Manifiesto

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LOS CURSILLOS DE

CRISTIANDAD
REALIDAD AUN NO REALIZADA

Eduardo Bonnín y Francisco Forteza

2005
FUNDACIÓN EDUARDO BONNÍN AGUILÓ
2005 Fundación Eduardo Bonnín Aguiló
CIF: G57019986
C/ Enrique Lladó, 3 1º A
E-07002 Palma de Mallorca - Baleares-España

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LOS CURSILLOS DE CRISTIANDAD
REALIDAD AUN NO REALIZADA

INTRODUCCIÓN ...............................................5

HISTORIA Y LEYENDA ......................................9

EL PRINCIPIO DEL PRINCIPIO .......................... 13

PRIMERAS REALIDADES ................................ 19

DOS ENFOQUES DE LA FINALIDAD .................. 23

«NO ES ESO, NO ES ESO».............................. 26

CONCLUSIÓN ............................................... 30

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Introducción
(Elaborada y suscrita por el Secretariado Diocesano de
Cursillos de Cristiandad de Mallorca)
Al prologar el texto «Los cursillos de Cristiandad,
realidad aún no realizada», en el Secretariado Dioce-
sano de Cursillos de Cristiandad de Mallorca nos sen-
timos gozosamente obligados a recordar que somos
herederos directos de aquel primer Secretariado que en
el mundo fue, designado en 1954, por el entonces
Obispo de Mallorca, Monseñor Hervás, que reunía
como Delegado Episcopal a D. Pedro Rebassa, como
Director Espiritual a D. Juan Capó, como Presidente a
Pedro Sala, como Vocal de Hombres a Gabriel Estelrich
y como Vocal de los Jóvenes a Eduardo Bonnín.
Aquel Secretariado fue un paso esencial en la His-
toria de los Cursillos. Significó el despegue del Movi-
miento respecto de la Acción Católica, fermento
primero y cobijo hasta entonces de los iniciadores de
los Cursillos. Significó también, a través de su entron-
que con la Jerarquía y de su funcionamiento autóno-
mo, que la Iglesia reconocía y asumía el Movimiento
en su integridad y con su singularidad. Era una nueva
expresión del apoyo que Monseñor Hervás, dio desde
su llegada a la Isla, a las inquietudes seglares que
después se narran en el nuevo escrito de Bonnín -
Forteza. La presencia pastoral y el apoyo humano y
doctrinal del Dr. Hervás, fueron tan decisivos en las
primeras horas como después lo serían sus documen-

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tos y muy singularmente su Obra «Los Cursillos de
Cristiandad, instrumento de renovación cristiana».
Este apoyo de la Iglesia visible a los Cursillos, des-
de sus primeros pasos se tradujo ya desde 1949 en la
integración en el Consejo Diocesano de los Jóvenes
de Acción Católica de la Isla (desde donde actuaban
entonces los iniciadores seglares de los Cursillos),
primero como Vice-Consiliario y después como Consi-
liario, de D. Juan Capó, sin cuyo aporte personal y
doctrinal no es posible concebir lo que los Cursillos
han llegado a ser.
Aunque el escrito que sigue contiene alusiones
históricas, no es una historia de los Cursillos, por lo
que decepcionaría quien así lo encarara. Es, simple-
mente, la historia de una inquietud; y esta inquietud
consideramos que ha sido y seguirá siendo parte
esencial de la verdad y la historia de los Cursillos.
Nos parece válida y digna de meditarse la
preocupación que transpira «Los Cursillos de Cris-
tiandad, realidad aún no realizada». Es un texto
apasionado que opta siempre por la persona y por el
Evangelio, frente a su instrumentalización o su
reducción a estructuras inertes.
No es tampoco este documento un estudio teóri-
co y aséptico. Estamos seguros de que si su propósito
fuera éste, sus autores hubieran matizado más y
completado algunas de sus afirmaciones. Es un texto
vivo, que sin duda sembrará la inquietud y la esperanza
que se propone crear. Podríamos decir que no quiere
ser un tratado de medicina, sino un medicamento.

