Esperanza y Desesperación en Beckett y Adamov
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BECKETT Y ADAMOV
Por
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BERTOLT BRECHT, Stüeke, Aufbaw-Verlag, T. II. Cit. por Use T. M. de Brug-
ger en Teatro Alemán Expresionista. Buenos Aires, La Mandràgora, 1959, p. 145.
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Cit. por H. A. HATZFELD en Superrealismo. Buenos Aires, Argos, 1951, p. 11.
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S
JUAN GUERRERO ZAMORA, Historia del teatro contemporáneo, T . I , p . 6. Bar-
celona, J. Flors, editor, 1961.
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En nota preliminar de: Teatro, T. II: A favor de la corriente. El reencuen-
tro. El ping-pong. Buenos Aires, Losada, c. 1962.
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hubiera podido creer. (Pausa). ¡Pobre Lina! jMira que morir en for-
ma tan boba, debajo de un tren! También tiene ella la culpa, porque
se fue en bicicleta en plena noche. Necesitaba mi medicina, pero toda-
vía hubiera podido esperar unas horas más (Edgar, aniquilado, tamba-
leándose, se apoya con ambas manos en él cochecito. La madre, que si-
gue hablando). Te había escrito. Aquel día precisamente. La carta es-
tará por ahí. ¡ Espera! (La madre se acerca a Edgar y, de repente, se
ríe y, a empujones, lo mete en el cochecito. Edgar, grotesco, forcejea,
las piernas fuera del carrito. La madre, riéndose cada vez más, empu-
ja el cochecito con los pies. El cochecito cruza el escenario de izquierda
a derecha y desaparece entre bastidores)"7.
La imagen es cruel y grosera, tal como Adamov lo pretendía, y
logra una comunicación impactante, directa, sobre el espectador. La
burda simplificación del sometimiento, al hacerse carne en la acción, agi-
ganta la trágica dramaticidad que contiene.
En esta obra puede verse con claridad cómo el tema de la madre
rebasa sus límites para comprender la idea general de la lucha entre los
sexos, la batalla por el dominio sobre el hombre que libra la mujer, y
que incluye también la necesidad de posesión. La más feliz de las Mu-
jeres y La Madre serán una misma y ambas serán las culpables de la
destrucción, supuestamente accidental, de la rival más próxima, no im-
porta si se llama Lina o Luisa.
Porque la novia también es un vehículo de sometimiento, ya que,
en su necesidad de hacerse indispensable para el hombre, tanto más se
acerca a él cuanto más logra empequeñecerlo y, por tanto, despojarlo de
su independencia espiritual.
A la madre y a la novia se suma también la figura dominante de
los padres y, en general, de cualquier tipo de autoridad, sea ésta civil,
militar o eclesiástica.
La imagen física del despojamiento espiritual se concreta bajo dos
formas distintas: por un lado la desnudez, como sucede, por ejemplo, en
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ARTHUR ADAMOV, El reencuentro, Op. eit. p. 77-78.
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su novia, Erna, hubiera podido hacer nada por él. Un simple empujón
basta para hacerlo desaparecer.
Como se puede apreciar, aquí se entrecruzan todos los temas carac-
terísticos de Adamov. El amor de Erna, por ej., que aparentemente po-
dría parecer desinteresado y solícito, no es en realidad tal, sino una
muestra más de la ansiedad de dominio. Cuanto más incapacitado está
el Mutilado, tanto más depende de ella.
Hay además algo que rebasa estos elementos. En La Parodia Ada-
nov había querido demostrar que tanto el hombre que se negaba a la
vida, como el que se sometía beatamente a ella, serían destruidos sin
remedio. Ahora dice: "Yo soy —el Mutilado es— destruido, pero quien
no oye la voz de los Monitores, quien en vez de abandonarse a la auto-
ridad de Arriba, lucha contra las autoridades de Abajo, ése (el Militan-
te), es destruido también"9.
