Caruso, Igor - Bios, Psique, Persona
Caruso, Igor - Bios, Psique, Persona
Caruso, Igor - Bios, Psique, Persona
EN COLÀBORACIÓN CON
&
E D ITO R IA L GREDOS, S. A.
M A D R I D
© Editorial Gredos, S. A., Madrid, 1965, para la versión castellana.
Título original: Bios Psyche Person. Eine Einführung in die allgemeine Tiefenpsy-
chologie, Verlag Karl Alber, Freiburg/München, 1957.
Ig o r A. C a ru s o
ICiência de lo inconsciente?
Dcn Haag, 1950, págs. 103 y sigs.), aunque «división y tensión» son simple-
mente presupuestos de vida.
Tomemos como ejemplo cualquier grado dei desarrollo propio de la
eonciencia. Si la conciencia reconociese como pertenecientes a sí mis-
ma algunas propiedades desconocidas hasta un momento dado (por
ejemplo, desconfianza y amargura por causa de una postergación vi
vida), entonces este ensanchamiento de la conciencia significaria que
los procesos psíquicos antes inconscientes serían ahora conscientes. Así
la conciencia ofrece paradójicamente en su proceso evolutivo el su-
puesto para el conocimiento de una vida psíquica inconsciente. Sólo el
reconocimiento de procesos psíquicos inconscientes permite a la con-
clencia un desarrollo progresivo, un gradual conocimiento de sí misma.
La Psicologia de la conciencia describe las leyes de la conciencia
más o menos como datos acabados. Pero si se quiere continuar en su
desarrollo la posesión de estos datos a través de la conciencia progre-
siva, entonces se practica ya la Psicologia profunda propiamente.
La Psicologia actual, una vez que ha superado poco a poco por una
parte el subjetivismo y por otra el mero behaviorismo, es cada vez más
la ciência de la conducta reflexivamente conocida, que se determina en
la conciencia como llena de sentido. No se busca el critério de una
Psicologia científica en la introspección solamente, ni tampoco en la
concepción mecanicista de una conducta, sino en la estructura llena de
sentido de la conducta. De aqui que también la Psicologia actual se con-
vierte cada vez más en una Psicologia profunda en el amplio sentido de
la palabra antes expuesto. Pues los seres vivos se comportan según pro-
gresan en concienciación. Donde supuestamente no existe conciencia-
ción no hay tampoco propiamente conducta. Cuanto más devenir cons
ciente existe, tanto más diferenciado y lleno de sentido es el modo de
conducta. Y así llegamos a la cuarta definición de Psicologia profunda:
la Psicologia profunda es la ciência de la conducta plena de sentido,
determinada por el progresivo devenir consciente.
Introducción 17
BIOS.— 2
18 Bios. Psique. Persona
Senalaremos más adelante (cfr., por ejemplo, pág. 64) que el obje
to de la Biologia y el de la Psicologia profunda es el mismo: la vida.
La palabra no quiere decir aqui una sustancial vida completa y conden
sada, o una vida total en el sentido propio dei biologismo, vitalismo o
naturalismo. La Biologia se ocupa de la objetividad dei bios, esto es, de
la vida «viva», de la vida «en sí misma». La Psicologia profunda se
ocupa (según Adolf Portmann) de la «interioridad» dei bios, esto es,
de la vida «vivida», de la vida «para sí», como fundamento de la con
ducta. Es posible una nueva definición de la Psicologia profunda como
Historia natural de la « personificación»; comienza con la Metabiología.
can los dos como aspectos de uno y el mismo acontecer vital; o se afir-
ma un paralelismo exacto de los dos, aun cuando nunca se encontró
realmente una exacta coordinación de los procesos psíquicos y fisio
lógicos, pese a una innegable determinación mutua. La cuestión de cómo
11 na colaboración fructífera ha de ser incorporación y no mero agregado
dc ciências afines, va claramente más allá de los datos empíricos inme-
diatos, incluso traspasa el horizonte de cada matéria particular y no
puede ser contestada de una forma crítica desde el punto de vista de
ninguna ciência especializada (y tampoco desde la Psicologia profunda).
Pues cada teoria de una determinada relación interna de diversas ciên
cias especializadas y de sus objetos tiene ya un contenido apriorístico,
una decisión histórica previa, que guia la colaboración concreta, la fo
menta y, a veces, también la impide. No hay costumbre de considerar
dc una manera crítica en el campo de la ciência este indispensable
supuesto metafísico, pues no puede ser tenido en cuenta sin abandonar
el objeto específico de la investigación. Y, sin embargo, es él quien
origina esas hipótesis espontâneas que actúan en la delimitación de di
ferentes esferas de objetos en zonas especiales, y también esa fuerza
de choque propia que provoca a menudo problemas decisivos y conduce
al descubrimiento de nuevos hechos. Éste es ahora el caso en la Psico
logia profunda. Lucha todavia por su constitución y reconocimiento
como ciência especializada; aún está vivo el carácter enigmático de sus
«problemas limites». También en nuestro trabajo nos llevan los proble
mas de limites a «problemas filosóficos fundamentales»; en primer lu
gar, porque tanto la base en la cual descansa la Psicologia profunda
como ciência particular dentro de la Psicologia (en la que no se ha
colocado ella misma), como la unidad interna de la relación de su ob
jeto con los objetos de las ciências especiales afines, no pueden ser
tratadas como cosa evidente, pues esto no seria científico; y en segun
do lugar, porque amenaza el peligro — sea a través de ella misma o de
sus ciências vecinas— de que se quiera buscar la solución a «problemas
fundamentales» en el terreno de una determinada especialidad y con su
metódica especial; lo que significa nada menos que un ilegítimo mo-
nismo metódico que conduce al totalitarismo de una ciência particu
lar. Pues entonces ésta se coloca en el papel de una «ciência fundamen
tal» y se convierte así en una encubierta pseudofilosofía, en una forma
ideológica híbrida.
LA FILOGÉNESIS DE LA PERSONALIZACIÓN
C a p ít u lo II
Energia y vida
dc las avispas y las abej as— cambian cada vez más la imagen de un
proceso instintivo rígido e invariable a favor de una muy amplia indi-
vidualidad dei comportamiento. Para recalcar esto y evitar desde un
principio una mala interpretación, digamos que las más minuciosas ex-
pcriencias no proporcionarán nunca, sin embargo, una forma de reacción
parecida a la conducta humana (un «hombre miniatura», como dice
Portmann), sino sólo un individuo que permanece dentro dei marco
de una estructura de comportamiento heredado (aunque sea variable).
<*Cómo es pensable, pues, que en el supuesto de la evolución de lo
complejo a partir de lo simple, a base de mutaciones, sea reconocible
una «dirección» de la evolución? Algofijo hay, en todo caso. Aunque
algunos órganos también puedan sufrir una regresión, la evolución es
1*11 general irreversible. La dirección se determina por la selección na
tural (así lo creen los neo-darwinistas). La matéria prima para la selec-
ción la suministra la mutación y la amplia fuerza impulsiva de la evo
lución es la capacidad de la sustancia viva para reproducirse. Si con
i*llo se deja suprimir la preadaptación como caso especial no es ma
ioria a decidir por nosotros.
Es esencial aclarar aqui sólo un hecho: sea cualquiera el lugar y
i*l grupo de factores a que se la quiera relegar, una «potência» dinâmica
directora, que orienta los procesos vitales y que se deja solamente de-
ducir de los fenômenos, pero no reconocer directamente, tiene que
aceptarla también el neo-darwinismo. Así concluye, por ejemplo,
J. S. Huxley (Entfaltung des Lebens, Frankfurt a. M.-Hamburg, 1954):
«Toda la sustancia viva tiene particularidades espirituales parecidas
que solamente son utilizables para fines biológicos cuando se han des-
arrollado órganos que puedan fortalecer esas propiedades.» Tales órga
nos son precisamente los órganos centrales nerviosos, el cerebro. Sólo
cntonces entra en la evoluçión un nuevo factor; la tradición. Pues sólo
gracias al especial desarrollo dei cerebro a lo largo de la evolución se
liace posible un pensar conceptual y con ello la estructuración de un
mundo vivido eomo objeto junto al ser-en-el-mundo vivido «en sí». En
la fase de la evolución encontramos entonces, junto a la vida como
dialéctica entre despliegue dei interior y el medio ambiente actuante*
un proceso esencialmente de otro tipo; la transformación de u n a ex-
perienoia organizada (histórica) en un proceso, que llamamos tradición .
Con ello es desplazado. ampliamente el proceso automatizado de la se
lección natural su f&erga evolutiva. (RecordemQS âe- n u evo que con
ellp 1$ y la efieacia de las leyes gener&i§§ áe la función no se han
extinguido.) Así puede el hombre çor^siçÈexarse según las conclusiones
dc la caenogéhesis como 1$ fu§r-za más esencial para consecutivos avan
ces evolutivQS ei} la tie^ra y como «u n o d e los pocos in stru m en to s dei
36 Bios, Psique . Persona
Restablecimiento de la norma
R R F' R R R
Finalidades biológicas
Figura y conducta
d lente». Así se nos hace cada vez más comprensible ver la concordancia
mutua de las figuras como una armonía de los princípios de forma, con
lo que se asigna a la evolución, en el sentido darwinista, un papel más
o menos subordinado. Recordemos ahora lo expuesto ampliamente
nccrca dei proceso evolutivo en el capítulo II (v. págs. 28 y sigs.).
