Bellei, C. (2014) - Diseño de Investigación Social en Educación
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Bellei, C. (2014) - Diseño de Investigación Social en Educación
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Publicado en “Investigación social. Lenguajes del diseño”, 2014 pp. 113-149, LOM Ediciones / Coordinador: Manuel Canales
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tradicional les decían “los sin futuro”. Yo sabía muy bien de lo que hablaba el Ministro de
Educación y quise dedicar mi primer empeño científico a entender mejor las complejidades de
una política educacional “progresista”, que inadvertidamente consolidaba una visión social y
académicamente estratificada de las oportunidades educativas (Bellei, 1994; Bellei, 1996).
Esta conexión vital me ha sido esencial para producir y sostener en el tiempo la motivación que
se requiere para sacar adelante los proyectos de investigación. Es que (vale la pena tenerlo claro
desde el principio) hacer una investigación académica es mucho trabajo, es una empresa de largo
aliento y es una apuesta cuyo éxito no está jamás garantizado. Los momentos de duda, confusión
y cansancio son frecuentes, y hay que inventarse las ganas de seguir adelante. La motivación
intrínseca con el tema que estoy investigando es mi mejor argumento para desarrollar el proyecto
de investigación. No está en los libros, nace de las convicciones personales. Es recordarme a fin
de cuentas porqué hago lo que hago: me dedico a la investigación educativa porque estoy
convencido que en la educación de los niños y jóvenes se juega algo importante de la justicia
social; si no lo creyera, buscaría otro campo.
Frecuentemente me he visto interrogado por estudiantes que me preguntan por “un tema para
hacer la tesis”, como si se tratara de cartas que elegir de un mazo que yo debo desplegar. Siempre
les hago la misma pregunta: ¿qué has hecho antes, en qué has trabajado, cuáles han sido tus
intereses? Luego de unos 15 minutos de conversación sobre sus vidas y sus ocupaciones
anteriores, muchos de ellos me comienzan a mirar ansiosos, como preguntándose si yo recuerdo
para qué era la reunión. Ciertamente, cualquiera puede tomar la tesis como un momento para dar
un giro a sus carreras o como un trabajo más desconectado de su trayectoria, pero al menos les
pido que lo hagan no sin antes convencerse de que nada de lo que han hecho quieren recuperar
como un punto de partida. Casi siempre los alumnos terminan encontrando la conexión.
Por supuesto, no hace falta haber tenido experiencias vitales con el objeto de estudio para
motivarse con él; un involucramiento activo durante sus procesos de formación también ayuda
mucho: trabajos, ensayos, foros, seminarios, que hayan sido los puntos de encuentro desde los
que situarse en el campo que se quiere investigar. Pero es difícil partir de cero, simplemente
porque un profesor (o un jefe, o un fondo concursable de recursos) lo propuso. Y no estoy
hablando necesariamente (ni principalmente) de fuentes académicas de inspiración; el trabajo
profesional como practicante (tantas veces subvalorado por los científicos) puede cumplir esa
función. En mi caso lo ha hecho más de una vez: fue así como llegué a los estudios sobre eficacia
y mejoramiento escolar.
El año 2000 marcó un punto de inflexión en el estado de ánimo de la discusión pública sobre
educación en Chile. Durante toda la década de los 1990s predominó un clima optimista, basado
en la noción de que había un consenso nacional en torno a algunas políticas educacionales, que
éstas se estaban implementando con relativo éxito desde el gobierno, y con el respaldo de la
oposición. En 1996, el Presidente Frei declaró la educación como “la definitiva primera prioridad
del país”, anunció su reforma educacional y el Congreso Pleno lo aplaudió de pie. Pero a
mediados del 2000 el correo trajo malas noticias. La prueba internacional TIMSS (de la IEA),
que evaluó el logro educativo en matemáticas y ciencias, mostró que el sistema educacional
chileno producía resultados sólo mediocres; y el tiro de gracia vino desde la prueba nacional
SIMCE (del Ministerio de Educación), que sentenció que los aprendizajes alcanzados por los
estudiantes chilenos no habían mejorado entre 1996 y 1999. La conocida inclinación maníaco-
depresiva de los líderes de opinión y la prensa nacional hizo el resto: “fracaso de la reforma”,
“despilfarro de recursos”; había que empezar todo de nuevo y en otra dirección (cada cual tenía la
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suya, claro). Las críticas comenzaron por las políticas y terminaron ya sabemos dónde: en los
profesores. Después de todo, ¿no había un profesor en cada sala de clases que no estaba haciendo
bien su trabajo? Rápidamente se había alcanzado un nuevo consenso: los profesores eran los
culpables.
Yo me había pasado los seis años anteriores trabajando en el Ministerio de Educación en
impulsar procesos de cambio y mejoramiento en los liceos y escuelas a lo largo de Chile, y había
conocido de cerca a los profesores. Tenía claro sus limitaciones, pero también conocía su
compromiso con los alumnos, sus ganas de hacerlo bien, las difíciles condiciones de su trabajo, lo
complejo de su tarea. Si necesitábamos encontrar un culpable me parecía que ellos no eran los
primeros de la lista. La descalificación hacia los docentes era especialmente injusta cuando se
apuntaba precisamente hacia aquellos que tenían la tarea más difícil y contaban con menos
recursos: los profesores que enseñaban a alumnos de familias pobres. Pero, ¿no hay acaso
profesores que a pesar de enseñar en condiciones muy adversas logran hacer avanzar
significativamente a sus alumnos, aunque éstos pertenezcan a familias de clase social baja?, y
¿cómo lo hacen? La literatura académica se había preocupado poco de esto en Chile: sabíamos
mucho sobre el fracaso escolar, pero poco sobre el éxito. Por cierto, el conocimiento sobre los
problemas es imprescindible para saber qué hay que arreglar, pero el conocimiento sobre el éxito
puede ser muy útil para saber cómo hacerlo. Juntando estas ideas –nada sofisticadas, como puede
apreciarse- emprendimos en UNICEF un estudio sobre “escuelas efectivas en sectores de
pobreza” (Bellei, Pérez, Raczinsky y Muñoz, 2004). Nuestra motivación era, en buenas cuentas,
una doble respuesta al clima ambiente: reivindicar el trabajo de los educadores que se
desempeñaban en condiciones difíciles y constituirlos en una fuente válida de aprendizajes para
reencausar las energías de cambio del sistema escolar chileno.
Por último, las convicciones políticas pueden ser un poderoso catalizador de la motivación
personal para la investigación social; fue la razón por la que me involucré en los estudios sobre
segregación en educación. En 2006, los estudiantes secundarios chilenos salieron a las calles y
luego se tomaron sus liceos para protestar contra “el sistema educacional de Pinochet” que ellos
consideraban, entre otras muchas cosas, injusto. La protesta adquirió un carácter épico y se
transformó en la mayor demostración social desde el retorno a la democracia; fue la “revolución
de los pingüinos”. Para procesar las demandas de los estudiantes y destrabar el conflicto, la
Presidenta Bachelet convocó a un Consejo Asesor Presidencial para la Calidad de la Educación,
conformado por representantes de múltiples sectores incluyendo organizaciones estudiantiles,
universidades, actores sociales, y académicos. El Consejo Asesor Presidencial debía, en seis
meses, hacer un diagnóstico de la situación de la educación, identificar los principales nudos
críticos y proponer soluciones, si no consensuales, al menos mostrar las alternativas existentes.
