Ferro El Lector Apocrifo
Ferro El Lector Apocrifo
Ferro El Lector Apocrifo
EDITORIAL DE LA FLOR
a TIL
la tejedora de mis sueños
La literatura forma parte de mi vida, me acompaña,
habita dentro de mí. No es la vida y no es su
contrario. Forma simplemente parte de ella, como
tantas otras cosas.
Antonio Tabucchi
El lector apócrifo y su maquinita estrafalaria
Mi mirada insistente y migratoria sobre la escritura literaria, me ha llevado a
imaginar una configuración que me permita simular sus juegos de sentido; un
dispositivo que a la manera de una cámara oscura disponga las páginas unas
sobre otras, transformando el blanco en laminillas transparentes de modo que mi
mirada se trame con la letra impresa en enlazamientos nostálgicamente
cómplices de un kamasutra de lectura, en los que la travesía de mis ojos y el
cuerpo extendido de la letra impresa se interpenetren sin imposiciones de
clausuras de sentido.
Cada una de las páginas escritas, dispuestas sobre su laminilla
transparente, diagrama con mi mirada un conjunto multilineal, las marcas siguen
direcciones diferentes, forman procesos siempre en desequilibrio y diseñan
acercamientos y puntos de fugas. Cada trazo aparece quebrado y sometido a
figuraciones diversas de inserción, ya se bifurcan, ya se ahorquillan, ya se
imbrican y desfloran. La suma en perspectiva de las laminillas sobre las que se
imprimen conjuntamente las derivas de la letra impresa con la confabulación de
mi mirada, no posee en modo alguno contornos definitivos, sino que aparece
como la cifra de encadenamientos variables relacionados entre sí. Esos
encadenamientos dan a leer por una parte, líneas gruesas de sedimentación, de
insistencia, de repetición y, por otra, líneas de fractura de corte, de suspensión.
La lectura multiplica insistentemente recorridos irreconciliables, hace
una exégesis del nomadismo y del trastorno de los sentidos como monogramas
del injerto, que se constituye en la condición de posibilidad de la escritura y/o
lectura injertadas y expuestas en el juego de la esceno-grafía del texto literario.
La piel de la mirada se desliza por la rugosidad sin límites de los injertos,
laberinto interminable de la confabulación que la mano y el ojo tejen y traman
sin clausura y sin destino.
Imaginar la lectura literaria de este modo me permitió levantar mapas,
archivos lábiles de los recorridos de mis travesías. Mi mirada se ha plegado a las
líneas mismas, ha sido atravesada y arrastrada en todas direcciones. En todo
trazado cartográfico hay un intento de dominar lo indefinido imponiéndole un
diseño de lectura, ése es el fundamento que explica la construcción de una
imagen que duplica, en un emblema gráfico, el sentido. La imagen a la que me
refiero, no es bidimensional a la manera clásica de los mapas, sino que pretende
traducir en marcas lineales un espacio volumétrico. Su configuración,
necesariamente reducida, incluye márgenes que forman un marco. El resultado
se asemeja, quizás, a un espacio de experimentación gráfica articulado en la
tensión inestable entre la decibilidad, siempre vacilante, y los perfiles aleatorios
de la topografía, los cuales, al no constituir nunca un afuera del texto absoluto,
desbaratan toda instancia de inmanencia ideal; no hay un exterior absoluto del
texto sino bordes que se pliegan en bordados virtuales. El texto y mi mirada
marcan los límites de esta operación especulativa, atraen todos los predicados
mediante los cuales se asegura la disposición de los artificios de apertura y de
cierre. La no clausura de texto se articula y mueve sobre goznes de ejes libres,
la lógica que autoriza el cierre es la misma que abre la biblioteca, el borde es el
pasaje del interior al suplemento.
Los lugares de enunciación aparecen en el dispositivo imaginado como
los puntos de interferencia en los que se distribuyen y complementan las
posiciones de corte de las inserciones textuales; los lugares de enunciación son,
entonces, como el gesto inicial del monograma, curvas convergentes y
divergentes de arabescos en los que se distribuyen variables y posibilidades,
vacilaciones en las que intervalos sin fin son configurados por cintas de
moëbius, que ciegan lo visible, aparecen como sucesivos y simultáneos con las
fulguraciones que disuelven lo invisible. Los lugares de enunciación trazan las
derivaciones, los trastornos, las transformaciones, son como los umbrales desde
los cuales las líneas tejen sus mutaciones y sus bordes.
Las páginas literarias, instaladas en el dispositivo de lectura imaginado,
dejan pasar la luz y mi mirada a través de ellos; la travesía, las marcas de
sedimentación y fractura que la constituyen, son apenas un frágil testimonio,
una delgada columna de sentido atravesada por meandros, errante en el territorio
desconocido de lo invisible y lo indecible.
Las continuidades y discontinuidades, los ritmos, los encuentros y las
disidencias se tienden en el cruce inasible entre lectura y escritura, digo cruce no
confusión indiferenciada ni identidad en términos de quietud repetida.
Esta maquinita estrafalaria de lectura en su duplicidad constitutiva
desmonta la imposición jerárquica que discrimina los enunciados como
verdaderos o falsos con el simple trámite de remitirlos a autoridades explícitas;
por lo tanto, para ponerse en movimiento debe desconocer el prestigio del
origen —y todas sus formas sutiles de enmascaramiento, como la paternidad y/o
la propiedad—, es decir todo protocolo que legalice la escritura literaria como
una unidad, como una completud.
He pensado que el suplemento de sentido de la lectura crítica tenía mucho
de apócrifo, y cuando digo apócrifo asumo tanto el significado de falso como el
más antiguo de oculto. Pienso en los apócrifos de Antonio Machado y en los
heterónimos de Fernando Pessoa; pienso en la valiosa falsedad que supone el
olvido de Roland Barthes, Noé Jitrik, Italo Calvino, Maurice Blanchot, Angel
Rama, Walter Benjamin, Nicolás Rosa, Jorge Luis Borges, Jacques Derrida, —la
lista es interminable— que mi textos citan sin comillas: leer no es un gesto
parásito, algo así como una prótesis de una escritura a la que se atribuyen todos
los prestigios de la anterioridad y de la creación, es un trabajo con el lenguaje, al
nombrar los sentidos, digo al leer, que es nombrar y renombrar los sentidos,
estoy oculto en las redes de mi estrafalaria maquinita de lectura.Creo que todo
lector crítico es apócrifo, puesto que en las travesías tejidas por su mano y su
mirada se deshacen la legalidad del origen como causa finalista del sentido y la
negación de la fuga inasible de la palabra.
Buenos Aires, Coghlan, junio de 1997.
I. EL TEXTO COMO UN UNIVERSO EN EXPANSIÓN
Vistas las cosas que para los asientos de los lugares son necesarias, y escogido el sitio más
provechoso y que incurren más de las cosas que para el pueblo son menester, habréis de
repartir los solares del lugar para hacer las casas, y éstos han de ser repartidos según las
calidades de las personas y sean de comienzo dados por orden; por manera que hechos los
solares, el pueblo parezca ordenado, así en el lugar que dejare para plaza, como el lugar en
que hubiere la iglesia, como en el orden que tuvieren las calles: porque en los lugares que de
nuevo se hacen dando la orden en el comienzo sin ningún trabajo ni costa queden ordenados e
los otros jamás se ordenen.
El imaginario no existe a partir de la imagen en el espejo o en la mirada del otro. Más bien, el
espejo mismo y su posibilidad, y el otro como espejo, son obras del imaginario, que es
creación ex nihilo. Quienes hablan de "imaginario", entendiendo por ello lo "especular", el
reflejo o lo "ficticio", no hacen sino repetir, muy a menudo sin saberlo, la afirmación que les
encadenó para siempre a algún subsuelo de la famosa caverna: es necesario que (este mundo)
sea imagen de algo. El imaginario del que hablo yo no es imagen de. Es creación incesante y
esencialmente indeterminada (social-histórica y psíquica) de figuras/formas/imágenes, y sólo
a partir de éstas puede tratarse de "algo". Lo que llamamos "realidad" y "racionalización" son
obras de esta creación.
Borges hace de la inversión desconstructiva, que señalaba más arriba, un
tópico de su literatura: Que la historia hubiera copiado a la historia ya era
suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible...
La escritura fundacional inscribe una suerte de monograma, es una única
inscripción, pero plural. En la forma unitaria que instala la letra sucesiva en la
hoja están inscritas varias letras, formas diversas de figuración del espacio que
se tejen, una sobre la otra, abriendo el sentido a un palimpsesto en el que la cita,
la repetición, genera un doble movimiento; por una parte se desmonta la
plenitud del origen, en el principio está la marca de la marca, y, por la otra, se
construye la referencia, la escritura instala la contingencia del futuro como
sentido cierto.
El acta de fundación dice el proyecto de una organización del espacio
como texto y se deja leer como un discurso construido como espacio; práctica
discursiva que se revela como el tramado de diagramas del espacio en los que el
tiempo se des-plaza, se reduce, se consume y se difiere en los juegos de
significantes. En la instancia de la imaginación —acciones y modos de
construcción de los imaginarios—, el discurso fundacional no se despliega a
partir de una función indicial, sino como una figuración, que desmonta el
apriorismo según el cual todo discurso es una representación del mundo y
comporta un grado de sumisión insoslayable dado su carácter de secundariedad.
La figuración de la escritura de la fundación se instala en el campo de la
retórica: repetición y tropo. Es posible leer en esa textualidad la desconstrucción
de la imposición anunciada de la ideología general de la representación, ligada
al núcleo persistente que arranca en el Quattrocento, con raíces en el mundo
clásico, y que permanece más allá de las variantes de ajuste, vigente y
hegemónico.
En las escrituras fundacionales se articulan, como una paradoja, la
instancia de lo legible y la instancia de lo visible en un movimiento productor
que exhibe las notas distintivas con que se caracteriza el discurso ficcional. Al
inscribir el desajuste del ojo que lee y el ojo que ve, al desestabilizar la
simultaneidad, la primacía y autoridad del referente presente, se abre la
posibilidad de múltiples lecturas de sentido y de la proyección de múltiples
espacios de invención. Un discurso-texto cuyo espacio referencial está
condenando la sinopsis ilusoria de una mirada totalizadora, cuyos sentidos
inestables, que lo atraviesan como insistentes puntos de fuga —valga la
metáfora—, se constituyen en la paradójica incongruencia del ojo que lee y el
ojo que ve. Esta imposibilidad del des-cubrimiento del referente que se dice en
el discurso de la fundación, así como la configuración des-plazada y retardada
del texto, instalan en el enunciado los lugares de la enunciación, las retóricas
implícitas o las citas recurrentes y fragmentarias. Juegos de figuración
discursiva del espacio, en el texto y en el referente textual, a la vez imaginarios
y plurales, ficticios y en situación de diseminación, exhiben la constelación
simbólica que se pliega y despliega en la red ideológica que los sostiene y
trastorna.
Fundar una ciudad aparece casi como un escándalo del lenguaje, salvo
que desplacemos el enunciado del campo de los discursos reales al discurso
ficcional literario. Sólo un gesto ficcional parece compadecerse de la ausencia
del referente en el acto fundacional, pues permite la diseminación multívoca de
la escritura y sus operaciones diferenciales en una constelación inestable; los
procedimientos ficcionales legalizan un trastorno del sistema de razón —en el
que se puede juzgar las denotaciones como verdaderas o falsas—, para abrir la
significancia a la construcción ausente y en fuga de la referencia que se dice
fundar. Dicho de otro modo, caracterizar la posibilidad de producir sentido con
el sintagma fundar una ciudad haciéndolo pertenecer al universo discursivo
ficcional literario, permite dar cuenta de la representación del espacio virtual,
ausente, y de por qué esa textualidad significante puede construir tal instancia a
partir de la multiplicación de diferencias y transformaciones de sentido.
La escritura fundacional como producto textual podría, entonces, ser
pensado como representación figurativa del espacio en el texto: representación
metafórica o proyección de un sistema significante, que desde la instancia
discursiva ficcional des-cubre la paradoja, no la sofoca, la articula como núcleo
generador de sentido.
Esta condición itinerante de la ficcionalidad referencial inherente a la
escritura fundacional se constituye en la marca distintiva de los proyectos
políticos o sociales, de los programas de acción de las sociedades ideales
pergeñadas desde la antigüedad clásica.
Platón, en República, no parte de un pueblo histórico existente, como los
de Atenas o Esparta. A pesar de que sus reflexiones están inspiradas en las
condiciones vigentes en la Grecia de su tiempo, es evidente que no hay un
anclaje contextual determinado.
El estado ideal es el espacio necesario para que viva en él un tipo ideal de
hombre verdaderamente justo. El hombre perfecto sólo puede formarse en un
estado perfecto y, viceversa, la formación de un estado ideal es correlativamente
un problema de formación de hombres. La construcción de ese tipo ideal es
simétrica con las exigencias de formulación del discurso platónico, el diálogo,
que no pretende ser un testimonio de lo dicho, sino una dispositio adecuada al
orden de la exposición, en la que ocupa un lugar privilegiado la intertextualidad
polémica y paródica del discurso sofístico. Así, ese hombre ideal se construye
discursivamente en la "figura" filosófica de Sócrates en tanto paradigma. Para
Platón, un paradigma es absolutamente perfecto, lo podemos admirar tanto si
puede convertirse en realidad como si permanece en estado virtual:
Así pues, no me exijas que demuestre la necesidad de que las cosas sucedan en la práctica
exactamente como la expusimos de palabra, pero si llegamos a ser capaces de encontrar cómo
puede ser organizada una ciudad de la manera más parecida a la que describimos, confiesa
que habremos descubierto que era posible lo que tú pretendías. ¿O no te bastará un resultado
semejante? En lo que a mí respecta, me dejaría contento.
Ya Buenos Aires, más que una ciudá, es un país y hay que encontrarle la poesía y la música y
la pintura y la metafísica que con su grandeza se avienen. Ese es el tamaño de mi esperanza,
que a todos invita a ser dioses y a trabajar en su encarnación.