La figura más compleja, más diferenciada, es en cada ocasión la
«más elevada», pero también la más especializada y, por tanto, la que
más peligra. Vida significa, como se dijo en el capítulo anterior, una
lendencia a estados de equilibrio cada vez más lábiles que, por medio
dc dispositivos de seguridad cada vez más complejos, se mantienen
en su «equilibrio de fluidez». La «evolución superior» significa, pues,
un aumento de la capacidad de trastorno de estos «estados peculiares
de equilibrio», incluso le pertenece esencialmente. Sin que podamos
penetrar más, sin embargo, queremos mencionar ya en este lugar que
aqui radica quizá un acceso al problema dei dolor en el mundo y que
la capacidad de dolor aumentada puede significar un extrano impulso
para la evolución, naturalmente, no para una configuración extensiva,
sino para una «intensiva». La capacidad de dolor no conduce, pues, a
una elevación de la diversidad externa, sino a una diferenciación de
las posibilidades de relación entre sujeto y mundo. Pero el eudemonis-
mo, con su placer en el color y en la forma, se encuentra en una rela
ción de sístole-diástole con respecto al reconocimiento dei dolor como
valor, pues sólo el dolor proporciona, a través de un ensanchamiento
de la conciencia de valor, una profundización de la capacidad de ser
feliz. Lo que aqui parece valer sólo para los hombres, lo encontramos
en la misma medida en la naturaleza, la rica y excitante diversidad de
las formas primitivas, en contraposición con las figuras cada vez menos
variadas de las formas más diferenciadas, pero que, en cambio, han
ganado en riqueza de relaciones.
La evolución superior no significa, sin embargo, una elevación com
pleta de todos los caracteres y actividades, sino que la ascensión es
la mayor parte de las veces unilateral y dirigida y se consigue a costa
de otras posibilidades. A. Portmann senala la «forma extensiva» de for
mación (diversidad de la forma externa) en los moluscos inferiores en
contraposición con la «forma intensiva» de los superiormente organiza
dos, en los que a una simplicidad externa corresponde una importante
complejidad interna y más amplias posibilidades de relación con el
medio ambiente. El principio dei modo de formación intensivo es de
enorme importancia y conduce a la postre a que el principio «intensi
vo» de formación en el hombre penetre de tal forma en el mundo, que
el hombre aspira a transformarlo según su propia figura (que está re
presentada en el esquema corporal).
54 Bios. Psique. Persona
O B JE T O
también para el âmbito de lo vivo. Las estructuras «más simples», las que
condicionan la figura viva en cuanto a la esencia, las gene-moléculas,
son «lábiles», capaces de mutación. Sólo los llamados «macroorganis-
mos» obtienen una estabilidad que hace posible una estructura indivi
dual en sentido estricto. Podemos mantener el aserto de que para la
consecución de un cierto standard de existencia individual se precisa
de un mecanismo de una determinada complejidad estructural. Esto
garantiza al ser individual una liberación siempre progresiva, primero
de los lazos de la matéria y cuando el desarrollo se ha hecho más
avanzado, de los lazos de su especie.
El sujeto, como mero individuo de una especie, permanece aprisio
nado en la configuración dei tipo preestablecido. El sujeto humano
— esto pudiera advertirse quizá ya en las exposiciones fragmentarias
de los capítulos II y III— está diferenciado de todos los demás seres
vivos p o r la superación dei tiempo vivido a favor de otro vivible. La
posibilidad de formar conceptos y de verterlos desde la vida vivida
(siendo-en-sí) en un para-sí de lo vivido (historia) hace al hombre un
ser histórico. Pudimos, sin embargo, probar que no puede ser tarea de
la investigación biológica comparada el buscar al animal en el hombre,
sino, a la inversa, seguir el camino de la humanización en la creación.
Este camino estriba en que la «potência creadora» con un nivel de or
ganización creciente se destaca cada vez más clara e independiente dei
fondo dei bios que la sostiene, configurándose a sí misma cada vez más
libremente. Esto no significa solamente individualización progresiva. In-
dividualización quiere decir esencialmente que un ser propio se aísla
dei campo circundante. Hablamos por ello de personalización, porque
en este término está incluida la fundación de nuevas relaciones. El ca
mino dei individuo a la persona es un proceso mantenido que no es
triba en un aislamiento progresivo, sino más bien en una apertura pro
gresiva dei sujeto a nuevas relaciones.
Frente a este proceso vemos actuar a las leyes de la estructura y
a las generales de función comprendidas en la matéria, que limitan de
nuevo la libertad «creativa». Por otro lado, los patrones significan una
liberación de energia creadora hasta ahora aprisionada. Con ello se
expresa una de las grandes antinomias dei devenir vivo: el dominio dei
mundo por un interior creador sólo es posible en grados cuánticos a
causa de la estructura dei mundo, en donde fases «creadoras» y fa
ses automatizadas, «mecanizadas», se relevan mutuamente, se dan con
juntamente o se entremezclan. Cada «fase creadora» significa primaria
mente desorden, trastorno de la estructura (mecanizada) y formación
de otras nuevas. A lo largo de la progresiva personalización ocurre una
liberación progresiva dei sujeto de las ordenaciones de los grados es-
uios.—5
66 Bios, Psique. Persona
LA ONTOGÉNESIS
DE LA PERSONALIZACIÓN
C a p ítu lo IV
LA CONCIENCIA
El «yo pienso» es una vivência interna, que les resulta a casi todos
los hombres más o menos corriente y que, al darse efectivamente, apa
rece inmediata y cierta. Sin embargo el «yo pienso» ( ego cogito), como
fundamentum inconcussum, como el punto de Arquímedes en el sentido
dc Descartes, no significa un dato de experiencia más, sino su elevación
a un principio de pensar generalmente válido. En cuanto principio
podría representar un presupuesto necesario de nuestro pensamiento
como los principios lógicos, por ejemplo la proposición de la causa
suficiente. Así no se puede negar la proposición de la causa suficiente
como principio lógico, es decir, como norma dei pensar cierto. El que
niegue la proposición tendrá que presentar pruebas concluyentes para
su negación, si no se quiere detener en una afirmación vacía; y el que
intenta tan sólo presentar argumentos demostrativos presupone la pro
posición de la causa suficiente como un supuesto metaproblemático y
necesario de su argumentación. (Con esto no queremos decir cómo y por
qué motivo se piensa. Realmente la investigación de esto no es un pro
blema lógico, sino el problema psicológico dei pensar.)
<?Qué sucede pues con el «yo pienso» como principio? Como princi
pio no es un supuesto necesario sino la colocación parcial y arbitraria
de una vivência casual como principio de conocimiento. Pudiérase igual
mente partir de la experiencia casual, de la «inspiración» genial dei
« ello piensa en mí» (Lichtenberg) o dei objeto pensado, dei hecho juzga-
do (cosa), de otras vivências, representaciones, etc., y establecerlas como
principios generales y absolutos. Esta ubicación es, por tanto, parcial y
relativa. Abarca además un sujeto de validez general, abstracto y pura
mente formal, al que se puede referir todo lo existente, y n o u n «sujeto»
vivo y concreto. Recuérdese a este propósito la protesta de W. Dilthey
contra la construcción de un sujeto cognoscente por cuyas venas no
corre «sangre verdadera, sino el jugo aguado de la razón como mera
actividad pensante». Dilthey postulaba, por el contrario, que en la con-
sideración psicológica el hombre total estaria incluido en la variedad
de sus fuerzas psíquicas, pero que él mismo no podría atravesar el
círculo de la inmanencia de la conciencia.
No se puede distinguir el concepto epistemológico de conciencia dei
psicológico diciendo que el primero se refiere tan sólo a un sujeto for
mal y abstracto y el segundo a un sujeto empírico e individual, aunque
la relación de todos los fenômenos de la conciencia a un yo sea común
a los dos. Con esto se hubiera explicado la inabarcable totalidad dei
hombre, dei mundo, dei ser de un modo siempre inmanentista. Aunque
el inmanentismo reconozca vivências propias, psicológicamente concre
tas, referidas a un yo e individuales, pasa por alto el ser mismo perso-
nal la existencia concreta («yo soy»). Pues la existencia humana es
74 Bios. Psique. Persona
E l consciente reflexivo
Como sujeto, estamos siempre orientados hacia algo que está frente
a nosotros, algo objetivo; albergamos un contenido psíquico. Todo
contenido psíquico consciente es objeto para un sujeto, es «objeto» en
el sentido más amplio de la palabra, o sea, algo que está frente a noso
tros, por ello son diferentes las formas según las cuales los objetos se
actualizan en la vida anímica. Para nosotros es todo variedad en la
percepción externa o intema, en la representación o en el pensamiento,
etcétera. El hecho de que el sujeto esté frente a objetos es un fenó-
La ontogénesis de la personalización 81
La cognición espontânea
E l devenir consciente
Resumen
EL INCONSCIENTE
por vía asociativa, caso de que hagamos uso de ella. A ellos pertenecen,
por ejemplo, el conocimiento de nuestro nombre, de nuestra edad, de
nuestro oficio, de nuestro domicilio, etc. No está claro por qué deben
ser elegidos precisamente contenidos tales que por el ejercicio conti
nuo están ya previamente automatizados en su aparición en caso de
necesidad y que, por tanto, para disponer de ellos no es necesario
ningún esfuerzo de memória. Si estuviésemos concentrados en una ac-
lividad apasionante y de repente, de manera inesperada, se nos pre-
guntase por nuestra edad, no seria completamente seguro que la pudié-
semos decir en el acto. En los enfermos mentales, estos contenidos
«inofensivos» pueden también algunas veces inhibirse o reprimirse to
talmente. No se nos replique aqui que se trata en este caso de un
enfermo mental, pues también un enfermo mental sabe casi siempre su
edad, pero este conocimiento es reprimido al inconsciente y no alcanza
en el momento exacto y preciso la conciencia. Se trata, pues, de una
función perturbada; lo que de una manera normal es «co-consciente»,
permanece inconsciente, en lugar de hacerse consciente en un momento
determinado. Así, pues, el técnico «co-consciente» es muy utilizable,
pero cae en el âmbito dei inconsciente, o bien en la categoria dei pre-
consciente, si se tiene en cuenta, diferenciándolo, el funcionamiento
exacto dei devenir consciente.
