DIEZ RIPOLLES Nueva Politica Criminal Española
DIEZ RIPOLLES Nueva Politica Criminal Española
DIEZ RIPOLLES Nueva Politica Criminal Española
Número 17.
San Sebastián
Diciembre 2003
65 - 87
Resumen: El modelo penal garantista actualmente no puede dar las claves para interpretar los cambios
político criminales, ya que éstos obedecen a una nueva forma de configurar y modelar el control social
penal. El debate social y jurídico sobre la política criminal contemporánea se centra en modelos más efica-
ces de prevención de la delincuencia. En este sentido, la alternativa sería el modelo penal que anteponga
una aproximación social a una aproximación represiva hacia la delincuencia, y un abordaje de la criminali-
dad consciente de la complejidad del fenómeno, centrado en las causas, y dispuesto a dar su tiempo a las
modificaciones sociales.
Laburpena: Orain arteko modelu penal garantistak ezin ditu dauden aldaketa politiko kriminalaren gako-
ak argitu, hauek kontrol sozial penala eratzeko era berri bat bait dira. Gaur egungo politika kriminalari
buruzko eztabaida sozial eta juridikoa delinkuentziaren prebentzioan datza. Zentzu honetan, gertutasun
sozial bat izango litzateke alternatiba, kriminalitate espertuaren mozketarako, zergatiak bilatuaz eta gizarte-
aren aldaketara moldatzen dena.
Résumé: Aujourd’hui le modèle pénal garantiste ne peut pas donner les clés pour interpréter les change-
ments dans la politique criminelle, puisque ceux-ci obéissent à une nouvelle façon de former et modeler le
contrôle social pénal. Le débat social et juridique sur la politique criminelle contemporaine est axé sur des
modèles plus efficaces que sur la prévention de la délinquance. En ce sens, l’alternative serait le modèle
pénal qui antépose un rapprochement social à un rapprochement répressif vers la délinquance, et un abor-
dage de la criminalité conscient de la complexité du phénomène, axé sur les causes, et disposé à donner
leur temps aux modifications sociales.
Summary: The criminal justice system of guarantees cannot give the keys to interpret the criminal and
political changes, because these obey to a new way of forming and modeling the penal social control. The
social and legal debate on the contemporary criminal policy is centered in more effective models of pre-
vention of the delinquency. In this sense, the alternative would be the penal model that puts a social appro-
ach towards the delinquency before the repressive approach, dealing with the criminality consciously of the
complexity of the phenomenon, focusing in the causes of the problems, and giving its time to social modi-
fications.
Palabras clave: Política criminal, Derecho penal, Control social, Delincuencia.
Hitzik garrantzizkoenak: Politika kriminala, Zuzenbide penala, Kontrol soziala, delinkuentzia.
Mots clef: Politique criminelle, Droit pénal, Contrôle social, Délinquance.
Key words: Criminal Policy, Penal Law, Social control, Delinquency.
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1. Versiones más extensas de este estudio se han publicado bajo el título “El nuevo modelo penal de
la seguridad ciudadana” en la Revista electrónica de ciencia penal y criminología. N. 6, 2004, y en Jueces
para la democracia, n. 49, marzo 2004.
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actuar frente a las infracciones más graves a los bienes más importantes, y
ello sólo cuando no existan otros medios sociales más eficaces. Ello conlleva
el olvido de todo tipo de pretensiones encaminadas a salvaguardar a través
del derecho penal determinadas opciones morales o ideológicas en detri-
mento de otras.
3. Profunda desconfianza hacia un equilibrado ejercicio del poder sancionato-
rio por parte de los poderes públicos. El derecho penal de este modelo se
sigue declarando orgullosamente heredero del liberalismo político, y en con-
secuencia estima una de sus principales tareas la de defender al ciudadano,
delincuente o no, de los posibles abusos y arbitrariedad del estado punitivo.
