Terapia de Sue o

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TERAPIA DE SUEÑO

Paco Bernal

pbqalifa@gmail.com
Cuando entra el público Pedro duerme sobre una alfombrilla o futón de apenas unos

centímetros. Hay también una silla plegable o taburete.

Se despierta con el ruido, por un momento no parece reconocer el espacio, se muestra

desorientado y apenas contiene su extrañeza cuando descubre que hay gente: el

público.

Se incorpora desconcertado, inseguro y turbado.

PEDRO. ¡Enfermero! (Pausa. Vuelve a llamar con dudas.)¡Oiga! ¡Que me he

despertado…! ¡Y… hay… gente! Me están mirando… creo.

Se acerca a la puerta, la abre un poco y levanta la voz… con temor hacia el supuesto

pasillo exterior.

PEDRO. ¿Hay alguien? ¿Hay alguien ahí fuera? ¡Momentito, por favor! Tenemos un

problema. ¡Código… rojo! Yo qué se… Algo.

Cierra la puerta y se queda expectante. La situación le resulta turbadora: esa gente

mirándole y él en pijama.

Entra una mujer con una sonrisa acerada y profesional.

TERAPEUTA. ¿Sí, dígame qué ocurre? ¿Pasa algo?

PEDRO. ¿Si pasa algo? (Señala de una manera vaga al público.) Yo diría que… algo

pasa. Mayormente… (Señala al público.)

TERAPEUTA. (No ve nada ni a nadie) ¿El qué?

PEDRO: Ahí…
TERAPEUTA. ¿Ahí qué?

PEDRO. La gente. Esas… caras. Ahí. Pegadas a las paredes. Repelladas.

TERAPEUTA. (Mira al público pero no lo ve) ¿Caras en las paredes? ¿Estamos

soñando con Cuarto Milenio?

PEDRO. Mire esas caras y, bueno, el resto del cuerpo. Personas enteras. Justo… ahí.

Yo quería dormir y ahora pues… no puedo, con esta gente aquí no puedo, imposible.

Haga que se vayan.

TERAPEUTA. ¿Quiere que se vayan quiénes?

PEDRO. ¡Ellos! (Se abanica con las manos) ¿No hace calor?

TERAPEUTA. La temperatura es la correcta. Y estamos solos. No hay nadie. Esta

usted en su cura de sueño, su terapia. No se ponga nervioso. Se trata de… “dormir…

nada más; y con un sueño poder decir que acabamos con el sufrimiento del corazón y

los mil choques que por naturaleza son herencia de la carne… Es un final piadosamente

deseable. Morir, dormir, dormir… quizá soñar”.

PEDRO. Eso me suena de una película… ¿Una del Mel Gibson? ¿Arma letal?

TERAPEUTA. ¿Por qué Mel Gibson? ¿Le gusta Mel Gibson?

PEDRO. No mucho. (Pausa) Me falta el aire. A mi madre sí le gusta Mel Gibson.

TERAPEUTA. ¡Ah! ¿Tal vez su madre le obligaba a ver con ella películas de Mel

Gibson y por eso ahora siente que le falta el aire cuando le citan a Mel Gibson?

PEDRO. ¿Cómo dice?

TERAPEUTA. Es ansiedad gay, sin duda.

PEDRO. ¿El qué? Yo no tengo de eso.

TERAPEUTA. Todos los ansiosos gays lo niegan.

PEDRO. Pues… Entonces no lo niego.

TERAPEUTA. ¿Entonces lo acepta?


PEDRO. ¡Por supuesto!

TERAPEUTA. Maricón. Lo que yo decía, sufre de ansiedad gay.

PEDRO. ¡De eso nada! Me está liando.

TERATEUTA. La negación es el primer paso. Vamos bien.

PEDRO. ¿Cómo? Mire, me está confundiendo. (Por el público) Necesito que salgan

todos inmediatamente.

TERAPEUTA. ¿Por qué no se sienta y me habla de su madre? ¿Echa de menos el útero

materno?

