Reseña Libro Anibal Montes

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Comechingonia Virtual: año 2008, nº 4: 255-265.

255

Comechingonia
virtual
Revista Electrónica de Arqueología
Año 2008. Número 4:255-265.
www.comechingonia.com

Aníbal Montes y el pasado indígena de Córdoba.

Recibido el 28 de octubre de 2008. Aceptado el 15 de enero de 2008

Sebastián Pastor
Lab. y Cátedra de Prehistoria y Arqueología (U.N.Cba.) - CONICET
pastorvcp@yahoo.com.ar

Resumen
Aníbal Montes se trata de un clásico “atípico” dentro del campo de estudios, por su
carácter multifacético y autodidacta, por la variedad, escala y rigurosidad de sus
contribuciones y por ser quien dedicó al problema de la Córdoba antigua sus principales
esfuerzos intelectuales.

Palabras Clave: Arqueología, Montes, Córdoba

Abstract
Aníbal Montes is an atypical classic within researches field, because of polifacetic
and autodidactic character, because of the variety, scale and rigorist of his contributions
and because of being who invested his prime intellectual forces in ancient Cordoba
problem.

Keywords: Archaeology, Montes, Córdoba

Aníbal Montes nació en Salto (provincia de Buenos Aires) en 1886. Abrazó la


carrera militar, alcanzando el grado de Teniente Coronel, y obtuvo asimismo el
título de Ingeniero Civil en la Universidad Nacional de Córdoba. Tras su
temprano retiro del ejército se dedicó a una intensa labor investigativa sobre el
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pasado indígena de Córdoba, sostenida por veinte años hasta su fallecimiento en


1958. Se trata de un clásico “atípico” dentro del campo de estudios, por su
carácter multifacético y autodidacta, por la variedad, escala y rigurosidad de sus
contribuciones y por ser quien dedicó al problema de la Córdoba antigua sus
principales esfuerzos intelectuales.
Sus aportes atañen al campo de la arqueología prehispánica y al de la
historia colonial temprana. Con respecto al primero sobresalen algunas
investigaciones que permitieron reconocer la profundidad temporal del proceso
anterior a la conquista, desestimada por la mayoría de los arqueólogos de la
época. Los trabajos en Miramar (laguna Mar Chiquita) y en la Gruta de Candonga
(Sierras Chicas) persisten como dos de las evidencias más firmes (entre las muy
pocas) de restos humanos y/o contextos culturales atribuibles al límite
Pleistoceno-Holoceno (ca. 12500-8500 AP; Bryan 1945; Castellanos 1943; Montes
1960; Zandrino 1959).
Con respecto a los grupos cazadores-recolectores del Holoceno temprano y
medio, descubrió y dio a conocer sitios altamente significativos (hoy ya clásicos)
como Ayampitín en la pampa de Olaen y el Abrigo de Ongamira, en el valle
interserrano homónimo sobre las Sierras Chicas (González 1943, 1952; Menghin y
González 1954; Montes 1943). Para el Holoceno tardío se destacan los estudios en
la Cueva de los Indios, en el límite entre la pampa de Olaen y el valle de Punilla
(González 1949). Durante esta etapa contó con la colaboración de su yerno
Alberto Rex González, años más tarde famoso arqueólogo.
Paralelamente a estas investigaciones de campo completó una vasta y
minuciosa tarea en el Archivo Histórico y en el Archivo del Catastro de la
Provincia de Córdoba. Como señaló recientemente González (2008), el interés
principal de Montes por aquellos años era investigar y secundariamente publicar.
Sus aportes fueron anunciados como partes o capítulos de una obra mayor que
permaneció inédita. Sobresalen entre ellos el “Nomenclador Cordobense de
Toponimia Autóctona” (Montes 1950, 1956) y “El problema etnográfico de los
Sanabirón y de los Comechingón” (Montes 1958).
Teniendo en cuenta la temática del taller y aprovechando la reciente
publicación de su obra de conjunto “Indígenas y Conquistadores de Córdoba”
(Montes 2008), nos detendremos en algunos de sus puntos sobresalientes, sin
intentar una reseña minuciosa. Se consideran sus aspectos originales y los aportes
al conocimiento (a pesar de haber sido escrita hace más de 60 años), así como sus
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posibilidades para la definición de nuevos problemas de investigación o para


