Libro Nuestra Laicidad Publica Emile Poulat
Libro Nuestra Laicidad Publica Emile Poulat
Libro Nuestra Laicidad Publica Emile Poulat
pública
émile poulat
SOCIOLOGÍA
Prefacio
* Entre los gnósticos, Potencia eterna del Ser supremo, y a través de la cual ejerce su
acción sobre el mundo. [N. del T.]
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1
Études, mayo de 1997, p. 695.
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2
Félicité de La Mennais, Essai d’un système de philosophie catholique. Ouvrage inédit,
recueille et publié d’après les manuscrits (1830-1831) avec une introduction, des notes et un
appendice par Christian Maréchal, París, 1906, xxxix-429 pp.
3
Olivier Christin, La Paix de Religion. L’autonomisation de la raison politique au XVIe
siècle, Seuil, París, 1997, 332 pp.
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lo que llega y, para esto, arar el terreno, la mente siempre alerta, y deco-
dificar lo que se observa.
4
Ejemplos: René Séjourné, L’Option religieuse des mineurs et l’autorité parentale,
Beauchesne, París, 1972, xxxvi-340 pp. (Bibliografía); Pierre Langeron, Liberté de conscience
des agents publics et laïcité, Économica, París, 1986, 292 pp.; Georges Dole, La Liberté d’opinion
et de conscience en droit comparé du travail, lgdj, París, 1987, 256 pp.
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5
Réform, 20 de diciembre de 2000 (a propósito de la disputa alrededor del preámbulo
de la Carta de los Derechos fundamentales de la Unión Europea).
6
Jean Marie Lustiger, Le Choix de Dieu, París, Éd. De Fallois, 1987, 474 pp.; André Frossard,
Le Parti de Dieu, Fayard, París, 1992, 118 pp.
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7
Que me perdonen demasiados autores que no citaré. La bibliografía de Maurice
Barbier les hará justicia (La Laïcité, L’Harmattan, París, 1995, pp. 251-292).
8
Nos hace falta una buena historia del pensamiento laico sobre el cual Georges Weill
había abierto la vía (Histoire de l’idée laïque en France au XIXe siècle, Alcan, París, 1925). De
los cimientos nacionales de la laicidad (1948) hasta nuestros días, hay un hoyo negro. En su
defecto, se apreciarán las antologías de Lucien Sève, L’ École et la laïcité, Chambéry, Edsco
Documents, núm. 60, 1956, 62 pp. (comprimidas, el papel era escaso), en Pierre Pierrard,
Anthologie de l’humanisme laïque, París, Albin Michel, 2000, 296 pp., pasando por Guy
Gauthier y Claude Nicolet, La Laïcité en mémoire, Edilig, París, 1987, 294 pp., sin olvidar a
Jean Cotereau, Idéal laïque, concorde du monde et laïcité, sagesse des peuples, París, Fischba-
cher, 1963, 208-xl pp., y 1965, 468 pp. Se añadirá, patrocinado por la Ligue de l’enseignement
et de l’éducation permanente, Roger Lesgards (ed.), Vers un Humanisme du IIIe millénaire.
Réflexions pour un humanisme laïque renouvelé, Le Cherche-Midi, París, 2000, 210 pp.
(Valores por confirmar, preguntas por afrontar: doce autores). ¿Hoy ya sólo es «la Francia
plantada en una laicidad patrimonial», opuesta a una «laicidad moderna»? (Le monde
de l’éducation, septiembre de 2002, p. 76). Se espera que los colaboradores de Françoise
Subileau, recientemente fallecida, puedan conducir a buen fin su investigación «la evolu-
ción de la idea laica en Francia», su relación con la idea republicana y las divisiones que
ésta genera en las familias políticas.
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É. P.
París, 9 de diciembre de 2002
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Perspectiva
El sentido de una búsqueda
y el espíritu de una reflexión
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ciosa. Conflicto derivado del motivo esencial que suponía, que supone,
por parte de la institución católica, de su jerarquía y de sus fieles —pri-
meros afectados—, la renuncia a derechos históricos cuya reivindicación
les pareció durante mucho tiempo un deber religioso. Modificar el esta-
tus público de la religión es una reforma jurídica indivisible de una revo-
lución cultural. Ésta no puede cumplirse ni en un día ni sin dolor. Su
«victoria» reposa sobre un recorrido histórico que sus pioneros y sus
promotores no podían imaginar. Integra los aportes y las lecciones de
una experiencia colectiva de la duración que sólo puede dar cuerpo a
grandes principios.
Y sin embargo, cuidado: quizá ese litigio sea más resistente, más
fundamental que ese conflicto, a pesar de lo contingente, al menos si nos
atenemos al Concilio Vaticano II y a su constitución Gaudium et spes:
«El orden social debe tener como base la verdad…» (núm. 26). La ver-
dad, este oscuro objeto de nuestros disentimientos. Es una referencia de
peso en el sistema católico, pero ¿en qué se convierte siendo parte de un
régimen democrático, sometida a la doble ley implacable del pluralismo
y del positivismo?