PEDRO. ¿Qué? No… no hable así. Eso es… una guarrería.

Alguien del público se ha movido o se ha reído.

PEDRO. ¿Lo ha oído? ¿Lo ha visto? ¡Ese!

TERAPEUTA. ¿Quién?

PEDRO. El de la camisa azul

TERAPEUTA. Estamos solos, se lo repito. Siéntese. (Pedro se sienta.)

PEDRO. Nos están mirando. No nos quitan ojo, ¿se da cuenta? (Se levanta) Si me voy

para este lado, me siguen con la mirada. Si me voy para el otro me siguen también.

TERAPEUTA. Siéntese, calma. Y no se me desvíe, ¿cómo era su madre?

PEDRO. ¡Bajita, coño! ¡Deje mi madre en paz! (Se sienta) Yo solo quería dormir, hacer

una terapia de sueño, olvidarme de todo… pero con esta gente... mirando. No puedo.

TERAPEUTA. ¿Se siente incómodo?

PEDRO. Pues claro. Hay cosas que no puedo hacer en público. Dormir, por ejemplo.

(Reservado) Ir… al baño.

TERAPEUTA. ¿Quiere que hablemos de sus deposiciones? La caquita.


PEDRO. ¿El qué? ¿Esta loca? No voy a hablar de mi mierda con usted.

TERAPEUTA. ¿Se siente incómodo?

PEDRO. Joder, pues sí. ¡Y ya vale! Y hablando de incomodidad. (Por la colchoneta)

¿Es que no había una cama?

TERAPEUTA. Es la última moda, un futón: comodidad japonesa.

PEDRO. ¿Japonesa? Los japoneses no tienen ni puta idea de comodidad. Si se comen el

arroz con palillos. ¡Lo cómodo que es hacerlo con cuchara! ¡Palillos, ja!

TERAPEUTA. ¿No le gustan los palillos? Interesante. (Toma nota)

PEDRO. ¿Interesante? ¿Eso qué significa? Y no tome notas. ¿El qué es interesante?

TERAPEUTA. No lo sé dígamelo usted.

PEDRO. ¿El qué? Me está mareando. (Pausa) Ese de allí me mira raro.

TERAPEUTA. ¿Siente que le están mirando en este momento?

PEDRO. Justito ahora. (Por el público, con incertidumbre) Yo diría que sí. Y ese

también me mira. Y esa. Y ese. (Sacude la cabeza) Lo mejor será que me duerma

inmediatamente. ¿Le importaría salir y llevárselos a todos (por el público)? ¿Y tiene

alguna pastilla?

TERAPEUTA. Enseguida. Pero antes dígame, ¿sabe por qué está usted aquí?

PEDRO. Perfectamente. Por la escasez de traducciones de Faulkner.

TERAPEUTA. Ya. ¿Le gusta leer a Faulkner?

PEDRO. Yo no leo. La que lee es mi mujer, yo soy más de Sálvame de Luxe. (Un

espectador ríe o se remueve en su sitio) ¿Ha visto? ¿Ha visto eso? (Imitando los gestos)

Ha hecho un…así… un mohín… así con la cara y un gesto así… con los hombros. ¡¡¡Se

está riendo de mí!!!

TERAPEUTA. Nadie se ríe de usted.


PEDRO. Él, él se ríe. Y ella también. Y esos dos de allí. Todos. Ese no, ese se está

aguantando, pero lo noto. (Al público) ¿Se ríen porque me gusta Sálvame de Luxe,

verdad?

TERAPEUTA. ¿Pero con quién habla?

PEDRO. ¡Con ellos! (Reprochando al público) Pues yo no trago a los intelectuales

pedantes que cada vez que se leen un libro o se les ocurre una parida lo sueltan en el

facebook. Esos listillos que van a la ópera y al teatro y a lecturas y a recitales. (Risa

loca.) Entran en un bar y vez de charlar con los amigos se meten en un sótano estrecho a

ver teatro con los actores a un palmo, soltando esputos y largando sin parar.

