Las Malditas - Daniel Dalmaroni (5 Fem)

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LAS MALDITAS

o
Lo que nos cuesta a las mujeres conseguir un hombre

de Daniel Dalmaroni

Personajes

LUCRECIA (55 a 65 años)


JULIA (45 años)
RAQUEL (40 años)
SOFIA (35 años)
VALENTINA (25 años)

La escena

Lucrecia, una de las mujeres tiene unos 55 a 65 años. Está vestida


de luto, al igual que Julia, de 45 años y Sofía, de 35. Julia no para
de llorar, aunque a veces no lo hace con sonidos, sólo se le caen
lágrimas. Sofía es la más elegante de las tres. Julia es alta, muy
alta, corpulenta. La cuarta de las mujeres es Valentina. Tiene
aproximadamente 25 años. Viste también ropas negras, aunque no
está de luto. Tiene el pelo teñido de dos colores: rojo y azul. Los
labios pintados de negro. La piel muy blanca. Cuando habla lo hace
en inglés. Pero habla poco. Fuma constantemente marihuana. La
quinta mujer es Raquel, de unos 40 años. Viste muy
masculinamente y sus modos lo son también. Está muy seria. Como
si estuviera enojada por algo que no tiene remedio. Todas son
ciegas, aunque esto no lo descubrimos al inicio. Pareciera que
ninguna sabe que las demás son ciegas. Los bastones blancos los
irán sacando de sus bolsos o carteras muy entrada la obra. Son
ciegas “nuevas”, por lo que no tienen las costumbres de los ciegos,
ni los demás sentidos más agudizados que los videntes. Esto hace

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que muchas veces le hablen claramente a una, pero su mirada se
dirija a otra. Esto deberá crear cierta confusión en el discurso.

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ESCENA I

(Cuando ingresa el público las cinco mujeres están sentadas.


Todas, menos Valentina, lloran desconsoladamente, sin parar.
Niegan con la cabeza, miran al cielo, suspiran. Cuando el público ha
terminado de ingresar, se produce un APAGÓN)

ESCENA II

RAQUEL.- Catalepsia, se llama.


SOFÍA.- Sí, catalepsia. ¿Yo qué dije?
RAQUEL.- Es cuando se cree que alguien ha muerto, porque no
presenta signos vitales y sin embargo...
SOFÍA.- Sin embargo, está vivito y coleando.
RAQUEL.- Bueno, coleando, lo que se dice coleando...
SOFÍA.- Es una forma de decir. Pero el tipo está vivo. Totalmente
vivo. Pero parece muerto. Se trata, en realidad, de un accidente
nervioso. El caso más resonante que recuerdo es el del locutor
Héctor Coire. ¿Se acuerdan?
LUCRECIA.- (Intranquila) ¿A mí se refiere?
SOFÍA.- A cualquiera. Digo, si se acuerdan de Héctor Coire.
JULIA.- Sí, creo que sí.
LUCRECIA.- El chico ese que actuaba en Jacinta Pichimauhida,
coloradito...
SOFÍA.- ¡No, mujer!, ese era Pablo Codevila y no era locutor ni
nada por el estilo. Yo me refiero a un locutor de la década del
cincuenta más o menos, Héctor Coire.
RAQUEL.- ¿Es importante que nos acordemos de quién era?
SOFÍA.- Bueno, el caso es que Coire un día se muere, pero en
pleno velorio se despierta. Había sufrido un ataque de catalepsia.
Con ese antecedente, el tipo se hace construir un cajón, un féretro,
me refiero, pero le hace agregar un sistema por el cual, él desde
adentro, puede accionar una campañilla que suene afuera del
cajón.
RAQUEL.- Usted disculpe, pero me cuesta seguirla.
SOFÍA.- (Le habla a Raquel, pero mira a Julia) Una campañilla. Si
el tipo sufría otro ataque de catalepsia y lo enterraban vivo y se
despertaba adentro del cajón cerrado, tocaba la campañilla y de
afuera se avivaban que estaba vivo. ¿Se entiende, ahora?

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RAQUEL.- (Le contesta a Sofía, pero mira a Lucrecia) Se
entiende.
SOFÍA.- El tipo sufrió otro ataque. Efectivamente, unos años
después sufrió otro ataque de catalepsia y lo enterraron, pero la
campañilla no sonó. Un tiempo después, cuando abrieron el cajón el
tipo estaba todo arañado de la desesperación. Coire. Héctor Coire.
De él estoy hablando. (Mira a todas e incluso a lugares donde no
haya nadie) ¿Ninguna leyó eso en los diarios, ninguna sabe de qué
hablo?
LUCRECIA.- (Intranquila a Julia) Yo lo que no sé es por qué me
dice estas cosas a mí.
JULIA.- Bueno, no creo que se las esté diciendo sólo a usted.

RAQUEL.- ¿Y para qué abrieron el cajón de Coire? ¿Cómo fue que


descubrieron que estaba todo arañado?
SOFÍA.-(Piensa, no tiene respuesta. Como si nada, dice:) El otro
caso que sí tienen que conocer es el de Papafritas. (Silencio)
Papafritas. ¿No lo conocen? Era un chiquito de nueve años, más o
menos, que tuvo un ataque de catalepsia. Lo estaban velando y de
golpe se despertó, se sentó en el cajón y mirando a la madre dijo:
“Mamá, quiero papafritas”. De ahí, le quedó para siempre ese
sobrenombre.
RAQUEL.- Disculpe, pero usted nos cuenta todas estas cosas
porque estamos de duelo o es su tema. Digo, con todo respeto, tal
vez sea su especialidad, las ciencias ocultas...
SOFÍA.- ¿Ciencias ocultas? Como se ve que usted de esto no sabe
nada. ¿Usted no será de las que no cree en los poderes síquicos
del ser humano, las posibilidades de comunicarse con los muertos,
los fantasmas...?
RAQUEL.- ¿Fantasmas? Ah, bueno... lo que nos faltaba...
SOFÍA.- ¡Escéptica!
LUCRECIA.- (por lo bajo) ¡Ignorante!
SOFÍA.- ¿Qué dijo?
LUCRECIA.- (Temerosa, mira a donde no hay nadie) ¿Yo? Nada,
nada. ¿Por qué habría de haber dicho algo?
SOFÍA.- (A Raquel, aunque la mira a Valentina) Sí, fantasmas.
¿Qué pasa? ¿No sabe lo que son los fantasmas? Son gente muerta
que no sabe que está muerta y entonces, se empeña en seguir
entre nosotros. Cuando por fin se enteran que están muertos se van
al Más Allá, sin problemas.
RAQUEL.- (Le habla a Sofìa, pero mira hacia donde no hay nadie,
pero como si lo hubiera) Usted es una imbécil.

