La Ciénaga
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La Ciénaga
La Ciénaga
En el Budismo algunas veces imaginamos que entre la Rueda del Sámsara y la Montaña
del Nirvana se encuentra una ciénaga mortífera y oscura, una clase de espacio
espiritual o 'bardo' que bulle con almas en pena. Estas son las personas que saltaron,
cayeron o fueron expulsadas de la Rueda cuando sus estrategias de supervivencia
dejaron de funcionar.
Del mismo modo que el Sámsara es la realidad vista a través de los ojos prejuiciosos
del ego, y el Nirvana es la realidad aprehendida o entendida directamente, el espacio
o la ciénaga es el lugar donde la transición desde un estado de conciencia al otro es
posible... no inevitable sino simplemente posible.
Ese hueco o brecha entonces, es el periodo crítico de desilusión en el que una persona
entra cuando de pronto descubre que su ego no funciona bien como árbitro de la
realidad. El momento en el que uno cae en la cuenta de que algo está mal
intrínsecamente, que está cometiendo terribles errores de juicio, y que las cosas o la
gente sobre las que hubiera apostado su vida no son lo que pensó que eran, entonces
entra en la ciénaga. Quizá antes había mantenido su vida con confianza y eficiencia;
pero en la ciénaga, duda de su habilidad para manejar su vida en lo más mínimo.
Una variedad de causas pueden lanzar a un individuo hacia la ciénaga. En algunos
casos se ve abrumado por un suceso que su ego ve como una tragedia personal: la
muerte de un ser amado; una traición; una severa enfermedad o un achaque; un
fracaso humillante o un rechazo; o quizás hasta una dificultad aparentemente
insignificante, que ha traído una masa acumulada concluyente de pequeñas miserias.
Otras veces simplemente no puede aceptar el orden natural y cambiante de las cosas
cuando descubre amenazantes signos de vejez en su cara, en la mente y la virilidad, o
cuando los niños crecen y le excluyen de sus vidas privadas, relegándole a jugar un
papel inferior al acostumbrado. En algunas ocasiones invierte demasiado en un
trabajo, en un credo o en un modo de vida, y experimenta, una vez que ha
descubierto que su inversión fue ridícula, las mortificaciones de la insolvencia.
Otra causa peculiar - pero común - de una introspección problemática es el abrupto
despertar de un individuo al hecho de que la fase de "llegar a ser" en su vida ha
terminado, que él ya es lo que estaba destinado a ser, y que la respuesta a la
pregunta: "¿Es eso todo lo que hay?", es lúgubremente afirmativa.
Independientemente de la causa, cada vez que una persona se ve aturdida por una
revelación de la disminución y decaimiento de su ego, se encontrará a sí misma en las
aguas de la desilusión.
Sin embargo, no se puede suponer que porque todas las personas encuentren serios
problemas, éstas, tarde o temprano terminarán en la ciénaga. Muchos egos pueden
soportar cualquier adversidad. Muchos hombres pueden enterrar a sus hijos al
amanecer y ultimar los detalles de un contrato comercial al anochecer, o pueden
sobrevivir a la experiencia más brutal y antes de terminar de limpiarse la sangre de sus
cuerpos empiezan a disputarse los derechos de su historia, o incluso pueden sufrir un
trágico accidente y se limitan solamente a ponderar únicamente aquellas cuestiones
que se refieren a los méritos del litigio.
Tampoco se puede asumir que las personas automáticamente ceden sus sitios en el
Sámsara durante el simple proceso de hacerse viejo. Aunque es cierto que la mayoría
de los que se encuentran cara a cara con los crímenes y la estupidez de sus egos son
de mediana edad, hay bastantes claros ejemplos de personas mucho más jóvenes que
han llevado a cabo la transición y, por otro lado, personas mucho más viejas que
nunca terminan de dejar el Sámsara del todo. El Buddha dejó su vida samsárica
cuando tenía veintinueve años. Shankara, de la línea Vendata, había llegado a fundar
muchos monasterios cuando murió a los treinta y dos. Sri Ramana Maharshi, el gran
Santo Indio que murió en 1954, alcanzó la madurez espiritual entre los 13 y los 19
años.
Junto a aquellos que se aferran a sus vidas dictadas por el ego ilusivo y llegan a la
tercera edad con sus caparazones del Sámsara todavía intactos, podemos llegar a
encontrar a muchos que son tan intencionadamente absorbidos por su personalidad a
los sesenta y cinco como lo fueron hace medio siglo, cuando eran unos quinceañeros.