De ahí que coloque la protección del delincuente, o del ciudadano potencial
o presuntamente delincuente, en el mismo plano que la tutela de esos pre-
supuestos esenciales para la convivencia acabados de aludir. Ello explicará
las estrictas exigencias a satisfacer por los poderes públicos al establecer los
comportamientos delictivos y las penas para ellos previstas, a la hora de veri-
ficar la concurrencia de unos y la procedencia de las otras en el caso con-
creto, y en el momento de la ejecución de las sanciones. El temor a un uso
indebido del poder punitivo conferido al estado, que pudiera terminar afec-
tando al conjunto de los ciudadanos, permea todo el armazón conceptual
del derecho penal garantista, desde los criterios con los que se identifican los
contenidos a proteger a aquellos que seleccionan las sanciones a imponer,
pasando por los que se ocupan de estructurar un sistema de exigencia de
responsabilidad socialmente convincente.
4. Existencia de límites trascendentes en el empleo de sanciones penales. Así,
los efectos socio-personales pretendidos con la conminación, imposición y
ejecución de las penas, por muy necesarios que parezcan, en ninguna cir-
cunstancia deben superar ciertos confines. Uno de ellos es el de la humanidad
de las sanciones, que viene a expresar que determinadas sanciones, o deter-
minadas formas de ejecución de sanciones, son incompatibles con la dignidad
de la persona humana, por lo que no pueden imponerse, cualquiera que sea
la entidad lesiva del comportamiento o la intensidad de la responsabilidad
personal. Otro de los confines a no superar es el de la proporcionalidad, en
virtud del cual la pena debe ajustarse en su gravedad a la del comportamiento
delictivo al que se conecta, debiendo mantener una correspondencia sustan-
cial con él. Finalmente, la pena debe fomentar o, al menos, no cerrar el paso
a la reintegración en la sociedad del delincuente, idea ésta que se configura
como un derecho de todo ciudadano y se nutre tanto de una visión incluyen-
te del orden social como del reconocimiento de la cuota de responsabilidad de
la sociedad en la aparición del comportamiento delictivo.
Pues bien, la tesis que quisiera exponer a continuación es la de que este mode-
lo ya no nos da las claves para interpretar los recientes cambios políticocriminales,
por la sencilla razón de que éstos obedecen a una nueva forma de configurar y mode-
lar el control social penal. De ahí que las críticas que se hacen desde el garantismo a
recientes decisiones legislativas penales se pierden en el vacío de la incomprensión
social. No son, sin embargo, objeto de una cumplida réplica por sus promotores por-
que el nuevo modelo está carente todavía de una suficiente estructuración conceptual
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y principial, la cual terminará llegando tarde o temprano y, con ella, el modelo anta-
gonista al del derecho penal garantista2.
Un autor británico, Garland, ha intentado identificar un conjunto de rasgos que
responderían a esos cambios en las actitudes sociales y que constituirían al mismo
tiempo un buen compendio del nuevo modelo de intervención penal en curso3. Sus
reflexiones nos van a ser de utilidad en el análisis que sigue.
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delincuencia: Lo que comenzó siendo una preocupación por las dificultades concep-
tuales encontradas a la hora de encajar las nuevas formas de delincuencia propias de
los poderosos en los modelos de descripción legal y de persecución del derecho
penal tradicional, ha acabado dando lugar a propuestas que conducen a una rebaja
significativa en la intensidad de persecución de esa criminalidad. Resulta sintomático
que la discusión teórica sobre la indebida “expansión del derecho penal” no verse,
como pudiera imaginarse un profano, sobre las continuas reformas legales encami-
nadas a endurecer el arsenal punitivo disponible contra la delincuencia clásica sino
que, muy al contrario, tenga como primordial objeto de reflexión la conveniencia de
asegurar a la nueva criminalidad una reacción penal notablemente suavizada en sus
componentes aflictivos. Ello se pretende legitimar mediante la contrapartida de un
incremento de la efectividad del derecho penal en ese ámbito, a lograr mediante una
disminución de las garantías penales, nunca suficientemente concretada, tampoco
justificada y mucho menos creíble5.
Frente al desdibujamiento que los problemas antedichos parecen crear sobre la
criminalidad de los poderosos6, la delincuencia clásica está más presente que nunca
en el imaginario colectivo.
———————
5. En la discusión española, y probablemente en la europea en general, ha formulado la propuesta
más perfilada Silva Sánchez. “La expansión del derecho penal. Aspectos de la política criminal en las
sociedades postindustriales”. Civitas. 2ª edición. 2001.