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SOFÍA.- Y usted una maleducada. (Raquel sale hacia el baño. Va
hacia un lado. Vuelve. Se dirige a otro y finalmente a un tercer lugar
donde parece encontrar el baño) Bueno, continúo, porque veo que a
ustedes les interesa. (Pausa) Ahora que pienso... ¿José Luis sabrá
que está muerto? (Julia rompe en llanto sostenido) Bueno,
disculpe, era una pregunta, nada más. No se lo tome tan a pecho.
(Julia sigue llorando) Hubo una vez una monja que había quedado
embarazada y decidió hacerse un aborto a escondidas. Pero murió
en la intervención y se transformó en fantasma porque no se
decidía a ir al cielo por miedo a la ira de Dios por lo que había
hecho.
LUCRECIA.- ¿Qué nos quiere decir con todo esto?
SOFÍA.- Nada. Trato de hacer amena la reunión.
JULIA.- ¿Reunión? Quisiera recordarle que se trata de un velorio. Y
de una persona muy cercana, en mi caso. No sé el suyo, pero si
nada la une a este muerto, si ha venido por obligación, porque no
tenía nada que hacer, o porque le gusta el café hervido y el olor a
nardos y calas, le pido, al menos, que respete a quienes estamos
motivadas por otros sentimientos más profundos.
LUCRECIA.- (A Julia, pero mirando a Sofía) Muy bien dicho. (A
Sofía, pero mirando a Julia) ¡Tomá tu torta, vos!
SOFÍA.- Creo que malinterpreta mi presencia aquí, señora. A mí
también me unen sentimientos muy profundos con el fallecido. Sólo
trataba de que no nos la pasemos llorando todo el tiempo como
usted. (Pausa larga)
(Raquel vuelve desde el baño)
JULIA.- (Llorando) ¿Qué iba a contar recién?

SOFÍA.- ¿Ahora se interesa? La historia de Sara Winchester.


RAQUEL.- El único Winchester que conozco es un rifle. ¡Qué olor
que hay!
SOFÍA.- Justamente. Sara Winchester era la hija de inventor de los
rifles Winchester. Sara estaba convencida de que todas las
personas que habían muerto por disparos de Winchester se habían
transformado en fantasmas y que la perseguían para vengarse. Con
el objeto de caerles bien a los fantasmas de 146 personas, Sara
mandó construir una mansión con 146 habitaciones. Una para cada
uno. Como a los fantasmas les gusta entrar y salir por las
chimeneas, hizo construir, también, 45 chimeneas en la casa.
(Valentina tose. Las demás tratan de ver de dónde vino el ruido
pero no “embocan” sus miradas)
SOFIA.- Lo importante de las ciencias del alma humana es que no
están hechas para que cualquiera se interne en ellas. Si uno no

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está preparado, es preferible, alejarse, no escuchar ni leer sobre
ellas.
RAQUEL.- Entonces cállese.
SOFIA.- No sea grosera, quiere. (Pausa) Quería decir que cuando
uno es un incrédulo, un escéptico, tiende a albergar malas
intenciones como actitud previa a la realización de ciertas prácticas
de estas ciencias del alma humana.
RAQUEL.- (A las demás) ¿Es necesario escuchar a esta señora?
JULIA.- Yo recién se lo decía. ¿Quién dijo lo del olor?
RAQUEL.- (Mirando a Lucrecia, aunque se dirige a Julia) Yo.
¿Usted también lo siente?
LUCRECIA.- ¿Yo no dije nada?
VALENTINA.- Ich rauche einen Joint. Sie riechen den Geruch von
Marihuana. Hat es Keine bemerkt? Und wenn ich einschlafe, so
entschuldigen sie mich, ich leide an Narkolepsie. (Traducción: Estoy
fumando un porro. El olor que sienten es de la marihuana.
¿Ninguna se había dado cuenta? Y si me duermo, disculpen, sufro
de narcolepsia.)
JULIA.- ¡Y esta otra, también! Si no sabe hablar castellano que no
hable. (A Valentina) A vos nena, te hablo. ¿Vos me entendés?
(Valentina sonríe)
SOFÍA.- ¿En qué habla? ¿Alguna sabe? ¿Nadie sabe inglés?
JULIA.- (Llora) Lo del colegio.
SOFÍA.- ¿Qué?
JULIA.- Que yo lo del colegio. El inglés. ¿Quién fue la que preguntó
si alguien sabe inglés?
SOFÍA.- Yo. No le entendía. Claro, lo del colegio. Pero sabe o no
sabe. Porque hay colegios y colegios.
JULIA.- ¿Y usted no fue al colegio que tanto habla?
SOFÍA.- Francés. Yo tuve cinco años de francés. Se podía elegir.
Cinco años de francés, cinco de inglés o tres y dos.
RAQUEL.- ¿Alguien sabe inglés? (Nadie contesta) Bueno, nadie
sabe inglés. ¿Conforme? Pero además, esa mujer hablaba alemán,
no inglés. Es evidente.
SOFÍA.- Una quiere ser amable, sociable y...
RAQUEL.- Cállese de una vez por todas.
LUCRECIA.- La señora tiene razón.
SOFÍA.- Son unas maleducadas. No empiecen de nuevo.
RAQUEL.- Dejenmé que la mato. (Se abalanza sobre Sofía que no
percibe, inicialmente su actitud. Raquel va a tientas. Raquel va
persiguiendo a la otra ciega, sin que ambas sean concientes de
esta situación. Inicialmente la toma a Julia)
JULIA.- Yo no soy.

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SOFÍA.- (Cuando Raquel está lejos, creyendo que se le ha
acercado) Ni se me acerque.
(Las otras mujeres, menos Valentina, intentan que el
enfrentamiento no se produzca, pero como también son ciegas,
poco pueden hacer para evitarlo. Raquel llega a Sofía, la toma del
cuello, caen al piso, pelean. Las demás gritan)
LUCRECIA.- ¿Qué están haciendo?
JULIA.- Por favor, dejen de pelearse.
LUCRECIA.- Fíjense dónde están, por favor.
JULIA.- Eso.
LUCRECIA.- ¿Qué hacen? ¿Qué están haciendo, por Dios?
VALENTINA.- (Grita) Hoffentlich bringen sie sich um, diese
Schlampen.
Das sind Schlampen. Verdammte. (Traducción: Ojalá se maten, hijas de
puta. Son unas hijas de puta. Unas malditas.)
(Raquel y Sofía dejan de pelear. Valentina no deja de gritar.)
RAQUEL.- Y ahora ¿a esta qué le pasa?
LUCRECIA.- ¿Dejaron de pelear?
SOFÍA.- Y a usted ¿qué le parece? ¿No se da cuenta?
LUCRECIA.- Es evidente que no. ¿Qué preguntas hace?
RAQUEL.- Sí, dejamos de pelear. Pero ahora paremos a esta
chica.
JULIA.- Insisto en que este no es el lugar.
LUCRECIA.- Hubo un muerto. Un hombre que ha sido asesinado.
(Se paraliza)
JULIA.- (Alarmada) ¿Cómo dijo?
SOFÍA.- (Alarmada) Creo que dijo que fue asesinado. ¿Cómo lo
sabe?
LUCRECIA.- No dije nada.
RAQUEL.- (A Lucrecia) ¿No dijo nada? Mejor, entonces. (A
Valentina) Basta, nena.
(Valentina deja repentinamente de gritar. Se calma. Se sienta como
si no hubiera pasado nada. Todas se calman. Largo silencio. Se
sientan en sus sillas. Se acomodan la ropa. Sofía busca, encuentra
y acomoda su bastón blanco de ciega. Las demás oyen ese
sonido.)
RAQUEL.- ¿Usted tiene un bastón blanco? ¿Usted es ciega?
(Todas contestan simultáneamente.)
SOFÍA.- Sí.
LUCRECIA.- Sí.
JULIA.- Sí.
VALENTINA.- Ja. (Traducción: Sí)

