Historia Desde Abajo - Jim Sharpe

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Capítulo 2

HISTORIA DESDE ABAJO

fimSharpe

El 18 de junio de 1815 se libró una batalla cerca del pueblo bel­


ga de Waterloo. Como sabrá cualquiera que h<.lya estudiado la histo­
ria británica, el resultado de esta batalla fue que un ejército aliado a
las órdenes del duque de Wellington, con un apoyo tardío aunque
decisivo de las fuerzas prusianas dirigidas por Blücher, derrotó al
ejército francés mandado por Napoleón Bonaparte, decidiendo así la
suerte de Europa. En los días que siguieron a la batalla, uno de quie­
nes contribuyeron a determinar el destino del continente, el soldado
raso William Whee1er, del 51 regimiento de infantería británico, es­
cribió varias cartas a su mujer:

Ln biltillJa de tres días ha eonclulJp. Estoy S<1no y salvo, qu~ ya es bastante. Aho­
ra, y en cualquier oportunidad, pondre por escrito los detalles del gnm acontecimien.
to, es decir, lo que me fue dado obsen.. ar... La mañana del 18 de junio ;lmaneció so­
bre no~Otros y nos eneontró calados de llovía, entumecidos y tiritando de frío ... El
año pasado me reñiste muchas vece~ por fumar en casa, pero debo decirte que, si no
hubiera tenido nna buena provisión de tabaco esa noche, habría muerto l.

Wheeler continuaba ofreciendo a su mujer una descripción de la


batalla de Waterloo desde una posición peligrosa: la experiencia de

1 The Letters o/Private Wheefe,.1809-1828, B. H. Liddell Hart (ed.) (Londres, 1951),


págs. 168-72.

38
11 j~{(lria desde abajo 39

~(lportar el fuego de la artillería francesa, la destrucción de un cuerpo


de.: coraceros enemigos por una descarga de su regimiento, el espectá­
culo de montones de cadáveres de guardas británicos quemados en
L1S ruinas del castillo de Hougoumont, el dinero saqueado al cadáver
de un oficial de los húsares &anceses, muerto por los disparos de un
miembro del destacamento mandado por Wheeler. Los libros de his­
loria nos dicen que Wellington ganó la batalla de Waterloo. En cier­
lo sentido, William Wheeler y miles como él la ganaron igualmente.
Durante las dos décadas pasadas, varios historiadores que traba­
jaban sobre una gran diversidad de periodos. países y tipos de histo­
ria se dieron cuenta de la posibilidad de explorar las nuevas perspec­
tivas del pasado que les ofrecía.p fuentes como la correspondencia
del soldado Wheeler con su esposa y se han sentido atraídos por la
idea de indagar la historia desde el punto de vista, por así decirlo,
del soldado raso y no del gran comandante en jefe. Del Clasicismo
e.:n adelante, la historia se ha contemplado tradicionalmente como un
relato de los hechos de las grandes personalidades. En el siglo XIX se
desarrolló cierto interés por una historia social y económica de ma­
yor alcance, pero el principal tema de la historia siguió siendo la ex­
posición de la polLtica de las elites. Hubo, por supuesto, cierto mÍme­
ro de individuos descontentos con esta situación y ya en 1936
Bertolt Brecht, en su poema «Preguntas de un trabajador que lee»,
declaraba, probablemente Je la manera más directa hasta el día de
hoy, la necesidad de una perspectiva distinta de lo que podría califi­
carse de «historia de las personas principales» 2. Pero quizá sea justo
decir que una afirmación seri<.l de la posibilidad de convertir en reali­
dad esta opción no llegó hasta 1966, cuando Edward Thompson pu­
blicó en The Times Literary Supplemettt un artículo sobre «La historia
desde abajo)) 3, A partir de ese momento el concepto de historia des­
de abajo se introdujo en la jerga común de los historiadores. En
1985 se publicó un volumen de ensayos titulado History }1-om Below 4,
mientras que en 1989 una nueva edición de un libro dedicado a la

l Bertolt Brecht, Poemr, John Willet y Ralph Manheím (eds.) {Londres, 1976),
pág~. 252"3.
l E. P. Thompson, «History frum Below», The Times Lilr'rary Supplernent, 7 abril
1966, págs. 279·80. Pilra un análi~i~ del trasfondo de las ideas de Thompson, ver Harvey
J. Kaye, The Brilfsh Marxist HlStorians' an Introductory Ana~~'W (Cambridge, 1984) [hay ed.
caSL, Los hú/oriadorcs manmtas britámcos: 1m {Jnrílisú fnlfIJductorio, Zaragoza, 1989].
4 History Irom Below. Stud,es ltI Popular Prolesl and Popu.lar Ideolog\', Frederick
Kantz (ed.) (O:dord, 1988). Se trata de ]a eJición inglesa de una colección publicada
primeramente en Momreal en 1985.
40 .Tiro Sharpe

historiografía de las guerras civiles inglesas y sus consecuencias titula­


ba un capítulo sobre los últimos trabajos dedicados a los radicales de
esa época <iHi~toria desde abajo,) J. De este modo, en los últimos
veinte años, más o menos, se ha encontrado una etiqueta para esta
perspectiva del pasado que nos ofrecen las cartas de William Whee­
ler.
Dicha perspectiva ha resultado de inmediato atrayente para los
historiadores ansiosos por ampliar [os límites de su disciplina, abrir
nuevas áreas de investigación y, sobre todo, explorar las experiencias
históricas de [as personas cuya existencia tan a menudo se ignora, se
da por supuestLl o se menciona de pasadé1 en la corriente princip<ü de
la historia. Aún hoy, una gran parte de la historia enseñada en Gran
Bretana en cursos preuniversitarios y universidades (y sospecho que
también en instituciones similares de otros países) contempia la expe­
riencia de la masa de la población del pasado como algo inaccesible
o carente de import<lnóa o no consigue conside¡'¡ula como un pro­
blema histórico o, en el mejor de los casos, ve a la gente corriente
como «lino de los problemas que el gobierno ha tenido que afron­
tan> e,. En 1965 Edward Thompson planteó vigorosamente el punto
de vista opuesto en el prólogo a una de las principales obras de la
historia de IngL1tcrra:

Intemo rescatar a la calcc:cra pobre, al l.:iimpe"jnú ludita, al tejedor «anticuado»


que trabaja con un telar m,ml.laL al ,lrtesano «utópico» y ha~t;\ a lo~ seguidores burla­
dos de Joanna Southcott del aire de enorme condesr:endend~ con que los contempb
la posteridad. Sus oficios y tradiciones pueden haber sido agónieos. Su hostilidad a la
nueva incustrinlización fue, tal vez, retrógrada. Su::. ideales (:omunitaristas fueron qui­
zá pur¡l fanl.nsi;1; sus conspiraciones sediciosas, lwsi.)]ementc temet·¡lrias. PelO ellos vi­
vieron en esas épocas de extrema inquietud socia! y nosotros no 7.

Thompson, por tanto, no sólo discernía el proc,lema general de la


reconstrucción de la experiencia de un conjunto de personas «co­
rrientes)., sino que, además, comprendía la necesidad de intentar en­
tender a esta gente en el pasado, en la medida en que el historiador
moderno es capaz de llevar a cabo tal experiencia a la luz de la suya
propia y de sus reacciones personales.

