Bordando Uma Etnografia

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Bordando una etnografía: sobre cómo el bordar colectivo afecta la intimidad


etnográfica

Article · January 2018


DOI: 10.22201/cieg.2594066xe.2018.56.01

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Bordando una etnografía: sobre cómo el bordar
colectivo afecta la intimidad etnográfica*
Embroidering an ethnography: on how collective embroidery
affects ethnographic intimacy

Bordando uma etnografia: sobre como o bordado coletivo afeta a


intimidade etnográfica
Tania Pérez-Bustos
Escuela de Estudios de Género, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia

Alexandra Chocontá Piraquive


Escuela de Estudios de Género, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia

Recibido el 25 de agosto de 2017; aceptado el 6 de marzo de 2018

Disponible en Internet el 10 de septiembre de 2018

Resumen: El artículo reflexiona sobre dos experiencias etnográficas que se acercan


a iniciativas de bordado colectivo, buscando comprender lo que este hacer textil en
común conlleva, y preguntando cómo ellas mismas devienen etnografías en el estar y
acompañar a estos espacios de bordado colectivo. Nos centramos en dos movimientos.
Por un lado, nos referimos a lo que el bordar colectivo gesta: tanto las identidades de
género que contribuye a (re)configurar, las intimidades que propicia, los espacios
sanadores a los que da lugar, así como lo que el bordado colectivo expresa y cómo
lo que dice está construido por una dimensión afectiva y de género que deviene en
el bordar con otras. En segundo lugar, damos cuenta de cómo eso que el bordado

* Este artículo fue posible gracias al apoyo en tiempo de la Universidad Nacional de Colombia
en el marco del proyecto de investigación (Jornada Docente) “Escrituras que Resisten/Pensamiento
Textil” identificado con el código interno 37552.

Correo electrónico: tcperezb@unal.edu.co


Correo electrónico: alexandrachoconta@gmail.com

Debate Feminista 56 (2018), pp. 1-25


issn: 0188-9478, Año 28, vol. 56 / octubre de 2018-marzo de 2019/

http://dx.doi.org/10.22201/cieg.2594066xe.2018.56.01
© 2018 Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Investigaciones y Estudios de
Género. Este es un artículo Open Access bajo la licencia CC BY-NC-ND (http://creativecommons.
org/licenses/by-nc-nd/4.0/).

1
Tania Pérez-Bustos y Alexandra Chocontá Piraquive

colectivo gesta, afecta el proceso de escritura etnográfica. Nos referimos aquí a las
formas en que el bordar con otras entreteje a la etnografía misma.
Palabras clave: Etnografía feminista; Escritura etnográfica; Bordado colectivo; Afectividad; Intimidad

Abstract: The article reflects on two ethnographic experiences that examine collective
embroidery initiatives in an attempt to understand what this common textile making
entails and ask how they themselves become ethnographies in accompanying these
spaces of collective embroidery. We focus on two movements. On the one hand, we
refer to what collective embroidery produces: gender identities that contribute to (re)
configurations, intimacies, healing spaces, and the expression of what is constructed
by an affective and gendered dimension that leads to embroidering with others. On
the other hand, we describe how what collective embroidery produces affects the
ethnographic writing process. We refer here to the ways in which embroidery with
others weaves ethnography itself.
Key words: Feminist ethnography; Ethnographic writing; Collective embroidery; Affectivity; Intimacy

Resumo: Este artigo reflete ao respeito de duas experiências etnográficas com ini-
ciativas de bordado coletivo, buscando entender o que o fazer têxtil leva em comum,
e perguntando como, ao estarem nestes espaços coletivos e acompanharem o pro-
cesso, tornaram-se etnografias elas mesmas. A reflexão é feita em dois tempos. Nos
referimos primeiramente àquilo que o bordar coletivo produz: as identidades de
gênero que contribui a (re)configurar, as intimidades e os espaços terapêuticos que
promove, ao construído e expresso naquela dimensão afetiva e de gênero que devém
ao bordar com as outras. Em segundo lugar, tomamos conta daquilo que afeta o
processo de escrita etnográfica na participação no bordar coletivo. Referimo-nos
aqui às formas em que o bordar com uma outra tece a etnografia mesma.
Palavras-chave: Etnografia feminista; Escrita etnográfica; Bordado Coletivo; Afetividade; Intimidade

Introducción
En este artículo nos interesa argumentar, en diálogo con Donna Haraway
(1988, 2004a, 2013), John Law (2004) y Maria Puig de la Bellacasa (2011, 2012),
que los métodos de investigación, más que producir información, tienen
el poder de crear la realidad que estudian. Para la etnografía, esto significa
que esta no solo construye relatos sobre lo real, sino que produce lo real en
sí mismo. Pero más allá de esto, y abogando por una mirada simétrica a esta
afirmación, la agencia de los métodos supone también que la etnografía

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está producida por aquellas realidades en las que se encuentra sumergida,


