Lugar Del Adulto Modificado

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EL LUGAR DE LOS ADULTOS FRENTE A LOS JÓVENES EN LA ESCUELA.

A menudo hablamos sobre lo que les pasa a nuestros niños y jóvenes, sus maneras de actuar, de
comportarse, sus planteos, pero con mucha menos frecuencia hablamos de nosotros los adultos, y de lo que
nos sucede en relación a ellos. Este material es una invitación a detenernos a pensar y reflexionar juntos
sobre "nosotros, los adultos".
Muchas veces sentimos, fundamentalmente frente a nuestros adolescentes y jóvenes, una gran distancia.
Nos cuesta entenderlos, comprender lo que les pasa. Los vemos "tan diferentes" a como éramos nosotros a
su misma edad que nos desconciertan. Frente a esto, reaccionamos de formas diferentes.
Algunos dirán "todo tiempo pasado fue mejor", "los jóvenes de hoy no respetan nada", "no tienen valores", "no
tienen límites", "necesitamos ponernos firme... acá lo que se necesita es mano dura" y tratarán de imitar
prácticas y pautas del pasado que les permitan resolver los problemas a los que se enfrentan hoy. En estos
casos, muchas veces lo que termina pasando es que se niegan las características propias de los
adolescentes actuales, y se los trata esperando de ellos respuestas similares a las que daban los jóvenes de
otras épocas. Así se privan de la posibilidad de conocerlos y entenderlos.
Otros dirán, en cambio, que hay que romper definitivamente con viejas maneras de hacer las cosas, porque
"antes todo era control y disciplina", "no había libertad, uno no podía hacer lo que quería" y tratarán de hacer
lo opuesto a lo que se hacía en aquel entonces, pregonando que ahora de lo que se trata es de que los
jóvenes puedan "sentirse libres de ataduras y seguir sus impulsos", "hay que dejarlos hacer lo que sienten y
desean". En estos casos, lo que en general sucede es que hay tanto miedo de que los adolescentes se
sientan presionados que toda puesta de límites es vista como un abuso de autoridad. Entonces, se opta por
dejar que "se las arreglen solos" y los chicos quedan vacíos de pautas culturales (1).
Entre uno y otro extremo hay, sin duda, muchos matices, muchas zonas de intersección posibles en las que
es preciso profundizar para no convertirnos en tiranos y autoritarios, pero tampoco transformarnos, nosotros
también, en adolescentes. Ni una ni otra perspectiva nos sirven para generar mejores formas de relacionarnos
con nuestros hijos y alumnos. Por el contrario, de lo que se trata es de encontrar "nuevas respuestas" a
"nuevas problemáticas" y, ni la nostalgia del pasado ni la ruptura total con nuestra historia nos permitirán
hacerlo, porque como nos dice Jacques Hassoun: “Somos todos portadores de un nombre, de una historia
singular (biográfica) ubicada en la Historia de un país, de una región, de una civilización. Somos sus
depositarios y sus transmisores. Somos sus pasadores. Que seamos rebeldes o escépticos frente a lo que
nos ha sido legado y en lo que estamos inscriptos, que adhiramos o no a esos valores, no excluye que
nuestra vida sea más o menos deudora de eso, de ese conjunto que se extiende desde los hábitos
alimentarios a los ideales más elevados, los más sublimes, y que han constituido el patrimonio de quienes nos
han precedido.” (2)
Seguramente, habrá cosas que valdrá la pena recuperar de otros tiempos y otras que será necesario
modificar, pero lo cierto es que no hay "recetas", y las respuestas tenemos que buscarlas y construirlas entre
todos.
En este punto, hay una cuestión que nos parece fundamental destacar, y es que lo que permite la transmisión
de una generación a otra es, justamente, sostener un lugar de asimetría respecto a nuestros hijos y alumnos.
