Apuntes Filosoficos Amor Kohut Roldan
Apuntes Filosoficos Amor Kohut Roldan
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Roldán, J. P. (2008). Apuntes filosóficos sobre el amor a sí mismo en la obra de Heinz Kohut [en línea]. Revista de
Psicología, 4(7).
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Revista de Psicología UCA 2008 Vol 4 N 7
Resumen
Heinz Kohut continúa el desarrollo teórico acerca del narcisismo realizado por el movimiento
que puede llamarse Teoría de las relaciones objetales. El autor otorga mayor coherencia
filosófica a una serie de observaciones de Freud, que se encontraban en tensión teórica con
muchos de sus postulados filosóficos originados en la filosofía romántica y positivista. Desde
un punto de vista epistemológico, la psicología de Kohut asigna un lugar decisivo –inclusive
por sus consecuencias clínicas- a las consideraciones filosóficas. Puede decirse que, por este
camino, sus tesis sobre el amor a sí mismo son compatibles con un cuerpo clásico de doctrina
metafísica y antropológica sobre el tema.
Abstract
Heinz Kohut carries on the theoretical development about narcissism coming from the
movement that can be called Theory of object relationships. The author grants greater
philosophical coherence to a series of Freud’s observations that were in theoretical strain with
many of his philosophical postulates coming from the romantic and positivist philosophy.
From an epistemological point of view, Kohut’s psychology assigns a decisive place –even
because of the clinical consequences– to philosophical considerations. It can be said that
along this path his theses about love of oneself are compatible with a classic body of
metaphysical and anthropological tenet on the subject.
Introducción
Cabe para esta crítica el mismo comentario que para la anterior. Por lo
demás, Kohut distingue entre una agresividad sana, natural, y otra patológica.
El segundo tipo de críticas -que también mostrarían oblicuamente el valor
central de la filosofía en la obra de Kohut-, de sentido inverso al anterior,
provendría de asignar un valor de realidad absoluto o directo a esquemas o
explicaciones que para Kohut son, en verdad, modelos tentativos o analógicos.
Por ejemplo, cuando se critica a Kohut el hecho de permanecer dentro de una
explicación “homeostática” del funcionamiento psíquico, o el de que niega la
posibilidad de plenas relaciones interpersonales, ya que cada hombre sólo se
vincularía a los otros por búsqueda de “espejo” o de “ideal”, de tal forma que
sólo podría relacionarse con “figuras esquemáticas y fantasmales” (Greenberg
y Mitchel, 1983).
El sujeto, el otro y el amor
El pensamiento de Kohut sobre estos temas presenta una serie de coinci-
dencias con el de Freud, en gran medida por haber recibido su herencia
doctrinaria.
En primer lugar, Kohut, al igual que Freud, prefiere no definir con preci-
sión al sujeto. Así como Freud utilizó multívocamente el término “yo”14, Kohut
lo hizo con el término “sí mismo”. Esta característica se descubre sólo por
inferencia en el caso de Freud, pero es también reconocida y asumida explíci-
tamente en el caso de Kohut.15
En segundo lugar, ambos autores encuentran en el estudio del narcisismo
un camino privilegiado para acceder al conocimiento del sujeto. En Freud,
mediante la consideración de las entonces llamadas neurosis narcisistas. En
Kohut –con una clasificación de las patologías más precisa en esa área– por
medio del análisis de los llamados trastornos narcisistas de la personalidad o
de la conducta, que son un tipo de trastornos primarios del sí mismo.
Sin embargo, las diferencias acerca de estas mismas cuestiones que presen-
tan similitudes, constituyen un punto de partida firme para iniciar una compa-
ración entre ambos enfoques.