Al contrario que sus compañeros, los cuales han madurado con la edad - el signo
evidente de la disminución del ego - muchos ancianos tienen egos que son tan duros,
agarrados, ambiciosos, caprichosos y ávidos de atención como nunca lo fueron. No
estamos hablando de sociópatas, vagabundos, o incluso los enfermos o los consumidos
por la edad. Una cantidad apabullante de personas perfectamente sanas y por otro
lado respetables, generalmente recurren a una variedad de insignificantes crímenes
para satisfacer caprichos egoístas. Encargados de supermercados situados en
comunidades prósperas de jubilados, por mencionar un triste ejemplo, han tenido que
adoptar una línea dura contra los ladrones y soportar la negativa publicidad de tener
que arrestar a una "pobre, y hambrienta dama" cuando descubrieron que lo que la
abuelita estaba llevándose era paté de foie gras y caviar (la abuelita sabe que te
pueden pillar tanto por una oveja como por un cordero.) Y cualquier juez en un
tribunal de tráfico puede confirmar el terrible número de conductores ancianos que
están ciegos a objetos situados a más de diez pies de distancia y que tienen reflejos
cuyos tiempos de respuesta se pueden medir en minutos, que todavía insisten en su
inalienable derecho a operar un vehículo en una autopista. No todos estamos obligados
a rehusarlo con elegancia.
Pero cualquier hombre o mujer que realmente sufre la crisis de engaño, en el hueco o
la brecha, seguramente encontrará esta dificultad exacerbada por la confusión y los
sentimientos de alienación. Sabrá que su escala de valores debe ser re-evaluada, pero
no sabrá cómo llevar a cabo esa revisión. (El sujeto no puede ser su objeto, como el
ojo no se puede ver a sí mismo.) Debido a que su juicio ha demostrado ser poco fiable,
no sabe hacia dónde puede girarse o en quién puede confiar. Sus antiguas estrategias
son inefectivas, las reglas del juego han sido drásticamente cambiadas. Tantas cosas
aparentemente irán mal al mismo tiempo, que se verá a sí mismo bajo un acoso sin
cuartel. La tensión que siente será tan opresiva que para aliviarse tendrá que consumir
sin reparos alcohol o drogas y dar, por tanto, avisos públicos de que está fuera de
control y de que ha "caído hasta lo más hondo" o ha "saltado al vacío". O quizá pueda
ocultar su dolor de los demás y sufrir en secreto. No podrá ver los peligros que
entrañan cualquiera de estas dos respuestas ya que la emergencia actual le evita
pensar razonadamente sobre el futuro. No se dará cuenta de que está en guerra
consigo mismo y de que el monopolio del ego sobre su destino ha sido finalmente
cuestionado.
Allí, en la ciénaga, se encontrará a sí mismo, con mucha confusión rodeado por los
muertos y los moribundos, los drogados, los borrachos y los locos. Puede que no se de
cuenta inmediatamente de que tarde o temprano podrá ser uno de ellos. Por el
momento es sólo un extraño en una tierra desconocida.
Tres cursos de acción puede llegar a tomar: (1). Puede llegar a divisar los signos
distantes de un santuario parpadeando en la montaña del Nirvana. De muchas maneras
diferentes, las religiones de salvación siempre anuncian su habilidad para ayudar a las
personas con problemas. Si se es espiritualmente precoz - y frecuentemente las
personas que menos sospechamos que poseen un potencial espiritual resultan ser las
que han recibido el mayor don divino - puede que no se tome mucho tiempo en
ponderar su situación. Puede que rápidamente sienta que la felicidad no puede
consistir en el mundo exterior a sí mismo y que si va a sobrevivir, no puede continuar
definiéndose a sí mismo en términos de sus relaciones con otras personas (el
equivalente religioso de intentar dividirse por cero.) Preocupado ahora por primera
vez por el bienestar de su propia alma, puede comenzar a nadar en la dirección del
potente viento del Nirvana. (2). Puede mirar hacia atrás al mundo del Sámsara y ver a
la familia, a los amigos, los vendedores de la televisión, y una variedad de
trabajadores sociales, todos intentando alcanzarle desde la Rueda para traerle de
vuelta. Estos le asegurarán que encontrará una nueva vida si simplemente se arregla
los dientes, se compra un coche deportivo, se une a un club de salud, cambia el estilo
de su peinado, invierte en bolsa, u organiza encuentros y reuniones sociales para
personas con su misma confusión.