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(Silencio.)
SOFÍA.- Perdón. ¿quién dijo sí?
LUCRECIA.- Yo.
JULIA.- Yo.
VALENTINA.- Ja. (Traducción: Sí.)
RAQUEL.- Perdón... ¿aparte de mí, quién más es ciega? No
entiendo. Estoy confundida.
LUCRECIA.- Yo también. Yo también soy ciega y estoy confundida.
JULIA.- Y yo. Soy ciega.
SOFÍA.- Yo también. Confundida y ciega.
VALENTINA.- Ich. Narkolepsie. (Traducción: Yo. Narcolepsia) (Se
ríe mucho vuelve a repetir “narkolepsie”, pero en medio de la
palabra se duerme)
(Silencio espeso.)

RAQUEL.- ¿Todas ustedes, entonces, tienen algún nivel de


parentesco con José Luis?
LUCRECIA.- Según tengo entendido sí. De otra forma sería una
casualidad. Además, para algo estamos aquí. Por algo nos citaron.
¿Habrá más que no han venido?
SOFÍA.- No existen las casualidades.
JULIA.- ¿A ustedes también las contagió?
RAQUEL.- Es evidente. ¿Todas lo saben?
LUCRECIA.- ¿Qué cosa? ¿Qué cosa? ¿Se refieren a mí?
¡Explíquenme!
RAQUEL.- (Se dirige a Lucrecia, pero mira a Julia) Que la ceguera
de José Luis era contagiosa.
LUCRECIA.- Sí, pero yo tenía entendido que el contagio era por vía
sanguínea o sexual.
JULIA.- Efectivamente.
LUCRECIA.- ¿Entonces? ¿Quiénes son ustedes? (Se desespera.
Habla al vacío) ¿Quiénes? ¿Qué pretenden?
RAQUEL.- (Calma) Esposas, amantes, hijas, hermanas... ¿Hay
más opciones señora...?
LUCRECIA.- Lucrecia.
JULIA.- Yo soy Julia, encantada. (Le hace un saludo tocando con
su bastón el de ella)
SOFÍA.- Yo soy Sofía. ¿No se los había dicho? (Por Raquel) Y
usted. La que me peleaba, digo... usted es Raquel, según dijo
cuando llegó.
RAQUEL.- Sí. Y por lo que le entendí a la chica esta, se llama
Valentina o Valentine.
JULIA.- ¿De dónde será?

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RAQUEL.- Hablar, habla en alemán. Debe ser alemana. ¡De vuelta
ese olor!
JULIA.- ¿Flores?
RAQUEL.- No, es olor a otra cosa.
LUCRECIA.- Espero que nadie se haya desgraciado.
SOFÍA.- No sea grosera.
LUCRECIA.- ¿Y cómo quiere que lo llame? ¿Usted me dice grosera
a mí?
(Silencio)
SOFÍA.- Bueno, empecemos. (A Lucrecia) ¿Usted quién es? ¿Qué
la unía a José Luis?
LUCRECIA.- ¿Yo? ¿Por qué yo?
SOFÍA.- Como quiera.
LUCRECIA.- Creo que él me odió desde que nos casamos. Yo
tenía apenas trece años. Él era un hombre de treinta, trabajador,
buen marido, creo. Pero yo era una niña. Él no me había tocado
jamás. Esos arreglos familiares, ¿entienden? Nos casaron. (Julia
llora por lo bajo) ¿Qué le pasa a esta mujer? (Julia no dice nada,
pero sigue llorando por lo bajo) Hace muchos años, se entiende.
Otra época, otra formación, otros principios. José Luis trabajaba
todo el día y cuando llegaba a casa, cuando esperaba que yo lo
recibiera con la comida lista, la casa limpia y la ropa lavada y
planchada, él me encontraba en la casa de una vecinita jugando a
las muñecas. Imagínense. ¡Jugando a las muñecas! (Pausa)
Tuvimos nuestra primera relación sexual a mis diecisiete años.
Antes, yo no había querido saber nada. (pausa) Y después,
tampoco. Pero me mantuve virgen hasta ahora. No se asombren.
Es increíble lo que una mujer es capaz de hacer por mantenerse
virgen. Yo me había entregado por atrás. ¿Entienden? Un día viene
y me dice: “Lucrecia, no aguanto más”. Yo le contesté: “Bueno,
dale, pero que yo no me de cuenta, porque te mato”. Como era
médico me anestesió y yo ni me enteré del asunto. Tuvimos esa
sola relación sexual hasta que yo cumplí los cuarenta. Yo que no
quería y él que decía que anestesiada era como hacerlo con una
muerta. Era un morboso y perverso. ¡Decir esas cosas! Cuando
tenía unos cuarenta años lo hizo de nuevo. Anestesiada, claro. José
Luis ya estaba ciego y me contagió su enfermedad. Lo hizo a
propósito. Si no habíamos tenido relaciones sexuales en tantos
años, ¿qué otra cosa lo podría haber motivado a vejarme que no
fuera contagiarme su enfermedad? Esa vez también fue por detrás.
Por eso les sigo que aún soy virgen y lo seguiré siendo. Mi himen
sólo se lo entregaré a Dios, cuando él me llame. Y sin anestesia,
claro. (Pausa) Soy muy religiosa. Devota de la desatanudos y de la

