Filosofía Del Derecho de Sócrates A Seneca
Filosofía Del Derecho de Sócrates A Seneca
Filosofía Del Derecho de Sócrates A Seneca
El discurso de cicerón fue considerado como algo incidental que fue ejercido
cuando fue silenciado políticamente, los críticos de cicerón demostraron un
comportamiento futil ante el estado y la política ya que esas carecían de
argumentos que se basaran en la susceptibilidad basada en argumentación sin
fundamento y así lograba desacreditar sus contradictores. el principio del discurso
forma parte del discurso político, el cual se opone al principio del análisis filosófico
ya que no se basa en hechos facticos verdaderos si no en el uso excesivo de la
palabra, Sin duda alaguna cicerón fue caracterizado por su hecho metafísico al no
ser considerado puro, en efecto logro defender su moralidad republicana
inquebrantable a través de artilugios demagogos
2. La virtud cívica, el estado del bienestar: ¿Qué salvará a la República?
Si se pregunta por el motivo principal de Cicerón, por la figura que siempre reaparece en sus
discursos, es el llamamiento a [a virtud cívica, al servicio a la patria, fiel y desinteresadamente.
Recuerda los tiempos de [a Roma primitiva, cuando comenzó su ascenso de grandeza y poder
sobre todo el orbe. Cicerón moraliza permanentemente en este sentido, es un moralista neto.
Tanto cuando siendo un joven abogado defiende al inocente Sexto Roscio, acusado de parricidio,
como cuando 10 años más tarde interviene contra Verres, que como propretor desvalijó Sicilia y
dio un pésimo ejemplo de corrupción entre los más altos funcionarios; tanto cuando, en lo más
alto de su carrera, lucha contra Catilina, como cuando utiliza la retórica abriendo el camino al
tribuno del pueblo Sestio, fiel al Estado, paca el empleo de la fuerza contra el terror callejero de
Clodio: en seguida disocia en todos los casos al buen ciudadano del malo; el bueno es honrado,
valiente, orgulloso, tema en el bien de la patria. El malo es Inmoral, irresponsable, intrigante,
egoísta, admite incluso el debilitamiento, y hasta la decadencia, de la república con tal de
satisfacer sus deseos y ambiciones. Es una imagen en blanco y negro, que separa las figuras que
están a la luz de las que permanecen en las sombras. Su método de representación permite a
Cicerón magníficas antítesis y agravamientos dramáticos, nos cautiva muchos detalles, ofrece
una alta escuela del alegato (el arte de la representación parcial)
Ante la crítica debe decirse una cosa a su favor: Cicerón rio es un hipócrita, no se le puede
aplicar la objeción más simple que se hace contra el predicador moralista (predica agua v goza
del vino). La administración de las provincias que le fueron confiadas es considerada como
intachable y ejemplar. El cónsul Cicerón destaca entre codos los cónsules de su época. Sus
cartas, pero también otros documentos, permiten una reconstrL1cción de su consulado casi día
por día: se sitúa muy lejos de la corrupción tan extendida en aquella época, lejos del cinismo
general. Ctee en el bien, trabaja sin tregua por él, quiere su restablecimiento.
Filosóficamente, en cambio, presenta serios déficits. Cicerón apenas es un filósofo, Fue él
quien introdujo esta palabra griega en Roma, prestando con ello valiosos servicios de mediador-
explicando en su República al Imperio el pensamiento griego del Estado.
Nadie exige de Cicerón que sea tan juicioso como la sociología actual, pero sí que se podría haber
esperado de él un poco de reflexión acerca de las condiciones sociales de la virtud. Su ascendencia
roma antigua era la de un pueblo de agricultores, amenazados por la pobreza, cuya moral nacía
de ia escasez. Había que aprovechar cada hora, a cada moneda había que darle tres vueltas antes
de gastarla; Pecunia, es decir, el dinero, era en el fondo el ganado o pecas 3, la moneda. Los
primeros cónsules, los que iban con el arado detrás de los bueyes, fueron nombrados para este
cargo, conservaron su forma de pensar propia de un hacendado y administraron ei Estado como
antes habían administrado sus tierras. Para ellos, hacer política era algo así como hablar con el
vecino; y si éste ponía dificultades se trataba de hablar con los vecinos del vecino.