"¡Qué lindo ser habitadores de una ciudad que haya sido comentada por un gran verso!
Buenos Aires es un espectáculo para siempre (al menos para mí), con su centro hecho de
indecisión, lleno de casas de altos que hunden y agobian a los patiecitos vecinos, con su
cariño de árboles, con sus tapias, con su Casa Rosada que es resplandeciente desde lejos como
un farol, con sus noches de sol y toda luna sobre mi Villa Alvear, con sus afueras de Saavedra
y de Villa Urquiza que inauguran la pampa. Pero Buenos Aires, pese a los dos millones de
destinos individuales que lo abarrotan, permanecerá desierto y sin voz, mientras algún
símbolo no lo pueble. La provincia sí está poblada: allí están Santos Vega y el gaucho Cruz y
Martín Fierro, posibilidades de dioses. La ciudad sigue a la espera de una poetización.
"Mi Patria —Buenos Aires— no es un dilatado mito geográfico que esas dos palabras señalan;
es mi casa, los barrios amigables, y juntamente con esas calles y retiros, que son querida
devoción de mi tiempo, lo que en ellas supe de amor, de penas y de dudas."
La tarea de fundación poética se abre en las palabras liminares de su
primer libro de poemas con la especificación de un movimiento de recorte
inclusivo, que va de la patria a Buenos Aires y de ahí al barrio. Los textos de
Fervor de Buenos Aires dan a leer ya una recopilación de notas distintivas; la
voz lírica se instala en un yo intimista que recorre las calles preferentemente
durante el atardecer, en las horas del ocaso, en el instante más apropiado para
deslindar en los arrabales el/la orden real de la fundación:
Con todo, una suerte de gravitación familiar me alejó hacia unos barrios, de cuyo nombre
quiero acordarme y que dictan reverencia a mi pecho. No quiero significar así el barrio mío, el
preciso ámbito de la infancia, sino sus todavía misteriosas inmediaciones: confín que he
poseído entero en las palabras y poco en realidad, vecino y mitológico a un tiempo.
Hará un año escribí una historia que es una suerte de pesadilla en que figuran elementos de
Buenos Aires deformados por el horror de la pesadilla; pienso allí en el paseo Colón y las
llamo Rue de Toulon, pienso en las quintas de Adrogué y las llamó Triste-le-Roy...
El pasaje de la invención poética a la pura ficción, de la construcción
mítica de los orígenes de una región fundacional en la que se imbrican los restos
de la historia con las marcas del impreciso sueño del poeta, a la abierta conjetura
imaginaria, más que una ruptura se inscribe como un incesante y tenaz juego
caleidoscópico, que encuentra su coherencia diagramática en la poética
borgeana pensada como una gran trama, de la que emergen perpetuamente
fragmentos de una textualidad, reescrita una y otra vez como anagrama y como
farsa.
Cuando Borges retoma el topos de su ciudad, años después, en El otro, el
mismo, 1964, en el poema "Buenos Aires", la ciudad fundada por la escritura no
exige búsqueda alguna, el yo lírico la encuentra instalada en su cartografía
íntima:
Cruzó la avenida, en la pausa del tráfico, y echó a andar por Florida. Le sacudió los hombros
un estremecimiento de frío, y de inmediato la resolución de ser más fuerte que el aire viajero
quitó las manos del refugio de los bolsillos, aumentó la curva del pecho y elevó la cabeza, en
una búsqueda divina del cielo monótono. Podría desafiar cualquier temperatura; podría vivir
más allá abajo, más lejos en Ushuaia.
Los labios estaban afinándose en el mismo propósito que empequeñecía los ojos y
cuadriculaba la mandíbula.
Obtuvo, primeramente, una exagerada visión polar, sin chozas ni pingüinos: abajo, blanco con
dos manchas amarillas, y arriba, un cielo de quince minutos antes de la lluvia.
Luego: Alaska -Jack London- las pieles espesas escamotean la anatomía de los hombres
barbudos...
Un mundo así prometido a la individualidad solitaria hace de lo
provisional y lo efímero las formas privilegiadas del pasaje. Un itinerario hecho
de múltiples itinerarios. El texto inscribe al caminante en el territorio de la
discontinuidad, la serie de rupturas y de contaminaciones en el espacio figuran
la línea de su avance temporal.
Los movimientos bruscos, los saltos y los virajes, imprescindibles para la
supervivencia cotidiana en las calles de la ciudad moderna, se constituyen en
homología a los procesos de construcción del relato, que se hace en un juego de
montajes de series que exhiben la violencia en la marca de la sutura:
En Rivadavia un automóvil quiso detenerlo; pero una maniobra enérgica lo dejó atrás...
Ante el tráfico de la avenida, quiso que las ametralladoras cantaran velozmente, entre pelotas
de humo, su rosario de cuentas alargadas.
Florida, Ushuaia, Alaska, Yukón, Rusia, Volga, Basilea, Miami, Puerta del Sol, Regent Street,
Boulevar Montmartre, Broadway, Unter der Linden.
Estos lugares no existen sino por las palabras que los evocan, la letra los
dice en el texto como lugares no concretos, estereotipos, "lugares comunes" del
imaginario, que se inscriben como condensaciones de múltiples programas
narrativos ya cristalizados.
Víctor Suaid hace un recorrido, que se acerca más al juego de generación
de sentidos de un lector, que a un itinerario ciudadano. La mención de un
nombre geográfico como representante vicario de una referencia real, pierde
sentido en el cuento de Onetti, la dirección de esa hegemonía se trastorna, el
nombre trae al texto la cita, no ya de un lugar específico, sino una multiplicidad
interminable de marcas intertextuales que evocan las novelas de aventuras y la
retórica de la folletería de turismo:
Con rodeos de fácil triunfo, llevó dos luces del coche al desolado horizonte de Alaska. De
manera que en la mitad de la cuadra no tuvo mayor trabajo para eludir el ambiente cálido que
sostenían en el "affiche" los hombros potentes de Clark Gable y las caderas de la Crawford;
apenas si tuvo un impulso de subir al entrecejo las rosas que mostraba la estrella de los ojos
grandes en medio del pecho. Tres noches o tres meses atrás había soñado con la mujer que
tenía rosas blancas en lugar de ojos.
Pero el recuerdo del sueño fue apenas un relámpago para su razón; el recuerdo resbaló rápido,
con un esbozo de vuelo, como una hoja que acaba de parir la rotativa, y se acomodó quieto
debajo de las otras imágenes que siguieron cayendo.
Con el silencio del cinematógrafo de la infancia, las letras de luz navegaban en los carriles del
anunciador: AYER EN BASILEA - SE CALCULAN EN MAS DE DOS MIL LAS
VICTIMAS.
La creencia de que el idioma platense es de los autores nativistas, resulta ingenua de puro
falsa. No se trata de tomar versiones taquigráficas para los diálogos de los personajes. Esto es
color local, al uso de turistas que no tenemos.
Declaramos en alta voz —para que se nos oiga en toda la orilla del charco que apedreamos
semanalmente—, que si Fulano de Tal descubre que el gaucho Santos Aquino, de Charabón
Viudo, sufre un complejo de Edipo con agregados narcisistas y se escribe un libro sobre este
asunto, nos parece que obra perfectamente bien.
Pero muy bien. Lo único que rogamos a Fulano de Tal es que haya vivido en Charabón Viudo,
en mayor o menor intimidad con el paisano Aquino y su torturante complejo.
Lo malo es que cuando un escritor desea hacer una obra nacional, del tipo de lo que llamamos
"literatura nuestra", se impone la obligación de buscar o construir ranchos de totora, velorios
de angelito y épicos rodeos.
Todo esto, aunque él tenga su domicilio en Montevideo. Pero habrá pasado alguna quincena
de licencia en la chacra de un amigo, allá por el Miguelete. Esta experiencia le basta.
Para el resto, leerá el Martín Fierro, Javier de Viana y alguna décima más o menos clásica.
Entretanto, Montevideo no existe. Aunque tenga más doctores, empleados públicos y
almaceneros que todo el resto del país, la capital no tendrá vida de veras hasta que nuestros
literatos se resuelvan a decirnos cómo y qué es Montevideo y la gente que lo habita.
Y es posible que noche a noche, llorando y de rodillas, rece a Padre Brausen que estás en la
Nada para hacerlo cómplice obligado, para enredarlo en su trama, sin necesidad verdadera,
por un oscuro deseo de remate artístico...No sólo envejecido por los años que me había
impuesto Brausen y que no pueden contarse por el paso de trescientos sesenta y cinco días.
Comprendí desde hace tiempo que una de las formas de su condena incomprensible era
haberme traído a su mundo con una edad invariable entre la ambición con tiempo limitado y
la desesperanza. Exteriormente, siempre igual, con algunos retoques de canas, arrugas,
achaques pasajeros para disimular su propósito. También era otro: mi indiferencia inicial se
había convertido en una falsa cordialidad, en labios siempre abiertos para la sonrisa, en una
sonrisa desvergonzada y aplacadora que significaba: Brausen está en los cielos, el mundo es
perfecto, usted y yo tenemos que ser felices.
En Pedro Páramo de Juan Rulfo hay una compleja urdimbre que trama tres
grados de organización de la temporalidad: la historicidad, la intratemporalidad
y la temporalidad detenida. Estos tres grados despliegan modalidades diversas
de representación de la dimensión temporal.
Toda narración combina dos instancias en diversas proporciones, la
episódica, que despliega el relato de los acontecimientos, y la configurativa,
según la cual la trama integra la impronta significativa a partir de
acontecimientos dislocados. Es posible leer en la trama, —en el sentido que le
estoy dando en esta exposición—, de los tres grados de representación de la
temporalidad en Pedro Páramo, la inscripción de un dominante configurado
como palimpsesto, en el que se dice como simultaneidad lo que el habla de la
sucesión extensiva oblitera y sofoca. En el cruce inestable entre la marca
escrituraria y la mirada del lector, ese palimpsesto se graba como un monograma
abierto y laberíntico, en el que los tres grados de representación temporal
tienden a la inmanencia, desplazando la amenaza de la inminencia, poniendo en
conflicto los modos dominantes de la temporalización del imaginario occidental.
La historicidad coincide con las modalidades ordinarias del tiempo, son
aquellas "en" las que tienen lugar los acontecimientos, marcando la
irreversibilidad de los mismos en un antes y un después situado en los diferentes
contextos en que transcurren.
Este grado de representación temporal está íntimamente vinculado con
una realidad datada y situada; en la novela de Juan Rulfo se construye una
cronología precisa que abarca un lapso importante de la historia mexicana
contemporánea, teniendo como epicentro geográfico la zona de Jalisco.
Las secuencias de la novela que se dicen por un narrador en tercera
persona, la serie de Pedro Páramo, están marcadas por la insistencia de la
sucesión irreversible.
A modo de sucinto repaso y sin un afán de exhaustividad minuciosa, voy
a señalar los hitos principales de esa cronología.
La llegada de Bartolomé San Juan y su hija a Comala es provocada por
los acontecimientos vinculados a la revolución maderista, es decir alrededor de
1911:
He repasado toda la sierra indagando el rincón donde se esconde don Bartolomé San Juan,
hasta que he dado con él, allá, perdido en un agujero de los montes, viviendo en una covacha
hecha de troncos, en el mero lugar donde están las minas abandonadas de La Andrómeda.
Ya para entonces soplaban vientos raros. Se decía que había gente levantada en armas. Nos
llegaban rumores.
Por la puerta abierta entraba el aire, quebrando las guías de la yedra. En mis piernas
comenzaba a crecer el vello entre las venas, y mis manos temblaban tibias al tocar mis senos.
Los gorriones jugaban. En las lomas se mecían las espigas.
Pedro Páramo tendría por entonces casi la misma edad, ya que habían
jugado juntos:
Pensaba en ti, Susana. En las lomas verdes. Cuando volábamos papalotes en la época del aire.
Al alba, la gente fue despertada por el repique de las campanas. Era la mañana del 8 de
diciembre. Una mañana gris. No fría, pero gris. El repique comenzó con la campana mayor.
La siguieron las demás. Algunos creyeron que llamaban para la misa grande y empezaron a
abrirse las puertas; las menos, sólo aquellas donde vivía gente desmañada, que esperaba
despierta a que el toque del alba les avisara que ya había terminado la noche. Pero el repique
duró más de lo debido. Ya no sonaban sólo las campanas de la iglesia mayor, sino que también
las de la Sangre de Cristo, las de la Cruz Verde y tal vez las del Santuario. Llegó el mediodía y
no cesaba el repique. Llegó la noche. Y de día y de noche las campanas siguieron tocando,
todas por igual, cada vez con más fuerza, hasta que aquello se convirtió en un lamento
rumoroso de sonidos. Los hombres gritaban para oír lo que querían decir. "¿Qué habrá
pasado?" se preguntaban. A los tres días todos estaban sordos. Se hacía imposible hablar con
aquel zumbido de que estaba lleno el aire. Pero las campanas seguían, seguían, algunas ya
cascadas, con el sonar hueco como de cántaro.
—Se ha muerto doña Susana.
Lo que pasó es que unos pocos de los "viejos" aburridos de estar ociosos, se pusieron a
disparar contra un pelotón de pelones, que resultó ser todo un ejército.
—Llegaron unos heridos a Comala. Mi mujer ayudó para eso de los vendajes. Dijeron que
eran de la gente de Damasio y que habían tenido muchos muertos. Parece que se encontraron
con unos que se dicen villistas.
No había aire. Tuve que sorber el mismo aire que salía de mi boca, deteniéndolo con las
manos antes de que se fuera. Lo sentía ir y venir, cada vez menos; hasta que se hizo tan
delgado que se filtró entre mis dedos para siempre. Digo para siempre. Tengo memoria de
haber visto algo así como nubes espumosas haciendo remolino sobre mi cabeza y luego
enjugarme con aquella espuma y perderme en su nublazón.
Fue lo último que vi.
—¿Quieres hacerme creer que te mató el ahogo, Juan Preciado?