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rosa mística. Soy muy religiosa. (Pausa) José Luis me odiaba. Él no
creía en nada, eso lo sabrán ustedes, igual que yo. (Pausa) Nunca
me había perdonado que jugara a las muñecas mientras él
trabajaba.
JULIA.- Yo lo maté. (Se arrepiente de los que dijo. Llora)
LUCRECIA.- ¿De qué habla?
SOFÍA.- ¿A quién mató?
JULIA.- No dije nada. (A Sofía) Usted siempre pensando en
muertos, fantasmas y esas cosas. (A Lucrecia) Usted, que parece
la más sensata, ¿escuchó algo?
LUCRECIA.- ¿Por qué me dice eso a mí?
JULIA.- Quería conversar, nada más.
LUCRECIA.- Ah, está bien. (Pausa) Tengo hambre.
JULIA.- Yo también, pero estoy a régimen.
LUCRECIA.- ¿Usted se cuida?
JULIA.- Aunque no sé para qué, porque la obesidad es hereditaria.
LUCRECIA.- ¿Cómo?
JULIA.- Lo que escuchó, que la obesidad es hereditaria. Y mi
mamá era gordita. Los hijos de los gordos tiene mayores
posibilidades de ser obesos que los hijos de los flacos. Hay una
propensión a la generación de grasas mayor en los hijos de los
gordos. ¿Nunca se fijó? Antes, quiero decir, cuando podía fijarse,
¿nunca se fijó que las nenas gorditas, seguro que al lado, tienen
una madre gorda? Las células grasas se transmiten con los genes.
Son genes obesos que se transiten de generación en generación.
Eso no quiere decir que una hija de una gorda no pueda contradecir
el mandato familiar obeso. Sí que puede. Yo lo intento hacer todo el
tiempo. Pero cuesta. Igual que a un hijo de un flaco le cuesta
engordar. Por más que coma y coma, le cuesta. Sus genes obesos
están ausentes o tiene pocos genes obesos.
LUCRECIA.- ¿Genes obesos?
JULIA.- Es el nombre vulgar. El nombre científico no me lo acuerdo.
Usted lee poco de estas cosas, ¿no?
LUCRECIA.- ¿Usted que sabe? ¿Usted sabe algo de mí? ¿Usted
me conocía de antes?
JULIA.- Espere, espere. No dije nada. Sólo dije que me parecía que
usted leía poco de cosas científicas. Nada más. No se vuelva loca.
LUCRECIA.- A mí me habían dicho de lo hereditario de la migraña.
JULIA.- ¿La migraña?
LUCRECIA.- El dolor de cabeza. Sobre todo si una mujer ha sufrido
migraña durante el embarazo. Más aún, si la mujer sufría migraña y
queda embarazada, es probable que le transmita la dolencia al feto
y que de esta forma, deje de padecerla. Ella deja de tener migraña,

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pero el hijo la tendrá hasta que pueda transmitirla nuevamente a su
hijo.
JULIA.- Bueno, vio que dicen que el cáncer no es hereditario, pero
hay casos en que sí. Más aún, dicen que no es contagioso, pero
existe una especie de epidemia de cáncer, actualmente, en todo el
mundo.
SOFÍA.- Perdonen que me meta, pero lo de la epidemia de cáncer
viene de Africa. Todas las epidemias vienen de Africa. Por lo
monos. Los monos son muy de tener epidemias.
RAQUEL.- Tal vez no sea una epidemia lo del cáncer. Es probable
que antes muriera mucha gente de cáncer, pero no se supiera que
era de eso. Además, actualmente, la gente vive más años, por lo
que han aparecido enfermedades que antes no.
JULIA.- La verdad que no le entiendo. Pero lo cierto es que ahora
hay un montón de casos de hombres con cáncer de próstata y
antes los tipos no sabían ni siquiera que tenían una próstata.
LUCRECIA.- ¿Qué es la próstata?
JULIA.- Una grándula.
SOFÍA.- Un órgano.
JULIA.- Fabrica el semen.
SOFÍA.- Los espermatozoides.
JULIA.- Está en el pene.
SOFÍA.- En los testículos.
JULIA.- Cerca del glande.
SOFÍA.- Entre testículo y testículo. Cerca del orificio anal.
LUCRECIA.- No mencionen esas cosas que estoy constipada.
JULIA.- Es el café. ¿Usted tomó mucho café?
LUCRECIA.- Y... el velorio.
SOFIA.- ¿Qué tiene que ver el café?
JULIA.- Los consumidores de café son grandes constipados. La
cafeína tiene efecto diurético y su consumo endurece la materia
fecal y hace más difícil que... bueno... que... que salga... a la
superficie.
LUCRECIA.- Siempre se aprende algo nuevo.
JULIA.- No tome tanto café, señora.
LUCRECIA.- Lo voy a tener en cuenta. (Pausa breve) De nuevo ese
olor.
RAQUEL.- Bueno, no exagere.
LUCRECIA.- No exagero. Lo que pasa es que odio los olores.
JULIA.- Use hinojo, entonces.
LUCRECIA.- ¿Cómo?
SOFÍA.- ¿Qué pavada va a decir, ahora?
JULIA.- Ninguna pavada. El hinojo es un desodorante muy bueno.

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SOFÍA.- ¿Usted se pasa hinojo por las axilas?
JULIA.- No. ¿Usted es tonta? El hinojo es un excelente
desodorante que actúa de adentro hacia fuera. Hay que comerlo y
se transpira sin olor.
SOFÍA.- Con olor a hinojo.
JULIA.- No, sin olor. Ignorante. Ni a hinojo ni a nada.
SOFÍA.- Yo no tengo problemas con los olores. No tengo olfato. Lo
perdí hace tiempo. Cuando recién me había quedado ciega, me
choqué con una puerta de blindex. Me di con la nariz en el vidrio y
me partí la glándula olfativa. Me hicieron cirugía estética. La nariz
me quedó bárbara, pero la glándula no me la pudieron recuperar.
No huelo nada. Ni buenos ni malos olores.
LUCRECIA.- Es una suerte la suya.
JULIA.- Depende.
LUCRECIA.- ¿Cómo?
JULIA.- No puede apreciar los buenos olores. Le regalan un
perfume francés y ni se da cuenta.
RAQUEL.- Ciega y sin olfato. Qué pena. Falta que me diga que no
tiene tacto y...
JULIA.- Que no tiene tacto ya lo demostró hace rato.
SOFÍA.- Imbécil.
LUCRECIA.- (Se dirige a Raquel, pero mira para otro lado) ¿A
quién le dijo imbécil? ¿A mí?
SOFÍA.- No.
LUCRECIA.- Dejen de pelear, entonces, por favor.
(Silencio. Larga pausa)
RAQUEL.- Yo tuve mi primer orgasmo a los veinte años. Fue el
primero y el último. Decidí no tener más. Ojo, no me malinterpreten,
no es que no haya tenido más relaciones sexuales. Sólo que no
tuve más orgasmos. Y no soy frígida, ni nada por el estilo. Es una
cuestión de principios, de decisión personal. Me encantan las
relaciones sexuales, créanme, pero el orgasmo es otra cosa. Es
una experiencia tan fuerte, un cúmulo de sensaciones tan fuertes,
que no encuentro sentido tener que pasar por una experiencia así.
Mucho menos cada vez que una hace el amor.
SOFÍA.- ¡Qué cosa! Yo soy casi todo lo contrario. No le digo que
vivo teniendo orgasmos constantemente, pero los tengo
independientemente de estar manteniendo relaciones sexuales.
RAQUEL.- Se masturba.
SOFÍA.- No. Eso es lo raro. Los tengo en los momentos menos
esperados. En la cola de una Banco, mientras me lavo los dientes...
LUCRECIA.- Bueno, se ve que usted tiene pensamientos obscenos
en cualquier circunstancia. (Se persigna)

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SOFÍA.- No, no me entiende. Yo puedo estar depilándome las
cejas, por ejemplo, y pensar en lo extraño que es el comportamiento
de ciertos peces en la pecera que tengo en casa y de pronto,
sorpresivamente, como un torbellino me sobreviene un orgasmo
increíble.
RAQUEL.- Se debería hacer tratar.
SOFÍA.- Usted está loca. No quiero reiniciar una pelea con usted,
pero está loca.
RAQUEL.- Si por mí fuera, me haría seccionar el clítoris.
SOFÍA.- Hágalo. (A las demás) Esta mujer dice cada cosa.
JULIA.- Yo no le presto atención. No le creo nada.
RAQUEL.- Allá ustedes.
SOFÍA.- Yo no es que no le crea.
RAQUEL.- Usted es capaz de creer en cualquier cosa.
SOFÍA.- No sé por qué dice eso. La que se cree cualquier cosa es
ésta, que cree en los desodorantes de hinojo.
JULIA.- Pruebe y después me dice.
SOFÍA.- (Por Julia) Esta, seguro que cree que el hombre llegó a la
luna.