realidades que están atravesadas por el género, cuyos entramados son
profundamente íntimos y afectivos. Así, cuando decimos que la etnografía
está producida, nos referimos a que, en su hacerse, está permanentemente
afectada por aquello que estudia.
La reflexión sobre la manera en que los métodos producen las realidades
que estudian (Law, 2004), y al mismo tiempo son coconstituidos por estas,
tiene características particulares cuando aquello que estudiamos es un oficio
como el bordado artesanal. En este sentido, el cuidado con el que las agujas
perforan las piezas textiles cuando se borda, configura el quehacer de quien
realiza la etnografía (Pérez-Bustos, 2017b). Por su parte, el lugar de género
de quienes sostienen esas agujas, la feminización de este oficio (Edwards,
2006; König, 2013) cuestiona de formas particulares a quienes observamos
y estamos allí intentando entender por qué o cómo se borda.
En este artículo nos interesa enfocar esta premisa de apertura sobre la
agencia de la realidad en la investigación etnográfica (y sus dimensiones
de género) en una meta-reflexión metodológica de nuestro acercamiento
a dos casos de bordado colectivo que se realizan con intenciones políticas
en Colombia. Con esto, nos referimos a iniciativas en las que grupos de
personas (especialmente mujeres) se reúnen a bordar como forma de expre-
sión y escritura pública (Andradi, 2014) y con ello van también bordando
su ser en colectivo (Pajaczkowska, 2016), en ocasiones con dimensiones
explícitamente feministas (Kelly, 2014; Parker, 2010).1 Por un lado están las
Tejedoras por la Memoria de Sonsón, quienes desde 2009 se reúnen a tejer
como acto visibilizador y reparador de las violencias vividas en su región,
en el marco del conflicto armado colombiano. Por el otro, está el colectivo
Costurero Documental en Bogotá, en el cual un grupo de mujeres jóvenes
bordan colectivamente como forma de compartir experiencias sobre la
sexualidad, en el marco del clásico postulado feminista de “lo personal es
político” (Hanisch, 1978).
Central a la acción política de estos grupos es la comprensión de la forma
en que el hacer textil es una forma de escritura; y es justo en esta comprensión
que se encuentra el primer cruce entre bordado y etnografía: ambas son

1
Casos de esta naturaleza han sido documentados principalmente para el caso estadounidense.
Para mayor información ver: Murphy (2003), Newmeyer (2008), Pentney (2008), Russell (2014) y
Kelly (2014).

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formas de escritura. El bordado, más allá de ser entendido como un hacer


ornamental, es una escritura que permite integrar la creación y el registro,
en diferentes contextos (Collins, 2016; Jana, 2016; Parker, 2010), de formas
específicas de resistencia, afectos, cuidado e historias relacionadas con un
continuum femenino y feminista (Pentney, 2008). La etnografía, por su parte,
se entiende desde sus orígenes como una conjunción de formas de inscribir
lo real que pasan necesariamente por la escritura, y es en ese acto expresivo
y de registro que la cultura misma se crea (Geertz, 2003).
El bordado y la etnografía son formas de escritura, pero lo son en senti-
dos diferentes. Ahora bien, más que detenernos sobre las particularidades
de una u otra forma de escritura, aquí nos interesa ahondar en las maneras
en que el bordado colectivo afecta la etnografía, su hacerse. Entendemos que
esta posibilidad de afectación —como veremos— pasa por el hecho de que la
etnografía, para acercarse al bordado, necesita bordar; necesita reconocer
la escritura textil y su compleja dimensión expresiva. Así, aprendemos a
bordar para entender la gramática del bordado (Pérez-Bustos y Márquez,
2015), y nos dejamos afectar por las dinámicas colectivas e íntimas que
produce esa expresión pública plasmada en la tela; en un sentido compren-
sivo, casi que arqueológico, gestamos otros espacios de bordado colectivo,
buscamos bordar con otras para entender cómo el bordado pasa por el
cuerpo y lo feminiza (König, 2013; Parker, 2010), de modos semejantes a
cuando la aguja perfora la tela con los hilos (Pajaczkowska, 2016).
El trabajo etnográfico realizado con estos dos colectivos costureros
implicó compartir momentos particulares de diseño, creación, aprendizaje,
enseñanza y exploración con los materiales y las técnicas textiles del bordado,
mientras se conversaba sobre temas variados que podían incluir experiencias
dolorosas, alegres y esperanzadoras, tanto sobre la guerra y la memoria como
sobre la sexualidad. En ambos casos, el trabajo de campo se realizó a lo largo
del segundo semestre de 2016. La intimidad que propició la exploración
material e interpersonal que tuvo lugar con cada grupo fue tan contundente
y radical que nos llevó a reproducir otros espacios similares de bordado en
donde la escritura etnográfica se convirtió también en un espacio colectivo de
acompañamiento, cuidado y exploración de esta gramática textil particular.
Para adentrarnos en las formas en que el acercamiento a estos colectivos
y su quehacer textil afectó nuestro quehacer etnográfico, realizamos dos
movimientos. En primer lugar, presentamos lo que el bordar colectivo gesta:
las identidades de género que contribuye a (re)configurar, las intimidades

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específicas que propicia y los espacios sanadores a los que da lugar. En un


segundo movimiento, damos cuenta de cómo eso que el bordado colectivo
gesta, afecta la etnografía, llevando incluso a cuestionar la posición de estas
prácticas en el canon académico clásico de la antropología.

Lo que el bordar en colectivo gesta


El Costurero de Tejedoras por la Memoria de Sonsón (tms), Antioquia, es un
colectivo de mujeres adultas y adultas mayores, víctimas del conflicto armado
en Colombia, que desde 2009 se reúnen cada lunes a bordar como forma de
procesar y denunciar los estragos de la guerra —tales como desapariciones,
desplazamientos y muertes— en sus vidas. Las mujeres de este colectivo de-
sarrollan principalmente piezas textiles —como colchas de retazos, muñecas
y quitapesares— a través de las cuales realizan narraciones figurativas de la
violencia en Colombia, pero también de sus perspectivas y sus luchas por
superar los estragos de la guerra desde su ser femenino (fotografías 1, 2 y 3).
En este costurero, tareas como remendar, coser, deshilar o bordar son actos
materiales que se convierten en metáforas literales de transformación de la
realidad (Pajaczkowska, 2016). Nuestro acercamiento a este colectivo estuvo
mediado por el codiseño de una exposición itinerante que buscaba visibili-
zar el papel de estos actos textiles en la construcción de memoria histórica.2

Fotografías 1 y 2: Izquierda: pieza colectiva en proceso de construcción por el grupo Tejedoras por la
Memoria de Sonsón. Cada retazo, confeccionado por una mujer distinta, representa el camino de las Teje-
doras por la Memoria de Sonsón durante 10 años de trabajo conjunto. Derecha: pieza colectiva exhibida.
Fuente: Registro fotográfico del trabajo con las Tejedoras por la Memoria de Sonsón.

