Tapices de La Historia Patria
Tapices de La Historia Patria
Tapices de La Historia Patria
RESUMEN
Este libro fue el resultado de varios años dedicados a la investigación y al
estudio de la historia y la cultura de nuestra época como colonia, tarea que inició
al lado de su entrañable amigo Caracciolo Parra León, asumiendo, cada uno de
ellos, una posición por demás ecuánime sobre el concurso de España en la
formación de la cultura colonial de América, bajo una óptica objetiva e imparcial
de las llamadas Leyenda Negra y Leyenda Dorada. Ahora bien, dedicaremos las
siguientes páginas a un ensayo de crítica histórica sobre esta obra, fundamental
para la comprensión del pensamiento historiográfico de Mario Briceño Iragorry
y cómo en ella podemos identificar los arquetipos de nuestra nacionalidad.
Palabras clave: tapiz, leyenda dorada, leyenda negra, arquetipo, nacionalidad.
SUMMARY
This book was the result of several years dedicated to the investigation and the
study of the history and the culture of our time like colony, task that began
beside its beloved one to - I crumb Caracciolo Parra León, assuming, each one of
them, a position excessively equable on the competition of Spain in the formation
of the colonial culture of America, under an objective and impartial optics of the
calls Black Legend and Golden Legend. Now then, we will dedicate the following
pages to historical critic’s rehearsal on this work, fundamental for the
understanding of Mario’s thought historiography Briceño Iragorry and we can
identify the archetypes of our nationality.
Key words: Tapestry. Golden Legend. Black legend. Archetype. Nationality.
PRIMER TAPIZ:
En su primer tapiz, Briceño Iragorry explica cómo y por qué nació su afición
a los estudios de historia nacional, y llegó a creer en la necesidad de construir un
puente para salvar un abismo, que se le presentó al asomarse a la lectura de la
formación de la Patria Boba y que al llegar al borde de esos estudios de historia
patria, no fue uno sino múltiples abismos, tal como si se encontrara en una cima
Juan José Lugo Escalona
SEGUNDO TAPIZ:
En el segundo tapiz, nos señala la dificultad con la cual tropiezan nuestros es
tudiantes de historia nacional para formarse un concepto preciso de los hechos,
y es que los textos empiezan por decir que Cristóbal Colón descubrió a Venezue-
la el 1ª de agosto de 1498, cuando en realidad para ese entonces no existía y no
podía ser descubierto algo que no exista, “...porque nuestra patria, la Venezuela
de hoy, con sus fronteras geográficas, con sus ciudades y pueblos sometidos a
una misma autoridad y a una dirección administrativa inmediata, no apareció
Los Arquetipos de la Nacionalidad en Tapices de Historia Patria de Mario Briceño Iragorri
TERCER TAPIZ:
En este tercer tapiz, Briceño Iragorry hace alusión a la dificultad presentada
en la mayoría de las historias escritas hasta entonces al describir la conquista de
la tierra, y es porque adolecen de un grave problema de unilateralidad, lo que
produce en el estudiante una lamentable confusión, debido a que los que se han
dedicado a escribir la historia colonial de Venezuela –continúa diciendo- han
seguido el plan de los viejos cronistas, en especial de Oviedo y Baños, sin tomar
en cuenta de que este insigne autor sólo abordó la historia de la primera provin-
cia y gobernación de Venezuela, o lo que es lo mismo, el territorio arrendado por
la Corona de España, en 1528, a los Welser. Les faltó la utilización de un método
apropiado para establecer, en la exposición de los hechos, la coetaneidad de las
jornadas de los conquistadores para poder precisar, en su debido tiempo, la
formación de las distintas entidades políticas que existieron con carácter autó-
nomo hasta el año de 1777.