JULIA.- ¿Cómo?
LUCRECIA.- ¿Cómo, no llegó?
SOFÍA.- Hay dos que se creen cualquier cosa, parece.
LUCRECIA.- ¿Usted dice que el hombre jamás pisó la luna?
JULIA.- Lo vimos por televisión. Todos. Bueno, en esa época, todas
veíamos, ¿no?
SOFÍA.- Nunca llegó el hombre a la luna.
LUCRECIA.- Usted dice que fue una mujer.
SOFÍA.- No, idiota. Ni un hombre ni una mujer. Menos dos
hombres, como nos quisieron hacer creer. Todo se filmó en un
estudio de cine. Y los astronautas, que en realidad era actores,
firmaron un pacto de silencio por mucho dinero. Una fortuna.
Armaron la luna en un estudio de cine, con los cráteres, las nubes,
las estrellas, todo. El módulo lunar era de cartón corrugado pintado,
sopleteado. Pero si se mira la película con detenimiento hay
notorios errores. Cosas burdas. Primeros planos imposibles de
hacer a tanta distancia.
RAQUEL.-¿Cómo “tanta distancia”? Filmaban ellos mismo, desde
allá. No desde la Tierra.
SOFÍA.- Es lo mismo. Hay tomas imposibles de hacer en la luna.
Qué casualidad que luego, la NASA haya perdido la totalidad de las
filmaciones del alunizaje, ¿no? No quedó ni un fotograma de
Amstrong, ni de Colin ni nada. Ni una toma de la puta banderita

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yanqui clavadita en el suelo lunar, quedó. Dicen que se les perdió
todo. Todo. ¿En serio no lo sabían? Lo sabe todo el mundo. (Pausa
breve) Como tampoco existe la bomba atómica.
RAQUEL.- Usted dice cualquier cosa.
SOFÍA.- ¿Usted es japonesa?
RAQUEL.- No. ¿por qué lo dice?
SOFÍA.- Lo de las bombas atómicas fue un invento de los
japoneses contra los norteamericanos.
LUCRECIA.- ¡Cómo sabe esta mujer!
RAQUEL.- ¿Usted le cree algo de lo que dice? Yo no le creo ni los
orgasmos. ¡Cómo puede tener orgasmos porque sí?
JULIA.- Yo, en cambio, no he podido tener más orgasmos desde
que José Luis me contagió. Siempre, desde chica tuve orgasmos a
partir de lo visual. Si yo no veía al hombre encima de mí, si no veía
su cuerpo, sus ojos, sus músculos, su pene entrando en mí, no me
excitaba lo suficiente. Soy de excitación visual, digamos. Hay gente
que no cree lo que no ve. Yo no siento lo que no puedo ver. Cuando
quedé ciega no pude tener más orgasmos. Apenas si me excito un
poquito si me tocan o me hacen el amor. Una desgracia, la mía,
digo, si la sumamos a la ceguera. Pero en esto último, todas
ustedes me entienden, ¿verdad?
(Pausa larga)
LUCRECIA.- ¿Cómo saben ustedes que han tenido alguna vez un
orgasmo?
RAQUEL.- ¿A qué se refiere?
SOFÍA.- Eso, ¿qué quiere decir?
LUCRECIA.- Lo que estoy diciendo. ¿Cómo saben ustedes que lo
que tuvieron, eso que ustedes dicen que fue un orgasmo, fue
efectivamente eso y no una sensación similar o hasta distinta a un
orgasmo? ¿Cómo se sabe lo que es un orgasmo?
SOFÍA.- Estoy excitada. Es una sensación increíble. (Empieza a
jadear, luego a gritar y finalmente tiene un llamativo y ruidoso
orgasmo en donde dice cosas como: “Sí”, “Ahora”, “Dame más”, “Sí,
mi amor” “Así, así, así” y otras cosas pro el estilo referidas a alguien
que, obviamente, no está allí. Luego se desmaya)

RAQUEL.- (A Sofía) ¿Se siente bien? (Sofía no contesta) Señora,


¿se siente bien? ¿Usted está ahí? (A las demás) ¿Se desmayó?
¿Estará bien?
JULIA.- ¡Cómo la envidio!
LUCRECIA.- Parece que se desmayó o se durmió. ¿Eso fue un
orgasmo?

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JULIA.- ¡¿Qué le parece?! ¡Y cómo va a decir que se pudo haber
desmayado!
LUCRECIA.- Eso es lo que pregunto ¿cómo sabe ella, cómo saben
ustedes que eso que ella tuvo, por más placentero que le haya
resultado, fue un orgasmo y no otra cosa?
JULIA.- Sea lo que sea, a mí me gustaría tener uno como ese.
(Lucrecia se persigna.)
RAQUEL.- Perdonen que insista. Pero ¿esta señora estará bien?
SOFÍA.- (Vuelve en sí) Ay, disculpen, pero ya saben: no lo pude
contener.
RAQUEL.- ¿Usted se desmayó?
SOFÍA.- ¿No les había dicho? Siempre me pasa. Invariablemente.
(Pausa) Una complicación. Sobre todo en casos como los de la cola
del banco o cuando me cepillo los dientes.
RAQUEL.- ¿Usted tuvo un orgasmo? Esto es increíble.
SOFÍA.- Bueno, tengo problemas. Ya se los había advertido, ¿no?
RAQUEL.- ¿Muchos problemas? ¿Qué otros?
SOFÍA.- No se burle.
RAQUEL.- No me burlo. Pero dice que tiene problemas, querría
saber cuáles.
SOFÍA.- Son problemas míos.
RAQUEL.- Como usted quiera.
(Pausa larga)
SOFÍA.- (Decidida a conferse) Cuando era chica, quería ser Susana
Giménez. Entonces mi mamá me compró una muñeca de Susana y
me dijo, mirala, imitala, vestite como ella. Pero yo le decía, “no,
mamá, yo no quiero ser “como” Susana Giménez, yo quiero “ser”
Susana Giménez. No había caso, mi mamá que intentaba
explicarme que eso era imposible y yo que insistía. Siempre quise
ser ella.
JULIA.- Yo antes quería volver a ser yo misma, pero ya no.
LUCRECIA.- ¿Qué quiere decir? ¿Cómo es eso?
JULIA.- Yo no me llamo Julia. En realidad me llamo... bueno ya no
recuerdo cómo me llamo. Lo que sucede es que hace muchos años
empecé a trabajar en un Call Center. Allí, cuando entrás te dan una
lista de nombres libres para que elijas cómo te vas a llamar cuando
atiendas a los clientes. ¿Se entiende? Cuando una llama a un call
center y una chica te dice “Buenos días, habla María, en qué le
puedo ser útil”, esa chica no se llama María. María es el nombre
que ella eligió entre varios de una lista que le dieron los de la
empresa. Yo elegí “Julia”.
RAQUEL.- Bueno, pero en su casa, sus amigos y amigas, la
llamarían por su nombre verdadero.