Desde la perspectiva esta antigua moral se debía un hecho
de sentirse amenazados por todos los lados. Había razones de sobra para convencerse a sí mismos
del coraje, la valentía y la fortaleza:
4. Lo pérdida de la base
Resulta entonces que la res publica había perdido su base, y eso en el más puro sentido de la
palabra. ¿Cómo era este pueblo romano, este sujeto de la constitución, el destinatario de tantos y
tantos discursos de Cicerón, lisonjeado por todo candidato que aspirara a uno de los más altos
cargos del Estado, invocado orgullosamente como iniciador de todo acto oficial, con letras en
piedra o bronce: senatus populus que romanas? La masa popular que ahora se reunía en Roma ya
poco tenía en común con aquellos plebeyos del siglo V, 450 años antes, que se enfrentaron a los
patricios y lucharon hasta obtener sus derechos. Entonces había sido un número de pequeños
campesinos, artesanos, sirvientes y oficiales que aprendieron su oficio, nacidos y criados en esta
ciudad, y vinculados a ella por la familia y la profesión. Ahora no es más que un conglomerado
de desarraigados llegados de todo parte del mundo. No se podía hacer reproches a ninguno de
ellos. En el gran Imperio Romano no había trabajo o, al menos, no el suficiente para todos. En los
campos, en la mina, en las manufacturas, en los puertos y en las galeras y en las edificaciones
(que aún hoy permanecen en pie, inquebrantables) dejaron su piel auténticos ejércitos de
esclavos. No había lugar para el trabajo libre. Es significativo que es derecho privado romano,
tan extenso en todos los aspectos, no haya desarrollado una doctrina acerca del contrato de
prestación de servicios . Se había corrido la voz de que era en el centro del poder, en Roma,
donde más fácil resultaba vivir sin trabajar, y donde incluso no había que temer la obligación del
servicio militar. El derecho de ciudadanía había sido concedido cada vez con mayor generosidad.
En Roma también podía vivir quien no tuviera bienes propios. Quien era proletario proletarius es
aquel que no pasee más que sus hijos, la prole era también civis romanus, poseía una categoría
social garantizada por la constitución, participaba en la decisión sobre a quién se tendría a bien
dejar que gobernase Roma. Debido a la corta duración de los cargos 1 año parecía corno si
hubiera continuamente campaña electoral, e ingentes cantidades de dinero se fueron en elle.
Granjearse las simpatías del ptieblo era una amarga necesidad para cual" quier político con
ambición. Los derechos de participación democrática degeneraron hasta convertirse en
pretensiones sociopolíticas. El lerna era «pan y diversión», paaem et circenses. Como pan: el
dinero y el reparto de grano; como diversión: teatro y circo, aun mejor, la marcha triunfal que
unía a los dos.
