La Legítima Defensa
La Legítima Defensa
La Legítima Defensa
Se ha optado por analizar esta causa de justificación, tomando en consideración los múltiples
casos que atiende la Defensa Pública, en los cuales se analiza la aplicación o no de este tipo
permisivo. Por lo cual resulta pertinente en este módulo de teoría del delito, identificar los
rasgos esenciales de la misma.
De esta forma, el fundamento de la legítima defensa como causa de justificación, apunta a dos
intereses: primero uno de carácter individual que es la defensa de intereses propios, y en
segundo lugar, se manifiesta como la facultad que tiene el particular de actuar, como lo habría
hecho el Estado en defensa de los bienes jurídicos agredidos o lesionados. En este segundo
aspecto, además, se viene a ratificar la vigencia del ordenamiento jurídico, en la medida que
faculta al particular a oponerse a la agresión injusta a que se es sometido.
Aunque puede afirmarse que se protegen dos finalidades o intereses con la puesta en práctica
de la causa de justificación de la legítima defensa, el fundamento de la misma, tiene su origen
en el hecho de que nadie está obligado a soportar una situación injusta; en el caso concreto,
una agresión ilegítima. Precisamente esta situación origina la existencia de este tipo permisivo
y se manifiesta como su fundamento.
ARTÍCULO 28. No comete delito el que obra en defensa de la persona o derechos, propios o
ajenos, siempre que concurran las siguientes circunstancias:
a) Agresión ilegítima; y
Se entenderá que concurre esta causal de justificación para aquel que ejecutare actos
violentos contra el individuo extraño que, sin derecho alguno y con peligro para los habitantes
u ocupantes de la edificación o sus dependencias, se hallare dentro de ellas, cualquiera que
sea el daño causado al intruso.
La legítima defensa es una acción requerida para repeler una agresión actual ilegítima que
busca violentar un bien jurídico. La defensa tiene como naturaleza hacer valer un derecho y no
una venganza, busca evitar el daño sobre el bien. La defensa constituye una reafirmación del
Estado de Derecho y del Derecho; aquel que es atacado en sus intereses protegidos por el
Ordenamiento Jurídico, no puede dejar lesionar sus bienes si tiene la posibilidad de
defenderlos. Cuando la persona rechaza el accionar injusto de otra, realiza por una parte una
acción protectora de sus intereses y por otra una confirmación del sistema jurídico de la
sociedad. Quien se defiende legítimamente, colabora para que el Estado de Derecho se
mantenga para la vida en paz de la comunidad. Esa defensa está ordenada conforme con el
sistema jurídico que rige la convivencia de los miembros de la sociedad, lo cual implica que la
persona que se defiende no puede hacerlo de forma tal que estamos ante una situación de
libertinaje en lugar de libertad. Debe existir un respeto por la forma aceptada para el ejercicio
de defensa. Ello implica que deben respetarse los requisitos exigidos para el tipo permisivo y
para ello deben considerarse los dos aspectos cuya confrontación interesa: la acción de
agresión y la acción de defensa. Al efecto, conviene tener presente que en este caso concreto
contra L. M. C. L., los hechos que el Tribunal tuvo como probados son: 1) Que el aquí acusado
L. M. C. A. [sic], es propietario y también arrendante del inmueble donde vivía el ofendido J. L.
M. V., inmueble que también el imputado habita. Que cerca del medio día del diez de julio de
mil novecientos noventa y nueve, como ya era costumbre entre el occiso L. M. V. y su
concubina A. R. H. C. se estableció una fuerte discusión y agresión física por parte del primero
hacia la segunda. 2) Que el aquí imputado como propietario del inmueble que habitaba la
pareja mencionada y para poner fin al conflicto de violencia intrafamiliar que se venía dando y
que afectaba la tranquilidad de otro inquilino y del propio imputado que también vivía dentro
del inmueble, trató de hablar con el señor M. V. quien para ese día se encontraba bajo los
efectos del alcohol y cocaína, pero este reaccionó violentamente contra su interlocutor,
iniciándose una pelea entre ambos sujetos que culminó al retirarse para su casa el aquí
imputado C. L. 3) Que luego de haber pasado cerca de una hora del primer incidente, estaba el
imputado tranquilo sentado en una mecedora sin camisa en el corredor de su casa, en ese
momento se presentó el hoy occiso M. V. e inició otra fuerte discusión y agresión contra el
encartado, éste al verse agredido y actuando en legítima defensa procedió a sacar un arma de
su casa y advertir al hoy occiso que desistiera de su agresión y se retirara, para lo cual hizo
varios disparos al aire, sin embargo esto enfureció más al señor M.V. quien como se dijo
anteriormente se encontraba bajo los efectos de alcohol y cocaína, quien de nuevo arremetió
contra el acusado persona que para ese momento contaba con sesenta y un años de edad y
problemas con su vista a consecuencia de su diabetes quien no tuvo otra opción de defenderse
y disparar contra la humanidad de M. V. quien para ese entonces tenía cuarenta y cinco años
de edad y gozaba de perfecto estado de salud recibiendo éste un primer impacto de bala en
una pierna y otro en el abdomen, Lesiones que le provocaron la muerte .
Los requisitos fundamentales sobre los cuales se sustenta la legítima defensa, como causa de
justificación, son la existencia de una agresión ilegítima y la necesidad razonable del medio
empleado. A continuación, se detallan estos dos requisitos fundamentales para que opere la
legítima defensa como causa de justificación.
Sin embargo, hay un ataque, en el sentido de la legítima defensa, cuando un ser humano utiliza
un animal u otra cosa como instrumento para lesionar o matar a otro, o lesionar sus derechos.
No hay ninguna diferencia si el atacante utiliza un palo o azuza un perro contra la víctima.
Quien se ve en la obligación de matar un perro bravo que lo ataca, azuzado por su dueño,
puede recurrir a las disposiciones sobre la legítima defensa para justificar su hecho (y no ser
justificado por el estado de necesidad) .
La exigencia de una acción como constitutiva de la agresión se impone por varias razones. En
primer lugar, la noción de agresión ilegítima parece denotar cierta conexión entre el
comportamiento y el disvalor con que se lo adjetiva (ilegítimo) el no acto, el mero
acontecimiento mecánico que se produce cuando el cuerpo es utilizado como una masa
mecánica, no parece susceptible de ser calificado como antijurídico o ilegítimo. En segundo
lugar, el tipo de reacción que esta eximente habilita, no guarda relación racional con un
antecedente que no constituya una conducta. En tal caso (esto es cuando de una no acción
surge una amenaza), los intereses en juego parecen resolverse mejor con las reglas del estado
de necesidad (justificante o disculpante según el caso) .