La abuela lo miró con aquellos ojos medio grises, medio amarillos, que ella tenía y que
parecían adivinar lo que había dentro de uno.
—Vete, pues, a limpiar el molino.
"A centenares de metros, encima de todas las nubes, más, mucho más allá de todo, estás
escondida tú, Susana. Escondida en la inmensidad de Dios, detrás de su Divina Providencia,
donde yo no puedo alcanzarte ni verte y adonde no llegan mis palabras."
—Abuela, el molino no sirve, tiene el gusano roto.
Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos
de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió.
Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus
ojos para ver: "Hay allí pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una
llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala,
blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche." Y su voz era secreta, casi apagada,
como si hablara consigo misma...Mi madre.
El tuétano de nuestros huesos convertido en lumbre y las venas de nuestra sangre en hilos de
fuego, haciéndonos dar reparos de increíble dolor; no menguado nunca; atizado siempre por la
ira del Señor.
"El me cobijaba entre sus brazos. Me daba amor."
El padre Rentería repasó con la vista las figuras que estaban alrededor de él, esperando el
último momento.
Juan Rulfo fue un lector apasionado de las crónicas del siglo XVI. Buscó
ávidamente los restos que permanecían aún en el México contemporáneo, en los
que recuperar otra dimensión para su ahora histórico, acaso una grieta por la que
emergiera una dimensión distinta en la cosmovisión de su pueblo, una
dimensión que se dejara asomar más allá de los patrones diagramáticos
acuñados a partir de otros imaginarios dominantes:
Me gustan las crónicas antiguas por lo que enseñan y porque están escritas en un estilo muy
sencillo, muy fresco, muy espontáneo. Es el estilo del XVI y del Siglo de Oro...Hoy no se
aprecia el arte de los cronistas, y el de los relatores. La gente cree que se trata de una
antigualla aburrida pero forma quizá lo más valioso de nuestra literatura antigua. He leído casi
todas las crónicas de los frailes y de los viajeros, los epistolarios, las relaciones de la Nueva
España.
como todos los signos ortográficos, los puntos suspensivos no pueden ser
dichos, no se dejan domesticar por la oralidad, sólo producen sentido a la
mirada, desbaratan la equivalencia falaz que equipara espaciamiento y silencio.
2.-En los textos que componen Los heraldos negros hay un uso diferencial de
las mayúsculas, más allá de toda regla usual;
—en el poema "Los heraldos negros" se dan a leer marcadas por la diferencia de
la mayúscula: Muerte, Destinos, Cristos; en "Romería": Vida, Luz; en
"Setiembre": Dios; en el segundo soneto de la sección "Nostalgias Imperiales";
Mamá.
4.-La emergencia de la palabra del otro en los poemas de Los heraldos negros
está señalada de dos modos:
—por el uso de comillas, en "Medialuz":
He soñado una fuga. Un "para siempre"
en "Babel":
ella daña y arregla; a veces dice:
"El hospicio es bonito; aquí no más!"
en "La de a mil":
El suertero que grita "La de a mil"
6.- El trastorno de la oralidad por la traza tiene en Los heraldos negros, dos
inscripciones del exceso que, acaso otorguen al inventario anterior un sentido de
pro-grama, ya que permiten desechar toda interpretación que lo asimile a un
procedimiento autorizado por la sucesión fónica, a una variante específica del
uso general de la escritura como variante vicaria y degradada de la oralidad:
—En "Avestruz" se da a leer:
cuando abra su gran O de burla el ataúd
en el centro simétrico de la línea, separando en partes iguales, cuatro palabras en
cada sector, el signo instala la legibilidad de lo indecidible, se lee como un cero
y/o se lee como una o mayúscula y/o se lee como un injerto en forma de
ideograma (esta enumeración queda abierta), la sucesión, entonces, se desbarata,
se desmonta, la marca inscribe un sentido a la vez sucesivo y simultáneo, que
abre a la mirada la puesta en abismo de la legislación fonética.
—En "Absoluta" se cruzan la notación silábica y la lógico-matemática,
anunciando uno de los gestos más enfáticos de desmontaje de la escritura
vallejiana:
III - Trilce
El exceso y el desvío que abren estrías de tensión en la legalidad del paradigma
poético del modernismo, que hemos visto asomar en Los heraldos negros, se
agravan y proliferan en Trilce, hasta constituirse en un gesto dominante.
Si en Los heraldos negros el desvío en la inscripción de las mayúsculas
podía llegar a asimilarse a un índice de intensificación en la significación de
algunas palabras, en Trilce son un modo de intervención en la espacialización
que no se puede traducir a ningún código estable:
—en Trilce XXVI:
—en I:
—en II:
Se llama lo mismo que padece
nombre nombre nombre nombrE
—en LX:
del placer que nos engendra sin querer,
y el placer que nos DestieRRa
Tiempo Tiempo,
Mediodía estancado entre relentes,
Bomba aburrida el cuartel achica
tiempo tiempo tiempo tiempo.
Era Era.
Gallos cancionan escarbando en vano.
Boca del claro día que conjuga
era era era era.
Habida cuenta de que la equis es la única letra del alfabeto castellano en cuyo
nombre no participa el signo ortográfico que la constituye, la atribución de
mudez puede ser leída como una sentencia explícita de las limitaciones
fonéticas.
En numerosos poemas de Trilce se produce la colisión de la notación
fonética, base de la configuración rítmica de la poética modernista, y la notación
matemática, como trama agónica de dos órdenes irreconciliables,
—en el V se lee:
—en los XVII, LXVIII, LXIX y LXX los textos traman la diferencia indecidible
de los dos códigos, el último verso del VII satura el procedimiento en la
espacialización y la sutura:
Los poemas alternan los dos códigos, los entrecruzan hasta lo indecidible:
—en X y XVIII, se inscriben en la letra la escritura silábica para los
significantes numéricos;
—en XXIII se asedian los dos códigos:
Oh tus cuatro gotas, asombrosamente
alterna con
999 Calorías
Rumbbb... Trrraprrr rrach...chaz
Serpentínica u del bizcochuelo
engrifada al tímpano.
Quién como los hielos. Pero no.
Quién como lo que va ni más ni menos.
Quién como el justo medio.
1.000 calorías.
Azulea y ríe su gran cachaza
el firmamento gringo. Baja
el sol empavonado y le alborota los cascos
al más frío.
¡Odumodneurtse!
ruptura del sentido por inversión simétrica de la sucesión, inversión que remite
al espejo, demanda de la mirada que repite la marca y genera sentido, todo ello
instalado en la condensación paródica, jugada en el oxímoron, que supone el
sintagma estruendo mudo.
—en XIX, el cierre del texto des-hace la linealidad:
IV - La corrosión de la voz
La legalidad de la poética modernista soportada en la originalidad, la
musicalidad y, fundamentalmente, en la subjetividad exigen para su despliegue
las características propias de la notación fonética: representar la palabra y
eclipsarse ante la plenitud que confabula interioridad y sentido, la palabra
deviene, entonces, transparente, desaparece.
Esto supone el olvido de la espacialización, de las marcas que articulan
las convenciones de disposición, en fin, del trabajo de la escritura.
La travesía de Los heraldos negros a Trilce puede ser pensada como la
dis-locación de los tabiques que compartimentaban la poética modernista, esa
grieta se abre en la corrosión de la voz.
La escritura de César Vallejo des-hace la plenitud de sentido atada al
privilegio de la voz. La voz, como sustancia espiritualizada, determina la ilusión
de la pura presencia a sí del sentido del habla, habla que soporta las
convenciones rítmicas de la musicalidad, actuando como residencia de la
plenitud y, por ende, de cancelación del significante y de su materialidad escrita,
que implican un obstáculo al ideal de la pura presencia a sí del sentido.
En Trilce se deshace la primacía de una voz unificadora y subjetiva que
profiere el poema, porque se des-origina el texto, trastornando el orden de la
linealidad, consecuencia del pensamiento logocéntrico y modelo que impera en
la concepción tradicional del tiempo y, por lo tanto, de la historia.
Los textos de Trilce trastornan la subjetividad metafísica, esto es el sujeto
como origen y fundamento del sentido.
La notación fonética, principal vehículo de esa concepción e imagen
gráfica de la sucesión irreversible del tiempo lineal, es sometida al es-cribaje de
la marca, que sólo significa a la mirada.
Vallejo corroe el privilegio de la voz, reinstalando en el poema la
genealogía de la traza, haciendo equívoca la ceguera de la voz, fundando la
poesía en la mirada. Su escritura teje y trama el sentido y la marca como dos
motivos con-fundidos e indecidibles. La grieta vallejiana, nunca reparada, pero
tantas veces omitida o sofocada, inscribe la necesidad que tiene la palabra
poética de con-fabular varias lenguas y producir varios textos a la vez.
La tentativa de Vallejo en Trilce, lo que he llamado, acaso de un modo
altisonante la corrosión de la voz, da a leer la palabra poética como traza de la
condensación y el despliegue de lo equívoco, en un cruce inestable de lenguajes
que hace aflorar en la mayor sincronía posible, la mayor potencia de las
imágenes enterradas, acumuladas y entremezcladas en el cuerpo de cada
partícula lingüística, de cada palabra, de cada proposición simple, a través de la
totalidad y divergencia de los imaginarios mundanos, en la mayor genialidad de
sus formas. Hace emerger la unidad y la diversidad a un tiempo en la migración
generalizada de una escritura que no traduce ya de una lengua a otra a partir de
sentidos compactados, sino que circula participando de todos los sentidos a la
vez, acumula su energía, actualiza sus modulaciones arcanas, descubre regiones
insondables y reencuentra el valor poético en la multiplicidad.
Leo el pasaje y la grieta que se tienden desde Los heraldos negros a
Trilce en una escritura que corroe la voz.
La voz, esa vieja celestina que comercia los sentidos, los domestica, los
unifica en la propiedad única de un sujeto ilusorio.
Buenos Aires, Coghlan febrero de 1995.
Paradiso - EL TEXTO COMO UN UNIVERSO EN EXPANSIÓN
Lo supremo sería captar las cosas de tal modo que todo lo real fuese ya teoría .
Johann Wolfgang von Goethe
II.- La extensa obra del escritor cubano José María Andrés Fernando
Lezama Lima abarca la poesía: Muerte de Narciso, Enemigo Rumor, Aventuras
sigilosas, La fijeza, Dador, Fragmentos a su imán; la novela: Paradiso,
Oppiano Licario; el ensayo: Analecta del reloj, Tratados en La Habana, La
cantidad hechizada, La expresión americana; algunos cuentos y
fundamentalmente su tarea de faro intelectual inigualable para la cultura cubana
en la revista Orígenes.
La idea de "imago" sobre la que Lezama Lima regresa una y otra vez,
aparece a nuestra lectura como un monograma, de trazado múltiple y
palimpséstico, que se articula como un emblema que sirve de traza ineludible en
una travesía por su obra compleja, desmesurada y brillante. La textualidad
lezamiana exhibe desaforadamente un diseño excesivo para las atribuciones
tradicionalmente otorgadas a la literatura, al reformular las relaciones entre texto
y mundo, en un proceso de apropiamiento, acumulación y trastorno de los
regímenes discursivos más diversos, en la fundación de un universo verbal que
promueve otra configuración del saber. La palabra en Lezama parece
desconocer toda inscripción prefigurada en términos de estabilidad referencial.
La imagen poética desmonta las propiedades administrativas y equitativamente
distribucionales del nombre, su energía semiótica reconstruye de modo
incesante las relaciones de nominación como espacio de exploración y
revelamiento. Su particular deriva no supone un destino seguro de
esclarecimiento previamente compilado, sino que da a leer también los
inestables confines del desconocimiento.
La imagen lezamiana es la consecuencia de la puesta en abismo de la
voracidad metafórica, de la capacidad ilimitada de encadenamientos de sentido.
Su textualidad se extiende en una voraz multiplicación de metáforas constantes
que se abren a trayectorias inesperadas en las que se traza un gesto
dominantemente cognoscitivo; hay en la escritura de Lezama una gestualidad de
saber, un movimiento de constitución del discurso poético como orden
privilegiado de la producción de conocimiento.
En lo que, parafraseándolo, podemos llamar su "sistema poético", el
sujeto que lo funda es un sujeto de conocimiento por antonomasia. La
epistemología que se configura en sus textos no otorga al lenguaje un lugar de
pasaje o de tránsito, una mera instrumentalidad, sino la dimensión de una
capacidad potente y enigmática que más que repetir el sentido, lo descubre e
ilumina tanto como lo desplaza y lo trastorna, en una danza de cruces
simultáneos y sucesivos.
Así como los brotes dan origen, por crecimiento, a nuevos brotes, y éstos, si son
vigorosos, se ramifican y sobrepujan por todos lados, a muchas ramas más débiles, así
también, a mi parecer, ha ocurrido en el gran árbol de la vida, que con sus ramas
muertas y rotas llena la corteza terrestre y cubre su superficie con sus hermosas
ramificaciones, siempre en constante bifurcación.
Prolegómenos
Toda aproximación crítica a un texto literario supone la exigencia de dar cuenta,
de uno u otro modo, de las características propias que lo constituyen y
distinguen; en el caso de Operación Masacre de Rodolfo Walsh, esa exigencia
se torna ineludible, ya que esas características están íntimamente relacionadas
con su especificidad, que perturba y trastorna el orden de las tipologías
genéricas. Tres de ellas aparecen como las de mayor relevancia:
—Su escritura se despliega en el encuentro, el pasaje y la confrontación, de dos
formaciones discursivas diferentes: la literaria y la política, que se traman y
confabulan desde su inscripción primera: la práctica periodística, que legitima y
propaga el contacto.
—Su rasgo de perpetuo inacabamiento, de texto en constante reformulación, que
obliga a pensar a Operación Masacre como corpus antes que un texto con
límites precisos. Rodolfo Walsh re-escribe la primera edición en libro de 1957,
en 1964, 1969 y 1972; cambia, suprime, añade, establece un diálogo constante
con el contexto social e histórico.