avanzar sobre otros de escaso desarrollo. También se descartan o relativizan
algunas de sus afirmaciones e interpretaciones, según el conocimiento
actualmente disponible.
El título de la obra delimita concisamente su objeto de indagación, aunque
es preciso advertir que en relación a los indígenas, y tratándose de una
elaboración a partir de las fuentes de archivo, coloca el foco en su situación
durante los siglos XVI y XVII, con referencias menores a la época prehispánica
(en particular a los tiempos más remotos) y a sus investigaciones en el campo de
la arqueología.
No nos detendremos en su análisis del segundo grupo, el de los
conquistadores, por razones de espacio y porque su actuación no forma parte de
nuestro núcleo de intereses. Diremos sin embargo que se trata de un análisis de
gran riqueza, que permite una fascinante aproximación a los actores y a la época.
Considera el desarrollo económico de la elite europea, con sus producciones en el
medio urbano y rural y su inserción en los circuitos mercantiles interregionales; la
fricción interétnica con la población local (evaluando sus diferentes términos y
evolución histórica); la dialéctica entre acuerdo y conflicto en el interior de la elite
(vecinos feudatarios, funcionarios estatales, clérigos), así como su vinculación con
los sectores europeos subalternizados (españoles y mestizos “sin vecindad”).
No dejan de sorprender algunas posturas críticas, sin dudas polémicas para
el ambiente conservador dominante en la intelectualidad cordobesa de la época.
Deja mal parado al Monseñor Pablo Cabrera (“máximo glorificador de la
conquista”) en su interpretación de un expediente judicial correspondiente a la
zona de Quilino (año 1620); ve en la caída demográfica de la población aborigen,
entre otras causales, el resultado de una estrategia de exterminio dirigida a la
apropiación de tierras para la instalación de estancias de ganados; contrasta la
laboriosidad de los pueblos serranos con actitudes opuestas comunes entre la
elite conquistadora; critica, con relación a este punto, la inversión de términos por
parte del discurso colonial (puntualmente a partir de la obra de Lozano), que
presenta al campesinado local como “salvajes trogloditas”; analiza el proceso de
mestizaje y comprueba el considerable porcentaje de sangre indígena que
conservan las familias de abolengo cordobesas, el cual es habitualmente negado.
También debemos referirnos a su ajustada apreciación de la geografía,
originada en un detallado conocimiento del terreno, que le permite ir más allá de
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una percepción simplemente teórica o bibliográfica. A partir de allí logra


correctos análisis e interpretaciones sobre los primeros movimientos de los
conquistadores y la documentación más temprana (vg. la “entrada” de Diego de
Rojas), como también ocurre con la población indígena, su localización, la escala
de sus movimientos y su concepto de articulación microambiental. Con respecto
a este grupo presenta una serie de análisis y propuestas, algunas de las cuales
consideraremos brevemente.

La agricultura aborigen

El autor define a las sierras de Córdoba y de San Luis como el “Gran Oasis
Central Argentino”, por tratarse de una región fértil, con buen clima y abundante
disponibilidad de agua, rodeada por planicies comparativamente menos
productivas. A una escala menor, observa que el “gran oasis” está compuesto por
varios oasis menores, separados por extensiones serranas de escasa aptitud
agrícola. Montes sostiene que la decena o docena de oasis principales
constituyeron “emporios agrícolas” basados en el riego artificial.
En un trabajo reciente en el que se evalúa la información arqueológica e
histórica disponible, planteamos que la agricultura indígena, introducida en la
región entre los siglos VI y X, constituía una producción de pequeña escala
basada en el secano, el policultivo y la dispersión parcelas en el paisaje. La misma
formaba parte de una economía diversificada, que paralelamente encontraba un
fuerte apoyo en las actividades de caza y recolección (Pastor y López 2007).
Es preciso señalar que los datos concretos sobre regadíos son escasos y
parcos. Estos son mencionados en la cédula de una encomienda que se auto-
asignó el fundador Cabrera (zona de Quilino, año 1573) y al menos en otros tres
casos en el Libro de las Mercedes: comarcas de Cavisacate (Totoral, 1576),
Guanusacate (Jesús María, 1576) y cañada de Citón (Sierras Chicas, 1575). Es
interesante apuntar que no se trata de oasis con cabeceras de cuenca en las Sierras
Grandes, que son aquellos donde desarrollamos las investigaciones y a los que
limitamos nuestras consideraciones sobre la agricultura indígena. A escala del
“gran oasis”, esto implicaría que los probables regadíos se construyeron en
algunas cuencas hidrográficas de segunda jerarquía.
Lamentablemente, estas fuentes no incluyen descripciones que permitan
conocer las características técnicas de los sistemas de regadío o las relaciones
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sociales desarrolladas en torno a su construcción, mantenimiento y utilización.