LA CONJURACIÓN DE CATILINA
Catilina es el conjurado por antonomasia, y «nene muy a propósito para nuestra exposición que su
clásica acción estuviera dirigida contra un filósofo del derecho que ejercía el poder, contra el
cónsul Cicerón (63-62 az), siendo descubierto y condenado por éste. Seguiremos el relato de
Salustio, que sólo comaba con 20 años menos que Cicerón. Sergio Catilina procedía de la
aristocracia empobrecida v creció en casa de su hermana. En la guerra civil de los años 88-82 se
unió al partido de la aristocracia (Sila) y ayudó en la ejecución de medidas coercitivas, de
destierros y ejecuciones. Acumuló riquezas y ganó influencia. Corrían rumores acerca de su vida
viciosa y, cada vez más, de crímenes cometidos por él. Se decía incluso que había asesinado a su
propio hijo, habido en su primer matrimonio, pat•a tener vía libre y poder casarse con la rica y
disoluta viuda Orestilla. A pesar de ello, en el año 68 fue nombrado pretor, con 1c' que quedó
encargado de velar desde la cúspide por el derecho. Sólo un escalón le separó, por tanto, del cargo
más alto, del consulado. Un año después, desempeñando el puesto de propretor en África, debió de
haberse enriquecido tan veraonzosamenËe, que a su vuelta a Roma en el año 66 le esperaba una
denuncia por extorsión. Su intención había sido la de financiar con el dinero así obtenido su
elección a cónsul. Afrontar una elección de esta índole con éxito resultaba entonces bastante caro:
Juegos, ostentaciones, regalos y sobornos. Debido la acusación, de la que fue declarado libre, no
pudo presentarse hasta el año 64 a las elecciones para el consulado del año siguiente. Uno de sus
competidores en esta elección, y también el más grande de sus rivales: era Cicerón, que contaba
entonces 42 años.
LA «DERECHA» Y LA «IZQUIERDA» EN CICERÓN
En discurso pronunciado en la primavera del año 56 am en defensa de Sextio, un excurso sobre los
optimates y los populares, nos expone los elementos de su pensamiento político, y a la par los
motivos más profundos de su compromiso con la república. Aquí vemos a Cicerón como temptano
analista de conceptos politológicos, que se han ido convirtiendo casi en principios elementales de
to político. Así, en la práctica diaria de todas las democracias el uso de «derechas» e «izquierdas» I
se revela como indispensable ayuda de orientación. Considerados poh'ticamente las personas, los
puntos de vista, los objetivos y argumentos, las tendencias, las agrupaciones, los partidos y las
fracciones se clasifican, antes de nada, según el csquema derechas/izquierdas. Debido a la
distribLtcióTl de los asientos en el parlamento, adquiere este esquema casi LIII carácter oficial. A
pesar de ello, en la mayoría de los manuales v diccionarios de ciencias poüticas se buscarían estas
palabras clave en vana. Los politólogos son de la opi„ nión que los términos «derechas» e
«izquierdas» tienen un tinte demasiado polémico, es decir, demasiado valorativo. Se trataría de
pala bras de lucha política, de palabras propagandísticas l , sobre las que. a lo máximo, se podrían
hacer observaciones en la sección fija de algún prestigioso periódico. Tanto más interesante resulta
constatar cuán lejos llegó Cicerón ya en su contraposición.
Aunque el excurso es de por sí comprensible, hemos de recordar cuáles fueron las circunstancias
que llevaron al proceso contra Sextio. En el último siglo de la república se evidenciaba cada vez
más su fin, un paso del poder institucional al poder personal. Una seña} de alarma fue la
instauración del primer triunvirato en el año 60 a.e., formado por César, Pompeyo y Craso. Con ello
se creó un centro excraconstitucional de poder y de dinero que cada cual entendía como el escalón
previo ai ejercicio del poder exclusivo —ahora sólo había que aclarar de quién—. César, cónsul en
el año 59, mostró un especial empeño en debilitar a las autoridades republicanas, y también al
senado. La campaña contra los galos que tenía prevista para el año siguierfte —que se convirtió en
una guerra de siete años, del 58 al 51 a.e.— hizo que estimara como algo inevitable apartar antes a
Cicerón, quien no quería reconocer los «signos de los tiempos». Resulta paradójico que fuera
precisamente la hazaña que había llevado Cicerón a cabo cuatro años antes lo que le había
«contaminado», cuando, siendo cónsul, sofocó la conjuración de Catilina, revelando para sorpresa
de muchos, además de su faceta como hombre de palabra firme, la. otra, corno hombre de mano
firme. El descubrimiento de esta conjuración, el exponer a los conjurados a una situ•aciÓ11 de
embarazosa publicidad y, finalmente, el aniquilamiento de las tropas de Catilina, junto con sus
líderes, todo ello le había hecho merecedor de! título honorífico de pater patriae. La que había sido
cuestionado en aquel entonces, v seguía siendo en el presente, la ejecución de las cinco prominentes
partidarios de Catilina que habían sido detenidos en Roma. Con ello Cicerón había vulnerado el
derecho penal vigente.
