Cuentos Capitalistas
Cuentos Capitalistas
Cuentos Capitalistas
Hoy, 25 de diciembre, día de Navidad, es ocasión propicia para escuchar y leer cuentos. Quiero
compartir con ustedes dos historias que aunque no son navideñas si puede ayudarnos a
reflexionar sobre nuestra realidad. Y bien podrían explicar las dificultades para consolidar
definitivamente las formas capitalistas en nuestro país, las cuales a veces no prosperan
precisamente por el auto saboteo de los mismos agentes económicos que deberían ayudar a
acercar a la gente al empresario privado y lo que hacen más bien es alejarlos, llevándolos de brazo
al peor de los estatismos: el que tenemos aquí. Son historiales reales y me ocurrieron a mí en el
transcurso de este agitado 2020
Las luces delanteras del carro ya estaban vencidas y había que cambiarlas. Fui a una tienda de
electropartes ubicada en La Florida y ubiqué el modelo de bombillos que necesitaba. Todo me
salía en unos 34$ incluida la mano de obra, según el dueño de la tienda. Voy a comprarlos y a que
me los instalen. En eso xxx, el muchacho encargado de hacer el trabajo se percata que algunos de
los bombillos estaban en perfecto estado y no hacía falta cambiarlos, sólo es que estaban flojos y
había que ajustarlos. Dijo después el muchacho algo que sería profético: -“Mire señor, otro
comerciante deshonesto y que lo quiere robar, le cambia esto y le cobra los nuevos como si nada”.
Le agradecí el gesto y procedo a pagar. Sólo tenía que pagar ya 16 $. Cuando el muchacho va a la
oficina del dueño del negocio a notificar la novedad y devolver los bombillos nuevos que me iba a
instalar, noto que pasa algo. El muchacho sale de la oficina algo cabizbajo y como regañado. Todo
pareciera indicar que el dueño lo regañó por “haberle tumbado la venta”. –“¿Cómo va a
cancelar?” me dijo el dueño. –“En Bolívares, por tarjeta de débito”, le respondo. Y ahí confirmo mi
sospecha. Luego de preguntarme si no tenía dólares en efectivo, Zelle o pago móvil, me dice el
dueño, -“Bueno, si le cobro por el punto, le tengo que cobrar IVA del 16%”. –“¿Disculpe. Cómo
así?”, le digo. El señor se explaya en una rocambolesca explicación que únicamente buscaba
disfrazar el hecho que me quería cobrar algo más de 16$ para que él “recuperara” algo de su venta
caída. Como ya estaban instalados unos bombillos y debía pagar la mano de obra del trabajador, el
muchacho honesto, acepte. Pero ahí parece que intervino la Providencia. Tres veces el punto no
pasó, fuimos al local de al lado y tampoco. Pedí usar la computadora de su oficina para realizar la
transferencia y tampoco se pudo. La hermana del dueño de la tienda, ahí presente, me decía que
desde mediodía CANTV “había estado echando broma con la línea”. Supongo que me salvé. El
dueño accedió finalmente a darme los datos de su cuenta bancaria para que le hiciera la
transferencia, su número. Cosa que hice y sólo le transferí exactamente la cantidad en Bolívares
equivalente a 16$ ni más ni menos, recordándole al momento de mandarle la imagen del depósito
por su número de WhatsApp que las transferencias bancarias no llevaban recarga de IVA. Aunque
recibió el mensaje y lo leyó, el señor nunca me respondió.