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JULIA.- En aquel entonces yo no tenía amigos ni parientes ni nada.
Y los compañeros del call center te conocen por tu nombre de
trabajo. Ellos saben que no es tu nombre, pero como no conocen tu
verdadera identidad, te llaman “Julia” y se acostumbran. Y vos
también te acostumbrás.
RAQUEL.- Pero... José Luis....
JULIA.- A José Luis lo conocí por teléfono. Él llamó quejándose por
la garantía de una afeitadora eléctrica y le gustó mi voz. Me conoció
como “Julia” y seguí siendo “Julia” siempre.
RAQUEL.- No es posible que no recuerde su nombre verdadero.
JULIA.- Está claro que me acuerdo, pero prefiero no decirlo más.
Soy Julia y eso debería bastarle a usted y a todos.
RAQUEL.- Bueno, aprovechemos esta confesión, Julia o como se
llame, díganos qué la unía a José Luis.
JULIA.- Fui su esposa. Ahora entiendo que fui la segunda, si hago
bien las cuentas.
(Lucrecia se lanza a llorar. Sofía se desmaya nuevamente)
JULIA.- Lo siento, señora. Créame que lo siento más que usted.
Pero no llore. Diga lo que piensa. Dígalo.
LUCRECIA.- Sí. Espere. Ya les digo.
(Pausa. Lucrecia no dice nada. Sofía vuelve en sí. Está sonriendo)
JULIA.- ¿Y?
LUCRECIA.- No me acuerdo qué iba a decir.
SOFÍA.- Debía ser una mentira. Cuando uno no se acuerda algo
que iba a decir es porque iba a decir una mentira.
LUCRECIA.- ¿Yo, una mentira? ¿Por qué me dice eso?
RAQUEL.- (A Lucrecia) No le haga caso. (A Sofía) ¿Cómo va a
creer semejantes pavadas?
SOFÍA.- No empiece usted de nuevo.
LUCRECIA.- Ahora me acordé. (A Julia) Y usted ¿cómo se
contagió?
JULIA.- ¿Qué quiere decir?
SOFÍA.- Quiere decir si fue en una relación vaginal o anal.
LUCRECIA.- No sea grosera. Desprejuiciada. Desvergonzada.
JULIA.- Maleducada. (Pausa) Jamás tuve relaciones sexuales
anormales. Dije que fui esposa de José Luis. Ese hombre que me
hizo la vida imposible. Como todos los hombres. Pero nunca tuve
relaciones anormales.
SOFÍA.- ¿Anormales?
JULIA.- Y a usted, con sus costumbres le recomiendo que se cuide.
Estamos en tiempos de graves enfermedades contagiosas por vía
sexual.
SOFÍA.- Despreocúpese.

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JULIA.- Además use preservativos incluso para esas prácticas
anormales. No sólo por las enfermedades, sino por la posibilidad de
quedar embarazada.
SOFÍA.- ¿Embarazada por atrás?
LUCRECIA.- Yo nunca quedé embarazada.
JULIA.- Sí, por atrás. ¿Qué se cree? Se sorprendería si supiera la
cantidad de formas en las que una mujer puede quedar
embarazada.
(Pausa)
JULIA.- Y está claro que no me refiero exclusivamente a la
posibilidad de engendrar un hijo.
LUCRECIA.- Es increíble que no podamos entendernos.
(Pausa larga)
RAQUEL.- Yo era su hermana.
LUCRECIA.- ¿La hermana de quién? ¿Podemos ordenarnos? Si
no, no se entiende nada de lo que hablamos.
RAQUEL.- La hermana de José Luis.
JULIA.- Nunca supe que tuviera hermana.
LUCRECIA.- Ni yo.
SOFIA.- Yo tampoco, pero, hermanos tiene cualquiera.

JULIA.- ¿Qué decía yo sobre la posibilidad de engendrar hijos?


Mucho más fácil es engendrar hermanos. Así que...
RAQUEL.- Él me negó siempre. Nunca quiso reconocerme. Un hijo
de puta.
SOFÍA.- Yo fui su amante. Ni siquiera fui la segunda en su vida. Fui
la tercera. La olvidada. Nunca le interesé lo suficiente.
LUCRECIA.- ¿Amante? ¿Esposas? ¿Hermana? Qué engendro era
este hombre.
RAQUEL.- Lo odiaba. Y por eso lo maté.
LUCRECIA.- Yo debo ser tonta o acá ninguna es clara. ¿Quién
mató a quién?
RAQUEL.- Yo, a José Luis.
LUCRECIA.- ¿En qué sentido?
JULIA.- ¿Qué dice? Es imposible.
SOFÍA.- Absurdo.
VALENTINA.- Nein. (Traducción: No)
RAQUEL.- ¿Cómo “en qué sentido”?
LUCRECIA.- Hace un rato hablaban de quedar embarazada sin
engendrar hijos... qué se yo... hablan tan raro ustedes...
RAQUEL.- Nada, no me hagan caso. (A Sofía) ¿Así que usted
quería ser Susana Giménez?