2
Para ver la exposición, consultar <http://costureroviajero.org>.

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Fotografía 3: Mujeres del colectivo bordando pieza.


Fuente: Registro fotográfico del trabajo con las Tejedoras por la Memoria de Sonsón.

Por otro lado, el Costurero Documental (cd) es un colectivo de mujeres jóve-


nes que se reunió en Bogotá periódicamente en 2016 a bordar sus experiencias
sobre la sexualidad, la juventud y la feminidad (Chocontá Piraquive, 2018).
Con esta metodología textil de investigación social atípica del trabajo con
jóvenes, se realizó una colcha de retazos bordada artesanalmente a través de
la cual las participantes narraron simbólica y materialmente sus experien-
cias, aprovechando la agencia misma de los colores y las texturas de los hilos
y la tela. Este bordar colectivo y experimental con los materiales permitió
comprender lenguajes textiles y vivenciales mediante los cuales era posible
conectarse, cuidarse y acompañarse en temas que muestran que el ejercicio de
la sexualidad para las mujeres jóvenes está siempre en disputa, reafirmando
el lema feminista “lo personal es político” (fotografía 4).

Fotografía 4: Pieza colectiva construida por el grupo Costurero Documental. Reúne retazos con-
feccionados por diferentes integrantes del colectivo, donde se plasman sus reflexiones sobre las
relaciones entre juventud, feminidad y sexualidad, usando el bordado como forma de escritura.
Fuente: Registro fotográfico del trabajo con el Costurero Documental.

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Es así que tanto el Costurero de Tejedoras por la memoria de Sonsón como


el Costurero Documental, aunque parten de intenciones políticas distintas y
buscan diferentes fines, coinciden en el tipo de colectividad que conforman.
Esta colectividad, en lapsos de larga data o de corta existencia, permite a las
mujeres participantes propiciar espacios de encuentro, sanación y creatividad
que desembocan en interrogantes por el devenir femenino y, en algunos
momentos, feminista. Las experiencias y aprendizajes que como etnógrafas
vivimos en ambos espacios afectaron nuestra comprensión de la experiencia
etnográfica, así como la manera en que nos entendíamos con lo femenino
desde el bordado. Esto último, más que una afirmación, surge como un
interrogante que desarrollaremos a continuación.

Escrituras que resisten: feminidad y bordado


La relación entre el bordado y lo femenino no está naturalmente dada; por
el contrario, es posible rastrear las formas en que estos dos fenómenos se
hilan conjuntamente a través de los costureros, en cuanto que son espacios
de bordado colectivo e individual llevado a cabo principalmente por mujeres.
Según la historización que realiza Roszika Parker (2010), el bordado como
oficio feminizado tiene una historia que empieza hacia la Revolución indus-
trial en Europa, momento en que los haceres textiles manuales se alinearon
con formas hegemónicas del significado de la feminidad y su lugar en una
configuración burguesa de la familia. Por ello, una esposa que supiera bordar
y dedicara largas horas a realizar este oficio en su hogar era símbolo tanto
de obediencia como de opulencia. Esta asociación fue tan poderosa que aún
hoy el bordado se asocia con una feminidad doméstica, dócil y especialmente
anticuada, de modo que es raro encontrar mujeres jóvenes que borden ar-
tesanalmente, y es aún más raro que los hombres se dediquen a este oficio.
No obstante, como nos interesa mostrar a continuación, el bordado ha
servido también para reunir a las mujeres, configurando espacios de solida-
ridad, creación y conspiración (Pérez-Bustos y Márquez, 2015). Uno de los
ejemplos más representativos a este respecto surge en la dictadura chilena
de Pinochet con el grupo de mujeres conocidas como arpilleristas, quienes
bordaban en lonas de sacos de harina sus testimonios sobre las desapa-
riciones y torturas que se estaban cometiendo en ese momento en el país
contra sus familiares. Gracias a la apariencia doméstica y sumisa de estas
mujeres que bordaban conjuntamente, sus narraciones y denuncias pasaron

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inadvertidas en Chile y fueron conocidas en otras latitudes, por lo que hoy