Y es lo que nos brinda Briceño Iragorry en las páginas siguientes de este
tapiz, para comprender la conquista de nuestro territorio por los españoles, y
nos lo presenta en los siguientes capítulos: Cubagua, donde se inició esta con-
Los Arquetipos de la Nacionalidad en Tapices de Historia Patria de Mario Briceño Iragorri
CUARTO TAPIZ:
“Con las huestes de la conquista penetraba en América un imperativo de
cultura”. Así comienza el autor este cuarto tapiz, donde nos describe cómo
entraron los aborígenes a la vida civil, y en el mismo nos aclara cómo España
realizó en América una expedición militar y una cruzada, factores orgánico y
espiritual que jugaron un papel preponderante en su programa de extensión
ultramarina, debido a que junto al representante de la autoridad real, llegaban
Juan José Lugo Escalona
QUINTO TAPIZ:
Afirma en su quinto tapiz que el fenómeno más interesante que ofrece el
estudio de la historia civil de la colonia es el surgimiento del espíritu de la nueva
nacionalidad, y para corroborar su afirmación nos describe el Cabildo como la
primera expresión de la voluntad autonómica del conquistador, y aunque tomara
de manos del representante regio su impulso inicial nos aclara una vez constitui-
do se arrogó prerrogativas ya abolidas en la Península, ante las cuales cedía el
mismo Gobernador y tomaban especial fisonomía las Leyes de Indias. Y adver-
timos dice más adelante la arrogancia con la cual los cabildantes se aprestaron al
ejercicio de derechos que no les pertenecían por expresa concesión de la ley, y
que eran producto de una auto fabricación.
Juan José Lugo Escalona
SEXTO TAPIZ:
En este sexto tapiz, expone cómo la lucha de clases terminó en la lucha por la
nacionalidad, y recomienda borrar de los textos en uso el término castas, y
colocar en su sitio el concepto ágil de clases, o sea, de sectores sujetos a mutua
penetración que permite el ascenso de ellos, y también su regreso de grados. La
organización de las clases coloniales ha sido materia de sumo interés por soció-
logos e historiadores, pero en sus estudios nos adelanta ha pasado lo mismo
que en las demás cuestiones de ese largo período de nuestra historia, han sido
parte a oscurecer los hechos, tanto la exaltación de los prejuicios, como la pro-
yección hacia el pasado de conceptos actuales.
Cree en la unidad de la especie humana y no extraña las desigualdades socia-
les. Todo progreso descansa insiste sobre la noción simplista de las desigualda-
des engendradoras de la lucha. El equilibrio universal reitera se sostiene sobre la
diferencia y oposición de las fuerzas, ora de la naturaleza en sí misma, ora de los
grupos sociales. Suponer el orden de lo contrario sería tanto como lograr una
imagen del nirvana búdico. Las diferencias que distinguían a las clases sociales
de la colonia –nos aclara más adelante- radicaban en circunstancias inherentes
a la cultura de la época y en hechos de un profundo significado histórico. Demás
está insistir en la abundancia de motivos que asistían al poblador castellano
para juzgar su capacidad social muy por encima de los indios conquistados y de
los negros traídos de África, y las rivalidades que surgieron entre los criollos
(mantuanos y blancos de estado llano) y los pardos, y que nunca llegaron a
constituir un verdadero odio colectivo, ya que fueron secuela de la natural
división de todo medio social y no una característica del régimen colonial español.
Tal es la posición en la que debe colocarse el crítico de la colonia para penetrar
las modalidades sociales de entonces, y que no debe entenderse que las luchas
Los Arquetipos de la Nacionalidad en Tapices de Historia Patria de Mario Briceño Iragorri
SÉPTIMO TAPIZ:
En este séptimo tapiz nos da, en líneas generales, una relación que determina
el movimiento de las fronteras eclesiásticas de la Patria durante la época colo-
nial, período en el cual los Obispados se erigieron en centros de difusión de la
nueva cultura, guardianes de la fe y del derecho de la familia y abanderados de
un orden espiritual de horizontes eternos, realizando una labor de ilimitada tras-
cendencia. Junto a las autoridades civiles y militares –nos aclara- que represen-
taban en la colonia la potestad del Rey, y en cuyas manos descansaba el gobier-
no de los pueblos, ellos se alzaron como personeros de una jerarquía, en la cual,
al par de la Iglesia, las ciencias y las letras tenían su legítima expresión. “Y con
los Obispos la Iglesia toda, representada por los Vicarios y los Curas, y por las
egregias comunidades constituidas en baluarte de la cultura durante nuestro
criollo medievalismo”. (Ibíd., 115).