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Por nuestra parte, como Secretariado, seguiremos
empeñados en que la realidad de los Cursillos llegue
a realizarse plenamente, en línea con quienes nos
antecedieron, impulsando todas las iniciativas válidas,
y entre ellas este «Manifiesto», que creemos lúcido y
oportuno, y que sabemos sobre todo, que responde a
la ya larga experiencia de sus autores en estas lides,
con quienes tantas horas, gozos y contradicciones
hemos compartido.

Por el Secretariado Diocesano


de Cursillos de Cristiandad de Mallorca,
Antonio Bernat, Coordinador

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Historia y Leyenda
Conforme van sucediendo los hechos, aconteci-
mientos y situaciones, se va tejiendo el cañamazo de
la Historia. Cuando lo que acaece es algo relevante,
no corriente o insólito se suele polarizar la atención
de la opinión pública que automáticamente formula
sus juicios de valor según criterios plurales y hasta
contradictorios.
En torno al acontecimiento o realidad que se sale
de los cauces habituales, se forman inevitablemente
los criterios y opiniones que desembocarán en un
vasto espectro de interpretaciones.
Si el hecho es de verdad relevante y significativo,
con notoria repercusión en la vida, el cometido de
historiarlo objetivamente es sumamente complicado,
ya que es normal que proliferen las fantasías, los
prejuicios, las leyendas y las «historias», hasta tal
punto que lleguen a eclipsar, u obstaculizar y compli-
car tremendamente la visión clara y diáfana de la
historia verdadera.
Pocas veces es esto tan verdad como cuando se
trata de relatar la historia auténtica del Movimiento
de Cursillos de Cristiandad.
La verdad de que la Historia la escriben siempre
los vencedores, es tal vez tan antigua como la misma
Historia, pero la cosa se complica más todavía, cuan-
do se aplica el principio aquel que dice que «cada
uno habla de la feria según le va en ella».

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Entonces no puede extrañar que existan distintos
relatos y diversas crónicas y cronistas de la misma
feria. Y que todos, en sus disquisiciones, enfaticen
determinados puntos que les hagan ganar puntos a
los ojos de los demás.
A este fin centran la historia en lo que ellos pro-
tagonizaron, aun que se trate de sucesos no muy
importantes; y aun más relatan los hechos básicos, en
que participaron como comparsa o como críticos,
insinuando un protagonismo que nunca existió.
La objetividad químicamente pura es casi impo-
sible, pues es distinta la perspectiva de cada uno.
Los que planearon la «feria», los que la monta-
ron, los que hicieron un buen negocio en ella, los que
casi se arruinaron, los que sufrieron algún accidente,
los que en ella se pasearon y los que en ella se echa-
ron novia, tienen sin duda una visión y un enfoque
muy distinto para enjuiciarla.
Desde los que con la «feria» de los Cursillos saca-
ron suculenta tajada convirtiendo su oficio en benefi-
cios, o intentaron utilizar los Cursillos para potenciar
asociaciones ya periclitadas en el tiempo o para sacar
a flote alguna congregación religiosa venida a menos,
hasta los que recibieron numerosos «palos» por
haberla planeado, montado o colocado, hay toda una
gama de actitudes, opiniones y criterios que hasta con
ellos se podría organizar otra nueva feria, sobre todo si
esta fuera de vanidades, de primeros planos, de sardi-
nas arrimadas a particulares e interesadas ascuas.

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Aunque pueda parecer anecdótico, es curioso la
importancia que en la transmisión oral y en el juicio
que de la historia de los Cursillos ha recibido mucha
gente de buena fe, ha tenido un hecho cada vez más
repetitivo.
Hoy que todo el mundo viaja y que se organizan
tantas y tan variadas cosas: Semanas, Cursillos inten-
sivos, Cursillos de verano, Cursillos monográficos,
etc., donde asiste gente de distintas geografías, se da
repetidamente el caso de que algún español (isleño o
peninsular) asista a alguno de ellos. Y si de algo pío
se trata, parece que siempre es obligada la pregunta:
«Tu que eres de Mallorca o tu que eres español,
¿Qué es esto de los Cursillos?». Y como a algunos les
resulta embarazoso decir que no tienen ni idea, sue-
len empezar a inventar. Si tal individuo vivió la expe-
riencia de un Cursillo, o de cualquiera de sus
sucedáneos, en su juventud, pero no supo o no quiso
vivenciar entonces, o no mantiene ahora los valores
básicos del método, es muy natural que diga que los
Cursillos no tuvieron ni tienen ninguna importancia, y
hasta expresar el asombro que le produce que tan
poca cosa haya podido llegar tan lejos.
Cuando los Cursillos estuvieron más de moda, en
Mallorca, y gran parte de España, un poco antes de la
desconcertante y sorprendente pastoral del Dr. Enci-
so, todo el mundo decía que había asistido al primero
de todos: y llegó a abusarse tanto de esta afirmación,
que, de haber sido verdadera, no hubiera bastado, no
ya Cala Figuera o San Honorato, sino ni tan siquiera
el Monasterio de El Escorial.