También pueden ser preconscientes muchos contenidos psíquicos
profundos. Todos nuestros recuerdos latentes, aunque sean completa
mente inconscientes, pueden ser, de modo más o menos fácil, conside
rados como preconscientes. En esta dirección está el conocido refrán:
«E l nino que se ha quemado, teme al fuego» (el gato escaldado, dei agua
fria huye). Una conmoción, un trauma, en nuestra ninez, por muy olvi
dado o desplazado que esté, puede sin embargo tener como consecuen-
cia acciones, como, por ejemplo, una exagerada precaución que en sí
es la mayor parte de las veces completamente consciente, pero cuyas
causas se refieren a un influjo inconsciente. En el caso de que nuestro
accidente, el citado trauma, nos sea manifestado por un testigo, enton
ces lo inconsciente se convierte en consciente; desde un punto de vista
determinado era, por tanto, preconsciente.
Se puede, sin embargo, introducir resistencias, como veremos más
adelante, que impidan que un contenido inconsciente pueda ser dirigido
a la conciencia. Por otra parte, hay también contenidos psíquicos cuyas
repercusiones son tan profundas que ni prescindiendo de resistencias
pueden llegar a ser conscientes. Con ello llegamos al inconsciente en
sentido propio. En el consciente espontâneo co-consciente y precons
ciente nos hemos encontrado con zonas de transición que se apartan
cada vez más de la conciencia plenamente reflexiva. Pero si queremos
Bios. Psique. Persona
ti la conciencia. Pero muy bien podemos pensar que las capas arcaicas
Y primitivas de este material han de sufrir una transformación esen-
rlal antes de que sólo someramente tengan capacidad consciente, es
dccir, antes de que se hagan asequibles a la reflexión. Y también, en
t*l çaso de que la reflexión se anticipe en el tiempo a su material, ten-
(Iremos que hablar de una relación de im precisión en el conocimiento
de lo psicológico profundo. Si se quiere precisar con exactitud qué es
lo que hay en el sí mismo, con sólo este hecho se transforman los pro
cesos psíquicos dei interior, porque la observación misma no es un pro
ceso mental, puramente neutro, un saber que se reproduce objetiva
mente, sino que siempre se da a partir de una actitud, que como tal
no puede nunca objetivarse totalmente. A modo de comparación podría
pensarse en un organismo vivo y maduro, dei cual no fuese posible se
parar los elementos químicos en su forma primaria, sin que esto su-
pusiera la destrucción dei organismo. Esto no supone que la percep-
ción de manifestaciones arquetípicas no permita la deducción de imá-
genes de igual naturaleza en el inconsciente. No se da ni una sola vez
el hecho de la «conciencia consciente» y luego esta misma conciencia,
pero ahora inconsciente. El acontecer psíquico, consciente por el hecho
de haberlo llegado a ser, es ya algo distinto de aquello que antes era
latente en estado inconsciente. Así sólo puede decirse que contenidos
conscientes de naturaleza arquetípica manifiestan procesos psíquicos en
el inconsciente. Lo que fue inconsciente nunca puede comprenderse di-
rectamente y como tal. Sólo puede decirse que estos procesos están ahí
latente y virtualmente y hacen su efecto, el cual determina la marcha
de la vida involuntaria y también adquiere valor en la dirección cons
ciente de ésta. Lo que hacemos consciente en los contenidos arquetí-
picos sólo es, en expresión de C. G. Jung: «La circunscripción y carac-
terización aproximativa de un núcleo de significación inconsciente»
(C. G. Jung y K. Kerenyi, Einführung in das Wesen der Mythologie,
Zürich, 1941, pág. 112). El nivel de los materiales latentes puede así ser
completamente diferente frente a la conciencia. Se extiende desde nú
cleos de significación arquetípica hasta el pensar pre-consciente, que
puede ser iluminado repentinamente por la luz de la conciencia, apare-
ciendo por ello siempre ya transformado.
cia por haber entrado en conflicto con una potência valorativa de nues
tra personalidad. La contraposición que nosotros establecemos entre el
inconsciente como represión y el inconsciente como latencia es pura
mente metódica. Si dei inconsciente como latencia fluyen continuamen
te nuevos jugos, por así decirlo, a la conciencia, éstos, en los procesos
que ahora nos van a ocupar, son eliminados en parte en el inconsciente,
ya sea por elaboración, ya sea por falta de una adecuada elaboración.
Es eliminado todo aquello que pudiera cargar inútilmente a la concien
cia. No sólo un conflicto afectivo, sino también cualquier proliferación
en la memória, significaria una carga insoportable para la concien
cia. Es evidente que aquellos contenidos que supongan una carga para
la conciencia, serán reprimidos con la mayor facilidad. Además podemos
encontrar toda clase de irregularidades y matices en esta complicada
vida psíquica. La conciencia no es precisamente una máquina. Sus fuer-
zas no son siempre las mismas en uno y‘el mismo hombre. Mucha ma
yor es esta desigualdad en individuos distintos. Lo que una vez es lleva-
dero para la conciencia lo recarga muy pesadamente en otra ocasión.
Además hay bastantes «averías». Contenidos necesarios, pero, por así
decirlo, de difícil digestión son eliminados rápidamente. Por el contra
rio otros que debían estar integrados por toda la personalidad, tanto
en sus partes conscientes como en las inconscientes, permanecen sin
elaborar en la conciencia. Pierre Janet ha tenido razón, aunque sólo
en parte, cuando atisbó la clave para la salud psíquica en la intensidad
dei llamado «niveau mental» (Leonhard Schwartz, Die Neurosen und
die dynamische Psychologie von Pierre Janet, Basel, 1951). Freud busca
la explicación de los trastornos psíquicos preferentemente en el meca
nismo mismo de la «represión». Este es también un punto de vista
cierto, pero el «niveau mental» de Janet nos proporciona otro aspecto
de estas averías en el motor psíquico. Por otra parte todo lo olvidado
está en el inconsciente como reprimido. Así la represión aqui procede
también conforme a ciertos puntos de vista de la conveniencia. Esto nos
hace posible una cierta explicación afectiva y, bajo determinadas con
diciones, también muy aclarativa para todo lo olvidado. Si nuestro
«instinto dei Yo», es decir, nuestra propia afirmación y seguridad, fuese
lo suficientemente fuerte para dominar todo lo que la vida nos acarrea,
probablemente no tendríamos por qué temer una sobrecarga de nuestra
conciencia. Y, sin embargo, el hecho de que, por ejemplo, un poeta que
aprendió una vez los elementos dei cálculo diferencial, los olvide por
completo, me parece explicable, en parte sólo por falta de relación afec
tiva, sin que tenga que serio necesariamente en el sentido de una re
presión freudiana. Pero es evidente que por el mecanismo de la repre
sión descrita por Freud, ya que aparta de nuestra afectividad las cargas
I m ontogénesis de la personalización 95
HIQS.— 7
98 Bios. Psique. Persona
máticamente por esquemas (v. cap. III), no se puede aceptar otra cosa
sino que ellos ejercen una acción conformadora en todo el ser humano.
El instinto es una actividad cuya finalidad de sentido sirve más a la
especie que al individuo aislado y que realiza este fin sin conciencia;
por tanto, una actividad ciega y automática, que sin embargo es capaz
de acomodarse y educarse en ciertos estrechos limites. El instinto to
mado exactamente no es el impulso mismo, sino la acción consecuente,
útil, por tanto, al impulso, en cuanto que éste sirve a la especie. El ins
tinto es, desde el punto de vista de nuestra clasificación dei inconscien
te, latencia y automatismo al mismo tiempo, y puede él mismo, además,
ser reprimido.
Por ello las experiencias acumuladas inconscientemente en la prime-
ra infancia han de desarrollar un importante papel en la actividad cons
ciente de las edades posteriores. Antes de que despierte en nosotros la
conciencia, viven ya instintos, mejor dicho, una tendencia a la afirma-
ción de la seguridad y dei bienestar; por tanto, un instinto que intenta
apropiarse lo provechoso y desplazar lo perturbador y peligroso. La
mayoría de los psicólogos profundos denominan a este instinto, siguien-
do a Freud, libido. Queda por ahora en tela de juicio si el principio de
placer debe ser considerado como el único critério de la libido. Es ra-
zonable, sin embargo, que una conveniencia biológica en la orientación
de la «libido» de un organismo sano es más poderosa y fuerte aún que
el solo placer (problema acerca dei que volveremos nuestra atención
más adelante y con más detenimiento).