estas piezas se conservan como registro histórico de lo ocurrido (Bacic, 2014;
Pérez y Viñolo, 2010).
El bordado y su asociación con una feminidad doméstica, por tanto,
representa una ambivalencia que le permite ocupar espacios subversivos
desde los cuales se invierten las lógicas subvaloradas tanto de la feminidad
como del hacer manual textil. No obstante, en algunos contextos, la unión
entre bordado y domesticidad puede aparecer como única e inquebrantable.
En el trabajo de campo con los costureros que aquí nos convocan pudimos
notar, por ejemplo, que mientras algunas de las mujeres se acercaban con
cierta familiaridad a estos espacios de bordado, otras, en cambio, nunca se
habían reconocido y no querían reconocerse como mujeres desde la costura:
“yo en mi vida había cogido una aguja ni hilo, yo no era la mujer de coser
una bota o un cierre” (Marta, tms); “yo siempre les he contado que a mí no
me gustaba bordar, el costurero lo tengo en la casa para nada” (Lucía, tms).3
Por ello nos preguntamos: ¿cómo estas mujeres, distanciadas de cierta rela-
ción entre lo femenino y la costura, deciden permanecer en estos espacios,
y qué tipo de feminidades fueron integrando allí colectivamente junto a los
materiales textiles?
Las nociones de lo femenino que se ponen en juego en los oficios textiles
son múltiples y no existen prácticas artesanales textiles ni totalmente domés-
ticas ni por completo subversivas. Para efectos de este artículo nos interesa
resaltar una de estas prácticas y sus ambigüedades de manera detallada, dada
la forma en que el bordado constituye cierta idea de feminidad colectiva,
configurada por redes afectivas y de cuidado que se entretejen entre quie-
nes participan de estos espacios. Por esta feminidad colectiva entendemos
lo que Helena López (2014) llama “el retorno de las brujas”, como una figura
que permite comprender la importancia de la colectividad, la afectividad y
las emociones en un devenir femenino con intenciones políticas.
En los casos que trabajamos, este tipo de feminidad colectiva a la que
se refiere López (2014) se hacía evidente en la constante evocación de las
genealogías femeninas familiares que hacían las participantes de ambos
costureros. Estas genealogías femeninas, que resurgieron principalmente a
través del bordar y el tejer, han sido rastreadas en otras latitudes, en donde

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Utilizamos pseudónimos para identificar a nuestras informantes.

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las mujeres jóvenes que se interesan por las manualidades y las artesanías
afirman empezar a sentir conexiones con sus madres y abuelas, al tiem-
po que establecen conversaciones con ellas y se interesan por su pasado
(Fields, 2014; Groeneveld, 2010). En este sentido, participantes de ambos
costureros manifestaban una conexión similar: “Para mí el costurero es
muy importante porque me habla de atrás, de mi mamá, de mi abuela”
(Sofía, tms). “A veces, cuando bordo, me dicen ¡uy, eso es de abuelitas! Y
yo respondo sí, esto me recuerda mucho a mi abuelita” (Catalina, cd). Este
tipo de feminización del bordado pasa entonces por traer al presente, en
el hacer textil, a mujeres que precedieron a las participantes; pasa por ser
mujer con otras mujeres que también fueron colectividad con el bordado.
Ahora bien, este ser con otras mujeres que nos precedieron no está libre
de enredos. Para las participantes de ambos costureros, ser mujer supone
resistirse, como nos dice Marta, “a no ser la mujer de coser”, y a la vez acep-
tarse en el bordado como un oficio estereotipado que se piensa naturalmente
doméstico para las mujeres; es decir, reconocer que también nos hacemos
mujeres allí pues, como dice Catalina con cierta irritación, ella es con y como
su abuelita.
La tensión entre aceptarse o no como mujer de coser en los dos costureros
se encuentra íntimamente relacionada con la estratificación histórica a través
de la cual las labores artesanales textiles han sido asignadas principalmente
a las mujeres como sujetos subalternizados (König, 2013; Parker, 2010). Sobre
esto, Paola Tabet (2005) argumenta que los oficios feminizados existen en el
proceso histórico mediante el cual las mujeres desarrollan labores cuya ca-
racterística principal es la falta de equipamiento, tales como cuidar o bordar,
en un contexto donde los avances tecnológicos son símbolo de progreso y
de acceso masculino privilegiado.
Argumentamos por tanto que la sutura de esa tensión entre ser o no
mujer de coser es posible en los costureros a partir del reconocimiento de
que se es mujer colectivamente en la intracción de la resistencia.4 Esto es al
ocupar el lugar subordinado de sus antecesoras y la necesidad de reconocer,
reivindicar y reconciliarse con genealogías femeninas que se evocan cons-
tantemente en el bordar. En el acto performativo de bordar, las participantes

Con intracción retomamos aquí la propuesta de Karen Barad (2003) sobre una agencia que se
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produce y que deviene en el hacer.

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reparan con sus propias manos, y desde el trabajo con los materiales textiles,
las distancias intergeneracionales, estableciendo así un continuum femenino
con potencialidades feministas.

Escrituras etnográficas que nos sanan


Reconocer la genealogía femenina y sus enredos, igualmente, pasa por los
materiales textiles con los que se trabaja, los cuales ocupan un lugar primor-
dial en esta evocación generacional femenina a la que nos referimos. Las
mujeres de estos costureros que configuran una sororidad particular, una
feminidad colectiva, lo hacen en intimidad manifiesta y literal con las telas,
los hilos y las agujas utilizadas para bordar: “me pasó que cuando estaba
bordando sola en mi casa y sentía cosas y quería decírselas, levantaba la
mirada y no había nadie, hacia dos o tres puntadas y levantaba la mirada
y todo estaba en silencio” (Carolina, cd). En ese buscarse en las otras, en el
bordar solitario de Carolina, está esa feminidad colectiva que se gesta en los
costureros y que deviene posible por el contacto que los materiales propician;
en cuanto que las acercan y propician el encuentro íntimo, en el aprender
los movimientos, en el compartir las agujas, hilos y telas, en el sentir las
miradas fijas en la labor mientras se cuentan y escuchan historias íntimas.
Los costureros no reproducen la feminización del bordado como algo
sumiso y banal, sino que allí mismo las mujeres son capaces de coser cuida-
dosamente otras formas de feminidad, principalmente al reconciliarse con
sus genealogías y al suturar colectivamente la jerarquización y subvaloración
de sus propias existencias y las de quienes las precedieron. Se remienda así
la distancia entre las mujeres que participan y aquellas que son evocadas en
el bordar (Groeneveld, 2010), se zurce la relación con lo femenino como algo
doméstico. En este hacer, remendar y embellecer con otras, los costureros
se configuran como espacios sanadores y colectivos, que también les dan a
las participantes nuevas formas de comprenderse a sí mismas y en relación
con otras:

Hoy en día, las tengo como hermanas a todas, yo no quiero que se vaya ninguna del costurero
(Doris, tms).
Es que este espacio fue muy terapéutico, pero no clínico, sino social y público, porque es una
cosa de estar presente, volver material, otras visiones que me construyeron aquí (Laura, cd).