TERAPEUTA. Debe tranquilizarse. Calma. A ver, cuénteme lo de Faulkner.

PEDRO. ¿Quién?

TERAPEUTA. Lo de Faulkner.

PEDRO. ¡Ah! Sí. (Pausa. Se serena.) Quería regalarle algo bonito a mi mujer por su

cumpleaños, un vestido nuevo, ya sabe. Pero ella no, ella quería la mejor traducción de

“¡Absalón Absalón!”, una novela de Faulkner, un tochazo, un coñazo de enrevesada,

dicen, yo ni me acerco a ella, yo no paso de “Teo va al Zoo”, así que no sé, no tengo ni

idea. El caso es que por lo visto traducirla es una maldición gitana, superdifícil. Hay tres

traducciones, según mi mujer, una es muy mala, otra regular y otra estupenda. A lo que

voy, ella quería la estupenda, claro. El caso es que salgo del trabajo, la llamo y le digo:

“Cari, Elisa -se llama Elisa-, que voy a darme una vuelta para buscar tu regalo, la

traducción de la novela esa, no sé lo que voy a tardar, si eso ya te llamo desde el centro.

Lo mismo me llego al Fnac, no sé”. El caso es que estaba seguro de que iba a echar toda

la tarde buscando el dichoso libro. Pero en la primera librería que entro me dicen que no

la voy encontrar por ningún lado porque está agotada y que si quiero me la encargan y

me la traen. Pues vale, cojonudo, les digo que sí y tiro para casa en un pis pas. Pero
claro, llegué tan pronto que sorprendí a mi mujer, la sorprendí en la cama con el vecino.

Retozando. ¡Me cago en todo lo que se menea!

TERAPEUTA. Y eso le disgustó, ¿verdad?

PEDRO. ¿Está de cachondeo? Hemos terminado, le he dicho: se acabó. ¿A usted no le

daría… cosilla… los… (gesto de los cuernos)? ¿Eh?

TERAPEUTA. ¿A mí? A mí me disgustaría si fuera usted y tendría remordimientos si

fuera ella.

PEDRO. ¿Disgustarme? Casi me da un ataque epiléptico.

TERAPEUTA. ¿Le disgustaría que le diera un ataque epiléptico?

PEDRO. ¿Pero qué dice? Me tiene hasta el gorro con tanta preguntita. Pero le digo una

cosa, me parece estupendo que tenga remordimientos después de ponerme los cuernos.

TERAPEUTA. Para eso está la terapia. Es una mujer de carácter débil, necesita ayuda,

los hombres seguramente consiguen de ella todo lo que desean y luego ella tiene

remordimientos de conciencia. Por eso necesita terapia.

PEDRO. ¡Pues bien, porque seguro que hay muchos métodos para reforzar el carácter!

TERAPEUTA. Usted no lo entiende, lo que ella querría es evitar los remordimientos de

después.

PEDRO. ¿El qué? ¿Está loca? ¿Me quiere volver loco a mí? (Abre la puerta) ¡Socorro!

¿Hay alguien más ahí? (Cierra la puerta) ¿Qué clase de terapeuta es usted?

TERAPEUTA. No sé. ¿Qué clase de terapeuta quiere que sea?

PEDRO. ¡Joder! Con las preguntitas… Oiga, ¿qué ha sido de la tarifa por horas? ¡Esto

va por horas! Y he pagado por una terapia de sueño, no por esta cháchara. ¡Déjeme

dormir y llévese a esta gente!

TERAPEUTA. ¿Quiere que nos vayamos ya a la cama?


PEDRO. ¿Quiénes? ¿Usted y yo? ¿Pero es que se ha golpeado la cabeza al entrar?

(Recapacita) Algo no va bien. Esto no está pasando. (Cae en una hipótesis) ¿Estoy en

un prostíbulo? (Por la gente) ¿Y esos son… espectadores? (Se mira dentro del pantalón

de pijama) ¡Dios mío soy una estrella del porno?

