Luis Luksic Corregido
Luis Luksic Corregido
Luis Luksic Corregido
“Me interesa todo tipo de arte pero no aquel que sirve exclusivamente para colgarlo en una
pared, sino más bien, aquél que cumpla una función transformadora de la sociedad” (…).
Así se expresó el propio Luis Luksic definiendo en breves líneas lo que fue su paso por este
mundo: pintor, poeta, escritor, cuenta-cuentos, titiritero y un ser profundamente político.
Un auténtico artista revolucionario.
Luis Luksic nació en la legendaria ciudad minera de Potosí, Bolivia, el 20 de
febrero de 1911. Hijo de madre yugoslava (actual Croacia) y padre boliviano. En Bolivia
vivió hasta sus 18 años; estudió en la Escuela de Bellas Artes de La Paz. Luego viajó a
Chile a estudiar medicina donde conoció a Pablo de Roka, Pablo Neruda y Vicente
Huidobro quienes ejercieron gran influencia sobre él, al punto que, después de dos años de
estudio, abandonó la medicina y se dedicó al arte y a la actividad política. Junto a Pablo de
Roka viajó por varias ciudades del norte y del sur de Chile vendiendo sus cuadros y
leyendo sus poemas. Fue expulsado de Chile por injuriar al Presidente de entonces, Arturo
Alessandri, El León de Tarapacá y a las Fuerzas Armadas chilenas. Tras un breve paso por
Argentina, regresó a Bolivia donde, en 1948, es nombrado Director de la Escuela de Bellas
Artes de La Paz. Esa fue una época de luchas políticas, prisiones, persecuciones, destierros
y largos viajes pero también, y siempre, de realizaciones artísticas. En su exilio en París,
participó en el II Congreso Mundial por la Paz en el que conoció a Pablo Picasso y se
reencontró con Neruda. Allí expuso en la Maison de l’Amerique Latine. Permaneció dos
años en París, y hacia 1950 se estableció en Venezuela.
Como artista de múltiples expresiones, resulta difícil concentrarse en una sola de
ellas, ya que una es consecuencia de la otra y todas de su vasta experiencia como ser
humano en franco contacto con los explotados de la sociedad capitalista: los indígenas, los
obreros, los mineros, los campesinos; pero también por su enorme capacidad de asombro y
su gran sensibilidad ante la belleza de los paisajes naturales de nuestro continente y el
magnífico colorido de los pueblos y sus fiestas tradicionales que son el claro espíritu de
resistencia cultural que Luksic tanto admiró.
En el área de las artes plásticas, Lucho ―como le dirían afectuosamente su
allegados― irradió su creatividad de diferentes maneras y en diversos frentes. Su pintura es
reconocida por su apasionado uso del color. No se le puede encasillar en una determinada
tendencia; él mismo no se reconoce ni como surrealista ni como abstraccionista, en todo
caso, como dijera Rafael Strauss (Catálogo de la Exposición “Un día el hombre hará
correr un ferrocarril sobre un rayo de luz…”- Congreso de la República, 1985): “(…) Sus
figuras [son] fácilmente reconocibles, muestran lo simbólico y lo emblemático de la
realidad que se desea plasmar. Lucho pinta ―lo confiesa― porque el Universo está lleno
de formas, pero en sus representaciones no se pierde en fantasías, no se demora en
curiosidades sino que marcha de frente con todos los conocimientos de su época, los asume
como experiencia que son, como nutrientes de una creación plástica que en [sus] manos e
intencionalidad se transforman en pintura social”. Y es que para Luksic lo más importante
es comunicar, “Siento un gran placer, el placer de comunicarme. Por eso mi pintura es
figurativa y mi poesía es un tanto surrealista (…) El artista debe expresarse primero de tal
forma que su expresión sirva a todos los seres humanos para mejorar su vida (…)”
(Artículo de prensa El Arte es para la salvación, El Nacional, Sec. C p.14, 1985).
En cuanto a su técnica, tampoco hay cómo definirla. Empleó materiales tan diversos
y mezclas tan atrevidas que creó un estilo propio. Al respecto, su gran amigo Aquiles
Nazoa (Texto del catálogo de la exposición “Gritos, retratos y niños”, Fundación Arístides
Bastidas, 1979) escribió: “Pocas veces se da, como en su arte, esa conjunción de gozo
visual que nos sugieren en sus cuadros realizaciones de vitralista (más que pintor) y
voluntad de expresar el mundo en términos de la más comprensiva claridad del mundo.
Trabaja con técnicas de su propia invención, porque a su voracidad visual no le basta por sí
solo ninguno de los medios que él utiliza combinados en su pintura. Para producir esos
lujosos efectos de iluminadas vidrieras, de esmaltes o de pastel en que se afiebran sus
cálidas pinturas, pone el artista en juego materias tan heterodoxas y ajenas a los talleres de
la tradición escolástica, como el papel mojado y arrugado, el charol de los carpinteros, la
goma laca, la estearina, la tinta de escribir y aún los betunes de limpiar zapatos; materias de
humilde filiación con los que Luksic se ha creado una manera absolutamente personal de
realizar su vocación entrañable de pintor impresionista. Como habría soñado realizarlo un
Degas, logra con esos procedimientos Luksic, un arte que es, como el que más, muy lírico y
suntuoso, hecho para placer y gusto de los ojos, y a la vez muy popular, muy narrativo y
estremecidamente humano” (1979).
