Les Statues Guion

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LAS ESTATUAS TAMBIÉN MUEREN

(Les statues meurent aussi)

FICHA TÉCNICA
Directores: Chris Marker, Alain Resnais y Ghislain Cloquet
Guion: Chris Marker
Música: Guy Bernard
Año: 1953
País: Francia
Duración: 30 minutos

TEXTO del GUION

Cuando los hombres mueren, se vuelven historia. Cuando las estatuas mueren, se vuelven arte.
Esta botánica de la muerte es lo que llamamos cultura.

Es porque la sociedad de las estatuas es mortal. Un día, sus rostros de piedra se desmoronan y
caen a la tierra. Una civilización deja atrás de sí estos rastros mutilados como Pulgarcito deja sus
guijarros.

Pero la historia lo ha devorado todo. Un objeto muere cuando la mirada viva que lo recorre
desaparece. Y cuando nosotros desaparecemos, nuestros objetos quedarán en el lugar donde
dejamos las cosas negras: el museo.

Arte negro, lo miramos como si su razón de existir fuera el placer que nos da. Las intenciones del
negro que lo creó, las emociones del negro que lo mira, todo eso nos es ajeno.

Como están escritos sobre madera, pensamos que sus pensamientos son estatuas y encontramos
lo pintoresco ahí donde el miembro de la comunidad negra ve el rostro de una cultura.

Es su sonrisa de Reims la que ella mira. Es la señal de la unidad perdida donde el arte era
garantía del acuerdo entre el hombre y el mundo. Es señal de esa gravedad la que la lleva, más
allá del mestizaje y las galeras de esclavos, esa antigua tierra de los ancestros, África.

Esta es la primera división de la Tierra. Este es el feto del mundo. Esta es África en el siglo 11.
En el 12. El 15. El 17. Época tras época, mientras su forma se expandía, África ya era tierra de
enigmas.

El negro ya era el color del pecado. Historias de viajeros hablaban de monstruos, llamas,
apariciones diabólicas. Los blancos ya proyectaban en los negros sus propios demonios como
una forma de salir de ellos. Y aún así, al superar desiertos y bosques, que él creía colindaban con
el reino de Satán, el viajero descubrió naciones, palacios.

¿Qué canción arrulló a esta princesita? ¿Esta pequeña naranja maduró en las cuevas de Benín?

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¿Qué culto presidía sobre esta pequeña república nocturna? Ya no sabemos. Estos grandes
imperios ahora son reinos muertos para la historia. Contemporáneos de San Luis, de Juana de
Arco, nos son más desconocidos que los de Sumeria y Babilonia. En el último siglo, las llamas
de los conquistadores hicieron de este pasado un enigma absoluto.

Negro contra negro, batallas negras en la noche del tiempo, ese hundimiento nos ha dejado sólo
este hermoso y desnudo naufragio que interrogamos. Pero si su historia es un enigma, sus formas
no nos son extrañas.

Como los Frijios, los monstruos, el Atrides con armadura de Benin, todas las vestimentas griegas
portadas por gente de una secta. Acá están sus Apolos de Aifé que nos habla en una lengua
familiar. Y es justo que los negros sientan orgullo de una civilización tan antigua como la
nuestra, sin bajar la mirada vacía.

Pero esta hermandad en la muerte no nos basta.