Si acepta su ayuda e intenta todos los remedios de los Seis Mundos con desesperación,
será sólo cuestión de tiempo hasta que descubra que el pelo rizado no puede resolver
una crisis existencial, o que una cadena musical Blaupunkt tampoco puede ahogar una
llamada espiritual. Nada habrá cambiado a mejor. Todavía se sentirá como un
extraño... un extraño desconcertado y, después de varios meses aplicando esos
remedios, en números rojos. Su angustia se intensificará en consecuencia y terminará
por regresar a la ciénaga en peores condiciones que cuando la dejó.
Si ha llegado a desarrollar serios problemas con el alcohol, las drogas u otros
comportamientos autodestructivos, la familia, los amigos, los vendedores de la
televisión y una todavía mayor variedad de trabajadores sociales incrementarán sus
esfuerzos para rescatarle de nuevo. Todas las variedades de torniquetes samsáricos
serán aplicados a la hemorragia de su ego. Los vendedores de la televisión le llevarán
a "hospitales" privados que garantizan poder restaurar su dignidad, una cualidad que
ignoran cuando el seguro deja de pagar. Los amigos le animarán con sensitividad: "Por
la gracia de Dios, acepta", hasta que el angustiado amigo se convierta en un antipático
invitado a cenar o tan bochornoso como para pedir un préstamo o una carta de
recomendación - peticiones que en el mejor de los casos pueden ser fatales para una
relación. (Llegados a este punto los amigos generalmente revalorarán sus almacenes
de decoro y le declararán bastante merecedor de una zambullida en el infierno.) Los
familiares reconsiderarán los lazos de sangre. La suave muestra de amor filial ("Hijo,
estamos contigo en cada paso del camino de vuelta") seguramente se endurecerá como
el acero en cuanto el pequeño tropiece o decida ir hacia atrás ("A tu madre y a mí nos
trae sin cuidado lo que se te meta en la cabeza siempre y cuando no lo hagas ni dentro
ni cerca de la República de Pensilvania"). Los trabajadores sociales persistirán en sus
esfuerzos mientras que los demás han dejado de darle valor a la existencia del pobre
fracasado. No importa lo terrible que haya sido la vida de un cliente antes de llegar a
la Rueda, un trabajador aplicado le intentará traer de vuelta una vez más. Alguna de
las personas que regresan al Sámsara pueden llegar a conseguir reintegrarse más o
menos. Algunos pueden permanecer curados por más de dos semanas. Pero muchos,
decidiendo que las curas samsáricas son peores que las enfermedades de la Ciénaga,
entrarán en ésta, una vez más. Dentro y fuera. Perdidos y "rescatados" hasta que su
ruina es total. (3). Una persona puede permanecer sin entrar en la Montaña o en la
Rueda. Ciego y sordo para cualquier cosa que no sea su batalla interior, puede
terminar pereciendo en las aguas, al mismo tiempo el justiciero y el ajusticiado.
Uchiyama Roshi del Templo Antaiji de Japón suele describir esta autodestrucción como
una situación que comienza con el hombre bebiendo el sake, entonces después de
cierto tiempo se transforma en el sake bebiendo al sake, y finalmente termina como el
sake bebiendo al hombre. Y así sucede con toda una variedad de drogas, legales e
ilegales, que comienzan prometiendo liberar al hombre de sus problemas y terminan
empeorando sus problemas y matándole en el proceso.
Resulta triste darse cuenta de que aquellos que expresan cierto interés en encontrar
el santuario en la religión nunca reciben ánimos de parte de los paisanos en la Rueda.
Nadie en el Sámsara llega a aconsejar a una persona con el ego herido encontrar un
tratamiento religioso para sus heridas.
El mundo del ego simplemente no reconoce un mundo distinto y separado del espíritu.
En términos de geografía espiritual, la Montaña del Nirvana no se puede ver desde la
Rueda del Sámsara. La gente en la Rueda no saben que para llegar al Nirvana es
absolutamente necesario tratar con la Ciénaga. (No hay ninguna otra manera.) Toman
como una certeza que el Nirvana es simplemente un estado refinado o más elevado del
Sámsara. Reconocen la existencia de personas espirituales pero suponen que la
espiritualidad es meramente una condición de un ego alterado, un ego que, quizás, se
ha purificado a sí mismo de todos los signos observables de pecado y, como una
recompensa, ha sido glorificado y elevado. No pueden concebir la pérdida de su ego,
una pérdida, según ellos, similar a perder su mente o al menos su humanidad. Para
ellos, las criaturas sin ego son criaturas sin identidad: vegetales, amebas, y lunáticos -
grupos en los que nadie quiere incluirse voluntariamente.