Unos y otros –continúa diciendo- riegan en el ambiente de la época la semilla
de las artes y de las letras; al calor de sus manos, el barroco se transforma en la
facha- da de los templos y en los místicos retablos; bajo su dirección, el pueblo
educa el gusto por el arte musical. Unos y otros sirven de contrapeso a los
abusos de las autoridades y remedian, con la persuasión y el castigo oportunos,
las costumbres de grandes y pequeños. En pleno ejercicio de sus altas funcio-
nes jerárquicas, los Obispos asumieron la supervigilancia del medio social y sus
Juan José Lugo Escalona
OCTAVO TAPIZ:
El meritorio concurso, aunque indirecto, con el cual los corsarios
contribuyeron a la formación del espíritu de la nacionalidad es el tema de este
octavo tapiz: “Sin las naves que aquellas nobles potencias protegían y enviaban
para asolar las costas de la América española, hubieran carecido estos pueblos
de oportunidad para estrechar sus fuerzas y para medir sus recursos bélicos.”
(Ibíd., 121).
Como la política colonial se diluía en un laberinto de emulaciones localistas,
argumenta más adelante, era requerida una fuerza que galvanizara la conciencia
de los pueblos. Y quien habría de creer que durante los siglos XVI y XVII los
Los Arquetipos de la Nacionalidad en Tapices de Historia Patria de Mario Briceño Iragorri
NOVENO TAPIZ:
Trata en este noveno tapiz, lo que Don Mario considera como el mayor entre
los graves yerros de cuantos han sostenido los viejos historiadores de Vene-
zuela y muchos de los modernos, y acaso como el de consecuencias más funes-
Juan José Lugo Escalona
tas en la obra de agrietar nuestro suelo histórico utilizando sus mismas palabras,
aquel que hasta fecha reciente había erigido en artículo inconmovible de la fe, la
ignorancia colonial, lo que califica como una de las mayores atrocidades cometida
por los historiadores románticos enemigos, al explicar los hechos históricos, de
toda razón de orden intelectual y, en cambio sobremanera, propensos a fórmulas
sentimentales.
Al estudiante de historia patria advierte se le ha venido diciendo que durante
la Colonia no existió ninguna forma de instrucción, y que la propia universidad
caraqueña, madre nutricia de la cultura criolla, fue sólo una especie de laboratorio
donde se enseñaba latín para los rezos, y que aquellos que estudiaron la
instrucción colonial para negarla, no la vieron marchar porque no la vieron antes
de marchar, y nombra entre ellos a Don Arístides Rojas, quienes no quisieron,
los ya desaparecidos, y no quieren algunos de los que vinieron después, ver
que si hubo instrucción durante la época colonial, y nos hace una relación de los
colegios y de las escuelas de primeras letras, que se extendieron por todas las
provincias, antes y después de la creación de la Gran Capitanía General de
Venezuela, y que si bien no hubo un florecimiento salmantino de la cultura, ello
no quiere decir que dejase de haber la cultura que era requerida para entonces.
No llegó nuestra enseñanza a un verdadero monumento “gótico”, pero tam-
poco puede decirse que por lo ella edificado, a pesar de ser rebelde el material e
imperfectos los medios de labrarlo, careciese de orden propio a sostener una
bóveda o una ojiva, y pudo sostener sobre sus muros nada menos que la cons-
trucción de una república. Y junto a la obra cultural de las escuelas públicas de
primeras letras y de la cátedra caraqueña de Gramática, los conventos y hospi-
cios existentes tenían abiertos sus claustros para la educación general, acentuó,
y a continuación agrega que en Caracas, las casas de franciscanos, dominicos y
mercedarios, éstos mantenían estudios de Teología, Moral y Filosofía, con diez
cátedras de calidad universitaria a cargo de venezolanos, en su mayor parte, más
cuatro de Latinidad, divididas en sus correspondientes cursos de Retórica y
Gramática. Y al igual de las casas de Caracas, las de Valencia, Coro, Barquisimeto,
El Tocuyo, Guanare, Carora, Trujillo, Maracaibo, Mérida, Cumaná, Margarita y
Barcelona, abrían sus aulas a la enseñanza general de los criollos.