Existe aquí un vasto terreno para la investigación arqueológica, enfocada tanto en
el problema de la agricultura antigua como en microrregiones que permanecen
casi desconocidas (vg. Sierras del Norte). Entendemos que la información
actualmente disponible no permite sostener el uso generalizado de regadíos en el
sector central de las sierras, más allá de casos puntuales aún no detectados.
Una mención aparte merece el caso de los indios del pueblo de Tulián,
quienes sembraban sus chacaras al norte de Pichanas, en las “arenas” donde se
consumía el río Chihmi, proveniente de Salsacate (Archivo Histórico de Córdoba
-AHC-, Escribanía 1 -E1-, Legajo 3 -L3-, Expediente 3 -E3- y E9, años 1590-91,
citados por Montes 2008: 370). El autor considera acertadamente que se trata de
un ejemplo de cultivo de tierras de inundación, como el que se practicaba en
Santiago del Estero. Esta es una situación que tampoco tratamos en nuestro
trabajo sobre la agricultura aborigen, por corresponder a una zona y a un tipo de
ambiente que se encuentra más allá del área oportunamente delimitada (Pastor y
López 2007). Sin embargo, será importante tenerla en cuenta cuando se efectúen
estudios en los oasis de Cruz del Eje, Soto, Pichanas y Villa Dolores.
Organización política

El autor desarrolla un valioso análisis de la organización socio-política de la


población aborigen. Encuentra en la base de dicha organización un agrupamiento
semejante al ayllu andino. Se trataba, en efecto, de un conjunto de personas que se
concebían como parientes por descender de un antepasado común, real o mítico.
Estas personas gestionaban colectivamente recursos clave para su reproducción
económica, como las tierras agrícolas, algarrobales y territorios de caza. Dichas
unidades sociales pudieron ser políticamente independientes o integrarse en
formaciones de mayor tamaño, aunque conservando considerables niveles de
autonomía política y económica. Todos estos rasgos son característicos de la
organización segmentaria de las formaciones sociales andinas (Nielsen 2007).
Según Montes, la integración de segmentos en formaciones de mayor
tamaño (“pequeñas confederaciones”) fue un fenómeno común en los oasis
agrícolas principales, ocupados por numerosos pueblos. En tal sentido, considera
los frecuentes casos en los que las autoridades de determinados segmentos
(ayllus, parcialidades) reconocían a un cacique principal con jurisdicción sobre un
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valle o comarca, así como las referencias a caciques gobernando hasta ocho
pueblos.
En base a estas pruebas, rechaza una declaración del Cap. Tristán de Tejeda,
quien sostenía en un pleito que era “…cosa notoria en esta tierra que ningun pueblo
que tenga cacique señalado no es sugeto a otro cacique ni pueblo, de lo cual viene a ser
gente de tanta bejetría que en todas las Encomiendas que estan hechas y se hacen, se
nombra cada pueblo i cacique por si, aunque sean de dos indios...” (AHC, E1, L2, E2,
año 1587, citado por Montes 2008: 337-338). Considera que se trata de una
afirmación de parte, interesada e inconsistente con la información reunida por los
propios conquistadores en sus distintas averiguaciones en el terreno. Agrega que
dicha declaración fue luego utilizada tendenciosamente por algunos historiadores
para desprestigiar a los indígenas, acusándolos por su falta de gobierno o
concepto de autoridad.
En otro lugar presentamos un análisis del proceso socio-político local
enfocado en el período prehispánico tardío (siglos X a XVI), donde planteamos la
necesidad de profundizar sobre la articulación entre mecanismos integradores y
fragmentadores (Pastor y Berberián 2007). Con respecto a los primeros sobresale
el fenómeno descrito por Montes: la agrupación de segmentos en formaciones
mayores. Dicho fenómeno conllevó el desarrollo y consolidación de lazos
comunitarios a través de la realización de actividades grupales (tareas agrícolas,
cacerías, festejos), así como la afirmación del poder político, todo ello unido a la
voluntad de administrar y defender un territorio, seguramente en un marco
donde dichas pretensiones no estaban garantizadas.
Sin embargo, la integración de segmentos no se presentó en todos los
lugares, como sugiere el mismo Montes al limitar dicho proceso a los “emporios
agrícolas principales”, o como observó más recientemente González Navarro
(2005) para la zona del río Segundo, donde no registra la jerarquización entre
caciques “principales” y “secundarios”. Todo ello confirma el considerable nivel
de autonomía política que exhibía el campesinado local al momento de la
conquista.
Por otra parte, la fragmentación de los grupos (efectiva o potencial)
contrarrestaba las tendencias integradoras y limitaba las posibilidades de
acumulación de poder por parte de determinados segmentos o linajes. Montes
detecta estos mecanismos de fragmentación y comprende su significado: “El
sistema de trabajo agrícola no aconsejaba pueblos demasiado grandes y cuando la
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población había aumentado mucho se desdoblaban para estar más cerca de sus chacaras y
dividir mejor el trabajo” (Montes 2008: 64).
Tanto la obra del autor como los resultados de las recientes investigaciones
arqueológicas muestran un escenario de evidente complejidad y advierten sobre
la necesidad de profundizar los estudios. En tal contexto, podría sostenerse que la
afirmación de Tejeda, aunque interesada y sin dudas parcial, no dejaba de tener
su parte de verdad.