Además, la agresión ilícita que posibilita la actuación bajo legítima defensa, requiere de varias
características, entre ellas:
En todo caso, la sentencia expresamente señala que de acuerdo con las circunstancias del
caso, la defensa no sólo era necesaria, sino que indispensable para no ser objeto de una nueva
agresión (folio 106). Ahora bien, el medio empleado resulta evidentemente razonable pues se
defendía de un ataque con las manos y precisamente con ese mismo medio es el que se
defiende el acusado. Lo importante para determinar si existe esa causal es que, por un lado, la
defensa sea necesaria, es decir que sea indispensable para no ser objeto de una nueva
agresión, o para suspender la que en ese momento se padece; y por otro lado, que la agresión
sea inminente, actual, real, existente, lo que significa que debe verificarse la existencia y la
naturaleza del peligro corrido para apreciar la necesidad de la defensa. En el caso de autos es
claro que el imputado optó por utilizar las manos para defenderse del ataque de parte del
ofendido, al extremo de que de no haberlo hecho la víctima hubiere sido él. Por todo lo
expuesto y partiendo de la exposición fáctica de la sentencia, tanto de los hechos probados
como de las consideraciones y conclusiones que sobre el hecho desarrolló el Tribunal al
analizar el fondo, este Tribunal de Casación concluye que en la especie concurren todos y cada
uno de los presupuestos exigidos por el artículo 28 del Código Penal para que se configure la
legítima defensa .
En relación con el criterio de que la agresión debe ser actual e inminente se indica:
La agresión es inminente, desde que comienza y mientras se mantiene el peligro que amenaza
el bien jurídico. El inicio de la agresión no se identifica con el comienzo de la ejecución de un
delito, porque la tipicidad no es condición necesaria para la existencia de agresión ilegítima, ya
que como vimos, basta su antijuricidad; la amenaza cierta a un bien jurídico alcanza para
habilitar su defensa. Es admisible la defensa incluso frente a amenazas de un mal futuro,
cuando no existe posibilidad de que la autoridad estatal lo conjure efectivamente y a
tiempo283.
El anterior caso jurisprudencial deja claramente establecido que cada situación en donde se
examine, si procede o no el alegato de legítima defensa, debe analizarse dentro de las
circunstancias del caso concreto; es decir, no existen reglas que se apliquen por igual a cada
una de las situaciones. Esta situación obliga al profesional de la Defensa Pública, a estudiar
detalladamente el caso y a fijar una estrategia adecuada, para efectos de pretender demostrar
la existencia de esta causa de justificación.
Quien ve sometido a una agresión un bien jurídico suyo tiene el derecho de defenderse de
acuerdo con los límites que la Ley le impone. La defensa no puede ser de tal magnitud que
rebase los requerimientos legales para su validez. La acción defensiva debe realizarse en forma
actual o inminente a la agresión, debe existir coetaneidad, lo que significa que la defensa debe
practicarse mientras el peligro exista. Sin embargo, esa coetaneidad no es sinónimo de
simultaneidad, pues basta la presencia del peligro para que desde ese momento se pueda
ejercer la defensa. La coetaneidad significa una correlación de proceso integrado de efecto a
causa. Al respecto, nótese que L. M. C. L. responde con disparos de advertencia ante el peligro
inminente que se cierne sobre su bien vida y con disparos directos ante la violencia sobre su
humanidad desplegada por parte del ofendido. El imputado ejerce su derecho de defensa, con
el arma de fuego, en forma inminente y actual. El cuadro fáctico probado en este caso
concreto hace concluir que a pesar de que uno de los requisitos básicos de la legítima defensa
es que el hecho no pueda evitarse de una manera distinta a la empleada para repeler la
agresión, también lo es que no puede pedírsele a los ciudadanos que frente a la adversidad
asuman conductas heroicas o cobardes, obligándolos a eludir cualquier enfrentamiento
posible huyendo del lugar como único modo de hacer razonable la evitabilidad de la agresión
ilegítima, pues ello equivaldría a desconocer la naturaleza humana y los objetivos mismos de la
justificación según las circunstancias. No es procedente exigir a L. M. C. L. el abandonar su casa
o enclaustrarse, nuestro sistema legal le confiere la potestad de gozar de su derecho de
dominio sobre el inmueble, de forma que el sentarse en el corredor de la casa es una acción
conforme a Derecho y protegida por éste. No existe ni siquiera una búsqueda por parte del
imputado de la confrontación con el ofendido, pues es este último quien se apersona a la
vivienda del primero y lo agrede. En consecuencia, no puede excluirse en el presente asunto la
justificación aplicada sólo porque el endilgado no huye de su casa luego de discutir con el
ofendido en una primera oportunidad. Así, respecto de la necesidad de la defensa –como
señaló supra– debe diferenciarse entre la necesidad de la defensa y la necesidad del medio
empleado. La primera significa que la legítima defensa es un derecho principal y autónomo, lo
cual implica que la acción de defensa es necesaria y no subsidiaria de otro medio de protección
de los bienes jurídicos; la principalidad se opone a cualquier exigencia que se plantee al
agredido para que recurra a otro tipo de acción –verbigracia, solicitar ayuda de la autoridad o
huir–, por ende, incluso si el atacado puede realizar otra conducta pero prefiere defenderse, la
defensa subsiste en tanto derecho que puede ejercerse a voluntad. La segunda –la necesidad
del medio utilizado para el ejercicio de la defensa se caracteriza por una subsidiaridad. Esta
hace concluir que el uso de un medio es necesario cuando el agredido no tiene a mano otros
medios eficaces para contrarrestar el ataque; aquél debe utilizar entre los medios que tenga a
disposición los menos lesivos al agresor, siempre que esos medios sean igualmente idóneos
para repeler la agresión, pues el sistema jurídico no obliga al que sufre el ataque a utilizar
medios de eficacia dudosa ni a medirse de igual a igual con el agresor. L. M. C. L. utilizó un
arma para defenderse y tal medio era necesario ante la agresión ilegítima del ofendido. El
accionar de J. M. V. es de tal magnitud que el bien vida del imputado se somete a una agresión
ilegítima de violencia psicológica –por las palabras y el reto que profería el atacante y física –
por el uso de un palo y de la fuerza en una lucha corporal–. No puede exigírsele al encartado
que huya de su casa de habitación y menos cuando él simplemente descansa en el
corredor286.