Durante la entreguerra, Léon Brunschvicg había animado en el centro
de la sociedad filosófica francesa una larga discusión sobre la querella del
ateísmo,1 en la que se preguntaba sobre «el progreso de la conciencia en
la filosofía occidental» y «el drama de la conciencia religiosa desde hace
tres siglos». La laicidad es igualmente una querella, es decir un drama, en
la medida que su ideal y su programa encuentran y luego suscitan resis-
tencias previsibles de trayectoria imprevisible.
Este curso se dividió: de un lado, una negativa absoluta, casi deses-
perada, que se concentra alrededor de los tradicionalistas, a nombre de
la integridad y de la integralidad de la fe católica; del otro, un «reagrupa-
miento» por etapas, aculturación progresiva del catolicismo a ese nuevo
estado de la sociedad, que no implica necesariamente adhesión a todos
los valores en circulación. La laicidad va más lejos pero no demanda
más. No es un credo del cual haya que aceptar todos los artículos bajo
pena de herejía y anatema. No exige de todos una adhesión incondicio-
nal; da lugar a la libertad de juicio y al hombre de razón, sin imponer
ninguna definición de la razón ni de la libertad, que permanecen como
materia de examen y de debate.
1
Société française de philosophie, sesión del 24 de marzo de 1928, vuelto a publicar
como anexo en Léon Brunschvicg, De la vraie et de la fausse conversion, PUF, París, 1951,
pp. 208-264.
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una búsqueda y una reflexión
2
PS Info, 492, 2 de noviembre de 1991, «Un nuevo horizonte para Francia y el socialismo»
(texto propuesto por el Comité director a los militantes del partido socialista en vista del con-
greso extraordinario sobre el proyecto, 13-15 de diciembre de 1991). «Hemos perdido la inocen-
cia del proyecto» (p. 12). «El mundo actual parece absurdo, ya que es demasiado complicado;
monótono, porque su porvenir no tiene nombre; cruel, porque la parte trágica que conlleva
sigue siendo inexplicable» (p. 14). «Nosotros abordamos los ríos de un nihilismo postmoderno
seductor y frívolo» (p. 29). «El optimismo proveniente de la Ilustración considera que el hombre
es naturalmente bueno y sociable. En consecuencia, el socialismo hace la apuesta por el hom-
bre y atribuye a la sociedad la responsabilidad de los vicios y de las grandes injusticias. Éste ig-
nora fácilmente la dimensión trágica de la existencia y la parte maldita del hombre […]. Noso-
tros ya no creemos, como hace mucho tiempo, en la bondad natural del hombre […]» (p. 46).
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3
Charles Renouvier, Manuel républicain de l’homme et du citoyen, Garnier, París, 1981,
178 pp. Introducción y notas de Maurice Agulhon (Les classiques de la politique), colección
dirigida por Claude Nicolet. La obra había aparecido en 1848.
4
Hervé Hasquin, rector de la Universidad Libre de Bruselas y senador liberal del reino
de Bélgica, había insistido en señalarlo el 9 de mayo de 1985 al abrir el coloquio dedicado a
«El impacto del integrismo religioso sobre las sociedades contemporáneas». Sus propuestas
no fueron retomadas en las actas del coloquio (Les intégrismes, Éd. de l’Université, Bruse-
las, 1986, 144 pp.).
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Robert Lecourt, Entre l’Église et l’État. Concorde sans concordat (1952-1957), Hachette,
París, 1978, 188 pp. (exactitud del relato confirmada por François Méjan, consejero de
Estado de M. Deixonne en este caso).
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6
Lo relaté en los capítulos III y IV de mi libro L’Ére postchrétienne, Flammarion,
París, 1994. Se puede agregar aquí Valentine Zuber (ed.), Émile Poulat. Un objet de science,
le catholicisme, Bayard, París, 2001, 365 pp. (Actes du colloque en Sorbonne, 22-23 de octubre
de 1999).
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¿Qué elegir, laïc o laique ? Existen, en la Iglesia católica, santos e incluso «santos lai-
cos»: más vale entonces escribir de Littré que fue un «santo laico». Y frente a la abundante
literatura sobre «los laicos, cristianos en el mundo», se llamaron «laïques» ésos que estaban
en el mundo sin ser cristianos. Se seguirá aquí esta regla en nombre de la claridad, a falta de
un uso que no se ha generalizado ni en la obra de los autores ni en la de los impresores.
Aquí, Poulat explica la diferencia que en francés se utilizó en el siglo xix para distinguir
a los laicos católicos (laïcs) de los laicos no católicos o seculares (laïques). Desafortunada-
mente, además de que ni en francés es de uso generalizado, en español no se puede hacer la
diferencia en la traducción y se intentará mostrarla haciendo alusión a los laicos-católicos
o laicos-seculares cuando el contexto no sea evidente para el lector. [N. del T.]
