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Resumen Vidas Paralelas

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Las vidas paralelas de

Alejandro y César
 

          De las anécdotas aquí recogidas se desprende un rasgo común y


principal en ambos: la sed de gloria. No funciona en estos personajes
la interpretación economicista de la historia. Los dos gastan enormes
fortunas en perseguir sus sueños de poder y, sobre todo, de gloria.
Alejandro se lamenta con sus amigos de los triunfos de su padre, el
rey Filipo de Macedonia: «Mi padre va a conquistar de antemano todo
el mundo y no me va a dejar la posibilidad de llevar a cabo con
vosotros ninguna empresa grande y gloriosa». César, estando en
Hispania, rompió a llorar leyendo la historia de Alejandro, explicando
su congoja: «¿No os parece que es para llorar el hecho de que
  Alejandro, a mi edad, fuera ya el rey de tantos pueblos mientras que
yo no he hecho todavía nada brillante?».
Una insaciable
sed de gloria         Alejandro evidencia pronto sus condiciones excepcionales. Nadie
puede montar al extraordinario caballo Bucéfalo, que se humilla a la
sagacidad y habilidad de Alejandro, quien advierte que el animal se
asusta de la sombra y lo monta fácilmente haciéndolo mirar en
dirección al sol. Su padre le dirige entonces un cumplimiento
premonitorio: «Hijo, búscate otro reino que sea igual a ti mismo,
porque no cabes en Macedonia». No uno, sino muchos reinos
conquistará Alejandro, llamado Magno. Recién heredado el trono,
algunos consejeros le piden que aplaque con cesiones y abandonos a
los griegos y a los bárbaros que se sublevan por todas las partes del
reino, poco asentado, que había forjado Filipo. Los tebanos rebeldes lo
desprecian, llamándolo mozalbete y jovenzuelo. Alejandro emprende
campañas militares con osadía y decisión «pues pensaba que si los
enemigos veían que su ánimo vacilaba lo más mínimo se atreverían a
atacarle». La derrota de Tebas es completa y la estrella de Alejandro
empieza a resplandecer. Marcha contra los persas y vence en batallas
famosas como la de Gránico o Gaugamela. Reconocible por la
maravillosa pluma blanca de su casco, pelea en primera línea y lleva
en triunfo a sus ejércitos, destronando al rey Darío. Se muestra más
generoso cuanto mayores son sus éxitos «y a ello se añadía su
delicadeza, que es la única manera como verdaderamente resultan de
agradecer los favores de los generosos».

        Pone su mayor empeño en el propio control, y respeta a la mujer


y las hijas de Darío, «considerando más regio gesto dominarse a sí
mismo que vencer a sus enemigos». Admirado por sus soldados,
benevolente con las críticas, generoso en extremo, hábil estratega y
rodeado de un halo mítico, se arroja a la conquista de la India, derrota
Pero todo esto se al gigantesco rey Poro, que montaba un enorme elefante con el que
guardaba «la misma proporción que un jinete y su caballo», y recorre
triunfal innumerables campos de batalla. En su leyenda posterior
(recogida por ejemplo en el castellano Libro de Alexandre medieval)
las conquistas de Alejandro no se detienen en la tierra y cubren el
cielo y el profundo del mar. ¿Cuándo tendrá gloria bastante
Alejandro? Ni él mismo lo sabe. Pero en Persia lee con emoción el
epitafio de Ciro que le recuerda la incertidumbre y mutabilidad de la
vida: «Amigo, quien quiera que seas y vengas de donde vengas,
acaba
porque sé que vendrás, yo soy Ciro, el que adquirió para los persas su
imperio. No me envidies por esta poca tierra que cubre mi cuerpo».
Cae algo después en supersticiones présagas y se hace «agresivo y de
mente muy tenebrosa», bebe en exceso y enferma. Delirando, muere
el día treinta del mes desio (10 de junio del 323 a. C.). Rumores de
envenenamiento afirmaron que fue intoxicado con el agua congelada
de una peña que hay en Nacóride, recogida en la pezuña de un asno
«pues otros recipientes se quiebran por la frialdad y acritud».