Se refiere, además, a la necesidad del medio empleado, con ello se quiere indicar que el
agredido está facultado para utilizar el medio que tiene a su alcance, para evitar o repeler la
agresión ilícita de que es objeto. Anteriormente, se consideraba que el ejercicio del tipo
permisivo, facultaba la utilización de un instrumento o medio de defensa similar al utilizado
por el atacante. Sin embargo, si se prevalece este criterio, se olvidaría el fundamento mismo
de esta causa de justificación.
286 Sala Tercera de la Corte Suprema de Justicia. Voto número 439-2004, de las diez horas
cuarenta y seis minutos, del siete de mayo de dos mil cuatro; Véase en igual sentido:
• Sala Tercera de la Corte Suprema de Justicia. Voto número 477-2006, de las nueve
horas con diez minutos, del veintiséis de mayo de dos mil seis.
• Sala Tercera de la Corte Suprema de Justicia. Voto número 608-2005, de las diez horas
veinticinco minutos, del diecisiete de junio de dos mil cuatro.
• Sala Tercera de la Corte Suprema de Justicia. Voto número 333.2004, de las diez horas
con cuarenta y seis minutos, del siete de mayo de dos mil cuatro.
Las resoluciones de nuestros tribunales, muchas veces temerosas de aplicar una causa de
justificación, como la legítima defensa, los lleva a interpretar en forma equivocada e, incluso,
de manera ilógica, los requisitos que deben concurrir para su configuración. Un ejemplo claro
es el siguiente, en donde la Sala Tercera puso de manifiesto la incorrecta argumentación del
Tribunal de Juicio, para ello señaló lo siguiente:
La recurrente tiene razón. En el presente asunto el tribunal tuvo por cierto que el veinticinco
de diciembre de mil novecientos noventa estaba el imputado frente a un negocio comercial en
Siquirres, junto con varias personas de la localidad; que al lugar se acercó el ofendido, quien
tenía problemas personales con aquel, razón por la cual discutieron acaloradamente. Que el
ofendido se retiró del sitio y regresó armado con un machete, por lo que el imputado sacó un
puñal, produciéndose una pelea en la que el ofendido hirió al imputado, causándole lesiones
que lo incapacitaron por espacio de ocho días, pero este último también le produjo heridas al
ofendido, las cuales le ocasionaron la muerte. Al practicarse la autopsia se comprobó que el
ofendido tenía ciento noventa y cinco miligramos de alcohol por cada cien mililitros de sangre.
El Tribunal amplía las circunstancias en que se produjeron los hechos al realizar el análisis de
fondo, y excluye la legítima defensa por tres razones básicas. En primer término, afirma el
Tribunal, la legítima defensa no se produce porque el imputado pudo evitar de otra manera
que se produjera el resultado, pues al alejarse el ofendido a buscar el machete pudo
aprovechar para retirarse, con lo cual se hubiere evitado la pelea, máxime que el ofendido le
advirtió que pronto regresaría. En segundo lugar los juzgadores excluyen la legítima defensa
porque el ofendido estaba sumamente ebrio, en unas condiciones personales que le
dificultaban reaccionar ante un peligro inminente, situación que facilitó la conducta del
imputado y en tercer lugar, agregan los jueces, el imputado utilizó el puñal luego de haber sido
herido con un machete por el ofendido, [...] por lo que la legítima defensa no existió toda vez
que sólo se puede impedir lo que no se ha producido, siendo más bien la conducta del
encartado no un acto de legítima defensa sino un acto de venganza (…). Ninguno de los tres
argumentos expuesto por el Tribunal se ajusta a los presupuestos del artículo 28 del Código
Penal y a la doctrina que lo informa. En primer término, y como ya ha sido expuesto en otros
fallos de esta Sala, con base en la doctrina que desarrolla la legítima defensa (Sentencia Nº
218-F de 9 horas del 18 de agosto de 1990, Sala Tercera), si bien es cierto que uno de los
requisitos básicos de esta causal de justificación consiste en que el hecho no pueda evitarse de
una manera distinta a la empleada para repeler la agresión, también lo es que no puede
pedírsele a los ciudadanos que frente a la adversidad asuman conductas heroicas o cobardes,
obligándolos a eludir cualquier enfrentamiento posible huyendo del lugar como único modo
de hacer razonable la evitabilidad de la agresión ilegítima, pues ello equivaldría a desconocer
la naturaleza humana y los objetivos mismos de la justificación según las circunstancias. En
consecuencia, no pueden los juzgadores excluir en el presente caso la justificación alegada sólo
porque el imputado no huyó del lugar luego de discutir con el ofendido, cuando éste se retiró a
traer un machete advirtiendo que pronto regresaría, tomando en consideración que el
imputado no fue quien buscó al ofendido, sino que estaba con algunos conocidos frente a un
negocio comercial del lugar. En segundo término, tampoco es atendible la apreciación de la
alcoholemia que se hace en el fallo para excluir la justificante. Es cierto que el imputado
declaró que el ofendido estaba ebrio, y que la autopsia reveló el grado de alcohol en la sangre,
sin embargo no podría afirmarse en el presente caso, en forma categórica, que el ofendido se
encontraba en un estado de impotencia para pelear, primero porque no toda persona
reacciona de la misma manera ante la ingestión de la misma cantidad de licor, y segundo
porque en este caso el ofendido pudo mantener una pelea verbal con el imputado, se retiró
del lugar para traer un machete con el cual pretendía agredir al imputado, peleó con él, y
finalmente estuvo en capacidad de herir al imputado con dicho machete causándole algunas
heridas, hasta que el imputado optó por defenderse con un puñal. De acuerdo con los hechos
que el propio Tribunal expone, el ofendido estaba ebrio pero no actuó como una persona que
no pudiera valerse por sí misma no obstante la excesiva ingestión de alcohol. En esas
circunstancias no podía exigirse en el imputado que eludiera la agresión de otra manera. En
tercer término tampoco es atendible el razonamiento del Tribunal al tener por cierto que la
defensa del imputado se produjo por venganza y no para defenderse porque éste ya había
recibido el ataque del ofendido, quien a ese momento le había causado las heridas que
dictaminó el médico forense cuando lo examinó. De admitirse ese razonamiento, para que
exista la legítima defensa habría que esperar un nuevo ataque, luego de haber sido agredido
con un machete, lo cual nos llevaría a un absurdo. En efecto, lo importante para determinar si
existe esa causal es que, por un lado, la defensa sea necesaria, es decir que sea indispensable
para no ser objeto de una nueva agresión, o para suspender la que en ese momento se
padece; y por otro lado, que la agresión sea inminente, actual, real, existente, lo que significa
que debe verificarse la existencia y la naturaleza del peligro corrido para apreciar la necesidad
de la defensa. En el caso de autos es claro que el imputado optó por utilizar el cuchillo para
defenderse del ataque con un machete de parte del ofendido, al extremo de que de no
haberlo hecho la víctima hubiere sido él. Por todo lo expuesto y partiendo de la exposición
fáctica de la sentencia, tanto de los hechos probados como de las consideraciones y
conclusiones que sobre el hecho desarrolló el Tribunal al analizar el fondo, esta Sala concluye
que en la especie concurren todos y cada uno de los presupuestos exigidos por el artículo 28
del Código Penal para que se configure la legítima defensa y así debe declararse .