César encontró a alguien dispuesto a tirar de la misma cnerda, y este alguien era Publio Clodio,
nacido Claudio, del noble linaje de los Apii Claudii, un aventurero político CUVO licencioso
modo de vida y sus escapadas ocasionales como travestí había hecho constar Cicerón en las actas
a lo largo de su mandato. Había aquí una vieja cuenta por saldar. César le facilitó a Clodio ta
incorporación a la plebes y {e permitió alcanzar el poder que proporcionaba el cargo de tribuno
del pueblo. Sus gladiadores, llevan con su bandidaje a la república al borde de la anarquía. Pero
Clodio talnbién sabe utilizar, con doble estrategia, medios legales. Pensando en Cicerón, propuso
una ley especial retroactiva que castigara las ejecuciones ilegales con el destierro. Cicerón se
anticipa v abandona Roma e Italia en abril del año 585 con la oculta esperanza de que en algún
momento jore ia situación política. Sólo un año más tarde, en el 57, halla respuesta a sus
esperanzas cuando su antiguo compañero de armas Sestio, ahora tribuno del pueblo, y alguien
que se tomaba este cargo en serio, dispone que se forme una tropa de protección frente a las
bandas de Clodio, lo que anima al senado a decretar la vuelta de Cicerón. Clodio no quiere
asumir la derrota, dobla la hoja de acusación de actos violentos y hace que Sestio sea acusado de
coacción (de vi). El discùrso de Cicerón en defensa de Sestio es, en el fondo, un discurso contra
Clodio y, considerado desde el punto de vista político, un discurso contra los triumviros, que por
su hambre de poder ni siquiera habrían rechazado el uso de este doloso instrumenco. Cicerón
conseguirá que su cliente sea absuelto de la acusación, y por unanimidad, pero no el deseado
efecto más allá de lo puramente concerniente a su cliente, puesto que IR conferencia de Luca, en
abril, traerá la renovación del triunvirato. Clodio se presentará en el año 53 a pretor (!) con la
pretensión de que se encomienden las ovejas al lobo. Pero pïonto se dará cuenta de que otros
también han aprendido las técnicas de la lucha callejera. Será acuchillado por los seguidores de
3
Milón en plena vía Appia, construida por su bisa . Mas esta dramática historia debe ser
relegada de inmediato al olvido, porque aquí se trata de algo más general, de la primera lección
de una ciencia política concebible.ares
2, Otium plus dignitas
Esto queda aún más patente cuando Cicerón nos revela el más alto objetivo político, «lo más
fervienternence deseado, el maxime optabile» del partido de los optimates: «otium dignitate!» (98).
Con ello sintetiza Cicerón su filosofía en una fórmula contundente y eficaz, convirtiéndoja casi en
consigna de partido. La comprensión de esta fórmula podría apurarse estableciendo referencias con
otros escritos y cartas suyos. Para los fines que aquí perseguimos nos resulta más que suficiente el
presente texto.
Con «tranquilidad», Cicerón ha dado ciertamente con la necesidad más profunda de la derecha.