Es mucho más cerca de nosotros donde encontraremos el verdadero arte negro,que nos intriga. El
enigma comienza ahora mismo, acá, con este arte pobre, el arte de la madera dura,
con este plato de adivinación, por ejemplo.
No nos es muy útil llamarlo un objeto religioso en un mundo donde todo es religión, ni hablar de
un objeto de arte en un mundo donde todo es arte.
Acá el arte comienza con la cuchara y termina en la estatua. Y es el mismo arte. La sabiduría en
arte y el ornamento de un objeto útil como el apoya-cabezas y la belleza inútil de la estatua
pertenecen a dos órdenes diferentes. Acá, esa diferencia desaparece al acercarnos. Un cáliz no es
un objeto de arte, es un objeto de culto. Esta copa de madera es un cáliz. Acá todo pertenece a un
culto. Culto del mundo. Cuando hace que la silla descanse en pies humanos, el negro crea una
naturaleza en imagen suya. Por eso, todo objeto es sagrado, porque toda creación es sagrada.
Recuerda la creación del mundo y la continúa. La actividad más amplia coopera con el mundo
como un todo, donde todo está bien. Donde el hombre afina su reino sobre las cosas al dejar su
marca -a veces su rostro- sobre ellas. Formas animales como la que hay sobre esta rueca para
tejer, formas de plantas como las que hay en estas cajas ornamentadas, toda la creación se mueve
en formación bajo los dedos del artista negro. Dios le mostró el camino, él imita a Dios y así es
como inventa al hombre. Guardianes de tumbas, centinelas de los muertos, guardianes de lo
invisible, las estatuas de estos ancestros no están hechas para el cementerio.
Ponemos rocas sobre nuestros muertos para que no puedan escapar.
Los negros los mantienen cerca para honrarlos y aprovechar su poder, en una canasta rebosante
de sus huesos.
Los muertos son los poseedores de toda la sabiduría y toda la seguridad. Son las raíces de los
vivos. Y su cara eterna toma, a veces, la forma de una raíz. Estas raíces florecen. La belleza
involuntaria de animales y plantas brillan en el rostro de una niña. Y podemos interpretar esa luz
como una sonrisa, o su brillo como una lágrima, y sentirnos emocionados, con la condición de
saber que estas imágenes nos ignoran, que son de otro mundo, y que nada tenemos que hacer
en esta reunión de ancestros que no son nuestros ancestros.

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Queremos ver sufrimiento, serenidad, humor, cuando nada sabemos. Colonizadores del mundo,
queremos que todo nos hable: las bestias, los muertos, las estatuas. Y estas estatuas son mudas.
Tienen bocas y no hablan. Tienen ojos y no nos ven.

Y no son tanto ídolos como juguetes, juguetes serios sin más valor de lo que representan.
Hay menos idolatría acá que en nuestras estatuas de santos. Nadie adora a estos muñecos
severos.

La estatua negra no es el Dios, es la oración. Oración de maternidad, por la fertilidad femenina,


por la belleza de los niños, puede cubrirse con ornamentos que tienen el valor de iluminaciones.
También pueden ser rudos, como esta bola terrosa que protege la cosecha, o, incluso, conectada a
la tierra, a la muerte, a través de su forma y de su material.

Este es el mundo del rigor, cada cosa tiene su lugar en él.

Estas cabezas no necesitan causar miedo, necesitan ser justas. Mira con cuidado sus cicatrices,
este campo magnético donde cada forma del cielo y la tierra se encarna.

El objeto no tiene necesidad de existir y servir. Este desborde de creación, que deposita sus
signos como caracoles en la pared lisa de la estatua, es un desborde de imaginación, es libertad,
el girar del sol, nudo florido, curva acuática, división de los árboles, una tras otra, las técnicas se
mezclan, la madera imita sutilmente al tejido, el tejido toma sus motivos de la tierra.
Uno se da cuenta que esta creación no tiene límites, que todo se comunica, y que de sus planetas
a sus átomos este mundo de rigor comprende con sus giros al mundo de la belleza.

Un dios hizo estos gestos. El dios que tejió esta carne les enseñó a cambio a tejer la tela y este
gesto recuerda en cada segundo el tejer del mundo. Y el mundo es la tela de los dioses, donde
recibieron al hombre.

Trata de distinguir acá, cuál es la tierra y cuál la tela, cuál es la piel negra y cuál la Tierra vista
desde el aire, cuál es la corteza del árbol y cuál la de la estatua.

Acá, el hombre nunca está aparte del mundo, la misma fuerza nutre cada fibra. Esas fibras, entre
las cuales el mayor sacrilegio, cuando levantó la falda de la Tierra, descubrió... la muerte.

Mascara de bestia. Mascara de hombre. Máscara que participa de bestia y humano. Máscara casa.
Máscara rostro. Pierrot de los ríos. Arlequín del bosque. Estas máscaras combaten la muerte.
Descubren lo que ella quiere esconder. Por la familiaridad con la muerte lleva a la domesticación
de la muerte, al control de la muerte a través de conjuros, a la transmisión de la muerte, a
encantar la muerte con los caracoles mágicos. Y el hechicero captura en su espejo las imágenes
de este país de la muerte, a donde uno va cuando pierde su memoria. Pero, triunfante con el
cuerpo, la muerte nada puede hacer contra la fuerza vital repartida por todos los seres y que
componen su doble. Durante la vida, este doble a veces toma la forma de la sombra o del reflejo
en el agua y más de un hombre se enfada si le pegan ahí.