Si se confunde lo psíquico con la actividad dei yo y de la concien
cia (v. cap. IV), tendría consecuentemente que excluirse de la psicolo
gia la aceptación de toda fuerza psíquica, de toda tendencia inconscien
te, de todo impulso. Esto lo han mantenido realmente algunos autores.
Así, Georges Politzer (op . cit.) identifica el dinamismo psíquico con la
actividad actual dei yo. Para él no existen tendencias psíquicas eficien
tes fuera dei yo consciente. También los existencialistas tienden a ne
gar la latencia psíquica activa. Para J. P. Sartre, por ejemplo, el pa-
sado en nosotros está vivo sólo a través de una libre selección de las
repercusiones preferidas. En el caso de que el hombre acierte con la
selección de su pasado, encarna necesariamente la libertad plena. En
este proceso de elección ve Sartre realmente la plenitud de un libre
«proyecto». También en psicólogos profundos, existencialistas modera
dos, como, por ejemplo, V. E. Frankl, se disminuye sorprendentemente
Ia importancia de la latencia inconsciente y activa en nosotros preci
samente a favor de una imputación a la que se llama «responsabilidad».
En verdad no se debe pasar por alto, sin embargo, que en todas las
decisiones y en todos los procesos dei devenir consciente lo latente en
La ontogénesis de la personalización 99
cordancia entre el estado dei organismo y las condiciones bajo las cua-
les ha de vivir. Adaptarse significa siempre tener que correr el peligro
de no poder adaptarse, pero también en un caso ideal, no haberse
adaptado de una manera momentânea y total a cada situación que
surge.
Ahora bien, la adaptación se efectúa en general de una forma in
consciente. La vida adquiriria para el hombre carácter de imposibili-
dad si él tuviese realmente que movilizar y poner en funcionamiento en
cada momento de su existencia la conciencia total, aun para la acción
más insignificante. Incluso para una decisión plenamente consciente
necesita, como hemos indicado, una gran variedad de supuestos incons
cientes. Pero estas actividades de adaptación necesarias para la vida
se escapan a nuestro saber sobre ellas, como corresponde a su carácter
inconsciente. Sólo cuando —y esto no debía extranarnos— aparecen
trastomos notables en este proceso complejo de la elaboración de la-
tencias inconscientes, se concentra nuestra atención sobre él. Un ejem
plo de tales trastornos serían ciertos casos de hipermnesias. Por ejem
plo, puede recordarse bajo determinadas circunstancias en la edad adul
ta, sin comprensión y sin utilidad clara, un idioma extranjero oído en
la nifiez preconsciente. Por otra parte, juega también aqui su papel el
fenômeno dei automatismo, dei cual hemos de hablar todavia, pero
también se da una inadecuada no-función de las instancias eliminado-
ras y liberadoras; por una u otra razón un contenido psíquico ha im
pregnado la memória de tal forma que no pudo ser reprimido poste
riormente. El hecho de que tales hipermnesias sólo son proporcio
nalmente raras, nos muestra que la represión inconsciente trabaja nor
malmente de un modo irreprochable.
Tenemos que insistir nuevamente en que entendemos el término
«inconsciente reprimido» de una manera bastante amplia y lo aplicamos
a todos los contenidos psíquicos que pasaron a la conciencia o estaban
en camino de hacerlo, para después ser eliminados de nuevo dei cons
ciente o dei pre-consciente.
No se olvide, pues, que el hombre es un ser vivo, y precisamente
el ser vivo más diferenciado en el reino de lo psicofísico. Pero vida
significa evolución, desarrollo orgânico diferenciado. Y el desarrollo
diferenciado dei ser más altamente diferenciado significa una continua
construcción y renovación, destrucción y eliminación de los más diver
sos elementos cuya mutua relación es de importancia capital. Si además
se tienen en cuenta los influjos a que este desarrollo está expuesto, se
llega a una representación de este proceso casi inabarcable en su com-
plejidad. También numerosos contenidos inconscientes, como hemos
visto, juegan un papel insustituible y de importancia vital en este pro-
Lu ontogénesis de la personalización
BIOS.— 8
114 Bios. Psique. Persona
que él rompe con ella. Otro caso es el dei conocido enemigo de la Igle-
sia que, educado por los jesuítas, fundamenta conceptualmente su ren-
cor de una manera llena de unción que recuerda lo clerical. También,
por ejemplo, el caso dei escritor francês Maurice Sachs, cuyas memó
rias comienzan con este grito desgarrador: « j Oh, execrable familia,
qué poco te pareces a aquella en la que hubiera querido nacer! Mi or-
gullo es ser siempre en todo diferente a ti», pero su libro demuestra
que él ha acentuado aún más todo el desorden y el vicio de su familia.
Tenemos también el interesante campo de las neurosis ante el cual el
que niega al inconsciente se halla completamente desorientado e impo
tente, porque tiende neuróticamente a cerrar los ojos ante el incons
ciente y por ello a ser su víctima.
Sin duda esta evidencia con la que actúa la influencia inconsciente
dei medio es la que engana al observador superficial. Yo puedo sonreir
ante lo absurdo de la moda, puedo preferir para mí algún tipo de cuello
de encajes, como se llevaron en el siglo xvm, rechazando las actuales
corbatas de caballero y, sin embargo, elegiré en una tienda una corbata
conforme a mis conscientes puntos de vista dei gusto. Esto ocurrirá
naturalmente y no reflexionaré sobre ello; la moda ejerce su influjo
sobre mi conciencia. Los modelos que se me han mostrado cons
tantemente son rechazados en parte por mí y, sin embargo, partiré en
mis acciones de esos mismos modelos para seguirlos, para porfiar con
ellos, para superarlos o destruirlos. De hecho existe un espíritu de la
época que actúa sobre nosotros inconscientemente. Es fácil de com-
prender que ese espíritu no se limite de ninguna manera a las corbatas.
También los supremos hechos espirituales son influidos por medio de
la acción inconsciente dei medio. Profetas y revolucionários, héroes y
santos actúan a veces frente a los prejuicios de su tiempo, pero no de
forma absolutamente intemporal (véase también cap. X III). El mundo
no es conocido por nosotros en forma de una objetividad de tipo flo-
tante, sino por medio de símbolos (v. cap. VI). Las figuras de un en-
cuentro están entre un sector dei mundo que ejerce sobre nosotros un
carácter de requerimiento por una parte y una persona con sus amarras
filogenéticas y ontogenéticas por otra.
Hemos visto que el inconsciente tiene importancia cardinal en todos
sus aspectos tanto para la vida y acción dei hombre, como para la
función histórica de la humanidad. El que niega el inconsciente se
asemeja a un loco que quisiera negar la importancia dei aire para nues-
tra economia vital con el argumento de que no es visible.
C a p ít u l o VI
Resumen
La realización mental
mos—9
130 Bios. Psique. Persona
Ejemplo de alucinación:
Sueno núm. 4.— En mi ausência llega una carta extensa que en va
rias páginas se ocupa de asuntos eclesiásticos. Mi primera impresión
es que se trata de una declaración pública dei obispo N. relativa a su
postura germanófila (en el sueno, vacilante; pero en la «realidad», no
existente) después de la ocupación dei reino Z. Creo poder comprender
que esto es, por el contrario, la condena de un obispo sufragáneo he-
cha por N., el cual obispo se ha hecho insoportable por su actividad
germanófila y, además, por graves infidelidades (<?no ha vendido dos
imágenes de la Virgen de un monasterio? — en el sueno, no en la
realidad— ) y por escandalosas historias «de mujeres». De todas for
mas, supongo que el obispo N. comete una dudosa acción cuando in-
culpa gravemente a un subordinado, ya que él mismo ha contempori
zado con el régimen nazi; en cierto modo me siento desilusionado y
amargado. Pero mientras leo el documento advierto que no se trata de
una carta eclesiástica oficial, sino de un escrito absolutamente privado
dirigido a mí, en el cual se me detalla con amplitud el caso dei sufra
gáneo. La carta, más que un ruego, es un consejo. Puesto que me parece
increíble e improbable que el obispo me escriba cartas con semej ante
La ontogénesis de la personalización 133
Sueno núm. 5.— Se trata de una escena con un amigo, A., en una es-
tación. Voy a la ciudad. Él me espera. Se suceden acontecimientos com
plejos. Luego he de encontrarme no con A. ni en la estación, sino con B.
cn otro sitio. Siempre está clara la impresión dei propio recuerdo:
I tengo una cita!
La vivência: el espado
La vivência: él tiempo
Colores y luz
Existe quizá aqui una analogia con las respuestas que aparecen en el
Intento de interpretación de formas de Rorschach, que son senaladas
con Fb, Hd y F(Fb). Precisamente la última signatura, la F(Fb), parece
lu más apropiada para forma general de la percepción de color y luz
en los suenos.
Personajes y acción
Los suenos son una acción dramática. Este hecho dramático ofrece
a veces (no siempre, como se quiere afirmar en la escuela de C. G. Jung)
un arranque y una «lisis»; incluso los suenos como tales pueden ser el
arranque para todo un período; así ocurre con el «sueno inicial» en
el análisis (C. G. Jung).