La indefinición de Kohut sobre el tema del sujeto no encubre, como en
Freud, ni un puro objetivo de “destrucción de pseudoevidencias” propias de la
modernidad (como opinaba Ricoeur) –aunque en parte sí tiene este objetivo–
ni es la consecuencia de una tensión entre principios metafísicos subyacentes
opuestos. Tampoco pendula esta indefinición entre desarrollos conceptuales
incompatibles, ni presenta avances seguidos de retrocesos dentro de una línea
filosófica determinada.
clásico como de la psicología del yo, fueron los problemas propios del “cami-
no bajo” que motivaron su revisión teórica. Sólo así, por medio de estos cam-
bios, declara Kohut, la psicología puede enfrentarse al Hombre Trágico, aquel
que, más allá del principio del placer, apunta a la realización del sí mismo.
Este descubrimiento de una nueva dimensión, más profunda, de la realidad
del hombre, no invalida totalmente, según Kohut, las observaciones de Freud
y de sus seguidores cercanos. Al contrario, éstas pueden conservarse acotadas
(esto es, como la descripción de lo que sucede cuando se produce un desor-
den), en forma complementaria y supraordenadas a la perspectiva más pro-
funda y abarcadora de la psicología del sí mismo.
El narcisismo y el sí mismo
La curación que Kohut propone para estas patologías es una verdadera “res-
tauración del sí mismo” mediante la reactivación de las configuraciones arcai-
cas, a fin de que pueda tener lugar la “internalización transmutadora” que
permita al paciente alcanzar un sano amor a sí mismo. Esta reactivación, resis-
tida por “estructuras defensivas” (ciertos automatismos sobreactuales, en tér-
minos filosóficos) que cristalizan la relación inmadura con los objetos del sí
mismo –una relación caracterizada por un “hambre” (“voraz”, decía Freud)
de objetos especulares y por un “hambre” de ideales como consecuencia del
vacío interior–, es intentada mediante la relación empática que se da con el
analista en un proceso de “transferencia”. Según los casos, ésta podrá ser
predominantemente “especular” o “idealizadora”. El analista, afirma Kohut,
tomará el lugar de objeto del sí mismo, esta vez empático. El objetivo de la
terapia, entonces, no será el de una “domesticación” de impulsos esencial-
mente impersonales, sino la “reactivación de la tendencia original del desarro-
llo” (1977). Esta consiste, en última instancia, en una “rehabilitación funcio-
nal” –que en ocasiones puede centrarse en un fortalecimiento de las “estructu-
ras compensatorias”– que se da “cuando el sí mismo nuclear pre-viamente
debilitado o fragmentado del paciente –sus ambiciones e ideales
nucleares en cooperación con ciertos grupos de talentos y aptitudes– se ha
visto suficientemente fortalecido y consolidado como para funcionar como
una unidad más o menos autopropulsora, autodirigida y autosustentada que
proporciona un propósito central a su personalidad y confiere una sensación
de sentido a su vida” (1977, p. 104).
El sí mismo
denes por motivos que no son actos libres (sino que consisten en automatismos
que podríamos calificar filosóficamente de inconsciente sobreactual), el re-
sultante podrá llamarse neurosis estructural. 35 Por encima de este lugar, los
eventuales desórdenes consistirían en actos libres –y los vicios resultantes– y,
por lo tanto, corresponderá la consideración moral. 36 Téngase en cuenta, por
un lado, la significativa analogía que existe entre los desórdenes neuróticos
y los morales, motivada porque ambos tienen lugar supuesto un sí mismo
cohesivo, analogía que lleva a veces a describir el comportamiento neurótico
moralmente. Por otra parte, debe repararse también en los límites entre estos
desórdenes son abiertos, por lo cual, en última instancia, todo desorden podría
llamarse trastorno del sí mismo (para evitar confusiones, Kohut (1977) distin-
guió entre trastornos primarios y trastornos secundario del sí mismo; y tendría
relación, por tanto, con el amor propio. 37 Por último, cabe afirmar que, en
sentidos diferentes, los trastornos primarios del sí mismo y los desórdenes
morales son los más graves. Los últimos, porque se dan por una cierta causalidad
ex nihilo de la voluntad libre, estando dadas todas las condiciones para que no
se den. Los primeros, porque impiden el desarrollo de la persona y también,
en parte, de su actividad libre. Esta relación entre ambos niveles no es un mero
postulado sino que se nutre de la relación que tiene la libertad con la naturale-
za humana, de tal forma que hunde sus raíces en un appetitus naturalis del
cual se nutre. Esta solidaridad entre naturaleza y libertad tiene lugar, en su
punto máximo, en el centro operativo de la persona. Es por eso que los trastor-
nos del sí mismo, que no son de orden moral, y la búsqueda y aceptación libres
del sentido de la vida se encuentran íntimamente ligados por el denominador
común del amor a sí mismo.