5 R. C. Richardson, Tbe Debate on the En!!,lish Revo!lItioIJ R!?Vút"teJ (Lc.ndres, 1988),


cap. X, «The T wentieth Century: "Hi5tNv from Below").
6 Thompson, (History from BeJovl», pág. 279.
7 E. P. Thompson, The Ma.killg o/ the English Workillg Class (Londres, 1965), págs.
12-1)
11¡,rari a desd~ abajo 41

El objeto de este ensayo será explorar, refiriéndome en la medi­


(1:1 de lo posible a lo que podría considerarse un conjunto de publi­
('adones clave, algunas de las posibilidades y problemas inherentes a
I~\ escritura de la historia desde abajo. Al hacerlo así deberé tener en
('\Ienta dos temas diferentes, aunque en gran medida inextricables. El
p[';mero de ellos es el de introducir al lector en la absoluta diversi­
dad de asuntos expuestos por las obras dedicadas a lo que podría
describirse, en términos amplios, como tratamiento de la historia des­
de abajo. Esta diversidad abarca desde la reconstrucción de las expe­
riencias de los pastores del Pirineo en la Edad Media a las de los an­
cianos que trabajaron en la industria, cuyos recuerdos constituyen la
materia prima de la historia oral. El segundo es el de aislar algunas
de las cuestiones referentes a pruebas, conceptos e ideología suscita­
das por el estudio de la historia desde abajo. La idea de abordar la
historia de este modo resulta muy atrayente, pero, corno suele ocu­
rrir, la complejidad de los problemas que implica el estudio del pa­
sado aumenta con más rápidez de lo que podria parecer a ~rimera
vista.

La perspectiva de escribir la historia desde abajo, de rescatar las


experiencias pasadas de la mayoría del olvido total por parte de los
historiadores o de lo que Thompson denominaba «el aire de enorme
condescendencia de la posteridad» es, pues, muy atractiva. Pero.
como ya he insinuado, el intento de estudiar la historia de esta mane~
ra implica ciertas dificultades. La primera se refiere a las pruebas,
Basta con leer el estudio de Thompson sobre los arios de formación
de la clase trabajadora inglesa para darse cuenta de que, al margen
de las críticas que se puedan plantear a su interpretación dd tema,
no hay muchas duda,s de que el material en que se basa constituye
un cuerpo de fuentes masivamente amplLo y rico, Sin embargo, por lo
general, cuanto más atrás se remonten los historiadores en la recons­
trucción de la experiencia de las clases bajas.. tanto más se reducirá el
. ámbito de las fuentes disponibies, Según veremos, se ha realizado un
trabajo excelente con materiales como los que quedan de periodos
antiguos, pero el problema es bien real: antes de los últimos años del
siglo XVlU escasean los diarios, memorias y manifiestos políticos a
partir de los cuales poder reconstruir las vidas y aspiraciones de las
clases bajas, con 1a excepción de unos pocos periodos (como las dé­
cadas de 1649 y 1650 en Inglaterra). En segundo lugar, existen varios
42
Jim Sharpe

problemas de conceptualización. ¿Dónde se ha de situar, exactamen­


te, ese «abaÍo) y qué habría que hacer con la historia desde abajo,
una vez escrita?
Las complicaciones inherentes a la cuestión de quiénes son aque­
llos cuya historia se hace desde abajo queda claramente ilustrada en
uno de los terrenos de crecimiento de la historia social de los últimos
años: el estudio de la cultura popular en la Europa de la Edad Moder­
na. Por lo que yo sé, aparte de considerarla una especie de categoría re­
sidual, ningún historiador ha logrado dar todavía una definición que
abarque plenamente lo que era en realidad la cultura popular en ese
periodo B. La razón fundamental de ello es que «el pueblo», incluso re­
montándonos al siglo XVI, era algo más bien variado, dividido por la es­
tratificación económica, la cultura de sus ocupaciones y el sexo. Tales
consideraciones invalidan cualquier noción simplista de lo que podría
querer decir «abajo) en la mayoría de circunstancias históricas 4.
Igual importancia tiene la cuestión rdativa al significado o propó­
sitos más generales de un tratamiento de la historia desde abajo. Qui­
zá, la mejor manera de il ustrar estos problemas sea referírse a la obra
de los historiadores que escriben desde la tradición marxista o la his­
toria de las clases trabajadoras en Gran Bretaña. Como es obvio, la
contribución de los historiadores marxistas ha sido enorme, tanto
aquí como en otros países: de hecho, cierto fílósofo marxista ha afir­
mado que cuantos escrÍben historia desde abajo lo hacen a la sombra
de las ideas marxistas de la historia lO. Aunque tal pretensión pueda
parecer un tanto exagerada, debemos reconocer la deuda de los his­
toriadores sociales con las ideas de Marx y los historiadores marxis­
tas y, desde luego, no tengo la intención de unirme a la tendencia ac­

~ Ver, por ejemplo, las considef<1ciones de Peter Burke, Popular Cultl.m'!tl E,Ir~)!

Modern Europe ¡Londres, 1978), púgs. 23-64 [hay ed. cast., La mltura popular en Id Eu­
ropa modernd, Alianza Editorial, Madrid, 199 t]; y Barry Reay, «IntroJuction: Popular

Culture in Early Modern England", en Popular Culture itl Sev(:/;teenth Century England,

B. Reay (ed.) (Londres, 1985). ­


~ Una manera de acometer el problema es examinar la experiencia de distintos
sectores de las clases bajas. a veces mediante el estudio de casos aislados. Dos obras
que recurren a este planteamiento y constituyen importantes eontribuciones a la his­
toria desde ahajo, son; Natalie Zemon Davis, SCJCie(v and Culture in Early Modem Fran­
ce (Londres, 1975) y David S,lbean, Power in the Blood: Popular Culture and Vdlage Dis­
course in Earl-.,' Modem Germany (Cambridge, 1984).
10 Alex (~Il!Jinicos, The R(!Vo¡utionri~' ,deas o/Karl Marx (Londres, 1983), pág. 89.
Por otra parte, habría que señalar que n~ hay razón para que un enfoque marxista no
genere una «historia desde arriba" auténticamente eficaz; ver los comentarios de
Perry Anderson, Litleages 0./ the Ahwlutut Sta/e (Londres, 1979), pág. 11 [hay ed. cast.,
El estado absolutista, Madrid, 1989~].
1I i~toria desde ab,ljo 43

1II<llmente en boga de execrar una de las tradiciones intelectuales


más ricas del mundo. No obstante, podría parecer que, antes de que
IIITOS autores que escribían desde rradiciones diferentes sugirieran la