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Este giro sanador colectivo, que emerge de ese “volver material”, de ese
plasmar con los materiales otras formas de sí, del que nos habla Laura, fue
también permeando nuestro acercamiento etnográfico a los costureros, en la
medida en que nos obligó a reconocer y cuestionar nuestra propia feminidad
y el lugar que como mujeres estábamos ocupando en estos espacios. Implicó
por tanto reflexionar sobre el papel que tenían los oficios textiles en nuestras
vidas y cómo existía también cierta resistencia, interna y externa, a que como
mujeres profesionales nos involucráramos más allá de la observación en esta
labor. De alguna manera, la distancia que algunas de las participantes tenían
con el bordado la reproducíamos nosotras mismas con experiencias en las
cuales los oficios textiles manuales eran destino de ciertas mujeres particula-
res, como lo comenta una de las autoras de este artículo: “mi mamá trabajó
muchos años con la costura, pero a mí nunca me enseñó porque era algo
solo para la supervivencia, no era algo que una joven profesional necesitara
saber” (Alexandra, cd).
Reconciliarnos puntada tras puntada con el bordado y cuestionar los es-
tereotipos de domesticidad que conlleva (Kelly, 2014; Parker, 2010), nos
permitió también profundizar en nuestro lugar generizado en los costu-
reros. Nos entendimos con una feminidad curiosa por vincularse desde
los afectos y el cuidado con los materiales textiles y, desde ese aprender a
hacer, relacionarnos con las vidas de otras mujeres que, de alguna manera,
nos recordaban a nuestras madres y abuelas, al tiempo que en ocasiones
sentíamos que ellas nos veían como sus sobrinas o hijas.
Las genealogías femeninas que se iban remendando en los costureros
también fueron hilando la vida de las etnógrafas y la etnografía misma, en
cuanto que comenzamos a ser parte de esa sororidad, de la intimidad de
esa filiación femenina, bordando las mismas telas, los mismos temas, en
los mismos tiempos. Puntada tras puntada, nos fuimos integrando a sus
espacios colectivos de sanación, donde pudimos remendar nuestros propios
interrogantes personales y etnográficos sobre cómo llegamos a devenir
mujeres colectivamente y la manera en que podríamos permanecer en ese
devenir aun cuando ya no estuviéramos con ellas en los costureros.

Una etnografía afectada por el bordar colectivo


Existe una conexión íntima, sensorial, afectiva entre aquello que podemos
conocer sobre el trabajo textil artesanal, colectivo y público, y aquello que

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hacemos para conocerlo. Esto significa que una de formas primarias en que la
etnografía se ve afectada por el bordar en colectivo es la manera en que esta
se hace, particularmente porque el hacer textil llama a ser conocido etnográ-
ficamente haciéndose. En relación con esto, Kristina Lindström y Åsa Ståhl
(2016, p. 67), en un estudio colaborativo que buscaba entender cómo se pro-
ducía la relación entre tecnología, público y hacer textil a través de puestas
en escena interactivas y abiertas, señalan, retomando los planteamientos de
John Dewey, que el proceso mismo de aprender sobre el hacer textil implica
hacer el textil. Esto deja abiertas preguntas centrales para nuestra reflexión
en torno a la etnografía sobre el bordar en colectivo: ¿cómo hacemos lo que
intentamos entender sobre el bordado? ¿Cómo se afecta la etnografía cuando
se encuentra con estos espacios sanadores, afectivos y de cuidado a los que
nos acabamos de referir en los apartados anteriores? ¿Cómo en ese afectarse
la etnografía se hace? ¿Cómo este hacerse excede el campo y llega incluso a
configurar el análisis etnográfico y sus prácticas?
Para los casos particulares que nos interesan, devenimos etnógrafas, no
solo al participar activamente de los espacios colectivos que constituyen los
costureros mencionados —lo que sería propio de la metodología etnográfica
clásica—, sino que lo hicimos también cuando construimos nuestros propios
espacios de costura. Con posterioridad al trabajo de campo realizado tanto
en Sonsón como en Bogotá, y enfrentadas a limitaciones financieras, nos
vimos en la necesidad de entender lo que allí pasaba sin estar allí. Para esto,
el equipo de trabajo decidió crear un semillero de investigación/costurero
que funcionó durante seis meses —el primer semestre de 2017— e implicó
reuniones regulares quincenales en las que discutimos sobre los hallazgos de
nuestro trabajo de campo, revisamos bibliografía relacionada y fuimos bor-
dando una pieza común, al tiempo que compartimos los avances personales
en otras labores de costura.
A estos espacios asistimos no solo las autoras de este artículo sino tam-
bién otras investigadoras que, como nosotras, estaban trabajando sobre lo
textil desde aproximaciones etnográficas; esto es, que se preguntaban por
lo textil desde su experiencia directa al participar en iniciativas de costura
de distinto tipo: guerrilleras que bordaban, artistas que usaban el trabajo
textil como forma de expresión, así como otros costureros de la memoria. En
este grupo, las únicas etnógrafas entrenadas desde la antropología éramos
las autoras de este artículo y una estudiante. Las demás venían del diseño
(dos) o las ciencias políticas (dos).