Este hecho onírico está mantenido por personajes principales en
tanto que el sueno se ocupa de alguien. Los suenos no tienen realmente
figuras secundarias, figuras que no sean esenciales. Los suenos quieren
ignorar la elección por la que se distribuyen «papeles principales» y
papeles de segundo rango. Existe una tendencia en el drama moderno
que reproduce esta especial perspectiva en la valoración de los perso
najes de la acción. La persona de la que el sueno se ocupa es siempre
protagonista. Su importancia es primordial. En una novela clásica y
bien organizada, un personaje dei que se ocupe el autor sólo posee
una importancia funcional frente al protagonista o a la tesis principal.
Se da aqui también para los personajes de la acción una perspectiva
con un primer plano caracterizado y con actores secundários. En los
suenos, los actores que parecen existir en segundo plano son comple
mento de la acción, como lo era el coro en el teatro griego. El fondo
permanece insinuado y se completa por conocimiento.
I,u ontogénesis de la personalización 143
mos.—10
146 Bios» Psique. Persona
La objetividad; causalidad
Sentir y querer
Sueno y delirio
El ejemplo dei sueno núm. 4 (v. pág. 132) se deja retrotraer causal-
mente (por ejemplo, por asociaciones diversas) a un afán de prestigio
reprimido y también, a su vez, al deseo de ser reconocido por la figura
de un padre. Como proyecto final se puede erigir la advertencia de per
manecer más pasivamente. Considerado prospectiva y amplificativa-
mente, dice el sueno al sujeto sonante (como éste mismo interpreta)
que es imposible determinar con precisión la actitud acertada en la vida;
nunca podemos soslayar una «equivocación»; como expresión de la
existencia actual, el mismo sueno fue interpretado como una búsqueda
de la gracia. (Naturalmente, esta interpretación tampoco es completa,
quiere proporcionar sólo una indicación de las diferentes direcciones
posibles).
sexual, pero sólo puede existir porque una parte de la sexualidad está
dirigida al propio yo y con ello se ve entregada al egoísmo.
En el ano 1915 aparecieron una serie de escritos de Freud, Instinto
y destino instintivo, E l desplazamiento, E l inconsciente, Observaciones
sobre el amor de transferencia (todos en el vol. X), y algunos otros,
donde se precisa la ya perfilada teoria dei instinto.
Hasta ahora nos ha conducido la evolución dei pensamiento freu
diano a saber que la formación dei super-yo (esto es, la formación dei
concepto de super-yo en el propio Freud) se desarrollo necesariamente
a partir dei dualismo instintivo. El nuevo período que empieza, en el
que el sexagenario Freud se enfrento no sólo con las consecuencias pe-
simistas de su pensamiento, sino también con la espera de la muerte y
con las impresiones de la destructora guerra mundial, nos trae fatal
mente un motivo que hasta ahora había sido tocado simplemente de
una forma marginal: el instinto de muerte.
El amor sigue siendo para Freud expresión de la libido, y lo seguirá
siendo en adelante. Pero el odio ocupará cada vez más el centro de sus
consideraciones, pues le parece ser más complicado en su origen que la
misma libido. No es ninguna simple oposición al amor; hay que apren
der a distinguir, según Freud, varias categorias de odio. En concreto,
el amor mismo es originariamente narcisista, autoerótico, y los primeros
grados dei amor maduro marchan a través de un desarrollo ambivalen
te. «En primer lugar reconocemos nosotros al ingerir o devorar como
una especie de amor que está unido con la anulación de la existencia
especial dei objeto, tanto que puede ser designada como ambivalente.
En los grados superiores de la organización pregenital sádico-anal actúa
la tendencia hacia el objeto en la forma de afán de posesión para la
que es indiferente el perjuicio o el aniquilamiento dei objeto. Esta for
ma previa dei amor es apenas diferenciable en su conducta frente al
objeto dei odio. Con la creación de la organización genital ha llegado a
ser el amor lo contrario dei odio» ( Trieb und Triebschicksale, 1915, X,
231). Y a ello sigue el ya conocido pensamiento: «E l odio, como rela
ción con el objeto, es más antiguo que el amor, surge de la primitiva
renuncia al excitante mundo exterior por parte dei yo narcisista. El
odio mezclado de amor proviene en parte de los primeros grados no
completamente vencidos dei amor, por otra parte se basa en las reac-
ciones de renuncia de los instintos dei yo, que se pueden referir a
motivos reales y actuales en los frecuentes conflictos entre los intereses
dei yo y dei amor» (X, 231-232). Del hecho de que el amor inmaduro y
ambivalente lleve también vestígios narcisistas (lo que propiamente es
una tautología) quiere Freud colegir que el principio dei odio antecede
al principio dei amor, puesto que aquel principio es buscado en el yo
Bios. Psique. Persona
E l instinto de muerte
BIOS.— 12
178 Bios. Psique. Persona
donde la vida vence más allá dei yo, mientras que para Freud, que ha
salido de su dogma de la antinomia instintiva, la muerte sólo puede ser
comprendida más allá de la libido, como fin en sí misma y como no ser.
No es asombroso que los instintos sexuales, que ahora valen para
Freud definitivamente como propios instintos de vida, sean vistos como
formación reciente y constituida por azar (X, 61). Este acontecimiento
casual es el deus ex machina necesario y hay que explicarlo como aquel
trastorno en el reino de la muerte, de que hemos hablado a la sazón;
los instintos sexuales, estos instintos extraordinariamente violentos,
están reducidos sorprendentemente en su significación. Ante el hecho
de la muerte tan sólo queda dei supuesto pansexualismo de Freud que
instinto de vida e instinto sexual son una y la misma cosa, pero cuán
casualmente, cuán sin fuerza y cuán inútilmente.
Entre tanto, en este reino de la muerte la notable y ocasional per-
turbación por medio de la sexualidad no es capaz de evitar de antemano
Ja ruina dei individuo. Entonces tiene que acentuarse fuertemente otro
deus ex machina, la propia libido narcisista. Aprovechando la ocasión,
también se critica de nuevo la concepción de Jung, solamente porque
ella no se aviene con una imagen dualista dei mundo; para fundamentar
el instinto de muerte tiene que subsistir una concepción dualista dei
mundo, y de aqui que tenga que ser introducida una libido, amante de
sí misma, como vínculo entre vida y muerte:
«Tenemos que acentuar tanto más el carácter libidinoso dei instinto
de propia conservación, puesto que vamos a dar el paso siguiente para
conocer el instinto sexual como el eros sustentador de todo y separar
la libido narcisista dei yo de las aportaciones de la libido con las cuales
se unen entre sí las células somáticas. Pero ahora nos encontramos de
repente frente a la cuestión de que si también los instintos de propia
conservación son de naturaleza libidinosa, quizá entonces no tengamos
otros instintos que los libidinosos. Al menos no son visibles otros. En
tonces se debe dar la razón a los críticos que desde el principio han
presentido que el Psicoanálisis explica todo desde la sexualidad, o a
los más nuevos, como Jung, que resueltamente utilizan libido en lugar
de «fuerza instintiva». <?No seria esto así? De ninguna manera es este
nuestro propósito. Hemos partido más bien de una aguda separación
entre instintos dei yo, instintos de muerte e instintos de vida. Estába-
mos dispuestos a tener en cuenta también los supuestos instintos de
propia conservación dei yo junto con los instintos de muerte, cosa que
nosotros retiramos, rectificándola a partir de aqui. Nuestra concepción
era desde el principio dualista y hoy lo es más aún, desde que no llama-
mos ya a los opuestos instintos dei yo e instintos sexuales, sino instintos
de vida e instintos de muerte. La teoria de la libido de Jung es, por el
182 Bios. Psique. Persona
negativos dei alma. Pero Freud pone expresamente este mito en relación
con el narcisismo dei super-yo:
BIOS.— 13
194 Bios. Psique. Persona
BIOS.— 14
210 Bios. Psique. Persona
(ver cap. X III) hay que entender la muerte corporal como desgaste de
los instrumentos al servicio de la incontenible ascensión de la vida
(R. Ruyer, Néo-Finalisme, Paris, 1952, págs. 108-109). El «instinto de
muerte» seria, según esto, la necesidad de la vida de superar una etapa
instrumental en su evolución, y la corporalidad mortal seria una ma-
nifestación provisional de la «interioridad» de la vida que se agota.
Como se ha dicho, la discusión acerca dei «instinto de muerte» no
está sólo «más allá dei principio dei placer», sino que como tal hay que
solventarla más allá de lo empírico.
Sublimación
II, 2.a ed., Paris, 1948). Acerca de esta ampliación dei concepto «muta
ción» hay muchos pareceres. Aqui quiere decirse que el hombre es ca
paz de realizar saltos evolutivos en cierto modo totalmente interiori
zados, es decir, no ligados a la especie y, por consiguiente, tampoco
heredables (sobre esto, v. más abajo, pág. 298).
Resumen
bía ser para él lucha entre sexualidad y muerte), ha pasado por alto
prácticamente otras significaciones, en tanto que las tomó sencillamen-
te como productos de esa lucha.