6. Que tal difuminación de los perfiles de este tipo de delincuencia empieza a tener consecuencias
prácticas es algo evidente si se analizan ciertas medidas pretendidamente encaminadas a mejorar la efecti-
vidad de su persecución, como es el caso de la recientemente introducida obligación del ministerio fiscal de
poner en conocimiento de los sospechosos el contenido de las diligencias de investigación a ellos afectan-
tes o la limitación de la duración de tales diligencias a seis meses salvo prórroga acordada por el fiscal gene-
ral del estado –reforma del Estatuto orgánico del ministerio fiscal por LO. 14/2003–.
7. Entre los cuales no puede ser el más importante el efectivo incremento de la tasa de criminalidad
en España, que pese al aumento, ya frenado, de los últimos años, sigue estando por debajo de los países de
nuestro entorno.
8. Si la delincuencia y la inseguridad ciudadana eran mencionadas a mediados de 2001 como uno de los
tres problemas principales de España por el 9% de los españoles, lo que les colocaba en quinto o sexto lugar
de la lista de preocupaciones de la comunidad, durante la mayor parte del año 2003 se referían a ellas por-
centajes iguales o superiores al 20%, habiéndose consolidado como la tercera preocupación más importante.
De modo equivalente, a mediados de 2001 el miedo a sufrir un delito era uno de los tres problemas persona-
les más importantes mencionado por alrededor del 9% de los encuestados, ocupando el cuarto o quinto lugar
en el catálogo de problemas personales de los españoles, mientras que bien entrado 2003 lo consideraban
uno de los tres primeros problemas personales entre el 15 y el 20% de los encuestados, ocupando entre el
segundo y tercer puesto en el listado de problemas personales. Véase CIS. “Barómetros mensuales”.
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Por una parte, la extendida sensación en la sociedad de que las cosas van cada
vez peor en temas de prevención de la delincuencia, sensación que se proyecta en
una escasa confianza en la capacidad de los poderes públicos para afrontar el pro-
blema. Por otra parte, ha desaparecido la actitud de comprensión hacia la criminali-
dad tradicional, en especial hacia la pequeña delincuencia, actitud muy difundida en
los años 70 y 80, y que se fundaba en una comprensión del delincuente como un ser
socialmente desfavorecido y marginado al que la sociedad estaba obligada a prestar
ayuda; ahora los delincuentes son vistos, sin que procedan distinciones según la gra-
vedad o frecuencia de su comportamiento delictivo, como seres que persiguen sin
escrúpulos y en pleno uso de su libre arbitrio intereses egoístas e inmorales, a costa
de los legítimos intereses de los demás. Se han puesto de moda calificaciones como
las de “predador sexual”, “criminal incorregible”, “asesino en serie”, “jóvenes desal-
mados”... que reflejan acertadamente el nuevo estatus social, deshumanizado, del
delincuente.
Por lo demás, esa preocupación o miedo por el delito ya no se concentra en los
ámbitos sociales más conscientes o temerosos de la delincuencia, sino que se han
extendido a sectores sociales antes relativamente distanciados de tales sentimientos.
La preeminencia de los espacios dedicados a la crónica criminal en los más diversos
medios de comunicación, donde ya no es extraño que ocupe los primeros titulares,
tiene que ver sin duda, aunque no exclusivamente, con el eco que tales informacio-
nes suscitan en capas amplias de la población.
Ello ha permitido que el miedo o la preocupación por el delito se hayan afinca-
do en la agenda social entre los asuntos más relevantes y, lo que es aún más signifi-
cativo, que la persistencia y arraigo de tales actitudes se haya convertido en un
problema social en sí mismo. En efecto, resulta fácil apreciar que un buen número de
programas de intervención penal son diseñados, no tanto para reducir efectivamen-
te el delito cuanto para disminuir las generalizadas inquietudes sociales sobre la delin-
cuencia.
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4. Populismo y politización
Los agentes sociales que resultan determinantes en la adopción y contenido de
las decisiones legislativas penales han sufrido modificaciones de gran calado.
Ante todo, los conocimientos y opiniones de los expertos se han desacreditado.