El otium como concepto político, naturalmente, no ha de concebirse como ociosidad privada, como
el tener-tiempo-libre, sino como la tranquilidad pública, corno la ausencia de toda insubordinación
y rebelión. También él considera que la conservación de esta tranquilidad es el primer deber
ciudadano. La izquierda, en cambio, siente una inclinación hacia aquella intranquilidad que entrañe
algún interés, cuando no hacia la revuelta y ka revolución. Aquí se aproxima a Salustio, el cronista
de la época de Cicerón, quien quiere encontrar en cada Estado gente que «disfruta sin escrúpulos de
la perturbación y de los conflictos». Una consecuencia política directa es que quien se incluye en la
derecha aprecia y defiende aquellas instituciones que fomentan la tranquilidad: «la religión, la
superstición pública, los augurios, la potestad de los magistrados, ia autoridad de' senado, las leyes,
las costumbres, la justicia, el ejército, el erario público» (98). (Por lo demás, su relación con las
leyes no siempre había sido tan clara. El capítulo 109 reza: «leges videmus saepe ferri multas».
Aquí ya nos encontramos con una queja a causa de la avalancha de leyes.)
Para quien quiere ser optimate no basta con apreciar y anhelar la tranquilidad, debe utilizarla
para adquirir dignitas. Acerca de CÓITàO hacerlo se podría componer una crestomatía llena de
fragmentos se e lectos en los que los escritores antiguos se pronuncian sobre la virtud. Una de las
condiciones fundamentales es, sin dilda, una vida ordenada (en aquel entonces Cicerón aún no
estaba separado de Terencia), la plena consumación de las funciones como pater familias, así como
el cumplimiento de los deberes y la ambiciosa participación en la vida política, de acuerdo con el
lema «siempre empeñado en ser el primero», que los antiguos entendían COTI la misma naturalidad
como moralmente bueno; nosotros lo tenemos por moralmente malo (salvo en el deporte). El
perezoso, el vicioso se queda en el camino. ¡Seguro que ni Cicerón quería ir tan lejos como pata
decir que son éstos los que pueden contar incondicionalmente con las simpatías de la izquierda, a
no ser en ei caso en el que e! abandono del order.
3. Pelo y barba, con sentido político Supuesto que entonces, a causa de esta acción atroz, el
Estado habría de quedarse con una mácula qüe nadie podía boçrar, resultó al final A los dos
cónsules del año 58 que se habían opuesto a su vuelta del más conveniente que conservara ét mismo
el posible provecho podestierro les colma de reproches morales, a uno por «nadar en pe.r- dría
proporcionarle al Estado esa maldad antes de dejar que sea desfurnes y ondular su pelo» (1 8), al
otro por lucir üna mata pelo y truido por obra de otros (63). una barba tan salvaje, que hasta un
peluquero Capua se desesperaría ante ellos. No aprueba, pues, ni la extravagancia ni el desaliño El
problema de la culpa política que aquí se aborda es un proy valora las dos actitudes en clave
política: nada bueno puede salir de blema general, más allá de la diferencia entre
derechas/izquierdas, es ahí. En la crisis del Estado se habría demostrado que el que es her- a) eno a
toda orientaciÓn política. Lo que sí podría ser diferente es el moso y se ocupa demasiado de su
apariencia, consume sus frerzas en tipo de apología. La mirada que la derecha pone en el pasado,
así la penumbra de las tabernas y los burdeles, rnientras que al dejado como la que dirige hacia el
futuro, son frías y carecen de ilusión. Nos no se le podría sacar de sus cuatro paredes, lo que no
sería de sor- viene a la mente lo que Freud llamaba el principio de realidad, que prender en un
admirador de Epicuro, seducido por la aspiración al placer del acervo cultural en la comodidad de
su
Lo que Cicerón ignora, y este hecho nos quita ef placer de la lectura de muchos textos suyos y de
algunas de sus caztas, es que la estratificación social merecía ser considerada como un problema.
En ocasiones sí parece percibirlo, como cuando dice que «el año pasado, el foro había sido
tomado, el templo de Castor ocupado pot los esclavos como si fuera una fortaleza de ptovincias».