;ilTIplitud de temas que podría estudiar el historiador social, los histo­


riadores marxistas habían tendido a restringir el estudio de la historia
desde ahajo a los episodios y movimientos en los que las masas em­
prendían una actividad política abierta o se comprometían en terre­
nos de desarrollo económico muy conocidos. Aunque habría de ir
más allá de estas limitaciones, el punto de partida del ensayo publica­
do por Thompson en 1966 fue en gran medida éste mismo. El tras­
londo histórico de esta corriente de pensamiento ha sido descrita
más recientemente por Eric Hobsbawm. Hobsbawm mantenía que la
posibilidad de lo que él denomina (,historia de la gente corriente) no
era una auténtica evidencia antes de 1789, poco más o menos. <,La
historia de la gente corrience en cuanto terreno específico de estu­
dio», escribía, «comienza con la de los movimientos de masas en el
siglo XVTIL.. Para el marxista, o más en general, para el socialista, el in­
terés por la historia de la gente corriente se desarrolló al crecer el
movimiento de los t1-abajadores». Según continuaba señalando, esta
tendencia <dmpuso unas anteojeras bastante eficaces a los historiado­
res socialistas» 11.
A algo parecido a esas anteojeras aludía un libro publicado en
1957, que muy bien podrLa haberse subtitulado <da irrupción de la
clase obrera inglesa»: la obra The Uses of Literacy, de Richard Hoggart.
Al analizar las- distintas maneras de abordar el estudio de la clase tra­
bajadora, Hoggart aconsejaba cautela a los lectores de la historia de
los movimientos de la clase obrera. La impresión que gran parte de
estas obras históricas dejaban en Hoggart, como en muchas otras per­
­

sonas, era «que sus autores exageran el lugar de la actividad política


en la vida de los trabajadores y no siempre tienen una idea adecuada
de lo que es corriente en esas vidas» 12. En 1966 Thompson observa­
ba un cambio de rumbo en los antiguos intereses de los historiadores
del mundo obrero por las instituciones trabajadoras y los dirigentes e
­
­
ideología autorizados, aunque también advertía que este proceso ten­
día a privar de una parte de su coherencia a la historia de los trabaja­

1I E. J. Hobsbllwm, ,¡History from Below-Some Reflections», en HÚ/0ry Irom Be­


!ow, ed. Krantz, pág. 1.5.
12 Richard Hoggart, [he [)ses 0./ Literacy: Aspecl.í o/ Working-Class Ltj~ with ""pecial
Re./erenu lo Publications al".d Enterlainmenls (Harrnondsworth, 1958), púg. 15.
44
Jim Sharpe

dores 1). Al escribir a la luz de la posterio r expans ión de la historia


del mundo obrero, Hobsba wm pudo hacer coment arios más centra­
dos sobre este punto. El problem a (según daba a entend er Hoggar
t)
era que los historia dores del movim iento obrero, marxistas o no,
ha­
bían estudia do «no cualqui er tipo de persona s corrientes, sino aque­
llas que podrían conside rarse antepas ados de dicho movimiento:
no
los trabajad ores en cuanto tales, sino más bien, los cartistas, los sindi­
calistas o los militantes obreros». La historia del movim iento obrero
y
otros procesos institucionalizados, declaraba, no debería «sustitu
ir a
la historia de la gente corriente» 14,
Otra limitación que la tendenc ia princip al de la historia del mun­
do obrero impone a la historia desde abajo es la de restringirla a
una
época. Los lectores del primer ensayo de Thomp son y de la última
aportac ión de Hobsba wm podrían quedars e fácilmente con la impre­
sión de que (a pesar de las intencio nes de ambos autores) la historia
desde abajo sólo puede escribir se para periodo s posterio res a la
Re­
volució n francesa. Hobsba wm, según hemos señalado, pensab a
que
el desarro llo de los movimientos de masas a finales del siglo XVIl! fue
lo primero que puso sobre aviso a los estudio sos acerca de la posibi­
lidad de escribir historia desde abajo y afirmó a continu ación que
«la
Revolución francesa, especia lmente desde que el íacobin ismo fuera
revitalizado por el socialismo y la Ilustrac ión por el marxismo, fue
el
banco de pruebas de este tipo de historia». Al pregun tarse un poco
más adelant e (.;:por qué han surgido modern amente tantas obras
de
historia sobre gente corrien te a partir del estudio de la Revolu ción
francesa», Hobsba wm citaba la acción de masas del pueblo y los
ar­
chivos creados por una «vasta y laboriosa burocraci~» que docume

taron las acciones de la gente corrien te y posteri orment e se dedica­
ron a clasificar y arcbiva r sus informes ~<en provech o del historiador».
Esta docume ntación resultó ser un rico filón para posterio res investi­
gaciones y fue también, según señalaba Hobsba wm, «agradablemen
­
te legible, a diferencia de los garrapa teados manusc ritos de los siglos
XVI o XVII» 15.

u Thornpson, «Hisrory frorn Be!ow,), pág. 280.


14 Hobsbaw rn, «Sorne Refleetions»), pág. 15.
1~ ¡bid, pág. 16. A pesar del esceptici smo perceptib le
en tOrno ¡] la singulari dad
de la contribuc ión de los hisroriadores de la Revoluci ón francesa,
está claro que las
obras basadas en esre periodo han interveni do de manera sustancia
l en la creación
de! canon de la hjsloria desde abajo, desde estudios tan pioneros
como el de Georges
Ldebvre , Les Paysan.r du Nord (París, 1924) y Le gmnde petó,. de 1798;
les foules révoltó-
11 [\Loria desde abajo 45

Sin embarg o, la historia desde abajo no tiene coma tema la histo­


I';l política modern a más conocid a tratada por historia dores incapa­
¡ l'S de afronta r los retos de
la paleografía. De hecho, aunque el con­
n'pto de historia desde abajo fue desarro llado fundam entalm ente
por historia dores marxistas ingleses que escribía n dentro de los lími~
[l'S cronoló gicos tradicio nales de la historia
del movim iento obrero
hritánico, el libro que ha recurrid o a esta perspec tiva del pasado y
ha
I'roduc ido, quizá, el impacto más amplio fue escrito por un estudio
so
francés y tiene como tema una comun idad rural pirenaica en la Edad
Media. La obra Montaillou, de Emman uel Le Roy Ladurie , publica
da
Ilor primera vez en Francia en 1975, disfrutó de mayor atenció n,
me­
jor venta y un número de lectores más amplio que la mayoría
de
obras de historia medieval 1{,. Como es natural, se ganó algunas críti­
l'<.ls de la comuni dad erudita y la metodo logía y tratami ento de
las
fuentes de Le Roy Ladurie han suscitad o ciertos interrog antes 17.
Los
historia dores que trabajan desde abajo deben, por supuest o, ser
tan
rigurosos en sus materias como cualqui er otro, pero Montatllou surge
como algo parecid o a un hito en la historiografía escrita desde
esta
perspectiva. Como señalab a su autor, «aunqu e existen extensos estu­
dios históricos sobre comuni dades campesinas, se dispone de muy
poco material que pueda conside rarse testimo nio directo de los cam­
pesinos mismos» lll. Le Roy Ladurie resolvió este problem a basand
o
su libro en las actas inquisitoriales levanta das por ]acques Fournie
r,
obispo de Poitiers, durante su investigación de un caso de herejía
en­
tre 1318 y 1325. A pesar de los inconve nientes , Montaillolt demost

no sólo que la historia desde abajo podía resultar atractiva para
los
lectores en generaL sino también que cierto~ tipos de actas oficiale
s
podían utilizarse para explora r el mundo intelectual y material de
ge­
neracio nes pasadas.
De hecho, los historia dores económ icos y sociales se han ido
acostum brando progres ivamen te a servirse de tipos de docume
nta­

