Notas Quiz Escenario 3
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La filosofía de Kant arranca de una previa teoría del conocimiento que toma
como modelo la ciencia físico-matemática de la naturaleza. Esta ciencia se
compone de juicios, de afirmaciones donde algo se dice de algo. Estos juicios no
son tomados como hechos psíquicos, sino como enunciados lógicos, divididos en
dos grandes grupos: juicios analíticos y juicios sintéticos.
Así los juicios sintéticos son verdaderos en tanto que la experiencia los avale.
Ahora bien, la experiencia es la percepción sensible y ésta se verifica siempre en
un lugar y en un tiempo, en un aquí y en un ahora. Por ello son juicios que en su
verdad dependen de un tiempo y de un lugar; son
juicios particulares y contingentes. Particulares porque su verdad está
constreñida al "ahora" y al "aquí"; contingentes porque su contrario no es
imposible. Son, pues, a posteriori.
¿Cuál de estas dos clases de juicios son las que constituyen el conocimiento
científico físico-matemático?
No es posible que sean los juicios analíticos, ya que son meras tautologías; no
aumentan nada nuestro saber, no hacemos con ellos descubrimiento ninguno de
realidad; no hacemos más que explicitar lo ya conocido (ya Descartes afirmó que
el silogismo sirve para exponer verdades ya conocidas, pero no para descubrir
verdades nuevas). Tampoco es posible que la ciencia esté constituida por juicios
sintéticos, ya que la ciencia enuncia acerca de sus objetos juicios que son
verdaderos universal y necesariamente, no de forma particular y contingente.
Antes de averiguar qué condiciones han de darse para que sean posibles estos
juicios, es necesario mostrar que las ciencias están constituidas por dichos juicios
sintéticos a priori.
Tomemos un juicio elemental de la matemática: la línea recta es la más corta
entre dos puntos. En el predicado hay un concepto, el concepto de corto,
concepto de magnitud, que no está de ninguna manera incluido en el
concepto recta (si dijera la línea recta es una línea cuyos puntos están en la
misma dirección, entonces se trataría de un juicio analítico). Este juicio sintético
es además a priori, pues ¿quién considera necesario medir con un metro la línea
recta para ver si es la más corta entre dos puntos? Se trata de un juicio universal y
necesario que amplía nuestro conocimiento.
Pero ¿qué ocurre con los juicios de la metafísica? Los juicios en los que, por
ejemplo, Descartes demuestra la existencia de Dios son a priori y no son un
simple análisis de los elementos contenidos en la noción del sujeto, son también
sintéticos.
2. C R Í T I C A D E L A R A Z Ó N P U R A
2.1. EL PROBLEMA DE LOS JUICIOS SINTÉTICOS "A PRIORI"
Preguntarse por cuáles son las condiciones que hacen esto posible es lo mismo
que preguntarse por cuáles son las condiciones que hacen posibles los juicios
sintéticos a priori. Estas condiciones no provienen de la experiencia, sino que la
hacen posible; se encuentran en el sujeto cognoscente, y a ellas se adecúa el
objeto conocido. En este sentido hay que entender lo señalado en el último texto
del punto 1.1, donde se afirma que el conocimiento es una composición. En el
conocimiento no todo proviene de la experiencia; existen también unas formas a
priori de la sensibilidad, según las cuales recibimos las impresiones, y
unos conceptos puros, que nos permiten conocer y pensar lo transmitido por la
sensibilidad. Ambos elementos del conocimiento (lo recibido de la experiencia y
las condiciones a priori del sujeto que nos posibilitan recibir y pensar lo
recibido) garantizan la legitimidad de los juicios sintéticos a priori en la ciencia
(y, por tanto, la inducción).
Nuestro conocimiento surge básicamente de dos fuentes del psiquismo: la
primera es la facultad de recibir representaciones (receptividad de las
impresiones); la segunda es la facultad de conocer un objeto a través de
tales representaciones (espontaneidad de los conceptos). A través de la
primera se nos da un objeto; a través de la segunda lo pensamos en
relación con la representación (como simple determinación del psiquismo).