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Es incuestionable que los Cursillos se gestaron y
nacieron en Mallorca en la década de los cuarenta, y
no fueron obra del azar o de la improvisación. Nacie-
ron con su esencia y finalidad.
Ahora, en este escrito, no pretendemos hacer una
historia pormenorizada de los Cursillos; tampoco un
relato apologético o justificativo; y mucho menos
aún, un memorial de agravios. Intentamos subrayar la
intención con que nacieron los Cursillos y confrontar
la posterior evolución y su realidad actual con aquella
intención originante y básica porque nos preocupa
hondamente el distanciamiento que observamos
entre ambas.
Todo lo vivo debe crecer y progresar, y para que
sea efectivo exige una creatividad y criticidad perma-
nentes. Lo que es vivo, al crecer y desarrollarse va
afirmando sus líneas esenciales, lo que es propio e
intencional, o se separa de ellas y pierde su identidad.

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El principio del principio
La génesis del Movimiento de Cursillos ha de bus-
carse en la repercusión que tuvo el conocimiento del
ambiente de entonces en el grupo de jóvenes segla-
res que intentamos estudiarlo a fondo, allá por los
años cuarenta.
La inquietud que nos produjo, quedó plasmada
en la estructura y desarrollo del rollo «Estudio del
Ambiente», que fue el primero de todos y el que
originó y promovió el que se pensaran y estructuraran
todos los demás.
Lo esencial de dicho Estudio es:
1) la identificación entre ambiente y relaciones
interpersonales
No son los elementos estructurales (cuya impor-
tancia es indudable) sino que es la comunicación
entre personas lo que determina el ser, el estado
y la dinámica de los ambientes.
2) que dichas relaciones interpersonales se estable-
cen en tres planos claramente diferenciados, que
en palabras de la moderna psicología social de-
nominaríamos:
un plano de identidad (relaciones entre «noso-
tros»): que se centra en la relación de cada uno
consigo mismo y se desarrolla entre quienes por
su mutua identificación pueden realmente expre-

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sarse en primera persona del plural («nosotros
pensamos, decimos, nos proponemos», etc.)
un plano de alteridad (el de las relaciones con
«quienes nos acompañan en la vida» nuestros –
compañeros–), que expresa la proximidad sin
identificación.
un tercer plano, el del entorno (los demás o el
ambiente en general), cuya comunicación es es-
porádica o tiene lugar solamente a nivel de un
clima colectivo.
3) que el trato adecuado dentro de cada plano, es y
debe ser diverso, no tanto por «táctica» como por
asumir con respeto la situación de cada persona
con relación a uno mismo. Toda eficacia en la
fermentación de ambiente se basa en la adecuada
relación de cada uno consigo mismo y después en
la relación «entre nosotros». Pero tratar a «los
que nos acompañan en la vida» como nos trata-
mos a nosotros o entre nosotros, o como trata-
mos al entorno impersonal, es la causa de la
incomunicación existente entre quienes poseen el
gozo de la fe y quienes aún no han tenido la suer-
te de descubrir el Evangelio.
4) el desconocimiento que solemos tener de los
otros, aconsejó incluir en el rollo una descripción
de actitudes, una tipología, que indudablemente
rompía con las esquematizaciones al uso, que o
se basaban en juicios de valor o en circunstancias
ajenas a la persona.