Después de un largo y minucioso análisis sobre la instauración de la instruc-
ción en la época colonial, desde antes de la llegada en 1605 a la ciudad de
Caracas del preceptor Juan de Ortiz Gobante hasta los inicios del siglo XIX, con
Los Arquetipos de la Nacionalidad en Tapices de Historia Patria de Mario Briceño Iragorri
DÉCIMO TAPIZ:
En este décimo tapiz, vuelve la pluma de Don Mario a fustigar la obra de los
hacedores de nuestras historias populares, de cuya labor opina que ha sido una
verdadera lástima el que no se hayan detenido más de lo necesario en ciertas
descripciones del pasado, y en este caso las de Juan de Carvajal, pormenorizadas
en todos los manuales destinados al aprendizaje escolar de la Historia Patria, lo
que ha inducido a los estudiantes a ver a este gobernador como el prototipo de
las autoridades que nos gobernaron durante la Colonia, y para muchos resulta
muy fácil aceptar que todos los gobernadores tenían bajo su mando esclavos
encargados de cortar cabezas, cuando no andaban en perpetua correría con
Alfinger o Spira.
Esta sombría visión de decapitaciones y del continuo correr la tierra en
busca de peligrosas aventuras, aclara, ponen como un sangriento ribete de
crueldad y de incertidumbre en el panorama histórico, y cierra la mente para la
comprensión de la obra cultural realizada por las autoridades coloniales. A los
escolares se enseñan como piezas espantosas en nuestros museos, continúa
diciendo, grilletes y barras de data colonial, sin percatarse de que, para curarles
de espantos, debiera el cicerone explicar como esas modestas piezas de tormen-
to llegaron a crecer durante el curso de la República, hasta tomar proporciones
leviatánicas. En cambio, cuando se ahonda un poco en la investigación de
nuestro pasado, agrega, aparecen aquellos magistrados vestidos de distintos
arreos y subordinados a normas legales que no les permitían los excesos a que
se dieron ciertos conquistadores. Que algunos, muy pocos en verdad, figuren
en nuestros anales como verdaderos energúmenos, cosa que no debería espan-
Juan José Lugo Escalona
tar a los críticos, sobre todo si se considera que su número es demasiado redu-
cido al lado de quienes se comportaron como verdaderos constructores de la
República.
Sin embargo, más adelante reconoce que hubo algunos gobernadores que
hicieron mal uso de la magna autoridad, cosa que entre los humano y lo corriente
no sorprendió ni a los mismo españoles de la época, y que para evitarlo, las
Leyes de Indias erigieron la amenaza de los Juicios de Residencia, especie de
tamiz a cuyo través eran cernidas las acciones del gobernador y de las personas
que habían ejercido autoridad durante su término político, y el tiempo que dura-
ba este proceso era como un verdadero período de penitencia pública; así como
también, la continua amenaza de las apelaciones, impuestas ante la Audiencia
correspondiente y ante el Consejo de Indias.
Así pues, como hasta ahora las historias populares no han logrado ofrecer-
nos la verdad de nuestro pasado, nos aclara que el recuerdo de nuestra época
colonial y de sus autoridades se ha reducido a un ligero esbozo, en el cual sólo
aparecen con relevancia hechos en sí insignificantes como factores de evolu-
ción histórica, así como algunos personajes que aparecen abultados en nues-
tros manuales de Historia, podemos decir que por lo regular son inferiores a
aquellos que dichas historias no nombran, o apenas nombran a la ligera como
Pablo Collado y el Marqués del Valle de Santiago (Francisco de Berrotarán), por
ejemplo; por lo que necesitamos recurrir a los archivos y a las monografías
desprovistas de popularidad, para conocer los verdaderos elementos de nues-
tra Historia y poder reconstruir con ellos las figuras que, a consecuencia de la
imperfección de los papeles que han venido representando, sufren de atrofia o
de amorfia sus respectivas personalidades, y nos presenta dos ejemplos in-
discutibles de uno y otro caso, como son el Rey Miguel y su oscura compañera
Guiomar y el del Capitán General, que renuncia el 19 de abril de 1810, Don Vicente
Emparan.
Y lo más curioso del caso, nos aclara para terminar este tapiz, es el propio
origen del concepto destructor de la Colonia, no son los historiadores de hoy
quienes lo han consagrado, apenas ellos repiten una frase inspirada por el
odio de la lucha por la independencia, sino la misma clase social que se había
alzado altanera, insiste, durante la época colonial y de la cual formaban parte
hombres que tuvieron a orgullo de exhibir las ejecutorias de los abuelos espa-
ñoles, y fue la primera en declarar que luchaba por los derechos que había
cercenado la conquista.
