ARENDT, Hannah. Cultura y Política

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H arm a b A rpn At

Más allá de la filosofía


Escritos sobre cultura, arte y literatura

Edición de Fina Birulés


V

y Angela Lorena Fuster

Editorial Trotta
i ui i un a i ni H 11 I t A

i ii Iiii r;i había sitio una cueslióu ■Ir pirMigio y una forma de ascenso so-
■ial que se había devaluado después a causa precisamente de su utilidad
mu ial. Esta dinámica residí.i h.isiauic familiar en nuestros días: la gente
la denomina a menudo «rebajas de los valores» sin admitir que esas reba-
2 las comenzaron cuando la sociedad moderna descubrió el «valor» de la
. nlllira, es decir, la utilidad de apropiarse de objetos culturales y trans-
CULTURA Y POLÍTICA* loi inarlos en valores. El filisteo culto o educado puede ser un espécimen
puramente alemán, pero la socialización de la cultura —su devaluación
. u forma de valores sociales— es un fenómeno moderno mucho más ge-
iiei al. El filisteo en Alemania corresponde al esnob inglés, al intelectual
diivo estadounidense, y quizá, al bien-pensant en Francia, donde Rous-
seau fue quien descubrió por vez primera este fenómeno en los salones
dieciochescos. En la Europa actual ese tipo de cosas se considera algo
propio del pasado, un fenómeno poco merecedor de atención; la situación
I es un tanto distinta en Estados Unidos, donde el esnobismo cultural de
los intelectuales altivos es una reacción a la sociedad de masas. Las «re-
Sea lo que sea lo que entendamos por «cultura», ha dejado de ser algo
halas de los valores» han sido, sobre todo, unas «rebajas» de los valores
que demos por supuesto sin ningún tipo de cuestionamiento previo o
educativos, y la demanda de esos valores ha durado apenas un poco más
con un sentimiento de gratitud. El propio término se ha convertido en
que su cada vez más reducida oferta.
motivo de incomodidad, no solo entre los intelectuales, sino también
El fenómeno de la socialización va mucho más allá. Lo que llama-
entre todos aquellos que crean los objetos que, tomados después como
mos «cultura de masas» no es sino la socialización de la cultura que co-
un todo, constituyen aquello que llamamos «cultura». Me temo que si no
menzó en los salones. La esfera de lo social, que primero atrapó a las cla-
tenemos en consideración esta incomodidad, de la que todos somos
ses sociales más favorecidas, se extiende ahora a todos los estratos y se
conscientes, pasaremos por alto tanto lo que la cultura es actualmente,
i (invierte así en un fenómeno de masas. Sin embargo, todos los rasgos
como lo que podría llegar a ser.
que la psicología de masas ha identificado hasta ahora como típicos del
Las sospechas acerca de la cultura no son un fenómeno reciente. En
hombre en la sociedad de masas: el abandono (sin tener este nada que ver
Alemania comenzaron probablemente con la aparición del «filisteísmo
con el aislamiento o la soledad), junto con su extrema capacidad para la
cultural» [Bildungspbilisterium], descrito por vez primera por Clemens
adaptación; la irritabilidad y falta de respaldo, la extraordinaria capaci-
von Brentano hace alrededor de ciento cincuenta años. Para el filisteo, la
dad para el consumo (cuando no avidez), junto con la incapacidad para
pizgar las cualidades o simplemente identificarlas; pero sobre todo el ego-
* Publicado originalmente como «Kultur und Politik»: Merkur 12 (1959), pp. 1122- centrismo y la alienación fatal del mundo, que se confunde con la alie-
1145; reed. en A. Machionni, Untergang oder Übergang: I. Internationaler Kulturkritiker- nación de sí mismo (esto también viene de Rousseau); todos estos rasgos
kongress in München, Banaschewski, Munich, 1958, pp. 35-66. Traducido al inglés por ya se manifestaron en la «buena sociedad», que no tiene un carácter de ma-
M. Klebes en H. Arendt, Reflections on Literature and Culture, ed. e introd. de S. Young-ah
sas. Se podría decir que los primeros integrantes de la nueva sociedad de
Gottlieb, Stanford UP, Stanford [= RLC1, pp. 179-202.
Se trata de una reflexión escrita para ser expuesta en un foro sobre «cultura-crítica» masas constituyeron, cuantitativamente hablando, una masa tan reduci-
que formaba parte de las actividades organizadas con motivo de la conmemoración de da, que les permitió considerarse a sí mismos como parte de una élite.
los ochocientos años de la fundación de la ciudad de Munich. Arendt trabajó en la versión No obstante, existen diferencias sustanciales entre esta última fase
inglesa que quedó inédita; sin embargo, escribió una variación de este mismo ensayo pu-
del proceso de socialización de la cultura, y la anterior, en la que se produ-
blicada con el título «Sociedad y cultura»; Daedahts 89 (1960), pp. 278-287, la cual cons-
tituye la base de una exposición más completa titulada «The Crisis in Culture; Its Social jo el filisteísmo cultural. El fenómeno de la industria del entretenimiento
and Political Significancc», en lletween Past and Future: Six Exercises in Political Thougbt, puede proporcionarnos el mejor y más perfecto ejemplo de estas diferen-
Viking, Nueva York, 1961, pp. 197-226. cias, puesto que se trata de algo que concierne de forma muy pronunciada

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IA CNACIIUDAD 1)1 L O S A S U N T O S HUMANOS i III I u n a t 1*111 1 1 I C A

tanto al filisteo educado como al esnob. El filisteo se apropió de lo cultu- ■i tan digna de reproche por el hecho de producir objetos tan poco du-
ral como valor cultural, con el objetivo de asegurarse una posición social i.uleros que obligatoriamente lian de ser agotados en el mismo instante
más elevada para sí mismo; más elevada de la que ocupaba, según su pro- de ',ii creación—ya que, en caso contrario, se echarían a perder— como
pio cálculo, de forma natural o por nacimiento. Los valores culturales lo podría ser una panadería. No obstante, si la industria del entreteni-
eran así lo que siempre habían sido, es decir, valores de intercambio, y la miento reivindica (para sí) los productos culturales—que es justo lo que
devaluación que se inició de manera natural consistió en el hecho de que mu ede en el seno de la cultura de masas—, se corre el peligro inmenso
se hacía un uso o un abuso de la cultura con un propósito de tipo social. ile que el proceso vital de la sociedad —el cual, como todos los procesos
Los valores culturales, al circular de mano en mano, perdieron el brillo vitales, incorpora de manera insaciable al sistema circulatorio biológico
y el potencial —que les era propio a todos los hechos culturales—, y pa- de su metabolismo todo lo que se le ofrece— comience a devorar, lite-
saron a cautivar por sí mismos. Estos objetos culturales que perdieron i tímente hablando, los productos culturales. Este no es el caso, desde
su naturaleza para convertirse en valores no fueron, sin embargo, consu- luego, cuando los productos culturales —ya sean libros o imágenes—
midos; pese a ser reducidos a su mínima expresión, continuaron siendo '.mi lanzados al mercado en forma de reproducciones baratas, y como
un conjunto de cosas objetivamente mundanas. i onsecuencia de esto se venden de forma masiva, pero sí lo es cuando
La cuestión es bastante distinta cuando hablamos de objetos manufac- ( sins mismos productos son alterados—reescritos, condensados, popu-
turados por la industria del entretenimiento. Su función es hacer pasar el 1.11 izados, convertidos en algo kitscb por medio de la reproducción— de
tiempo, tal y como se suele decir, pero eso significa que sirven al proceso loi ma que puedan ser utilizados por la industria del entretenimiento.
vital de la sociedad, que los consume de la misma manera que hace con No quiere esto decir que dicha industria sea un signo de aquello a lo que
otros objetos de consumo. El tiempo vacío así consumido es tiempo bio- comúnmente llamamos «cultura de masas», y que, adoptando un térmi-
lógico, es decir, el tiempo resultante tras sumar la labor y el sueño. En el no más preciso, deberíamos calificar como el deterioro de la cultura. No
caso del ser humano laborante, cuya única actividad consiste en mantener es tampoco cierto que este deterioro comience en el momento en que
su propio proceso vital y el de su familia, y en fortalecerlo a través de un lodos puedan comprar los diálogos de Platón por muy poco dinero, sino
consumo cada vez más elevado y de un nivel de vida cada vez más alto, i uando estos productos son transformados hasta el extremo de facilitar
el placer ocupa esos espacios de la vida donde el ciclo de la labor deter- mi venta masiva, algo que sería imposible de otra manera. Los que fo-
minado de forma biológica —«el metabolismo entre hombre y naturale- mentan este deterioro no son los compositores de música popular, sino
za» (Marx)— ha creado un hiato. Cuanto más sencilla se vuelve la labor los miembros de un proletariado intelectual ilustrado e informado que
y más se reduce el tiempo necesario para preservar la vida, más grande se n ata de organizarse y propagar la cultura por todo el planeta, y de con-
vuelve el hiato recreativo. Sin embargo, el hecho de que cada vez se libere vertir esta cultura en algo agradable a todos aquellos que no tienen nin-
más tiempo para el placer, no implica que este no sea una parte esencial gún interés en tener contacto con ella.
del proceso biológico de la vida, del mismo modo que lo son la labor y el La cultura tiene que ver con los objetos y es un fenómeno del mun-
sueño. La vida biológica, por su parte, es siempre un metabolismo que se do, y el placer tiene que ver con la gente y es un fenómeno de la vida.
nutre a sí mismo a través de la ingesta de cosas, tanto cuando labora como ( alando la vida no encuentre ya satisfacción en el placer que se deriva
cuando descansa, tanto cuando consume como cuando se divierte. Las co- del metabolismo voraz que se establece entre hombre y naturaleza —un
sas que ofrece la industria del entretenimiento no son valores que puedan placer que acompaña siempre la lucha y la labor, porque la energía vital
ser usados e intercambiados, sino que son objetos de consumo tan aptos humana no puede agotarse a sí misma en este proceso de circulación—
para ser agotados como cualquier otro. Panem et circenses (pan y circo), será libre para alcanzar los objetos del mundo, para apropiarse de ellos y
las dos cosas van juntas: las dos son necesarias para el proceso vital, le sir- para consumirlos. La vida intentará entonces preparar estos objetos del
ven de sustento y como herramienta para su restablecimiento; las dos se mundo o de la cultura para que sean aptos para el consumo; o sea, los
agotan en este proceso, es decir, si no queremos que este proceso se deten- tratará igual que si fuesen objetos de la naturaleza, los cuales, después
ga, las dos han de ser producidas y realizadas una y otra vez. de todo, también han de ser preparados antes de poder fusionarse con el
Todo funciona a la perfección siempre y cuando la industria del en- metabolismo humano. Los objetos de la naturaleza no se ven afectados al
tretenimiento produzca sus propios objetos de consumo. Esta industria ser consumidos de esta manera, sino que se renuevan continuamente, ya