Véase cómo en el anterior fallo, el Tribunal de Juicio descalifica la existencia de los requisitos
de la legítima defensa, bajo criterios totalmente absurdos e ilógicos que niegan, por su misma
naturaleza, la razón de ser de este tipo permisivo. Ejemplo de ello, es desacreditar la existencia
de la legítima defensa, fundamentándose en el estado de ebriedad del ofendido, a pesar de
que fue el propio ofendido quien agredió y logró herir al imputado con un cuchillo, y fue ante
este ataque ilegal, que el imputado procedió a defenderse utilizando el cuchillo que portaba.
Deviene en irracional la forma de analizar por parte del Tribunal. Igual sucede cuando señala
que la utilización del cuchillo por parte del encartado, luego de que había sido herido,
constituía un acto de venganza, por lo que nos lleva al absurdo –de acuerdo con la
argumentación del Tribunal- a que el imputado debía esperar una nueva agresión para
poderse defender con el cuchillo.
La argumentación del Tribunal a través de la cual reinterpretó en forma errónea, los requisitos
que facultan la legítima defensa, no es una situación aislada en la práctica judicial de nuestros
tribunales de juicio, pues existe una especie de temor o quizás de desconocimiento de los
requisitos y del verdadero fundamento de este tipo permisivo, que se vuelve sumamente difícil
lograr que los alegatos de una causa de legítima defensa, sean acogidos.
EXCESO EN LA DEFENSA
Existen otras circunstancias en donde se aplica la existencia de la legítima defensa, como causa
de justificación. No obstante, se realiza un uso abusivo de la misma y se genera en la especie,
lo que se denomina exceso en la defensa. En relación con este aspecto, la doctrina se ha
referido y ha señalado:
Se afirma que en el presente caso se configuró la causal de legítima defensa por cuanto el
acusado disparó en defensa propia para proteger sus bienes y su familia utilizando un medio
razonable. Le asiste razón parcial al impugnante. Efectivamente, del cuadro fáctico acreditado
se desprende sin la menor duda que el encartado actuó en defensa de sus bienes, toda vez que
al darse cuenta en horas de la noche que personas extrañas intentaban robarse los cerdos y los
tepezcuintles de su propiedad, procedió a disparar desde la habitación de su hijo para impedir
el robo. Sin embargo su acción fue excesiva y dio como resultado la muerte de R. A. S. S. y las
lesiones sufridas por M. R. C. A., todo ello como consecuencia de los disparos realizados. Se
estima pues, que en el presente caso sí es aplicable el artículo 28 del Código de la materia en
su segundo párrafo pero relacionado con el 29 ibídem (exceso de la defensa). Como se observa
en las pruebas valoradas por el a quo, especialmente el plano visible al folio 72, las
dependencias donde se encontraban los animales estaban dentro de la propiedad de V. C. y
muy cerca de su casa de habitación. Esta proximidad, las horas en que se presentaron los
ofendidos a robar y la presencia de por lo menos dos personas, son circunstancias que
demuestran que aquel tenía el derecho de proteger su patrimonio. Pero en lo que atañe al
medio empleado, la Sala considera que fue excesiva la defensa, por cuanto tal conducta no
guarda relación con la naturaleza de la agresión, pues si hubiera hecho algunos disparos al aire
como lo declaró el acusado, estos hubieran sido suficientes para alejar a los merodeadores. No
se desprende de los hechos probados que hubiese un peligro inminente para la vida suya o de
su familia como para utilizar, sucesivamente, dos armas de fuego. En tales condiciones,
entonces, sí existió exceso en la utilización de esos medios defensivos que finalmente
produjeron la muerte de R. A. S. S. razón por la cual debe declararse con lugar el reclamo
parcialmente. Se anula la sentencia y resolviendo el fondo del asunto se condena a V. C. como
autor de Homicidio Simple con Exceso en la Defensa .
Como puede observarse, la situación que se acreditó en la sentencia no hace más que
establecer que el ofendido se introdujo en horas avanzadas de la tarde ( aproximadamente a
las 5:15 p.m.) al lugar de trabajo del encartado, bajo los efectos del licor, con el fin de agredirlo
- independientemente del motivo - (conforme el relato de aquél). De esta manera
encontramos que Enríquez no estaba autorizado para ingresar al sitio de comentario, y que
dado su estado etílico sea creíble que llegó con propósitos violentos (lo cual corrobora su
comportamiento anterior, más aún si se decía que su ex-mujer salía con el imputado). Estas
circunstancias son muy importantes porque, como ya se dijo, no existen otros elementos que
desvirtúen la manifestación de Jiménez Medina sobre el modo en que ocurrieron los hechos y
sobre la agresión de que dijo ser objeto, que le llevó a utilizar su revólver y a disparar en dos
oportunidades contra la víctima. Ahora bien, es cierto que Enríquez se encontraba bajo una
fuerte ingesta alcohólica que obstaculizaba sus facultades pero que al mismo tiempo
perturbaba la tranquilidad, convivencia y seguridad pública (según dictamen de f. 63 fte.), por
lo que no se puede descartar que llevase al encartado a una situación extrema en los términos
que fueron reclamados, produciéndose un exceso en la necesidad razonable de la defensa
empleada, ante la agresión ilegítima a que fue sometido. El tribunal de mérito señala que la
ebriedad del ofendido, y que no estuviese armado, aleja la tesis de un peligro inminente ( f.