A mediados de este mes de diciembre mi mamá se enfermó. Venía de una reunión familiar en el
interior del país y algo que comió en el camino le cayó mal. Después de pasar unas 48 horas
indispuesta, decido llevarla de emergencias a una clínica cerca de mi casa, también por La Florida,
usando mi seguro como profesor de la UCV, el famoso SAMHOi. Al principio en la clínica
estuvieron reacios a recibirme precisamente porque era el seguro de la UCV. Ya descubriría por
qué. Mi mamá básicamente lo que necesitaba era suero y calmantes gástricos porque se había
deshidratado con las evacuaciones, pero por su condición de diabética y estar cercana a los 70
años no era prudente ponerse a inventar en casa y por eso se le lleva a un centro de salud. Sin
embargo en la admisión de la clínica aseguraron que a pesar de eso, no iba a alcanzar con lo de mi
seguro. Gracias a mi insistencia, logro hacer que procesen la solicitud de ingreso, y además consigo
que el seguro me cubra el 100%. O sea, ya no me puedo enfermar más ni mi mamá tampoco. Pero
al menos, conseguí el ingreso en esta ocasión. Sn embargo, aún debo pagar una diferencia por el
costo que cobra la clínica. El primer monto que me dieron en administración fue de 145$ que
gracias al pago de aguinaldos de fin de año, pude disponer. Sin embargo, cuál sería mi sorpresa
que el monto aumento a 215$ por “diversos costos médicos”. Esa diferencia la tuve que pagar
naturalmente en Bolívares y nuevamente agradezco a la Providencia su intervención porque en
esos días 15 y 16 justamente me depositaban las últimas quincenas del año y además me pagaron
unos honorarios por otras actividades que he realizado. El dinero que me vino se fue en cuestión
de minutos, pero se pudo pagar la admisión de mi madre. ¿Qué tanto podían cobrar por algo
aparentemente sencillo? Hablo en admisión y ellos me dicen que los montos dependen del
informe médico. Y hablo finalmente con la médico tratante de mi mamá y le explico con detalle su
caso, y le agrego tajantemente: -“Doctora, entiendo su compromiso con el juramento hipocrático
pero necesito que el tratamiento para mi mamá sea lo más básico posible y no se le agreguen más
cosas que sea innecesarias, porque ya no cuento con más recursos para mantenerla más allá de
esta sala de emergencia”. La médico fue muy receptiva y luego me explicó: -“Lo entiendo
perfectamente, señor, pero nosotros estamos obligados a realizar un mínimo de exámenes y
procedimientos que nos pide la clínica.”. –“¿Cómo es eso?” le pregunté. Y ahí se aclaró el misterio
de “los costos médicos”. Los pacientes son una especie de activo del cual se vale la clínica para
obtener sus ingresos: Así que a todos hay que sacarle la mayor cantidad de pruebas, exámenes,
revisiones y tratamientos posibles… para naturalmente cobrarle más dinero. Gracias a la
conversación con la médico y su receptividad el tratamiento de mi mamá fue lo más básico
“dentro de la rayita”, pues de lo contrario, más allá de los exámenes de sangre, de heces, los
sueros y el eco gástrico, hubiesen cobrado más cosas: placas de rayos X, exámenes de orina,
endoscopia, y pare de contar. Cuando le dieron de alta a mi mamá al día siguiente, la médico
tratante me confesó que el siguiente “paso natural” para mi mamá era pedir 48 horas de
hospitalización para vigilar su mejora, lo cual desde el punto de vista sanitario es positivo y loable,
pero tiene una clara intención económica para la clínica. Le agradecí su comprensión y su
colaboración por atender a mi madre y especialmente por no retenerla más tiempo en la clínica,
porque ese paso habría sido mortal para mis finanzas. Mi mamá se recuperó satisfactoriamente.
Volvió a sus actividades cotidianas, (echar vaina como siempre) hizo sus hallacas y ayer
compartimos nuestra cena de navidad sin ningún problema.
Luego de leer estos cuentos, algunos podrían pensar que “son simples casos aislados”, que “no
son una tendencia representativa” o por el contrario, que así funciona el mercado y que “pude ir a
otra tienda u otra clínica y listo”. También se podrá argumentar que la crisis está obligando a los
agentes privados a sobrevivir y “se toman medidas desesperadas” por obtener ingresos. Quizás
sean explicaciones válidas, pero no excluyen y no niegan el hecho que sí existen comerciantes y
empresas inescrupulosas que por afán de lucro realizan prácticas deshonestas que perjudican a
sus clientes y usuarios, y los terminan colocando a los ojos del consumidor y el resto de la sociedad
como unos ladrones, y esas actitudes no se pueden justificar exclusivamente por la libertad de
iniciativa. El ejercicio de la libertad es un ejercicio de responsabilidad. Y si no hay autocontrol,
necesario es la supervisión y la regulación.
Con estas actitudes bien reprobables se les dan más argumentos a los enemigos del capitalismo
para ganar más gente a su causa. Pero ya sabemos también que ese socialismo “redentor” sólo ha
servido para empobrecer y tiranizar a la gente en la peor de las esclavitudes: la de la miseria.
Lamentablemente hoy el ciudadano, que también es consumidor y usuario está desvalido en este
tipo de circunstancias: no hay instancias a las cuales acudir y las autoridades en este país,
dominadas por dogmas anti capitalistas sólo piensan en la sanción contra el empresario como una
forma de destruir la libre iniciativa privada y no como una manera para beneficiar al consumidor o
usuario.
Los venezolanos estamos atrapados pues en una situación bien dilemática y muy desagradable: o
tienes que aceptar un capitalismo salvaje si quieres una mejor calidad de vida o resignarte a un
socialismo depredador si no puedes pagar nada.
“Meden agan” (nada en exceso) se leía en el frontón del templo de Apolo de Atenas, que tiempo
después los romanos lo tradujeron como “Ne quid nimis” y era un consigna clara por la
moderación y el equilibrio. Hoy en día en Venezuela podemos ver cuán cierta (y necesita) es esta
locución para nuestras vidas.