En 1959 realizó su primera exposición en Venezuela en el Club Paraíso, presentada por
Miguel Otero Silva y comentada en nota crítica por Armando Lira. En registro formal
cuenta con apenas una docena de exposiciones individuales, pero es que, una vez que
Lucho se interesara en la cultura venezolana no dejó de realizar actividades artísticas de
altísimo nivel, pero de muy poca difusión, porque le importaba poco el circuito de los
salones y de las galerías de arte a no ser para realizar, como lo hiciera con César Rengifo,
Pedro León Zapata y Jorge Godoy, en la Galería La Trinchera, dirigida por Godoy, una
muestra en Homenaje a Cuba. Luis Luksic prefería mostrar sus cuadros en un pasillo de la
universidad, de un hospital, en ciudades alejadas, como San Fernando de Apure o en plazas
en donde aprovechaba la oportunidad de hacer mítines político-culturales, como lo que él
llamó “pintura-espectáculo” que era hacer arte público, hecho ante la gente, mezclado de
discursos, de preguntas por parte del espectador, donde el público-pueblo podía “meter la
mano” dentro de la pintura colectiva que se estaba llevando a cabo.
También realizó varios murales con temas de las tradiciones populares: diablos de
Yare, el Pájaro Guarandol, la Burriquita, Fiestas de Joropo y otros. En la Sala de Teatro de
la Casa de la Cultura de Los Teques, permanece uno de ellos bien conservado.
A Lucho le interesaron mucho los niños. Sensible e inteligente como era, sabía que
los niños y niñas son semilla, son futuro. Sabía que darles libertad y herramientas de
expresión creativa era darles una base segura para su realización humana más plena y más
justa. Él decía: (…) [los niños] nunca han visto lo que hacen los mayores, lo adivinan, lo
sospechan y el adivinar y el sospechar es la forma más maravillosa de vivir; vivir del
hechizo de la realidad, del hechizo de los sueños (…)” (Entrevista a Luis Luksic. Revista
CARACOLA Nº 20, 1986). Por eso, desde 1960 hace actividades de gran trascendencia en
lo conceptual y en la experiencia con y para niños y niñas, que en su momento no fueron
debidamente valoradas, pero que, sin lugar a dudas, marcaron el camino de realizaciones
futuras, como la primera vez que, junto al poeta y pintor Darío Lancini y Jacobo Borges
llevaron la pintura de los niños al Museo de Bellas Artes en Caracas. También dirigieron la
producción de murales ―que ya no existen― hechos por niñas y niños en el Silencio, en
Caracas; y dieron la orientación artística al extinto Consejo Venezolano del Niño que en ese
tiempo era más una cárcel que un centro de desarrollo de la creatividad infantil.
Sus otros frentes de acción dentro de las artes plásticas fueron como Director de la
Escuela Armando Reverón en Barcelona (1961) donde proyectó y realizó múltiples murales
y tomas callejeras con diversas manifestaciones artísticas; en Caracas, junto a Jacobo
Borges y Manuel Espinoza plantearon la transformación de la Escuela Cristóbal Rojas para
que los artistas se convirtieran en diseñadores de la industria, de la arquitectura, de
muebles, de manera que se relacionaran con la sociedad y no fueran meros “hacedores de
cuadros”. Perteneció al grupo fundador de El Círculo del Pez Dorado, agrupación
contestataria que funcionó entre 1963 y 1965, y donde militaron figuras consagradas como
Jacobo Borges, Régulo Pérez, Víctor Valera, Manuel Espinoza, Tecla Tofano y Alirio
Palacios con los jóvenes de entonces Santiago Pol, Orlando Aponte, Maite Ubide, Numa
Lucena, Magui González, Ricardo Perdigón, Roberto González, Oscar Hurtado, Emiro
Lobo, Carlos Gil, Diego Barboza, Ernesto Ochoa, Itamar Martínez, entre otros. En el local
del Círculo se efectuaron salones de libre participación; se oponían al arte institucional y a
sus formas de promoción; fue un importante foco de la figuración comprometida que más
adelante, en las décadas de 1970 y 1980 tendría otros espacios de encuentro, discusión y
difusión como las Galerías Viva México, Fantoches, La Trinchera, América, El Nido del
Callejón, La Sala Ocre, entre otras.
Luis Luksic también fue profesor de escenografía y de títeres en Valencia y
Maracaibo, además de ser el primer “cuenta-cuentos” en Caracas. Valgan a modo de
conclusión sus propias palabras: “Creo que la cultura popular es la base de toda la cultura,
el pueblo es la fuente de donde emana toda forma de expresión; el que quiere apartarse es
porque tiene una actitud que lo traiciona (…) Habrá una época de completa dignidad en que
será posible que no existan ladrones ni vende patrias, ni los que se aprovechan del poder
para embolsillarse inmensas sumas a costa de la vida del pueblo (…) Espero que toda la
humanidad corra a la velocidad de la luz y que esa carrera sea para liberarnos a todos,
absolutamente a todos, de la miseria, de las enfermedades, del desamparo”. (Entrevista a
Luis Luksic, Revista CARACOLA Nº 20, 1986).
Muere el 16 de septiembre de 1988 en el Hospital Universitario de Caracas, víctima de la
enfermedad y el desamparo.