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Sin que pretendamos sacralizar esta tipología,
incluida en el Estudio del Ambiente, lo cierto es
que fue un salto para pasar de los esquemáticos
«buenos y malos», «creyentes y no creyentes»,
«practicantes y no practicantes», «cultos e incul-
tos», «ricos y pobres», a un planteamiento que
exigía conocer y acercarse a la persona –a cada
persona– sin exclusiones ni juicios previos.
Así identificábamos a los que creen en Dios, aman
a Dios y quieren hacer el bien; a los que creen en
Dios, aman a Dios y quieren estar bien; a los que
creen en Dios, pero nada más; a los que no creen
porque ignoran a Dios; y a los que no creen por-
que rechazan a Dios.
No se trataba de etiquetar posturas, sino de dejar
de valorar y enjuiciar a las personas más acá de
sus intenciones, es decir, sin conocerlas.
Obsérvese que de los tres tratamientos diferen-
ciados que proponíamos para cada uno de los «pla-
nos» de comunicación, nacen, por inducción, los tres
elementos básicos del método de Cursillos. Lo que
proponíamos para «los demás» o «el ambiente en
general» da pie a la articulación del «Precursillo»; lo
previsto para «quienes nos acompañan en la vida»
(nuestros compañeros, prójimos o próximos) no es
ni más ni menos que lo que explica el Cursillo; y lo
que preconizábamos en el frente del «nosotros» es la
clave del Postcursillo.
Valga quizá recordar que en el segundo plano (Cur-
sillo) indicábamos que el camino lógico es la aproxima-

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ción de la persona, y el iniciar la relación por «el cora-
zón», para continuar por la inteligencia («la cabeza», en
los primeros escritos) y debiéndose sólo después espo-
lear su voluntad, para que ella, en su integridad, pueda
reconciliarse consigo, con la realidad y con Dios. Com-
párese este itinerario, por ejemplo con la trayectoria
secuencial de los rollos Seglares del Cursillo.

El hombre puede ser más y


IDEAL
mejor
Puede serlo donde está EL SEGLAR EN LA IGLESIA
Si descubre su corazón
PIEDAD
–con espontaneidad–
Si asume su inteligencia
ESTUDIO
–con convicción–
Si orbita su voluntad
ACCIÓN
–con decisión–
Si descubre, asume y orbita su
DIRIGENTES
persona en su globalidad
Si acepta que su realidad está
ESTUDIO DEL AMBIENTE
integrada por personas
a las que puede ayudar CRISTIANDAD EN ACCIÓN
siempre que se realice de una CURSILLISTA MAS ALLÁ
forma personal DEL CURSILLO
en amistad REUNIÓN DE GRUPO

Otro tanto podríamos hacer con lo que aquel pri-


mer rollo prefigura del precursillo y del postcursillo.
Lo esencial es captar que esta idea germinal, mo-
tivada para acercarnos a las personas sin manipular-
las, en nada apunta a la mera presencia de tales

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personas a unos actos. ni a su militancia en un sector
determinado, profano o intraeclesial. No buscábamos
que las personas asumieran nuevos compromisos.
sino que aceptaran a dar sentido al propio compromi-
so, al que ya tienen en la realidad, cuando no han
sido manipuladas previamente. A ese compromiso
que nace de la vida, y singularmente de la conviven-
cia, deseábamos y seguimos deseando convertirlo en
un compromiso de amistad.
Nada más, pero también nada menos.

El estudio serio y la práctica inmediata y concreta


de todo esto, nos llevó al conocimiento y al conven-
cimiento de que la verdad de lo específicamente
cristiano, no era encarnado en su vida por los que se
consideraban cristianos: Lo esencialmente evangélico
quedaba desdibujado en las realidades que se vivían,
porque no era captado en su entraña viva, sino que
tan sólo era dificultosamente visible en algunas con-
notaciones periféricas orientadas, sin duda, más al
cumplimiento chato y sin nervio, que hacia su sentido
iluminador y dinamizador de la vida de la persona.
Esta visión que iba esclareciendo muchas cosas,
incluía el no pequeño riesgo de sentirse espectadores
lúcidos de ciertos acontecimientos, en lugar de sa-
bernos y sentirnos implicados en los mismos, en el
mismo mundo, y comprometidos en la misma aventura.
La conciencia del serio peligro que siempre corre
el cristiano cuando no acierta a captar el hondo sen-
tido de la parábola de la buena y de la mala semilla,