Ubicarlos en otro lugar es lo que posibilita la transmisión del legado que una generación le deja a la nueva. Si
esto no sucede, las relaciones entre padres e hijos, alumnos y docentes se vuelven simétricas ya que no se
marcan las diferencias necesarias.
Southwell y Dussel en su texto “En busca de otras formas de cuidado“(3) se plantean preguntas respecto de
las diferentes formas de cuidado y cómo se traducen muchas veces en prácticas cotidianas que nos llevan a
cuestionarnos: “¿no será que la asimetría entre quien cuida y quien es cuidado borra los marcos de respeto y
de equidad entre ambos sujetos? A veces el cuidado se instala como el lugar de una desigualdad
irremediable: cuidar a los pobres, a los desvalidos, a los enfermos, es una acción que puede condenar a los
otros a permanecer eternamente en esa situación que se juzga inferior. Habría que cuestionarse, en este
caso, si la compasión no conlleva, en el fondo, desprecio, como en esa actitud que parece decir "pobrecitos
los pobres", y no les otorga ninguna dignidad, ninguna condición equiparable a la del sujeto que hace la
"deferencia" de cuidar. ¿Puede haber cuidado sin dignidad del que cuidamos? ¿Qué lugar le damos al otro en
la acción de cuidado? Ya que somos una institución educativa, ¿qué enseñamos con estas formas del
cuidado? Son preguntas que no se responden con facilidad, y está bien mantenerlas abiertas y presentes en
nuestro accionar cotidiano, en el aula, en el comedor y en el recreo.”
Esto no se logra de un día para otro, es una construcción que se va realizando con una tarea constante de los
adultos. […] Andrea Alliaud en el artículo “¡Alerta! Violencia en la escuela” (4) recupera una vez más la idea
cuando sostiene que “somos los adultos, los educadores, quienes tenemos tanto la oportunidad como la
responsabilidad de generar las condiciones y acompañarlos en este proceso. […]. Podemos empezar a
distinguir y a asumir lo que nos toca, como asimismo contribuir a la educación, a la formación de una
ciudadanía que necesita aprender a convivir con otros. Una ciudadanía que sepa y pueda aceptar, valorar y
enriquecerse con las diferencias, que sepa y pueda comprender y sentir con los demás, aun cuando no les
caigan bien o piensen diferente. Entenderse, respetarse, escucharse, son habilidades que se aprenden. Pero
se aprenden cuando se las practica y cuando se las practica mucho; tanto, que hasta llegan a convertirse en
hábitos, es decir, que salen espontáneamente en nuestros actos, sin que las pensemos o seamos muy
conscientes. Las maneras de expresarnos, de comunicarnos cotidianamente, aun en los intercambios
menores,  nos van formando; siendo esos gestos, esos detalles de las interacciones los que la escuela puede
propiciar/favorecer/ enseñar. También en este caso, no es lo mismo que lo haga o no lo haga, como tampoco
que lo haga de cualquier manera.” 
En la actualidad, los niños y los jóvenes son considerados como "sujetos de derechos". Se los piensa, se los
mira y se los escucha como un grupo social con necesidades, preocupaciones y rasgos propios de su etapa
vital y del lugar que ocupan en la sociedad.
De acuerdo a la Ley N° 26.061 de Protección integral de los derechos de las niñas, niños y adolescentes
sancionada por el Congreso de la Nación en el año 2005, todos los niños/as y adolescentes deben gozar del
derecho a:
EL LUGAR DE LOS ADULTOS FRENTE A LOS JÓVENES EN LA ESCUELA.
la vida
la dignidad y a la integridad personal
la vida privada e intimidad familiar
la identidad
la documentación
la salud
la educación
la no discriminación por estado de embarazo, maternidad o paternidad
la libertad
al deporte y el juego recreativo
al medio ambiente
la libre asociación
opinar y ser oído