—Operación Masacre da a leer el tejido narrativo de varias historias: la de la
investigación que reconstruye un saber para hacerlo público, la de los sucesos
que relata minuciosamente y la de la propia puesta en escritura.
El modo en que estas tres historias se van imbricando da cuenta de la
genealogía del corpus que componen las diferentes ediciones de Operación
Masacre y permite, asimismo, desplegar el campo de problemas que configuran
su especificidad distintiva. La importancia que, desde su misma aparición, ha
tenido Operación Masacre en la constitución de los géneros discursivos, que
articulan tanto el campo literario como las prácticas periodísticas, no puede ser
separada de las condiciones concretas a partir de las cuales Rodolfo Walsh
investigó los sucesos de José León Suárez y los dio a conocer.
La crónica de los momentos fundamentales de ese proceso, que expongo
a continuación, apunta a exhibir y problematizar la tensión dialéctica entre la
puesta en discurso y la instancia de dilucidación de los hechos: escritura e
investigación fueron sincrónicas e interdependientes.
La búsqueda de testimonios y documentación, que me permitiera
reconstruir el recorrido de Rodolfo Walsh en la producción del saber sobre los
fusilamientos del 10 de junio de 1956, exigió un considerable número de
entrevistas y aportes de distinto tipo. Sería imposible dar cuenta detallada de
cada uno, todos tienen un inestimable valor para mí; pero debo sí mencionar,
entre ellos, a tres que fueron fundamentales y sin los cuales no hubiera podido
superar mis interrogantes:
Enriqueta Muñiz, quien no sólo accedió a largas conversaciones,
sino que además me permitió leer su Diario de investigación,
relación manuscrita contemporánea de la actividad de Walsh, entre
diciembre de 1956 y mayo de 1957.
El Doctor Máximo von Kotsch, abogado de Juan Carlos Livraga,
que me aclaró todos los pormenores de la causa judicial y sus
antecedentes.
Lilia Ferreyra, que me facilitó materiales, me permitió revisar lo
que pudo salvar de la biblioteca de Rodolfo y me puso en contacto
con documentación aún inédita.
I. El 9 de junio de 1956
La trama de relaciones sociopolíticas y el orden institucional establecidos
por el peronismo en diez años de gobierno se desmoronaron en setiembre de
1955 ante la insurrección armada de un frente cívico-militar.
La coherencia, que le daba entidad y solidez al conjunto de la oposición
que apoyaba el golpe de Estado contra Perón, se diluyó una vez triunfante e
instalado en el gobierno, exhibiendo las contradicciones propias de su
heterogeneidad ideológica, cuyo principal motivo de convergencia había sido el
antiperonismo.
El 13 de noviembre la puja, que desde el principio había caracterizado al
gobierno de facto, tuvo un desenlace drástico con el desalojo del sector
nacionalista de la cúpula del Poder Ejecutivo por la renuncia del presidente, el
general Eduardo Lonardi, y de los ministros que le eran afines. En su reemplazo
asume el general Pedro Eugenio Aramburu, mientras el contralmirante Isaac
Rojas, numen del sector liberal, conserva la vicepresidencia.
Se acentúa, entonces, la ola de represión a los militantes y dirigentes
peronistas. El atropello y el hostigamiento no eran tan sólo la expresión de una
cruzada “libertadora” o la manifestación de una ideología autoritaria; eran,
además, sustancialmente necesarios para llevar a cabo la instrumentación de una
política económica —el plan Prebisch— que suponía la redistribución del
ingreso nacional en detrimento de los sectores populares beneficiados en los
años del régimen peronista. Maniatar al peronismo era la exigencia prioritaria
para desmembrar todo intento de oposición a un nuevo diseño de país; pues muy
pronto fue notorio que muchos sectores, que se habían alineado contra Perón,
serían igualmente perseguidos.
El peronismo, que desalojado del poder, no había atinado a ninguna
respuesta, con amplios sectores de la población, que le daban apoyo y le
otorgaban legitimidad, intimidados y agredidos; desmontado su aparato
partidario, con sus dirigentes que huyen o son encarcelados, encuentra en la
represión un factor de aglutinamiento y cohesión. Comienzan atentados y
sabotajes que, más allá de su importancia relativa, son signos inequívocos de
que no abandona la confrontación, mensajes a agredidos y agresores de la
organización de un polo de resistencia ante la impunidad del poder de facto.
El 9 de junio de 1956, un grupo de militares de filiación nacionalista,
liderados por el general Juan José Valle, lleva a cabo un intento insurreccional.
Contaban, además del descontento popular, con la participación activa de los
cuadros de suboficiales, mayoritariamente partidarios de Perón, y con la
adhesión de los militares que habían sido alcanzados por las purgas
discriminatorias llevadas a cabo por el gobierno. Numerosos núcleos de
activistas peronistas al tanto del movimiento apoyan las acciones, a pesar de que
Perón no otorgó ningún aval al movimiento, desconfiado de las motivaciones
políticas de sus jefes. Los focos rebeldes más importantes se produjeron en La
Plata, en Campo de Mayo y en Santa Rosa.
El gobierno tenía conocimiento de la conspiración desde hacía algún
tiempo y sólo esperó que se produjera, descargando entonces el peso de una
represión desmedida y premeditada para que sirviera de ejemplo ante cualquier
remezón futuro.
Declarada la ley marcial en la madrugada del 10 de junio, se seguirá
fusilando a quienes se juzgue responsables hasta el 12, cuando ya el movimiento
estaba totalmente controlado y se habían terminado las acciones bélicas. Lo que
en relación a lo acontecido en los años siguientes en la Argentina debe ser
pensado como una afirmación política de una clase que no vacilará en repetir,
aumentada en progresión geométrica, la aniquilación de los sectores de la
oposición cuando hagan peligrar sus intereses.
La prensa, que informa amplia y detalladamente de los acontecimientos,
insistiendo en el marco de legalidad en el que se había llevado a cabo la
represión, y la euforia de los partidarios del gobierno, que habían llenado la
Plaza de Mayo vivando a los vencedores y reclamando insistentemente un
severo escarmiento para los insurrectos, relegan y marginan una escueta
información acerca de unos fusilados en José León Suárez. Esa misma prensa —
que se había constituido en portavoz y emblema de los derechos individuales y
de la libertad de información, la misma que había explicado el golpe palaciego
con que Aramburu desalojó del gobierno a Lonardi, como un simple acto de
necesidad obligado ante la grave enfermedad que aquejaba al mandatario
saliente y que aún insistía hasta el hartazgo con los desmanes y arbitrariedades
del decenio peronista— publica una lista de cinco nombres, algunos
equivocados, como luego quedará fehacientemente demostrado, y se hace
cómplice de lo demás: el silencio y el intento de borradura del crimen.
Un fusilamiento colectivo había sido obliterado, tachado como
acontecimiento, no se da cuenta de su existencia, se lo “desaparece”.
El 9 de junio de 1956, a las 23.30, una comisión de la policía de la
provincia de Buenos Aires, a las órdenes directas de su jefe, el teniente coronel
Desiderio Fernández Suárez, antes de que el gobierno de facto de Aramburu
promulgara la ley marcial, llevó acabo un allanamiento en una casa del barrio de
Florida —Hipólito Irigoyen 4519— deteniendo a un grupo de civiles bajo la
acusación de estar implicados en el levantamiento del general Valle.
En la madrugada del día 10, en un basural de José León Suárez se ejecutó
la orden de fusilamiento. Por lo menos cinco de los detenidos mueren: Nicolás
Carranza, Francisco Garibotti, Carlos Lizaso, Vicente Rodríguez y Mario Brión.
Otros siete escapan: Juan Carlos Livraga, Horacio Di Chiano, Miguel Ángel
Giunta, Rogelio Díaz, Norberto Gavino, Julio Troxler y Reinaldo Benavídez.
Livraga, que ha recibido tres tiros de gracia, permanece vivo; primero fue
internado en un policlínico de San Martín, luego se lo recluye en la comisaría de
Moreno, donde lo dejan desnudo, sin asistencia médica ni alimentos adecuados.
Mientras tanto, han ido quedando pruebas de su peregrinaje: el recibo de la
Unidad Regional de San Martín por sus efectos personales ha sido rescatado por
una enfermera que lo entregó a su padre, hay varios testigos, y su familia golpea
insistentemente todas a las puertas del Poder Ejecutivo reclamando por su
inocencia.
La tenacidad de Juan Carlos Livraga, ya fusilado, que sigue tozudamente
con vida, y los indicios ciertos de que hay más sobrevivientes lo salvan de otra
segura ejecución. Finalmente, el 3 de julio lo trasladan a la cárcel de Olmos, allí
se pondrá en contacto con otro de los fusilados vivos, Miguel Ángel Giunta, que
también ha sufrido innumerables penurias. En prisión conocen al doctor
Máximo von Kotsch, un abogado militante del radicalismo intransigente,
defensor de presos gremiales, quien asume la defensa y logra, el 16 de agosto,
que sean dejados en libertad ante la inexistencia de causa judicial que justifique
las detenciones.
Von Kotsch ha insistido para que el doctor Jorge Doglia, jefe de la
División Judicial de la policía de la provincia, visitara en Olmos a Livraga.
Constatado el hecho, Doglia lo agrega al legajo de la investigación de múltiples
casos de tortura a detenidos en varias dependencias policiales.
Acusado de traidor a “la casusa libertadora”, perseguido, sometido a una
abierta obstrucción de sus tareas específicas, recibe amenazas y es objeto de
intimidaciones por el propio jefe de policía.
Recurrirá primero al Servicio de Informaciones Navales, luego al ministro
de Gobierno, doctor Marcelo Aranda; como respuesta Doglia es sumariado y
separado de su cargo por no respetar la vía jerárquica en la presentación de sus
denuncias.
Finalmente, el doctor Eduardo Schaposnik, representante socialista ante la
Junta Consultiva Provincial, se compromete a darle curso en ese organismo a los
cargos mediante un pedido de informes.
El 14 de diciembre, el caso es presentado ante la justicia. Juan Carlos
Livraga, patrocinado por el doctor Máximo von Kotsch, comparece ante el
juzgado del doctor Viglione demandando “a quien resulte responsable” por la
tentativa de homicidio y daño, y exigiendo una indemnización material. El
doctor Viglione le da traslado al juzgado del doctor Belisario Hueyo, por estar
de turno el día del hecho.
El 18 de diciembre, Fernández Suárez se hace presente en una reunión
secreta de la Junta Consultiva para contestar las imputaciones formuladas por el
doctor Schaposnik:
Un periodista muy oscuro que escribía notas —algunas notas— para Leoplán. Pero no vivía
de eso, sino de las traducciones del inglés y del francés. También escribía cuentos policiales, a
veces con mi nombre y a veces con seudónimo.
Tampoco olvido que, pegado a la persiana, oí morir a un conscripto en la calle y ese hombre
no dijo: ‘Viva la patria’, sino que dijo: ‘No me dejen solo, hijos de puta’.
Después no quiero recordar más, ni la voz del locutor en la madrugada anunciando que
dieciocho civiles han sido ejecutados en Lanús, ni la ola de sangre que anega al país hasta la
muerte de Valle. Tengo demasiado para una sola noche. Valle no me interesa, Perón no me
interesa, la revolución no me interesa. ¿Puedo volver al ajedrez?
Puedo. Al ajedrez y a la literatura fantástica que leo, a los cuentos policiales que escribo, a la
novela “seria” que planeo para dentro de algunos años, y a otras cosas que hago para ganarme
la vida y que llamo periodismo, aunque no es periodismo.
Yo elijo el tema, pero también él me elije a mí. Hay un sentimiento básico de indignación, de
solidaridad ante tamaña injusticia. Pero supongo que todo no fue tan noble y tan claro. Yo
recién empezaba a hacer periodismo y no es extraño que influyera en mí la posibilidad de
hacer una gran nota.
...Habló poco y no prometió nada. Sólo preguntó si la difusión de ese texto podría perjudicar
la marcha de la investigación judicial. Se le contestó que lo más urgente era proteger mediante
una adecuada publicidad la vida del demandante, del propio Doglia y de otros testigos a
quienes se consideraba en peligro.
Lo primero que me llamó la atención fue, naturalmente las dos cicatrices de bala (orificio de
entrada y de salida) que tenía en el rostro.
Básicamente me mueve la bronca... la fantasía de la gran nota duró lo que tardé en llegar a las
redacciones a ofrecerla. Entre otras fui a la revista Qué. Me atendió Dardo Cúneo. Qué
barbaridad. Qué brutalidad —lamentó Cúneo—. El tiempo del desprecio. Por supuesto se
quedó en eso.
La denuncia contiene tres errores que iban a dificultar la investigación del juez (y la mía
propia). Dice que fueron cinco los detenidos en el departamento del fondo de la casa de
Florida, cuando eran por lo menos ocho. Dice que eran diez los que llevaron a fusilar en el
carro de asalto, cuando eran por lo menos doce. Afirma que fueron dos (él y Giunta) los
sobrevivientes, cuando en realidad fueron siete.
Estas serán las conclusiones a las que arribará después de una larga
investigación que a fines de 1956 estaba en sus primeras etapas.
El 28 de diciembre, se lleva a cabo otra reunión secreta de la Junta
Consultiva Provincial a la que Schaposnik asiste con pruebas documentales
demoledoras que sostienen cada una de sus aseveraciones, de acuerdo con la
exigencia de Fernández Suárez el día 18, pero el jefe de policía falta a la cita.
Ese mismo día Walsh encuentra una punta a la madeja:
Siendo el Día de los Inocentes, no es de extrañar que encontrara las declaraciones del jefe de
policía donde resaltaba el allanamiento diciendo que había detenido a catorce personas. Y así
empezó el interminable y un poco kafkiano proceso en el que alternativamente me faltaba o
me sobraba un cadáver o un sobreviviente.