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Pero la muerte no es sólo algo que uno tolera, es algo que uno da. Acá está la muerte de un
animal. ¿A dónde se ha ido la fuerza que habitaba esta mano? Ahora está libre. Vagabundea.
Atormentará a los vivos hasta que retome su apariencia anterior. Para esta apariencia se hace
el sacrificio de sangre. Y esta apariencia es la que aparece retratada en estas metamorfosis
legendarias para apaciguarla hasta que estos rostros ganadores terminen de reparar el tejido del
mundo. Y luego, a su vez, mueren. Clasificadas, rotuladas, preservadas en el hielo de vitrinas y
colecciones, entran a la historia del arte, paraíso de las formas donde se establecen las relaciones
más misteriosas. Reconocemos a Grecia en una vieja cabeza africana de 2000 años; a Japón en
una máscara de Logoué; incluso India; ídolos Sumerios; nuestro Cristo Romano; o nuestro arte
moderno.

Pero al mismo tiempo recibe este título glorioso, el arte negro se vuelve una lengua muerta y lo
que nace encima de su muerte es la jerga de la decadencia.
Sus requerimientos religiosos seguidos de requerimientos comerciales. Y dado que el comprador
es blanco, y que hay mayor demanda que oferta, dado que es necesario ir rápido, el arte negro se
vuelve artesanía autóctona. Replicas cada vez más degradadas de las hermosas imágenes
inventadas por la cultura africana se fabrican. Acá, el pueblo se vulgariza, la técnica se
empobrece. En el país donde cada forma tenía un significado, donde la gracia de una curva era
una declaración de amor al mundo, uno se acostumbra al arte del bazar.

Estas joyas falsas, que los exploradores ofrecían a los salvajes para satisfacerlos, terminan siendo
devueltas a nosotros por los negros. La belleza particular del arte negro es reemplazada por una
fealdad general.
Un arte donde los objetos se vuelven decorativos, un arte cosmopolita.
Un arte del florero, del pisa-papeles y un guardaplumas de recuerdo, donde se ve, claramente,
la Torre de Babel.
También un arte de retratos. Y por lo tanto incapaz de expresar lo esencial, el escultor busca un
parecido. Le enseñamos a no tallar más allá de la punta de su nariz.
Pero eso que hacemos desaparecer de Africa no cuenta de mucho entre nosotros comparado con
lo que nos espera. Es porque somos los marcianos de Africa. Desembarcamos de nuestro planeta
con nuestra forma de ver, con nuestra magia blanca, y con nuestras máquinas. Curamos al negro
de sus enfermedades, es verdad. Lo infectamos con las nuestras, también es verdad.

Quién gana y quién pierde en el intercambio no ha sido de ningún interés. La magia creada para
protegerlos cuando mueren por su cuenta es inútil cuando mueren por nuestra cuenta. Contra el
paraíso cristiano y la inmortalidad laica, el culto de los ancestros se evapora, el monumento a los
muertos sustituye a la estatua funeraria.

Todo esto dominado por los blancos, que ven las cosas desde lo alto, que se elevan sobre las
contradicciones de la realidad.

Desde estas alturas, Africa luce ordenada, rica, cubierta de gente de ciudades modernas, llenas de
igloos de concreto como glóbulos blancos de civilización.
Desde esa alturas, Africa es un maravilloso laboratorio donde es posible prefabricar parcialmente
la clase de negro bueno que los blancos buenos sueñan.

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Luego todo este aparato protector que dio sentido y forma al arte negro se disuelve y desaparece.

Son los blancos quienes quieren tomar el rol de los ancestros. La verdadera estatua para
protección, exorcismo y fecundidad es, por lo tanto, su silueta.

Todo se une contra el arte negro. Atrapado en una encrucijada entre el Islam, enemigo de las
imágenes, y el Cristianismo, quemador de ídolos, la cultura africana colapsa.