Si por método freudiano entendemos sólo la asociación libre y la
ecforia, no nos ajustaremos completamente, pues, a la verdad. Toda
psicologia analítica utiliza este método y, sin embargo, Freud no reco-
nocería a sus hijos. Por la dirección que ha dado a su método quedan
abarcados a la fuerza los resultados de aquél. Estos resultados signifi-
can teoricamente que el «instinto de muerte» es el instinto primário;
en la práctica significan los resultados que todos los desarrollos aní-
micos incompletos y todos los actos fallidos están condicionados por
unas Iimitaciones traumáticas de la sexualidad, por el instinto de muer
te. Las consecuencias terapêuticas dei psicoanálisis de Freud no son
concebidas estadísticamente, pero aparecen a todo observador sin pre-
juicios como inatacables. Esto no demuestra, a pesar de todo, la exacti-
tud completa de los resultados. La significación extraordinaria de la
amenaza dei instinto de vida no quiere decir todavia que otros valores
existenciales callados, pero más refinados, no sean importantes para
el equilibrio dei hombre. También una neurosis está supradetermi-
nada. Admitimos que para curaria tengo que recurrir a la evolución dei
instinto de vida. Si omito esto, no la podré curar. Si me dedico a esto,
mejoraré en la mayor parte de los casos el cuadro clínico general. El
equilibrio dei hombre es el equilibrio dei hombre en su totalidad. Aqui
no se trata solamente dei equilibrio libidinoso en el sentido freudiano.
Tengo que investigar prospectivamente también otros valores existen
ciales si los quiero llevar a una síntesis personal. Vamos a servirnos de
nuevo dei «chiste» de Heyer: Si un neurótico suefia continuamente con
lapiceros, es evidente que yo los analice en orden a su vida sexual. Si
es satisfactorio este análisis, posiblemente mi neurótico aparecerá nota-
blemente mejorado. Pero en el caso de que yo no haya previsto, por
ejemplo, el hecho de que el paciente ha sido impedido en sus aficiones
de dibujante, de alguna manera por un conflicto, seria en este caso mi
trabajo muy poco acertado. Pero, además, estamos ya en el âmbito de
una cosmovisión, pues con Jung declaramos que si nos invade una in-
satisfacción, tendríamos que explicar lo que es realmente una disposi
ción natural partiendo dei complejo de Edipo.
La cosmovisión es un asunto de todo el hombre. El hombre observa
el mundo y aprovecha lo observado, los símbolos. De igual manera uti
liza la propia representación de sí mismo. Una imagen humana muti
lada conduce a «una imagen dei mundo de igual tipo». La hipótesis de
Freud, según la cual la vida anímica es un producto de la lucha de los
instintos, proporciona, aplicándola con precaución, una profunda visión
La ontogénesis de la personaíización 225
BIOS.— 15
226 Bios. Psique. Persona
sujetos vivos, la situación misma dei sujeto, son tenidas sólo en cuenta
en tanto que significan posesión, recesión y represión de la libido indi
vidual. Este solipsismo de Freud fue acerbamente atacado por los mar
xistas. Freud es, desde luego, materialista, pero un materialista de la
pequena burguesia, y Lenin, que apreciaba su inteligencia, le denomino
«padre espiritual de la pequena burguesia». Éste era un término mor
daz, pero muy certero. Usado consecuentemente, el método ortodoxo
psicoanalítico sólo puede llevar al individualismo extremo. Y, al con
trario, fue usado de forma tan consecuente porque procedia de una con
cepción dei mundo individualista. El Psicoanálisis pasa por alto la reali
dad de las premisas sociales. Ya Adler notó que el hombre no se des-
arrolla sólo como individuo, s.ino que representa un ser social. Los freu
dianos mantendrán en cambio que la vida social es un anadido, al cual
se amolda ya bastante la teoria dei super-yo. Desgraciadamente, esta
controvérsia recuerda a aquella que culmina en la cuestión de si «el
huevo nace de la gallina o la gallina dei huevo». Por eso los críticos
marxistas tienen por lo menos tanta razón como el freudismo que
critican, cuando le echan en cara que desvia los esfuerzos analíticos y
terapêuticos de los factores sociales a los individuales. Berge explica
la Revolución Francesa por la liberación de la agresividad frente a la
imagen dei padre en el sistema monárquico. Se mantiene seguro en
la línea de Freud (en Totem y tabú), el cual de su hipótesis, totalmen
te indemostrada dei crimen dei padre celoso hace la fuente de la
agresividad y dei sentimiento de culpa.
A estas construcciones se puede objetar con los marxistas que in-
vierten el orden natural de las cosas, porque son también explicables
algunos conflictos individuales tanto a partir de las condiciones so
ciales como de sus contenidos históricos y econômicos. Toda indivi-
dualidad tiene también un aspecto social. El Psicoanálisis — que es la
más individual de todas las técnicas psicológicas— , gracias al fenôme
no de la transferencia llega a ser elemento social. No olvidemos, ade-
más, que el «ello» y el «yo» y el «super-yo», represión, sublimaciones y
limitaciones, no son más que procesos simbolicamente mantenidos. Es
tos procesos así mantenidos cumplen su cometido sólo en tanto no
se pierden de vista la totalidad de la persona humana y sus relaciones
trascendentes. Estas aproximaciones figuradas son hitos para una hi
pótesis de trabajo sagaz. Se puede achacar, sin embargo, a la escuela
ortodoxa psicoanalista que haya hipostasiado las imágenes. Con ello
no sólo ha sustituído una mitologia por otra. Éste seria un error rela
tivamente pequeno; en realidad, sucede algo peor. También la realidad
objetiva, o sea la que configura de hecho la vida, fue sustituida por esta
mitologia. Se explica una revolución a partir dei complejo de padre;
La ont o gênesis de ta personalización 121
sus relaciones están informadas por estructuras que nacen de esa «esen
cia instintiva», los caprichos dei hombre, en consecuencia, han de tener
el solo fin de asegurarse de forma cada vez más compleja la satisfacción
dei instinto. El aceptar también la desgracia se convierte de cualquier
forma en satisfacción, masoquismo. Esto puede parecer así, en cierto
número de casos, pero ha de darse en una categoria de la desgracia no
analizable, a la que uno se pueda adherir sin querer de esta forma
alcanzar la satisfacción por la escalera de servicio. Sin tener en cuenta
el fundamento trascendente de semejante adhesión, se puede compro-
bar empíricamente que en el placer acecha oculto el displacer (ambi
valência). Toda descarga dei instinto reprimido lleva consigo caracte
res ambivalentes subjetivos: animal post coitum triste. Oscar Wilde
opina que el hombre está acechado por dos trágicas calamidades. La
primera radica en no poder realizar los deseos; la segunda, en su reali
zación, cosa que nos hace pensar en San Agustín (cfr. S. Agustín, De
doctr. christ., 1, 38: «Entre lo temporal y lo eterno existe la diferencia
de que lo temporal es más apetecido antes de poseerse, pero sucede
que cuando se consigue no sacia el alma, cuyo asiento más seguro y
verdadero es la etemidad; lo eterno es tanto más amado cuanto más
se apetecia y ansiaba...»). En la gran obra, que publicó conjuntamente
con J. Breuer, cierra Freud a sus treinta y nueve anos sus revolucioná
rios Estúdios sobre la histeria con las siguientes palabras: «Se conven-
cerán de que se habrá ganado mucho si nos es posible transformar la
miséria histérica en una desgracia vulgar» (I, 312).
Se puede uno preguntar cómo diferencia un psiquiatra entre la
miséria normal y la patológica. En todo caso Freud ha intentado racio
nalizar su conocimiento acerca de la necesidad de la miséria (de la his
térica o de la vulgar) por medio de la grandiosa teoria dei «instinto de
muerte». Si todo mal es inmanente para él, a la inversa, toda tras-
cendencia ha de ser ilusión. Así se comprende que el riguroso investi
gador, el clínico exacto al que hemos elogiado antes, escribiera un libro
dedicado a la Religión y que denominó E l futuro de una ilusión. El
esceptico quedó aqui a merced de una creencia tan indemostrable como
lo es la cristiana. Sólo el signo y ei matiz de esta fe están invertidos.
Es el signo de la inmanencia total. Es suficientemente notable que la
supresión dei elemento mágico dei animismo no pueda estar protegida
de la primitiva superstición. En este dilúvio dei inmanentismo sólo
podia aferrarse Freud a la esperanza de su siglo, al progreso. De tal
forma que uno de sus más fieles discípulos, el sacerdote Oskar Pfister
tituló el libro de réplica al maestro La ilusión de un futuro.
Emil Ludwig ha dedicado su más desvergonzado libro al «Desen
cantado Freud». Intentó probar que todos los complejos descritos por
230 Bios. Psique. Persona
el maestro son en primera línea «los más inmorales», los que le reco-
mieron su alma. En ello vemos al enano que quiere caricaturizar al
gigante. El malvado mago en Freud no está solamente en esta pobre
reducción. A Freud hay que medirlo con la vara de los hombres más
grandes. A Sigmund Freud no lo podremos entender completamente a
partir de su complejo de Edipo. Sólo una Antropologia verdadera, aquella
que procure tener en cuenta a toda la persona, tanto en su materiali-
dad como en su espiritualidad puede ser columna de una verdadera
Psicologia y sobre todo de una autêntica Psicologia profunda. En los
dominios de la Antropologia fue Freud el gran hereje, igual que todo
hereje ha reunido unos profundos conocimientos con los que ha servi
do indirectamente a la verdad. Si ha de entenderse la idea de que una
Antropologia integral sólo es posible sobre una base de Cristología,
también es comprensible que todas las herejías cristianas antiguas se-
nalan muy claras analogias en el âmbito de una Antropologia aún tan
secularizada. De todas formas, no está claro por qué estas analogias
no debían de existir. Así, la «herejía» de Freud es, por su orientación,
de tipo «nestoriano», ella acentuo la naturaleza material y preparó a
partir de esta exageración el camino al espiritualismo «monofisita»
dentro de la Antropologia.