Dentro de este tono y con esa temática generalizada de símbolos fá-
ciles y relativos, el teatro de Adamov, a pesar de su impacto dramático,
tenía un tono general de ambigüedad que falseaba muchos de sus plan-
teos. Para facilitar la claridad de una idea, o de un símbolo, acentuaba
las tintas sobre personajes macabros o, sobre un débil esquema, trata-
ba de representar un hálito de pureza. Por eso en el fondo, y pese a su
originalidad, el diluido contenido de sus obras no puede resistir un aná-
lisis profundo. El mismo reconoce que su defecto estuvo en tomar co-
mo absoluto algo que sólo podría darse en forma relativa: "Miraba el
mundo —dice— a "vista de pájaro", lo cual me permitía crear persona-
jes casi permutables, semejantes entre sí, es decir, marionetas. Creía
partir de detalles muy reales, muy concretos, de conversaciones familia-
res, pero de hecho partía de una idea general que además me convenía:
consistía en creer que todos los destinos son equivalentes y que, o bien
rechazar la vida o bien aceptarla incondicionalmente conduce, de la mis-
ma manera y por los mismos caminos, al fracaso inevitable o a la des-
trucción total... Ahora sé que es mil veces más conmovedor presentar
• Ibid.
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Estr.: Vámonos.
Vlad.: No podemos.
Estr.: ¿Por qué?
Vlad.: Esperamos a Godot.
Estr.: Es verdad 15.
y jamás se resiste ante este poderoso argumento. Buscan elementos pa-
ra distraer la espera, caminar, dormir, ir a hacer sus necesidades, char-
lar, pelear. Cualquier cosa. Pero después de cada pequeño paréntesis,
Godot vuelve a sus labios, lo que hace que Estragón pregunte:
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18
Segundo acto, p. 328.
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10
Primer acto, p. 275.
20
Primer acto, p. 281-282.
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21
S e g u n d o acto, p. 343.
23
GUERRERO ZAMORA, Op. cit. pág. 283.
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mentó? ¿Qué diré mañana, cuando crea despertar de este día? ¿Qué he
esperado a Godot, con mi amigo Estragón, hasta la caída de la noche?
¿Que ha pasado Pozzo, con su portador, y que nos ha hablado? Sin
duda. Pero en todo esto, ¿qué habrá de cierto? (Estragón, que ha in-
sistido vanamente en descalzarse, se ha vuelto a dormir. Vladimiro lo
mira). El no sabrá nada. Hablará de los golpes recibidos y yo le da-
ré una zanahoria (pausa). A caballo sobre una tumba y un parto di-
fícil. En el fondo del agujero, ensoñadoramente, el enterrador prepara
sus herramientas. Hay tiempo para envejecer. El aire está lleno de
nuestros gritos (escucha). Pero la costumbre los acalla (Mira a Estra-
gón). A mí también me mira otro, diciéndose: "Duerme, y no sabe
que duerme"23.
Así transcurre todo, como en un sueño, como en una visión de pe-
sadilla en la que lo único que se mantiene es la espera. No importa si
de Godot o de quién. Y en el fantasmagórico sucederse de las represen-
taciones de esta obra sin par, una y otra vez, día tras día, Estragón y
Vladimiro seguirán esperando a Godot.
Nadie suponía que, después de haber llegado a este punto, Beckett
pudiera seguir escribiendo. ¿Qué podía quedarle por decir si él mismo
había cerrado el camino? Pero el pesimismo de Beckett lo llevaría más
lejos aún, ya que, si en Esperando a Godot reflejaba el estatismo de
la espera, en Fin de Partida y sus siguientes obras sólo retrató, como
ya anticipáramos la detención de la muerte.