tiol1ncJi,es Armancl Colin, 1988) [hay ed. cast., El gran pánico de 1789.
La Repolución
francesa y (os Crirnpesmos, Barcelona, 1986], hasta la obra más reciente de
Richard Cobb.
16 Publicad o en castellan o como Montaillo
ll, alderJ oCCItana de 1294 a 132~ (Madrid,
1981).
17 Ver, por ejemplo, L. E. Bovie, «Montaillou
Revisired»: Menlaliti and Metodology»,
en: Pathways lo Medif"f)(]¡ Peasants; J. A. Raftis (ed'), (Toronto, 1981),
V R.
the Door oE his Tent: the Fieldworker and the Inquisitor»., en: WritÚ'lg Rosalclo, «From
Culture: tbe poetic.f
and Poli/ies o/ Ethnography,]. ClifEord y G. Marcus (ed.) (Berkeley, 1986).
18 Le Roy Ladurie, Montaillotó, pig. vi.
'6 Jim Snatpe

ción cuya verdadera utilidad como prueba histórica reside en el he­


cho de que sus compiladores no las registraban para la posteridad de
forma deliberada y consciente. Imaginamos que muchos de estos
compiladores se habrían sentido sorprendidos y, quizá, inquietos an­
re el uso dado por los historiadores recientes a C(\SOs judiciales, regis­
tros parroquiales, testamentos y compraventas de fincas rústicas re­
gistradas por ellos. Esta clase de pruebas puede ser un medio
[lpropiado para indagar acdones e iJeils explícitas o suposiciones im­
plícitas y para sumínistr<1r un fondo cuantitativo a las experiencias
del pasado. Según señalaba Edward Thompson:

Se gravaba con impuesws a la población, y quienes so: apropian de las list;lS dI' im­
¡JJ\::SWSpor fuegos no son los hi:::tori\.\dores de 1" trinutadón sino los de 1" demografía,
Se imponían diez:nos ~ las perSOnas, y los registros son ucilÍziHlos como prucbn por los
historiadores de la demogrnfía. Las personas eran apnrCefúS con~uetudinarios o enlí¡eu­
tieos: sus arriendos se inscribí"n v pre~cntHh,m en los rC!J;[SIWS Jd trioun¡d scilmial; ',\
estas fuentes fundamentales se d:rigcn los historiadores una y otra vez, huscnndo no
sólo nuevas pruebas SiDO nn di;il'1go ten .. J que plaJ~tcan :ln.:guiltas [j1Jt:Vi.l~ jI).

Según sugiere esta cita, los materiales son muy variados, En oca­
siones, como sucede con las fuentes en que se ha basado Montaillou,
permiten al historiador acercarse a las palabras del pueblo casi tanto
como una grabación magneLOfúnica de un historiador oral. La histo­
ria oral ha sido muy utilizada por los historiadores que intentan exa­
minar la experiencia de la gente común, si bien, por supuesto, no
existe un motívo evidente para 4ue el historiador oral no registre los
recuerdos de duquesas, millonarios y obispos, tanto como las de mi­
neros y obreros industriales 20. Con todo, el historiador oral se en­
cuentra con problemas obvios al tnltar con personas que o bien mu­
rieron antes de recogerse sus palabras o cuya memoria no se ha
transmitido a sus sucesores, y el tipo de testimonio directo que le es
posible obtener no e::>tá al alcance Je los historiadores de periodos

JQ E. P. ThompsoD, The Pover:y o/ rheory and Olha Essavs (Londres, 197R), r~gs.
21 <;-20 [":1aY <'J, cast., Múeda de la leona. Barcelona. 1981]. Para un análisi5 mis J.IJ'plio
de los tipos d~ registros en que podría basar~e la hisLOria desde abajo para Inglaterra,
ver Abn !'.lad<lt!anc, Satah H¡¡rrison y Charles JMdine, Keco1/stmdiIJg Histon"cal Com.­
tl1U!ltties !Cambridge, 1977),
10 L:;. lectura de las (anticuas infurmaciones suminiStradas por la obra eE desarro­
oi
llo contenida en Oral History' ¡he jOllrnat the Oral Hlstory Socicty, aparecida desde
1972, p<>rmite hacc:-se idea del tipo de ;.ireas lemáticas cubiertas por los historiadores
orales.
47
11(~I(lria desde abajo

Ill<lS antiguos. Pero, en cambio, según he indicado, hay fuentes que


l'lTmiten a \os historiadores dt: esus perioJos aproximarse a las expe­
I il'ncías de las clases inferiores,
Le Roy Ladurie se si:cvió de una de ellas: las actas de Jacques
hmrier. Otra obra que muestra cómo pueJe utilir;arse este tipo de
Il.'gistro s legales para un tipo de historia desde abajo bastante di s­
nnll\ apareció en 1976, al publicarse la obra de Carla Ginzbur,g Le
Imrnagie { verml 2J • El ubjetivo de Gillzburg no era reconstruir la
!I1cntalidad Yforma de vida de una comunidad rural, sino indagar
l'l mundo intelectual Y espjritua~ de un individuo, un molinero Ila­
lJlado Domenico ScanJella (apodado Mcnocchio), nacido el 1532 Y
que ViVlÓ en Friul, en el nordeste italiano. Menocchio se indispuso
nlil la Inquisición (fue finalmente ejecutado, probablemente el
1600) Y la voluminosa documentación que trata de su caso permi­
lió a Ginzburg reconstruir gran parte de su sistema de creencias. El
libro mismo es una obra notable y el prólogo de Ginzburg ofrece
111l provechoso análisis de los problemas conceptuales y metodoló­

¡.>,ico s planteados por la reconstrucción de la cultura de las clases


inferiores en el mundo preindustrial. En concreto, insistía en que
«el hecho de que una fuente no sea "objetiva" (puestos a ello, tam­
poco lo es un inventarío) no signifka que sea inútiL. En resumen:
se puede dar buen uso incluso a una documentación escasa, dis­
persa y Q3CUra) 77., Y en que el estudio de los individuos con tal
profundidad es tan valioso como los tratamientos globales más co­
nocidos de la historia social. El problema sigue siendo, por supues­
to, el de la tipicidad de dichos individuos, si bien) tratados de ma­
nera apropi2da, esta clase de estudios de casOs puede resultar
inmensamente ilustrativa,
Sin embargo, en sus esfuerzos por estudiar la historia desde aba­
jo, los historiadores se han servido de otros tipos de documentación
oficial o semioficial distintos de una fuente única y rica. Un ejemplo
de ello nos lo proporeíona Barbara A. Hanawalt, que ha hecho un
uso amplio de una de las grandes fuentes relegadas al olvido en la
historia social de Inglaterra: las encuestas judiciales de muertes vio­