Cuanto más segura esté una persona con respecto a su propia aceptabilidad,
más segura sea su sensación de quién es y más internalizado esté su sistema de
valores en forma sana, con más autoconfianza y eficacia ofrecerá su amor... sin
indebido temor al rechazo y a la humillación (p. 267).
tenido mismo del relato (1982), el Complejo de Edipo no supone una buena
descripción de la “esencia del hombre” sino, más bien, “de las desviaciones
de lo normal, todo lo frecuente que puedan ocurrir” (1982). En otras palabras,
¿no podría suceder que el Complejo de Edipo del análisis clásico, dramático y
cargado de conflictos, con su percepción de un niño cuyas aspiraciones se de-
rrumban bajo el impacto del temor a la castración, no fuera una necesidad
primaria de la maduración, sino sólo el resultado frecuente de fracasos habi-
tuales por parte de padres con trastornos narcisistas? (1977, p. 173).
…el estado normal, aunque raro en forma pura, es una gozosa experiencia de
desarrollo en la infancia, incluido el paso de la etapa edípica, a la cual la gene-
ración parental responde con orgullo, con una empatía que expande el sí mis-
mo, con gozo especular, a la nueva generación (1982, p. 402).
Conclusiones
Heinz Kohut retoma las tesis de Freud sobre el narcisismo y les confiere una
fundamentación filosófica –no siempre explícita– que constituye un
redescubrimiento de ciertos principios de la metafísica y de la antropología
clásicas. Este proceso de cambios teóricos se desenvuelve en un curso progre-
sivo de apertura a la observación empática dentro y fuera de la clínica y de
radicalización consiguiente de las fundamentaciones filosófica y psicológica.
Al otorgar nuevamente un lugar central al tema del narcisismo –inducido a
esto porque los trastornos narcisistas se habían convertido en la patología
dominante de nuestra cultura– Kohut afirma haber redescubierto al sujeto
humano total, distinto de las instancias psíquicas, al que llama sí mismo.
Su psicología del sí mismo constituye una formulación teórica compatible
con clásicas tesis metafísicas y antropológicas, reformuladas a pesar de un
contexto previo que hasta cierto punto les era extraño u hostil. Su doctrina del
narcisismo, inclusive, aporta significativos enfoques y perspectivas a la tradi-
ción filosófica.
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Notas
1
Cfr. Velasco Suárez (1983b, pp. 12, 26).
2
Una cuestión distinta es la de si esas ideas que Kohut continúa constituyen el núcleo esencial
del pensamiento de Freud, o más bien ciertas incoherencias periféricas.
3
Cfr. Velasco Suárez (2003ª, pp. 9-30).
4
“Luckily, there is a voice in us that will tell us, however dimly we may perceive it at first, and
however reluctant we may be to acknowledge its message, that the time has come for us to
question our basic theories. This voice will, in general, speak us after we have been, persistently
and increasingly, uncomfortable with the pragmatic results that we have been obtaining. It is
then that w should move from the low road of pragmatism to the high road of epistemology –
only to return to the first in order to test the new theoretical vantage point, that we may now
have adopted” (1982, p. 396).