Y hasta tal punto esto es verdad, que viene a mi memoria un
cuento, insertado en Woyzeck, la obra más extraña y sorprendente del
alemán Georg Büchner, muerto a los 24 años en 1837. El cuento dice:
"Había una vez un niño pobre que no tenía padre ni madre. To-
do estaba muerto, y no había nadie más en el mundo. Todo estaba
muerto, y entonces se fue y buscó día y noche. Y porque en la tierra
no había nadie más, quiso ir al cielo, y la luna lo miraba con mucho
=:
* Segundo acto, p. 351.
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GEORG BÜCHNER, La muerte de Danton. Leonce y Lena. Woyseck. Buenos Ai-
res, Nueva Visión, c. 1960, p. 138.
28
GUERRERO ZAMORA, Op. cit. pág. 295.
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M
JAN KOTT, Shakespeare hcute. Frankfurt. M. WIEN, ZÜRICH: Büchergilde
Gutcnberg, 1965. La traducción de un capítulo de esta obra que es el que aquí se
cita, se publicó en traducción española bajo el título de "El Bey Lear" y "Final
de partida" en: Primer Acto, nv 69, Madrid, 1965.
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Ib id. pág. 7.
» Ib id. pág. 8.
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GODOT, artistisch oder rcalistisch? Becketts Stück in Heidelberg und Frank-
furt, von Kolf Michaelis. En: Theater heute, Nr. 11, November 1965, págs. 43-45.
Los detalles escénicos que puntualizo son prácticamente una transcripción no
literal de fragmentos (le esta crítica.
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rio circular, el aire del circo, con una escenografía multicolor, alegre,
cálida. El arbolito, en madera rojiza, levantaba su estría hacia el es-
pacio. Estragón vestía un traje de Pierrot estilo Commedia dell'Arte,
con un pullover largo rojo fuego. Vladimiro, metido en un frac estre-
cho tenía debajo un pullover rayado en rojo y blanco, semejante al que
usan los luchadores en las kermeses. En sus pies los largos y puntudos
zapatos del payaso. Ambos realizaron juegos acrobáticos, circenses, a
lo largo de las dos horas y media de la representación. Toda la obra
se convirtió en un show gimnástico, rítmico, hecho por clowns libera-
dos de la fuerza de gravedad.
La puesta mostraba primero a los payasos para luego mostrar en
ellos los hombres que encubrían. Pero, de acuerdo a la crítica, la mar-
cha multicolor, la "alfombra de retazos de escenas alegres" como la
llamó Michaelis, resultó forzada. La soledad de los hombres se perdía
en sus piruetas, sus payasadas eran tan manifiestas que se desvanecía
el sentido trágico-grotesco de la obra. La actividad en su plenitud, en
un alarde de arte, desterró el estatismo y la pieza no logró su objetivo.
En Franckfurt, en cambio, se realizó una puesta realista. La es-
cenografía mostraba una tierra de nadie, desértica, con tonos en blan-
co, gris y negro, que acentuaban la sensación de lo oscuro, triste y frío.
La planta, apenas una estaca gris y pobre, con sus ramas secas cortadas
en la nada, tenía un aspecto calificado por Michaelis de patibulario.
Los personajes, con un vestuario realizado también en blanco, ne-
gro y valores de gris, se sumaban al cuadro, pero haciendo contraste
con él porque corporizaban figuras reales en un escenario estilizado.
Estragón, con sus ropas raídas, tenía casi el aspecto de un trapero, y
Vladimiro parecía un musicante de cafetín fracasado, con su frac es-
trecho del que asomaba, bajo el chaleco grasiento, una camiseta sucia.
Nada en sus vestimentas hacía recordar al payaso. Tampoco en su for-
ma de actuación. Estragón, lejos de ser elástico como el de Heidel-
berg, era un ser vencido, de movimientos torpes y pesados, que acusa-
ba la patética imagen del hombre que sufre y hace sentir y ver el do-
lor de una existencia sin sentido. Vladimiro, con sus pasos cortos y rí-
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