21 Hay ed. (ast., El queso'y los gusanos, Barcelor,J, 1981. Otra obra ce Ginzburg:
1'be Night battü'S: \(litchcraÍ! and Agradan CutIS in the Sixteenth and Seventeenth G:ntufin
(Londres, 1983; edición italiana, 1966), muestril Lambién cómo se han d", utilizar las
aeLas inquisitoriales par>'. a~rojar luz sobre las creencias pupulan:s.
n Gintburg, El queso y ¡os gusanos.
48
Jim Sharpe

lentas o sospechosas (coroner!; inquests) para reconstruir la vida fami­


liar campesina 23. Hanawalt mantiene que estos registros están libres
de la tendenciosidad que se da en las actas de los tribunales reales,
eclesiásticos o señoriales y destaca el hecho de que (volviendo a un
tema anterior) los detalles de la vida material y actividades familiares
registradas en ellas son accesorios para el propósito príncipal de las
mismas actas y, por tanto, no es probable que se falseen. Como suele
ocurrir cuaudo se manejan registros oficiales, su mayor utilidad se
manifiesta cuando se emplean para fines en los que jamas soñaron
sus compiladores. HanawaIt utilizó las encuestas judiciales para tra­
zar un cuadro del entorno material, la economía doméstica, las eta­
pas del ciclo vital, las pautas de educación infantil y otros aspectos
de la vida cotidiana del campesinado medieval. En cierto sentido, su
trabajo demuestra una estrategia diversa de la seguida por Le Roy
Ladurie y Ginzburg; pasar por el cedazo un amplio cuerpo documen­
tal, más que construir un estudio de caso basado en una fuente ex­
cepcionalmente rícJ. El r~su¡tado final demuestra cómo es posibl~
utilizar otro tipo disrinto de documentación oficial para construir la
historia desde abajo.
Esta expansión del ámbito cronológico de la historia desde abajo
y el movimiento hacia una ampliación del alcance de los intereses
históricos más allá de las acciones y movimientos políticos de las ma­
sas ha llevado a buscar modelos diferentes de los suministrados por
el marxismo tradicional o el viejo estilo de la historia del trabajo. La
necesidad de mantener un diálogo con los estudiosos marxistas es
esencial, pero sigue estando claro que la aplicación de un concepto
marxista tan básico incluso como el de clase es de problemática apli­
cación al mundo pteindustrial, ya que se hace difícil imaginar una
orientación netamente marxista en un proceso por difamación en el
Yorkshire del siglo XVI o en una cencerrada en el Wiltshire del siglo
XVII. Por desgracia, la búsqueda de un modelo diferente (aunque es
cierto que apenas se ha iniciado) ha conseguido por el momento un
éxito muy escaso. Muchos historiadores, en especial en la Europa

23 Barbara A. Hanawalt, The TleJ that Bound- Peasant FatJulies in Medieval England
(Nueva York y Oxt'ord, 1986). Una exposición más breve de los objetivos de Hana­
walr, en su articulo «Seeking the Flesh and Blood of Manorial Families», ¡oumal of
Medtéval HlstOry 14 (19881, págs. 33-45.
IlhlDria desde abajo 49

I Illltinental, se han inspirado en la escuela francesa de los Annales 24.


No hay duda de que muchas de las diversas obras de escritores que
11':lhajan en la tradición de los Annales no sólo han ahondado nuestro
( (ll1ocimiento del pasado sino que nos han proporcionado además
lllInensas perspectivas metodológÍcas tendentes a mostrar hasta qué
Illtnto se puede hacer un uso Ínnovador de las formas de documenta­
¡'¡(in conocidas y cómo es posible formular nuevas cuestiones acerca
del pasado. Por otra parte, la forma en que los analistas han clarifÍca­
(lo el concepto de mentalité ha resultado de un valor inestimable para
I( lS historiadores que han intentado reconstruir el mundo intelectual
(k, las clases inferiores. Por mi parte, sÍn embargo, creo poder afirmar
qlle la máxima contribución del enfoque de los Annales ha consistido
('11 mostrar cómo construir el contexto en el que puede escribirse la
Ilistoria desde abajo. Así, por ejemplo, el conocimiento de la tenden­
('ía de los precios del grano en una sociedad dada en un determina­
tln periodo ayuda a suministrar el trasfondo fundamental para enten­
der la experiencia de los pobres; sin embargo, no puede reducirse
llldo a este tipo de pruebas cuantificadas.
Otros han buscado modelos en la sociología y la antropología.
También aquí, en manos hábiles y sensibles, los beneficios han sido
grandes, si bien incluso en tales manos no han desaparecido ciertos
problemas, mientras que, tocados por otras, se han producido algu­
nos desastres. Podría aducirse que la sociología es de gran importan­
cia para los historiador~s de la sociedad industrial, en tanto que algu­
nas de sus hipótesis no siempre han resultado demasiado directamente
aplicables al tipo de microestudio preferido por quienes practican la
historia desde abajo 25. La antropología ha atraído a un grupo de his­
Loriadores que trabajan en temas medÍevales y de la Edad :Nloderna,
si bien los resultados no han estado tampoco aquí exentos de proble­
mas 26. Algunas de las cuestiones han quedado ilustradas en la obra

2'1 La mejor introducción a la obra de esta escuela es Traian Stoinavitch, French


HlStorical Me/hod: the Annales Pal'adigm (Ithaca y Londres, 1976).
2~ Reflexiones de carácter general sobre las relaciones entre las dos disciplinas,
en Peter Burke, Sociology and llistory (LonJres, 1980) [hay ed. cast., Suciología e hISto­
ria, Alianza Editorial, MadrId, 1987] y Philip Abrams, HlStorical Sociology (Shepton
Mallet, 1982).
26 D(lS exposicLones clásicas sobre la importancia de los posibles lazos entre histo­
ria y antropología: E. E. Evans-Pritschard, Anlhropology and Histury (Manchester, 1961),
y Keith Th(lmas, «History and Arnhropology», Past and Presen! 24 (1963), págs. 3-24.
Para una opinión má~ reticente, ver E. P. Thompson, «Anthropology and the Discipline
of Historical Comext», M!dland Hi.rtor)' 3. n~ 1 (primavera 1972), págs. 41·52.
50 Jim Sharpe

de Alan !vlacfarlane sobre las acusaciones de brujería en Essex en la


época de los Tudor y los Estuardo 27, Macfarlane emprendió la tarea
de escribir lo que podría definirse como una histotia de la brujería
desde abajo. Anteriormente Hugh Trevor-Roper había acometido la
interpretación de esta materia desde las personas encumbradas; en su
estudio de la brujería en la Europa moderna, este autor declaraba su
falta de interés por la «mera fe en las brujas: esa credulidad elemen­
tal pueblerina que los antropólogos descubren en todo tiempo y lu­
gar) 28, Macfarlan, en cambio, se sumergió en la «mera fe en las bru­
jas» y publicó un libro que ha constituido un avance decisivo para
nuestra comprensión del tema. Uno de los elementos más Ibmativos
de su proyecto fue la aplicación de estudios antropológicos al mate­
rial histórico. El resultado fue una profundización de nuestra visíón
de la función de la brujería en la sociedad rural y de cómo las acusa­
ciones de brujería tenían su origen casi siempre en un conjunto de
tensiones interpersonales perfectamente perfiladas. Sin embargo, el
enfoque antropológico na ayudó mucho a los lectores a entender
aquellos aspectos más amplios de la cuestión que se salían del ámbi­
to de la comunidad rural: el por qué en 1563 se aprobó en el parla~
mento un estatuto que permitía perseguir la brujería maléfica y por
qué en 1736 se sancionó otra legislación que hacíll imposible la per­
secución legal de la misma. El tratamiento microhistórico propiciado
por los modelos antropológicos puede oscurecer fácilmente el pro­
blema más general de la situación del poder en la sociedad en con­
junto y la naturaleza de su actuación.
En el fondo de nuestro análisis acecha una cuestión fundamental:
¿es la historia desde abajo un enfoque de la historia o es un tipo dife­
renciado de historia? El asunto puede explicarse desde ambas direc­
ciones. En cuanto enfoque, la historia desde abajo cumple, probable­
mente, dos ímportantes fundones, La primera es la de servir de
correctivo a la historia de las personas relevantes, mostrar que (a ba­
talla de Waterloo comprometió tanto al soldado Wheeler como al
duque de Wellington, o que en el desarrollo económico de Gran

n Alan Madarlane, Witchcra}t tn Tt.dor and 5tuart England' a Regionat a1ui Compara­
l/ve Study (Londres, J 970). La obra de Madarlane se deberá leer a una con la de
Keith Thomas, Religion and the Decline o/ Mdgic: Studies in Popular Beltc1.f in Sixteenth
and Seventeenth-Century England (Londres, 1971), obra de más alcance que toma un
buen número d~ ideas de la antropología.
28 H. R. Trevor-Roper, The Etlropean Witch-Cra ..e of ,he Sixteenth and Set-'enteenth
Centuries(Harmondsworth, 1%7), pág. 9.
51
111',I,,¡i;l desde abajo