Ello reza, desde luego, para las aportaciones procedentes de una reflexión teórica
que, paradójicamente, ha logrado en el ámbito de la interpretación y sistematización
de la ley penal niveles de precisión y rigurosidad conceptuales inalcanzados por otros
sectores del ordenamiento jurídico; sus disquisiciones han dejado de ser, no ya sólo
comprensibles, sino dignas de comprensión para influyentes sectores sociales. Pero
la reputación de los especialistas insertos en la práctica judicial o de la ejecución de
penas también se encuentra malparada; los jueces son vistos como un colectivo poco
fiable, que adopta con frecuencia decisiones alejadas del sentido común, y a los fun-
cionarios de ejecución penal parece sólo preocuparles el bienestar de los delincuen-
tes. Sólo la pericia policial, en su doble faceta preventiva de delitos y perseguidora de
los ya cometidos, sigue siendo considerada imprescindible; en este caso, sus even-
tuales insuficiencias no llevan a cuestionar la utilidad de sus conocimientos, sino a
proponer su perfeccionamiento y mejora10.
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9. Un ejemplo bien ilustrativo de hasta dónde se puede llegar por este camino lo constituye una
práctica que se ha asentado en EEUU en relación con la aplicación de la pena de muerte: A efectos de
decidir si en un caso de asesinato se debe imponer la pena de muerte o basta con una pena privativa de
libertad, la fiscalía puede fundamentar su petición de pena capital, al margen de en la gravedad del hecho
cometido, en los graves sufrimientos que la pérdida del ser querido ha causado entre sus parientes y alle-
gados y en las dificultades que están encontrando para la superación de tal trauma. Eso lo materializa
mediante la presentación de una “declaración de impacto sobre las víctimas”, donde recoge los testimo-
nios y dictámenes pertinentes, y que suele tener una influencia muy significativa en la decisión finalmente
adoptada. Véase Zimring. “The Contradictions of American Capital Punishment”. Oxford University
Press. 2003. pp. 51-64.
10. Según una encuesta del Instituto Opina para el diario El País, realizada a fines de 2003, las cinco
instituciones mejor valoradas por los españoles son, por este orden, la guardia civil, la monarquía, la policía
nacional, las comunidades autónomas, y la policía municipal. El sistema judicial aparece en el último lugar
de las instituciones listadas en la pregunta, en el puesto número 14. Véase diario El País. 6-12-03.
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sión del territorio nacional, o las restricciones en la aplicación del tercer grado, la
libertad condicional, los permisos de salida o los beneficios penitenciarios, introduci-
das, respectivamente, en las LLOO. 11/2003 y 7/2003.
El segundo rasgo se enuncia con facilidad: El manejo excluyente por la plebe y
los políticos del debate político-criminal ha conducido a un marcado empobrecimien-
to de sus contenidos. Frente a la mayor pluralidad de puntos de vista que hubiera
cabido esperar de la directa implicación de esos nuevos agentes sociales en la discu-
sión sobre las causas y remedios de la delincuencia, lo que ha sobrevenido es un
debate uniforme y sin matices, en el que se descalifican cualesquiera posturas que
conlleven una cierta complejidad argumental o distanciamiento hacia la actualidad
más inmediata.
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12. Véase una revisión empírica de la eficacia de los tratamientos, moderadamente optimista, en
Redondo. “Criminología aplicada: Intervenciones con delincuentes, reinserción y reincidencia”. Revista de
derecho penal y criminología. 2ª época. 1998. nº 1. pp. 189 y ss.
13. Sólo el tratamiento en general de los drogadictos delincuentes, así como los tratamientos que no
conllevan una flexibilización significativa del régimen de cumplimiento de la pena, se aceptan sin reticencias
por la población.
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6. Redescubrimiento de la prisión
El que la prisión es una pena problemática se ha convertido en un tópico, en el
moderno doble sentido de la palabra, que ha estado presente en la reflexión político-
criminal desde hace bastantes décadas. En especial durante la segunda mitad del
siglo XX se convirtieron en lugar común una serie de consideraciones bien fundadas
sobre los efectos negativos del encarcelamiento sobre los directamente afectados y
sobre la sociedad en general. Ello fomentó, en especial en los países que más habían
avanzado en el modelo resocializador, un fuerte movimiento favorable a buscar
———————
14. A ello no es obstáculo el estatus deshumanizado que el delincuente adquiere en el imaginario
social, precisamente y de forma paradójica debido a su previa consideración como un ciudadano que, como
cualquier otro, ha disfrutado de igualdad de oportunidades. Véase al respecto lo que ya mencionamos en el
apartado II.2.
15. Véanse los nuevos arts. 76 y 78 del código penal, tras la redacción derivada de la LO. 7/2003.
Es cierto que en otras épocas, sin ir más lejos durante el franquismo, existían penas de prisión hasta de 40
años, pero la institución de la redención de penas por el trabajo las reducía de forma prácticamente auto-
mática en una tercera parte, lo que ahora ya no es posible.
Los cambios que se han producido en el modelo penal han llevado en otros países a la reintroducción
o expansión de la pena de muerte, o a la readmisión de penas corporales. Véanse referencias en Garland.
op. cit. pp. 9, 142, 213, 257.
16. Véanse referencias supra. En otros países se han restablecido las cuerdas de presos. Véase Gar-
land. Ibídem.
17. Véanse referencias en Silva Sánchez. op. cit. pág. 147. En ciertos ordenamientos se ha recupe-
rado la obligación de los reclusos de portar uniformes infamantes –a rayas...–. Véase Garland. Ibídem.
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penas que pudieran sustituir total o parcialmente con ventaja a la pena de prisión. Es
el momento de desarrollo de sistemas efectivos de penas pecuniarias, de la aparición
de las penas de trabajo en beneficio de la comunidad, de arrestos discontinuos, de
libertades vigiladas o a prueba en sus diversas modalidades, de la revalorización de la
reparación del daño como sustituto de la pena, y de los regímenes flexibles de ejecu-
ción penitenciaria.
Es cierto que en España el escepticismo hacia la pena de prisión sólo fue capaz
de superar el ámbito teórico o académico cuando se iniciaron los trabajos de elabo-
ración de un nuevo código penal, pero, aunque tarde, el nuevo código penal de
1995 constituyó una aportación significativa en ese sentido. Junto a la trascendente
decisión de eliminar las penas de prisión inferiores a los seis meses, y la búsqueda de
la efectividad en las penas pecuniarias mediante la adopción del sistema de días-
multa, se integraron en el sistema de penas nuevas sanciones como la de trabajo en
beneficio de la comunidad o los arrestos de fin de semana, directamente encamina-
dos a eludir desde un principio, o mediante su papel como sustitutivos, a una pena
de prisión cuestionada. No se olvidó tampoco de potenciar la institución de la sus-
pensión de la ejecución de la pena de prisión, ni de flexibilizar el régimen peniten-
ciario, en especial en lo relativo a la obtención del tercer grado o la libertad
condicional.
Sin embargo, la mayor parte de esas medidas destinadas a ser una alternativa a
la pena de prisión nacieron huérfanas de los medios materiales y personales necesa-
rios para su efectivo desarrollo. Hoy por hoy, el sistema días-multa no ha impedido
que las cuantías de las multas se sigan calculando de modo semiautomático, sin aten-
der apreciablemente a la diversa capacidad económica de los culpables, las penas de
arresto de fin de semana y trabajo en beneficio de la comunidad continúan vírgenes,
a falta de una red de centros de arresto o de los correspondientes convenios con las
instituciones que pudieran acoger a los trabajadores comunitarios. Las posibilidades
de un tratamiento en libertad propias de la suspensión de la ejecución de la pena, el
tercer grado o la libertad condicional no se han aprovechado más allá del ámbito de
la drogodependencia, y la indudable mejora de la infraestructura penitenciaria, ahora
de nuevo superada por el incremento de ingresos, se ha centrado en las condiciones
de habitabilidad, descuidando la dotación de medios personales y materiales para las
metas resocializadoras inherentes al régimen penitenciario18.
Mientras todo este frustrante proceso sucedía en nuestro país, en naciones de
nuestro entorno cultural en las que estaba bien asentado el sistema de penas alterna-
tivas a la prisión se estaba produciendo un acelerado proceso de recuperación del
prestigio de las penas privativas de libertad, lo que estaba dando lugar a las corres-
pondientes reformas legales. Su reacreditación no tiene que ver con una mejora de
sus potencialidades reeducadoras, que siguen considerándose escasas o negativas,
sino con su capacidad para garantizar otros efectos socio-personales de la pena: En
primer lugar, los intimidatorios y los meramente retributivos, que con la adquisición
———————
18. Sobre la limitada aplicación de las penas alternativas a la prisión en los juzgados de lo penal, véase
el ilustrativo estudio empírico coordinado por Cid/Larrauri. “Jueces penales y penas en España (Aplicación
de las penas alternativas a la privación de libertad en los juzgados de lo penal)”. Tirant. 2002. passim.
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por el delincuente del estatus de persona normal y el ascenso de los intereses de las
víctimas han pasado al primer plano; en segundo lugar, los efectos inocuizadores, en
virtud de los cuales se responde con el aislamiento social y reclusión del delincuente
al fracaso de la sociedad en la resocialización de sus desviados y, sobre todo, a su
negativa a asumir los costes económicos y sociales vinculados al control de la desvia-
ción en sus orígenes mediante las correspondientes transformaciones sociales19.
Dada la inestable evolución española, no es de extrañar que ese movimiento
pendular haya encontrado campo abonado en nuestro país en cuanto se han produci-
do unas mínimas condiciones favorables, como un transitorio incremento de la crimi-
nalidad y un gobierno y oposición mayoritaria que pugnan por destacar en su lucha
contra el crimen. Los frutos ya están en nuestras manos: Sin haberse llegado nunca a
ensayar seriamente las penas alternativas a la prisión, las reformas de 2003 han recu-
perado las penas cortas de prisión de tres meses en adelante en paralelo a la supre-
sión del arresto de fin de semana, se ha incrementado la duración de las penas largas
de prisión, se han introducido importantes rigideces en el régimen penitenciario.
———————
19. Véanse las referencias en Garland. op. cit. pp. 8-9, 175-179, 148-150, 154-165; Silva Sán-
chez. op. cit. pp. 141-147.
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Esa progresiva falta de recelo hacia el uso del instrumental punitivo está permi-
tiendo, en primer lugar, reformas impensables hace poco tiempo. Basten como
ejemplo la paulatina generalización de la vigilancia de espacios y vías públicas
mediante cámaras y otros artefactos de control visual y auditivo, la simplificación de
los procedimientos de adopción de medidas cautelares penales y aun civiles20, la
facilitación de la prisión preventiva21 y la disminución del control judicial de los pro-
cedimientos penales mediante los juicios rápidos22.
———————
20. Como en el caso de la reciente regulación de la orden de protección de las víctimas de la violen-
cia doméstica, contenida en la L. 27/2003 de 31 de julio.
21. A partir de las LLOO 13/2003 y 15/2003.
22. Dado el protagonismo adquirido por el impulso policial del procedimiento, así como el incre-
mento de las conformidades. Véase LO 8/2002. Según datos facilitados a la prensa a comienzos de 2004
por el Consejo general del poder judicial, en alrededor de un 50% de los casos tramitados por el procedi-
miento de enjuiciamiento rápido se dicta sentencia de conformidad.
23. Es el caso de las diversas actuaciones españolas de mejora de la prevención y persecución de la
violencia doméstica.
24. Conocidos en los países anglosajones como “Neighbourhood Crime Watch” o términos equiva-
lentes.
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25. Véase apartado II.4.
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26. Véanse referencias en Larrauri Pijoan. “La herencia de la criminología crítica”. Siglo XXI eds.
1991. pp. 143 y ss; Garrido/Stangeland/Redondo. “Principios de criminología”. 2ª edic. 2001. Tirant.
pp. 384-390.
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Ello origina que el discurso se centre, en primer lugar, en asegurar una punición
suficientemente grave de un número significativo de comportamientos patriarcales,
ya no necesariamente violentos27, mediante una entusiasta reivindicación de la pena
de prisión y un paralelo desprecio de las pretensiones resocializadoras hacia los
delincuentes, consideradas inútiles e indebidamente detractoras de recursos hacia las
víctimas. En segundo lugar, asegurado el castigo, la ineludible transformación de las
pautas y actitudes patriarcales difundidas por todo el tejido social encuentra de nuevo
en el derecho penal un instrumento técnico privilegiado, dada su pretendida capaci-
dad para promover cambios sociales a través de sus efectos simbólicos: Ello le otor-
ga una función pedagógica superior a la de cualquier otro tipo de intervenciones
sociales, las cuales, sin desaparecer, quedan en un segundo plano ante la potencia
socialmente transformadora del derecho penal.