La intuición y los conceptos constituyen, pues, los elementos de todo
nuestro conocimiento, de modo que ni los conceptos pueden suministrar
conocimiento prescindiendo de una intuición que les corresponda de alguna
forma, ni tampoco puede hacerlo la intuición sin conceptos. (Op. cit.)
Hemos pretendido afirmar que todas nuestras intuiciones no son más que
una representación fenoménica; que las cosas que intuimos no son en sí
mismas tal como las intuimos (...); que si suprimiéramos nuestro sujeto o
simplemente el carácter subjetivo de los sentidos en general, todo el
carácter de los objetos, todas sus relaciones espaciales y temporales,
incluso el espacio y el tiempo mismos, desaparecerían. Como fenómenos no
pueden existir en sí mismos, sino sólo en nosotros. Permanece para
nosotros absolutamente desconocido qué sean los objetos en sí,
independientemente de toda esa receptividad de nuestra sensibilidad. Sólo
conocemos nuestro modo de percibirlos... (Op. cit.)
La Razón es, entonces, la facultad de uniones, de síntesis cada vez mayores. Esta
exigencia, que en sí misma es legítima, le lleva, sin embargo, a funcionar no sólo
sobre los datos sensibles, sino sobre lo que está más allá de la experiencia. La
Razón busca síntesis totales, absolutas, unidades supremas que permitan
organizar el cuerpo entero de los conocimientos. Para ello no se conforma con
mantenerse en el ámbito de lo condicionado, sino que requiere lo incondicionado,
lo absoluto. Estos principios unificadores, incondicionados o absolutos son lo
que Kant llama Ideas (la Razón es también la «facultad de las ideas»).
Entiendo por «idea» un concepto necesario de razón del que no puede darse
en los sentidos un objeto correspondiente. Los conceptos puros de razón
que ahora consideramos son, pues, ideas trascendentales. Son conceptos de
la razón pura, puesto que contemplan todo conocimiento empírico como
determinado por una absoluta totalidad de condiciones. No son invenciones
arbitrarias, sino que vienen planteadas por la naturaleza misma de la razón
y, por ello, se refieren necesariamente a todo el uso del entendimiento. Son,
por fin, trascendentes y rebasan el límite de toda experiencia, en cuyo
campo no puede hallarse nunca un objeto adecuado a la idea
trascendental. (Op. cit.)
Así, pues, la razón pura, que parecía ofrecernos inicialmente nada menos
que ampliar nuestros conocimientos más allá de todos los límites de la
experiencia, no contiene otra cosa, cuando la entendemos correctamente,
que principios reguladores. Es cierto que éstos imponen una unidad mayor
de la que se halla al alcance del uso empírico del entendimiento. Pero,
precisamente por situar tan lejos el objetivo al que ese mismo entendimiento
tiene que aproximarse, gracias a la unidad sistemática, a su máximo grado
de coherencia interna. Por el contrario, si, en virtud de una ilusión que no
por brillante es menos engañosa, se entienden erróneamente y se los toma
por principios constitutivos de conocimientos trascendentes, ocasionan
persuasión y saber imaginario, y, con ello, contradicciones y disputas
inacabables. (Op. cit.)
C) Crítica de la teología natural: Kant considera falaces los tres grandes tipos
de pruebas a favor de la existencia de Dios: el argumento ontológico,
el cosmológico y el físico-teológico. Del primero (tal como fue redactado por
Descartes) señala que la existencia es una categoría formal sólo aplicable a
intuiciones sensibles. La existencia no es ningún predicado real de las cosas, no
es ninguna perfección, no aumenta o disminuye para nada el concepto de una
cosa («Cien táleros reales no poseen en absoluto mayor contenido que cien
táleros posibles»). Sería contradictorio afirmar a Dios y negar aquellos
predicados que necesariamente le pertenecen, pero no lo es negar al sujeto (Dios)
con todos sus predicados («Es contradictorio poner un triángulo y suprimir sus
tres ángulos. Pero no lo es el suprimir el triángulo y sus tres ángulos a la vez»).
No hay contradicción en negar la existencia de un ser absolutamente necesario,
pues al hacerlo suprimimos la cosa misma con todos sus predicados. Así, fuera
del campo de la experiencia, no podemos afirmar que una existencia sea
imposible, pero tampoco podemos justificarla de ningún modo.