Cicetón se enfada. al ver que nada se hacía:
No puede esperarse de Ciceron una concienciación ante la cuestión social. La lectura del
Sermón de la Montaña quizás le habría dejado excepcionalmente perplejo y sin habla. Pero de él le
separart más de cima años que todavía han de venir. Él habría comprendido mejor el Manifiesto
comunista, concibiéndolo con el instinto del político experimentado como una estrategia para la
ascensión al poder. No quiere conceder a sus adversarios} los populares; rnnguna iniciativa moral;
concibe su llamamiento al pueblo como un rodeo en el camino hacia el poder o como un
afianzamiento de relaciones de poder: si se quiere, una visión materialista. El promotor
psicológico de todos los populares sería una y otra vez la activación de los complejos de envidia.
Podríamos dedicarnos a contar con qué frecuencia aparece en el texto la palabra «envidia». A esta
visión sin indiJlgencia habría contribuido la circunstancia de que los oponentes del oartido popular
procedían sin excepción de la alta aristocracia, que frente a él siempre mostró una postura
reservada. Un origen aristocrático, la preservación demostrativa de la vida feudal y un
engatusamiento intencionado de la capa social más baja: esta combinación despertó en él atiténtico
horror.
Queda la última cuestiÓn, la que pregunta por el origen de esta buena conciencia suya con la que se
considera a sí mismo y sus iguales como boni («las fuerzas del bien vs las fuerzas del mal»).
Consecuenternentey la última parte del excurso ofrece una teoría de interés popular con la tesis
esencial: el interés popuåar es idéntico al bienestar común y a la voluntad de los gobernantes. Can
ello nos proporciona Cicerón, que acaba de ofrecernos un ejemplo de una argumentación propia de
derechas, un ejemplo de ideología de derechas.
Es mal asunto este texto. Nos recuerda este pasaje en Cuarta catilinaria (cap. 1 É), donde se hace un
llamamiento a los esclavos para quie defienden la existente contra todas las iniciativas subversivas
(«servus est nemo, [...] qui non audaciam civium perhorrescat qui non hae: stare cupiat»). Pero
todavía es peor que Cicerón rompa su fórmula otium-dzgnitas y reparta sus componentes por
separado: otium para el pueblo, dignitas para los gobernantes. En su idilio encaja que
recientemente, en las asambleas ponulares, el pueblo eligió a los optimates Frente a la oposición de
los popu}ares. « i Veis, pues [dice en tono triunfal], que el pueblo mismo, se diría que ya no está a
favor de lo popular!» («Videtis igitur populum ipsum iam non e.sse popularurn») (114), Una vez
saboteada esta ingeniosa observación deberíamos reflexionar sobre el pï0btema político que
entraña. Porque el que políticos de la derecha, dejando de lado a los perplejos políticos de la
izquierda, busquen y hallen contacto directo con el pueblo ( «populismo»), al parecer no es cosa
exclusiva de la república de Cicerón, también sucede en otras
7. Peligro y compromiso
Séneca procede de la provincia romana de Hispania ulterior l , donde nace en Córdoba el año 4 a . e.
—cuando en Roma gobierna Augusto— como hijo de un erudito del que se conservan escritos
sobre la retórica. Recibe ya su edacación en Roma. Aunque su corazÓn pertenece a la filosofía, se
dedica, como Cicerón 100 años antes, a la abogacía, asciende en la carrera administrativa y es
nombrado cuestoz (ministro de finanzas). Bajo el dorninio de Calígula (37-41) cae en desgracia (lo
cual no es nada sorprendente) y se salva de la muerte segura sólo porque debido a sa enfermedad no
se le dan muchas probabilidades de vida. Bajo Claudio (41,54) entra, en parte también gracias a una
relación amorosa, en el círculo más estrecho de la sociedad cortesana, y será precisamente por ello
por lo qne Mesalina, la segunda esposa de Claudio, consiga que ie destierren a la isla de Córcega.