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que el hombre —en cuanto que vive y labora, lucha y se recupera— es 11


también un ser natural cuya circulación biológica es la que mejor encaja
con una circulación más grande en la que todo lo natural está en movi- Nuestro malestar con respecto a la cultura es en realidad un hecho rela-
miento. Pero las cosas que hay en el mundo y que han sido producidas tivamente reciente, puesto que es consecuencia del fenómeno anticultu-
por el hombre —en tanto que es un ser mundano, y no solo un ser natu- ral del filisteísmo y de la cultura de masas, circunstancias que surgieron
ral— no se renuevan por sí mismas, simplemente desaparecen cuando la las dos en este siglo como resultado de una socialización omnipresente.
vida se apropia de ellas y las consume por placer. Y esta desaparición, que Existe sin embargo otra clase de recelo que es mucho más antiguo e igual-
primero surge en el contexto de una sociedad de masas basada en la al- mente relevante. En el contexto de esta reflexión tiene además una ven-
ternancia entre labor y consumo, es seguramente algo distinto a lo que taja fundamental: no fue una respuesta a ciertos signos de degeneración
sucede cuando las cosas se agotan en el seno de la sociedad al circular relacionados con aspectos culturales, sino que se desencadenó ante una
como valores de cambio hasta que su textura original deja prácticamen- situación diametralmente opuesta; concretamente, la del inmenso pres-
te de ser reconocible. tigio de la cultura y el temor a que esta pudiese convertirse en un fenóme-
Para explicar estos dos procesos que están destruyendo la cultura des- no aplastante. Fue en la esfera política donde se gestó esta desconfianza,
de el punto de vista histórico o sociológico, la devaluación de los produc- lili hecho que no nos debe resultar para nada extraño si pensamos en
tos de cultura dentro del filisteísmo cultural puede servir para ejemplificar nuestra propia incomodidad ante la noción de estética cultivada [aesthe-
el peligro más habitual de una sociedad comercial, cuyo espacio público lic culturedness|, o ante otras construcciones como el concepto de política
más importante era el mercado de bienes e intercambios. La desaparición cultural (Kulturpolitik). En cualquiera de los casos, lo que se pone de ma-
de la cultura dentro de la sociedad de masas, por su parte, puede ser atri- nifiesto es una tensión y un posible conflicto entre la política y la cultu-
buida a una sociedad de laborantes que, como tales, no conocen ni nece- i a. El esteta, desconocedor de las exigencias de la política, tratará de re-
sitan un espacio público ni mundano que exista independientemente de solver este conflicto en beneficio de la cultura, mientras que el político,
su proceso vital, mientras que, como personas, necesitan por supuesto ,lleno a las necesidades de la producción cultural, abogará por la políti-
un espacio así y serían capaces de construirlo tan pronto como cualquier i a, es decir, por la política cultural. Nuestra inquietud ante estos inten-
otro ser humano sometido a otras circunstancias temporales. Una socie- tos de resolución está sin duda condicionada por las experiencias mo-
dad laborante —que no tiene por qué ser lo mismo que una sociedad de dernas. El esteta nos recuerda al filisteo cultural, que también pensaba
laborantes— está caracterizada, en cualquier circunstancia, por el hecho que trasladar los «valores» elevados —es decir, culturales— a la esfera de
de entender e interpretarlo todo en términos de la función del proce- la política —que él consideraba vulgar e inferior— suponía mancillarlos
so vital del individuo o de la sociedad. Estos procesos anticulturales, que Vdegradarlos. Hasta las políticas culturales más liberales no podrán sino
difieren entre sí, comparten, sin embargo, una cosa: ambos se desatan recordarnos las recientes y espantosas experiencias que hemos presen-
cuando todos los objetos producidos en el mundo son puestos en re- i tudo en los regímenes totalitarios, donde ese concepto que llamamos
lación con una sociedad que los usa y los intercambia, los evalúa y los política» ha aniquilado por completo cualquier atisbo de todo aquello
aplica, o los consume y los ingiere. En ambos casos estamos frente a una que solemos considerar «cultura».
socialización del mundo. Esa idea bastante aceptada de que la democra- Para desarrollar estas reflexiones, dejaré provisionalmente a un lado
cia se opone a la cultura, y de que la cultura solo puede florecer entre estas asociaciones tan típicas de la Modernidad y propondré el estudio
la aristocracia, es correcta en la medida en que se entienda la democra- de un modelo histórico distinto. La ciencia política necesita de un mo-
cia como medio para expresar la socialización del hombre y del mundo, delo histórico para ser operativa, no solo porque la historia es su objeto
interpretación que no tiene por qué ser necesariamente aceptada. En de estudio, sino también porque solo con la ayuda de las experiencias
cualquier caso, lo que supone una amenaza para la cultura es el fenó- sedimentadas históricamente de conceptos como «política» o «cultura»
meno de la sociedad, y el de la buena sociedad tanto o más que el de la podremos intentar ampliar la visión que nos concede nuestro propio hori-
sociedad de masas. /i míe de experiencia —siempre limitado en cuanto tal— con el fin de lo-
r.i.ti alcanzar una perspectiva más extensa sobre un fenómeno de carácter
general como es la relación entre cultura y política. De hecho, mi decisión