...la historia que escribo en caliente y de un tirón, para que no me ganen de mano, pero que
después se me va arrugando día a día en un bolsillo porque la paseo por todo Buenos Aires y
nadie me la quiere publicar, y casi ni enterarse... Así que ambulo por suburbios cada vez más
remotos del periodismo, hasta que por fin recalo en un sótano de Leandro Alem donde se hace
una hojita gremial, y encuentro un hombre que se anima.
Escribí este libro para que fuera publicado, para que actuara. Quienquiera me ayude a
difundirlo y divulgarlo es para mí un aliado...
No sé —nos dice— no sé por qué lo mataron. Han pasado siete meses y todavía no lo
comprendo. A una se le hace mentira, como en un sueño, pero ya dura demasiado.
Venimos de lejos, y hasta hace cinco minutos no la conocíamos, pero sabemos mucho más que
ella sobre la muerte de su propio marido y se lo contamos.
Como de costumbre, los chicos del barrio fueron mis mejores informantes. Una pequeña de
ojos vivaces se nos acercó misteriosamente.
—El señor que ustedes buscan está en su casa —susurró—. Le van a decir que no está, pero
está.
Cuando las inocentes víctimas descendieron del carro de asalto, lograron fugar: Livraga,
Giunta y el ex-suboficial Gabino. Este último pudo meterse en la embajada de Bolivia y
asilarse en aquel país.
...lo que nos permite publicar una relación completa e imparcial de los hechos, reservándonos
aquéllos que comprometen a terceros o que exigen una ulterior investigación... El autor de
esta nota y de las dos anteriores —cuyo nombre retenemos por razones obvias— nos pide
aclarar que en las escasas oportunidades en que menciona circunstancias que si bien le
constan no puede documentar en forma inmediata, usa el verbo en el correspondiente modo
potencial.
Enunciar una verdad significa implicar un enigma. El artículo definido
“la” condiciona el sentido, no hay más que una verdad; la otra versión con que
confronta no es más que una suma de falacias sin fundamento, ha sido necesaria
una minuciosa investigación para desbaratarla, el relato que se da a leer es el
pasaje para franquear el límite. El título propone: lo que sigue va a desplegar
esto que se anuncia: la resolución del enigma.
El artículo reúne toda la información recogida antes de entrevistar a Juan
Carlos Torres, “el inquilino del fondo”. Walsh en el curso de su indagación ha
debido abandonar su casa; un amigo le ha facilitado refugio en el Tigre, a veces
debe ampararse en un mísero rancho en Merlo, también Horacio Maniglia le ha
dado albergue en su departamento de la Capital Federal; ha cambiado de
identidad, tiene una cédula falsa a nombre de Francisco Freyre.
El mismo 19, cuando se publicaba “La verdad sobre los fusilados”, se
encuentra con Torres en la embajada de Bolivia donde éste está asilado, y reitera
su visita el día 21. Tras estos encuentros algunos de los supuestos de los que
había partido quedan desvirtuados. Los informes que le suministra Torres
significan un cambio y una profundización en el saber que Walsh persigue para
reconstruir los sucesos del 10 de junio. Confirman la existencia de Norberto
Gavino y de Reinaldo Benavídez, que figuraban en la lista de ejecutados, ambos
exiliados en Bolivia, tal como le informara en una carta el anónimo “Atilas”.
Además, Torres le menciona el nombre de un sexto sobreviviente que Walsh no
había escuchado nunca Julio Troxler. Y también un séptimo, acaso preso en
Olmos, que luego identificará como Rogelio Díaz.
Incidentalmente, el detalle probó a quien esto escribe —por si alguna duda quedaba— que
Don Horacio había estado allí. El único sitio desde donde se observaba ese extraño espejismo,
es el escenario del fusilamiento.
Me había intrigado mucho ese rasgo topográfico, que Don Horacio mencionaba y yo nunca
había logrado observar en mis tres o cuatro visitas al basural. Hasta que fui un día con él. Y de
pronto, tras buscarlo ambos un buen rato, lo vi. Era fascinante, algo digno de un cuento de
Chesterton. Desplazándose unos 50 pasos en cualquier dirección el efecto óptico desaparecía.
En ese momento supe —singular demostración— que me encontraba en el lugar exacto del
fusilamiento, que hasta entonces tampoco había logrado localizar con certeza.
Frente al hermético silencio de las autoridades y del periodismo serio, va tocando a su fin la
investigación extraoficial de la masacre de Suárez, que Revolución Nacional ha acogido en
sus páginas con el deseo de ilustrar al país sobre uno de los hechos más vergonzosos de
nuestra historia. Será éste el único calificativo que utilizaremos, porque los hechos hablan
solos y cualquiera puede comprobarlos. Dentro de poco habrán desaparecido los últimos
puntos oscuros. Hemos afirmado que al producirse el motín de junio del año pasado, el jefe de
la policía de la provincia de Buenos Aires, detuvo personalmente a catorce hombres en
Florida, y nadie nos ha desmentido. Hemos afirmado que esa detención se produjo antes de
proclamarse la ley marcial, y nadie nos ha desmentido. Hemos afirmado que todos esos
hombres eran inocentes en los hechos, y que la mayoría en la intención, y nadie nos ha
desmentido. Hemos afirmado que el jefe de la policía ordenó fusilarlos, que el fusilamiento
fue irregular e ilegal y nadie, absolutamente nadie, nos ha desmentido.
Escribí este libro para que fuera publicado, para que actuara... Investigué y relaté estos hechos
tremendos para darlos a conocer en la forma más amplia, para que inspiren respeto, para que
no puedan jamás repetirse.
Cuando escribí esta historia, yo tenía treinta años. Hacía diez que estaba en el periodismo. De
golpe me pareció comprender que todo lo que había hecho antes no tenía nada que ver con
cierta idea de periodismo que me había ido forjando en todo ese tiempo, y que esto sí —esa
búsqueda a todo riesgo, ese testimonio de lo más escondido y doloroso—, tenía que ver,
encajaba en esa idea. Amparado en semejante ocurrencia, investigué y escribí enseguida otra
historia oculta, la del caso Satanowsky. Fue más ruidosa, pero el resultado fue el mismo; los
muertos probados, pero sueltos.
y que se profundiza en el Epílogo de la tercera edición:
La respuesta fue siempre el silencio. La clase de esos gobiernos se solidariza con aquel
asesinato, lo acepta como hechura suya y no lo castiga simplemente porque no está dispuesta
a castigarse a sí misma.
La tarea que intento llevar a cabo, gracias al poder de la palabra escrita, es hacer que
oigan, hacer que sientan, esto es, antes que nada, hacer que vean.
Joseph Conrad, 1896.
La tarea que intento llevar a cabo, por encima de todo, es hacer que vean.
David Wark Griffith, 1913.
Entre 1933 y 1934, Jorge Luis Borges publica una serie de relatos en el diario
Crítica, uno de ellos "Hombre de las orillas", que apareció firmado con el
seudónimo de F. Bustos, tiene una particular genealogía: en la revista Martín
Fierro Nº38, de febrero de 1927, es posible reconocer en la historia de
compadritos "Leyenda policial" un inicial y algo difuso primer intento, que
luego apareció, ya con algunos cambios, como "Hombres pelearon" en El
idioma de los argentinos, libro de ensayos de 1928. Cuando en 1935, Borges
compila los artículos de Crítica con el nombre de Historia universal de la
infamia, "Hombre de las orillas" lleva por título "Hombre de la Esquina
Rosada", en el prólogo al volumen señala:
Los ejercicios de prosa narrativa que integran este libro fueron ejecutados de 1933 a 1934.
Derivan, creo, de mis relecturas de Stevenson y de Chesterton y aun de los primeros films de
von Sternberg y tal vez de cierta biografía de Evaristo Carriego. Abusan de algunos
procedimientos: las enumeraciones dispares, la brusca solución de continuidad, la reducción
de la vida entera de un hombre a dos o tres escenas. (Ese propósito visual rige también el
cuento "Hombre de la Esquina Rosada".) No son no tratan de ser psicológicos .
Debí ponerme colorao de vergüenza. Di unas vueltitas con la mujer y la planté de golpe.
Inventé que era por el calor y por la apretura y juí orillando la paré hasta salir.
...la cobardía de Rosendo y el coraje insufrible del forastero no me querían dejar. Hasta de una
mujer para esa noche se había podido aviar el hombre alto. Para ésa y para muchas, pensé, y
tal vez para todas, porque la Lujanera era cosa seria. Sabe Dios qué lado agarraron. Muy lejos
no podían estar. A lo mejor ya se estaban empleando los dos, en cualesquier cuneta .
Yo me fui tranquilo a mi rancho, que estaba a unas tres cuadras... Entonces, Borges, volví a
sacar el cuchillo corto y filoso que yo debía cargar aquí, en el chaleco, junto al sobaco
izquierdo, y le pegué otra revisada despacio, y estaba como nuevo, inocente, y no quedaba ni
un rastrito de sangre.
El diseño de la trama del cuento se articula sobre algunas operaciones
narrativas bien definidas, la voz del narrador da a leer dos registros, uno para
contar el acontecimiento del que es testigo, el enfrentamiento de los dos
malevos, y otro, elusivo, para relatar su participación posterior, la acción
narrativa se circunscribe a un espacio cerrado y a una temporalidad breve y
acotada para dar cuenta de una instancia única y emblemática.
Pensando en términos de transfiguración, el pasaje no se reduce al
traslado o reposición de un universo semántico, sino que debe contemplar los
componentes pragmáticos. Es sobre este punto que me propongo iniciar la
reflexión sobre el film de Mugica, atendiendo a la reelaboración del cuento
borgeano por medio de transformaciones, de equivalencias y de reinvenciones
que tienden a la reformulación de los valores y de las funciones inmanentes de
la primitiva textualidad.
El narrador en primera persona que refiere la historia, junto a una
temporalidad y un espacio cerrados, exigían una serie de transformaciones.
En primer lugar, varía el sujeto enunciador, que pasa a ser un narrador
omnipresente que despliega el relato en tres series diferentes que se van
tramando constituyendo una intriga que desemboca, por una convergencia de las
peripecias, en la escena del enfrentamiento entre Francisco Real y Rosendo
Juárez.
Salvo un breve proemio, las acciones se desarrollan en el curso de un día,
el 25 de mayo de 1910. Nicolás Fuentes ha sido traicionado por Rosendo Juárez,
Ramón Santoro y su propia mujer, la Lujanera. Un caudillo político, Nicanor
Paredes, ha movido sus influencias para que sea indultado el día del centenario,
pero no llega a ser liberado, ya que muere poco antes de salir de la cárcel.
Durante su cautiverio ha contado a otro convicto, Francisco Real, indultado
como él, la historia de la traición. La película comienza recién entonces y habrá
de desarrollar series paralelas, que responden a causalidades diferentes.
Rosendo Juárez y la Lujanera juegan una saga melodramática, un
triángulo amoroso con un tercero doblemente ausente, preso, al principio, y
luego muerto. Las peripecias que articulan su relación están definitivamente
ancladas en el pasado, por lo tanto cada escena impone la emergencia de la
repetición y la culpa.
El Oriental, que en el cuento de Borges es el narrador, es el protagonista
de un relato de aprendizaje, sus avatares están puntuados por una insistente
referencia a su juventud, se lo llama alternativamente: muchacho, hombrecito,
mocito, pibe. Debe pasar una prueba, la instancia emblemática, que definirá su
vida toda, esa prueba está en el futuro, su historia se dirige hacia ese punto.
Francisco Real ha salido de prisión, apenas ha caminado unos pasos
cuando su itinerario queda ceñido por las vías del tranvía que anuncian su
recorrido marcado, sin alternativas. Cumple con algunos mandatos del muerto, y
cuando va a la casa de éste, los parientes están esperando la llegada del difunto,
en su lugar llega él y mantiene el siguiente diálogo con la madre :
(Lo esperaba, secreta en el porvenir, una lúcida noche fundamental: la noche en que por fin
vio su propia cara... Bien entendida, esa noche agota su historia; mejor dicho, un instante de
esa noche, un acto de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo). Cualquier destino, por
largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el
hombre sabe para siempre quién es.
Lo he visto, fue como un sueño, lo he visto con estos pobres ojos. Él también estaba muerto,
sí, pero se levantaba con su cara oscura de odio, odio para vos, para Rosendo, para nosotros.
La esquina que asedia las miradas de Jorge Luis Borges y de René Mugica, es
otra, siempre otra cada vez que se anuncia el rito de lectura o el espectador se
sume en la labilidad de la iluminación oscura de la pantalla cinematográfica.
Cuando al fin salió, el portillo del penal se cerró a sus espaldas y quedó solo. Detrás
de sus gruesos muros quedaba un trecho de su azarosa vida. Aspiró profundamente el
aire fresco de esa mañana todavía temprana, acomodó el poncho sobre los hombros y
echó a caminar.
El editor me pidió una historieta con un piloto de pruebas. A mí me pareció que un piloto de
pruebas era muy poco, que contaba con escasas posibilidades y resultaba bastante limitado.
Por eso le fui agregando atributos y se convirtió en lo que después fue “Bull Rockett”.
“Era de madrugada, apenas las tres. No había ninguna luz en las casas de la vecindad; la
ventana de mi cuarto de trabajo era la única iluminada. Hacía frío, pero a veces me gusta
trabajar con la ventana abierta, mirar las estrellas descansa y apacigua el ánimo, como si uno
escuchara una melodía muy vieja y muy querida. El único rumor que turbaba el silencio era el
leve rozar de la pluma sobre el papel. De pronto un crujido en la silla enfrente mío...”
Estas son las líneas iniciales de El Eternauta, el viajero del tiempo que
llega imprevistamente a la casa del guionista, del propio Oesterheld, para
contarle su increíble historia.
El desenvolvimiento de la trama confabula tres instancias, la primera, la
situación Robinson Crusoe, un grupo de amigos reunidos en la casa de uno de
ellos son sorprendidos por una nevada mortal; la segunda, la idea de sobrevivir
aislados es sobrepasada por el hecho descomunal de una invasión extraterrestre
que exige algo más que pensar en una salvación separada del destino de los
demás habitantes de Buenos Aires; y finalmente, la condición del protagonista
de viajero a través del tiempo.