5
Puede recordarse aquí que, para la filosofía escolástica, por ejemplo, la filosofía no es la más
abstracta de las ciencias sino, de alguna manera, la menos abstracta, aunque no por ello la
menos profunda o universal. Propiamente, la formalidad de la cumbre de la filosofía, esto es,
la metafísica, no estaría dada por la abstracción sino por la separación.
6
Podrían encontrarse en la obra de Kohut fundamentos para afirmar, en conformidad con esta
perspectiva, su aceptación de una suerte de subalternación entre la ciencia positiva y la filo-
sofía. Uno de estos fundamentos, que constituye una cierta conceptualización del tema, es el
principio de complementariedad que Kohut establece entre el psicoanálisis clásico y la psico-
logía dcl sí mismo. Como se verá, se trata de una relación de “supraordenación”: la teoría
clásica es válida dentro de ciertos límites, pero si se busca una fundamentación última, es
indispensable pasar a la perspectiva de la psicología del sí mismo. Si bien la “Psicología del sí
mismo” no posee una formalidad filosófica, claro está, en ocasiones Kohut aplica este esque-
ma explicativo a la relación entre una doctrina que sólo es una organización de datos empíri-
cos con aquella que explicita sus fundamentos profundos. Recuérdese, por otra parte, que en
aquellas disciplinas que comparten al hombre como objeto material, la subalternación que se
establece entre ellas, afirma la filosofía clásica, supone una unidad y relación –en la distin-
ción– mucho mayores que en aquellas ciencias que se ocupan solamente de seres materiales.
7
Véanse ejemplos de estos últimos en 1977, pp. 130 y 151.
8
Cfr.: “Puesto que su consecución total [la de la sabiduría] incluye aceptar emocionalmente la
transitoriedad de la existencia individual, debemos admitir que probablemente sólo pueden
alcanzarla unos pocos y que su integración estable bien puede superar el alcance de la capaci-
dad psicológica del hombre” (1971, p. 293). “...podría ocurrir que lo que nos dice que nuestra
individualidad efímera también posee una significación que va más allá de las fronteras de
nuestra vida no sea el contenido del sí mismo nuclear, sino la especificidad inmutable de las
tensiones creativas y autoexpresivas que apuntan hacia el futuro” (1977, p. 131). “Llegué a la
conclusión [en base al estudio de figuras heroicas, como por ejemplo, opositores al régimen
nazi] de que la capacidad para crear, en situaciones extremas, la fantasía de sentirse sosteni-
dos por una figura omnipotente semejante a un dios debía incluirse entre los elementos posi-
tivos de una organización psicológica sana” (1977, p. 47, nota). “La derrota y la muerte del
Hombre Trágico no significan necesariamente un fracaso. Tampoco cabe decir que busca la
muerte. Por el contrario, la muerte y el éxito pueden coincidir. No me refiero aquí (como lo
hizo Freud en 1910) a la presencia de una fuerza masoquista activa profundamente arraigada
que impulsa al hombre a la muerte, es decir, a su derrota final, sino a la muerte triunfante de
un héroe, una muerte dichosa que (para el reformador perseguido de la vida real, para el santo
religioso crucificado y pare el héroe que muere en el escenario) pone el sello de la permanen-
cia sobre el logro final del Hombre Trágico: la realización, a través de sus acciones, del pro-
yecto para su vida establecido en su sí mismo nuclear. Mi descripción de la tendencia del
Hombre Trágico a expresar el patrón básico de su sí mismo, aunque se refiere también a una
función que está más allá del principio del placer, difiere de las formulaciones psicobiológicas
de Freud (1920) acerca de la existencia de una tendencia básica, un instinto de muerte, Tánatos,
que tiende a la agresión destructiva y a la muerte” (1977, p. 100, nota). [Véase en las líneas
anteriores una lúcida diferenciación entre cosmovisiones de fondo]. [Los “padres óptimos”]
“a pesar de sentirse estimulados por la nueva generación… también están bastante en contac-
to con la vida, se aceptan a sí mismos suficientemente como participantes transitorios en el
constante fluir de la corriente de la vida, como para experimentar el desarrollo de la siguiente
generación con alegría espontánea y no defensiva” (1977, pp. 166-167).