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Bordando una etnografía: sobre cómo el bordar colectivo afecta la intimidad etnográfica

La propuesta de que el semillero de investigación fuese también un gru-


po de costura se convirtió en un experimento que posibilitó hacer análisis
etnográfico desde el encuentro con otras que hacen análisis y con los mate-
riales del bordado. La invitación era a bordar en torno a una tela colectiva, lo
que suponía la cercanía corporal de cada una al momento de hablar sobre la
bibliografía o el trabajo de campo. La idea era que fuésemos documentando
nuestras reflexiones verbales en la tela: algunas escogimos palabras clave
de los textos y los casos y las fuimos plasmando a través del bordado; otras
simplemente exploramos el movimiento de los hilos con las agujas y las
maneras en que se iban fijando en la superficie textil (fotografías 5 y 6). En
sesiones adicionales, cada una llevó piezas del trabajo que estaba haciendo
con los colectivos con los que había hecho trabajo de campo y compartió
algunos hallazgos específicos de esa experiencia (fotografías 7 y 8).

Fotografía 5: Trabajo del grupo sobre la tela colectiva.


Fuente: registro fotográfico de los encuentros del semillero/costurero.

Fotografía 6: Detalle de patchwork que documenta la reflexión sobre la manera en que las escrituras
textiles resisten a los privilegios de clase y raza. Fragmento realizado por Tania.
Fuente: registro fotográfico de los encuentros del semillero/costurero.

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Fotografía 7: Bordado de la diseñadora Solangely Trejos que investigaba sobre la ilustración bordada
con y de exguerrilleras de las farc-ep.
Fuente: registro fotográfico del trabajo con cada colectivo.

Fotografía 8: Costurero Documental reunido.


Fuente: registro fotográfico del trabajo con cada colectivo.

Este espacio de reflexión sobre la etnografía, mediado por la labor de cos-


tura, fue revelando las maneras en que bordar con otras afectaba nuestra
propia noción de etnografía: tanto de sus resultados —es decir, de nuestras
comprensiones del bordado colectivo, sus significados, sus tiempos, sus
formas— como de la etnografía en sí misma y lo que podría llegar a ser. Este
fue un ejercicio que supuso sintonizar nuestras sensibilidades etnográficas
sobre el bordado hacia la etnografía misma y sus efectos y afectaciones; lo
que implicó retomar los planteamientos feministas en torno a pensar con
cuidado la investigación misma, sus interferencias y dimensiones especulati-
vas (Muller y Kenney, 2014; Puig de la Bellacasa, 2011; Pérez-Bustos, 2017a).
A continuación presentamos tres formas en que bordar con otras desde el
semillero/costurero afectó la etnografía. En primer lugar, posibilitó dimensio-
nar lo que es y hace el hacer textil. En segundo lugar, contribuyó a comprender

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la etnografía como un hacer colectivo. Por último, permitió dar cuenta de las
maneras en que ciertos cánones etnográficos podían deshacerse.

Todas las cosas que el textil puede


Mientras hablábamos del trabajo de campo, Natalia, una de las integrantes
del semillero/costurero, iba explorando los movimientos de la aguja y el hilo
sobre la tela. Luego de varias sesiones en esta tarea exploratoria, un día, con
su esquina de la tela común entre las manos (fotografía 9), nos compartió:

Aquí se nota mucho qué hice primero, y qué hice después [refiriéndose a su propio borda-
do] […] al inicio es muy irregular la costura, estaba explorando, luego empecé a pensar en
el campo y me di cuenta de que poder coser materialmente me ha ayudado a entender lo
que pasa allá. Estar aquí [refiriéndose al semillero/costurero] me ha ayudado a dimensio-
nar el trabajo, el proceso… y todas las cosas que el textil puede (Natalia, antropóloga en
formación, abril de 2017).

Fotografía 9: Detalle de tela colectiva bordada por Natalia y de sus exploraciones textiles con el hilo
y la aguja.
Fuente: registro fotográfico de los encuentros del semillero/costurero.

Escucharla nos hace pensar en la necesidad que había de coger la aguja y


seguir bordando para poder entender lo que había pasado en Sonsón y en
Bogotá. Como si solo pudiésemos pensar desde y con esos materiales para
estar con las mujeres de cada uno de estos colectivos, para entender la na-
turaleza de sus expresiones públicas “y todas las cosas que el textil puede”,
como dice Natalia arriba.
Siguiendo a Claire Pajaczkowska, el hacer textil es una labor colectiva,
incluso cuando se realiza de manera aislada (2016, p. 81). En este sentido,
aunque no estuviésemos con ellas en el trabajo de campo, estábamos con ellas

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desde nuestro trabajo en el semillero/costurero: hablábamos sobre la forma en


que algunas de las mujeres del costurero documental se quedaban en silencio
mientras bordaban y resignificaban úteros rojos, y recordábamos ese hacer
mientras hacíamos pequeños caminos con el hilo en la tela, reflexionando
sobre cómo la feminidad se construye y deconstruye en relación con la mate-
rialidad de nuestros cuerpos. Podíamos entender ese proceso de construcción
y deconstrucción de lo femenino desde nuestro propio hacer y deshacer el
textil, con lo cual nos hacíamos etnógrafas bordando (fotografías 10 a la 12).

Fotografías 10, 11 y 12: Detalles de trabajo del Costurero Documental con los úteros bordados en o
sobre rojo. Cada fragmento compone la tela colectiva presentada en la fotografía 4.
Fuente: registro fotográfico del trabajo con el Costurero Documental y de los encuentros del semillero/
costurero.

Fotografía 13: Detalle de fragmento de bordado realizado por Alexandra en la tela colectiva del Semi-
llero/costurero en el que se muestran los caminos.
Fuente: registro fotográfico del trabajo con el Costurero Documental y de los encuentros del semillero/
costurero.