Los ocho años de estancia en esta isla le servirán para profundizar su formación filosófica. En el
año 49 consigue Agripina, ia nueva esposa de que sea liberado, que se le nombre pretor, y le
encarga la educación de su hijo Nerón, fruto de su anterior matrimonio con Ahenobardo, quien a lo
largo de su vida gozó de bastante mala reputación. Cuando Séneca toma el cargo de educado;
Nerón cuenta con 12 años de edad. Sólo cinco años más tarde será proclamado emperador, después
de que Agripina, cegada por su amor materno y divinizando a su hijo en toda regla (quizá también
doblemente dependiente de él a causa de una relación incestuosa), presumiblemente instigada por
él, hizo envenenar a Claudio, su esposo. Séneca sigue siendo preceptor del nuevo César Nerón,
gana influencia y, con el consulado, la potestad de imperio, aunque ésta fuera dependiente. Se
reparte con el plenipotenciario de los pretorianos, Burro, pero aun así conduce a lo larE0 de ocho
años, hasta el 62, Æos destinos de Roma y del îTlundo, años casi felices, a juicio de la historia. Para
Agripina, sin embargo, no lo son: ella sufre una muerte horrorosa que su horrendo hijo pone en
escena como si siguiera un guión de Polanski, y como si con esto no hubiera suficientes horrores,
aprovecha el [evantamieflto del cadáver para colmarse ostentosamente de elogios POE el crímen
cometido .
Se pone cada vez más de manifiesto qué monstruo había subido con Nerón al trono de Augusto.
Fiada más iniciar su gobierno ordena que sea liquidado su hermanastro Británico, justamente
porque éste, gracias a su carácter y su predisposición, había despertado tantas esperanzas. Al poco
tiempo (según Büchner hacia finales del año 55 o comienzos del 56), Séneca dedica a su discípulo
el tratado De clementia 3 y entona, al igual que Tamino con la flauta mágica, su canto más dulce
para a aplacar a la bestia. Pero nž.žnca jamás un pedagogo fracasé tan estrepitosamente como él. En
el año 62 tiene que retirarse, observa el furor desenfrenado de su pupilo como particular, y sólo tres
años más tarde recibe la orden de suicidio, que obedece.
Con Séneca escuchamos una última voz de Ia filosofia romana del derecho, ya con vagas
reminiscencias cristianas. En 10s tres siglos siguientes tornaron Ia palabra en Roma juristas como
Celso, Juliano o Ulpiano, pensadores más prácticas que concibieron y desarrollaron el derecho
COITIO ars boni et aequi. Su más relevante creacián, el derecho civil, nos ha sido transmitido a
través del Corpus itt•ris civilis. La filosofia cristiana, fundada por el Padre de Iglesia Agustíll,
se ha ocupado poco del Estado y dei derecho. La obra principal de Agustírt, De civitate Dei, no trata
del Estado real, sino de Ia comunidad de fieles. Los Estados te£renales fueron para él, en el fondo,
Sólo magna latrocinia, grandes bandas de ladrones. No era en el Estacio donde ei ser humano
haliaba Ia felicidad, sino en Ia salvación de su alma tras una vida de santidad. En Ia Edad Media
apenas hubo una continuación de Ia filosofia antigua dei derecho, pero al menos se conserva A Ia
largo de siglos, 10s monjes cristianos se dedicaron en 10s «scriptoria» a recopilar y copiar fielmente
10s textos antiguos, tal como nos Io describe Umberto Eco en su novela El ncmb•re de Ia rosa.