118 fte., línea 15 ), pero para hacerlo exige del imputado la demostración de su defensa
( porque no existe un dictamen que respalde su dicho en el sentido de que fue golpeado
brutalmente f. 118 fte. líneas 16 y 17 ), con lo cual divide en su perjuicio su declaración sin
mayores elementos que así lo justifiquen. En el criterio de esta Sala y de acuerdo con las
circunstancias, no podía exigírsele a Jiménez Medina una conducta del todo distinta a la que se
presentó en este caso, más que considerar que incurrió en exceso al ejercer su defensa dada
las condiciones de su oponente. Así pues, apreciándose que hubo exceso en el medio
empleado para repeler la agresión, ya que J. M. pudo haber optado por otras soluciones
menos gravosas para evitar el desenlace fatal que originó la presente causa, es de rigor acoger
el recurso. En consecuencia, se declara con lugar este motivo y se casa la sentencia
impugnada. Resolviendo el fondo del asunto y tomando en consideración el modo en que
ocurrieron los hechos, que R. J. M. es una persona casada y con varios hijos, sin vicios, que
colaboró en la investigación del suceso y carece de antecedentes penales, se le impone la pena
de tres años de prisión, la cual se ha desminuido discrecionalmente de conformidad con el
artículo 29 en relación con el 79 del Código Penal .
Véase cómo en el caso anterior, la Sala Tercera llega a la conclusión de que no existe prueba
directa que desvirtúe la declaración del imputado, a través de la cual alegó haber actuado bajo
legítima defensa. No obstante, señala que por las circunstancias concretas, no puede descartar
que se produjo un exceso en el ejercicio de la defensa, atendiendo a las condiciones del
oponente. Cabe aquí preguntarse: ¿Con fundamento en cuál prueba arribó a dicho criterio? Se
llega a dicha conclusión, utilizando para ello un razonamiento hipotético, no con el respaldo de
elementos probatorios.
En mi criterio, se debió absolver al imputado por haber actuado conforme a los requisitos
estatuidos en la causa de legítima defensa. Pero nunca amparados en meras suposiciones, se
debió aplicar la circunstancia del exceso en la defensa que, por su naturaleza, parece negar el
fundamento de esta causa de justificación. Señalo esto en la medida en que el exceso en el
ejercicio de la legítima defensa, está contemplado como una causa de atenuación de la pena.
En el caso anterior, al contarse únicamente con la versión del imputado y sin prueba que
desvirtuara su dicho, se le debió absolver de toda pena y responsabilidad.
Por otra parte, soy del criterio que la regulación del exceso en la legítima defensa, y la
consecuencia de actuar en esta forma, tal y como lo prevé el artículo 29 del Código Penal, son
una desafortunada manera de regular el problema. Aclaro en primera instancia que se regula
de dos formas la actuación del exceso en la legislación penal, en este sentido se establece:
Artículo 29: Si en los casos de los artículos anteriores, el agente ha incurrido en exceso, el
hecho se sancionará de acuerdo con el artículo 79.
En la primera parte, el numeral regula el exceso en general en las causas de justificación, entre
ellas, la legítima defensa, para lo cual remite al artículo 79 del mismo Código Penal, en donde
se establece:
“En los casos de exceso no justificado del artículo 29, la pena podrá ser discrecionalmente
atenuada por el juez.”
Se regula de esta forma un exceso punible, en donde tan solo se otorga al juez la facultad
discrecional de atenuar la pena, por lo que podría imponerse la pena mínima sin rebajo
alguno.
La segunda parte de la norma de comentario (29 Código Penal), regula un exceso no punible,
para aquellos casos en los cuales el agente actuó bajo un exceso proveniente de una excitación
o turbación que las circunstancias hicieran excusable.
Pero ahora, retomando la problemática del exceso punible que refiere la primera parte del
artículo 29 del Código Penal y que se sanciona conforme al artículo 79, también del Código
Penal, es oportuno hacer el siguiente comentario: Primero, debe tomarse en consideración
que la persona actúa de acuerdo con los requisitos de la causa de justificación; es decir, como
tal, su conducta elimina la antijuricidad en la medida que el imputado procedió de
conformidad con el tipo permisivo que lo faculta a actuar de esta forma, con la circunstancia
de que digámoslo así y aunque suene con estilo popular, por cuanto no encuentro otra forma
de expresarlo, “se le fue la mano” en el acto de repeler la agresión ilegítima que estaba
sufriendo.
Sin embargo, al haber actuado de forma legítima, su conducta tan solo se atenúa a efectos de
la pena por imponer. Cabe preguntarse, ¿cómo se llega a un criterio de culpabilidad, para una
conducta que inicialmente fue legítima, es decir no antijurídica? Cada vez que se establece la
existencia de un exceso en la defensa, estamos en presencia de una conducta que es típica, no
antijurídica, pero sí culpable. Es decir, el haber actuado de conformidad con el tipo permisivo,
no elimina la antijuricidad, aunque no termino de entender cómo se sustenta el dictado de una
sentencia condenatoria, cuando, se establece que una persona actuó con exceso en la defensa.
Estima esta Cámara que sí es posible aplicar el principio in dubio pro reo en relación con la
existencia de una causa de justificación. En el fallo el Tribunal valora la totalidad de la prueba y
concluye en el sentido que no es posible descartar que la conducta de la imputada, de atacar
con un leño a las víctimas, tenía como fin defenderse de una agresión ilegítima que sufría en
ese momento (folios 147 a 151). El artículo 9 del Código Procesal Penal establece, en lo que
interesa, que [...] En caso de duda sobre las cuestiones de hecho, se estará a lo más favorable
para el imputado... Es claro que el determinar si se dan los presupuestos de hecho de una
legítima defensa, es decir, si existe una agresión ilegítima, si se da la necesidad razonable de la
defensa empleada para repeler o impedir la agresión, es una cuestión que contempla no sólo
aspectos de orden jurídico sino también fáctico. De tal forma que al no poder excluirse, con
certeza, la existencia de esa causa de justificación conlleva, lógicamente, al dictado de una
absolutoria a favor de la imputada293.
El criterio es simple, siempre que concurra duda en el caso de que se trate un requisito que
conforma la legítima defensa o cualquier otra causa de justificación, se debe aplicar el principio
del in dubio pro reo y se debe absolver a la persona acusada. Cuando indico duda, me refiero a
una duda razonable, no a cualquier tipo de duda.