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le hace a menudo constituirse en juez de vidas y
conductas, cuyo juicio, sin duda alguna, evidente-
mente, pertenece tan sólo al Señor.
El asignar alegremente etiquetas de buenos y ma-
los, no hace más que ahondar innecesariamente el
imaginario abismo con que intentamos separar a
unos de los otros, privándonos del bien mutuo y
recíproco que un contacto humano y sincero, nos
reportaría sin duda a todos.
Desde el principio del principio del Movimiento de
Cursillos, se intentó un acercamiento cálido hacia los
que no pensaban ni se portaban como se nos había
enseñado tenía que comportarse la gente de Iglesia, y
nos asombró ir comprobando, con contundentes
evidencias sucesivas, que la buena noticia era mejor
captada y mejor entendida y acogida en las áreas
lejanas y ajenas a lo que normalmente se venía lla-
mando cristiano. Y que ello desbordaba los límites del
apostolado organizado. Había que pasar de la pre-
ocupación estructural a la personalista, de la tenta-
ción de un dirigismo profesionalizado, a la actitud de
hacer camino en compañía.
Ello nos hizo pensar, reflexionar y seguir profundi-
zando en la potencia real e inaudita que, en la reali-
dad práctica que vivíamos, tenían las afirmaciones del
Señor:
«Los últimos serán los primeros», «No he venido a
buscar a los justos, sino a los pecadores», y los que
trabajaron menos, cobraron igual, etc.

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Primeras realidades
Estas realidades evangélicas, al cobrar carne y vida
en los acontecimientos de cada día, comenzaron a
multiplicar en nosotros, entre nosotros y junto a
nosotros, frutos cercanos, visibles y palpables en
hombres hechos y derechos, cuya realización y pleni-
ficación habían sido provocadas, orientadas y mante-
nidas por el encuentro con Cristo y con los hermanos,
acaecido en un Cursillo de Cristiandad, y continuadas
y extendidas en el clima de una Reunión de Grupo:
ello confirmó que la intuición, fruto del estudio, tenía
rango de método.
A medida que los acontecimientos se iban suce-
diendo, al ir contrastándolos con el Evangelio, nos los
iba iluminando y nos esclarecía los siguientes pasos.
Tanto las confirmaciones, como las contradic-
ciones con que nos íbamos encontrando, nos iban
aclarando los conceptos. Se procuró en todo tiempo,
para depurar la intención, «hablar a Dios de los hom-
bres, antes de hablar a los hombres de Dios».
A partir de ahí, todo fue normal, humano, natural.
Una vez más comprobamos que el Evangelio da
nervio, impulso y orientación, pero no violenta, ni
saca de quicio los acontecimientos, sino que los lleva
a su término, dentro de la más absoluta llaneza y
simplicidad. Y así fue.
Después de mucho pensar, reflexionar y profundi-
zar sobre unos acontecimientos que nos tenían

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asombrados y en vilo, en contacto vivo con los indivi-
duos que los protagonizaban, vimos que lo válido, lo
verdaderamente sorprendente, era todo lo bueno que
la semilla evangélica, al fructificar, iba logrando en el
interior de los individuos que aceptaban el reto de
tender a ser personas. Centrando vidas, alentando
esperanzas, despertando voluntades, suscitando
iniciativas, reduciendo egoísmos y viviendo la vida con
más ganas, con más ánimo, con más sentido, con
más plenitud.
Lo que nos iba dando un concepto cada vez más
exacto de lo que es en realidad de verdad el fascinan-
te e imparable proceso de fermentación de lo cristia-
no en el hombre, en los hombres y en la sociedad,
cuando con honestidad, simplicidad, y buena inten-
ción, va dándose cuenta uno que se trata de una sola
cosa: de jugar limpio con las cosas de Dios tomando
en serio el mundo de los hombres.
Si tuviéramos que hacer un inventario de las con-
trariedades con que nos íbamos topando en el cami-
no, y que nuestro paso por la vida y lo que es más
importante por la vida de muchas personas, iba susci-
tando, podríamos dividirlas en dos grandes grupos:
Las que provenían de nuestros hermanos mayo-
res, portándose no pocas veces más como mayores
que como hermanos: y las que iban provocando con
su, a veces, desbocada y descocada, vitalidad apostó-
lica, los hermanos pródigos recién llegados.
Para los primeros, a pesar de su indudable buena
voluntad, el Cursillo era siempre un nuevo aconteci-