El desafío es, entonces, cómo, en estas nuevas condiciones, fortalecemos una cultura de cuidado y
protección, en la que los adultos nos responsabilicemos por su formación, no sólo las familias, no sólo las
escuelas, sino la sociedad, el mundo adulto en su conjunto. Y esto significa que tenemos que reelaborar y re-
pactar acuerdos a partir de los cuales los niños y jóvenes puedan crecer y desarrollarse en libertad, sin que
esto signifique una ausencia de normas.
Para esto, necesitamos generar más oportunidades y diversificar los espacios de acercamiento, de diálogo, de
encuentro entre la familia y la escuela para compartir el proyecto educativo, profundizar en la comprensión
mutua y generar acuerdos sobre los valores que deseamos transmitir a nuestros niños y jóvenes, alumnos e
hijos, para construir una sociedad mejor para todos.
Los jóvenes no pueden autocuidarse, ni apropiarse del conocimiento de la humanidad en soledad; nos toca a
los adultos protegerlos y transmitirles los valores de nuestra cultura. Como dice Phillipe Meirieu (5), en la
educación se trata de "hacer para que el otro haga" y esto no es posible a menos que haya adultos que
ayuden a construir estos marcos para el aprendizaje. Como dicen Southwell y Dussel “sin lugar a dudas, parte
del cuidado que la escuela ofrece -y que ha definido el sentido de su existencia- consiste en brindar
conocimientos a las nuevas generaciones, conocimientos que se imbrican con experiencias y posiciones
éticas”. Parafraseando a Hannah Arendt (6), la escuela tiene en sus manos la posibilidad de mostrar "dónde
están los tesoros" y por qué ellos nos pertenecen.  El conocimiento, brindado en toda su potencialidad e
incompletud es, indudablemente, un especial modo de cuidado.
En este sentido, nos gustaría recuperar otra cita de Hannah Arendt que expresa, con mucha claridad, cuál es
el desafío al que nos enfrentamos los adultos: "La educación es el punto en el que decidimos si amamos al
mundo lo bastante como para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina que, de no ser por la
renovación, de no ser por la llegada de los nuevos y los jóvenes, sería inevitable. También mediante la
educación decidimos si amamos a nuestros hijos lo bastante como para no arrojarlos de nuestro mundo y
librarlos a sus propios recursos, no quitarles de las manos la oportunidad de emprender algo nuevo, algo que
nosotros no imaginamos, lo bastante como para prepararlos con tiempo para la tarea de renovar un mundo
común".(7)
Para cerrar tomamos prestadas, una vez más, las palabras de Southwell y Dussell cuando dicen “Cuidar,
entonces, sin tanto temor, y cuidar instalando una asimetría entre las generaciones que no someta a los otros
a humillaciones, desprecios o desestimación. Cuidar sin que lo que medie sea el temor al otro, sino poder
pensar en la seguridad como una búsqueda de amparo en común. Cuidar enseñando que la vida -propia y
ajena- es valiosa, y que hay que protegerla y celebrarla; cuidar valorando lo público, lo que, mejor o peor,
hemos construido entre otros y debe ser cuidado entre todos; cuidar, en fin, alimentando estómagos pero
sobre todo nutriendo nuestras capacidades de conocer y de aventurarnos en la vida, más seguros y confiados
porque hay otros acompañando, sosteniendo, apoyando. Cuidar también incorporando la hospitalidad como
parte de pedagogías más democráticas. Quizás esa sea la mejor manera de conjurar los miedos, y de ganar
protagonismo para formas de vivir más interesantes y más esperanzadoras.” 

Citas:
Texto de referencia: EL LUGAR DE LOS ADULTOS FRENTE A LOS NIÑOS Y LOS JÓVENES. Aportes para la construcción de la Comunidad
Educativa. Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas. Ministerio de Educación de la Nación.
1 Di Segni Obiols, Silvia (2006). “Adultos en crisis. Jóvenes a la deriva”. 1ª ed. 2ª reimp., Centro de Publicaciones Educativas y Material Didáctico, Buenos Aires.
2 Hassoun, Jacques (1996): “Los contrabandistas de la memoria”, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, pp. 15-16.
3 Southwell y Dussel “En busca de otras formas de cuidado” http://www.me.gov.ar/monitor/nro4/dossier1.htm
4 Alliaud Andrea “¡Alerta! Violencia en la escuela” http://www.diariodemocracia.com/opinion/164090-alerta-violencia-escuela/
5 Meirieu, Phillipe (1998). “Frankestein educador”, Alertes Psicopedagogía, Barcelona.
6 Arendt, Hannah (2003). "Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre reflexión política". Barcelona

7 Hannah Arendt, "La crisis de la educación", en: Entre el pasado y el futuro. Seis ensayos de filosofía política, Paidós, Madrid, 1996.

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