fortalecer su posición dominante y al servicio de su agenda exclusiva y excluyente.
La transición se hará a través de las vías democráticas existentes en la actualidad y
conservando los mismos innegables y legítimos propósitos como la estabilidad
económica, el bienestar de los ciudadanos y la conservación del medioambiente; no
veo modo alguno por parte de las élites de reconocer a estos propósitos como
socialmente justos y prioritarios. Las viejas excusas de la seguridad nacional
(amenazas militares, terrorismo, los riesgos medioambientales, la migraciones
masivas, etc.), la privacidad, la necesidad de crecimiento económico y de creación
de puestos de trabajo para todos que las élites han usado para justificar la
acumulación de poder y sus privilegios perderán su fuerza argumentativa o
persuasiva y se diluirán o pasarán a segundos planos entre los demás asuntos sociales
y económicos de las sociedades futuras; serán asunto y responsabilidad de todos en
el orden prioritario que todos decidan y que lleven consecuentemente a buen fin.
Teniendo como base funcional un sistema único, impersonal e inclusive de la
información, un sistema que lo sabe o que tiene el potencial de saberlo todo y que
permite ser accedido y usado por todos en condiciones de seguridad e
interdependencia, las sociedades del futuro serán capaces de crecer en armonía y
paz y de un modo efectivo sin la necesidad de poner toda su confianza y todos sus
recursos en rígidas estructuras jerarquizadas y en utopías o ideologías fallidas del
pasado. El hombre tecnológico moderno estará en el centro tanto de sus
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preocupaciones y necesidades como de las soluciones prácticas a ellas. ¡Gracias por
haber aguantado conmigo hasta el final y, en su caso, por su colaboración al debate!
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