También Ia ciencia musulmana en Ias universidades de Ia península Ibérica acurnuló grandes
méritos, como Avertoes (Abu' I Walid Mohammad ibn Roshd), que. transmitió en Córdoba Ia
filosofía de Aristóteles
El grau momento de Ia cultura antigua Ilegó con el comienzo de Ia Edad Moderna, con el
Renacimiento, con un humanismo renovado, Cuando Colón preparaba su viaje a Ias Indias ya se
publicaban en Venecia y Florencia Ias obras cie Platón y de Aristóteles traducidas al latín, y más
tarde también Ias de Cicerón. Todos 10s preceptos teológicos se dejaron de lado, y se toma al
hombre, a la razón humana, mo de qué manera se podía conseguir que estas ideas se impusieran
como punta de referencia del pensamiento moderno; se podría ha- frente al correspondiente Ancien
Régime. Cuántas terribles guerras y blar de una reanudación del pensamiento de Protágoras, el
camino guerras civiles acompañan a este evolución es algo que pertenece al conduce al
Racionalismo, a la Ilustración. El orden del deŽ•echo y el triste capítulo de la miseria de la
filosofía- En los continentes cotoniorden del Estado recuperan una gran importancia. Maquiavelo
es- zados por Europa se produjo de forma paralela la obtención de fa cribe sobre el poder del
príncipe (1516), liberado de la moral cris- independencia. como es el caso de América latina. Sobre
SimÓn tiana; en el misma año Tomás Moro idea su Utoôía en el sentido del lívar leemos en el
diccionario Espasa (1985): «Fue su maestro el fisocialismo platónico. En Florencia se
enseña, ya desde el siglo XIII, lósofo Simón Rodríguez, quien le inculcó ideas de libertad».
Tamel derecho civil roraano a estudiantes de muchos países de Europa, poco esta evolución siguió
una línea recta. Hubo movimientos de en los que luego se desarrolló el ius commune, cuyos efectos
se per- oposición que situaron principio del orden (garantizado por un ciben aún en numerosos
códigos civiles actuales. Durante el reinado fuerte poder central) por encima del principio de la
libertad, pero tamde Carios I surgió en 1532 la Constitutio criminalis carolina. En Es- bién de ello
se encuentraE1 testimonios en el pensamiento antiguo, de paña, la Nueva recopilación (Bajo Felipe
ll, 1567) estuvo influida forma especialmente determinante en La república de Platón (politeia). por
la legislaciÓn justinianea. Se podría decir que el incipiente impe- Dos filósofos alemanes del siglo
XIX se habían opuesto categóririalismo europeo de España y Portugal, más tarde de Inglaterra, se
camente a la evolución moderna liberal-republicana, a saber, NietzinspirÓ etÆ el ñiûdelo del
imperium romazum. Se percibió una reper- sche y Marx. Los aforismos de Nietzsche,
especialmente en Más allá cusión positiva en la Escuela de Salamanca, donde Francisco de Vi- de!
bien y del mal v en Genealogía de la moral (1886/1 SS 7), reaparecen coria, en su Tratado sobre los
indios, creó los fundamentos del dere- en las ideas y lemas del fascismo alemán; el marxismo ha
dominado, cho internacional público, continuado más tarde por Grotius (De itere en la forma
política del leninismo, el mundo oriental desde Berlín hasbelli pacis, 1625). ta Vladivostok. Las
filosofías tanto de Nietzsche corno de Marx
En el desarrollo político de la Edad Moderna se muestra un terna vieron, cada una por Si misma,
consecuencias políticas totalitarias, y de la filosofía antigua del Estado de un efecto
extraordinariamente es significativo que ambos pensadores se distanciaran del derecho, relevante:
la crítica de la tiranía (griega) o del despotismo (romano); desprestigiaran la idea del derecho,
abrieran a la tiranía (o dictadudicha de forma positiva, la idea de ciudadanos libres e iguales, tal za)
las puertas de par en par. Resulta significativo también que estos coyno Aristóteles lo expresa en su
Política y Cicerón en De re publica. dos filósofos despreciaran a los autores clásicos y prefirieran
repreEn los escritos de los padres fundadores de la constitución norte- senf_antes del anarquismo;
Nietzsche, par su parte, al dios Dionisos, americana (John Adams, Hamilton, Jefferson) se
encuentran repeti- mientras que Marx a Epicuro.