Pero grandes e importantes verdades quedaron en la Antropologia
como herencia de este hereje. Pues la herejía siempre es exageración
de una verdad relegada, que a partir de su posición relativa se extrae de
la estructura de la visión que el hombre tiene de la verdad, para con-
vertirse de verdad parcial en dogma absoluto. Este es el mecanismo
que se da siempre en una acentuación afectiva de un aspecto parcial
que tiene como consecuencia la renuncia de la jerarquía de valores.
Freud ha producido algo positivo cuando dio vida a la contraherejía
antropológica dei siglo xix. Piénsese otra vez cómo estaba conformada
la imagen científica dei hombre al comienzo de su actividad. El hombre
inmanente y autônomo de la Psicologia dominante no tenía ningún con-
flicto y estaba muy pagado de sí mismo. Esta imagen falsa dei hombre
se mantenía sobre una exagerada «Psicologia de la conciencia» que
hacia al hombre un ser racional mecânico. Llegó Freud y desprendió
la máscara dei rostro de este ídolo. Él mostro que el hombre real y
concreto sentia de otra forma diferente a como pensaba, y deseaba de
otra forma a como él lo manifestaba. Pero como presuponía aún la
autosuficiencia dei hombre tenía que amoldar todas las relaciones dei
ser humano a una realidad trascendente, a un esquema evolutivo de un
alma inmanente; se descompuso su sistema poco a poco y el hombre
concreto, que según las obras de Freud había entrado ya alusivamente
en el camino de la Filosofia existencial, se convirtió paulatinamente en
La ontogénesis de la pcrsonalizaciôn 231
E l esquema de la evolución
BIOS.— 16
242 Bios. Psique. Persona
Cuando surge esta dimensión dei ser sale el joven de una crisis
para entrar en un nuevo estádio; ahora es cuando le va a ser cons
ciente su «ser-persona», en la medida en que estaba predispuesto ya a
ello. La relación personal fundamenta otra nueva forma específica hu
mana de la comunidad para la que las formas de la vida social animal
son su primer grado (v. Th. Bovet, Die Ordnung der Freiheit, Bern, 1951).
El hombre no sólo está «abierto con respecto al mundo», sino que
también está «abierto a la persona», a la persona dei otro. En la vida
sexual, la pareja tampoco es «un mero medio para la satisfacción dei
instinto o un colaborador para crear la comunidad familiar, sino que
en sí es una persona que en su totalidad está ligada con otra por medio
dei amor» (Bovet, op. cit., pág. 16).
Bajo este aspecto está indicada una apreciación crítica de la psico
logia individual. Primero hay que destacar que Alfred Adler fue el que
senaló el puesto de la Psicologia profunda en las relaciones dei indi
viduo con la sociedad humana, y así abrió un nuevo campo que tras
ciende esencialmente más allá de lo que Freud vio como acomodación
de la realidad. Conceptúa la evolución animica como una disputa entre
las exigencias dei yo y los deberes que contrae el instinto como miem-
bro de la comunidad.
Adler descubre lo perjudiciales que son posiciones sociales errôneas
para la posterior evolución (como la de hijo único, o el más pequeno o
el más feo); pero igual que el deseo de poder y de influencia, la impo-
sición parcial dei yo sin consideración a la comunidad no sólo provoca
trastornos en ésta, sino que conduce a la neurosis al que ha sido domi
nado por las fuerzas de es.e yo. Estos hechos caen bajo el aspecto de la
psicologia individual y dan lugar a una aportación esencial a aquello
que antes decíamos acerca dei estar referido dei ser humano. Así, por
ejemplo, Adler senala que hay que tener el valor de sacudirse el propio
yo y volverse hacia la comunidad.
Pero se caería en una peligrosa equivocación si al hombre se le con
siderara a partir sólo de su relación comunitaria, con lo que se redu-
ciría el valor propio dei individuo. Hemos de elegir también aqui el
camino intermedio y no echar en olvido el final dei mandamiento de
Cristo: «Ama al prójimo com o a ti m ism o.»
Aún más importante nos parece otro mal entendido. Adler intenta
abarcar al hombre a partir de las metas que se fija, quisiera ahondar
en la «ficticia línea directriz» de la vida. Creemos que ese punto de
vista final es muy importante, y nuestras acciones y operaciones están
determinadas también finalistamente; pero arriesgamos la afirmación
de que en el encuentro personal, como lo hemos presentado antes, no
existe una finalidad, una relación final de este tipo, y que más bien
La ontogénesis de la personalizaciôn 245
y de Brun («la muerte es finis, pero no telos de la vida») sólo son tan-
genciales. La muerte significa siempre para el hombre más que fin o
frontera (finis). Es también una meta de la vida (telos), en tanto que su
espera consciente manifiesta el carácter de persona dei hombre (Achim
Mechler, Der Tod ais Thema der neueren medizinischen Literatur, en
Jahrbuch fü r Psychologie und Psychotherapie, III, 4, Würzburg, 1955,
págs. 371 y sigs.; es fundamental Albert Niedermeyer, Handbuch der
speziellen Pastoralmedizin, VI, Sterben und Tod, Wien, 1952).
Creemos también nosotros que la muerte es una situación limite
(K. Jaspers) con lo que el ser adviene al limite de sus posibilidades,
pero ese limite se muestra precisamente transparente para otra rea
lidad muy superior a nuestras posibilidades, que sólo podemos presen-
tir. Estamos de acuerdo con V. E. von Gebsattel ( Prolegomena einer
medizinischen Anthropologie, Berlin, 1954, pág. 389) en que el aspecto
mortal, y por ello amenazador de la muerte, desaparece cuanto más dis-
puesto esté el hombre a dej ar se en manos de esa realidad que se siente
como personal. En este asentimiento a la muerte, en este dejarse hacer,
se quiebra al final toda condición dei yo dei hombre, desaparece toda
indisponibilidad (G. Mareei). El hombre se hace libre para un encuen
tro que llena a toda la persona. Pero no silenciemos que el hombre puede
negarse a ese asentimiento y con ello decide en la muerte su destino.
Para el cristiano aparece así, como Schmaus lo ha expresado, «a la
luz y se hace externa realidad sólo lo que como realidad oculta es con
cedido al hombre por el bautismo» (v. Von Gebsattel, op. cit.).
La muerte no es, pues, fin sino perfección dei proceso humano pro
gresivo de la persona.
Más que cualquier otra disteleología apuntan los trastornos dei es
quema ontogenético de personalización a la cuestionabilidad de un pun
to de vista meramente finalista; no sólo toda fase «sana» de la evolu
ción, sino también toda crisis o regresión de ese desarrollo cobran su
sentido inmediatamente a partir dei origen de lo propiamente humano.
Para un pensamiento finalista recto, igual que para otro causalista, la
enfermedad no «sólo» es un trastomo, sino que el envejecer e incluso
la muerte son catástrofes sin sentido.
Entretanto, nos muestra el proceso de toda fase vital que la perso
nalización depende dei desaparecer en un plano y alcanzar otro plano.
Hacerse viejo significa también ya extinguirse; y el morir es la actitud
vital más decisiva, aún más, como acabamos de decir, la última supe-
ración de una etapa. Con seguridad el problema de la muerte es el pro
blema antropológico central (cfr. V. E. von Gebsattel, prolegomena,
cit.); y, por otra parte, nos aventuramos a afirmar que la antropologia
de un Freud es, sobre todo, cuestionable en su aspecto tanatológico
(I. A. Caruso, Freud und die Psychologie, en Acta psychotherapeutica,
IV, 3, Basel, 1956).
El hombre es el único ser que puede ser conducido, incluso por una
catástrofe en su vida, al alumbramiento de su sentido; las catástrofes
son también símbolos dei encuentro con el mundo, imágenes de un todo.
Pero como aún hemos de ver, significa esto que las etapas de la perso
nalización, así como sus climas y sus crisis (incluidas la enfermedad y
la muerte) no pueden ser enjuiciadas sólo desde el punto de vista de la
formación dei yo. La personalización no está caracterizada por el he-
roico ocaso dei yo en el total narcisismo de la muerte (Freud), ni por
la individuación a partir de lo colectivo (Jung), ni tampoco por la socia-
bilidad dei yo (Adler), sino que una dirección de sentido en la perso
nalización senala hacia un abrirse y encontrarse dei propio yo en un
tú absolutamente personal.
