Resumen Vidas Paralelas
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Alejandro y César
Sus grandes La primera anécdota que narra Plutarco de Julio César es su
condiciones secuestro por los piratas en un viaje marítimo. Entre bromas, juegos y
lecturas de poesía que hace oír a sus captores, eleva voluntariamente
el rescate que han pedido por él y les amenaza con la horca, mientras
los piratas, divertidos, «achacaban su franqueza de expresión a
ingenuidad y sentido de la jovialidad». Ya liberado, arma
inmediatamente una flotilla de barcos de guerra, captura a los piratas,
recupera su rescate y los crucifica a todos «tal y como había
prometido en la isla que haría, aunque ellos hubieran pensado que lo
decía de broma». Con César hay pocas bromas. El severo Catón parece
advertir desde el principio la importancia del personaje, y procura
limitar sus ambiciones, pero todos desprecian al agorero y lo tachan
de impertinente y alarmista. César se revela enseguida como político
insuperable y militar invencible: «las hazañas de César aventajaban a
todos: a las de uno por la escabrosidad de los parajes que fueron
escenario de los combates; a otro por la extensión de los territorios
conquistados; a otro por la cantidad y fuerza de enemigos derrotados;
a otro por la clemencia con que trató a los vencidos...». Sus soldados
le profesan tal admiración y cariño que están dispuestos a afrontar
cualquier combate con tal de acrecentar la fama de César. «Llevado de
su inmenso afán de gloria despreciaba los mayores riesgos, y su
inagotable resistencia los tenía a todos atónitos». Era capaz de dictar
varias cartas a la vez mientras cabalgaba para revisar sus tropas y su
habilidad retórica solo cedía ante Cicerón. Sus victorias y la
generosidad que exhibe con gran inteligencia política lo convierten en
un caudillo de poder creciente. Domina las Galias, Hispania, Britania.
Derrota a los germanos de Ariovisto, y a muchas tribus bárbaras que le
ofrecen pactos tras haber quebrado las treguas, «pensando que era
necio obrar de buena fe con gente desleal y que no respeta los
acuerdos». Catón, siempre preocupado, propone entregar a César a
los bárbaros, pero es tarde para detener al imparable general.
El río Rubicón señalaba el límite que ninguna tropa armada podía
cruzar para entrar en Roma; atravesarlo era proclamarse en rebelión,
dar un golpe de estado: César lo atraviesa con su ejército,
pronunciando la frase famosa: «La suerte está echada». Vendrá luego
la guerra con Pompeyo y la victoria de Farsalia, guerras en Egipto y
amoríos con Cleopatra, guerras contra Escipión y los númidas... Asume
la dictadura vitalicia y gobierna el imperio romano con eficacia y
dedicación, pero despierta grandes odios por su deseo de reinar solo y
su destrucción del sistema republicano. Un grupo de conspiradores,
encabezado por Bruto, lo mata en el senado, al pie de una estatua de
Pompeyo. Su último gesto es componerse la toga para no morir
indecorosamente: «Así fue como murió César después de haber
Una estrella fugaz
cumplido cincuenta y seis años. Había perseguido durante toda su vida
un poder y una gloria que consiguió con duras penalidades. Un gran
cometa brilló en el cielo durante los siete días que siguieron a su
asesinato y el sol brilló aquel año con menos fuerza». Su fantasma
cuentan que se apareció a Bruto en la batalla de Filipos, para anunciar
la muerte a su homicida.