Los Arquetipos de la Nacionalidad en Tapices de Historia Patria de Mario Briceño Iragorri
UNDÉCIMO TAPIZ:
Como maestro de educación integral, Don Mario nos refiere esa otra cultura
colonial, no la artística o literaria, ni la de formas político-sociales, sino a aquella
otrora opulenta agricultura y abundante cría, la cultura agri de los latinos, que
debería ser hoy fuente de perenne riqueza nacional y soporte de nuestra inde-
pendencia económica.
En este tapiz reseña como los capitanes que pacificaron la tierra mientras con
la diestra manejaban el arma apaciguadora, con la otra mano, según mandato de
las regias capitulaciones, iban aventando ricas semillas traídas de otras latitu-
des. Y así llegaron caballos y yeguas, cabras, ovejas y puercas (apareadas como
sobrevivieron durante el diluvio), así como también cebada, viñas y olivares,
higueras, granados y muchas otras simientes que han respondido desde enton-
ces en producir mayores frutos que en España.
Las tribus americanas se mantenía en un grado muy inferior con respecto a
los nuevos señores, nos aclara más adelante, y no eran el maíz y el trigo el pan
adecuado para el sustento de esta nueva sociedad, acostumbrada en la vieja
patria a una mejor clase de alimentos, así escasearan en aquel siglo de necesida-
des y aventuras, ensayando el colono nuevos cultivos, alterando con ellos la
flora tropical, suplantando la espada por la azada a la cabeza de los indios a su
cargo, convirtiéndose en sencillo labrador y pobre aldeano, al concluir la dura
empresa de aquietar a los indígenas, y al lado del conquistador que labra la tierra
transformándola, el misionero alterna su labor evangelizante entre el campo y la
rústica capilla, con su persuasión que no se reduce a enseñar a los bárbaros el
camino de la fe, sino a convencerlos también del trabajo común que, encima de
crear recursos materiales, fomenta una vida de paz y ciudadana.
Con la cría, en su sentido especulativo, y con el beneficio de la nueva agri-
cultura puede decirse, argumenta, que desde los prístinos días de la conquista,
dio el español nueva fase a la productibilidad de nuestro suelo, y preparó con
ello las nuevas formas de nuestro mundo económico, que sirvió de supedáneos
a la propia organización de las clases coloniales, y que originaron las protestas
más tarde elevadas por los criollos contra sistemas que extorsionaban las explo-
taciones agrocomerciales. Y para dar término a este tapiz, nos recuerda que en
nuestro escudo patrio, sin advertir la perdurabilidad del simbolismo hispano,
existen dos emblemas que hablan directamente de la obra opulenta, con la cual
los colonos supieron formar nuestra riqueza territorial: un ágil caballo, de fina
prosapia andaluza, y un haz de áureas espigas, que recuerdan los primitivos
trigales extremeños.
Juan José Lugo Escalona
DUODÉCIMO TAPIZ:
Cómo la nueva sociedad, con el surgimiento de las formas de la cultura
colonial, se irguió hasta bañarse en la luz de la Historia, es el tema que Briceño
Iragorry expone en este tapiz y nos aclare que fue porque la conciencia vigilante
del criollo, lejos de haber permanecido in pace, como han propugnado los que
sostienen que nuestra independencia fue un proceso manumitivo, sintió por el
contrario, en cada nueva ocasión y con más ímpetu, el palpitar de su gravidez
cívica, y como el pueblo colonial logró vencer, en plena dominación española,
de manera violenta si se quiere, sus derechos sociales y, sostiene en sus
argumentos, que antes de la sublevación de Juan Francisco de León, los criollos
habían realizado, de común acuerdo, actos encaminados, utilizando sus propias
palabras, a poner en guarda aquellos derechos.
Más adelante advierte, que otro factor de integración revolucionaria lo pre-
sentó Don Francisco de Miranda, pero el entusiasmo y la perseverancia del
infatigable Precursor terminaron en el fracaso de sus dos expediciones armadas,
sin eco en la conciencia colectiva por la fuerte oposición que le presentó el
mantuanismo, sabedor, según sutil observación de Gil Fortoul, de “que Miranda
expedicionaba con otro inglés, que el resultado inmediato de la expedición sería
la dominación de Inglaterra, y que con ella perderían los criollos su predominio
oligárquico”. (Cita Ibíd., 178).