En ese tiempo yo me había recién incorporado a la Universidad de Chile como investigador, pero
también trabajaba en UNICEF desde hacía varios años como especialista en temas de derecho a
la educación, y fui invitado a ser parte del Consejo Asesor.
El trabajo del Consejo fue ciertamente muy intenso: con la presión de sentir al país escuchando y
esperando por las propuestas, a un ritmo semanal, en largas y apasionadas sesiones, un grupo
enormemente heterogéneo, analizábamos y discutíamos los temas que considerábamos más
relevantes de la educación chilena. De entre los muchos asuntos que debatimos, uno bastante
controversial resultó ser el de la segregación social de los establecimientos educacionales.
Algunos consejeros considerábamos que era un tema crucial, creíamos que la educación chilena
era muy segregada y que la tendencia iba hacia una mayor segregación, y asociábamos este
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problema con el hecho de que muchas escuelas privadas financiadas por el estado cobraban
además un arancel a las familias y aplicaban un arbitrario sistema de selección de estudiantes,
tanto en la admisión como durante la carrera escolar. Nosotros creíamos que parte de la injusticia
educativa que denunciaban los estudiantes encontraba en estos hechos su raíz. Pero algunos de
nuestros interlocutores no estaban tan convencidos. Argumentaban que el problema no era la
segregación sino la calidad de las escuelas, y que en todo caso no estaba demostrado que Chile
tuviera un sistema escolar especialmente segregado (no al menos más segregado que sus
ciudades), ni mucho menos que todo esto tuviera algo que ver con los cobros a las familias y la
selección de estudiantes. Junto a Juan Pablo Valenzuela (un economista con quien trabajaba en la
Universidad de Chile), nos vimos muchas veces argumentando hasta el límite de “la evidencia
disponible” para persuadir sobre la relevancia de abordar la segregación escolar, reponiendo la
gratuidad de la educación y prohibiendo las prácticas selectivas de las escuelas. El debate no
avanzó mucho más: desafortunadamente, no había estudios que hubieran dimensionado la
segregación de la educación chilena ni investigado sus causas.
Al año siguiente, aprovechando las oportunidades abiertas por un fondo concursable del
Ministerio de Educación, emprendimos la tarea: realizamos un estudio que midió el nivel y
evolución de la segregación socioeconómica de la educación escolar chilena, e identificó algunos
de los principales factores asociados con ella (Valenzuela, Bellei y De los Ríos, 2009). Fue al
calor de los debates del Consejo Asesor que nos motivamos para hacer la investigación; pero para
mí, significó canalizar una antigua preocupación. Como parte de mi trabajo en UNICEF, desde
fines de los 1990s, yo había escrito y realizado debates públicos, e incluso una campaña
comunicacional sobre el tema de la segregación social y académica de la educación chilena, en
cuanto una de las dimensiones relevantes de la inequidad (Bellei y Pérez 2000; García Huidobro
y Bellei, 2003; Bellei, 2004a; Bellei, 2004b). La motivación última venía de más lejos.
En fin, para algunos los temas de investigación pueden ser el fruto creativo de su inspiración;
para otros, la deducción lógica del estado del conocimiento de su área de trabajo; para mí, han
sido principalmente perseguir una motivación sacada de convicciones políticas y experiencias
personales. No tengo a quien culpar por ellos. Son mi personal apuesta sobre lo que justifica el
esfuerzo que pondré en resolver los mil detalles que quedan por delante una vez que decidí sobre
qué será mi estudio.
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hipótesis y objetivos que les son ajenos: sienten que la alquimia del diseño de investigación
científica transformó su oro en hierro.
Sostener una perspectiva científica
La transformación de inquietudes personales en preguntas de investigación científica es un
proceso particularmente complicado en áreas como la sociología de la educación, en donde -por
una parte- dada nuestra larga experiencia colectiva como alumnos, todos somos en buena medida
expertos, y –por otra- muchas veces existe una consolidada conversación pública sobre la
materia, frecuentemente formulada como “problemas que resolver”. Más aun, en casos como
Chile en que por casi una década la educación ha estado bajo el fuego de los medios de
comunicación, las autoridades y tomadores de decisión, y el movimiento estudiantil, todos sus
aspectos se aparecen como deficiencias. En mi oficina he recibido varios alumnos que quieren
hacer su tesis sobre “el problema de la educación”. Pero esta dificultad por sostener una
perspectiva científica en la sociología de la educación se relaciona con una cuestión más de
fondo, que tiene que ver con el mismo desarrollo de este campo disciplinario.
Desde que Durkheim lo estableciera a inicios del siglo XX, el estudio sociológico de la educación
ha sido prácticamente el estudio de la educación institucionalizada en los modernos sistemas
educacionales y realizada por sus organizaciones especializadas, es decir, escuelas, liceos y
universidades. No estoy diciendo que esto haya sido bueno o malo, pero es como sucedió: nos
hemos dedicado principalmente a estudiar “la educación” del mismo modo que la entienden los
políticos, las familias, los alumnos y los docentes. Esto es así porque el sistema educacional -en
tanto institución social- es una serie de actividades estandarizadas y recurrentes, con un propósito
socialmente compartido y que ha pasado a convertirse en parte del “sentido común” sobre lo que
es “educarse” en nuestras sociedades. Dicho de otro modo: la educación tiene objetivos definidos
y plazos establecidos para lograrlos, medios y recursos destinados a este fin, y responsables –
docentes, funcionarios, políticos- cuyo trabajo es hacer que todo esto suceda.
Así las cosas, no es extraño que la primera aproximación de los sociólogos interesados en este
campo estuviera inspirada en la idea de contribuir a que el proceso educacional ocurriera de la
mejor forma posible y naciera en las universidades muy cerca de las escuelas de educación y los
programas de formación de profesores; fue la era de la “sociología educacional”. La pregunta
sociológica tenía más bien un carácter normativo: había problemas educacionales que identificar
y soluciones que ofrecer. La aproximación científica se fue consolidando hacia mediados del
siglo XX y se expresó como nuevo consenso cuando sus practicantes terminaron por denominar
“sociología de la educación” a este campo de trabajo. De hecho, algunos de quienes se dedican a
la sociología de la educación tienen dudas sobre la conveniencia de que exista la educación
institucionalizada, y muchos (quizás la mayoría) de quienes se dedican a la sociología de la
educación tienen una mirada fuertemente crítica y desencantada de los sistemas educacionales.