El grupo inicial está compuesto por Juan Salvo, el eternauta, propietario
de un chalet en Vicente López y de una pequeña fábrica de transformadores;
Favalli, físico y docente en la Universidad; Lucas Hebert, empleado bancario y
Polsky, jubilado; un variado universo de voces que remiten a la clase media
argentina. Las peripecias de la trama suman al grupo a Franco, un tornero, al
cabo Amaya y al obrero químico Menardo Sosa, que extienden la polifonía a las
clases populares.
Deben enfrentar en su lucha a “los cascarudos”, especie de insectos
gigantes; a “los gurbos”, paquidermos descomunales; a “los manos” y a “los
hombres robot”. Pero éstos, en realidad, no son más que mediaciones de un
poder maléfico superior: “los ellos”, magistral caracterización del enemigo
invisible, una palabra vacía, que sólo tiene sentido desde el lugar de
enunciación, “los ellos”, son y serán todos los que ocupen ese espacio designado
desde un nosotros que agrupa la solidaridad y que extiende la metáfora de la
invasión hasta aflojar los bordes de cualquier interpretación maniquea.
En 1969, El Eternauta, tiene una segunda versión, esta vez dibujada por
Alberto Breccia, que apareció en la revista Gente, fueron 17 entregas, 50
páginas. El rechazo que produjo en la editorial, tanto por los dibujos, como por
algunos cambios en el guión, llevó al propio director a disculparse ante “su
público” y a que la historia se acortara prácticamente a la mitad.
La primera entrega fue el 29 de mayo de 1969, la semana del Cordobazo,
la dictadura de Onganía comienza a vacilar y en las páginas de un semanario
que ha hecho del kitsch —término austríaco que en su origen significa “arte de
la basura”— y del cholulaje, la vidriera del más puro emblema de la reacción,
Oesterheld escribe el cambio de lugar de “los ellos”, ahora, en esta versión no
hay solidaridad internacional: Estados Unidos, Rusia y las otras naciones
poderosas han negociado Sudamérica con el invasor a cambio de su seguridad.
“—¿Cómo es posible?, ¿cómo los grandes países van a abandonarnos así?”, —pregunta Juan.
¿De qué te extrañás, Juan? Si en verdad los grandes países nos tuvieron siempre atados de pies
y manos. El invasor eran antes los países explotadores, los grandes consorcios... Sus nevadas
mortales eran la miseria, el atraso, nuestros propios pequeños egoísmos manejados desde
afuera... por nuestra propia culpa sufrimos la invasión, Juan. Nuestra culpa es ser débiles,
flojos. Por eso nos eligió el invasor. En la manada, el animal enfermo y sin fuerzas es el que
atrae al león... el león caza siempre al débil, nunca al fuerte!”
Salvo, éste último, sus libros nunca pasaron de la primera edición, su obra
no recibió ninguna otra manifestación crítica más que algunos pocos reportajes
periodísticos diseminados a lo largo de los años. El silencio en torno a sus
textos hace todavía más evidente la atención que le dedica Julio Cortázar: en
Rayuela, incluye un extenso epígrafe, que abarca una página, tomado de Lo que
me gustaría ser a mí si no fuera lo que soy; además de poner en boca de
Horacio Oliveira algunas citas de César Bruto. En La vuelta al día en ochenta
mundos lo incluye en un posible linaje del humor en la literatura argentina, que
opone a la dominante de seriedad:
Pero seamos serios y observemos que el humor, desterrado de nuestras letras contemporáneas
(Macedonio, el primer Borges, el primer Nalé, César Bruto, Marechal a ratos, son outsiders
escandalosos en nuestro hipódromo literario) representa mal que les pese a los tortugones una
constante del espíritu argentino en todos los registros culturales o temperamentales que van de
la afilada tradición de Mansilla, Wilde, Cambaceres y Payró hasta el humor sublime del reo
porteño que en la plataforma del tranvía 85 más que completo, mandado a callar por sus
protestas por un guarda masificado, le contesta: "Y qué querés? ¿Que muera en silencio?"
Inventor
Cada vez que agarro y me pongo a mirar las cosa que se inventaron arriba del mundO, pienso
y pienso en lo lindo que sería agarrar un día y venirse inventor, ya sea de la letricidaD, ya sea
del gas heliO -que es el que más infla los globos dirijibles-, la nasta y losaparato del balneario,
como ser la vueltalmundo, el gusano, el látigo y losautitos, que son las cosa que dan más
plata como también dan plata los medidor del gas y la lus, que la conpaníA no tiene más que
ponerlos en las casas y después tirarsea chanta y venir todos los mes a cobrar la cuenta. La
contra que tiene venirse inventor es que todo ya está inventado...
Los suenios
Si esiste alguna cosa propiamente barata y al alcance de todo el mundO, incluso de los
animaL, de los adultO y los nínioS, esa cosa es el sueniO, pero no el sueniO conosido por las
gana de dormir, sino el sueniO de soniaR, o sea la cosa de que uno, por egemplo, agarra y en
medio del sueniO se piensa que lo viene corriendo un tigrE, y uno corre todo lo que da, pero
en lugar de poder correr resulta que siempre está en el mismo sitio, endemientras de quel tigrE
avansa y avansa, y cuando uno ya lo tiene ensima, listo para resibir un lindo sarpaso que le
haga una rajadura de aribabajo en la espalda, ¡páfate de que uno se despierta y se salba de un
buen dijusto!. Yo, por mi manera dentender las cosas, me parese de quel inbento del sueniO es
una de las cosas más grande y inportante que se conosen...
La búsqueda de la literatura es la
búsqueda del momento que la precede.
Maurice Blanchot.
¿Encontraría a la Maga?
Julio Cortázar.
Releo el pasaje de Derrida, verifico que no tiene nada que ver con mi estado ánimo e
incluso con mis intenciones;...
Lo que es peor, me cansa releer para encontrar una ilación, y además esto no es un
cuento,...
2 de febrero, 1982
A veces, cuando me va ganando como una cosquilla de cuento, ese sigiloso y
creciente emplazamiento que me acerca poco a poco y rezongando a esta Olympia
Traveler de Luxe...
Hardoy, que tenía toda mi confianza, se dedicó con deleite a espiarla, bañándose en la
atmósfera de eso que él llamaba los bajos fondos...
...pero a veces, cuando ya no puedo hacer otra cosa que empezar un cuento como
quisiera empezar éste, justamente entonces me gustaría ser Adolfo Bioy Casares
Quisiera ser Bioy porque siempre lo admiré como escritor y lo estimé como persona...
La segunda vez que Bioy vino a mi casa en París y me sacó unas fotos cuya razón de
ser se me escapa, aunque no así el buen rato que pasamos hablando de Conrad, creo.
Esa foto de Anabel, puesta como señalador en nada menos que una novela de Onetti y
que reapareció por mera acción de la gravedad en una mudanza de hace dos años,
sacar una brazada de libros viejos de la estantería y ver asomarse la foto, tardar en
reconocer a Anabel.
Creo que se le parece bastante aunque extraño el peinado, cuando vino la primera vez
a mi oficina...”
No era que me gustaran particularmente las chicas del bajo en ese entonces, me movía
en el cómodo pequeño mundo de una relación estable con alguien a quien llamaré
Susana y calificaré de kinesióloga, solamente que a veces ese mundo me resultaba
demasiado pequeño y demasiado confortable, entonces había como una urgencia de
sumersión, una vuelta a los tiempos adolescentes con caminatas solitarias por los
barrios del sur, copas y elecciones caprichosas, breves interludios quizá más estéticos
que eróticos, un poco como la escritura de este párrafo que releo...
Qué mal estoy explicando todo esto, también a mí me cansa escribir, echar las
palabras como perros, buscando a Anabel, creyendo por un momento que van a
traérmela como era...
El parergon se separa tanto del ergon como del entorno,... pero no se hace resaltar del
mismo modo que la obra, la cual se realza contra el fondo.
Ningún interés, de veras, porque buscar a Anabel en el fondo del tiempo es siempre
caerme de nuevo en mí mismo aunque quiera imaginarme que escribo sobre Anabel.
La cita anterior condensa una serie de motivos que nos interesan apuntar;
en principio es posible leer una suerte de metatexto que da cuenta de algunos de
los estereotipos más comunes de ciertos géneros y, asimismo, hay en la cita una
lectura “seria” que toma como modelo a un texto paródico, que justamente hace
parodia sobre un discurso al cual pertenece la novela, como si se exhibiera la
imposibilidad de percibir la diferencia paródica, leyendo el texto de García
Márquez en clave realista y tapando de ese modo la bitextualidad que se teje en
su escritura.
Crónica de amor de locura y de muerte tematiza otro de los registros
comunes del periodismo de la sección policiales; el énfasis en el trabajo de
investigación, la recopilación de pruebas, la exhibición de testimonios y de
fuentes, desplegando una retórica de verosimilitud, que se apoya en un pacto de
lectura que permanentemente hace hincapié en la coincidencia del sujeto que
escribe y el que investiga, como índice incuestionable de legitimación de la
información que se da a leer.
La publicación periodística testimonial es otro de los registros elegidos
para procesar los sucesos de la crónica policial.
En julio de 1985, fue secuestrado Osvaldo Sivak, nunca apareció con
vida; la denodada búsqueda que llevaron a cabo sus familiares, las
implicaciones políticas que se fueron sumando al caso, la participación en el
asesinato de personal de las fuerzas de seguridad, le otorgaron una fuerte
repercusión.
El periodista Carlos Juvenal publicó en 1987, cuando los asesinos estaban
ya detenidos, un libro, Sivak, con una minuciosa y detallada relación de los
sucesos, que ya había anticipado en algunos artículos anteriores publicados en
periódicos de Buenos Aires.
El texto está acompañado por numerosos apéndices en los que se adjuntan
pruebas documentales que apuntan a fundamentar el relato de lo acaecido,
mientras la lógica que los trama tiene razonamientos de este tipo:
La idea del suicidio había sido comentada por Caeta y Miera a los policías que
los condujeron a la Capital Federal. Obvio es que muchos dudaron. No es
descartable, en teoría, la idea de un crimen. Sin abrir opinión sobre lo que uno
no conoce, sí debe señalarse que no hay en la conducta del comisario Pirker un
solo motivo para dudar de su palabra, y él afirmó que Caeta se quitó la vida.
Además, si se consultan las estadísticas del Hospital Churruca, establecimiento
destinado a policías y sus familiares, se advertirá el altísimo porcentaje de
suicidios entre el personal policial. La proximidad con la muerte es para ese
personal una rutina casi diaria, muchos caen cumpliendo con su obligación, y
muchos, también, deben matar para no ser muertos. Esto de la proximidad con
la muerte no es un psicologismo trasnochado, ni una teoría propia. El más alto
porcentaje de suicidios de Buenos Aires se registra, históricamente, en la zona
aledaña al Cementerio de la Chacarita.
La mayoría de quienes pudieron hacer algo por impedir el crimen y, sin embargo, no
lo hicieron, se consolaron con el pretexto de que los asuntos de honor son estancos
sagrados, a los cuales sólo tienen acceso los dueños del drama.
Después de que le prometió a mi hermana Margot que iría a desayunar a nuestra casa, Cristo
Bedoya se lo llevó del brazo por el muelle, y ambos parecían tan desprevenidos que
suscitaban ilusiones falsas. ‘Iban tan contentos —me dijo Meme Loaiza—, que le di gracias a
Dios, porque pensé que el asunto se había arreglado’. No todos querían a Santiago Nasar, por
supuesto. Polo Carrillo, dueño de la planta eléctrica, pensaba que su serenidad no era
inocencia sino cinismo. ‘Creía que su plata lo hacía intocable’, me dijo. Fausta López, su
mujer, comentó: ‘Como todos los turcos’. Indalecio Pardo acababa de pasar por la tienda de
Clotilde Armenta, y los gemelos le habían dicho que tan pronto como se fuera el obispo
matarían a Santiago Nasar. Pensó, como tantos otros, que eran fantasías de amanecidos, pero
Clotilde Armenta le hizo ver que era cierto, y le pidió que alcanzara a Santiago Nasar para
prevenirlo.
—Ni te molestes— le dijo Pedro Vicario, —de todos modos es como si ya estuviera muerto.
Era un desafío demasiado evidente. Los gemelos conocían los vínculos de Indalecio Pardo y
Santiago Nasar, y debieron pensar que era la persona adecuada para impedir el crimen sin que
ellos quedaran en vergüenza. Pero Indalecio Pardo encontró a Santiago Nasar llevado del
brazo por Cristo Bedoya entre los grupos que abandonaban el puerto, y no se atrevió a
prevenirlo. ‘Se me aflojó la pasta’, me dijo. Le dio una palmada en el hombro a cada uno, y
los dejó seguir. Ellos apenas lo advirtieron, pues continuaban abismados en las cuentas de la
boda.
[...] el cerco engullía Cafepampa. Así nació el cabrón, un día lluvioso, a las siete de la
mañana. A las seis de la tarde tenía una edad de cinco kilómetros. Pernoctó en el
puquial Trinidad. Al día siguiente corrió hasta Piscapuquio: allí celebró sus diez
kilómetros.[...]Al día siguiente el Cerco derrotó a los pájaros.
En Villa de Pasco, al abrir un carnero, saltó un ratón. Signos hubo, pero nadie quiso
verlos. Aun en la víspera hubieran podido sospecharse de la nerviosidad de los perros.
Alguien les comunicaría que se clausuraba el mundo. Huyan antes que sea tarde.
Alguien les notificaría. Y los árboles también se asustaron.
Contamos una historia porque, finalmente, las vidas humanas exigen y merecen ser
contadas. Esta observación adquiere todo su vigor cuando evocamos la necesidad de
salvar la historia de los vencidos y de los perdedores, toda la historia del sufrimiento
clama venganza y solicita relato.