Asimismo, hace referencia de la repercusión que tenía el fuego de las prédi-
cas mirandinas, que coincidían en su propósito autonómico con los mantuanos
que representaban la conciencia político-económica de la Colonia, y fue a buena
parte distanciarlo para la unificación de la obra cívica, la circunstancia anotada
por Gil Fortoul, de que los llamados “nobles” procuraban, antes que todo, sos-
tener y conservar su hegemonía, pero un sentimiento de lealtad al soberano
disimuló el propósito autonómico de éstos, y al amparo de esta “virtud política”
se expandió el ímpetu subversivo, genuino de ascendencia hispana, y aquí se
revela el juicio inquisitivo como una de las modalidades peculiares de esa época:
la coexistencia en el fondo de la vida social de hechos contradictorios y de
fuerzas desacopladas, que conducen indirectamete al mismo fin.
Así, el movimiento cívico del 19 de abril de 1810 no puede ser considerado
como fruto de una propaganda anti-española advierte sino, muy por el contra-
rio, debe afirmarse, como acertadamente dijo el doctor Pedro Itriago Chacín, que
fue una gloria de España en Venezuela, sin que la de ésta en nada se menoscaba-
se, en el sentido de que fue un resurgimiento, una actuación de aquel espíritu
Los Arquetipos de la Nacionalidad en Tapices de Historia Patria de Mario Briceño Iragorri
hispano, cuyas altiveces han asombrado la Historia. Sin embargo, agrega más
adelante, que con los sucesos del 19 de abril triunfaba un ideal revolucionario a
lo francés y, cuando leyendo las actas de los pueblos que se aunaron al
movimiento de Caracas han encontrado en ellas, admirablemente definida, la
noción de soberanía popular, y más se afianzan en la posible filiación gálica de
los redactores de aquellas.
No negaremos, agrega de seguidas, que cundieran en América la Declara-
ción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, ni que fuera leído por
algunos criollos el trajinado Contrato Social de Rousseau. Pero olvidan ciertos
críticos que anteriormente a la expansión de aquel ideal revolucionario, la con-
ciencia criolla había adquirido firmes lineamientos para la vida civil y que fueron
las clases que mayor pujanza habían alcanzado bajo el antiguo régimen, y los
individuos que habían disciplinado su intelecto en las universidades y en los
estudios conventuales, quienes dirigieron aquella incruenta evolución.
Pero aquellas doctrinas no vinieron a Venezuela entre los libros subverticios
de la Enciclopedia, nos aclara, y muy por el contrario formaban la raíz de la
cultura tradicionalista que los criollos habían alcanzado en los estudios colonia-
les, por lo cual mal hacen quienes al verlas expuestas en la parte motiva de las
actas de las ciudades que se adhirieron la revolución caraqueña, las toman como
un contrahecho de las declaraciones americanas o francesas. Y nada cuadra
tanto, afirma, en la vieja contextura del derecho regio, como las razones expues-
tas en el Congreso Constituyente por el doctor Francisco Javier Yánez, teólogo
de la real y pontificia Universidad de Caracas, en la sesión del 25 de junio. Basta
leerlas para comprender cómo los ilustres fundadores de la república tomaban
fuerza para su alegato separatista, en la robusta armazón jurídica de España.
Y cuando se examine nuestro pasado, dice para concluir este tapiz, sin la
pasión seudo patriótica que guía a algunos historiadores, utilizantes de la His-
toria en medro personal, y se observe la continuidad de la corriente cultural que,
cargada de esperanzas, terminó por reclamar horizontes más anchos para sus
infinitas actividades, bien se verá la extremada puerilidad de los asertos con los
cuales se ha venido desviando para la comprensión histórica la propia concien-
cia nacional; y la independencia, como magistralmente dijo Luís Correa, no será
entonces sino un “incidente inevitable de la pujanza y crecimiento del Munici-
pio que vuelve por sus fueros y sus justicias; y el alma aventurera, tenaz y
enardecida de los conquistadores, reencarna en las huestes capitaneadas por
Bolívar”.(Cita Ibíd., 185).