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2. El discurso de la resistencia
Quizás, de todos modos, no haya que perder los nervios. Podemos estar ante un
fenómeno pasajero. Para nadie es un secreto que todo el mundo occidental desarro-
llado está registrando en las dos últimas décadas un generalizado reflujo del estado
del bienestar que, además de hacer difícil en ocasiones la distinción entre políticas
conservadoras y progresistas, ha hecho que en nuestra sociedad haya arraigado un
individualismo exacerbado, en el que cualesquiera explicaciones de la delincuencia
que aludan a factores estructurales tengan dificultades para abrirse paso frente a las
más simplistas referencias al libre arbitrio del delincuente. Pero las negativas conse-
cuencias sociales de tales programas de actuación ya son manifiestas en muchos paí-
ses y es previsible que sigan incrementando su visibilidad en éstos y en otros países.
España no es una excepción, y el ya prolongado ciclo conservador en el que nos
encontramos está haciendo sentir claramente sus efectos sobre el modesto estado de
bienestar laboriosamente construido en los años 80 y comienzos de los 90; y es de
esperar que también entre nosotros se acumulen los datos sobre las nefastas conse-
cuencias sociales a que tal política está dando lugar29.
———————
28. Véase una crítica a su misma formulación en Díez Ripollés. “La racionalidad...”. op. cit. pp.
143-144.
29. Una sugerente –¿y consoladora?– interpretación de las recientes reformas penales como desa-
rrollo de la política criminal de la derecha en el poder, sin dejar de reconocer, con todo, la deriva socialista,
se encuentra en González Cussac. op. cit. pp. 13-19, 22, 24, 28.
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30. Véase lo dicho supra en apartado II.9.
31. Actualmente su defensor más decidido es Jakobs, cuya última formulación al respecto parece
estar en Jakobs/Cancio. “Derecho penal del enemigo”. Thomson-Cívitas. 2003. pp. 21-56. Véase su
aceptación, aunque más matizada, en Silva Sánchez. “La expansión...”. op. cit. pp. 163-167.
32. Críticamente sobre el derecho penal del enemigo, Cancio Meliá. op. cit. pp. 78-102; Laurenzo
Copello. Recensión a Silva Sánchez. “La expansión del derecho penal”. 2ª edic. En Revista de derecho
penal y criminología. nº 12. pp. 455-456; Maqueda Abreu. op. cit. pág. 11; Muñoz Conde. “¿Hacia un
derecho penal del enemigo? Diario El País. 15-1-2003.
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33. Un sugestivo ensayo sociológico sobre el papel de la masa como actor social en las modernas
sociedades lo constituye la obra de Sloterdijk, “El desprecio de las masas”. Pre.textos. 2002, en especial
pp. 9-29, 71-99, donde, entre otras cosas, sostiene que la sociedad de masas democrática persigue ante
todo obtener la autoestima de la propia masa, lo que exige despreciar las diferencias individuales, sólo admi-
sibles en cuanto artificialmente creadas y revocables.
34. Véase supra apartado II.9.
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36. Se pueden mencionar algunos datos significativos: Según Eurostat, España era en 2000 el penúl-
timo país de la Unión europea en porcentaje de PIB dedicado a gasto social. El empleo precario supone ya,
tras unos pocos años de vigencia de las nuevas normas de contratación laboral, más del 30% de todo el
empleo y, para hacerse una idea de su evolución, baste decir que en la provincia de Málaga el 92% de todos
los contratos firmados en 2003 fue temporal, con una duración media de 80 días. Por lo que se refiere a la
sanidad, España ocupa, según la OCDE, el penúltimo lugar de la UE en gasto de salud por habitante. El
gasto público estatal destinado a la vivienda ha pasado del 1% de 1993 al 0’5% en 2004, y si la vivienda
protegida constituía el 30% de las viviendas iniciadas en 1996, ahora, en 2003, apenas llega al 7%; el por-
centaje de ingresos destinado por las familias a pagar la hipoteca se aproxima al 50% en 2003, cuando en
1996 apenas superaba el 30%. La APIFE, asociación que aglutina a más del 90% del colectivo de inspec-
tores que trabaja en la Agencia tributaria lleva meses denunciando el sesgado control del fraude tributario
que se lleva a cabo, centrado casi de modo exclusivo en los que ya declaran, y que está dando lugar a gra-
ves lagunas de inspección en el ámbito de la actividad financiera e inmobiliaria, llegando a afirmar que pare-
ciera que las últimas reformas han ido encaminadas a facilitar la evasión fiscal de tales colectivos. Véanse
informaciones, y referencias adicionales de la fuente, en diario El País, 25-1-2004, 26-1-2004, 27-1-
2004, 30-1-2004, 31-1-2004, 12-2-2004 (País Andalucía).