9
Téngase presente que se resalta aquí este aspecto desacertado de algunas críticas, y no su
corrección o incorrección de fondo.
10
Cfr.: “If drives desintegration products reflecting a breakdown of primary relational
configurations, how can ‘structural neuroses’ contain at one and the same time no self pathology
and conflicts concerning drives, which by definition reflect severe self pathology? Are disorders
of the self and ‘structural neuroses’ qualitatively divergent categories of psychopathology, or
do both involve disorders of the self relation to self objects, distinguishable mainly
quantitatively?” (Greenberg y Mitchel, 1983, p. 359).
11
Como por ejemplo la diferencia entre el orden entitativo y el operativo, entre la disposición,
la facultad, el hábito y la operación, etc.
12
Cfr.: “En mi presentación califiqué la insistencia en esta distinción como enigmática y, para
mí, fundamentalmente inútil” (Wallerstein, 1999, p. 135).
13
Cfr.: “It seems to us more economical conceptually to acknowledge that life, both for the
child and for adults, is fraught with struggles and conflicts, no matter how ideal the parenting.
In moving away from drive theory by designating ‘driveness’ as a deterioration product, Kohut
has given secondary status to everything in life apart form joyful exuberance” (Greengerg y
Mitchel, 1983, p. 371).
14
En particular, como sí mismo o como instancia.
15
Cfr.: “…permítaseme referirme a un rasgo de este libro que podría parecer un serio defecto.
Mis investigaciones contienen cientos de páginas sobre la psicología del sí mismo, a pesar de
lo cual jamás asignan significado inflexible al término sí mismo, jamás explican cómo debe
definirse su esencia” (1977, p. 212).
16
A esta iaagotabilidad de la realidad, Kohut la llama “incognoscibilidad”. Sobre el sentido
de este término, véase Velasco Suárez (2003ª, pp. 29-30).
17
Para una evaluación filosófica del tema del narcisismo en Freud puede verse Roldán, 2006.
18
Cfr. también, para distintos matices de la cuestión, 1971. pp. 43, 49, 50, 59, 106, 175, 266,
300; 1977, p. 70.
19
Nótese la afinidad entre esta afirmación de Kohut y las doctrinas clásicas: “No vacilo en
afirmar que no existe el amor maduro en el cual el objeto amoroso no sea también un objeto
del sí mismo. O, para expresar esta afirmación de la psicología profunda en un contexto
psicosocial, que no existe relación amorosa sin idealización y sin respuesta especular (que
aumenta la autoestima)” (1977, p. 94).
20
Este amor a sí mismo originario ha sido entendido por la tradición filosófica y teológica
como una especie de appetitus naturalis, de inercia resultante de la creación y de la bondad y
consistencia del ser finito –aun en la contingencia– que ésta implica. Las referencias a este
fundamento metafísico subyacente son una constante en la obra de Kohut. Sin él, no pueden
entenderse, por ejemplo, la idea de normalidad invocada por Kohut (“aquello que funciona de
acuerdo a su designio”, King, 1945, en 1982, p. 403), su insistencia en la diferencia entre su
concepto de salud psíquica (que puede darse inclusive “en ausencia de placer” y en presencia
de conflictos neuróticos y que se ve confirmada por una “alegría de existir”, 1977, p. 196) y el
de Freud; su idea consecuente de una curación de acuerdo a la cual, lejos del voluntarismo o
de la solución artificial o conductista, el analista “promueve el progreso del paciente en su
camino predeterminado” (1977, p. 153) o “promueve la reactivación de la tendencia original
del desarrollo” (1977, 9. 128); su concepción de que la pulsionalidad esencialmente ciega,
como la propone Freud, no existe originariamente sino que es un “producto de desintegra-
ción”, como se da, por ejemplo, en las fases psicosexuales descriptas por Freud (1977, pp. 68,
69, 77, 83, 124, etc.).