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miento de la vida, más o menos revulsivo a su mono-
tonía cotidiana.
Para los segundos, era algo nuevo. que les hacía
ver la vida como un continuo y fascinante aconteci-
miento.
Los primeros no tenían ninguna duda respecto a
la veracidad del Evangelio, pero les resultaba insólito
verse arrollados por la evidencia de su poderosa efi-
cacia, cuando era ejercitado con fe, en el ruedo de la
vida, por personas que, lejos de su manera rutinaria
de entenderlo y practicarlo, lo vivían y se desvivían
para proclamarlo con sus vidas con vigor de estreno.
Se suscitaron incomprensiones y oposiciones, y lo
pintoresco del caso, era que lo que las suscitaba, era
el santo celo que cada uno desplegaba para defender
lo que creía verdadero.
Desde el principio lo que estábamos gestando al
servicio de la persona, sin sacarla de su entorno vital,
intentó ser instrumentalizado, sin duda con la mejor
voluntad, por aquellos «hermanos mayores», ponién-
dolo al servicio de la Acción Católica primero, de la
Pastoral Diocesana después, etc. lo que si bien no
parece contradictorio, es distinto.
Los Cursillos no se oponen a que los cursillistas
presten una colaboración personal activa a nivel
diocesano, parroquial, etc. y han sido y seguirán
siendo muchos los cursillistas que se incluyan en los
cuadros de militantes o dirigentes de multitud de
asociaciones, eclesiales o cívicas; lo que sí pensamos
es que al hacer esto bajamos la diana, ya que el Cur-

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sillo, sin duda, apunta y se orienta hacia una meta
mucho más eficaz y efectiva, por la convincente ra-
zón de ser ella, de mayor y más rápida incidencia en
el mundo.
Ya desde la primera hora, cuando el Movimiento
llevaba a sus iniciadores de asombro en asombro,
hubo que buscar horas de sosiego para explicar a la
opinión eclesial asombrada en que planteamientos de
experiencia y doctrina se basaban los Cursillos. Así
nació en 1955 «El Cómo y el Porqué», publicado en
«Proa» y luego en 1971 y 1973, en primera y segun-
da edición, por el Secretariado Nacional de España.

22
Dos enfoques de la
finalidad
Los que mantuvimos la libertad de decisión per-
sonal en una hora en que privaba, casi con exclusivi-
dad, el apostolado organizado, nos es más fácil
ahora, seguir manteniéndola, cuando teólogos y el
Vaticano II en el Decreto «Sobre el Apostolado Se-
glar», han reivindicado la libertad y el pluralismo de
los seglares en la Iglesia y han ensanchado los límites
y las formas reconocidas de ser cristiano en el mundo.
A decir verdad es un hecho incuestionable que a lo
largo de toda la historia del Movimiento de Cursillos,
han existido siempre dos maneras de entenderlo y
consecuentemente, también dos maneras de encauzar-
lo y orientarlo hacia su finalidad.
Unos creen que es tan sólo para dar vitalidad a las
estructuras y las organizaciones ya existentes, hacien-
do lo mismo de siempre, con mejor espíritu; y otros
que creen que el Movimiento si se le da espacio para
que viva, en su estructura básica y mínima de Reu-
nión de Grupo, Ultreya y Escuela, puede llevar, por su
misma dinámica, la buena noticia del Evangelio hasta
los últimos recovecos del existir humano, individual,
familiar y social.
El desmedido y a veces desmadrado celo de cada
uno de los dos enfoques, se ha venido patentizando
en cada situación y circunstancia. Tal vez estén bas-
tantes de ellas significadas en la palabras que un