Identidades étnicas, panorama lingüístico

Aunque en su obra de conjunto presenta nueva información (Montes 2008),


las ideas fundamentales del autor fueron adelantadas en su artículo de 1958.
Según su interpretación, en el siglo XVI las sierras de Córdoba estaban
densamente habitadas por grupos que externamente fueron definidos como
“comechingones”. Éstos constituían la masa autóctona que se distinguía, entre
otros aspectos, por la fragmentación lingüística, aún cuando se reconocían dos
lenguas o dialectos principales: una meridional o camiare y otra septentrional o
henia.
Los sanavirones eran originarios del bajo río Dulce y Salado, en el sur de
Santiago del Estero. Desde allí se trasladaron para instalarse en diferentes puntos
de las serranías. Hablaban una lengua que los españoles llamaron “sanavirona” y
consideraron una de las principales del Tucumán. Montes reconoce que en
muchos casos la migración de estos grupos era muy reciente, aunque diferencia
otros que le permiten suponer la existencia de “oleadas primitivas”. De acuerdo a
su interpretación, se registran ejemplos de una integración pacífica con la
población autóctona y otros en los que se produjeron enfrentamientos. Atribuye a
las “oleadas primitivas” de sanavirones la introducción de una serie de
innovaciones tecnológicas, entre ellas, principalmente, la agricultura de regadío.
Sin lugar a dudas nos encontramos ante problemas de difícil tratamiento,
sobre los que se han obtenido pocos avances significativos. Será necesario, en
primer término, ampliar y profundizar la lectura de las fuentes de archivo.
Existiendo consenso entre los investigadores posteriores a Montes en reconocer a
los sanavirones como grupos foráneos recientemente establecidos en la región,
habrá que indagar su idea menos compartida sobre las “oleadas primitivas”,
analizando las pruebas que propone y otras de ser posible.
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El problema de las identidades (étnicas o de otro tipo) ha sido poco


desarrollado por la arqueología regional. Por cierto, se trata de un campo de
estudios sumamente complejo, ya que no podrían admitirse “marcadores”
identitarios de valor universal, sino otros resultantes de procesos históricos
locales y contingentes. En este caso, será preciso considerar aquellas
materialidades que pudieron contener información codificada sobre la
pertenencia grupal (estilos decorativos, vestimentas, peinados, deformaciones
craneanas), pero también aquellas “formas de hacer” o habitualidades expresadas
en la repetición de técnicas para la fabricación de instrumentos, en la manera de
construir y habitar las viviendas o en el ritual funerario. Recientemente se abordó
el problema del conflicto armado a través del análisis de puntas de proyectil y de
representaciones rupestres (Rivero y Recalde 2007), lo cual representa una
importante vía de acceso en ausencia de otros indicadores como la arquitectura
defensiva.
No podemos dejar de mencionar, para finalizar este repaso, su análisis de la
influencia incaica y sobre la presencia del quichua prehispánico. El conocimiento
actual permite descartar algunas de sus apreciaciones, por ejemplo la vinculación
de los regadíos y de una organización semejante al ayllu con la influencia
cuzqueña. Hoy sabemos que la agricultura de regadío y la organización
segmentaria distinguían a las sociedades andinas desde mucho antes del
gobierno de los inkas.
Por el contrario, encontramos interesante y sugestivo su análisis sobre el
quichua prehispánico (a pesar de la escasa información), y sobre la inexistencia
de relaciones entre la evangelización y la dispersión del idioma del Cuzco, en
particular teniendo en cuenta los resultados contrarios obtenidos por
investigaciones posteriores (Bixio 1985).
“Indígenas y Conquistadores…” es un aporte fundamental para el
conocimiento histórico de la Córdoba antigua. Se trata de una labor investigativa
sin precedentes sobre los archivos provinciales, llevada a cabo por un estudioso
que paralelamente desarrolló contribuciones significativas en el campo de la
arqueología prehispánica. A lo largo de sus páginas predominan absolutamente
los buenos análisis y las acertadas interpretaciones. A pesar del tiempo
transcurrido, su edición tardía producirá un comprensible impacto dentro del
campo de estudios, constituyéndose en una obra de consulta ineludible para el
inicio de cualquier investigación sobre el problema.
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