8
Pierre Albertini, «L’éminente dignité des incroyants», Le Monde, 9 de agosto de 1996.
9
Témoinage chrétien, 7 de julio de 1995.
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los viejos demonios que nos atormentan y ese moderno Sísifo que, hace
ya un siglo, recibió el nombre de espíritu nuevo. No es una mentalidad
de concordia a cualquier precio —Folleville y Lamourette, abracémo-
nos—, sustituido al fragor de la batalla, sino una ética de la pasión
contenida, de la conciencia informada y del pensamiento cooperativo.
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El desarrollo que sigue me fue solicitado para un panel de la exposición sobre las
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las vías de Dios son innumerables. Juan Pablo II dio testimonio de ello
en 1986 en Asís, en esa memorable jornada mundial de la oración por la
paz en la cual reunió a todos los grandes jefes religiosos. En diez años el
«diálogo interreligioso» tomó vuelo. Su avance fue mucho menor entre
los no creyentes, los humanistas, los laicos, los ateos: todos los que pre-
tenden salirse del control de las Iglesias y de las religiones.
Para llegar hasta ahí, fue necesario pasar por un embudo: la libertad
de conciencia y de pensamiento como la libertad pública reconocida a
todo ser humano. Es cierto que ella incomodaba las ideas vigentes. Es
cierto que se prestaba a muchos malentendidos e incluso a excesos. Por
encima de todo, atacaba los principios fundamentales sobre los que re-
posaba la sociedad. El paso de un régimen a otro era en sí una revolu-
ción. Pero antes de ésta y anunciándola, hemos visto despuntar y ganar
terreno un ideal de tolerancia pública que no debe confundirse con ese
arte de vivir juntos que individuos o grupos pueden cultivar entre ellos.
A nombre de la tolerancia, utilizando la pluma y la palabra, reali-
zando también gestos, durante los siglos xvii y xviii se ha peleado mu-
cho por el derecho de existir públicamente en una sociedad exclusiva
cuyos presupuestos religiosos no soportaban ni la heterodoxia ni la in-
credulidad. Por nuestro lado, hemos descubierto que no toda expresión
del pensamiento es tolerable: el racismo, el antisemitismo, el «revisionis-
mo», el «negacionismo», la apología del crimen, del odio y de la violen-
cia, etc. La astrología tiene su clientela, a pesar de la universidad. La his-
toria, la ciencia, la medicina y la ingeniería no pueden dejarse en manos
de cualquier escuela. Al revés de lo que señala imprudentemente la cons-
titución de la V República, no todas las creencias son respetables: sólo
los individuos lo son y sólo ellos quedan sujetos a los tribunales, que no
están para juzgar los pensamientos sino las infracciones. Hoy nos interro-
gamos: ¿hasta dónde tolerar? ¿Puede y debe una sociedad tolerar, o debe
poner límites infranqueables, bajo pena de sanciones?
Cuando se habla de laicidad, por lo general se piensa en la del Estado
o en la de la escuela, que no son en esta historia más que condición, me-
dio o consecuencia. Hay que invertir la perspectiva, recordar que fue ini-
cialmente un asunto de conciencia, de conciencias que demandaban su
lugar en el Sol en una sociedad que se lo negaba. Habiéndolo alcanzado,
también recibían la carga principesca: una sociedad no puede permitir
todo ni permitirse todo. Cabe pensar que, en el foro de las libertades pú-
blicas, éste será el gran debate democrático de los próximos años: ¿cómo
conciliar el «politeísmo de los valores» y de las convicciones, como decía
Max Weber, con lo que por oposición denominamos el «monoteísmo» sin
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Traté ese tema en L’Ère postchrétienne, op. cit., pp. 300-307.
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Del mismo modo, se observa —es sólo una analogía— a la economía adelgazar el
empleo e indemnizar el desempleo, mientras que los mercados financieros integran la
«fractura social» externalizada por los índices bursátiles.
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La laicidad es fruto de una larga, apasionante y con frecuencia
problemática aventura intelectual. El porvenir de su historia
queda abierto a una convicción personal y compartida, a un pre-
supuesto de nuestra cultura contemporánea y, sobre todo, a un
factor que propició una revolución del pensamiento en nuestras
instituciones: el paso de un régimen donde la verdad católica ejer-
cía fuerza de ley a otro donde la conciencia libre afirma sus dere-
chos y los reconoce políticamente. Esta gran transformación dio
lugar a lo que debemos llamar “nuestra laicidad pública”, pues es
un destino común, independientemente de las disposiciones pri-
vadas. Esta obra aborda de manera minuciosa la laicidad que nos
gobierna: los juegos del clericalismo y del anticlericalismo, las
pugnas entre la Iglesia y el Estado y los problemas que plantean
al Estado millones de conciencias libres que integran el pueblo y
que están decididas a ejercer todas sus libertades.
9 786071 610690