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de alejarme de la Modernidad responde simplemente al hecho de que más concretamente, la cuidadosa conservación de los principios bien ci-
para la vida de los antiguos, la esfera pública de la política gozaba de mentados que la tradición había convertido en sagrados. La fundación
una dignidad sin parangón y de una enorme relevancia. Desde el punto ile la ciudad era a la política lo que la tradición griega a los asuntos rela-
de vista de la ciencia política, en un contexto histórico de estas caracte- cionados con el espíritu y el intelecto. Esta actitud, típica de un pueblo
rísticas los fenómenos y problemas fundamentales y particulares pueden agrícola, resultó inmensamente productiva al confluir con la apasionadí-
ser estudiados con mucha mayor claridad que en cualquier otro periodo sima relación que los romanos mantenían con la naturaleza, es decir, con
posterior. Con respecto al tema que nos ocupa, podemos descartar la la conformación del paisaje romano. Desde su punto de vista, el verdade-
Edad Media, ya que en esa época el espacio público lo moldeaban fuerzas ro arte debe desarrollarse con la misma naturalidad que lo hace el paisa-
más allá de lo básicamente secular o terrenal. Hoy en día, la relación je; debe ser algo así como una naturaleza cultivada, como el canto más
entre la cultura y la política es una cuestión secular (aunque siga habien- antiguo, «el ruido armonioso de las hojas en la soledad de los bosques»
do casos en que no) y, por lo tanto, no puede ser determinada desde el (Mommsen)2. La idea de que la agricultura podía «uncir» la tierra y so-
punto de vista religioso. La Modernidad, no obstante, plantea una pro- meterla a la violencia, y de que esa violencia era la prueba de la asom-
blemática casi irresoluble a la hora de clarificar el fenómeno político, al brosa grandeza del ser humano —tal y como Sófocles pone en boca del
haber aparecido entre los espacios familiares de lo privado y lo públi- coro en los famosos versos de Antígona: «Numerosas son las maravillas
co una nueva esfera en la que la parte pública está en proceso de hacer- del mundo; pero, de todas, la más sorprendente es el hombre»—, es jus-
se privada, y la privada, pública. No nos es posible tratar aquí todas las lo lo contrario de lo que los romanos pensaban. Resumiendo, se podría
distorsiones y desfiguraciones comunes a todos los problemas políticos decir que los griegos lo consideraban todo, incluso la agricultura, en tér-
que se han dirimido y estudiado en el medio social. Mencionarlos es una minos de techne y poiesis, mientras que los romanos, por el contrario,
forma de justificar que vaya a remontarme a una época tan distante en experimentaban incluso las actividades culturales y las productoras del
el tiempo. Me gustaría así recordar que especialmente durante el perio- mundo desde el punto de vista del modelo de la labor en el que la na-
do clásico, tanto en la Antigüedad griega como romana, si no la cultura turaleza es cuidadosamente atendida para que se convierta en cultura y
como tal, sí al menos aquellos que producían objetos pertenecientes a proporcione comida y cobijo al ser humano en cuanto que ser natural.
ese ámbito —es decir, los artesanos y los artistas— despertaban tales sus- Pese a que las asociaciones generadas en la época romana siguen pre-
picacias que la opinión predominante era que este tipo de gente no de- sentes en el uso que hacemos actualmente de la palabra «cultura», el mo-
bían ser considerados ciudadanos de pleno derecho. Los romanos, por delo de relación que se estableció en esta época entre la cultura y la polí-
ejemplo, resolvieron el conflicto entre cultura y política de una forma t n a no fue especialmente fructífero. Los romanos no tomaban en serio
tan tajantemente favorable a la política que la cultura acabó siendo con- ningún hecho cultural hasta que no estuviese preparado para convertir-
siderada como un fenómeno importado de Grecia. (Mommsen escribe si' en lo que ellos consideraban un objeto merecedor de cuidado, y for-
que «el cantante y el poeta estaban al mismo nivel que los equilibristas mase parte así de la res publica. En los primeros tiempos, no permitían
y los bufones», y, por lo que respecta a las artes plásticas, «hasta Varrón que los artistas y los poetas llevasen adelante ningún proyecto, ya que
se burlaba de las supersticiones de la multitud, que se apasionaba por i reían que esos juegos infantiles no casaban bien con la gravitas , la so-
miserables ídolos y monigotes»1). El hecho de que la palabra «cultura», lemnidad y la dignidad propias de un ciudadano. Pensaban que esa cla-
que tiene origen romano, provenga en realidad de «cultivar», de «cui- se de productividad no podía nunca generar una actividad equiparable
dar», sugiere también que, en ese ámbito, los romanos no adoptaron el -o que pudiese siquiera amenazar— a la esfera de lo político. La capa-
papel de productores y creadores, sino el de guardianes y cuidadores. Esta i idad productiva del modelo griego, en comparación, se puede deducir
misma actitud caracterizó a su vez la concepción que tenían de la política: del hecho de que, al menos en Atenas, el conflicto entre política y cultura
nunca benefició claramente a un lado o a otro, y de que tampoco hubo
una mediación, por lo que las dos esferas acabaron mostrando una in-
I. Tli. Mommsen, / listona iIr Roma, libros I y II: Desde la fundación de Roma hasta
diferencia total mutua. Es como si los griegos pudiesen decir, por una
la reunión de los Estados ihllieos, tr¡ul. ele A. García Moreno (2.a cd. rev. por L. A. Rome-
ro y con prólogo y eomcnlarios en la parte relativa a España de F. Fernández y González),
Turner, Madrid, 2001, p IVS». 2. Ihid., p. 241.

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parte: «Aquel que no ha visto el Zeus de Fidias en Olimpia ha vivido en Considero que la tendencia de los griegos a no permitir que los ar-
vano», y al mismo tiempo afirmar que a la gente como Fidias, es decir, a listas y los artesanos tuviesen ninguna influencia sobre la polis se ha in-
los escultores, no se les debería en ningún caso conceder la ciudadanía. terpretado de forma errónea al equipararse con el desprecio de la la-
Tucídides da testimonio de una célebre frase de Pericles, en la que la bor física necesaria para el mantenimiento de la vida. Ese desdén tiene
sospecha hacia la cultura formulada desde la esfera política aparece de también una naturaleza política: no podrá ser libre aquel a quien la vida
forma indirecta pero significativa. Me refiero a la frase, prácticamente le esté forzando, aquel cuyas actividades estén dictadas por las necesida-
imposible de traducir, philosophumen aneu malakias kai philokaloumen des de la vida. Dentro de la polis, la vida del hombre libre solo será po-
met’euteleias [filosofamos sin afeminación y amamos la belleza con buen sible cuando haya dominado las necesidades vitales, es decir, cuando se
juicio], donde podemos oír claramente que es la polis, lo político, lo que haya convertido en un señor al mando de esclavos que le pertenecen en el
pone límites al amor a la sabiduría y al amor a la belleza (los cuales son ámbito doméstico. La labor que es necesaria para la vida desnuda, sin
concebidos —y de ahí la dificultad en la traducción— no como estados embargo, permanece fuera de la política, y no puede por tanto entrar
sino como acciones). La euteleia, la precisión al evitar los excesos, era la en conflicto con ella; después de todo, ese tipo de labor no se realiza en
virtud política, mientras que la malakia, tal y como decía Aristóteles, era l.t esfera pública, sino en el reino privado de la familia y la casa. Aquellos
considerada un vicio propio de bárbaros. La polis y la política eran la ra- que están excluidos de la esfera pública y confinados a la esfera de la casa
zón por la que los griegos se consideraban superiores a los bárbaros. O, y ile lo privado —la palabra griega oiketai (los que pertenecen a la casa) y
por decirlo de otro modo, en ningún caso creían que fuese su elevada cul- l.t romana familiares (los que pertenecen a la familia)— son tan esencial-
tura el rasgo que los distinguía de los pueblos menos civilizados, sino más mente distintos de los artesanos (quienes, tal y como indica su nombre:
bien al contrario: la polis era la que limitaba todo aquello que era esencial- ilemiourgoi, no se quedan en casa sino que se mueven entre la gente para
mente cultural. Entender esta cuestión tan simple que aflora en las pala- hacer su trabajo) como lo son de los artistas, los poietai, cuyas obras sir-
bras de Pericles nos resulta difícil porque tendemos a creer de una forma ven para educar y para decorar el espacio público en el que se sitúa la
mucho más sencilla —debido a que nuestra tradición ha reprimido y su- vida política. El conflicto entre política y cultura puede darse solo por-
mergido las experiencias políticas de Occidente y su visión del mundo en que las actividades (actuar y producir) y los productos de cada uno (los
favor de las experiencias filosóficas— que Pericles habla de conflictos que hechos y las obras de la gente) tienen lugar en el espacio público. La cues-
nos son familiares: los que se generan entre la verdad y la belleza, por un lión que se ha de resolver respecto a este conflicto se basa simplemente
lado, y entre el pensamiento y la acción, por el otro. Lo infantil de nues- en decidir qué principios deben aplicarse en ese espacio público creado
tra interpretación se ve condicionado por la narrativa de la historia de la V habitado por la gente: los principios comunes a la acción o los comu-