I\ld:l11a, que en 1815 se hallaba en pleno apogeo, intervino lo que


1'11( 1ll1pSOn ha llamado <da pobre y sangrante infantería de L:t Revolu­
'I(lll industrial, sin cuyo esfuerzo y capacidad no habría pasado de

",.[" una hipótesis no comprobada» 29. La segunda es que, al ofrecer


,",(' enfoque diverso, la historia desde abajo -abre al entendimiento
11I',lórico L1 posibilidad de una síntesis más rica, de una fusión de la
1'I~lorÍ'<1 de la experiencia cotidiana del pueblo con los temas de los
IlpOS de historia más tradicionales. Por otra parte, podría defenderse
'lUlo: los temas de la historia desde abajo, los problemas de su docu­
Illl'ntación y, posiblemente, la orientación política de muchos de
'1IILenes la practÍcan, hacen de ella un tipo de historia diferente. En
1 Il'rto sentido es difícil, por supuesto, trazar una división neta entre

1111 tipo de historia y la manera de abordar la disciplina en general: la

Ilistaria económica, la historia intelectual, la historia política, la histo­


Iia militar, etc., son mínimamente eficaces cuando se confinan en ca­
i:ls herméticamente selladas. Cualquier tipo de historia se heneficia
\le la amplitud de pensamiento del historiador que la escribe.
Parecería, pues, que la historia desde abajo alcanza su maj"or
l.'rcctividad cuando se sitúa en un contextO. De ese modo, en el pri­
Iller número de una publicación dedicada en gran p<ltte a este tipo
de historia, el editorial colectivo de History Workshop Journal declara~
ha: «Nuestro socialismo determina nuestro interés por la gente co~
rriente del pasado, sus vidas, su trabaío, su pensamiento y su indivi­
dualidad, así como por las circunstancias y causas formadoras de su
L'xperieneia de clase», y continuaba diciendo: «igualmente, determina
1;1 atención que prestaremos al capitalismO}> 3D. Según nos recuerdan
eSOS sentimientos, el término (,historia desde abajo» implica de hecho
que hay por encima algo a lo que referirse. Esta hipótesis supone. a
su vez, que, precisamente al tener en cuenta aspectos explícitamente
políticos de su experiencia pasada, la historía de <<la gente corriente~>
110 puede divorciarse de la consideración más <lmplia de la estructura
y el poder social. Esta conclusión nos lleva, por su parte, al problema
de cómo se ha de encajar la historia desde abajo en las concepciones
más amplias de la historia. Ignorar este punto al tratar la historia des­
de abajo o cualquier otro tipo de historia social equivale a correr el
riesgo de una intensa fragmentación de la historiografía e íncluso,

:<) Thompson, «History from Be!ow')o, pág. 280.

30 "Editorial», Htstory Workshop, (1971), pág. 3.

52 Jim Sharpe

quíza, de cierto tipo de antícuarismo de última hora. Los peligros


fueron claramente expuestos por Tony Judt en 1979. No hace falta
compartír por entero la postura de ]ucir para congeniar con su preo~
cupación por «la ausencía de una ideología política en la mayor parte
de la historia social moderna, como tampo<.:o se dio en la sociología
de la que deriva... la historia social, según he insinuado antes, se ha
transformado en una especie de antropología cultural retrospee··
tíva,> .H,
El tipo de historia desde abajo plantea otra cuestión: la de am­
plíar la audiencia del historiador profesional, la de permitír acceder a
la historia a un grupo de nivel profesional más extenso que el com­
puesto por los colegas del mundo académico y sus estudiantes. En su
artículo de 1966 Thompson senalaba que Tawney y otros historiado­
res de su generación mantenían <moa relación participatíva desacos­
tumbradamente amplia con una audienda situada fuera del bosque
de Academm> y lamentaba, como es lógico, que los historiadores más
recientes no se encontraran en semejante situación 32. Esta cuestión
ha sido planteada recíentemente por David Cannadine, que trabaja
desde una posición iJeológica bastante distinta de la de Thompson.
Al observar la expansión masiva de la historia como disciplina unÍ­
versitaria en la Gran Bretaña de postguerra, Cannadinc comenta­
ba que

gran parte de esta versión nueVa y profesional de la historia británica fue completa­
mente ajena a l.ln amplio público profano en b materia, cuando en otras éPOCllS la
satisfacción de su curiosidad por el pasado nacional había sido Ifl función primordial
de la hí!'itoria. Un resultado paradójico de este periodo de expa:J.sión sin precedentes
fue que un número cada vez mayor de ~istoria¿ores académicos escribieron histOrias
más y más académicas leídas en r~alidad por un grupo de personas progresivamente
menor n

Uno de los principales objetívo:s de 4uíenes escriben historia des­


de abajo, sobre todo los que trabajan desde una posición historiográ­
fica de carácter socialista u obrerista, fue intentar remediar esta situa-
II Toby Judt, «A Clown ín Regal Purple: Social His:ory and the Historiam), His­
lory W'orkshop, 0.979), pág. 87
. 32 Thompson, «History from Below», pág. 279.
33David Cannadíne, "Britis!1 Hístory: Past, Present-and FurureJ), FaJ-t and Fresent
116 (1987), pág. 177. El escrito de Cannadine provocó unos «(ComrnentsJ> de P. R.
Coss, \V'iIliam Lamonr y Neil bvans, Pasl and Present 119 (l988), págs. 171-203 Las
opiniones de Laffiont, sobre todo las expresadas en las páginas 186-93, implican una
nueva manera de abordar la historia nacional medían te la historia desde abajo, mien·
53
111',i<'rír. desde abajo

(Illll ampliando su público y, si era posible, proporcionando una ver­


.1011 popular de esa nueva síntesis de nueStra historia nacional cuya

,k~;lparición lamentaba Cannadine. Hasta el momento, sus esfuerzos


11.111 tenido éxito y la historia de los grandes personajes parece ser lo

L lile más agrada al público. El mismo Hobsbawm confesaba su per­


I'Hidad ante el gran número de lectores de biografías de personali­
,I,\(ks polltícas dirigentcs'4.
Aun así, la idea de extender el acceso al conocimiento de nuestro
Il;l,>ado a través de la historia desde abajo sigue resultando atrayente.
No obstante, persiste el peligro de caer en algo parecido a la frag­
Illcntación del conocimiento histórico y la despolitización de la histo­
11;\ que tanto criticó Judt. El interés popubr por la historia desde