37. En un sentido cercano, a la hora de interpretar las causas de las últimas reformas penales, Sáez
Valcárcel. “La inseguridad, lema de campaña electoral”. Jueces para la democracia. nº 45. 2002. passim.;
Maqueda Abreu. op. cit. passim; Zugaldía Espinar. “Seguridad ciudadana y estado social de derecho” (en
prensa). Ejemplar mecanografiado. pp. 1-2, 4, 9.
Una contundente explicación del modelo de seguridad ciudadana en EEUU desde la perspectiva de
un Estado económicamente desregulado y socialmente desmantelador o condicionador de las políticas de
asistencia social, se encuentra en Wacquant. “Las cárceles de la miseria”. Alianza editorial. 2001, passim.
38. Se ha pasado de una tasa de inmigrantes ajenos a la UE de un 1’5% en 1999 a otra cercana al
6% en 2003, o lo que es lo mismo, a un ascenso de 600.000 a dos millones y medio en cuatro años, lo que
es sorprendente aun contando con el significativo afloramiento de la inmigración irregular a través de las
cifras de empadronamiento. Se calcula que en 2010 podrán ya suponer el 14% del total de la población.
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86 José Luis Díez Ripollés
5. El modelo a promover
Tras todo lo que llevamos dicho, algo creo que ha quedado claro: El debate
social y jurídico sobre la política criminal contemporánea no oscila entre los polos de
más o menos garantismo, sino sobre los modelos más eficaces de prevención de la
delincuencia. En ese sentido, la alternativa al modelo de la seguridad ciudadana no es
el modelo garantista, sino un modelo penal bienestarista, que anteponga una apro-
ximación social a una aproximación represiva hacia la delincuencia. Y los términos
del debate se desenvuelven, en consecuencia, en el campo de la racionalidad prag-
mática, esto es, en el de la efectividad y eficacia de las medidas de intervención social
a tomar39. La contraposición entre estas dos perspectivas, sin perjuicio de que nin-
guna renuncie plenamente a contenidos de la otra, refleja el contraste entre un
afrontamiento ingenuo, tosco, de la delincuencia, centrado en los síntomas e incapaz
de ver más allá del corto plazo, y un abordaje de la criminalidad experto, consciente
de la complejidad del fenómeno, centrado en las causas y dispuesto a dar su tiempo
a las modificaciones sociales.
Pero la efectividad y eficacia del modelo penal bienestarista hay que demostrar-
las, o al menos hacerlas plausibles, y eso no se logra reclamando adhesiones ideoló-
gicas ciegas en una sociedad cada vez más desideologizada. Hay que documentar las
consecuencias negativas del modelo de la seguridad ciudadana y su previsible, si no
ya presente, fracaso. Para ello es preciso abandonar la argumentación en el mero
terreno de los principios, y descender a discursos en los que las alternativas defendi-
das estén bien apoyadas en datos empírico-sociales. Sólo así, por otra parte, recupe-
rará la pericia político-criminal su fuerza de convicción y el lugar del que ha sido
desalojada.
Que el debate no pueda eludir, o incluso deba centrarse, en la racionalidad prag-
mática no quiere decir que hayan de arrumbarse imprescindibles referencias valorati-
vas. En este sentido, hay que retomar con decisión los esfuerzos a favor de la
“modernización” del derecho penal, esto es, de una ampliación de la intervención
penal a ámbitos socioeconómicos y de interés comunitario hasta hace poco conside-
rados ajenos a la política criminal. El carácter esencial de los intereses protegidos y la
exigencia constitucional de igualdad de trato de todos los ciudadanos obliga a incor-
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39. En mucha menor medida, también tiene lugar en el ámbito de la racionalidad teleológica, a saber,
el de los objetivos sociales a conseguir.
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La nueva política criminal española 87
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40. Sin perjuicio de las reacciones, enérgicas, que debieran incidir sobre quienes lleven a cabo prác-
ticas de investigación y prueba prohibidas.
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