filosofía, según la cual, Platón y los filósofos que le precedieron querían nes a la producción, los que son políticos en el sentido más básico del tér-
prohibir en la república a Homero y a los poetas por contar mentiras. Sin mino o aquellos que son específicamente culturales.
embargo, no era Platón, el filósofo, el único que sentía la necesidad de
poner en su sitio a «Homero y los de su calaña». Pericles, el político, hizo
exactamente lo mismo en el elogio, esgrimiendo diversas razones, y afir- III
mando, de forma explícita, que parte de la grandeza de Atenas consistía
en no necesitar a Homero y a los poetas para lograr que aquellas cosas I lemos determinado que el conflicto entre la cultura y la política se sitúa
que se han dicho y hecho —que son las que constituyen la esencia de la rn la esfera pública, y que el conflicto consiste en si el espacio público que
política— se tornen inmortales. Según él, el poder de la polis era lo sufi- lodos compartimos debería ser gobernado por los principios de aquellos
cientemente grande como para que los monumentos en honor a su fama que lo han erigido —es decir, por el hombre en tanto que homo faber— o
surgiesen directamente de la acción, y por ende, de la política misma; lo provenir directamente de las interacciones entre la gente, que se manifies-
suficientemente grande como para que no hiciesen falta los productores iu ii en el mundo a través de hechos, palabras y acontecimientos. Como
profesionales de la fama: los artistas y los poetas, que objetivan el mundo ■•abemos, los griegos eligieron con muy buen criterio, según mi opi-
real y los hechos reales, y los convierten en cosas con el fin de asegurar la nión— la última de estas dos allernaiivas. Esa decisión se manifiesta en
permanencia necesaria para alcanzar la fama inmortal. ludas las facetas de la exisiciu 1.1. Si queremos descubrirla en la forma

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cotidiana en que las cosas son evaluadas, se podría decir que el principio v sin el cual la obra de arte no tendría lugar donde existir. No podemos
del tamaño era el prioritario, en comparación con todos los demás prin- i.istrear simplemente el origen de este mundo de objetos en las necesi-
cipios de juicio. Si queremos verla en términos de la organización po- dades vitales del ser humano; no se trata de algo necesario para la mera
lítica, convendría recordar la frase «Allí donde estéis, constituiréis una supervivencia, tal y como demuestran las tribus nómadas, y las tiendas
polis», que se les decía a los que partían al exilio, y que implicaba que Vcabañas de los pueblos primitivos. Proviene más bien de un deseo de
la propia organización de la polis tenía tal independencia de la singular erigir un dique de defensa contra la propia mortalidad, de colocar algo,
fisonomía que se había alcanzado en casa (patria), que podía ser dejada entre lo perecedero del ser humano y lo imperecedero de la naturaleza,
atrás de forma sumaria e intercambiarse, siempre y cuando las relacio- que les sirva a los mortales como vara para medir su mortalidad. Lo que
nes menos tangibles que tienen lugar a través de las acciones y las pala- ocupa este lugar es el mundo construido por el hombre que, sin llegar a ser
bras humanas permaneciesen intactas. inmortal, es mucho más duradero o perdurable que la vida de los seres
La naturaleza de esta decisión no solo no resuelve, de una vez por humanos. Toda la cultura empieza con esta especie de fabricación del
todas, el conflicto entre cultura y política —la pugna por dilucidar quién mundo, que en términos aristotélicos es ya una athanatidzein , un hacer
debía tener más privilegios: si la persona que produce o la que actúa— inmortal. Fuera de un mundo así —es decir, fuera de lo que llamamos
sino que aviva todavía más sus llamas. La grandeza del ser humano, que ••cultura» en el sentido más amplio—, la acción puede no ser estrictamen-
es en torno a lo que gira todo, consiste en la capacidad de hacer cosas te imposible, pero no dejaría ningún rastro; no habría ninguna historia,
y de decir palabras que sean merecedoras de la inmortalidad —esto es, ni «miles de piedras, del seno de la tierra excavadas, con sus palabras
del recuerdo eterno— pese a que los seres humanos sean mortales. Esa darían testimonio»3.
inmortalidad exclusivamente humana y puramente terrenal que la gran- De todos los objetos que componen el mundo hemos distinguido en-
deza reivindica es lo que conocemos como la «fama», y su propósito no t re las cosas que tienen un uso y las obras de arte. Las dos se parecen en
es solo preservar la palabra y las acciones —todavía más efímeras y fuga- que son objetos, es decir, que no tienen lugar en la naturaleza, sino tan
ces que los mortales seres humanos— de la inmediata desaparición, sino solo en el mundo creado por el hombre, y que se caracterizan por una
concederles además una permanencia inmortal. La pregunta planteada i ierta permanencia que se extiende desde la durabilidad de los objetos
por Pericles en la cita anterior viene a ser lo mismo que decir: ¿quién es comunes de uso hasta la potencial inmortalidad de la obra de arte. En
el más adecuado para hacer eso? ¿La organización de la polis —que ga- este sentido, ambas categorías son distintas de los bienes de consumo,
rantiza el espacio público donde puede llegar a aparecer y a comunicar- por un lado —cuya esperanza de vida apenas excede el tiempo necesario
se la grandeza, y donde hay una presencia permanente de gente que se pura su producción—, y de los productos de acción, por el otro —es de-
ve y es vista, que habla y que puede ser escuchada— asegura un recuer- cir, los actos, los acontecimientos, las palabras, y finalmente las historias
do permanente? ¿O lo hacen los poetas y los artistas, y más en general, que derivarán de ellas—, los cuales son tan fugaces que apenas sobrevi-
las actividades que crean y que producen el mundo, y que obviamente virán la hora o el día en el que ven la luz, a no ser que la memoria y las
aportan una mejor garantía de fama que la organización y la acción po- i opacidades productivas de la gente acudan en su ayuda. Si observamos
lítica, puesto que su función consiste en hacer permanente e imperece- los objetos que hay en el mundo desde la perspectiva de su capacidad de
dero todo aquello que tiene una naturaleza más perecedera y fugaz? Fue duración, no cabe duda de que las obras de arte pertenecen a una cate-
la poesía, a través de Homero, la que enseñó a los griegos lo que era la goría superior a la del resto. Incluso después de miles de años, conser-
fama y lo que podía llegar a ser. Y pese a que la poesía, junto con la mú- van la capacidad de brillar ante nuestros ojos con la misma fuerza que el
sica, quizá sea el arte menos sujeto a lo material, sigue siendo un medio día en que fueron traídas al mundo. Por eso son las cosas más mundanas
de producción que alcanza una forma de objetivación sin la cual la per- que existen: son las únicas que son producidas para un mundo que se su-
manencia y la condición de imperecedero serían inconcebibles. pone que ha de sobrevivir a todos los seres humanos, y por consiguiente
Es más, la dependencia de la acción con respecto a la producción no no tienen función alguna en el proceso vital de la sociedad humana. No
está limitada por la del héroe y su «fama» con respecto al poeta, como en
el ejemplo mencionado por Pericles. En general, la objetivación artística L F. Schiller, «A los amigos- (■■An clic l'rcunde»: «Tausend Steine wiirden redend
surge a partir de un mundo ya existente de objetos del cual es deudora, /eligen/D ic man aus dem SclioK do Iu le griiht»).

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LA F R A G I L I D A D DE L O S A S U N T O S HUMANOS CULTURA Y I' O L I T I C A