21
Por ejemplo, a considerar subjetivistas sus consideraciones acerca de las relaciones
interpersonales o acerca de los ideales. En ambos casos, debe recordarse, Kohut focaliza en el
indispensable aspecto narcisista de esas relaciones.
22
Es significativo que este proceso de progresiva profundización realista en el conocimiento
de sí mismo y del otro sea calificado por Kohut en 1971 (pp. 49ss.) –época en la que utiliza un
lenguaje más cercano al de Hartmann– con el término freudiano de “idealización”. Téngase
en cuenta que éste consiste, básicamente, en una auténtica discriminación entre el valor de
cada persona y sus talentos, sus actos buenos y malos, etc. Si bien el término proviene de una
metafísica en la cual lo superior es una transformación debilitada de lo inferior (con lo cual la
idealización podría entenderse como un refugio compensatorio en un mundo inexistente re-
sultante de la necesaria desilusión del mundo real, en el que no hay nada bueno), el concepto
explicado por Kohut significa, más bien, que el conocimiento de la realidad lleva a buscar el
bien dónde y cómo corresponde. En otras palabras, subyace aquí la idea de orden natural y de
posibilidad realista del conocimiento.
23
Son destacables las consideraciones de Kohut sobre el tema de los “ideales”. Permiten,
entre otras cuestiones, abordar algunos aspectos psicológicos de la vida moral. Por ejemplo,
postula la íntima conexión, en una personalidad madura, entre humor e ideales. Si se da el
primero sin los segundos, afirma, el humor suele ser sarcástico y tener fines defensivos. Si se
dan los segundos sin el primero, suele tratarse de una falsa moralidad, de las “causas” del
paranoico, de un fanatismo que sin dudas es un disfraz para otra defensa narcisista. “Al eva-
luar el adelanto del paciente, es de decisiva importancia para el analista indagar que la dedica-
ción del paciente a sus valores e ideales no sea la de un fanático sino que vaya acompañada
por un sentido de la proporción factible de expresar a través del humor” (1971, p. 291). En la
labor analítica, “de pronto, como si el sol emergiera inesperadamente tras las nubes, el analista
presenciará con gran placer, de qué modo una genuina expresión de humor de parte del pa-
ciente testimonia que el yo puede ahora ver, en proporciones realistas, la magnitud de las
aspiraciones del self grandioso e infantil o las anteriores demandas de perfección ilimitada y
poder de la imago parental idealizada, y asimismo contemplar esas antiguas configuraciones
con talante jovial, que es expresión de su libertad” (1971, p.291).
24
Es de destacar que, en cada ocasión en la que Kohut se refiere a los dos polos del sí mismo,
lo hace también a un “área intermedia” que llama de los “talentos y aptitudes”. Esto significa
que, nuevamente, Kohut no se refiere al valor terapéutico –en abstracto- de “tener ideales” o
de “tener autoestima”, sino a los resultantes y proporcionados a la propia realidad.
25
Cfr.: “Para decirlo en otros términos: el niño tiene dos oportunidades a medida que avanza
hacia la consolidación del sí mismo: los trastornos del sí mismo de grado patológico sólo
resultan del fracaso de estas dos oportunidades que se dan en el curso del desarrollo” (1977, p.
133).
26
Con frecuencia se trata de: “1) En la esfera sexual: fantasías perversas, pérdida de interés en
el sexo; 2) en la esfera social: inhibiciones en el trabajo, incapacidad para formar y conservar
relaciones significativas, actividades delictivas; 3) en sus rasgos de personalidad manifiesta:
pérdida de humor, pérdida de empatía respecto de las necesidades y sentimientos de los de-
más, pérdida del sentido de la proporción, tendencias a los ataques de ira incontrolada, men-
31
Se hizo referencia más arriba al tema filosófico del cambio y el desarrollo en la obra de
Freud. Podrían encontrarse en la obra de Kohut interesantes comentarios a la misma cuestión.