Sus grandes         La primera anécdota que narra Plutarco de Julio César es su
condiciones secuestro por los piratas en un viaje marítimo. Entre bromas, juegos y
lecturas de poesía que hace oír a sus captores, eleva voluntariamente
el rescate que han pedido por él y les amenaza con la horca, mientras
los piratas, divertidos, «achacaban su franqueza de expresión a
ingenuidad y sentido de la jovialidad». Ya liberado, arma
inmediatamente una flotilla de barcos de guerra, captura a los piratas,
recupera su rescate y los crucifica a todos «tal y como había
prometido en la isla que haría, aunque ellos hubieran pensado que lo
decía de broma». Con César hay pocas bromas. El severo Catón parece
advertir desde el principio la importancia del personaje, y procura
limitar sus ambiciones, pero todos desprecian al agorero y lo tachan
de impertinente y alarmista. César se revela enseguida como político
insuperable y militar invencible: «las hazañas de César aventajaban a
todos: a las de uno por la escabrosidad de los parajes que fueron
escenario de los combates; a otro por la extensión de los territorios
conquistados; a otro por la cantidad y fuerza de enemigos derrotados;
a otro por la clemencia con que trató a los vencidos...». Sus soldados
le profesan tal admiración y cariño que están dispuestos a afrontar
cualquier combate con tal de acrecentar la fama de César. «Llevado de
su inmenso afán de gloria despreciaba los mayores riesgos, y su
inagotable resistencia los tenía a todos atónitos». Era capaz de dictar
varias cartas a la vez mientras cabalgaba para revisar sus tropas y su
habilidad retórica solo cedía ante Cicerón. Sus victorias y la
generosidad que exhibe con gran inteligencia política lo convierten en
un caudillo de poder creciente. Domina las Galias, Hispania, Britania.
Derrota a los germanos de Ariovisto, y a muchas tribus bárbaras que le
ofrecen pactos tras haber quebrado las treguas, «pensando que era
necio obrar de buena fe con gente desleal y que no respeta los
acuerdos». Catón, siempre preocupado, propone entregar a César a
los bárbaros, pero es tarde para detener al imparable general.

        El río Rubicón señalaba el límite que ninguna tropa armada podía
cruzar para entrar en Roma; atravesarlo era proclamarse en rebelión,
dar un golpe de estado: César lo atraviesa con su ejército,
pronunciando la frase famosa: «La suerte está echada». Vendrá luego
la guerra con Pompeyo y la victoria de Farsalia, guerras en Egipto y
amoríos con Cleopatra, guerras contra Escipión y los númidas... Asume
la dictadura vitalicia y gobierna el imperio romano con eficacia y
dedicación, pero despierta grandes odios por su deseo de reinar solo y
su destrucción del sistema republicano. Un grupo de conspiradores,
encabezado por Bruto, lo mata en el senado, al pie de una estatua de
Pompeyo. Su último gesto es componerse la toga para no morir
indecorosamente: «Así fue como murió César después de haber
Una estrella fugaz
cumplido cincuenta y seis años. Había perseguido durante toda su vida
un poder y una gloria que consiguió con duras penalidades. Un gran
cometa brilló en el cielo durante los siete días que siguieron a su
asesinato y el sol brilló aquel año con menos fuerza». Su fantasma
cuentan que se apareció a Bruto en la batalla de Filipos, para anunciar
la muerte a su homicida.

        Quienes no deseen gastar el breve tiempo de nuestra vida


leyendo en novelas triviales las vacuidades de hueros personajillos
inventandos por escritores de poco fuste, harán bien en dedicar
algunos ratos a las Vidas paralelas de Plutarco, empezando, quizá, por
las peripecias asombrosas de Alejandro Magno y Julio César.

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