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SOFÍA.- Sí. Eso cuando tendría unos diez años, pero antes había
querido ser otra cosa.
JULIA.- ¿Qué?
SOFÍA.- Ay, me causa mucha gracia. Disculpen. Resulta que
cuando yo tendría unos cinco años me gustaba vestirme con ropas
de mi mamá. Bueno, creo que a todas las nenas les gusta. Un día
me pongo tacos de mi mamá, una pollera, unos corpiños y me
maquillo toda la cara. Yo estaba chocha, fascinada, me miraba al
espejo y no podía creer lo linda que me veía. Mi mamá estaba en el
cuarto de costura, frente a la Singer, dele que te dele a la pedalera,
cuando yo entré a la pieza y llamé su atención. Me acuerdo que el
sol entraba por la ventana y me iluminaba. Me sentía radiante. Me
ve mi mamá y me dice: “Sofi, sacate todo eso”. Tratando que notara
mi entusismo, yo le digo: “Mamá, pero si estoy divina”. Y ella me
mira fijo y me dice: “Sofi, parecés un yiro”. Yo la miro, como
excitada y con una sonrisa, tierna, casi como un pedido, una súplica
al cielo, le digo: “Mamá, cuando sea grande, quiero ser yiro”.
RAQUEL.- ¿Y? ¿Le salió? ¿Cumplió su fantasía de niña?
SOFÍA.- No sea grosera. Está claro que cuando dije eso, no tenía ni
idea qué era un yiro.
LUCRECIA.- Perdón, pero yo no lo sé aún. ¿De qué hablan?
JULIA.- Usted nunca entiende nada. (Pausa) Como los hombres.
SOFÍA.- ¿A usted los hombres nunca la entendieron? Qué mala
suerte.
JULIA.- Aunque usted no lo crea, los hombres nunca entienden
nada. Recuerdo que cuando tenía unos siete años, estábamos
jugando con unos amigos, algunas nenas y otros nenes y salió el
tema de qué íbamos a ser cuando fuéramos grandes. En general,
los lugares comunes: uno dijo camionero, otro policía, otra doctora.
Cuando me tocó a mí, dije que cuando fuera grande quería ser
ambulancia.
RAQUEL.- Enfermera.
JULIA.- Eso mismo dijo uno de los chicos. Enfermera. Yo le dije
que no. Que quería se ambulancia. Otro dijo “querrás decir doctora,
médica” y yo insistí con que quería ser ambulancia. Era lo que yo
sentía. Ninguno de los hombres logró entenderme. Nunca logran
entenderte.
RAQUEL.- Sinceramente, yo tampoco la entiendo y soy una mujer.
JULIA.- Bueno, es cuestión de escuchar cómo habla usted para
comprender algunas cosas.
RAQUEL.- ¿Qué quiere decir?
SOFÍA.- Ella quería ser ambulancia. ¿Cuál es el problema? Nadie
va a creer que quería andar con una sirena en la cabeza, ¿no?

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LUCRECIA.- Eso. Cada una es dueña de desear lo que quiera,
salvo que esté reñido con la moral y las buenas costumbres y una
ambulancia, francamente, no creo que... Además está claro que lo
que quería decir era otra cosa...
JULIA.- El hombre es un ser humano tan primario. Me refiero al
hombre varón. Está tan cerca de ser un animalito. No digo un
insecto, ojo, no crean que soy tan cruel.
SOFÍA.- Se conforman con tan poco. Lamento decepcionarlas. Las
que lo mató fui yo.
LUCRECIA.- Dice cada cosa, esta mujer.
RAQUEL.- No diga estupideces.
JULIA.- Escuchen esto que no es ninguna estupidez. Un día no va
que le digo a José Luis: “Luichi, tenemos que hablar” Y él me
pregunta: “¿De qué?”. Ya la pregunta era medio tonta. Si le digo
“tenemos que hablar”, cualquiera que no fuera un hombre
entendería que se trata de “nosotros”. Entonces le digo: “De
nosotros, Luichi, de nosotros”. Y no va que me contesta: “Juli, los
muchachos no hablamos”. “Los muchachos no hablamos”, me dice
el muy caradura.
SOFÍA.- Pero es verdad. Ellos no hablan.
LUCRECIA.- Fornican. Sólo fornican. Eso hacen.
RAQUEL.- Bueno, no exagere, señora.
SOFÍA.- (Risueña) Alguna otra cosa hacen.
JULIA.- Pero hablar, no hablan.
LUCRECIA.- De fornicar. Hablan de fornicar. De eso sí hablan.
SOFÍA.- Yo, lo único que conservo de José Luis es un par de fotos.
¿Qué ironía! ¿No? Que después de tantos años de convivencia, a
una, lo único que le quede de un hombre sea un par de fotos que ya
no puede ver. Mi gran error fue siempre entregarme demasiado.
Vivir para él. Y cuando una mujer vive para un hombre, lo único que
logra es que la adopte como a un animalito doméstico. Un perrito.
Ni siquiera un gato que tiene más independencia. Un perrito. Un
pobre perrito fui para José Luis.
LUCRECIA.- ¿Ninguna fue feliz junto a él?
JULIA.- Ninguna mujer puede ser feliz junto a un hombre. Ellos son
felices junto a nosotras. No están hechos para brindar felicidad.
Están incapacitados. Cuando conocí a José Luis me enamoré
perdidamente de él. Puede que me haya costado conquistarlo, pero
cuando lo hice, me encargué de poner las cosas en orden. Hice que
se cortara el pelo, que modernizara su forma de vestir. Le depilé las
axilas.
RAQUEL.- ¿Las axilas? ¿Y por qué hizo eso?

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JULIA.- Higiene. ¿Sabe usted lo que es la higiene? Pero él no lo
entendió. Creo que me dejó por eso.
LUCRECIA.- ¿Usted dice que primero se dejó depilar y después la
dejó por eso?
JULIA.- Lo depilé mientras dormía. ¿Vieron que tenía un sueño
muy pesado?
SOFÍA.- No creo que tanto como para no darse cuenta de que lo
estaba depilando.
JULIA.- Pelo por pelo con una pincita de depilar. Se movía,
roncaba, gruñía, pero no se despertó. Suave como la piel de un
bebé le quedó.
RAQUEL.- Como para que no lo deje.
LUCRECIA.- Los hombres son raros. No soy feminista en absoluto,
pero no me van a decir que los hombres no son raros.
SOFÍA.- Alguna vez, se dijo que el hombre, el varón, quiero decir,
no venía de la misma zona que la mujer. Que Dios creó al hombre
en un lugar y a la mujer en otro y que el error de la humanidad fue
que ellos se juntaran. Parece que la idea original de Dios no era la
procreación, sino que había creado el Universo sólo para Adán y
Eva.
RAQUEL.- Usted bromea, ¿no?
SOFÍA.- Para nada, querida.
JULIA.- Como los nacidos en la Atlántida y Lemuria, que no
deberían haberse juntado jamás. De no haberse juntado no
existirían hoy los bolivianos.
RAQUEL.- ¿Qué dice?
JULIA.- Atlántida. ¿Se ubica?
RAQUEL.- La isla que se hundió.
JULIA.- Exacto. Estaba por este lado del planeta. Pero en la zona
de Japón, había otra isla, Lemuria, que también se hundió. Los
habitantes de Lemuria, antes de que se hundiera, se conocieron
con los de la Atlántida y el apareamiento entre ambas especies dio
lugar al nacimiento de los bolivianos, que son como americanos,
pero con rasgos japoneses. Y en lugar de volver a Lemuria, se
quedaron por acá. Porque parece que Lemuria se hundió antes que
la Atlántida.
LUCRECIA.- Interesantísimo.
JULIA.- Por eso Bolivia no tiene salida al mar. Es como una isla,
como Japón, pero al revés.
LUCRECIA.- ¿Y los paraguayos?
JULIA.- No, los paraguayos no tienen nada que ver.
SOFÍA.- (Se ríe) Como nosotras.
JULIA.- ¿Cómo dice?