Paul Ricoeur
Reportaje o novela sin ficción —y sin literatura, quizás— este libro quiere ser el análisis
detallado, minucioso, de un crimen ocurrido en la ciudad de México en octubre de 1978 y
cuyas características, antecedentes y repercusiones permiten iluminar áreas significativas de la
sociedad mexicana en esta segunda mitad del siglo veinte.
Tanto las noticias periodísticas que se reproducen en los nueve capítulos de esta Primera
Parte, como las que se consignan en otras páginas del libro, han sido transcritas en forma
prácticamente textual. Sólo se hicieron ligeras correcciones a la sintaxis, la ortografía y a la
puntuación cuando se consideró indispensable para favorecer la lectura. En la mayoría de los
casos se respetó escrupulosamente la redacción original. También se corrigieron algunos
errores gruesos e inexactitudes, pero sólo cuando amenazaban entorpecer la comprensión de
los hechos.
El Sol de México mencionaba además tres perros guardianes, dos de raza doberman y un
pastor alemán de nombre Platero, especialmente entrenado para la custodia de la residencia,
que se hallaban desaparecidos desde la noche del crimen.
El dato es falso. Desde hacía tres meses no había perros en la residencia de los Flores Muñoz.
Al parecer, según investigó Oscar Hinojosa en 1982, el dato es declaradamente inventado por
los reporteros de la fuente policíaca para aumentar con artificio el interés de las
informaciones.
En la página 59, incluye el relato del recorrido llevado a cabo por el periodista
Enrique Valencia de El Sol de México del que extraigo algunos párrafos:
Luego acudimos a la calle Rafael Delgado, en la colonia Obrera donde está la ferretería "La
Gloria" y pedimos a Benigno Vásquez que relatara lo sucedido con los jóvenes que fueron a
comprar los dos machetes y una lima....El empleado de la farmacia "Santa Elena", en la
avenida Coyoacán y Universidad, negó que haya vendido las siete pastillas de Valium a
Gilberto Flores Alavez.
El verdadero nombre de la ferretería es Glorieta. Esta equivocación, como tantas otras que se
cometieron de continuo en las notas relacionadas con el doble homicidio y su investigación,
ejemplifican la ligereza o la incapacidad con que los reporteros de los distintos medios
periodísticos cubrieron el asunto....Al parecer, aquí también el reportero cometió una
equivocación. La farmacia de avenida Coyoacán, casi esquina con Universidad, donde
Anacarsis Peralta y Gilberto Flores Alavez Compraron un frasco de pastillas Valium, se
llamaba San Antonio, no Santa Elena.
a Ramón Plaza
"Tengo el mal gusto de estar encantadísimo con ser Roberto Arlt." (Corresponde a
una "Aguafuerte Porteña": "Yo no tengo la culpa", la cita es parcial, la frase original
comienza: "Me revienta porque...")
"Mi madre, que leía novelas romanticonas, me agregó al de Roberto el de Godofredo
que no uso ni por broma, y todo por leer La Jerusalem Liberada de Torcuato Tasso"
(Corresponde a la A.P "Diccionario de nombres", p.29)
"Cierto es que preferiría llamarme Pierpont Morgan o Henry Ford o Edison o
Charles Baudelaire, pero en la material imposibilidad de transformarme a mi gusto, opto por
acostumbrarme a mi apellido." (Corresponde a la A.P."Yo no tengo la culpa", pp. 112-113; en
el original a continuación de "...Edison" sigue "...o cualquier otro 'eso', de esos..." que es
reemplazado por "Charles Baudelaire", la cita es parte de una frase que continúa en el texto de
Arlt y que queda recortada).
"¿No es acaso un apellido elegante, sustancioso, digno de un conde o de un barón?
¿No es un apellido digno de figurar en chapita de bronce en una de esas máquinas raras, que
ostentan el agregado de "Máquina polifacética de Arlt" y que funciona cuando uno les echa
una moneda? (Corresponde a la A.P. "Yo no tengo la culpa", p.111; se cambia "locomotora"
por "máquina rara" y se agrega: "y que funciona cuando uno les echa una moneda.")
"Por otra parte tengo una fe inquebrantable en mi porvenir de escritor. Me he
comparado con casi todos los del ambiente y he visto que toda esta buena gente tenía
preocupación estética o humana, pero no en sí mismos, sino respecto a los otros. Esta especie
de generosidad es tan fatal para el escritor, del modo que le sería fatal a un hombre que
quisiera hacer fortuna ser tan honrado con los bienes de los otros como con los suyos
propios. Creo que en esto les llevo ventaja a todos. Soy un perfecto egoísta. La felicidad del
hombre y de la humanidad me interesan un pepino. Pero en cambio el problema de mi
felicidad me interesa enormemente. Acá los escritores viven más o menos felices. Nadie tiene
problemas a no ser la pavada de si ha de arrimar o no. En definitiva todos viven una
existencia tan tibia, que un sujeto que tiene un poco de imaginación acaba por decirse: 'La
Argentina es una Jauja'. El primero que haga un poco de psicología y de cosas extrañas, se
meterá en el bolsillo a esta gente..." (Corresponde a un reportaje publicado en la revista La
Literatura Argentina, con las siguientes modificaciones: se agrega el conector "Por otra
parte..." al principio de la cita; se agrega "propios " a "... como los suyos", se elide "tan" en
"...me interesa enormemente..." y todo el final de la frase que dice: "...que siempre que lance
una novela, los otros, aunque no quieran, tendrán que interesarse en la forma cómo resuelven
sus problemas mis personajes, que son pedazos de mí mismo", y finalmente se reemplaza
"Aquí" del original por "Acá".
"En nuestro tiempo el escritor se cree el centro del mundo. Macanea a gusto. Engaña
a la opinión pública, consciente o inconscientemente." (Corresponde a la A.P. "La inutilidad
de los libros", pp.76-77; elide a continuación "No revisa sus opiniones. Cree que lo que
escribió es verdad por el hecho de haberlo escrito él. El es el centro del mundo."
"Todos nosotros, los que escribimos y firmamos, lo hacemos para ganarnos el
puchero. Nada más. Y para ganarnos el puchero no vacilamos en afirmar que lo blanco es
negro y viceversa". (Continuación de la cita anterior, elide lo que sigue: "Y, además, hasta a
veces nos permitimos el cinismo de reírnos y creernos genios. La mayoría de los que
escribimos lo que hacemos es desorientar a la opinión pública.)"
"La gente busca verdad y nosotros le damos moneda falsa". (Continuación de la cita
anterior, cambia "verdades equivocadas" por "moneda falsa").
"Es el oficio, 'el metier'. La gente cree que recibe mercadería legítima y cree que es materia
prima, cuando apenas se trata de una falsificación burda de otras falsificaciones, que
también se inspiraron en falsificación." (Continúa la cita anterior después de elidir: "Lo
blanco por lo negro. Es doloroso confesarlo, pero es así. Hay que escribir. En Europa los
autores tienen su público; a ese público le dan un libro por año. ¿Usted puede creer, de buena
fe, que en un año se escribe un libro que contenga verdades? No, señor. No es posible. Para
escribir un libro por año hay que macanear. Dorar la píldora. Llenar páginas de frases".
Además, agrega al texto "legítima".)
"Usted me dirá". (Se invierte el orden del original "Me dirá usted.") "¿Y si los otros
no entienden que soy sincero? ¿Qué le importa a usted de los otros?" (Se cambian los signos
de admiración por los de pregunta en la última frase, el texto saltea varias líneas.) "Uno se
equivoca cuando tiene que equivocarse. Ni un minuto antes ni un minuto después." (Se
retoma el mismo texto elidiendo varias líneas.) "¿O qué se cree usted? ¿Que es uno de esos
multimillonarios norteamericanos que primero venden diarios, después son carboneros,
después dueños de circos, fiolos, vendedores de autos, hasta que un golpe de fortuna los
sitúa? Esos hombres se convierten en multimillonarios porque querían serlo. Pero piense
usted en todo los que se jugaron para llegar" (Se cambia "ayer vendedores de diarios" por
"primero venden diarios", "más tarde carboneros" por "después carboneros", "luego dueños..."
por "después dueños...", ...y sucesivamente "periodistas" por “fiolos", "automóviles" por
"autos"; se elide "en el lugar que inevitablemente debían estar" y se cambia "que querían ser
eso" por "querían serlo"; se elide "Con eso sabían que realizaban la felicidad de su vida"; se
cambia "para ser felices" por "para llegar".)
"¿Se da cuenta? —decía Kostia—. Hay una frase de Goethe, respecto a este estado, que vale
un Perú. Dice 'tú me has metido en este dédalo, tú me sacarás de él'". (Cita de textualidad
duplicada, a la que agrega "¿Se da cuenta? —decía Kostia—", como conector indispensable
que articula la secuencia del relato en que se inserta.)
1.3 El texto presenta una carta que Kostia le envía a Roberto Arlt, pp.
122-123, cuyo comienzo es el siguiente:
"Acá llueve y hace calor. Me encantan estos días neblinosos, estas calles lustrosas de
humedad" (La frase es de la A.P. "Días de niebla", p.119.) "Cuando más desapacibles son,
menos gente hay en la calle." (Idem anterior, algunas líneas después.)
"Te darás cuenta que sacándole el brillo a la goma (me van a entregar ahora una sin
brillo ni tacto como el que tiene ésta) el asunto es perfecto. Tendrán que usar mis medias o
andar sin medias en invierno. No hay disyuntiva.
Escribirte las pruebas y los trabajos que he efectuado hasta la fecha es escribir una
novela." (Se cambia "describirte" por "Escribirte".) "Con decirte que mediante pruebas y
trabajos sucesivos he conseguido reemplazar una pierna de aluminio que costaba $100 por
una pierna de madera revestida de plomo cromado que cuesta $15. Es fantástico. He tenido
que invertirlo todo y sin trabajar ni hacer pruebas no es posible."
"Si no venís me mato. Me dispararé un poco más arriba del corazón en la secreta esperanza
de morir y de seguir viviendo lo suficiente para que tú llegues y me veas."
"Gordo, jadeante, el traje de filafil verde hilo manchado con café, cenizas y rouge."
"Kostia era un tipo gordo, asmático, que respiraba con un jadeo pesado."
"Una mendiga duerme tirada sobre un banco. La despierta. ¿Cómo te llamás?, dijo Rinaldi
mientras el subte iba entrando con un zumbido."¿Quién?", dijo la mujer. (Rostro cuarteado,
hundido.) "Vos, carajo", jadeó Rinaldi. "¿Cómo te llamás?" (La mujer se apretaba con las
dos manos una especie de túnica oscura y barrosa que le cubría la piel manchada.) "Cómo te
llamás? Echevarre, María del Carmen", dijo la mujer"
"En un costado, tendido en un zaguán, vio el bulto sucio de mujer que dormía envuelta en
trapos. Almada la empujó con un pie.
—Che, vos —dijo.
La mujer se sentó tanteando el aire y levantó la cabeza como enceguecida.
—¿Cómo te llamás? —dijo él.
—¿Quién?
—Vos. ¿O no me oís?
—Echevarne Angélica Inés —dijo ella, rígida."
2.3 Kostia reflexiona sobre la novela que Arlt estaba por escribir, p. 133:
"Iba a escribir la historia de un tipo que se purifica porque sólo piensa en el dinero. 'Si me
ofrecen 100.000 pesos y los rechazo entonces no soy un ser humano'. Esa era más o menos la
tesis."
"Un hombre en la vigilia piensa bien de otro y confía en él plenamente, pero lo inquietan
sueños en que su amigo obra como un enemigo mortal. Se revela, al fin, que el carácter
soñado era el verdadero." (Se cambia "ese" por "su" y se elide "Los sueños tenían razón. La
explicación sería la percepción instintiva de la verdad".) ("En medio de la multitud, en la
jungla de la ciudad, imaginar a un hombre cuyo destino y cuya vida están en poder de otro,
como si los dos estuviesen en un desierto.") (Se agrega "en la jungla de la ciudad" y se
encierra la frase entre paréntesis.)
2.5 "Me sorprendo cada vez que vuelvo a comprobar que todo se puede
escribir, que todo se puede convertir en literatura y en ficción." La cita, tomada
de una entrevista, puede ser leída como un vector que da cuenta de las
recurrencias de algunas de las sentencias distintivas de la gestualidad de la
escritura de Piglia: repetición y deslizamiento. Las reiteraciones construyen un
falso juego de identidad, hacen corresponder y diferir regímenes distintos.
En la misma entrevista, Piglia, al hacer referencia al diario como género,
dice: "Uno se convierte automáticamente en un clown". La cita se repite en su
relato "En otro país", de Prisión Perpetua, pero proferida por una voz ficcional.
En la nota al pie de página N°17 de "Homenaje", p. 136, se dice: "Un crítico
literario es siempre de algún modo un detective: persigue sobre la superficie de
los textos, las huellas, los rastros que permiten descifrar el enigma." Fórmula
repetida y cristalizada por Piglia en varias entrevistas publicadas en el curso de
los últimos años.
En la textualidad de "Homenaje" la imagen duplicada del espejo no es
una figuración especular y simétrica, sino una configuración articulada en el
cálculo de una perspectiva diagonal y diseminante.
("Llegaba demasiado temprano: eran las diez de la noche; pero la gran sala blanca con sillas
doradas y espejos a lo largo de las paredes estaba ya dispuesta para recibir a los visitantes.
Todas las luces estaban encendidas. La casa era de las de primera")
("Apenas eran las diez de la noche; pero la espaciosa sala, toda blanca, con muebles dorados y
espejos bajos a lo largo de las paredes, ya esperaba a los visitantes. El establecimiento, entre
los de su clase, era de los bien considerados, y las luces resplandecían profusas.")
II
Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato, empieza aquí mi
desesperación de lector/crítico, de crítico/lector. La molestia persistía, iba
diseñando en un pasaje inverso la estrategia de una telaraña fugaz y confusa.
Aún debía buscar más: el original de Andreiev, ése era el centro que me
permitiría deshacer el enigma o atenuar la molestia. Luego con el original en
ruso intentaría mi versión, buscaría auxilio si fuera necesario, pero mi
traducción debía ser el último eslabón, el más firme.