Para levantarla de nuevo, la iglesia intenta un mestizaje: el arte negro-cristiano. Pero cada una de
las influencias cancela a la otra. Y este matrimonio fallido hace que el catolicismo en Africa
pierda su exuberancia, su brillo, todo lo que los negros, y todo el mundo, reconocía en Europa.

El poder temporal practica la misma austeridad.


Todos los pretextos de las obras de arte son remplazados ya sea en el vestir, los gestos
simbólicos, las intrigas, o al hablar.

Uno dice "sí, sí, sí". A veces, uno dice "no"!


Ahí, es el artista negro quien lo dice.
Así aparece una nueva forma de arte: el arte de combate.
Arte de transición para una época en transición.
Arte del presente, entre una grandeza perdida y otra por conquistar.
Arte de lo provisional, cuya ambición no es perdurar, sino ser testigo.

Acá no se posa el problema del tema.


El tema es esta tierra, naturalmente desagradecida, este clima, naturalmente problemático
y en el trabajo, en una escala insospechada, el ritmo de la fábrica confronta el ritmo de la
naturaleza: el encuentro de Ford y Tarzán.

El tema es este hombre negro, mutilado de su cultura y sin contacto con nuestra cultura. Su
trabajo no logra proveer alimento espiritual ni social, trabaja por nada, su recompensa es nada
más que un salario irrisorio.
En este país del regalo y el intercambio, introdujimos el dinero.
Compramos el trabajo de los negros y lo degradamos.
Compramos su arte y lo degradamos.
La danza religiosa se vuelve espectáculo.
Pagamos a los negros para que nos den la comedia de su gozo y su fervor.
Así, al lado del negro-esclavo, aparece otra figura: el negro-títere.
Su fuerza nos sirve, su proeza nos divierte, al mismo tiempo, nos sirve también.

Países con tradiciones racistas consideran sumamente natural el confiar a sus hombres de color
las esperanzas nacionales de gloria olímpica.
Pero un negro en movimiento sigue siendo arte negro.
Y en los deportes el negro puede encontrar, en el mejor de los casos, un buen terreno para
confundir el orgullo del blanco.

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El blanco no siempre aprecia la broma. Pasa que grita “falta” cuando las cosas le resultan mal. Si
un boxeador negro logra derrotar a uno blanco en un país de racismo Hitleriano tratan de hacerlo
caer con golpes de insultos amenazantes y proyectiles.

Y cuando ya no se trata de jugar, cuando los negros, por ejemplo, se unen a las luchas laborales
los golpes de pistolas y bolillos los que rompen las demostraciones.

Este ambiente de amenaza premeditada hace que el artista negro se metamorfosee de nuevo y, en
el ring, o en una orquesta, su rol consiste en devolver los golpes que su hermano recibió en la
calle. Y mira acá, lejos de las apariencias del arte negro: porque el arte de la comunión, el arte de
la invención encuentra lugar dentro de este mundo de soledad y la máquina.

El hombre que había dejado su marca sobre las cosas ahora hace gestos vacíos.
Lo que tenemos es que, desde el fondo de esta soledad se creará una nueva comunidad.
El arte negro fue el instrumento de una voluntad de agarrar al mundo y una voluntad que
emprendió el cambio de su forma.
Mira bien esta técnica, que libera a la humanidad de la magia.
Presente a veces una extraña similitud en sus gestos con la magia.
Siempre es contra la muerte que uno pelea.
La ciencia, como la magia, admite la necesidad del sacrificio animal.
La virtud de la sangre.
Controlar las fuerzas malévolas.
El brujo captura imágenes todos los días.
Y la muerte siempre es un país a donde uno llega al perder sus recuerdos.
No. No nos redime el encerrar a los negros con su propia celebridad.
Nada nos detiene para ser, juntos, los herederos de dos pasados si esa igualdad pudiera
recobrarse en el presente.
Menos notada, se prefigura en la única igualdad que a nadie se le niega… la de la represión.
Porque no hay ruptura entre la civilización africana y la nuestra.
Los rostros del arte negro cayeron del mismo rostro humano, como la piel de una serpiente.
Más allá de sus formas muertas, reconocemos esta promesa, común a todas las grandes culturas,
de un hombre que es victorioso en todo el mundo. Y, blanco o negro, nuestro futuro consiste en
esta promesa.

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