,dl,ljO, como sabrá cualquiera que haya tenido que responder a pre­
¡',III1LaS sobre estos temas en las asambleas de la IIistorical Associa­

Ilon, queda restringida a menudo a lo que podría calificarse de una


\'isión elf' «señOff'S y criadOS» dp la mdedad dd pasado y d prohlf'­
lila se agudiza por cíertas características de 10 que en la actualidad

IIOS hemos acostumbrado a describir como historia pública. Ese pun­


III de vista es conscíente de que las personas actuaban en el pasado

de forma distínta (y, por tanto, algo estrambótica) y que la mayoría de


cllas padecía penurias mareriales y soportaba condiciones de escasez,
lo que nos permite comparar 10 ingrato del pasado con nuestras con­
lliciones actuales de mayor comodidad. Pero escasean los intentos de
llevar las cosas más allá o abordar los problemas históricos en un pla­
!la m~y superior al de la anécdota o la experiencia local aislada. In­
cluso quienes poseen una visión más evolucionada del pasado del
pueblo no se han librado de las acusaciones de anticuarismo que los
historiadores académicos lanzan con tanra complacencia contra sus
l1ermanos conceptual o ideológicamente peor pertrechados. Así, Ro~
tlerick Floud, al críticar la postura de un grupo con ideas muy defini­
das sobre la importancia de la historia del pueblo, podía afirmar que
«a veces, en efecto, el estilo del History Workshop ha bordeado el
anticuarismo de izquierdas, la recogida y publicación de episodios
dímeros de la vida de la clase trabajadora» 3'i, Aunque no sea posible

tras que Evans, pág. 197, afirma explícitamente que da historia británica... necesita.
rno[dear~e desde Itbajo y llegar It la comprensión del Estltdo».
3, Hob5bawm, «(Sorne Reflections'~, ?ág. 13.
.)5 Roderick Floud, «Quantítative History and People's Hístory», History Works­

hu!, 17 {1984\, p.ig. 116,


54 Jim Sharpe

congen iar con la direcci ón general del alegato ue Fioud, no es posi­


ble dudar de que ha plantea do un problem a auténtico.
Una respuesta posible a estas críticas es, por supuesto, que mien­
ir
tras cierto «anticuarismo de izquierdas» no haya permiti do constitu
un conjun to sólido de materiales importantes, incluso median te la re­
cogida y publicación de episodios efímeros, no se pueden ahrigar
de~
de una síntesis madura o una vi­
masiadas esperanzas en el desarrollo
sión más amplia y razonable. Otra respues ta, quizá más válida, podría
ser '1ue los estuJio s de casos aislados ti otros similare s pueJeIl con­
ris­
ducir, al contextualizarlos, a algo más significativo que el anticua
mo. En circunstancias apropia das (el ejemplo del estudio de Carla
GiIl:l!JUrg sobre Domen ico Scandella parece suministrLlr un
buen
de la historia desde abajo puede benefic iarse en
ejemplo), el escritor
gran medida de la utilización de lo que los antropó logos calificarían
du­
de descrip ción densa '16. Los historiadores sociales conoce rán, sin
da, el problem a intelectual plante<ldo por tales técnicas: cómo situar
un acontec imiento social en su circuns tancia cultura l plena de modo

que pueda describirse en un pl'ano más bien analítico que merame


puede inveftir se y,
te descriptivo. Pero, como es obvio, este proceso
d de la que se trate, el
una vez lograda Una cumpre nsión de la socieda
o
acontec imiento social o individual aislado [por ejemplo, un moliner
friulano concret o pero bien docume ntado) puede servir para propor­
esa
cionar un sendero que lleve a una compre nsión más profun da de
necesita asumír el concep to semióti co de

sociedad. El historia dor no


cultura defend ido por antropó logos como Clifford Geertz paro apre­
a
ciar la utilidad potencial de esta técnica. Por otra parte, el problem
básico aborda do por Geertz, el de cómo entend er a persona s cultu­
a
ralmen te difc~cntcs de nosotros y cómo traduci r una realidad social
re­
composiciones académicas t:n forma de libros, artlculos o clases,
sulta, sin duda, familiar a quien estudia la historia desde abajo.

Esperemos que las páginas anteriores hayan convencido, por lo


menos, al leGar de que el proyecto de escribir historia desde abajo
de
ha demost rado ser insólitamente fructífero. Ha atraído la atenció n
historiadores que trabJljan en diversas sociedJldes del pasJldo, geográ­
ficamente variadas y situadas, además, en un rimbito cronológico que
cap. 1,
\'e,r Oi(torJ Gcertz. The II'/bpretatiol! o/ Cultures (Nueva York, t (73),
)0

«(Thick Description: Toward an Interpret ative Theory of Cultme» [hay e:ti. ca.~t.. JlIter_

pretaaO'n de las CUltUrdJ; Barcelona, 1988].


55
11 htOl'j¡l desde abajo

­
\';\ desde el .siglo XIII al xx. Estos historia dores proced en de diferen
I,'S países, tradicio nes intelect uales y posicio
nes ideológicas. Al escri­
[,;:. la historia desde abajo, dichos historia dores han buscad o ayuda
vil formas tan variada s como la cuantif icación
asistida por orJena dor
tan
v la teoría antropo lógica y sus hallazgos han apareci do en formas
diferentes como el artículo técnico académ ico y el bestseller. Ha llega­
do el momen to de sacar algunas conclus iones generales sobre los tra­
vi­
h,ljOS llevados a cabo en este fructífero y embrol lado rincón de la
lla de Cho.
Está claro, al menos, que cierto número de historiadores han
la
conseguido superar los considerables obstáculos que obstaculizan
abajo. Más en concret o, Jllgunos estudio ­
práctica de la historia desde
necesid ad de dar un salto concep tual a fin de
'>os han reconoc ido la
pa­
;\mpliar su compre nsión de las clases inferiores en sociedades del
a continu ación realizar con éxito esa hazaña de
sado y han logrado
ual. Edward Thomp son, Carla Ginzbu rg, Emman uel
gimnasia. intelect
y
Lc Roy Ladurie y otros, arranca ndo de diferentes puntos de partida
de de­
apuntan do a objetivos históricos diversos, han sido capaces

mostrar cómo la imaginación puede coiabor ar con la práctica acadé­


parte, la obra de
mica en ampliar nUestra visión del pasado. Por otra
a
estos y otros historiadores ha mostrado que la imaginación históric
concep ciones de
puede aplicarse no sólo a la formación de nuevas
a
los temas de la historia sino, también, a plantear preguntas nuevas
los docum entos y realizar con ellos COSJlS diferent es. Hace dos o tres
es,

década s muchos historiadores habrían negado, por razones evident


la posibili dad de escribir historia seriame nte sobre ciertos asuntos
que ahora resultan familiares: el crimen, la cultura popular, la religión
n
popular, la familia campesina. Desde 1us meJievalistas, gue intenta
reconst ruir la vida de las comun idades rurales, hasta los historia dores
del
orales, gue registran y describ en la vida de generaciones pasadas
historia dores que trabajan desde abajo han mostra do có­
siglo xx, los
IT.O la utilización imaginativa del material de
la fuentes puede ilumi­
nar muchas zonas de la hi.storia que, de: lo contrar io, podrían haberse
visto conden adas a perman ecer en la oscuridad.
Sin embargo, el significado de la historia desde abajo es de una
profun didad mayur Ljue la de proporc ionar simplemente a los histo­
in·
riadore s una oportun idad de mostrar su capacidad imaginativa e
r Jl ciertos grupos so­
novadora. Ofrece tambié n el medio de restitui
ciJlles una historia que podría haberse dado por perdida o de cuya