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Sobre esto, dice Pajaczkowska, el pensar-hacer-material del bordado está


constituido de perforaciones, de giros, de nudos, de destruir la tela, para
unirla con el hilo nuevamente; “un proceso reflexivo […] tan integral a las
puntadas del bordado, que llega a ser metáfora y literalidad del proceso de
reflexividad mismo” (2016, p. 86; la traducción es nuestra). Para nosotras,
este pensar-hacer-material estaba permitiendo la reflexividad etnográfica
de las prácticas en la distancia física, y lo hacía posible desde la cercanía del
hacer, nuestro hacer, que las evocaba.

Etnografías emocionadas, afectadas y colectivas


El semillero/costurero contribuyó a entender el proceso reflexivo del bordado
colectivo en Sonsón y Bogotá y, al hacerlo, afectó nuestras comprensiones
de la etnografía en un sentido más amplio. Aquí nos interesa referirnos a la
forma en que el bordar en colectivo permitió pensar la etnografía como un
quehacer reflexivo colectivo.
En los encuentros quincenales del semillero/costurero, reunirnos con
otras que realizaban aproximaciones de tipo etnográfico a casos de quehacer
textil diferentes a los nuestros permitió que nuestras experiencias etnográ-
ficas con las Tejedoras por la Memoria de Sonsón se trenzaran con las de
las bordadoras jóvenes de Bogotá, con las de las ilustraciones bordadas con
cabellos de exguerrilleras, con las de artistas feministas que en lugar de pin-
celes se expresaban con aguja e hilo. Trenzarse simbólicamente, como en un
diálogo, en el sentido de que nos fue posible encontrar que las experiencias,
nuestras y las de las bordadoras, tenían puntos de encuentro y se podían
dimensionar mutuamente

Solangy: A mí me pasó algo parecido en el bordado de una de las mujeres guerrilleras, yo


estaba muy triste, y el bordado con la trenza de su pelo es más suelto que en otros bordados
[…] mi estado de ánimo, lo afecto un montón.
Alexandra: Me parece chévere que refiramos al estado emocional para entender lo que bor-
damos, cómo estaba en ese momento […], eso me ayuda a entender qué fue lo que hice con
el Bordado Documental.
(Conversación en semillero/costurero, abril de 2017).

Era como si la etnografía de cada caso, lo que había pasado en campo, llegase
a ser en un diálogo trenzado con lo que otras habían vivido y sentido. En
particular, era como si pudiésemos evidenciar las emociones que hilvanaron

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nuestras experiencias allí y las formas que eran parte constitutiva de lo que
podíamos decir sobre ellas; es decir, parte constitutiva de nuestra etnografía.
El semillero/costurero nos posibilitaba reconocer esas emociones, la tristeza
de Solangy que la hacía bordar distinto a sus guerrilleras, por ejemplo, pero
también posibilitaba procesarlas, estar (etnográficamente) con ellas; como
cuando Alexandra, al escuchar a Solangy, se conectaba con ese estado emo-
cional y ello le permitía entender por qué algunas mujeres no volvían a las
sesiones del Costurero Documental en Bogotá y lo que eso decía sobre los
silencios y las distancias que implica construir con otras una reflexión sobre
la sexualidad femenina.
Aunque la reflexión feminista en torno a la forma en que las emociones
siempre están y constituyen el campo etnográfico no es reciente (Enslin,
1994; Stacey, 1988), el borramiento de estas y de su papel en la construcción
de conocimiento antropológico es aún común en la escritura etnográfica
(Castañeda, 2006; Gregorio, 2006, 2014). En este sentido, el espacio colectivo
creado por nosotras para procesar la etnografía, para entender el campo, se
convertía en una forma de entender que otras etnografías eran posibles. Unas
etnografías emocionadas, afectadas, colectivas, y esto estaba pasando por
el encuentro íntimo que el propio semillero/costurero estaba propiciando.

Etnografía que deshace la etnografía


Al igual que con las Tejedoras por la Memoria de Sonsón y el Costurero
Documental, bordar con otras para entender nuestras etnografías, para acer-
carlas, pasaba por acercarnos a nosotras, física y emocionalmente; asunto
que, como hemos dicho, estaba propiciado materialmente por el trabajo que
hacíamos con la tela colectiva. Bordar interfería así en nuestra noción de et-
nografía;5 es decir, abría la posibilidad de que la etnografía se entrometiera
en y acompañara el campo, tanto como el hacer etnográfico mismo. Pero
incluso posibilitaba pensar que la etnografía podía ser esto, y que no solo
tenía que entendérsela como una producción textual sobre una realidad otra
(Pink, 2009). Siguiendo la metáfora del hilo sobre la tela en el bordado a la

5
Con interferencia nos referimos aquí a lo que Ruth Müller y Martha Kenney (2014) señalan
sobre las formas en que los métodos afectan la realidad estudiada. Aquí, utilizamos el concepto
en sentido inverso: la realidad interfiere en la etnografía y en la concepción que tenemos de esta.

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que refiere Pajaczkowska (2016), el semillero/costurero perforaba nuestras


nociones de etnografía, las cuestionaba en cuanto que eran meras textualiza-
ciones y luego volvía a unirlas, permitiéndonos pensar, como bordando, que
otra etnografía, en tanto que espacio reparador, era posible. Las siguientes
líneas recogen una conversación en el semillero/costurero en la que se deja
ver la condición reparadora a la que estamos haciendo referencia y la forma
en que se plasma materialmente desde el bordado (fotografías 14 y 15).