En definitiva, los que investigamos en el campo de la sociología de la educación no tenemos la
obligación de estar comprometidos con “mejorar” la educación: los “problemas de la educación”
no son per se “problemas de investigación sociológica”.
El que los problemas sociales no sean directamente problemas de investigación implica que
tenemos que hacer un cierto trabajo para transformarlos en tales y ese trabajo puede reordenar de
manera importante los componentes de nuestros estudios. En el estudio sobre segregación escolar
que antes cité, nuestra primera inquietud ponía más bien el énfasis en la política de cobro de
aranceles a las familias, por parte de las escuelas privadas subvencionadas por el estado (lo que
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en Chile se conoce como “financiamiento compartido”), y reconocía que uno de sus potenciales
efectos era la segregación de las escuelas. Dicho esfuerzo pudo derivar en un estudio sobre “el
financiamiento compartido y sus efectos”, y hubiera habido muy buenas razones para hacerlo. De
hecho, era el camino más lógico desde la perspectiva de política educacional. Sin embargo, tanto
porque no se había realizado estudios previos que estimaran el nivel de segregación escolar,
como porque metodológicamente era más conveniente plantearlo de este modo, el estudio fue
diseñado como una investigación sobre la segregación escolar y su asociación con el cobro a las
familias, literalmente: “el primer objetivo de la investigación será estimar el grado de segregación
por nivel socioeconómico de los estudiantes entre las escuelas del país, así como su evolución en
el tiempo; y el segundo objetivo será determinar si esta segregación educacional se asocia a la
incorporación del sistema de financiamiento compartido, aplicado generalizadamente en la
educación subvencionada a partir del año 1994” (Valenzuela, Bellei, De los Ríos, 2009).
Más aun, en cuanto al segundo objetivo, la investigación derivó en un esfuerzo por indagar acerca
de las diferentes causas de la segregación escolar en Chile (volveré sobre esto del lenguaje causal
en los estudios luego), una de las cuales era el financiamiento compartido, que había motivado la
iniciativa en su conjunto. Así, a partir de la revisión de literatura, especialmente internacional,
tanto empírica como teórica, en el diseño original identificamos cinco potenciales conjuntos de
causas: la segregación urbana, la libre elección de escuelas por los padres, las prácticas de
selección de alumnos por las escuelas, el sistema de financiamiento público que no distinguía
según el nivel socioeconómico de los alumnos, y el mencionado financiamiento compartido. Este
simple cambio de perspectiva del estudio abrió para nosotros el amplio campo de la investigación
la sobre segregación escolar y en los años posteriores hemos continuado profundizando en sus
diferentes manifestaciones (Valenzuela, Bellei y De los Ríos, 2013; Bellei, 2013a; Valenzuela,
Bellei y De los Ríos, 2010). Actualmente participo en un estudio sobre la racionalidad con la cual
las familias eligen la escuela para sus hijos, dado que buena parte de la evidencia disponible
apunta hacia la relevancia de las prácticas y preferencias familiares como un factor adicional en
la producción de la segregación en educación (Bellei, Canales y Orellana, 2013). Así, el trabajo
científico me ha llevado no sólo más lejos, sino en direcciones que probablemente no eran las
más salientes cuando inicié el camino con motivaciones preponderantemente políticas.
El rol de la revisión de literatura
Una preocupación inspirada en convicciones políticas, experiencias personales, o la curiosidad
intelectual, no es más que el disparador de un proyecto de investigación: queda todavía un largo
camino para transformar esa intuición original en una pregunta de investigación que oriente el
trabajo científico. Pero ¿cómo hacerlo? Para mí, es el momento de irse a la biblioteca. La revisión
de literatura académica tiene, como espero mostrar, múltiples propósitos y acompañará el resto
del diseño del proyecto, pero ocupa un lugar esencial en canalizar mis vagas inquietudes hacia
más precisas preguntas de investigación. En este proceso, son al menos tres sus aportes.
En primer lugar, para conocer el saber acumulado en torno a mi “tema” de investigación. La
manera intuitiva en que generalmente se le presentan a uno las inquietudes por un “tema” está
demasiado cerca del sentido común como para tomársela completamente en serio y escribirla en
piedra. A menos que seamos ya unos expertos en un campo académico particular (y casi nunca es
el caso de un estudiante tesista o un investigador joven), lo más probable es que ignoremos la
mayoría, sino todo el conocimiento científicamente producido, y esto constituye una omisión
grave. Si existe algo como el avance de la ciencia, los que nos dedicamos a ella no podemos
pretender comenzar cada vez de cero. Sería interminable numerar los errores a cometer basado en
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ellas han acumulado sobre los problemas que resultan más relevantes desde tal o cual perspectiva
(e.g. factores de logro escolar, estudios sobre segregación escolar, el efecto de los pares en
educación). Un puro posicionamiento declarativo en la macro teoría no es suficiente para sostener
el diseño de investigación, una mera síntesis de hallazgos de algunos estudios previos no basta
para orientar el trabajo de investigación. El diseño requiere ambos: mirada amplia y
conocimiento de detalle.
Para ayudarme a articular estas ideas de tan diferente nivel de generalidad, considero
particularmente útil el conocimiento de las teorías especializadas en dominios más reducidos de
la realidad social, lo que Merton denominó teorías de alcance medio. Ellas son el hábitat en la
que los proyectos de investigación se desenvuelven; ellas permiten conectar a Marx y Durkheim
con los asuntos de la disciplina y la discriminación en la sala de clases. Sin estos marcos
conceptuales intermedios los diseños están siempre entre el riesgo del empirismo miope y la
especulación improductiva. Esta escisión entre la gran teoría y las atomizadas investigaciones
particulares confunde y desorienta particularmente a los estudiantes que deben hacer una tesis,
pero no los afecta a todos por igual. Muchos estudiantes de sociología han aprendido bastantes
teorías, y veneran o desprecian a un par de grandes intelectuales con los que les gustaría discutir
en su tesis, ya para demostrar que Marx sigue teniendo razón o para terminar de demoler a
Parsons. ¡Pero no saben por dónde empezar! En cambio, muchos estudiantes de economía han
leído una montaña de papers, están al día en el último hallazgo que demostró tal o cual cosa, y
traen la base de datos donde encontraron las variables que les gustaría cruzar, pero apenas si han
reflexionado sobre el significado y los supuestos de todo eso. ¡No tienen claro hacia dónde van!
Adentrarse en el conocimiento de “teorías de alcance medio” e intentar iluminar con ellas el
estudio que estamos formulando es un buen ejercicio para salir del inmovilismo con dirección
conocida.
Además, al menos a mí, no tener que comenzar de cero cada vez me reconforta. Antes mencioné
el estudio “Escuelas efectivas en sectores de pobreza” que realizamos desde UNICEF a inicios de
los 2000s. La motivación original era una mezcla de reivindicación de los docentes e intento de
incidir en la discusión sobre políticas públicas de mejoramiento escolar. Pero habíamos decidido
hacerlo a partir de un estudio académico original, así es que nos dimos a la tarea de diseñarlo.