TERAPEUTA. ¿Le gustaría?

PEDRO. ¡Sí! (Rectifica) ¡No! ¡Que deje ya preguntar de esa manera!

TERAPEUTA. ¿Quiere que pregunte de otra manera? ¿De qué manera?

PEDRO. ¡De ninguna! Salga. Salga y llévese a… (el público. Abre la puerta, pero se

queda mirando a la mujer). No. Espere. Un momento. Un momento. Es… extraño…

Ahora que me fijo, se parece usted a mi mujer. Mucho. Y cada vez que la miro se parece

más. (Cambian sus actitudes, flota la ternura. Se tutean). Ella es tan guapa.

TERAPEUTA. Pero un poco traidora, ¿no?

PEDRO. Sí. Un poco sí.

TERAPEUTA. (Cariñosa) Pero se arrepiente y te quiere, lo sabes. Y tú solo necesitas

reconciliarte con tu tristeza.

PEDRO. Todo es tan raro. (Le mira la cara intensamente) ¿Elisa? ¿Eres tú? (Cree

reconocer en la terapeuta a su mujer, le quita la peluca que lleva) ¡Elisa! Sí, eres tú.

TERAPEUTA. Querido, ¿por qué no sigues durmiendo? Es mejor que sigas

durmiendo.

PEDRO. Sí, pero dime una cosa antes. ¿Estamos tú y yo, los dos acostados en nuestra

cama, en casa, durmiendo y yo estoy soñando que me he despertado en medio de una

terapia de sueño a la que ido para escapar de las tensiones que me provocaron el hecho

de que te pillara en el catre con el vecino cuando regresé súbitamente por la escasez de

traducciones de ¡Absalón Absalón! de Faulkner que tú querías que te regalara por tu

cumpleaños o…. o estoy aquí, en esta celda y me he despertado entre extraños durante
una terapia de sueño a la que he tenido que recurrir porque casi me da un ataque

epiléptico cuando sorprendí a mi mujer con el vecino, estoy aquí, tan solo por dentro

que veo su cara en tu cara? (Ha llegado al final del párrafo sin aire ya en los pulmones,

de un tirón)

TERAPEUTA. Ambas cosas.

PEDRO. No puede ser. Estamos o no estamos juntos. O estoy en una clínica o estoy en

casa. En los dos sitios a la vez solo es posible en sueños. (Con intención y para sí.) Eso

sí, las dos cosas pasan por el hecho de que mi mujer se ha cepillado al vecino.

TERAPEUTA. Tal vez esa sea la respuesta.

PEDRO. Venga va, dime, mira dentro de mi corazón y dime, ¿estoy en casa, contigo y

muy triste o estoy en una terapia muy solo en la que tú solo eres un espejismo?

TERAPEUTA. Duerme.

PEDRO. Vale, sí. Enseguida, (se sienta en el futón-alfombrilla) pero contéstame, ¿estoy

triste contigo en casa o solo en terapia?

TERAPEUTA. Duerme. (Le acaricia la cabeza)

PEDRO. Es que no puedo dormir mientras me miran.

TERAPEUTA. Ellos ya se marchan. Y yo.

PEDRO. Antes dime, lo mío ¿es tristeza o soledad?

TERAPEUTA. (Pausa) La pareja es una cadena muy fuerte para llevarla solo entre

dos, por eso de vez en cuando viene bien que un tercero eche una mano. Duerme y al

desperar, cuando mires por el ojo de la cerradura, recuerda que la llave para salir se

llama olvido. La tristeza puede ser dulce, pero la soledad es amarga. Faulkner decía: si

me dan a elegir entre la tristeza y la soledad, me quedo con la tristeza. Y tenía toda la

razón. (Pedro se queda durmiendo.) Dulces sueños, mi amor.


Ella va a la puerta, apaga las luces y sale.

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