Además, incluso si llegaran a concebir que la desilusión y la alienación son problemas
religiosos, entonces malinterpretarían los términos de la solución. Los egos, por
naturaleza, ansían dominar a otros egos, un control que se extiende invariablemente a
los intereses fiscales. La gente en el Sámsara instintivamente teme que la religión
pueda liberar a una persona de sus posesiones como le libera de su dolor. Quizá Jesús
recomendó a aquellos que deseaban convertirse en sus discípulos entregar primero su
dinero a los pobres, pero ninguna persona en la Cristiandad llega a recomendar a un
pariente ser tan injustificadamente generoso. Ni siquiera los amigos o los trabajadores
sociales permanecen tranquilos ante semejante herejía. Muchos sugerirán a una
persona herida que vaya a hablar son su párroco o que pase cierto tiempo en la iglesia;
pero, ya que los novicios frecuentemente transfieren sus propiedades a la orden
religiosa en la que entran, ellos no le recomendarán que busque el santuario en un
monasterio. Sin embargo, aceptarán convertirse en su apoderado cuando ingrese en un
sanatorio.
Estos son, pues, los tres posibles destinos que le esperan a aquel que ha descendido al
interior del hueco. Puede volver al Sámsara, cauterizado, marcado y de alguna manera
ceñudo y menos espontáneo que antes. O, si todos los intentos terapéuticos fallan y
vuelve a caer en el camino de la autodestrucción, puede terminar su carrera en la
ciénaga hasta que consiga destruirse totalmente a sí mismo.
O, en un afortunado, precioso, lúcido momento, puede discernir lo que es obvio y ver
que la vida es simplemente muy dolorosa y amarga y que después de todos sus años de
ensayo, ha fallado completamente en disminuir el dolor o endulzar la experiencia.
Esta conclusión ha de ser alcanzada; y no importa cuánto tiempo le lleve a una
persona alcanzarla, o cuánto ha sufrido hasta ese momento, o incluso cuántos
crímenes ha cometido en el proceso. Sólo importa que llegue a esa comprensión.
Si se encuentra a sí mismo en pena entre los muertos y los moribundos, los drogados,
los borrachos y los locos, y al menos grita rogándole al Señor que le ayude, entonces
ha entrado en el Séptimo Mundo del Chan.
Esto es debido a que la primera de las Cuatro Nobles Verdades es justamente esta: La
vida es amarga y dolorosa. A no ser que esta Verdad sea comprendida... no aceptada
con fe, sino reconocida... no estudiada, sino testificada... no asumida por la razón,
sino verificada por la experiencia, absolutamente y sin matices, a no ser que una
persona sepa desde la cabeza a los pies que la vida es en verdad amarga y dolorosa, no
será hasta entonces siquiera un candidato para la liberación budista.
La Primera Verdad debe ser asimilada antes de que la Segunda Verdad pueda ser
revelada. Vivir en el Sámsara es sufrir. Vivir bajo la tiranía del ego es una batalla sin
fin que no puede terminar en victoria. Mientras el tirano viva, nos tiraniza. Somos
fustigados. La salvación, por tanto, comienza confesando la derrota. (No con un acto
de contrición, como algunos lo pueden entender, sino meramente como una confesión
de la derrota. La contrición viene después.)
Un poco más atrevido ahora y con algo más de curiosidad, el candidato puede
aparecer en la puerta de un maestro Chan diciendo que la vida que conoce hasta el
presente no merece ser vivida y que busca investirla con algo de valor; o, puede llegar
a decir que de alguna manera ha perdido su camino en la vida y se encuentra en un
lugar donde nada concuerda, donde nada está sincronizado, y donde todo parece
extraño y desprovisto de significado. Se arrepiente de todo lo que ha llegado a hacer y
no le echa a nadie la culpa a no ser a sí mismo. Ruega por una dirección que le guíe
fuera del terreno hostil y pesaroso. Puede llegar a utilizar las metáforas de la batalla y
decir que su mundo está en ruinas, que la lucha con la vida le ha dejado herido y
sangrando severamente, y que no le quedan fuerzas para continuar la contienda.
Puede añadir, casi como un reto final, que se acerca al Budismo porque no tiene nada
que perder y ningún otro sitio al que ir.
Con el sonido de estas palabras el corazón del maestro empezará a fortalecerse y a
chasquear como un banderín de rezo sometido a un fuerte viento; y sea cual sea el
idioma que hable susurrará: "Gracias, Señor."
El maestro sabe que la vida del ego es verdaderamente amarga y que una persona
debe aprender por sí mismo la estupidez de llegar a creer lo contrario.
En el léxico de la salvación, la Desilusión llega antes del Despertar.