solo no van a ser consumidas como bienes de consumo, ni usadas como vés de la objetivación artística. Para los griegos, sin embargo, la posible
objetos de uso, sino que están llamadas a superar todo ese proceso de inmortalidad era el objetivo más elevado y profundo de todo lo rela-
uso y consumo, y, por así decirlo, deben mantenerse categóricamente i innado con la política, en especial, de la forma de organización que les
selladas contra las necesidades biológicas de los seres humanos. Todo cía más propia: la polis. Aquello que buscaban no era la inmortalidad
ello podrá suceder de distintas maneras, pero la cultura en el sentido es- ilc la obra de arte en sí misma, sino más bien lo potencialmente impere-
tricto del término solo podrá encontrarse allí donde esto ocurra. cedero, la posible persistencia eterna de las grandes gestas y las grandes
No tengo la menor idea de si el hecho de ser una criatura mundana o palabras en la memoria: una forma de fama inmortal que podían lograr
hacedora de mundo forma parte de la naturaleza humana. Hay pueblos los poetas a través de la objetivación productiva, y la polis, a través de
sin mundo, de la misma forma que hay individuos que carecen de este; y las incesantes conmemoraciones de tipo narrativo.
la vida humana precisa de un mundo tan solo en la medida en que necesita
un hogar en la tierra para la duración de su presencia. Cada mundo sirve a
los que viven en él como una morada terrenal, pero eso no significa que IV
cualquier ser humano que se construya una casa esté creando un mundo.
La morada terrenal se convierte en un mundo solo cuando los objetos en I eniendo en cuenta que el pensamiento griego, sobre todo en sus aspec-
su conjunto son producidos y organizados de manera que puedan resis- los políticos, estaba dirigido de forma tan exclusiva a la potencial inmor-
tir el proceso vital de consumo de los humanos que viven a su alrededor alidad de los mortales y a la condición imperecedera de aquello que más
y de ser así capaces de sobrevivir a los seres humanos, que son mortales. pronto perece, lo normal sería pensar que la capacidad humana que
Solo podemos hablar de cultura cuando este proceso de supervivencia considerarían más importante sería la de la producción artística, es de-
esté garantizado, y hablaremos de obras de arte cuando nos enfrentemos cir, la capacidad poética incluida en el término griego poiesis. Si recor-
a objetos que están siempre presentes en su facticidad y su cualidad, con damos el formidable desarrollo del arte griego y la prodigiosa velocidad
independencia de todos los aspectos funcionales o utilitarios. con la que, a lo largo de varios siglos, una obra maestra daba paso a la
Por todas estas razones, en mi opinión, cualquier reflexión acerca de siguiente, queda particularmente de manifiesto que esa creencia política
la cultura hará bien en tomar como punto de partida el fenómeno de la m la inmortalidad suscitó un extraordinario movimiento de naturaleza
obra de arte. Este intento que llevamos a cabo aquí, y que trata de indagar específicamente cultural.
en la relación entre cultura y política haciendo referencia a la percepción La suspicacia que generaba entre los griegos cualquier tipo de pro-
que se tenía de estos temas en la antigua Grecia, parte especialmente de ducción, la sospecha del peligro que amenazaba a la polis y a lo político
esta premisa. Las obras de arte, por sí mismas, tienen una relación más desde el reino de lo producido y lo cultural, tiene indudablemente que
estrecha con la política que el resto de los objetos, y su modo de pro- ver, más que con los objetos culturales en sí mismos, con las actitudes en
ducción está más íntimamente relacionado con la acción que cualquier l is que se fundamenta la producción: unas actitudes que son comunes a
otro tipo de ocupación. Todo esto se debe al hecho de que las obras ar- cualquiera cuya única ocupación sea la de producir cosas. Las sospechas
tísticas necesitan siempre de la esfera pública para alcanzar el reconoci- se dirigen contra una generalización de los principios de los productores
miento; esta afinidad se percibe también en el hecho de que las obras de y contra su forma de pensar, que se inmiscuye en la esfera de lo político.
arte son objetos de carácter espiritual e intelectual. En la cultura griega, I su) explica algo que nos podría resultar sorprendente en un principio:
Mnemosyne —recuerdo y memoria— es la madre de las musas, lo cual que alguien sea capaz de mostrarse enormemente receptivo ante la ac-
quiere decir que reevaluamos la realidad a través del pensamiento y el tividad artística o declarar la más ardiente admiración por algunas de sus
recuerdo. Esta reevaluación permite detener y objetivar lo intangible, es obras —algo que, tal y como sabemos a partir de gran cantidad de anéc-
decir, los acontecimientos y las gestas, las palabras y las historias. El ori- dotas, se presentaba acompañado por la notable confianza que los ar-
gen de la objetivación artística está en el pensamiento de la misma for- listas tenían en sí mismos— y aun así seguir planteándose si los artistas
ma que el de la objetivación artesanal está en el uso. Un acontecimiento como individuos deberían o no ser excluidos de la comunidad política.
no se vuelve eterno directamente al ser recordado, pero este recuerdo I sa misma suspicacia está presente en la tendencia a considerar lo que
lo prepara para su potencial inmortalidad, que podrá ser alcanzada a tra- eran actividades esencialmente políticas —en cuanto estas, tal y como su-

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LA F R A G I L I D A D DE L O S A S U N T O S HUMANOS CULTURA Y POLITIC A

cedía en el caso del trabajo legislativo o la ordenación urbanística, tenían resulta inconcebible imaginar que la acción pueda ser otra cosa que una
un mínimo en común con la producción— como condiciones prepolíticas actividad que persigue un fin establecido a través de una serie de medios
de lo político, y, por lo tanto, a excluirlas de la polis en sí, es decir, del que, huelga decir, están de sobra justificados por este. Para nuestra des-
reino de las actividades puramente políticas donde solo tienen acceso gracia, hemos tenido que experimentar las consecuencias prácticas y po-
los ciudadanos de pleno derecho. líticas de tal creencia en la universalidad de la actitud banausisch. Lo que
Esta sospecha que despierta la producción se justifica por dos razo- lia sucedido, en cualquier caso, es justamente aquello que las suspicacias
nes de tipo factual, que pueden ambas derivarse directamente de la natu- de los griegos hacia la cultura trataban de evitar: que la esfera política
raleza de esta actividad. La primera es que sin la aplicación de la fuerza, sucumbiese ante la mentalidad y las categorías propias de la producción.
la producción es básicamente imposible: para producir una mesa es pre- A pesar de que nunca fueron los medios, sino el estar-hecho-para de la
ciso talar un árbol, y la madera de ese árbol caído ha de ser violada para producción, la política perdió su independencia, y la esfera pública, el
que pueda emerger después en forma de mesa. (Quizá cuando Holderlin lugar en el que los seres humanos, organizados políticamente, hablan e in-
calificó la poesía como la «más inocente» de las actividades, estuviese leractúan —es decir, el mundo ya construido— quedó subsumido bajo
pensando en la violencia inherente a todo el resto de formas artísticas. las mismas categorías necesarias para que ese mundo existiese.
Aunque el poeta, qué duda cabe, también viola el material con el que tra- Sabemos por experiencia lo capaz que es una racionalidad utilitaria
baja: su canto no es el mismo que el del pájaro que habita en el árbol). La de medios-fines de hacer que la política derive hacia comportamientos
segunda razón es que la producción siempre se sitúa dentro de la catego- inhumanos. Aun así, todavía nos sorprende enormemente el hecho de
ría de relaciones de medios y fines, las cuales solo pueden tener lugar en que semejante conducta inhumana pueda surgir de la esfera de la cultura
la esfera de la producción y la fabricación. El proceso de producción tie- Vque, sin embargo, el elemento más humanitario pueda ser asignado a la
ne un propósito claramente discernible: el producto final, en función del política. La razón de esto es que por mucho que conozcamos o valore-
cual todo lo que lo conforma —los materiales, las herramientas, la pro- mos la cultura griega, nuestra concepción de la cultura está definida bá-
pia actividad, e incluso las personas implicadas— se convierte en simple sicamente por los romanos, quienes contemplaban este ámbito no desde
medio. En nombre del fin, el trabajo justifica todos los medios, y sobre el punto de vista de los productores culturales, sino, más bien, desde la
todo justifica la violencia sin la que esos medios no podrían estar ga- perspectiva del entregado y cuidadoso guardián de lo natural y de lo he-
rantizados. Los productores solo pueden contemplar los objetos como i filado. Para poder asimilar una perspectiva tan distinta como la griega, es
medios para alcanzar determinados fines, y deben juzgarlos de acuerdo preciso recordar que el descubrimiento de la política estaba basado en
a aquello para lo que sirven de manera específica. Esta misma actitud, el concienzudo intento de apartar la violencia de la comunidad, y que
trasladada a otros ámbitos más generales aparte del de la fabricación, es la dentro de la democracia griega solo se consideraba una forma de inter-
que caracteriza hasta el día de hoy a los Banausen (ignorantes), una de las acción válida, la peitbo, que era el arte de convencer y de hablar los unos
pocas palabras alemanas procedentes del griego que apenas ha variado con los otros. No debemos pasar por alto el hecho de que lo político solo
su significado. La sospecha que recae sobre ellos proviene de la esfera se refiere a las circunstancias internas a la polis. La violencia como tal
de lo político y sugiere al mismo tiempo el deseo de mantener fuera del era considerada algo apolítico y, por lo tanto, algo que debía tener lugar
espacio público político de la comunidad tanto la violencia como la ac- hiera de las murallas de la ciudad. Esa fue la causa de que las guerras en-
titud utilitaria de la racionalidad basada en los medios y los fines. i re las repúblicas griegas fueran tan espantosamente devastadoras; todo
Hasta el repaso más superficial de la historia de las teorías políticas lo que sucediese en el exterior de la polis estaba más allá de la ley y que-
pone inmediatamente de manifiesto que esta sospecha no ha tenido la daba por lo tanto a merced de la violencia: los más fuertes actuaban con-
más mínima repercusión en nuestra tradición de pensamiento político, y lorme a su voluntad y los más débiles sufrían las consecuencias.
que fue un fenómeno que desapareció del escenario de la historia de las Una de las razones de que nos resulte tan difícil descubrir un elemen-
experiencias políticas con la misma presteza con la que había aparecido. to propio de la violencia dentro de la cultura es que hemos asumido el
Actualmente, ninguna idea nos resulta tan natural como la de que la polí- pensamiento basado en las categorías de producción, hasta el extremo
tica es el espacio exacto donde la violencia puede estar legitimada, y que de considerar estas últimas algo universal. Según estas categorías, actua-
este espacio suele estar definido por el gobernar y el ser gobernado. Nos mos de forma violenta en todas las situaciones y en todos los campos, y es