Kohut la considera con mayor coherencia. Distingue un auténtico despliegue de lo propio
–que supone la intelección del tema clásico del acto y la potencia– de un cambio consistente
en una acumulación extrínseca de elementos, cada uno de los cuales no ha cambiado interna-
mente. De hecho, este pseudo-desarrollo habitado por estructuras arcaicas y estructuras
defensivas, es el que se verifica para Kohut en los trastornos narcisistas.
32
Quizás algunas de estas investigaciones “con medios más refinados” que Kohut aguardaba,
sean las realizadas por Daniel Stern y otros autores. Stern afirma que, intentando observar la
realidad dejando de lado dogmatismos y ortodoxias como aquellas a las que se había someti-
do en el pasado, y apelando también a la psicología experimental, las investigaciones no dejan
lugar a dudas acerca de que “los infantes comienzan a experimentar desde el nacimiento el
sentido de un sí mismo emergente. Están preconstituidos para darse cuenta de los procesos de
autoorganización. Nunca pasan por un período de total indiferenciacion sí mismo-otro. Ni en
el principio ni en ningún otro punto de la infancia hay confusión entre uno mismo y el otro.
También están preconstituidos para ser selectivamente responsivos a los acontecimientos so-
ciales externos, y nunca experimentan una fase de tipo autístico”. (1985, p. 24). El anterior es
un caso especial en el que una comprobación empírica –propia del “camino bajo” de Kohut–
bastaría para anular una tesis psicológica derivada, en realidad, de la adopción de un principio
metafísico. Puede decirse algo análogo, aunque en un contexto distinto, de la teoría del apego
de John Bowlby.
33
Cfr.: “...existen fenómenos cuya explicación requiere la propuesta de una configuración
psíquica –el sí mismo– que, cualquiera sea la historia de su formación, se ha convertido en
un centro de iniciativa: una unidad que trata de seguir su propio curso.” (1977, p. 171). Véase
también pp. 170 y 174.
34
En alguna ocasión Kohut ha propuesto clasificar las patologías psicológicas en “preedípicas”
y postedípicas”. (1980, pp. 524-525; citado por Greenberg y Mitchel, 1983, p. 361).
35
Cfr.: “Tampoco afirmo que quien haya adquirido mediante el análisis un centro cohesivo
fuerte de su personalidad podrá infaliblemente, por ese solo motivo, resolver los problemas
que le plantea su medio de acuerdo con sus propósitos más profundos y sus ideales más altos.
No debemos esperar milagros como resultado de prestar mayor atención a la patología del sí
mismo o de nuestra mayor capacidad para discernir sus diversas formas y hacerlas accesibles
a los procesos de elaboración. Pero sí sé que, mediante un análisis bien llevado de estas
formas de patología, en general se logra un gran aumento del potencial para el progreso en
todos los campos mencionados” (1977, p. 195).
36
Para el lugar e importancia del tema de la libertad en el pensamiento de Kohut, véase 1971,
p. 291; 1977, pp. 170-171).
37
Cfr.: “Por ejemplo, la búsqueda de metas libidinales y agresivas puede, si es muy intensa,
llevar a alteraciones de la autoestima que reclama nuestra atención, y el éxito o el fracaso de
nuestras metas libidinales y agresivas puede traer como resultado cambios en la autoestima
que, manifestados como el triunfo de la victoria (autoestima aumentada) o como la desolación
de la derrota (autoestima disminuida) pueden a su vez convertirse en fuerzas secundarias
importantes del escenario psíquico” (1977, p. 79). Cfr. también: “Por lo tanto, si el analista
centra su atención en el sí mismo, su comprensión de los estados que investiga se verá enri-
quecida aun cuando su paciente tenga un sí mismo sano” (1977, p. 79).
38
Cfr. Velasco Suárez, 2003ª.
39
Para el tema de la agresividad, véase 1977, pp. 87ss.