Hasta ese momento ninguno de los investigadores habíamos conducido un estudio similar, por lo
que la revisión de la literatura científica nos proveyó de la mayor parte de nuestras herramientas
conceptuales y metodológicas. Al poco andar nos vimos completamente inmersos en una línea de
investigación que –a nivel internacional- había estado estudiando este fenómeno por un cuarto de
siglo: la investigación sobre “escuelas efectivas y eficacia escolar”. Yo había sido un lector sólo
ocasional de este tipo de literatura, pero afortunadamente se trata de un área de investigación en
que se ha elaborado excelentes sistematizaciones del saber acumulado, algunas de las cuales nos
resultaron de vital importancia en el diseño. Fue el estudio de estas investigaciones previas lo que
nos ayudó a canalizar nuestras motivaciones político-educativas hacia preguntas científicas. De
hecho, el concepto mismo de “escuelas efectivas” no apareció sino como consecuencia de este
trabajo de revisión.
Para observar el tránsito desde motivaciones iniciales hacia preguntas y objetivos de
investigación, es bueno comparar la manera en que formulamos el estudio en sus diferentes
etapas. En nuestro primer plan de trabajo, explicamos la motivación inicial del estudio en
términos de “¿cómo hacer para que los niños pobres alcancen altos logros escolares?” y
definimos el objetivo del estudio como “observar y analizar qué hacen los profesores que trabajan
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en escuelas que han alcanzado -sostenidamente en el tiempo- altos logros académicos, trabajando
con alumnos que viven en condiciones de pobreza”. Más tarde, una vez comenzamos el
desarrollo final del diseño de investigación, ya habíamos codificado nuestro trabajo en términos
más conceptuales: se trataba de realizar un estudio sobre “Escuelas efectivas en sectores de
pobreza” cuyo objetivo general era “Describir cómo y comprender por qué algunas escuelas que
trabajan en contextos sociales y económicos adversos, alcanzan con sus alumnos logros de
aprendizaje satisfactorios, identificando sus características claves en las principales dimensiones
del trabajo escolar”. Todo esto nos condujo más rigurosamente a definir el concepto de “escuela
efectiva” lo cual nos obligó a pensar en términos de logro, tiempo, y contexto relevantes; nos
llevó hacia una mejor articulación de los niveles escuela-sala de clases como focos de
indagación; y nos permitió distinguir más claramente entre preguntas descriptivas y
comprensivas insertas en nuestros objetivos. En términos personales, a mí me introdujo en el
mundo de los estudios sobre efectividad y mejoramiento escolar, que sigue ocupando una parte
importante de mi labor de investigación (Bellei, Valenzuela, Vanni, Treviño y Varas, 2012).
La tercera función que la revisión de literatura cumple para mí en esta etapa inicial del diseño es
proporcionar un conjunto de ejemplos concretos de estudios previos sobre los que inspirarse.
Compañeros de oficio en otro tiempo y lugar se interesaron por problemáticas similares, y -
considerando sus recursos y restricciones- encontraron soluciones a más o menos los mismos
problemas que nosotros enfrentamos: ¡hay mucho que aprender de ellos! Una lectura crítica de
los estudios previos, no sólo sus hallazgos sino su aproximación general, sus decisiones
metodológicas, la manera en que formularon sus preguntas, la muestra y datos que usaron, la
forma en que los analizaron, es una fuente invaluable de ideas sobre posibilidades a considerar en
el proyecto en construcción. Si el viaje de esta revisión nos lleva lo suficientemente lejos en
tiempo o lugar, usualmente encontramos algún estudio que se vuelve paradigmático para nuestro
trabajo, y se convierte en nuestro “modelo” en algún sentido relevante.
Es bueno precisar un poco esta idea. Dado que en ciencias sociales “la materia” que estudiamos
nunca es la misma que la que estudiaron nuestros colegas en otro tiempo/lugar, a veces una
“simple” réplica de un buen estudio tiene plena justificación. Puede ser para saber si y cómo lo
que fue documentado en otro tiempo/lugar sucede en el nuestro: ¿cómo se compara la
segregación escolar de los pobres en Chile con la de los negros en Estados Unidos -tan
ampliamente estudiada?; o para observar fenómenos “equivalentes” pero en contextos muy
diferentes que pueden modificar sustancialmente su significado: ¿qué similitudes y diferencias
tiene la elección de escuelas por parte de los padres en un sistema de mercado como el chileno
comparado con otro principalmente estatal?. Para responder este tipo de preguntas comparativas,
de enorme interés académico y político, es necesario que nuestras investigaciones en alguna
medida “repliquen” estudios que se han hecho en otros países. Pero esta réplica nunca es simple,
ni mucho menos mecánica: existe una innumerable cantidad de decisiones metodológicas y
conceptuales que quedan aún por tomar, para hacer viable y rigurosa la investigación, una vez
que hemos decidido hacer un estudio que sea sustantivamente comparable o que dialogue con
otro.
En definitiva, el camino que lleva desde las motivaciones y preocupaciones originales hasta los
objetivos definidos en el diseño del estudio es largo y es mejor recorrerlo acompañado. En esta
sección he puesto énfasis en la compañía que proporciona el conocimiento de la literatura
académica relacionada con nuestro tema de investigación, como paso esencial para precisar y
formular académicamente nuestros intereses de investigación. Sin embargo, he mostrado que esta
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causales que no están bien demostradas, y muchas veces creemos haber encontrado vínculos
causales de procesos que no están bien descritos. Ciertamente, no considero esto un defecto, sino
una característica de nuestras disciplinas; pero debemos estar conscientes de ella e intentar
contribuir desde diferentes aproximaciones a completar el relato que queremos contar sobre la
vida social.
Las preguntas descriptivas buscan dar cuenta de las características, actividades y procesos
asociados con los fenómenos que estudiamos; se trata “simplemente” de saber cómo son o han
sido las cosas. Es el nivel más básico del conocimiento científico -en los dos sentidos del
término: el de menor complejidad, pero al mismo tiempo el que sostiene el conjunto. Si no
tenemos claro cómo son las cosas, ¿cómo podemos conocer sus causas (o efectos) y comprender
su ocurrencia? En nuestro estudio sobre escuelas efectivas, el primer objetivo específico fue
eminentemente descriptivo: “Describir el trabajo educativo que las escuelas realizan con sus
alumnos, tanto al interior de las aulas, como otras actividades complementarias eventualmente
existentes, y el trabajo escolar que los alumnos realizan en sus hogares”; así como en nuestro
estudio sobre segregación escolar: “Estimar el grado de segregación por nivel socioeconómico de
los estudiantes entre las escuelas del país, así como su evolución en el tiempo”; y lo mismo en
nuestro proyecto sobre elección de escuelas la primera pregunta de investigación fue “¿Cuáles
son las prácticas que desarrollan las familias, de diferentes clases sociales y diferentes zonas de
residencia, como parte del proceso de elección escolar?”.