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a continuación cuando tratamos de conjurar la parte peor por medio de ciamientos como este se basan en las paradojas que produce la categoría
leyes y tratados. Esta es la razón, sin embargo, de que el ámbito donde es- ile las relaciones de medios-fines, y expresan únicamente la idea de que
tas categorías encuentran su lugar natural y donde no tiene cabida nada esa categoría no resulta relevante para la acción. El tipo de pensamiento
que no sean sus propias configuraciones nos parezca el más inofensivo de asociado a ella supone una soberanía que solo posee el productor, y no
todos, y correctamente. En comparación con la violencia que los hom- quien actúa; una soberanía a la hora de tratar con los propósitos para con-
bres ejercen los unos contra los otros, la violencia ejercida contra la natu- sigo mismo, con los medios necesarios para la consecución de tales pro-
raleza para contribuir a la construcción del mundo es, sin duda, inocen- pósitos, o que tienen que ver con el resto de personas a las que uno ha de
te. Por esta razón, consideramos que el mayor peligro de la política es el dirigir, de forma que puedan ejecutar las órdenes necesarias para fabricar
debilitamiento, y traducimos con ese sentido la mención de Pericles de un producto final previamente concebido. Solo el productor puede ser el
la malakia citada anteriormente. Pero la falta de virilidad que va incluida patrón; él es el soberano y puede tomar posesión de todas las cosas como
en el término, que a los griegos les parecía propia de los bárbaros, ex- los medios y las herramientas precisas para su objetivo. El que lleva a cabo
cluye por igual tanto la violencia como la acción de recurrir a todos los la acción siempre establece una relación de dependencia con los otros que
medios al alcance para lograr el fin deseado. Nosotros, que tantas veces lambién actúan; nunca es verdaderamente soberano. De este hecho se de-
hemos presenciado cómo la política más brutal ha sometido a la «élite riva la bien conocida irreversibilidad de los procesos históricos, es decir,
cultural formada por los artistas y la gente más culta», y cómo esta élite se de los que se enraízan en la acción; esta imposibilidad de dar marcha atrás
ha visto intimidada y ha tenido que renunciar al «parloteo incesante», en lo que se ha hecho no se aplica en absoluto a los procesos de produc-
es decir, al intercambio recíproco de convicciones, tenemos quizá una ción, en los que el productor, si así lo elige, puede siempre intervenir de
mejor sensibilidad para entender estas cosas y ver en ellas algo más que Iorina destructiva, a saber, dar marcha atrás en el proceso.
una simple «traición de los intelectuales». Creer en la violencia de la polí- Lo que a los griegos les resultó sospechoso de los Banausen fue esa
tica no es un privilegio exclusivo de la brutalidad. La raíz de esa creen- soberanía inherente a la producción de la que hace gala el homo faber. La
cia puede provenir también de lo que los franceses llaman déformation perspectiva de este último, que podríamos calificar de utilitaria —pues-
professionelle, una aberración entre los productores y patrocinadores de to que es una estimación de las cosas en función de medios para alcanzar
la cultura que se genera a raíz de su tipo de trabajo. mi fin— surge de forma natural, ya que las cosas que produce están des-
La sospecha acerca del pensamiento medios-fines, que también perte- uñadas a ser usadas y que para producirlas precisa siempre de otras co-
nece en origen al terreno de lo político, se acerca mucho más al objetivo. sas. Con muy buen juicio, los griegos suponían que, al generalizarse, esta
La objeción que puede desde luego hacer la política a este tipo de pensa- lorma de pensar llevaría necesariamente a una devaluación de las co-
miento —que no deja de ser necesario para la producción—, es que el fin sas en cuanto cosas, y que esa devaluación se extendería a los objetos de
justifica los medios, y que unos fines enormemente atractivos pueden dar la naturaleza, que no han sido producidos por el ser humano y que son,
lugar a unos medios totalmente terroríficos y destructivos. Si seguimos <11 esencia, independientes de este. Por decirlo de otro modo, tenían mie-

esta línea de pensamiento, que a lo largo de nuestro siglo se ha convertido do de que el dominio y la soberanía del homo faber acabarían en hybris
prácticamente en un lugar común, descubrimos que la acción en sí misma si se permitía el acceso a la esfera política a este tipo de seres humanos.
no tiene ningún fin, o al menos es incapaz de ser consciente de ningún fin V pensaban además que una «victoria» así de la cultura degeneraría en
en la forma en que ha sido conceptualizada. Toda acción se sitúa en una bmbarismo, ya que, al igual que la malakia, la hybris era considerada un
red de relaciones en las que cualquier cosa que los individuos intenten vicio propio de los bárbaros. Me gustaría volver a recordar aquí una vez
queda transformada de forma inmediata, de modo que se evita que pueda más el famoso coro de Antígona: polla ta deina k ’ouden anthropou dei-
convertirse en un objetivo establecido, como un programa, por ejemplo. imtcron pelei, ya que reproduce de una forma muy particular la escisión
Esto significa que en política los medios son siempre más importantes que ion la que los griegos evaluaban las capacidades productivas y la forma
los fines; y lo mismo se puede expresar al decirse a uno mismo, como yo <n que estas les inspiraban al mismo tiempo un profundo respeto y un ra -
hice en una ocasión: cada acción buena llevada a cabo en nombre de una mudo pavor. Esas capacidades siguieron asustándolos, porque la hybris
mala causa convierte al mundo en un lugar mejor, mientras que toda ac- que las caracterizaba amenazaba la propia existencia de la naturaleza y
ción mala llevada a cabo por una buena causa lo empeora. Pero pronun- del mundo.

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IA FR AGILIDAD DE L O S A S U N T O S HUMANOS CULTURA Y POLITICA

V criterio para los objetos de uso, y no porque los objetos «funcionales»