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hombre que provenía de ambientes hostiles y obsti-
nados y muy poco propicios a los criterios y a las
prácticas de nuestra Religión le dijo en cierta ocasión
a su Obispo, al final de un Cursillo: V. no puede saber
ni entender lo que siento yo ahora, al haberme en-
contrado con Cristo. V. lo ha tenido siempre. Yo no.
Por eso tan sólo puedo pálidamente darle a entender
lo que me pasa. ¿Qué le diría yo? Es como si un ciego
de nacimiento viera por primera vez una noche estre-
llada, la sonrisa de su hijo y la cara de su madre».
Era la gracia explosiva del último día del Cursillo,
cuando la vida de todos se hace canto y el canto se
hace vida en la vida de todos..
A quienes por tradición, por inercia o por rutina
han venido viviendo la buena nueva del Evangelio
como si no creyeran que fuera buena, y sobre todo
como si no fuera nueva y capaz de renovarlo todo, les
es difícil comprender, encajar y sobre todo acoger el
entusiasmo desbocado y no siempre encauzado de
los recién convertidos.
A los guardianes celosos de la ley, les resulta
complicado ir entendiendo que las cosas son simples
para el hombre centrado y orientado por Cristo.
Los Cursillos nacieron impulsados por un incon-
formismo juvenil que a veces fue lucido y reflexivo y
otras, desbordado y hasta arrollador.
Lo que se pretendía era, y lo que pretendemos
aún es, dar a entender a la gente que el Evangelio,
además de verdadero, es posible en el área de la vida
normal; y además de posible, eficaz. Y que su verdad,

24
su posibilidad y su eficacia es comprobable y com-
probada, real e inmediatamente, cuando la persona se
da cuenta de que se trata de empezar a partir desde
dentro desde uno mismo y desde ya.
En una palabra, cuando el conocimiento y la
creencia convencida de la verdad del Evangelio signi-
fica, contiene, afianza, proclama, expresa, expande y
agudiza el imperativo incuestionable de tener que
vivenciarlo en la vida.

25
«No es eso, no es eso»
El haber estado metidos en el Movimiento de
Cursillos desde sus inicios, entendemos que nos obli-
ga a tener que exclamar con la frase orteguiana «No
es eso, no es eso», ante la superinmensa proliferación
de vegetaciones que ha llegado, no tan sólo a des-
viar, sino aun a prostituir la finalidad concreta y espe-
cífica del Movimiento, haciéndolo derivar hacia otras
cosas que. por muy buenas que pueden llegar a ser,
nunca podrán llamarse Cursillos de Cristiandad, sin
faltar a la verdad, ya que no lo son, ni aún a veces se
le parecen.
Y aún más. Debemos afirmar que los Cursillos,
casi nunca han sido realmente «eso» que se preten-
día; que los Cursillos en su íntegro ser están por es-
trenar, y ello por la simple razón de que el Evangelio
en la vida diaria, como la dinámica del «Padre Nues-
tro» y de las «Bienaventuranzas», están también sin
estrenarse.
Lo específico del Movimiento es poner al alcance
del hombre concreto lo fundamental cristiano. Lograr
que la libertad del hombre se encuentre con el Espíritu
de Dios. Lo cual desbordará siempre toda programa-
ción y chocará con toda tentación fácil de encuadrar y
encasillar algo tan fluido y espontáneo como el en-
cuentro de las personas con el Evangelio de Cristo.
Los Cursillos pretenden provocar el hambre de
Dios, en lugar de procurar medios para saciarla.

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Van en busca de las personas, en lugar de ir a la
caza de personajes.
Van de la persona a la realidad y a la estructura, y
no de la estructura a la persona.
No quieren crear nuevos compromisos a las per-
sonas, sino crear compromisos entre personas, cuyo
medio, estímulo y meta sea la amistad, para desde
ella, llegar hasta donde sea posible.
No insistir con interés «desinteresado» para que
se siga algún camino apostólico y concreto, ya adere-
zado y preparado por otros, sino que desde el clima
de amistad, pueda ir madurando su convicción, su
decisión y su constancia.
Sabemos que el hombre de hoy, más que res-
puestas para todo, lo que quiere es poder hacer
preguntas, que haya clima donde poderlas hacer, con
esperanza y posibilidad de encontrar por sí mismo la
respuesta. Se siente más hombre cuando pregunta y
descubre que cuando acepta una respuesta.
Al hacer estas afirmaciones, no pretendemos de-
fender una ortodoxia metodológica; el núcleo de lo
fatalmente despistante, y por ello peligroso, está en
complicar alegremente la simplicidad de los Cursillos
que va toda dirigida a lo esencial, hacia otros derrote-
ros que son sin duda buenos, pero no fundamentales.
Lo grave no es distraer con enredos el camino, sino
desvirtuar su finalidad. Lo difícil es el acompañamien-
to de las personas y compartir con ellas «la fuerza
asociativa de la amistad», la aventura de vivir con
entrega y constancia de cara a Dios y a los hermanos