Alexandra: tengo un revuelto de cosas […] no siento seguridad sobre lo que estoy hablando,
no sé qué hacer respecto a esto, por eso bordé el camino con obstáculos…
Eliana: cuando se borda en colectivo, la historia puede ser contada por varias, y yo me acuerdo
que tú este día estabas compungida, decías que había momentos en que no sabías qué hacer
y te quedabas atascada en una puntada hasta que de pronto pum, soltabas.
Tania: estamos hablando de la inseguridad de Alex en su trabajo y se conecta también con
una cosa que había dicho Sol sobre las dificultades de nombrar.
Eliana: incluso yo también necesito reafirmarme un montón, de plasmarme en algo, y lo
planeo un montón, pero lo sigo dudando.
Tania: eso también conecta inseguridades generales, el miedo a hablar, a escribir, el miedo a
que lo que una hace no tiene sentido.
(Conversación en semillero / costurero, abril de 2017).

Fotografía 14: Detalle de tela colectiva bordada por Alexandra en donde se percibe una representación
de los caminos con obstáculos.
Fuente: registro fotográfico de los encuentros del semillero / costurero.

Fotografía 15: Detalle de bordado de Eliana en el que borda lo colectivo femenino.


Fuente: registro fotográfico de los encuentros del semillero / costurero.

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El semillero/costurero, además de trenzar etnografías y posibilitar que se


hablara de la manera en que estaban compuestas por nuestras emociones,
también sacó a flote, al tiempo que contuvo, nuestras inseguridades como
autoras. Inseguridades que emergen de una cierta idea de autoría científica
desapegada de lo que somos como individuos con emociones, lugares de
enunciación, parcialidades (Foucault, 1998) y que afecta la escritura etnográ-
fica, en cuanto que promueve que esta se construya desde la figura masculina
de testigo modesto (Haraway, 2004b).
Es la distancia con esa figura de modestia aséptica la que explica los
miedos a los que se refieren Alexandra y Eliana arriba, y es el bordar en
colectivo lo que permite, material y literalmente, contener estos miedos y
abrir la posibilidad (subjetiva) de otras formas de autoridad, una autoridad
etnográfica que se conmueve, que vincula, que acompaña (Araiza, 2007), en
el sentido de que está y es con aquello que estudia. Así, el bordar colectivo
del semillero/costurero permite perforar cierta idea de etnografía individual
y desapegada —que es profundamente androcéntrica en el sentido de que
privilegia una visión individualista, disociada y neutra de lo real—, la cual
habla de lo que vivieron las tejedoras por la memoria de Sonsón, por ejem-
plo, y de la forma en que eso que vivieron se plasma en narrativas textiles,
pero que no se deja afectar subjetivamente por esas narrativas, no reconoce
cómo la interfieren.
En ese ejercicio de perforar la etnografía, el bordar en colectivo legiti-
ma el hablar desde el nosotras, en plural, desde nuestras emociones, y con
ello nos autoriza para dar la vuelta, unir y construir, como bordando, otra
etnografía posible. Esta fue la principal forma en que el bordado colectivo
afectó la etnografía, al tiempo que nos llevó a replicar sus prácticas, la cons-
truyó como un espacio colectivo que acompaña (Pérez-Bustos, Tobar-Roa,
y Márquez-Gutiérrez, 2016), un espacio sanador de la etnografía misma, de
sus formas de textualización y de su autoría individual.

A modo de cierre
En esta meta-reflexión hemos buscado argumentar la manera en que la
realidad del bordado colectivo afecta nuestra práctica etnográfica. En este
sentido, nos ha interesado más centrarnos en cómo se produce la etnografía
que en lo que esta produce. De forma particular, la reflexión se orientó en
dar cuenta de las interferencias que generan los espacios sanadores consti-

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tutivos de las iniciativas de bordado colectivo sobre la etnografía de estos,


y en las formas en que estas interferencias están constituidas por el género
de formas ambiguas.
Sobre esto último, argumentamos que la feminización del bordado
se configura en la tensión, con raíces históricas, entre un saber hacer que
reproduce cierta jerarquización social desde la cual se ubica a los oficios
artesanales textiles, el cuidado y el afecto en cuerpos femeninos como suje-
tos subordinados, y entre las genealogías femeninas de quienes producen
ese oficio y las solidaridades afectivas que entre ellas se gestan en el hacer
mismo. En nuestra argumentación, nos hemos propuesto comprender cómo
estos espacios de lo femenino —con sus cargas históricas que subordinan,
pero que también sanan, al tiempo que reivindican una feminidad colectiva
que remienda sus propias heridas— permiten cuestionar el lugar generizado
de la experiencia etnográfica que se acerca con sus propias inseguridades
a los costureros como espacios de sanación. El cuidado y lo femenino en
estos costureros son concomitantes y se construyen conjuntamente cuando
posibilitan, desde los tiempos personales, íntimos y colectivos que abren,
que las emociones, las inseguridades y los miedos sobre la producción de
conocimiento emerjan en relación con cierto lastre androcéntrico de la etno-
grafía clásica (Stolcke, 1996). Esto, por su parte, contribuye a repensar que
otra academia es posible, una que se contraponga al ethos productivista e
individualista que la embarga en estos tiempos contemporáneos.
Así, en este acercarse al bordado, la etnografía se borda, pero no con
ello las etnógrafas (en este caso) se vuelven bordadoras expertas. Apren-
demos a bordar, pues necesitamos del conocimiento de este oficio para
comprender y entender las lógicas individuales y colectivas de los costure-
ros, así como las formas de pensamiento textil que emergen de la relación
más-que-humana entre quien borda y los materiales textiles con los que
crea. Pero aprendemos a bordar también para descubrir, en ese hacer y con
otras, nuestros propios miedos: a tener algo que decir, a conocer la fuerza
de nuestra voz, a afectarnos y a afectar, a pensar desde la intimidad de lo
filial simbólico. Aprendemos a bordar para remendar esos miedos como
el principal acto de resistencia y producción etnográfica.

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