Juan José Lugo Escalona
DÉCIMOTERCER TAPIZ:
En éste, su último tapiz, da fin a su ensayo histórico con la convicción de que
desde algunos años para acá se ha despertado cierto sentimentalismo colonial
entre las clases cultas del país, y cosa corriente es encontrar hoy (tiempo en el
cual terminó de escribir este libro, 1933), opulentas mansiones que lucen con
orgullo ricos mobiliarios del setecientos. A primera vista, cito sus propias palabras,
dichas casas, con sus faroles antañones y sus vistosos artesonados, amén de
odres y botijos centenarios y de graciosas hornacinas, da la impresión de que
mantuviesen, con la pátina del tiempo, las huellas de las graves pisadas de los
viejos hidalgos que generaron la feliz estirpe. Pero si indagásemos, afirma,
la historia del costoso moblaje, encontraríamos que los floreros han sido recogi-
dos aquí y allá de manos de humildes viejecitas, que los utilizaron como cosas
de poco valor durante muchos años; que los botijos y odres estuvieron en las
cocinas de humildes lavanderas, los “retablos” en el miserable dormitorio de
unas ancianas manumisas, a quienes fueron donados por sus antiguas amas.
Esto es en cuanto a los muebles de legítima procedencia colonial, porque la
mayor parte de ellos han sido labrados, al igual de las casas, por manos de
artífices contemporáneos.
Junto con esta devoción por los objetos antiguos ha aparecido otra, enfatiza,
aún más curiosa y de verdadera inutilidad para la vida práctica, cuando con ella
no se busca la explicación de nuestro fenómeno sociológico: las de la genealo-
gía que intentan regresar a España, por lo que puede deducirse que hay un afán
por hallar entronques con la cultura condenada, y que muchos se sienten felices
por descender de algún hidalguillo colonial, así aparezca lleno de apremios en
los juicios de Residencia. Y todo esto viene a significar, aunque indirectamente,
un verdadero valor en la interpretación de nuestro fenómeno histórico, a pesar
el tinte de manifestación sentimentalista en la cual incurren hasta los mismos
colioniófobos.
Así vemos después cómo el moblaje colonial y las pinturas que exornaron
salas y dormitorios de aquella época, corrieron la misma suerte de la cultura
general, porque la invasión de las modas sucesivas vinieron a suplantarlas,
cayendo en la conciencia adormecida de la multitud indiferente, y en el humilde
simbolismo de floreros, odres y botijos, pasó al estudio de otros muebles más
ricos y suntuosos, y la expansión continua de la vieja cultura que, desde el
Seminario y la Universidad, procuró abarcar el ámbito colonial, una vez destrui-
dos los embelecos de la crítica romántica, muestre a las nuevas generaciones las
fuertes y penetrantes raigambres que alimentaron el árbol de la patria en su lenta
Los Arquetipos de la Nacionalidad en Tapices de Historia Patria de Mario Briceño Iragorri
y porfiada ascensión hacia las regiones de la luz, nos advierte para terminar su
último tapiz-.
EXPLICIT:
Para terminar su libro, Tapices de Historia Patria una de las dos obras
fundamentales para comprender su pensamiento historiográfico, Don Mario
Briceño Iragorri nos explica el por qué y para qué lo hizo: “...en ellos no hay
intento de mentir, y que se tejieron, no para deleitar la vista ni para servir de
adorno en cámaras reales, sino para mostrar en forma burda la verdad de nuestro
pasado”. Cosa que logra en la medida en la cual sus inves- tigaciones y su
empeño por evidenciar un mejor conocimiento de la cultura colonial, lo que sin
duda alguna contribuiría a la nacionalización de un vasto sector histórico, que
ciertos críticos se han empeñado en separar de nuestra historia patria.
Su intento, nos da a entender, es alargar cuanto sea debido –utilizando sus
mismas palabras- la perspectiva de Patria: que ella se vea ancha y profunda en el
tiempo; que se palpe el esfuerzo tenaz que la forjó para el futuro, que sea más
histórica; esto es, que sea más patria, porque para amar a esa patria es indispen-
sable conocer su historia, y para bien amarla en su totalidad hay que conocer la
verdadera historia, esa que parecía mantenerse inédita hasta que estos Tapices
de Historia Patria, si no nos las han dado completa, han conseguido interesar-
nos y hasta obligarnos, por así entenderlo, a seguir los hilos de su investiga-
ción, porque fueron escritos con esa intención y tienen el poder para inspirar-
nos ese hondo sentimiento de devoción por nuestro pueblo, que llevó a su
autor a ofrecérnoslo para exaltar, con el fervor de quien revive cosas olvidadas,
el sentido de nuestra oculta tradición colonial, porque: