7° El Doctor Terribilis

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El doctor Terríbilis

El doctor Terríbilis y su ayudante, Famulus, trabajaban secretamente desde


hacía tiempo en un invento espantoso. Terríbilis, como seguramente su mismo
nombre indica, era un científico diabólico, tan inteligente como malvado, que
había puesto su extraordinaria inteligencia al servicio de proyectos
verdaderamente terribles. —Verás, querido Famulus: el supercrik atómico
que estamos terminando será la sorpresa del siglo. —No cabe duda, señor
doctor. Ya estoy viendo cómo se quedarán nuestros estimados compatriotas
cuando usted, con el supercrik, arranque la Torre de Pisa y la transporte a la
cima del Monte Blanco. —¿La Torre de Pisa? —rugió Terríbilis—. ¿El Monte
Blanco? Pero, Famulus, ¿quién te ha metido en la cabeza semejantes bobadas?
—La verdad, señor doctor, cuando proyectamos...
—¿Proyectamos, señor Famulus respetabilísimo? ¿Nosotros? Tú,
personalmente, ¿qué has proyectado? ¿Qué has inventado tú? ¿El papel del
chocolate? ¿El paraguas sin mango? ¿El agua caliente? —Me retracto, doctor
Terríbilis —suspiró Famulus poniéndose humilde humilde—, cuando usted, y sólo usted, estaba proyectando el supercrik,
me pareció oír aludir a la Torre de Pisa y a la cumbre más elevada de los Alpes... —Sí, me acuerdo muy bien. Pero te lo
decía por pura y simple precaución, mi excelente e insigne Famulus. Conociendo tu costumbre de chismear a diestra y
siniestra, con el chico del panadero, con el empleado del lechero, con el portero, con la cuñada del primo del portero... —
¡No la conozco! Le juro, señor doctor, que no conozco en absoluto a la cuñada del primo del portero y le prometo que nunca
haré nada por conocerla. —De acuerdo, podemos eliminarla de nuestra conversación. Quería explicarte, amable y
atolondrado Famulus, que no me fiaba de ti y te conté el cuento de la Torre de Pisa para ocultarte mi verdadero proyecto
que tenía que permanecer secreto para todos. —¿Hasta cuándo, señor profesor? —Hasta ayer, curiosísimo Famulus. Pero
hoy tienes derecho a conocerlo. Dentro de pocas horas estará listo el aparato. Partiremos esta misma noche. —¿Partiremos,
doctor Terríbilis? —A bordo, claro, de nuestro supercrik atómico. —¿Y en qué dirección, si me está permitido? —Dirección
al espacio, oh Famulus mío, tan rico en interrogantes. —¡El espacio! —Y más concretamente, la Luna. —¡La Luna! —Veo
que pasas de los signos interrogativos a los exclamativos. Así pues, fuera dilaciones y he aquí mi plan. Arrancaré la Luna
con mi supercrik, la separaré de su órbita y la colocaré en un punto del universo de mi elección. —¡Colosal! —Desde allí
arriba, estimado Famulus, trataremos con los terrestres. —¡Excepcional! —¿Queréis recuperar vuestra Luna? Pues bien,
pagadla a su peso en oro, comprádsela a su nuevo propietario, el doctor profesor Terrible Terríbilis. —¡Extraordinario!
—Su peso en oro, ¿me comprendes, Famulus? En oro. —¡Superformidabilísimo! —¿Y has captado la idea? —Captada,
profesor. La idea más genial del siglo Veinte. —Espero que también la más malvada. He decidido pasar a la historia como
el hombre más diabólico de todos los tiempos. Ahora, Famulus, manos a la obra... En pocas horas dieron los últimos
retoques. El supercrik atómico estaba preparado para entrar en actividad. Curioso aparato, en realidad se parecía al que
utilizan los automovilistas para levantar su coche cuando tienen que cambiar una rueda pinchada. Sólo era un poco más
grande. Pero tenía acoplada una cabina espacial en la que se habían dispuesto dos butacas. Sobre éstas, en el momento
elegido por el doctor Terríbilis para iniciar su diabólica empresa, se acomodaron el inventor y su ayudante quien, a decir
verdad, sólo trabajosamente conseguía ocultar un extraño temblor. —¡Quieto, Famulus! —Sssí... sseñoor... do-do-doctor...
—¡Y no balbucees! —Nno-no se-señor do-do-doctor... —Trágate esta píldora, te calmará al instante. —Gracias, doctor
Terríbilis, ya estoy tranquilísimo. —Estupendo. Cuenta al revés, Famulus... —Menos cinco... menos seis... menos siete...
—¡He dicho al revés, Famulus! ¡Al revés! —Ah, sí, lo siento mucho. Menos cinco... menos cuatro... menos tres... menos
uno... —¡Adelante!
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