Las preguntas descriptivas muchas veces adquieren un carácter comparativo: “¿están más
segregados socialmente los alumnos de enseñanza básica o media; los alumnos chilenos o
franceses?”; y otras veces poseen un énfasis relacional: “¿Cómo se relacionan el capital cultural,
el capital social y el capital económico que poseen las familias con sus prácticas de elección
escolar?”. También es importante notar que las preguntas descriptivas frecuentemente buscan
conocer el modo en que los actores sociales ven y entienden el segmento de realidad que estamos
estudiando: “¿cómo perciben los docentes chilenos que es valorada su profesión por diferentes
actores sociales?”; “¿Cuáles son las racionalidades que sustentan y explican la elección escolar de
las familias chilenas?”. Aquí “explicar” es dar cuenta de las razones y motivos que los actores
tuvieron para actuar como lo hicieron. Es decir, aun si tratamos de acceder a las percepciones,
valoraciones, disposiciones de las personas, el primer nivel de nuestras preguntas de
investigación busca describir ese mundo interno tal y como es reportado por ellas.
Las preguntas causales están a la base de muchos de nuestros proyectos de investigación, más de
los que queremos reconocer. En su versión más simple, una pregunta causal quiere averiguar si
un determinado factor tiene el potencial de provocar un determinado efecto, pero es más
fácilmente formulada como si el cambio de dicho factor ha ocasionado cambios en otro que es
considerado un resultado: “Extender la jornada escolar ¿aumentó los logros académicos de los
alumnos?”. El problema de este tipo de preguntas es que responderlas rigurosamente requiere
condiciones muy particulares que hagan posible diseños de investigación adecuados para hacer
inferencias causales válidas. Algunos han propuesto realizar diseños “experimentales” para
responderlas, pero sabemos que ellos tienen muchas limitaciones para investigar preguntas
sociológicas relevantes; en vez, tanto en economía como en sociología durante las últimas
décadas se ha desarrollado bastante el campo de los “cuasi-experimentos” y los “experimentos
naturales”. La principal limitación de este tipo de estudios es que sólo permiten indagaciones
muy simplificadas de la realidad.
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En efecto, regularmente en ciencias sociales las preguntas causales no apuntan sólo a un “factor”
sino a múltiples factores interrelacionados en procesos complejos que derivan no en un
“resultado” simple sino en la producción de un segmento completo de realidad social: “La
introducción de una lógica de mercado en el funcionamiento de la educación, en el contexto de
una acelerada modernización de la sociedad chilena, ¿produjo un cambio en la visión que las
familias tienen de la educación?”. En mi experiencia, estas preguntas así formuladas son muy
amplias para orientar el diseño de un estudio en particular, más bien enmarcan un programa de
investigación completo. Sin embargo, es este tipo de cuestiones las que quisiéramos averiguar
con más frecuencia. Estas preguntas se responden más adecuadamente mediante un conjunto
diverso de estrategias metodológicas complementarias, que acumulan evidencia de diferente tipo,
para producir un relato plausible sobre cómo un conjunto de condiciones y eventos, dieron origen
a un fenómeno que queremos explicar; como cuando decimos que los historiadores han
identificado las causas de la revolución francesa, o los economistas han estudiado las causas del
subdesarrollo en algunas regiones.
Muchas veces formulamos preguntas de tipo descriptivo porque no tenemos las condiciones ni
los datos que nos permitan formularlas al modo causal, como efectivamente quisiéramos: “la
segregación urbana y el cobro de aranceles en las escuelas, ¿están asociadas con la segregación
escolar?”, en realidad quisiéramos saber si “¿es la segregación escolar una consecuencia de la
segregación urbana y los cobros de aranceles en las escuelas?”. Más que jugar a los acertijos,
creo que esto debiera quedar explícito en nuestros diseños, mostrando cómo la teoría y la
evidencia acumulada nos llevan a postular una relación causal, y argumentando que, aunque por
esta vez no la podemos demostrar, consideramos nuestro estudio un paso en esa dirección. Fue lo
que hicimos en el estudio sobre segregación escolar al que me he referido: produjimos evidencia
longitudinal, evidencia a diferente nivel de agregación y para distintos tipos de escuelas, y
realizamos análisis de regresión múltiple para diferentes submuestras que nos permitían distintos
modos de control de covariables. Ninguna parte es por sí misma un “estudio causal”, pero la
acumulación de evidencia de diferente tipo permite avanzar el conocimiento en esa dirección.
Las preguntas interpretativas buscan comprender por qué las cosas suceden como suceden, y en
ese sentido buscan proveer de explicaciones más complejas sobre los fenómenos que estudiamos.
Una buena manera de pensar en preguntas interpretativas es intentar dar cuenta de las relaciones
causales que creemos existen entre dos fenómenos. Así por ejemplo, hemos descrito la
segregación social de las escuelas y hemos establecido que ella se explica en parte por las
decisiones que las familias toman sobre dónde vivir y en qué escuelas matricular a sus hijos,
ahora la pregunta es ¿por qué sucede esto? Esto supone un cierto grado de conocimiento sobre la
segregación de las escuelas y sobre las elecciones de los padres que afectan la distribución de los
alumnos entre ellas, pero es a partir de ahí que necesitamos describir con más detalle las
múltiples mediaciones que llevan desde las acciones de los padres hasta la segregación de las
escuelas, y también necesitamos conocer las razones, preferencias y restricciones que modulan la
conducta de los padres de diferente clase social en relación a las escuelas de sus hijos.
Comprender la relación entre las decisiones familiares y la segregación escolar implica resolver
ese tipo de interrogantes.
Podemos extender este mismo ejemplo para mostrar que los mismos fenómenos que estudiamos
son a veces el punto de llegada (“efecto”) o el punto de partida (“causa”), dependiendo del modo
en que formulemos nuestra pregunta de investigación. Para muchos la segregación escolar es
relevante porque es una manifestación de inequidad educacional, dado que se ha encontrado que
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cuando los niños de familias pobres estudian en escuelas segregadas obtienen menores logros
educacionales; entonces podemos formular así una pregunta interpretativa de este fenómeno:
“¿por qué la segregación escolar afecta los logros educacionales de los alumnos?” Ahora
queremos ir desde la segregación hacia los aprendizajes de los alumnos, lo cual probablemente
nos obligará a describir las condiciones diferenciales de las escuelas según la clase social
predominante de sus alumnos, así como las prácticas de enseñanza y las percepciones que los
docentes tienen de sus alumnos en esos diferentes contextos, y las relaciones entre compañeros en
escuelas de distinto nivel de segregación. Alguien pudo haber hecho un sofisticado estudio
estadístico tipo “caja negra” para demostrar la relación causal de la segregación con los
aprendizajes de los alumnos, pero (a mi juicio) hasta que no tenemos una teoría sobre cómo
ocurre dicha relación en la realidad y suficiente conocimiento empírico para sustentarla, no se ha
demostrado que dicha relación causal exista.
Ciertamente, en términos más generales, una teoría completa acerca de la segregación en
educación supone contestar las preguntas descriptivas, causales, e interpretativas que nos llevan
hacia ella (cómo se produce) y que salen desde ella (qué efectos tiene). La mayoría de las veces,
situados en los límites de nuestros proyectos de investigación particulares, debemos elegir dónde
situarnos: no podemos hacerlo todo de una vez. Como argumenté, dicha decisión debiera estar
basada en buena medida en un sólido conocimiento de la investigación académica previa; no creo
que existan reglas de jerarquía absolutas del tipo “proyectos de tesis doctoral no pueden ser sólo
descriptivos”.
Hipótesis
Las hipótesis científicas son conjeturas informadas acerca de cómo creemos que suceden las
cosas en la realidad; en los diseños de investigación, cumplen el propósito de orientar
sustantivamente la indagación. En ese sentido, no se trata de simples suposiciones ni
especulaciones, sino de “predicciones” o anticipaciones sobre el objeto de estudio que surgen –
aunque con diferente grado de precisión y certidumbre- de las teorías y conocimiento acumulado
en nuestro campo, o por analogía del conocimiento acumulado en otro campo de estudios. Pero la
centralidad que tienen las hipótesis en los diseños es muy variable, yendo desde ser su eje, hasta
ni siquiera estar presentes. Creo importante enfatizar esta idea, porque sobre este punto también
hay posiciones muy contrapuestas en la academia, especialmente enfrentando a quienes trabajan
preferentemente con análisis cuantitativos y cualitativos.
En el extremo, el proyecto completo puede haber sido diseñado para contrastar empíricamente
una hipótesis. Antes mencioné un estudio que testeó la hipótesis de que “a mayor tiempo escolar
mayor logro de aprendizaje”, mediante una evaluación de impacto de la extensión de la jornada
escolar en los liceos chilenos; y otro que indagó si “a mayor presencia de cobro de aranceles a las
familias, mayor segregación social de las escuelas”. El estudio en profundidad de un caso de
particular interés también puede servir para contrastar una hipótesis ad hoc: “la penetración de la
ideología neoliberal en las elites chilenas explica la ausencia de políticas de fortalecimiento de la
educación pública en las últimas décadas en Chile”. Es evidente que en este último caso no es por
medio de un diseño experimental ni sus sucedáneos que se puede indagar sobre la plausibilidad
de la hipótesis, pero la dificultad del estudio es otro asunto.
En otras ocasiones el proyecto de investigación se construye sobre ciertas hipótesis que subyacen,
pero no se diseña como un modo de testearlas, sino de profundizar en su conocimiento. Por
ejemplo, en nuestro proyecto que buscaba “Describir y comprender el proceso de elección escolar
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de familias de diferentes clases sociales (i.e. clase alta, clase media, y clase baja)”, la hipótesis a
la base (extraída de abundante literatura académica) es que la clase social de pertenencia tiene
una incidencia relevante en el proceso de elección escolar de las familias, pero no nos interesaba
“testear” esta hipótesis o, más rigurosamente, como hubiera sido probablemente el estudio
estadístico del caso: “descartar la hipótesis de que la clase social no tiene relación con las
prácticas de elección escolar”. Sólo queríamos profundizar en el conocimiento acerca de esa
relación. Ciertamente, si al finalizar el estudio nos encontramos con que no descubrimos
diferencias relevantes en la elección escolar por parte de familias de distinta clase social,
tendremos que problematizar bastante nuestra hipótesis original; pero el estudio habrá valido
igualmente la pena. En estos casos, muchas veces las hipótesis quedan implícitas y aparecen en
las argumentaciones del proyecto, como un enmarcamiento que proporciona razonabilidad a la
pregunta de investigación.
Por último, otros estudios no están orientados por hipótesis, porque no hay base para ello, porque
uno no desea anticipar lo que se encontrará en la realidad, o simplemente porque el diseño de
investigación no las requiere para sustentarse. Es el caso de muchos de los estudios de carácter
descriptivo: “Describir el trabajo pedagógico de los profesores de escuelas efectivas” o “estimar
el nivel de segregación social de las escuelas chilenas” son objetivos de proyectos de
investigación que no requirieron hipótesis para su diseño. Frecuentemente los estudios de este
tipo son planteados de manera exploratoria, de forma que las hipótesis quedan al final y no al
principio: una vez que descubrimos que la segregación escolar en Chile es mucho más elevada
que en países en donde la educación escolar es gratuita, nos preguntamos si no estarán ambas
cosas asociadas. A veces los supuestos generales del estudio se convierten en hipótesis más
precisas al finalizarlos: estudiamos las prácticas docentes de escuelas especialmente efectivas
porque suponemos que lo que hacen los profesores en las aulas tiene “algo que ver” con los
logros escolares de sus alumnos, pero muchas de las actividades que luego observamos ocurren
de manera muy similar en casi todas las escuelas, de forma que se requiere un análisis muy
detallado e informado para hipotetizar acerca de cuáles de las prácticas observadas permiten dar
cuenta de la especial efectividad de dichas escuelas.
En mi discusión sobre las hipótesis, he procurado dar ejemplos tanto “cuantitativos” como
“cualitativos” para mostrar que en ambas aproximaciones ellas tienen cabida. Desde mi
perspectiva, tanto análisis cualitativos como cuantitativos pueden ser conducidos sin hipótesis
previas, pueden permitir contrastar hipótesis explícita o implícitamente formuladas, pueden
contribuir a una mejor comprensión de hipótesis establecidas, y –finalmente- pueden producir
evidencia para plantear nuevas hipótesis.
La aproximación general4
Una vez establecidos los objetivos del estudio es preciso elaborar una estrategia para alcanzarlos.
Antes de ir sobre los detalles (varios de los cuales quedarán sólo enunciados en el diseño, y se
completarán al iniciar la investigación), es necesario determinar la aproximación general a
adoptar. La noción de “aproximación general” la considero muy útil como un modo de definir lo
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A lo largo del texto, pero especialmente en esta sección, menciono metodologías de investigación específicas, tanto
cualitativas como cuantitativas. Para los lectores que quieran profundizar en ellas, comparto las referencias que a mí
me han sido más útiles en mi trabajo práctico: una aproximación general a los estudios cuantitativos y sus diseños
prototípicos se encuentra en Shadish, Cook, & Campbell, 2002; una discusión actualizada y aplicada de técnicas
avanzadas de investigación estadística, en Murnane & Willet, 2010; una visión general del diseño cualitativo se
encuentra en Maxwell, 2005; y una explicación de los estudios de caso, en Stake, 1995.