56
Jim Shal'pe

existencia no eran conscientes. Según hemos observado, la localiza-.


ción inicial de la historia desde abajo en la historia de la Revolución.
francesa o del movimiento obrero británico causa aquí algunos pro­
blemas, pero todavía sigue siendo cierto que los trabajos dedicados al
estudio de las masas en el siglo xvm o a la clase trabajadora de! XIX
constituye algunos de los ejemplos más vigorosos de cómo puede
desvelarse la historia inesperada de sectores enteros de la población.
Los propósitos de la historia son variados, pero uno de ellos consiste
en proporcionar a quienes la escriben o leen un sentimiento de iden­
tidad, una idea de procedencia. En el nivel superior nos encontrarÍa­
mos con el papel representado por la historia en la formación de una
identidad nacional, al ser parte de la cultura de la nación. La historia
desde abajo puede desempeñar una función importante en este pro~
ceso recordándonos que nuestra identidad no ha sido formnda sim­
plemente por monarcas, primeros ministros y generales. Este aspecto
tiene implicaciones ulteriores. En un libro dedicado a la historia de
un grupo que, innegablemente, estaba «abajo» (los esclavos negros de
los Estados Unídos en el periodo anterior a la guerra civilJ, Eugene
D. Genovese señalaba que su principal objetivo era indagar «la cues­
tión de la nacionalidad -de la "idenlidad"- [que] ha acompañado"
la historia afroamericana desde sus inicios coloniales» 17. Una vez
más, como sucedió, por ejemplo, con la obra de Thompson sobre la
clase trabajadora inglesa, es fundamental la utilización de la historia
para ayudar a la propia identificación. Pero debería advertirse que el
libro de Genovese lleva como subtítulo «El mundo que hicieron los
esclavos». Para Genovese, los seres humanos objeto de su estudio,
aunque eran sin duda socialmente inferiores, fueron capaces de cons­
tituir un mundo por sí mismos: de ese modo fueron actores históricos,
crearon historia, y no un mero «problema» que contribuyó a que polí­
ticos y soldados blancos se vieran envueltos en una guerra civil y que
los políticos blancos acabarían por «resolver». La mayoría de quienes
han escrito historia desde abajo aceptarían, en términos generales, la
idea de que uno de los resultados de haber abordado las cuestiones
de ese modo ha sido demostrar que los miembros de las clases infe­
riores fueron agentes cuyas acciones afectaron al mundo (a veces li­
mitado) en que vívieron. Volvemos a la afirmación de Edward

JI Eugene D. Gcnove~e, Roll fordan, Rol!· the Worfd the' Slal-'es MaJe (Londre~,
1975), pág. xv.
Ilr·.I,lfi-d desde abajo 57

I"IH lmpson, para quien la gente corriente no era <<uno de los proble­
III:IS que el gobierno ha tenido que afrontar».
Pero, lamentablemente, hemos de admitir que, aunque esta con-
l ('pción nos ha acompañado durante dos decenios, la historia desde
.lh'ljO ha tenido hasta el momento comparativamente pocas repercu­
·.Iunes en la corriente principal de la historia o en la modificación de
LIS perspectiv~ls de los historiadores que se dejan llevar por dicha co­
Iril.:nte. Contemplando el problema en uno de sus niveles básicos ob­
',l'fvamos que los manuales introductorios a la historia tienen poco
Iple decir sobre el tema. La mayoría de los estudiantes que desean
,l<.... scubrir qué es la historia o cómo se ha de hacer se dirigen aún, o
.,un dirigidos, a una obra que ha quedado ya bastante anticuada, elli­
)11'0 de E. H. Carr What is History? Allí encontrarán una visión más
hien limitada de lo que debería ser la respuesta a esta intrigante cues­
lión. Más en concreto, descubrirán que Carr no tuvo el aliento imagi­
Ilativo de otros historiadores posteriores, por lo que respecta al obje­
lo de la historia, establecido por Braudel y otros escritores de la
primera tradición de los Annales ya antes de que Carr escribiera su lí­
hro. Así, su afirmación de que «el vadeo por César de esa insignifi­
cante corriente del Rubicón es un hecho histórico, mientras que el
paso del mismo río por millones de personas antes o después no in~
teresa a nadie en absoluto» hace pensar que para él no ha existido la
nistoria del transporte, las migraciones y la movilidad geográfica. De
manera similar, sus problemas para aceptar como hecho histórico la
muerte a patadas de un vendedor de pan de jengibre en Staylbridge
Wakes en 1850 (sospecho que el vendedor en cuestión dehió de ha­
ber tenído una visión del asunto más ajustada) demuestra que no ha
considerado la historia del crimen como asunto digno de tratamien­
to >Is. Si se llega a escribir la obra que sustituya a la de Carr como tex­
to b~í.sico de introducción a la historia. es evidente que su autor
deberá adoptar una perspectiva más vasta del pasado, a la luz de la
historia desde abajo y del mayor desarrollo de la historia social en los
últimos tiempos.
Nuestra observación Hnal habrá de ser, por tanto, que, por valio­
sa que pueda ser la historia desde abajo para ayudar a determinar la
identidad de las clases inferiores, deberia salir del gueto (o de la al­
dea rural, la calle de clase trabajadora, el tugurio o el hloque de vi­

.,8 E. H. Carr, What is HzstOlY? (Harffil1ndsworth, 1961), págs. 11, 12.


58
]im Sr.;lrpe

viendas) y ser utilizada para criticar, redefinir y robustecer la corrieo M

te principal de la historia. Quienes escriben histuria Jesde abajo no


sólo nos han brindado un conjunto de obras que nos permite
conocer más del pasado, sino que han dejado claro que en ese mis­
mo lugar hay muchas más cosas que poJrían llegarse a conocer y que
gran parte de sus secretos está agazapada en pruebas aún no explora­
das. ASÍ, la historia desde abajo conserva su aura de subversión. Exis­
te un peligro lejano de que, como suceJió con la escuela de los An­
na/es, llegue a convertirse en una nueva ortodoxia, pero, de
momento, todavia es capaz de hacerle un corte de mangas a la co­
rriente principal. Habrá, sin duda, hisluriaJores, tanto académicos
como populares, que se las ingeniarán para escribir líbros que nie­
guen explícita o implícitamente la posibilidad de una re-creación his­
tórica significativa de las vidas de las masas, pero sus razones para
ello serán cada vez más endebles. La historia desde abajo nos ayuda
a quienes no hemos nacido con una cuchara de plata en la boca a
convencernos de que tenemos un pasado, de que venimos de alguna
parte. Pero, con el correr de los años, tendrá también un papel im­
portante en la corrección y expansión de esa historia política princi­
pal que sigue siendo el canon 3cepwdo en los estudios históricos en
Gran Bretaña,

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