La Casona Del Diablo1 PDF
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Era una casa vieja. Tres pisos con muros tristes, luces tenues y ventanas sucias.
El edificio había sido ya testigo de todo. Guardaba sueños, momentos y vidas.
Recién había llegado a la ciudad, era una noche taciturna y perfumada por la
fresca lluvia de la tarde. Vagaba como hipnotizado vigilando cada detalle en las
calles. Las luces cálidas, los adoquines húmedos, el cielo oscuro. Los callejones y
las casas que parecían como salidas de un cuento de hadas.
Iba sin rumbo, como casi siempre. Un sutil olor a café hizo que mi mirada se
desviara hacia un callejón todavía inexplorado por mí. Caminando despacio,
contando los adoquines y jugando a no pisar las rayas en el suelo, me topé con la
casa-
Una entrada ascendente con unas escaleras preciosas. Bañadas por una dorada
luz, adornadas con telas que caían del techo. Mientras subía me daba una
sensación extraña en el estómago. Ya por fin en el recibidor de la casa vieja divisé
por encima de mí un candelabro de antaño. Justo enfrente de mí unas escaleras, y
los costados, dos habitaciones.
En la mesa del rincón había un personaje muy curioso. Su única compañía era
una botella de Mezcal en la mesa. Dispuesto a conocerlo caminé hacia él y con un
ademán me invitó a sentarme en su mesa. Sin previó aviso comenzó a hablarme.
- ¡Roberto! -gritó de pronto – Trae un vaso para nuestro amigo y otra botella
de mezcal.
Tomó de un golpe todo su vaso y le dio la vuelta. Un par de gotas cayeron sobre la
mesa de madera oscura.
Subimos por una oscura escalera hacia el segundo piso. En él, encontré una
alfombra roja que conducía a un profundo negro aterciopelado. Al entrar en la
habitación había a la distancia otra barra. Alumbrada por una débil tercia de
lámparas de segunda mano.
Un par de mesitas pequeñas, con velas en el centro y unos sillones rojos. Justo en
la esquina izquierda sobre un banco alto, yacía la figura de un hombre encorvado.
Cabello semi largo y a su alrededor un velo de humo que se perdía con la poca
luz.
Cuando mis ojos por fin se acostumbraron a la oscuridad pude ver que había más
gente con nosotros. Todos con la actitud del hombre en la barra. Cabizbajos,
encorvados y con la mirada perdida. “El cabaret de los sueños rotos” pensé.
Finalmente subimos por la última sección de las escaleras hacía el último de los
cuartos de la casa. Era un amplio salón en el que vivía mi peculiar amigo. De
pronto como un rayo, sentí en la espalda un frío incesante que me llegaba a la
médula. Un crescendo de latidos se apoderaba de mí.
Titubeando sin atreverme a mirarlo a los ojos, nauseabundo por primera vez en
toda la noche y aturdido lo escuchaba. Tomó mi hombro y me dijo:
- Tranquilo, has sido una agradable compañía. Siempre habrá lugar en esta
casa, para aquellos que lo necesiten.
Guiñó su ojo y tomo de su copa. Dio media vuelta admirando una pintura de
Cabanel. Salí corriendo de ahí. Bajé impresionantemente rápido las escaleras y al
atravesar la puerta me desmayé.