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El asunto de la escala del estudio se vincula con dos decisiones clave que se deben tomar en el
trabajo de operacionalización del diseño: a quiénes vamos a estudiar (muestra) y qué aspectos de
ellos vamos a analizar (focos de indagación, dimensiones, o variables). Evidentemente la
aproximación intuitiva a ambas decisiones es simple e inevitablemente maximalista: “a todos los
que podamos, sobre todo lo que encontremos”. Afortunadamente, respecto de la primera pregunta
(a quiénes estudiar) los métodos de muestreo han avanzado muchísimo y tanto para quienes
quieren realizar análisis cuantitativos como para quienes realizarán análisis cualitativos, existen
procedimientos que ayudan a minimizar el tamaño de las muestras (“muestreo aleatorio” y
“muestreo teórico” respectivamente). Así, hemos aprendido que la muestra no debiera ser “tan
grande como alcance” sino “tan pequeña como se pueda”. El problema es que estos
procedimientos no sacian la curiosidad de quienes queremos siempre complicarnos la vida: no
basta una muestra representativa sólo de Chile, necesitamos que sea representativa de cada
región, clase social y tipo de establecimiento escolar. ¡Y los números y el presupuesto se fueron a
las nubes!
Respecto de la segunda pregunta –qué aspectos estudiaremos- estamos aun más a merced de
nuestra pasión por la exhaustividad: no existen reglas para reducir el número de focos de
indagación y dimensiones a investigar. A primera vista todo nos parece interesante y relevante; y
luego de estudiar más el asunto, la lista de lo interesante y relevante se ha expandido con nuestro
mayor conocimiento, hasta llegar a detalles que antes ni sospechábamos que existían. Muchas
veces en mi trabajo de diseño he hecho el ejercicio de consultar a otros acerca de las dimensiones
y aspectos a estudiar; les entrego mi borrador inicial con un listado y les digo que me sugieran
aspectos que crean importantes de agregar, así como otros que consideren poco relevantes y por
tanto susceptibles de borrar. El resultado es invariable: una enorme lista de cosas que sumar, y
nada que quitar. El maximalismo en esta materia se encuentra muy extendido.
La tendencia a hacer crecer el proyecto de investigación no está impulsada sólo por nuestra
curiosidad: los evaluadores de proyectos hacen su parte. Cuando se trata de fondos concursables,
la estrategia de agrandar el proyecto aumenta sus probabilidades de ser aceptado o al menos
mejor evaluado que otro “más pequeño”. En el caso de los alumnos tesistas, que también
dependen de que otros acepten su proyecto, las comisiones de evaluación tienden a recomendar
agregar esto y aquello, sobre todo cuando los revisores, en lugar de llegar a un consenso en
función del proyecto, más bien agregan cada uno su reclamo sobre “lo que no puede quedar
fuera”. El temor a no ser bien evaluado por poco ambicioso es muy grande.
El ideal de los estudios científicos es ser rigurosos y relevantes, y debemos hacer todo lo posible
por sostener ambos principios siempre. Desafortunadamente, los estudios que intentan abarcar
demasiado (insisto, en relación a los tiempos y recursos disponibles) corren mayor riesgo de
volverse poco rigurosos. Algunos proyectos de investigación son sumatorias de intentos parciales
de indagación y terminan siendo colecciones de retazos que no permiten formarse ninguna
imagen. Por cierto, el peligro que acecha a los estudios pequeños muy focalizados es volverse
poco relevantes, pero la relevancia de un estudio no está dada sólo (ni principalmente) por su
extensión. Así, creo recomendable evitar la tentación expansionista cuando amenaza el rigor:
después de todo, ya tenemos el conocimiento de sentido común, que es amplio y poco riguroso.
En mi trabajo de diseño he aplicado algunos criterios muy elementales para mantener el proyecto
en una envergadura manejable. Primero, mantenerse muy concientes de la tensión entre
profundidad y extensión, de forma que cada vez que estamos por aumentar cualquiera de ellas,
forzarnos a pensar si es posible reducir la otra (¡y a cualquiera que sugiera agregar algo, obligarlo
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muchos casos puede implicar diferentes tipos de personas y contextos) y un plan para llegar a
ella, proponer los instrumentos y técnicas con que se obtendrá la información, especificar los
focos de indagación que se cubrirán con cada instrumento, explicar cómo se procesará la
información primaria, y detallar los procedimientos de análisis a aplicar sobre el material
recolectado. Mucho más que “realizaremos entrevistas y grupos focales”.
Como se ve, en ambos casos la noción general es la misma: anticipar lo más posible los
diferentes desafíos de la recolección y análisis de la información, de forma de proveer en el
diseño de una cierta imagen global completa del estudio. Cuando converso con alumnos tesistas,
dado que la mayoría no tiene mucha experiencia previa en la investigación social, les sugiero que
hagamos este ejercicio anticipatorio lo más concreto posible, de forma que descubran si “se ven”
ellos mismos en todas las etapas que implicará el diseño que están prefigurando. Al menos ha
servido para que alguno descubriera que necesitaba tomar clases en SPSS y otro, que no se sentía
seguro de poder conducir una entrevista grupal con profesores. Hacerse de una imagen del
estudio en etapas avanzadas de desarrollo ayuda luego a explicarlo mejor al lector, a mostrar su
viabilidad, a anticipar sus obstáculos, todo lo cual hace más creíble la propuesta.
Finalmente, la eterna cuestión de si usar números o palabras. Como se sabe, el debate entre
estudios cuantitativos y cualitativos ha dado para innumerables tratados y apasionadas disputas,
que por supuesto no pretendo aquí resumir ni comentar; sólo diré un par de ideas elementales que
he procurado sostener en mis trabajos de investigación. En primer lugar, que lo cualitativo y
cuantitativo no está en la naturaleza de los fenómenos que estudiamos, sino en la aproximación
analítica que hacemos a ellos: se puede hacer cálculos estadísticos de textos y observaciones, y se
puede hacer análisis cualitativos de distribuciones estadísticas. La pregunta que debemos
hacernos es por medio de qué tipo de procesamiento sacamos más partido a la información con
que contamos y podemos responder de mejor forma la pregunta que nos hicimos (por cierto, la
mayoría de las veces contar palabras en un texto o reflexionar sobre una distribución estadística
me ha parecido un desperdicio de información). Se trata, para mí, de un asunto pragmático, no de
principios.
En segundo lugar, que los mismos fenómenos pueden ser estudiados mediante aproximaciones
cuantitativas y cualitativas, y que es deseable que así sea. Como antes indiqué, preguntas
descriptivas, causales, o interpretativas pueden ser abordadas desde análisis cualitativos o
cuantitativos, lo cual implicará ciertas fortalezas y ciertas debilidades del análisis (que tienden a
ser inversamente análogas), lo que restringirá el tipo de conclusiones que el investigador pueda
extraer en uno u otro caso. En general, cuando escribimos nuestras preguntas y objetivos de
investigación ya tenemos claro si las abordaremos desde tal o cual perspectiva, porque las
formulamos conociendo el conjunto del diseño; pero en muchos casos –ajustando mínimamente
la terminología- es posible justificar una aproximación cualitativa o cuantitativa. La decisión
depende, a mi juicio, de otras consideraciones que ya he discutido: cuál es el propósito final del
estudio, cuáles son los principales vacíos de conocimiento, qué tanto costará conseguir la
información requerida... y por supuesto, las preferencias y habilidades del investigador.