(2004). Legítima Defensa. Editorial Jurídica Continental, San José, Costa Rica, pp. 286 y
siguientes.
293 Tribunal de Casación Penal, Segundo Circuito Judicial de San José. Goicoechea, Voto
número 1028-2005, de las catorce horas cuarenta y dos minutos, del once de octubre de dos
mil cinco.
En ese contexto, encontramos que los juzgadores de instancia concluyen que el ofendido G. A.
M. M. -de previo a que fuera muerto por el imputado A. enfrentaba un proceso penal por
robo, en que figuraba como ofendida la señora P. M. G. quien es la madre del aquí acusado.
Esta situación hizo que el ofendido M. M. iniciara una serie de amenazas, contra la señora G.
M. y los testigos de ese hecho D. M. L. y J. L. V. A. El ofendido también amenazó al ahora
imputado A., en el Mercado Municipal de Alajuela, donde éste tiene un tramo en que trabaja.
La intimidación realizada por Martínez, era acompañada de la ostentación de un arma punzo
cortante y la conminación al imputado de que lo iba a matar. El propio día de los hechos
investigados en esta causa, el ofendido M. pasó frente a la residencia de la madre de A. donde
este se encontraba y procedió a ofender y a amenazar a dicha señora, como lo había hecho en
anteriores ocasiones. Ese mismo día en horas de la tarde, el acusado ingresa a la Soda y
Restaurante La Rueda en Alajuela, donde se encuentra de frente con el ofendido M. [...] quien
hizo un ademán de sacar algo de sus ropas... (fl. 290 ft. y vt.). Realmente M. no portaba arma
alguna, pero ante aquel ademán A. M. sacó una arma de fuego calibre 22 -que siempre
llevaba- y disparó dos veces contra M. al tiempo que éste se le abalanzó sin llegar a hacer
contacto físico. A consecuencia de las heridas de bala, el ofendido murió minutos después
cuando era trasladado al hospital.
IV.- Del anterior cuadro fáctico que se extrae de la sentencia del Tribunal es posible concluir
con certeza, que el acusado A. actuó bajo la falsa creencia de que sería objeto de una
inminente agresión por parte del ofendido. Las amenazas que el ofendido había hecho contra
el imputado y su madre, incluso mostrando una arma y señalando que lo iba a matar, sin lugar
a dudas contribuyó a que el imputado lo calificara como su enemigo y se sintiera amenazado
de muerte al momento en que se encontraron en un bar, cuando el ofendido hizo un ademán
como si intentara sacar algún objeto de sus ropas. En contraste con la forma de actuar de M.
antes de los hechos de examen, A. nunca hizo nada en su contra, ya verbal ya físicamente,
como para pensar que atentaría contra la vida de M. pese a que éste era imputado en un
proceso penal por robo en perjuicio de la madre de aquél de nombre P. M. No era de esperar
por ello una actuación fuera de la ley, por parte de A. en contra de M. antes por el contrario,
se sometió a derecho al esperar el resultado del proceso en que la señora P. M. se decía
víctima de un robo por parte del ahora ofendido. Por estos antecedentes -que no son ajenos al
caso- al encontrarse en la Soda y Restaurante La Rueda a muy corta distancia, y hacer el
ofendido un ademán como si fuera a sacar algo de entre sus ropas, provocó que A. razonable e
invencible pero falsamente, creyera ser objeto de una agresión con arma cortante por parte de
M. Razonablemente porque, como se dijo, el ofendido amenazó de muerte al imputado y otras
personas exhibiendo un arma blanca; invenciblemente, ya que no era aceptable esperar una
primera acción de M. que pusiera en peligro su vida (según creía) con el esperado
acometimiento; y falsamente, porque el hoy occiso no portaba arma alguna al momento en
que el imputado le disparó. Empero, creyendo que se defendía, A. disparó contra M. y le dio
muerte. Lleva razón el recurrente, cuando alega que se trata de una «defensa putativa»,
prevista en el artículo 34 del Código Penal; pues esta tiene lugar cuando objetivamente no
existe agresión ilegítima, pero, en la psiquis del agente hay una falsa representación de la
realidad y cree que es objeto de tal acometimiento, en circunstancias en que no podía pensar
otra cosa .
En el anterior caso, se genera lo que se denomina una legítima defensa putativa, por cuanto el
imputado ante el ademán que realiza su adversario, quien previo a ese momento lo había
amenazado de muerte, provoca que el imputado crea errónea y falsamente que va a ser
atacado por parte de esta persona, por lo que acciona el arma que lleva consigo, no obstante,
dicha persona ni siquiera iba armada.
Todas estas circunstancias fácticas hicieron creer erróneamente al encartado que iba a ser
agredido por el ofendido y, por ello, su actuación se ubica dentro de una legítima defensa
putativa que se puede resumir, señalando que bajo la misma, la persona cree erróneamente
que actúa al amparo de una causa de justificación, como lo es la legítima defensa. A esta
situación bajo la cual actúa el agente, se le denomina error de prohibición indirecto.
Otro aspecto que se desea mencionar en la brevedad de estos apuntes de la teoría del delito,
relacionado con la legítima defensa, es pretender ubicar dentro de este tipo permisivo, donde
obviamente se encuentran abrigadas, aquellas situaciones en que se genera intercambio de
expresiones ofensivas. En este sentido, podría pensarse erróneamente en que si se contestan
expresiones ofensivas con expresiones también ofensivas, se constituye una forma de ejercer
la legítima defensa. En este sentido, la jurisprudencia nacional ha sido muy clara al rechazar tal
posibilidad, para tales efectos ha señalado:
Consideran los suscritos jueces que debe coincidirse con él a quo en que los hechos probados
describen conductas típicas de Injurias, recíprocas entre Y. C. y D. M., conforme al tipo penal
previsto en el artículo 145 del Código Penal en los siguientes términos. Sobre esa cuestión este
Tribunal ha señalado anteriormente que «es claro que las injurias recíprocas no hacen
desaparecer la tipicidad de la conducta» (Tribunal de Casación Penal, N° 44-F-99 del 12 de
febrero de 1999). Por otra parte, también es correcta la apreciación del a quo en el sentido de
que la conducta de ambos no se encuentra justificada. La defensa alega que Moraga Briceño
actuó en legítima defensa, sin embargo esa causa de justificación no se verificó en la especie.
Sobre el tema de la legítima defensa se ha dicho que: « Este instituto penal, cuyo efecto
consiste en eliminar la antijuridicidad del hecho imputado, señala que no comete delito el que
actúa [...] en defensa de la persona o derechos, propios o ajenos [...] (Los destacados son
nuestros), lo cual nos permite afirmar que, en principio, puede darse legítima defensa no sólo
frente a agresiones a la vida, la integridad física, la propiedad, la libertad, etc., sino también
frente a agresiones al honor, derecho de la personalidad que puede ser también
salvaguardado mediante este instituto jurídico. Lo decisivo en este problema atañe, sin
embargo, no al inciso a) del artículo 28, a saber, la agresión ilegítima, respecto de la cual no
hay discusión, es decir, se acepta, al menos tácitamente en la sentencia que en la especie hubo
una conducta previa agresiva por parte del ahora querellante al insultar a los miembros de la
Junta Directiva que integraba, entre otros, el querellado. Esto se deduce, no sólo del dicho de
algunos de los testigos, que la motivación del fallo no contradice, sino de las propias
manifestaciones de la juzgadora que, en lo que interesa, expresó: [...]los eventuales insultos
que el querellante hubiese dirigido contra el querellado y los integrantes de la junta Directiva
de la Asociación, no autorizaban a este último a proferir las especies injuriosas y calumniosas
de comentario, a lo sumo le permitían accionar en sede jurisdiccional contra él para pretender
la sanción por el delito de injurias Con lo expresado, hay al menos, como queda dicho, una
aceptación eventual por parte de la juzgadora, de que tales insultos efectivamente se
produjeron. No obstante, lo que corresponde analizar es si en la especia se cumple con las
exigencias del inciso b) del mismo numeral 28 C.P. Como se dijo, es posible aceptar la legítima
defensa frente a agresiones ilegítimas y actuales al honor. Así, ha de aceptarse, por ejemplo,
que el que responde con un puñetazo a quien lo injuria o calumnia para que cese en su ataque
verbal, perfectamente está amparado a la causa de justificación dicha. Pero no puede
admitirse que ante una agresión previa al honor –mediante injuria o calumnia– se entienda
que la respuesta por esos mismos medios, sea un mecanismo legítimo e idóneo para repeler o
impedir la agresión tal y como el tipo penal de la legítima defensa lo requiere en su inciso b).
Por su propia naturaleza estamos ante el intercambio de expresiones ofensivas al honor que
no pueden compensarse o anularse recíprocamente y guardan independencia en su contenido
de ilicitud » (el subrayado es suplido, TCP, N° 226 del 16 de marzo de 2001). Por lo anterior no
es atendible el argumento de que en este casó operó un animus defendendi como causa de
justificación. Por otra parte, la doctrina denomina como ánimus retorquendi «...el que mueve
a quien devuelve injuria por injuria» (FONTAN BALESTRA, Carlos: Derecho Penal Parte Especial,
Buenos Aires, AbeledoPerrot, 1985, pág. 184), pero este elemento intencional tampoco
excluye por sí solo la antijuridicidad de la conducta del autor. Tampoco se observa en el hecho
circunstancia alguna que sirva para excusar razonablemente el comportamiento de Moraga
Briceño. Por lo dicho se declara sin lugar el recurso por el fondo .
En otra resolución muy importante por los aspectos que analiza, se revisaron los alegatos que
realizó la defensa del querellado, a través de los cuales señaló como parte de la
argumentación, que las injurias proferidas por el acusado en contra de la querellante, tuvieron
su origen en la ruptura unilateral del vínculo sentimental que llevó a cabo la querellante, lo
cual constituyó para este, una agresión ilegítima. Por tanto, el querellado, con el fin de
salvaguardar el honor masculino, entendido este como un bien jurídico, actuó bajos los
lineamientos de la causa de legítima defensa. Obviamente, las argumentaciones de la defensa
fueron rechazadas y, por ende, fue denegado el recurso de casación. Pero veamos lo que en
este caso tan particular, se resolvió:
El punto medular en esta causa es determinar si existe una legítima defensa, hipótesis que
rechaza esta Cámara, porque el bien jurídico que pretendió defender el querellado, no alcanza
tal condición. La causa de justificación siempre supone la lesión de un bien jurídico, en este
caso, el buen nombre y la fama de la querellante, en función de la defensa de otro bien
jurídico o derecho reconocido por el ordenamiento, sin embargo, tal como se expuso, en este
caso no puede reconocerse como bien jurídico o derecho, un concepto tan impreciso y
culturalmente superado como la masculinidad. La reacción del querellado, lesionando el buen
nombre de la querellada, no supone la defensa de ningún bien jurídico importante o digno de
tal condición. No pueden aplicarse categorías conceptuales que durante siglos han reflejado
una situación asimétrica y de dominación, en la que el comportamiento de la mujer parece
convertirse en una prolongación del buen nombre de su esposo o compañero. La mujer tiene
derecho de cambiar sus preferencias sentimentales, sin que su comportamiento libre y
espontáneo, pueda convertirse en un motivo legítimo para que su compañero sentimental
lesione su honor, defendiendo un concepto arcaico sobre una masculinidad cuya defensa no es
más que una manifestación ideológica de un modelo de dominación social, que no se ajusta a
principios constitucionales tan importantes como la igualdad y la dignidad humana. Legitimar
una supuesta defensa a un valor tan arcaico como el prestigio del varón o la lesión a la
masculinidad, no es más que un subterfugio para convertir en bien jurídico una dominación
socio-cultural que convirtió a la mujer en un ser sin capacidad de autodeterminación, cuyo
comportamiento incide en el buen nombre o el honor de su compañero; este razonamiento no
es equitativo, sólo es una manifestación ideológica en la que mediante falsos valores se
conculca el principio de igualdad y la dignidad de la mujer. Mediante el argumento de
reducción al absurdo se demuestra la inconsistencia de esta supuesta defensa del honor,
porque nunca se ha aplicado al revés, es decir, que ninguna mujer podría ejercer una defensa
legítima de su honor femenino en virtud del comportamiento disoluto o promiscuo de su
compañero. Esta paradoja demuestra, muy claramente, que el supuesto bien jurídico que
construye el recurrente no es más que un pretexto para ocultar o disimular una relación de
dominación en la que no se le ha reconocido a la mujer su eminente dignidad. Al no existir un
bien jurídico que legitime la actuación ilegítima del querellado, tampoco puede admitirse que
las decisiones sentimentales y el comportamiento social de A. C. A. pueda catalogarse como
una agresión ilegítima; las manifestaciones del derecho a la libertad individual y a la capacidad
de autodeterminación, no pueden catalogarse como una agresión ilegítima, tal como lo
asumen, erróneamente, las recurrentes. Las decisiones que adoptó la querellante sobre su
vida personal y sentimental, no pueden calificarse como una agresión ilegítima a un tercero.
No es posible que el ordenamiento jurídico estime ilegítimos los actos que expresan el derecho
a la libertad y la dignidad de la persona, tal como ocurre con las decisiones que adoptó la
querellante cuando decidió abandonar a su compañero y se fue vivir con otra persona.
Tampoco puede admitirse que la lesión al honor y el buen nombre de una persona en función
de la defensa de un bien jurídico que no tiene tal condición, según se expuso, pueda
catalogarse como un medio razonable para repeler o impedir una agresión. Las decisiones de
la querellada sobre su vida personal o incluso su comportamiento social poco convencional, no
ocasionan, de ningún modo, un estado de necesidad que autorice un acto lesivo con el que se
pretende impedir o repeler una agresión que no tiene inminencia y que sólo expresa, como se
expuso, el libre ejercicio de derechos individuales fundamentales. Igualmente es aceptable lo
que aseveran las representantes de la Defensa, cuando afirman que lo que existió fue un
intercambio de insultos entre las partes; sólo uno de los testigos se refiere a las
manifestaciones ofensivas que pudo pronunciar la querellante, sin embargo, como bien se
describe en la relación de hechos probados, los actos de persecución y acoso, así como los
insultos fueron ejecutados por iniciativa del querellado. La acción de G. C. no fue provocada
por actos lesivos o ilegítimos de la querellante, por esta razón, las manifestaciones insultantes
que pudo tener ésta, no excluyen el injusto que se le atribuye en el fallo. Por otra parte, debe
destacarse que tales manifestaciones insultantes sólo las menciona un testigo, sin que el
juzgador tuviese por demostrado tal hecho. No se trata de un hecho determinante que
modifique, de alguna manera, el contenido de esencial del ilícito que se tiene por demostrado
en la sentencia .
La agresión ilegítima según el recurrente, consistió en el abandono de que fue víctima por
parte de la querellada, hecho que –según el recurrente afectó su honor y su masculinidad-
vistos estos como los bienes jurídicos que se le afectaron y los que constituyeron una agresión
ilegítima.
Solo teniendo conciencia clara del papel que cumple esta causa de justificación en el seno de
nuestra sociedad y de los requerimientos necesarios para su aplicación, podrá el profesional o
la profesional de la Defensa Pública, solicitar su aplicación.
Este apartado de esta investigación, ha estado dirigido a este objetivo, por lo que a
continuación se intenta alcanzar el mismo objetivo, con respecto al estado de necesidad como
causa de justificación, a la cual quizás se recurre en menor proporción en la práctica diaria.
EL ESTADO DE NECESIDAD
CONCEPTO
Soy del criterio de que muchas situaciones no se fundamentan en ella, no a causa de que no
estén cobijados por la misma, sino más bien por ignorancia. Una situación diversa es la que
acontece con la legítima defensa, cuyos requisitos son, por lo general, más conocidos, por lo
cual se recurre y se invoca su aplicación en muchas más ocasiones.
El estado de necesidad suele definirse como un estado de peligro actual para intereses
legítimos que únicamente puede conjurarse mediante la lesión de intereses ajenos. Pero la
situación descrita no ha de dar lugar a la legítima defensa ni al cumplimiento de un deber,
pues estas dos eximentes prevalecerían sobre el estado de necesidad.
El mal que se cause ha de estar tipificado en el CP: ya que, en otro caso, no sería necesario
hablar de eximente. Pero el mal que amenaza no siempre tiene que estar tipificado; ni
tampoco puede ser producido por el ejercicio de la legítima defensa o el cumplimiento de un
deber, pues no cabe utilizar una causa de justificación contra otra causa de justificación;
aunque suele admitirse que es posible un estado de necesidad contra otro estado de
necesidad. Por supuesto, cabe el estado de necesidad ante un estado de necesidad sólo
exculpante (esto es de males iguales) .
Artículo 27: No comete delito el que, ante una situación de peligro para un bien jurídico propio
o ajeno, lesiona otro para evitar un mal mayor, siempre que concurran los siguientes
requisitos:
Si el titular del bien que se trata de salvar, tiene el deber jurídico de afrontar el riesgo, no se
aplicará lo dispuesto en este artículo.
El estado de necesidad supone una situación de conflicto entre dos bienes jurídicos, en la cual
la salvación de uno de ellos, exige el sacrificio de otro. Ello supone que el bien jurídico que se
trata de salvar, está en inminente peligro de ser destruido. Por tanto, se indica que
También se ha señalado:
Este peligro debe ser real y objetivo, y no puede ser meramente supuesto, con más o menos
fundamento, por lo que se trata de evitar. El estado de necesidad previsto en el artículo 27 del
Código Penal es una causa de justificación, a través de la cual se ponderan bienes jurídicos en
una situación de peligro. Por supuesto que la mencionada ponderación puede recaer sobre
bienes jurídicos y también sobre deberes. En este sentido se señala:
[...] el estado de necesidad puede presentar dos formas: por un lado la colisión de bienes y por
el otro, una colisión de deberes .
Ejemplos: El agredido mata en defensa propia un perro rabioso. Para apagar un incendio se
precisa causar daños en la finca vecina. El bañista utiliza para salvar a quien se está ahogando
un bote que hay en la playa, pese a la voluntad contraria de su dueño. El médico sobrepasa
con su automóvil la limitación de velocidad para atender cuanto antes a un herido grave. *El
alpinista, para salvar su vida, corta la cuerda que le une al compañero que cae al vacío. Un
tercero actúa así para salvar por lo menos a uno de los dos accidentados. El guardagujas, para
evitar una catástrofe mucho mayor, desvía el tren hacia una vía donde trabajan peones. El
empleado de ventanilla es obligado con un arma a que ayude a los atracadores de un banco en
la recogida del botín .
Recordemos que, según se analizó en las páginas anteriores, el artículo 27 del Código Penal,
establece como requisitos para que opere el estado de necesidad, los siguientes: “que el
peligro sea actual o inminente; que no lo haya provocado voluntariamente; y que no sea
evitable de otra manera”.