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SOFÍA.- (No para de reírse) No, nada. Un chiste malo. No me haga
caso. (Se sigue riendo mucho, a carcajadas. Valentina saca una
pistola, apunta al lugar de dónde vienen las risas y dispara)
LUCRECIA.- ¿Qué pasó? ¿Qué Pasó?
JULIA.- ¿Fue un disparo?
RAQUEL.- O un tablón que cayó de algún lado.
LUCRECIA.- Yo siento olor a pólvora.
JULIA.- Usted siente olores desde hoy.
VALENTINA.- Silencio. Silencio. Se callan todas de una vez por
todas.
LUCRECIA.- Habla.
JULIA.- Habla.
LUCRECIA.- Castellano, quise decir.
VALENTINA.- Sí. Y entiendo, también.
RAQUEL.- Bueno, nena...
VALENTINA.- Silencio. Ahora silencio todas. Basta, arpías.
Asesinas. Traidoras. Les estoy apuntando. No sé a quién, pero les
estoy apuntando. Al boleo. Estoy girando sobre mí misma y le
puedo pegar a cualquiera.
RAQUEL.- Tranquila... (Valentina dispara al aire)
VALENTINA.- Silencio, dije. ¿Aparte de ciega es sorda, usted? No
veo, pero puedo disparar. Ya las escuché demasiado. Asesinas.
Cada una de ustedes quiso matar a José Luis. A mi padre.
LUCRECIA.- ¿Y ésta de quién es hija? ¿De alguna de ustedes?
VALENTINA.- Silencio, vieja de mierda. Cada una lo planeó durante
un largo tiempo. Cada una creía que tenía motivos suficientes para
acabar con la vida de una persona. Pero ninguna pudo. ¿Sabían
que ninguna pudo? Pero no traten de sacarse la culpa que sentías
hasta ahora. No murió por ustedes, porque yo estuve allí para
salvarlo.
SOFÍA.- Pero se murió igual.
RAQUEL.- ¿O está vivo aún?
VALENTINA.- No, está muerto. Totalmente muerto. Varias veces
muerto diría yo. (A Lucrecia) Usted, la tarde de la muerte, le puso
veneno en el té. (Todas se muestran sorprendidas) Y se fue. Pero
José Luis no llegó a tomarlo porque enseguida llegó usted (por
Julia) que no tuvo peor idea que ponerle un nuevo veneno en el té.
Discutió con él y mi padre le pidió que se fuera de su casa.
JULIA.- ¿Usted qué sabe?
VALENTINA.- Yo estaba detrás de las cortinas del living. Vi todo.
RAQUEL.- ¿Vio? ¿No es ciega usted?
VALENTINA.- Me contagié ese día. Al intentar salvarlo. Continúo.
Yo estaba tranquila, mientras él no tomara el té, estaría tranquila.

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(Por Julia) Usted se fue. Y llegó esta otra mujer, (mira a Lucrecia)
usted Raquel, a usted me refiero. ¿Y qué hizo, la maldita? Le puso
un nuevo veneno al té que aún esperaba humeante que papá lo
tomara. Ella le insistía, pero justo llamó a la puerta usted (por Sofía)
y Raquel se fue por la puerta de servicio. ¿Y qué hizo a poco de
llegar?
RAQUEL.- Le puso veneno al té.
VALENTINA.- No. Se puso a discutir con papá. A los gritos. Como
una loca.
SOFÍA.- No exagere.
VALENTINA.- Cállese o la mato. Empezaron a empujarse. Ella
intentaba pegarle. Papá se defendía. Hasta que ella lo empujó, él
trastabilló y dio su nuca contra una pata del piano.
LUCRECIA.- (Por lo bajo a Julia) ¿Quién tocaba el piano?
SOFÍA.- Entonces, fue un accidente. Murió por mi culpa, pero fue
un accidente.
VALENTINA.- Le dije que se calle. Usted no mató a nadie. Como
ninguna de ustedes. Cuando usted se fue (por Sofía) yo me
acerqué a mi padre y al darme cuenta de que aún vivía, lo cargué
en mis brazos y lo llevé a mi auto. Quería llevarlo urgente a un
hospital. Arranqué lo más rápido posible, pero a unas pocas
cuadras me frenó un semáforo. Parece que papá se despertó en el
asiento trasero del auto y sin saber ni dónde estaba, se bajó del
auto. Todo esto lo supongo porque cuando todavía no había abierto
el semáforo lo veo pasar, bamboleándose, como mareado, dormido,
frente al capot de mi auto. Yo justo iba a arrancar...
JULIA.- Lo atropelló y lo mató.
VALENTINA.- ¿No les dije que se callaran? No, no lo atropellé.
Saqué el pié del acelerador justo a tiempo. Me bajé del auto y lo
volví a subir. Esta vez en el asiento del acompañante, adelante.
Arranqué y me dirigí rápido al hospital. Cuando llegamos, justo salía
una ambulancia que impactó fuerte contra la puerta delantera
derecha de mi auto. Lo aplastó a papá. Y yo me estrellé la cabeza
contra el parabrisas y me lastimé.
SOFÍA.- ¡Qué horror!
JULIA.- Un accidente espantoso.
LUCRECIA.- ¡Pobre hombre!
VALENTINA.- Basta. Silencio. (Le apunta con el revolver) Lo
sacamos del auto y lo llevamos urgente a la guardia para que lo
atendieran. Yo lo lleve en mis brazos. Cuando entré al hospital me
trastabillé con un escalón y caímos, papá y yo, al suelo. La cabeza
de papá dio directo en el borde de una camilla. Y volvió a
lastimarse. El médico de guardia lo revisó, me miró fijo, frunció el

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ceño, volvió a mirar a papá y me dijo enojado: “No entiendo para
qué traen a un muerto a un hospital”. Había muerto en el accidente,
en el choque con la ambulancia, quiero decir. A mí me hicieron unas
curaciones, pero querían asegurarse de que no tenía nada malo en
la cabeza. Quedé internada dos días. Cuando salí del hospital,
empecé a perder la vista.
LUCRECIA.- Usted no pudo salvarlo.
JULIA.- Lo quiso salvar de un simple golpe en la cabeza y lo mató
contra una ambulancia.
VALENTINA.- Todas ustedes lo quisieron matar. Yo fui la única que
lo quiso salvar, malditas.
RAQUEL.- Pero lo mató.
VALENTINA.- Fue un accidente. Cuando quise sacarlo del auto me
manché con su sangre. Así me contagié su ceguera.
(Larga pausa. Julia, Raquel y Lucrecia tratan de moverse, de
caminar, salir de la habitación inquietas, ver qué pasó. Valentina
vuelve a sacar la pistola y dispara tiros a cualquier lado. Las demás
gritan, enloquecidas. Valentina le pega un disparo a Raquel, luego
a Lucrecia y finalmente a Julia y a Sofía. Valentina enciende un
cigarrillo de marihuana. Fuma con tranquilidad mientras sobreviene
el APAGON FINAL)

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