Por último, que siendo el ideal combinar análisis cualitativos y cuantitativos, no creo que exista
una lógica secuencial preestablecida para ello, que obligue a ir de lo cualitativo a lo cuantitativo,
o viceversa. En mi propia experiencia, he participado en estudios en que hemos procedido en
ambas direcciones. Los análisis cualitativos pueden proveer de descripciones que son fuentes de
hipótesis que luego son testeadas mediante procedimientos estadísticos, o pueden relevar
fenómenos cuya distribución en la población es luego de interés averiguar, y en ambos sentidos
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preceden a los análisis cuantitativos. Inversamente, los análisis cuantitativos pueden demostrar la
existencia de una relación sistemática entre dos variables, pero son luego análisis cualitativos los
que nos explican cómo y porqué dicha relación ocurre y se mantiene en el tiempo. Nuevamente,
es el conocimiento profundo del campo de estudios así como los propósitos particulares de la
investigación en curso lo que permite decidir cómo combinar ambos tipos de análisis. Más aun,
dado que es bastante común que los investigadores tiendan a especializarse en estudios
cualitativos o cuantitativos, éste es otro argumento para sostener una concepción comunitaria de
la actividad científica: la propuesta cualitativa puede argumentarse sólidamente como un intento
de complementar los hallazgos cuantitativos, y viceversa, en lugar de pretender sostenerse en la
descalificación de la alternativa.
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Afortunadamente, siempre hay un plazo que se acaba que nos obliga a tomar esas últimas
decisiones con pragmatismo y a escribir el texto simplemente lo mejor posible.
Por último, en tercer lugar, el documento. Después de todo, eso es un proyecto de investigación:
un documento. Por supuesto, hay muchas maneras de escribir y argumentar un mismo proyecto
de investigación, a lo que se suma los estilos de redacción que los académicos utilizan. Con todo,
quiero destacar sólo dos elementos que me parecen importantes de lograr al momento de
transformar el diseño en documento.
Lo primero es escribir recordando que el proyecto es un argumento para convencer a otros de que
nuestro estudio vale la pena y de que uno es capaz de desarrollarlo. Parece obvio, pero es muy
importante como para olvidarlo. Ser estratégico en la forma de presentación, considerando las
particularidades de los diferentes fondos o comités de evaluación, es darle al proyecto la
oportunidad de realizarse. Esto implica, por ejemplo, poner mucha atención a los argumentos
iniciales que enmarcan el proyecto y destacan su relevancia: la misma preocupación inicial que
sentimos nosotros debe llegar a sentirla el evaluador. Esto supone escribir para un público
diverso, que puede no compartir nuestra particular visión de las cosas. Antes de encontrarse con
nuestra propuesta, el evaluador no tiene por qué siquiera estar al tanto de que existe el problema
que para nosotros justifica tan evidentemente nuestro estudio. Esto conecta con otro elemento
importante: escribir no pensando en los expertos en el tema (quienes seguramente ya están al
tanto y comparten nuestra sensibilidad: para ellos hay que reservar la sección de la metodología),
sino en un lector capaz de comprender nuestros argumentos, pero desconocedor de la materia
particular: uno de mis asesores de tesis doctoral lo definía como un “inteligente ignorante”.
Escribir para un “inteligente ignorante” obliga a pensar las ideas centrales del argumento y a
dejar los detalles innecesarios o distractivos sólo para la versión borrador. También obliga a
definir claramente los conceptos claves y, en general, a mantener una cierta distancia y
perspectiva sobre nuestra propia propuesta.
Finalmente, la coherencia. Hay que leer y releer el borrador como si uno fuese el evaluador
externo, buscando y resolviendo todas las zonas de incoherencia que persistan: anuncios que no
se cumplen, hipótesis que no se sabe qué función cumplen, objetivos que no se operacionalizan,
reflexiones que no se ve luego cómo se recogen en el proyecto. La lista podría ser infinita. Una
buena manera de hacer esto es ver el proyecto como un relato, una historia que se cuenta y
desarrolla desde la primera página a la última. Esto no es fácil, porque los formularios en que se
escriben los proyectos no ayudan mucho al propósito de unidad, y la división de tareas en un
equipo, tampoco. Esta noción de “relato” obliga, entre otras cosas, a escribir cada sección con un
propósito, una direccionalidad, y no simplemente como una pieza estándar, que bien podría
pertenecer a otro diseño. Así, por ejemplo, al explicar la metodología, es conveniente justificar
las decisiones claves en el análisis crítico que se ha hecho de los estudios previos, así como en la
naturaleza de los objetivos de la investigación. Pero quizás nunca es tan clara esta necesidad
como en la discusión teórica y la revisión de la literatura: las macro teorías y las teorías más
específicas admiten muchas lecturas, y la que hagamos en el proyecto debiera ser en función de ir
cimentando nuestra pregunta y nuestros objetivos de investigación; así también, la síntesis de los
estudios previos no debiera ser una mera sucesión de fichas de lectura, sino un cuidadoso tejido
de lo que será luego retomado en las otras partes del diseño, para mostrar cómo nuestro estudio se
inserta en esa conversación aportando algo nuevo, aprendiendo de los aciertos y errores de
quienes nos antecedieron.
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Hacer investigación social en educación me parece tan importante como difícil, y por eso he
procurado mostrar la importancia de considerar ésta una empresa colectiva y de mostrar los
componentes prácticos que es bueno tener en cuenta. Comparativamente, una dificultad adicional
que enfrentan los estudiantes que deben hacer una tesis es que varios de los elementos que he
descrito como importantes en nuestros procesos de diseño, están ausentes o son difíciles de
conseguir. Por ejemplo, los estudiantes no tienen equipo y trabajan más solitariamente; más aún,
ni el tutor se convierte a veces en un interlocutor cercano y cotidiano con el que contrastar las
ideas. Tampoco el plazo (que moviliza, presiona y obliga a sostener un ritmo) es tan absoluto en
su caso, por lo que frecuentemente la tesis se vuelve un emprendimiento laxo cuya concreción se
posterga más allá de lo aconsejable, arriesgando incluso la motivación por completarla. Si cabe
un consejo final, es éste: intentar emular estas condiciones de trabajo en el proceso de diseño,
buscar interlocutores permanentes, procurarse lectores amigos-críticos, considerar a los autores
de la bibliografía parte de la misma empresa, cuestionarse las decisiones previas y sin embargo
no dejar de avanzar, porque todo el tiempo invertido en el diseño es tiempo ganado en la
investigación.
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