puedan llegar a ser bellos, sino por todo lo contrario, porque todos los
El ser humano, en tanto que ser político y no solo productivo, carga con- objetos, incluso los de uso, tienen vida más allá de su funcionalidad. La
sigo la preocupación en torno a la preservación del mundo. Como ser luncionalidad, por otro lado, no es el aspecto con que aparece el objeto;
político, necesita ser capaz de depender de la producción, de forma que ese aspecto corresponde a su forma y a su configuración. La funcionali-
esta pueda proporcionarle un refugio duradero donde actuar y hablar du- dad de las cosas es la propiedad en virtud de la cual los objetos vuelven
rante su efímera existencia, durante una vida mortal caracterizada por i desaparecer al ser usados y consumidos. Para ser capaces de valorar un
su caducidad. La política necesita así de la cultura, y la acción necesita de objeto tan solo según su valor de uso y no según su apariencia —decir si
la producción para lograr la estabilidad, pero aun así precisa también pro- es hermoso, o feo, o algo intermedio— deberemos primero apagar nues-
teger de la amenaza de la cultura y la producción tanto a lo político como n os propios ojos.
al mundo ya producido, puesto que toda producción es al mismo tiempo La cultura y la política dependen así la una de la otra, y tienen algo en
destrucción. común: ambas son fenómenos del mundo público. Pese a eso, tal y como
En tanto que cultura, el mundo ha de garantizar la permanencia, y lo veremos, esta confluencia tiene más peso que los conflictos y las oposicio-
hace por medio de la forma más pura y liviana a través de esos objetos que nes que se establecen entre las dos esferas. Lo que tienen en común incum-
llamamos obras de arte, y que son objetos de cultura, en el sentido más be .1 los objetos culturales, por una parte, y a los seres humanos políticos
rotundo de la palabra. Para cumplir su «propósito», estos deben ser pro- v activos, por la otra. Esta convergencia entre las dos esferas no tiene
tegidos cuidadosamente de todas las declaraciones con propósitos e inte- nada que ver con el artista productor, puesto que después de todo el
reses existenciales, de ser usados y consumidos; en el contexto presente homo faber no mantiene la misma relación con la esfera pública que la que
es irrelevante si esa protección se logra colocando las obras de arte en i .u acteriza a los objetos que ha creado y modelado. Para poder seguir
lugares sagrados —templos e iglesias— o confiándolas al cuidado de los aúadiendo esos objetos al mundo, él mismo ha de estar aislado y oculto
museos y conservadores. En cualquiera de los casos, las obras precisan ilcl público, mientras que las actividades políticas —hablar y actuar— no
de la esfera pública y solo en el espacio compartido logran encontrar su pueden tener lugar sin la presencia de los otros y, por lo tanto, sin la es-
lugar. Si se mantienen ocultas entre otras posesiones de carácter priva- lera pública de un espacio constituido por muchos. Las actividades que
do no alcanzan ningún tipo de reconocimiento, por lo que han de ser llevan a cabo tanto el artista como el artesano están sujetas a unos condi-
protegidas de los intereses privados. Solo bajo la protección de lo públi- i limantes muy distintos que los que corresponden a las actividades po-
co podrán revelarse tal y como son. Y sea lo que sea lo que en ellas aflore llinas. No cabe duda tampoco de que el homo faber, en cuanto levante
—eso que normalmente llamamos belleza—, será algo imperecedero des- la voz para dar a conocer su opinión acerca del valor de lo político, des-
de el punto de vista de la esfera política y de sus actividades, que es el i <ni fiará de la esfera política tanto como desconfía la polis de la menta-
punto de vista del actuar y hablar en su misma fugacidad. 1111.id y las condiciones de producción.
Desde la perspectiva política, la belleza garantiza que incluso las cosas Solo aquí se puede empezar a atisbar esta cara de la moneda; concre-
más perecederas y efímeras —las palabras y las gestas de los mortales seres i luiente, cómo las actividades políticas son percibidas con preocupación
humanos— puedan alcanzar un refugio terrenal en el mundo. i recelo por los productores de cultura. Sin embargo, lo más importante
La cultura, sin embargo, no es menos dependiente de la política de para nosotros en nuestro contexto presente es que prestemos atención a
lo que esta lo es de la cultura. La belleza precisa de la publicidad de un mía actividad humana en la que se sugiere el carácter que tienen en co-
espacio político protegido por seres humanos que actúen, porque lo pú- mún la cultura y la política. Esta recomendación la recojo de la primera
blico es, por excelencia, el espacio de aparición, mientras que lo privado mu,id de la Crítica del juicio de Kant, en la que aparece el que es, en
queda reservado para la ocultación y la seguridad. Pero la belleza en sí mi opinión, el aspecto más interesante y original de la filosofía política
misma no es un fenómeno político; pertenece básicamente a la esfera de f un lana.
la producción y es uno de los criterios que la conforman, ya que todos los ( ionio se recordará, en la ( ’rílica de la razón práctica, Kant plantea
objetos poseen un aspecto y una forma que es peculiar a su propio estatuto 11 I.imitad legislativa de la razón, y asume que el principio de legislación,
como objetos. En este sentido, la belleza sigue funcionando incluso como mi y como viene determinado pm el imperativo categórico», se basa en

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IA I «AGILIDAD DE L OS A S U N T O S HUMANOS CULTURA Y POLÍTIC A

el acuerdo del juicio racional consigo mismo; lo que, en términos kan- la antipatía de nuestra tradición filosófica hacia la política, aunque ese es
tianos, significa que si no quiero contradecirme a mí mismo, debo de- un tema del que no nos podemos ocupar aquí. Los griegos, en particu-
sear solo esas condiciones que pudieran, en principio, ser también una lar, llamaban a esta facultad la phronesis, y la decisión de Aristóteles de
ley general. Kl principio de acuerdo con uno mismo es muy antiguo. Una Lliferenciar esta capacidad esencial del político de la sophia de los filóso-
de sus formulaciones, muy parecida a la de Kant, puede encontrarse ya fos (a los que les preocupa más la verdad) es consistente con la opinión
en Sócrates, cuya doctrina central según la formulación platónica dice pública en la polis ateniense, de la misma forma que suelen hacerlo sus
así: «Dado que yo soy uno, es mejor para mí estar en contradicción con escritos políticos. Eioy en día, solemos confundir esta capacidad con un
el mundo que contradecirme a mí mismo». Esta proposición ha conforma- «entendimiento humano sano» (gesunden Menschenverstand), que solió
do la base de la concepción occidental de la ética y la lógica, con su énfasis llamarse Gemeinsinn en alemán, y que tenía prácticamente el mismo signi-
en la conciencia y en la ley de la no-contradicción respectivamente. ficado que el sentido común o el sens commun , que los franceses llaman
Bajo el enunciado «Máximas del sentido común», que se encuentra en simplemente le bon sens, y que también podría ser denominado como
la Crítica del juicio, Kant añade al principio de acuerdo con uno mismo, un sentido del mundo (Weltsinn). Esto solo nos lleva a reconocer el he-
el principio de una «mentalidad ampliada» que sostiene que yo puedo cho de que nuestros cinco sentidos, que son privados y subjetivos, y sus
«pensar desde el lugar de los otros». Al acuerdo con uno mismo se une datos encajan con un mundo no subjetivo que tenemos «objetivamente»
así un acuerdo potencial con los demás. El poder del juicio reside en esta en común y que podemos compartir y evaluar con los otros4.
mentalidad ampliada, de forma que el mismo hecho de juzgar genera su Las definiciones de Kant son especialmente destacables: él fue quien
propia legitimidad. Esto significa, en el plano negativo, que puede igno- descubrió el juicio en todo su esplendor, al dar con los fenómenos del
rar sus propias «condiciones privadas subjetivas». Desde el punto de vis- gusto y del juicio de gusto. Cuestionó la supuesta arbitrariedad y la na-
ta positivo, quiere decir que no puede funcionar o prevalecer sin la exis- turaleza subjetiva del de gustibus non disputandum est [en cuestiones de
tencia de otros puntos de vista desde los que pensar. La presencia del yo gusto no hay disputa], ya que esta arbitrariedad era incompatible con su
es a la ley de la no-contradicción en lógica, y a la no menos formal ley sentido de la política. A diferencia de estos prejuicios tan habituales, in-
de la no-contradicción de la ética basada en la conciencia, lo que la pre- sistió en que el gusto en realidad «asume que los otros experimentan el
sencia de los demás es al juicio. El juicio posee una cierta universalidad mismo placer», y que los juicios del gusto «sugieren el acuerdo de todos».
concreta, una validez general (Allgemeingültigkeit) que es distinta de la El entiende, por lo tanto, que el gusto, al igual que el sentido común (Ge
validez universal (universale Gültigkeit). El intento de alcanzar la validez meinsinn) del cual se deriva, es justamente lo opuesto a un «sentimiento
no puede llegar nunca más allá que otras pretensiones, desde cuyo punto privado», aunque se suelan confundir el uno con el otro.
de vista las cosas son pensadas en común. El juicio, tal y como dice Kant, Discutir todo esto en detalle nos llevaría demasiado lejos. Pese a eso,
se aplica a «toda persona que juzga», lo que quiere decir que no se apli- nuestra breve disquisición ya pone de manifiesto que cuando hablamos
ca a quien no participa en el proceso del juicio y no está presente en la del comportamiento específicamente cultural de los seres humanos, este
esfera pública, que es, en última instancia, el lugar donde aparecen los se entiende como una actividad política en el sentido más enfático del
objetos que son juzgados. término. Los juicios, tanto los del gusto como los políticos, son decisio-
Sin lugar a dudas, la idea de que la capacidad de juicio es una facultad nes, y como tales tienen «una base que no puede ser sino subjetiva». Sin
política, en el sentido específico del término, es casi tan antigua como la embargo, deben mantenerse independientes de todos los intereses sub-
propia experiencia política articulada; una facultad política en la forma ictivos. El juicio surge de la subjetividad de una posición en el mundo
exacta que Kant la determina, es decir, la facultad de ver cosas no solo y, sin embargo, al mismo tiempo, afirma que ese mundo, en el que cada
desde la propia perspectiva, sino también desde la de todos los que están uno tiene su propia posición, es un hecho objetivo y, por tanto, algo que
presentes. El juicio es así quizá la facultad fundamental; permite al hom- todos compartimos. El gusto decide cómo se supone que debe parecer
bre orientarse en la esfera pública política y, por lo tanto, en el mundo y sonar el mundo en tanto que mundo, independientemente de su utili-
compartido. Resulta por esto todavía más llamativo que ningún filóso-
fo, anterior o posterior a Kant, nunca antes haya decidido preguntarse so-
bre este asunto, y quizá el motivo de este sorprendente hecho resida en 4. Véase I. Kant, Crítica iltí piii in, 40 4 I.