No tenía demasiadas opciones en Buenos Aires, aunque parezca
paradójico, aquí en Buenos Aires no hay demasiadas opciones para este tipo de
búsquedas exóticas. De la molestia a la compulsión hubo apenas un leve aleteo.
Primero fue a S.A.R.C.U., una entidad cuasi oficial en la que se enseñaba ruso y
se daban cursos de literatura. Había olvidado un detalle, el año 1991, la
academia estaba en disolución. El edificio donde funcionaba parecía poblado de
fantasmas, casi vacío, con gente que me daba dudosas explicaciones de prontas
reformas. Alguien me acercó un dato: se había abierto una sede vicaria con
algunos disidentes en el barrio de Versailles. Todo parecía una alegoría kitsch, el
derrumbe del socialismo coincidía en Buenos Aires con una mudanza hacia el
Antiguo Régimen. Allí, las profesoras egresadas del Instituto Pushkin de Moscú
me aportaron poco. No tenían el texto de Andreiev en ruso, me advirtieron que
conseguirlo me llevaría meses "dada la actual situación allá" y, finalmente, re-
citaron lo que en cualquier enciclopedia podía encontrar sobre la biografía "del
insigne escritor nacido en 1871 y muerto en 1919".
Cuando imaginaba la necesidad de cancelar todo nuevo desvío y darle una
conclusión elegante a mi trabajo, entregándolo en la fecha comprometida, la
conjunción de una taza de café derramada sobre un artículo de Ricardo Piglia
acerca del cuento, publicado en Clarín, el 6 de noviembre de 1986, y un aviso
sobriamente destacado, renovaron mis expectativas. Era un recuadro, ubicado
casi en un extremo de la página, entre los avisos habituales del suplemento
"Cultura y Nación": SE ENSEÑAN BUENAS MANERAS Y ESTILOS—
CONDE ANTON TOKRAY.
Alguien alguna vez me había mencionado que Tokray poseía la mejor
biblioteca de literatura rusa en su lengua original.
Mi ansiedad evitó la consulta telefónica, fui directamente a la dirección
del aviso sin establecer antes una cita. Era un departamento en la calle Arenales,
en un edificio que conservaba el decoro y la distinción de otras épocas.
Me recibió Natasha Tokray, la hija del conde; su padre había muerto hacía
dos años. Ella iba liquidando los libros que había heredado en pequeños lotes, lo
que le aseguraba un mejor precio; había elegido un método simple, el orden
alfabético, ya iba por la H. Quizás el desaliento, o la extrañeza que mi ansiedad
habían producido en aquella mujer alta, vestida de negro con un rostro tallado
por las arrugas y una mirada distante, la llevaron a invitarme a tomar un té.
"Mi padre enseñaba buenas maneras y estilo, lo hacía consciente de que
aquellos comerciantes adinerados o políticos arribistas no podrían corromper
nunca las buenas costumbres. El me decía que enseñarle a un sujeto cómo tomar
los cubiertos para ir a un programa de almuerzos televisivos era un modo de
preservar la pureza frente a la mezcla, el entrevero, la disgregación producida
por los simuladores."
Cuando nos despedíamos pareció compadecerse, me pidió que la esperara
y me anotó un nombre y una dirección, el Príncipe Orloff, en la calle Brasil al
500, casi frente al parque Lezama, me entregó, además una tarjeta de Juan
María Brausen, "Désela, seguro que lo va a atender. Mi padre le tenía gran
admiración".
No me animé a preguntarle por qué la tarjeta que me daba no era la de su
padre, y acepté ir directamente sin cita previa.
Orloff me recibió tendido en la cama; era alto, enjuto, con mechones
blancos de pelo gris, los labios se le quebraban en una mueca dolorosa, tenía
una frente alta y prominente, las huellas de la renuncia y el desengaño en sus
gestos de oficinista envejecido. Cuando llegué, leía La verdadera tierra de
Erskine Caldwell. Parecía desconectado del mundo, varado en una isla, a la
deriva en esa cama como en una balsa. Cerca, en una mesita cuadrada, había un
samovar, socavado por el tiempo, del que se desprendía un tubo de goma que
colgaba del respaldo de la cama; intuí que lo que tomaba Orloff no era té.
Cuando leyó la tarjeta dijo con una voz ronca y acompasada: "Juan María
Brausen, pensar que este infeliz se creyó Dios y tuvo que terminar como un
pobre diablo, inventando un infierno con una lata de kerosene y un fósforo, para
quemar un retablo de títeres, que osó, alguna vez, llamar pomposamente
ciudad".
Cuando me animé a preguntarle por el texto de Andreiev se sumió en un
profundo silencio.
El zumbido de la llovizna agravaba su mutismo, por la ventana se venía la
noche con la persistencia de un viejo discurso roído. "Algo debo tener, deme
tiempo, mientras tanto busque en Gorki y en Chejov."
Sus palabras me sonaron como un acertijo.
La fecha de entrega del artículo ya había pasado, con una última excusa
retuve la atención del editor. No encontré mucho en quince días, pero lo
suficiente para presentarme de nuevo frente a Orloff. Dos datos apenas, que me
parecieron más un señuelo de pescador desesperado que otra cosa:
"En Capri, relataron a Leónidas el episodio que más tarde empleó en su novela Las tinieblas.
El héroe de la historia era un socialista revolucionario que yo conocía. En realidad, el episodio
era muy simple: una muchacha de una casa de citas, adivinando en su cliente un
revolucionario perseguido por la policía y obligado a refugiarse donde ella, lo trató con la
tierna solicitud de una madre y el tino de una mujer capaz de sentir estimación por un héroe.
Pero el héroe, hombre torpe y de espíritu novelesco, respondió a la bondad de esta mujer con
un sermón moralista, recordándole lo que ella habría querido olvidar en aquel momento.
Ultrajada por esta solicitud, le dio una bofetada —según creo, perfectamente merecida—.
Entonces, comprendiendo la grosería de su error, se excusó y le besó la mano: gesto que a mi
parecer era superfluo. Eso es todo."
III
La fundamentación de mi artículo como crítica de la crítica se apoyaba en
tres núcleos:
1) El primero partía de un estereotipo propio de la narrativa policial: el
criminal siempre vuelve al lugar del crimen.
Pretendía trastornarlo: el lector está cometiendo un crimen, el lector ha
cometido un crimen, pero todo en futuro, a pesar de la lengua. El privilegio de la
linealidad como imagen irreversible de la sucesión temporal, se desconstruye en
la inevitable intersección de la lectura y la escritura. Lo que, al parecer, entra en
cuestión es la primacía del ahora-presente, este tiempo conceptualizado por la
metafísica se caracteriza por el privilegio del instante-presente del que dependen
el pasado y el futuro según una sucesión espacial homogénea, lineal y continua.
Sucesión de la que provienen tanto la oposición original/derivado como la
utopía de un origen pleno.
Las escenas de escritura/lectura se tornan indiscernibles, los límites están
en perpetuo desvanecimiento y fading.
2) El segundo consideraba la traducción como una analogía probable de la
improbable frotación entre la utopía del origen y el diferimiento incesante del
lector per-verso.
La versión es lo que atraviesa al lector.
3) Y, finalmente, proponía que todas las ficciones son teorías en el sentido
de configuraciones discursivas en las que las posiciones de los sujetos y los
predicados que se despliegan construyen verdaderos simulacros. Gesto fundante
e inequívoco de toda teoría.
Santa Evita de T. E. MARTÍNEZ - LA VERDAD DE LA FICCIÓN
Al despertar de un desmayo que duró más de tres días, Evita tuvo al fin la certeza de que iba a
morir. Se le habían disipado ya las atroces punzadas en el vientre y el cuerpo estaba de nuevo
limpio, a solas consigo mismo, en una beatitud sin tiempo y sin lugar. Sólo la idea de la
muerte no le dejaba de doler. Lo peor de la muerte no era que sucediera. Lo peor de la muerte
era la blancura, el vacío, la soledad del otro lado: el cuerpo huyendo como un caballo al
galope.
Este es el párrafo inicial de la narración, en el que es posible leer el protocolo de
la insistencia antes mencionada y su apertura a algunas relaciones privilegiadas:
el cuerpo como lugar de la muerte, el cuerpo como una suerte de block
maravilloso que se hace presente mientras desaparece, el cuerpo como un resto
del cual surge la inminencia del retorno de la represión. Las representaciones
occidentales marcadas por un dualismo subyacente, distinguen entre el sujeto y
el cuerpo. El cuerpo de Evita se niega a ser comprendido desde ese imaginario,
lo que le otorga la condición de secreto, de recipiente misterioso atravesado por
laberintos con trazados imposibles de recorrer sin la posesión de algún saber que
tenga el valor simbólico del hilo de Ariadna y así poder enunciar un discurso
que de cuenta del centro oscuro del enigma, del secreto inalcanzado. El cuerpo
de Evita es narrado por Tomás Eloy Martínez, no como el lugar común de la
muerte, sino como el lugar de lo inacabado y/o del exceso.
El texto como fusión en perpetua movilidad se da a leer como un conjunto
multilineal en el que pugnan dos dispositivos de enunciación narrativa. Los
referentes del relato, las operaciones de representación, las fuerzas
comprometidas en la construcción de la intriga, las marcas genéricas parecen
disponerse entre la indecisión de dos redes: una, que responde a una lógica
binaria, con sus variaciones de dirección sometidas a los juegos del original y de
la copia, del referente y el referido, siempre en torno de perpetuas bifurcaciones
como mecanismo de proliferación y de límite al unísono; la otra se encabalga
sobre la anterior, la ahorquilla, la atraviesa como una fisura que amenaza con
desgarrarla, instala una tríada lábil y sinuosa en el seno del equilibrio sedante de
una configuración sostenida por los juegos de la representación y lo
representado.
Desenmarañar los cruces y derivaciones que traman esa pugna supone
trazar un mapa, cartografiar, recorrer territorios desconocidos. El texto que
desvela y constituye el cuerpo de Evita como un sedimento irreductible, también
da a leer otra insistencia: la repetición de los numerales dos y tres, diseminados
de manera abrumadora en el relato, en una proporción mucho mayor que la
palabra cuerpo, aunque por su condición de términos vacíos, se disuelven a la
mirada lectora, y, tan solo, se revelan como índices de las redes de nervaduras a
las que pertenece.
Tres son los personajes que buscan el sentido del cuerpo de Evita en el
curso del relato: el coronel Carlos Eugenio de Moori Koenig, el militar
encargado de ocultar el cuerpo de Evita, el doctor Pedro Ara, el médico
taxidermista que embalsama el cuerpo, y Tomás Eloy Martínez, el narrador que
relata los avatares de su búsqueda. Los tres escriben: el coronel busca el
misterio desplegando sus interrogantes y sus pesquisas en múltiples fichas; el
doctor Ara publica El caso Evita, en el que refiere los avatares de su trabajo, y
Tomás Eloy Martínez escribe su historia como un collage que abarca todas las
voces, los restos, las escrituras de los otros, como si su letra fuera un
monograma interminable.
En Santa Evita, los tres tenaces viajeros del laberinto se saben asediados
por una maldición, por el destino de todos aquellos que de una u otra manera
osen tocar el cuerpo de Evita. Creer en el destino implica creer que en el
acontecer, además de las conexiones causales que puedan atribuirse, hay latentes
otras motivaciones, que solemos asociar a lo funesto, a la calamidad y a la
desgracia. Esa creencia exige traspasar los bordes de la racionalidad, exige
abandonar el núcleo dominante del imaginario racionalista. El destino, que es
incognoscible y, por lo tanto aterrador, está más allá de nuestra voluntad y de
nuestros saberes. Pero el destino no sólo se relaciona con la necesidad de hallar
un sentido al curso de nuestras vidas, sino que es una representación del tiempo
de la vida, representación sólo posible en la actividad de narrar.
A partir de los siglos XVII y XVIII, se constituyen los saberes de control
sobre el cuerpo, solidarios con la concepción racional del mundo. Michel
Foucault destaca dos formaciones discursivas en ellos: una médico-anatómica,
que diseña una racionalización minuciosa del cuerpo y otra político-técnica,
compuesta por un conjunto de reglamentaciones para vigilar las operaciones del
cuerpo. De los tres personajes que se animan a internarse en los laberintos del
cuerpo de Evita, dos son sujetos de esos discursos normativos. El otro es un
escritor que inscribe en su letra la letra de los otros personajes vacilando entre
los peligrosos filos de una navaja que separa todo en dos mitades: historia o
ficción, novela o autobiografía, investigación documental o imaginación libre,
discurso confesional o invención deliberada. Todas ellas disyunciones
exclusivas, es decir alternativas cerradas, una u otra pero no ambas a la vez y en
esa vacilación prolifera un suplemento, abriendo una tríada que con sus
deslizamientos desmonta la seguridad del orden binario. El destino del doctor
Ara y el del Coronel Moori Koenig quedan ligados irremediablemente a la
construcciones discursivas que los constituyen como tales, un médico y un
militar; en el caso de Tomás Eloy Martínez, el personaje está en perpetua lucha
con la letra y en su dilema inscribe la tensión entre esas dos redes de
enunciación.
No por eso le tuvieron lástima sus enemigos, que también eran millares. Los argentinos que se
creían depositarios de la civilización veían en Evita una resurrección obscena de la barbarie.
Los indios, los negros candomberos, los crotos, los malevos, los cafishios de Arlt, los gauchos
cimarrones, las putas tísicas contrabandeadas en los barcos polacos, las milonguitas de
provincias; ya todos habían sido exterminados o confinados a sus sótanos de tiniebla. Cuando
los filósofos europeos llegaban de visita, descubrían un país tan etéreo y espiritual que lo
creían evaporado. La súbita entrada en escena de Eva Duarte arruinaba el pastel de la
Argentina Culta. Esa mina barata, esa copera bastarda, esa mierdita —como se la llamaba en
los remates de hacienda— era el último pedo de la barbarie. Mientras pasaba, había que
taparse la nariz.