27
lo cual nunca puede ser suplido por programaciones
apriorísticas en las que no prime la persona y su
avance hacia Dios.
Lo que nos preocupa de verdad: lo que el derrote-
ro que toman las circunstancias esta convirtiendo casi
en obsesionante. no es el método por el método, sino
comprobar que el método no está ya neta y escueta-
mente al servicio de la fundamental cristiano, sino
que su energía, su empuje y su vigor se emplee para
aumentar la proliferación de la flora y la fauna de
cosas pías ya existentes en cantidades astronómicas
en la Santa Iglesia de Dios. Y cuando se busca la
coartada de progreso y adaptación para salir del
enfoque original y esencial, el peligro es aún mayor.
Lo peor del caso es que se ha alterado el sentido
de los Cursillos. El error no es de cálculo, sino de
rumbo. Y como en este rumbo distinto los Cursillos
siguen teniendo una indiscutible eficacia (y aún ma-
yor, si lo que se pretende es crear comparsas mera-
mente intraeclesiales de gente pía, obediente y
dispuesta), es muy difícil que quienes inconsciente-
mente son causa de ello, puedan darse cuenta.
Quizá nunca podrá saberse el deterioro de la punta
de avance de lo cristiano en el mundo, ni la cantidad ni
calidad de personas que hemos situado fuera del al-
cance del mensaje, por haberlo recargado innecesaria-
mente –a veces en el mismo Cursillo y otras veces
después– hinchando las afirmaciones de la fe con otras
que no vienen del Evangelio, sino de teorías ocasionales
y contingentes, según los tiempos y circunstancias.

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Para que lo cristiano germine, crezca y fructifique
en la persona con espontaneidad, dinamismo y opor-
tunidad, debe conservar ésta su plena libertad de
decisión y actuación. Y esto se consigue si se encua-
dra en un clima de Evangelio y amistad, que le paten-
tice la certeza de que lo experimentado en el Cursillo,
sigue siendo verdad en la vida de sus nuevos amigos,
que les duele si deja alguna vez de serlo y que mu-
chos siguen empeñados en que lo vaya siendo.
Esta capacidad de decidirse uno mismo, por sí
mismo y desde sí mismo, en lugar de potenciarla, se
ve casi siempre coaccionada y hasta amenazada, por
el proyecto previo que los que le iniciaron en las
verdades del Evangelio ya habían trazado y perfilado
para él, sin contar con su voluntad más que para
conseguir su asentimiento.

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Conclusión
En síntesis, el despiece de los Cursillos en su ver-
dad más profunda, acredita que el encuentro real
consigo mismo es la estructura que hace posible el
encuentro con los demás y con el Evangelio.
En cambio, las realidades que se autodenominan
Cursillos de Cristiandad tienden, con preocupante
frecuencia, a orbitar personas que, al refugiarse en un
misticismo o desintegrarse en un activismo, eviden-
cian que no ha existido o no sigue existiendo, ese
encuentro básico con su propio ser y con el sentido
de sus vidas.
Esta realidad responde a una fractura entre el
Cursillo y el postcursillo, –fe y vida–, como conse-
cuencia del cambio de rumbo en la finalidad y que ha
producido como resultado al menos posible, la au-
sencia actual de muchos que quisieron y podían
aportar mucho, singularmente los de personalidad
más profunda y los de circunstancia más complicada.
Cuando alguien piense que, lo que ahora decimos
es verdad no explicitada antes, la reacción madura y
por ello evangélica, será un retorno activo a la simpli-
cidad de lo inicial, siempre necesitada de la aporta-
ción de todos.
La unidad de mensaje y la plena personalización,
han sido y siguen siendo posibles.
Mallorca, 1981

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