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IA FRAGILIDAD DE L OS A S U N T O S HUMANOS CULTURA Y POLITICA

dad o de los intereses existenciales que tengamos puestos en él. El gusto ilición personal, con «quién» es cada uno, aparte de los talentos y las
evalúa el mundo de acuerdo a su mundaneidad. En vez de preocuparse cualidades que pueda tener. La política se encuentra por esta razón
por la vida sensual o el yo moral, se opone a ambas cosas y propone un opuesta a lo cultural, donde la cualidad es siempre en última instancia
interés puro y «desinteresado» por el mundo. Para el juicio de gusto, lo el factor decisivo —la cualidad, por encima de todo, del objeto produ-
fundamental es el mundo, no el hombre, ni tampoco su vida ni su yo. cido, el cual, bajo la suposición de que en él se expresa algo personal,
El juicio de gusto se parece también al juicio político en el hecho de nos envía de vuelta a los talentos y cualidades individuales más que al
que no acarrea obligaciones, y en que, a diferencia del juicio cognitivo, «quién» de cada persona—. El juicio de gusto, sin embargo, no decide
no puede probar nada de forma concluyente. Todo lo que la persona que tan solo cuestiones de cualidad; al contrario, estas cuestiones son ne-
juzga puede hacer, como tan acertadamente expone Kant, es «cortejar el cesariamente evidentes, incluso si, en tiempos de decadencia cultural,
acuerdo de los otros» y confiar en poder llegar a un punto de vista co- solo unos pocos serían susceptibles a indicios de este tipo. El gusto de-
mún. Este cortejo no es más que lo que los griegos llamaban peithein, que cide entre cualidades, y puede desarrollarse tan solo allí donde esté pre-
es el tipo de retórica de la persuasión que era valorada en la polis como sente un sentido de cualidad, una capacidad de discernir los indicios de
los medios preferidos de conducir el diálogo político. El peithein no solo lo hermoso. Si se da el caso, ya es solo cuestión del gusto, que no cesa
se oponía a la violencia física, que era despreciada por los griegos, tam- de juzgar las cosas del mundo, el establecer límites y dotar el reino de
bién se distinguía claramente del dialegesthai propiamente filosófico, jus- lo cultural de un significado humano. O lo que quiere decir lo mismo:
tamente a causa de lo relacionado que estaba este último con la cogni- su función consiste en desbarbarizar la cultura.
ción que, al igual que le sucede a la búsqueda de la verdad, requiere de Como todo el mundo sabe, el término humanidad es de origen roma-
pruebas concluyentes. En las esferas culturales y políticas, que constitu- no, y no hay ninguna palabra en griego que corresponda al humanitas la-
yen la esfera entera de la vida pública, lo crucial no es la cognición y la tino. Por esta misma razón, considero que, para ilustrar la forma en que
verdad, sino el juzgar y el decidir: la evaluación normativa y la discusión el gusto es la facultad por medio de la que la cultura se humaniza, lo más
acerca del mundo compartido, por un lado, y la decisión referente a qué apropiado es recurrir a un ejemplo romano. Recordemos la antigua locu-
se debe parecer el mundo y a qué tipo de acciones deben emprenderse ción que es platónica tanto en su forma como en su contenido: amicus Só
en él, por otro. crates, amicus Plato, sed magis amica neritas (Sócrates es mi amigo, Platón
Lo que se trasluce de esta categorización del gusto entre las faculta- es mi amigo, pero soy más amigo de la verdad). Este principio fundamen-
des políticas del hombre, que puede quizá resultar extraño, es el hecho, lalmente apolítico e inhumano, que en nombre de la verdad rechaza ex-
bien conocido pero no suficientemente asumido, de que el gusto cuen- plícitamente a las personas y la amistad, debería ser comparado con una
ta con un poder organizativo que tiene una fuerza muy peculiar. Todos declaración de Cicerón igual de conocida, que una vez, en plena discu-
sabemos que no hay nada comparable al descubrimiento del acuerdo sión, manifestó lo siguiente: Errare malo cum Platone quam cum istis (se.
en cuestiones referentes a aquello que gusta y que no gusta para ayudar I’ythagoraeis) vera sentiré (prefiero equivocarme con Platón que acertar en
a los seres humanos a que se reconozcan los unos a los otros, y sientan compañía de estos [los de PitágorasJ). Desde luego este pronunciamiento
después unos vínculos irrevocables entre sí. Es como si el gusto no solo es enormemente ambiguo. Podría querer decir: prefiero errar usando la
decidiese la apariencia que debe tener el mundo, sino también quiénes razón platónica que «sentir» la verdad usando la sinrazón pitagórica. Pero
pertenecen a él. En términos políticos, no resulta erróneo observar este si el énfasis se pone en sentiré, la frase significa: preferir la compañía de
sentimiento de pertenencia mutua como un principio de organización Platón a la de los otros es una cuestión de gusto, incluso si él fuese la ra-
esencialmente aristocrático, pero su potencial político puede ir inclu- zón de mi error. Suponiendo que la última lectura sea la correcta, se po-
so más allá. Es esta copertenencia lo que se decide en los juicios acer- dría objetar que ni los científicos ni los filósofos serían capaces de decir
ca de un mundo común. Y lo que el individuo manifiesta en sus juicios algo así. Sería más bien la forma en que hablaría un verdadero político y
es un particular «ser así y no de otra manera», que caracteriza todo lo un ser humano culto, en el sentido romano de humanitas. Con toda pro-
personal y que logra legitimidad hasta el punto de que se distancia de babilidad, es algo que esperaríamos oír de alguien libre en todos los sen-
cualquier cosa que sea meramente idiosincrática. Lo político, tanto en tidos y para quien también la cuestión de la libertad es la más importante
el discurso como en la acción, tiene que ver precisamente con esa con- entre las que trata la filosofía. Una persona así diría: en mis interacciones,

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LA F R A G I L I D A D DE L O S A S U N T O S H U M A N O S

no permitiré que me fuercen ni las personas ni los objetos, incluso si esa


fuerza resulta ser verdad.
En el campo de lo cultural, la libertad se manifiesta en el gusto porque
el juicio de gusto contiene y comunica algo más que un juicio «objetivo»
sobre la cualidad. Como actividad del juicio, el gusto reúne cultura y polí- 3
tica, las cuales ya comparten el espacio abierto de la esfera de lo público.
El gusto iguala la tensión entre las dos, una tensión que surge del conflicto DISCURSO DE RECEPCIÓN DEL PREMIO SONNING*
interno entre acción y producción. Sin la libertad de lo político, la cultu-
ra permanece sin vida. La paulatina muerte de lo político y el desfalle-
cimiento del juicio son las condiciones previas para que tenga lugar la
socialización y devaluación de la cultura de la que hablábamos al inicio
de este ensayo. No obstante, sin contar con la belleza de las cosas perte-
necientes a la cultura y sin el radiante esplendor en el que se manifiesta
una permanencia articulada políticamente y una potencialidad impere-
cedera del mundo, lo político en su conjunto no podría perdurar. Excelentísimo Señor Rector Magnífico,
Excelencias,
Señoras y señores:
Desde el mismo momento en que recibí la inesperada noticia de que
habían decidido elegirme como merecedora del premio Sonning, premio
que distingue a las obras que han contribuido a la civilización europea,
lie venido pensando qué podría decir en respuesta. Considerando, por
un lado, lo que ha sido mi propia vida, y por el otro, mi actitud frente
a este tipo de acontecimientos públicos, el simple hecho de verme en-
frentada a esta situación ha suscitado en mí tal cantidad de reacciones
y reflexiones, muchas de ellas contradictorias, que llegar a alguna con-
clusión no me ha resultado en absoluto sencillo. No hará falta mencionar
el sentimiento de gratitud innato que nos deja desconcertados cada vez
que el mundo nos ofrece un regalo auténtico, algo que llega siempre sin
pedir nada a cambio, cuando la diosa Fortuna nos sonríe, con olímpica
indiferencia ante todo aquello que anhelábamos de forma más o menos
consciente y que considerábamos como nuestros objetivos, esperanzas
o propósitos.

* Originalmente publicado como «Prologue» en The Promise o f Politics, Schocken


l'ooks, Nueva York, 2003, pp. 3-14.
F.l premio Sonning (Sonningprisen) es un reconocimiento bianual a personalidades
destacadas por su contribución a la cultura europea. El premio se creó por voluntad testa-
mentaria del editor y escritor danés Cari Johan Sonning (1879-1937) y fue concedido por
primera vez en 1950. Una comisión encabezada por el rector de la Universidad de Copen-
li.igue concede el premio a partir de una lista de personalidades propuestas por las principa-
les universidades europeas. Arendt lo recibió el 18 de abril de 1975.

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