C a p ít u l o X I
Del «e llo » al «y o »
y o : «Lo que era ello debe llegar a ser yo» (XV, 86). El hacer dei ello un
yo era precisamente la meta. No es fácil el figurarse de una manera
clara este proceso alquimista. Una formación de un yo es solamente
pensable si existen «yo-formantes». Pero éstos son de una nueva cuali-
dad óntica, son en determinado sentido «apriorísticos» y al mismo
tiempo «prévios» al ello. Con la maduración dei ello hasta un determi
nado nivel de organización surgen también estructuras y capacidades
funcionales que exigen la intervención, la aparición de nuevos forman-
tes. Sólo de esta manera podemos hablar de un desarrollo progresivo
dei ello al yo. Con esto no se puede cerrar de ninguna forma el proceso
(i seria una presunción este supuestol), sino que debe enriquecerse en
la dimensión dei yo. Freud (y con él todos los positivistas) ve este des
arrollo así, como si fuese ontogenético o escatológico, es decir, desarro
llo último y definitivo.
Freud no conoce ningún «sí mismo», ni ninguna «persona» en los
cuales surja el yo funcionalmente. Con todo, se pueden encontrar para
el «sí mismo» como núcleo unificador de la interioridad y de lo trans-
subjetivo, incluso aún antes, correspondencias de tipo homólogo en la
filogénesis (cfr. cap. X II). Veamos más de cerca el esquema. En la con-
sideración histórica dei desarrollo de las teorias de Freud hemos podido
precisar que Freud en un principio relativizaba el yo en favor dei ello,
pero poco a poco llegó a una revalorización extrema dei yo en la que
divisó lo antagônico dei ello vivificador. A pesar de sus inconfesàdas
simpatias, vio esta evolución de la vida a la muerte como una evolución
fatal, una incomprensible pero necesaria mudanza de las fuerzas desorde
nadas a las ordenadas, donde para él estaban siempre unidos el orden
con el orden de la muerte, con la inmovilidad y lo inanimado. Aunque el
Psicoanálisis ortodoxo no tuvo en cuenta las consecuencias finales, en
raizadas profundamente, que se desprenden de la teoria dei instinto de
muerte, sí hizo suya la evolución dei maestro, y de un Psicoanálisis dei
ello pasó a ser cada vez más un «Psicoanálisis dei yo». Esto no nos debe
maravillar, pues el yo es de hecho una potência ordenadora que per
mite al hombre en primer lugar la actitud moral y consciente. Parece
de hecho que el desarrollo humano deba ir «dei ello al yo».
Aqui se abre precisamente la cuestión fundamental con que luchó
Freud los últimos diez anos de su vida sin poder responderia. En el
caso de que el hombre sea un ser instintivo, debemos suponer que las
fuerzas que amordazan los instintos vivificadores están consagradas a
la muerte, y así llegó Freud a su teoria dei instinto de muerte. De aqui
que se produzca una situación inquietante que no admiten los psico-
analistas ortodoxos, cuando queremos convertir el ello dei hombre en
su yo consciente. Más claramente expresado, si estamos al servicio de
254 Bios. Psique. P ersona
BIOS.—-17
258 Bios. Psique. Persona
BIOS.— 18
274 Bios. Psique. Persona
complejas y numerosas son las relaciones colectivas (v. cap. X III), tanto
más finas son las variantes hereditarias (v. Discontinuidad dei desarro
llo, págs. 28 y sigs.). L. Szondi pudo plantear con razón, en una obra
genial, con frecuencia mal interpretada, según creemos, el problema de
un inconsciente familiar. Todas las variantes hereditarias de la especie
humana tienen también sus esquemas, que descansan sobre la ancha
base de los esquemas ligados a la especie y que continúan formando
la base para los esquemas individuales, teniéndolos que diferenciar, al
menos de forma ideal, rigurosamente dei influjo dei medio que estas
variantes ejercen sobre el individuo, por ejemplo, por la transmisión
(v. págs. 112 y sigs.). Se comprueba otra vez aqui que estos hechos com
plejos sólo se pueden considerar en relación con la polaridad especial
mente aguda entre la rigidez dei esquema colectivo por un lado y la
personal y única realización de la elección, por otro.
El «inconsciente familiar» es, según Szondi, si no se le quiere hipos-
tasiar, por lo que nosotros vemos, un esquema congênito compuesto
de muchos «estratos» posibles, delimitables heurísticamente. Por el con
trario, la simplificación a sólo tres de estos estratos, a saber, el incons
ciente colectivo, el familiar y el individual, expuesta por el propio Szondi
(por ejemplo, en su escrito Experimentelle Triebdiagnostik, II, Bern,
1947, pág. 2), no nos parece acertada, como hemos indicado más arriba.
Sin embargo, la teoria de los instintos de Szondi, a pesar de su pro
blemática y su arriesgada audacia, ha contribuido con sus puntos de
vista complementarios a nuestro planteamiento dei problema.
según Szondi, y como tal está ligado a un par genético instintivo, una
de cuyas partes proviene dei padre y otra de la madre. Dentro de la
necesidad instintiva específica se explica la diversidad de las formas de
manifestación por la múltiple variación dei mismo instinto-gene en el
sentido de una múltiple allelia, que puede alcanzar en un amplio campo
de acción desde la forma nativa inhumana hasta la más sublimada. Una
diferencia cuantitativa de las condiciones genéticas hereditarias puede
conducir, según L. Szondi, a una reacción patológica, por un lado, y por
otro, a una reacción socialmente valiosa. De todas formas, estas condi
ciones rara vez se heredan puras. Así se muestra en el individuo una di
versa fuerza de penetración de las aspiraciones instintivas que configu-
ran la dinâmica interna de las necesidades instintivas y con ello ejerce
una acción instigadora vital, mientras que los individuos de raza pura
estarían expuestos a la enfermedad (heterosis) o no estarían capaci
tados para la vida. Desde luego, el gene instintivo dominante está casi
siempre en primer plano, pero también el gene instintivo recesivo actúa
desde el plano posterior o, como dice Szondi, los predecesores y los
que a ellos les siguen están en una relación eminentemente dialéctica,
la cual, además, se agudiza todavia por la interferencia de las necesi
dades instintivas en los factores dei instinto y la interferencia entre sí
de los instintos aislados, su mutua influencia y dependencia. El hombre
viene al mundo, como dice Szondi (Triebpathologie, I f Bern, 1952, pá
gina 28), con un hatillo de contradicciones instintivas. Su estructura
instintiva hace pie en una construcción contrapuesta bipolar. Pero el
hombre no está totalmente entregado a esta «forma familiar de divi-
sión instintiva» hereditariamente condicionada, sino que puede enfren-
tarse a ella por medio de una forma personal de dirección y de defensa;
puede poner en movimiento y hacer girar por medio de su personal ac-
titud ese «escenario giratorio instintivo», que se divide en primer plano
y fondo, y puede ponerlo en movimiento, puede traer a primer plano
tendencias humanas, puede desplazar las patológicas, y a la inversa.
Puede frenar un giro dei escenario giratorio instintivo condicionado por
los influjos dei medio ambiente o también puede dejarlo girar, aunque
esta capacidad de la dirección personal y de la actitud, según Szondi,
pertenece ya en parte a las condiciones hereditarias. Destino signifi
ca, según el análisis dei destino de Szondi, un impulso electivo familiar
condicionado por la herencia, con el que la persona debe resolver sus
contradicciones instintivas; en la forma específica de solución que se
haya elegido se decide el destino de cada uno.
modo que lo hizo Freud (/ Futuro de una ilu sión !); frente a ello corre,
a la inversa, el peligro de hipostasiar ilusiones, pues partiendo sólo de
su objeto de estúdio no puede encontrar posibilidad de división entre
la realidad objetiva y una ilusión, que puede ser realidad subjetiva. Así,
pues, «iq u é es ilusión? ^Bajo qué punto de vista podemos designar algo
como ilusión? £Existe algo en el alma que nosotros podamos designar
como ilusión?... Lo que nosotros llamamos ilusión es quizá una reali
dad animica de sobresaliente significación» (C. G. Jung, Seelenprobleme
der Gegenwart, Zürich, 1931, pág. 113). «Ilusión» seria para nosotros,
empero, un símbolo opaco, un oscurecimiento dei mundo y de la his
toria (cfr. cap. VI).
cit. por G. Frei, op. cit.). «Así, pues, la imagen de Dios, que actúa en
el hombre como factor psíquico desde el principio de los tiempos y en
todas partes, como lo prueba el consensus omnium, <?es absolutamente
idêntica con Dios mismo? Yo pongo de relieve expresamente que no es
así, o sea que no hay razón para semejante supuesto» (op. cit.). La
Psicologia no puede distinguir entre imago Dei (sí mismo) y Dios en sí
(es decir, sólo en concepto, no fácticamente). Ya el concepto «sí mismo»
indica un trascendente sobre el cual no puede obrar en absoluto una
ciência empírica. La experimentable numinosidad dei sí mismo es tan
grande que es muy posible percibir la manifestación dei sí mismo como
una manifestación de Dios. Los símbolos de Dios no pueden ser diferen
ciados de los símbolos dei sí mismo. Yo nada tengo que ver en que la
manifestación dei sí mismo tenga carácter divino. Yo no lo he inven
tado» (C. G. Jung, carta particular de 13-1-1948, cit. por G. Frei, op. cit.).
Nuestro maestro, V. E. Frhr. von Gebsattel, senala en una crítica
profunda al sistema de Jung (aun cuando no pudo conocer las afirma-
ciones que nosotros debemos a los últimos pasajes citados) que la
creación dei inconsciente resulta, por tanto, ambigua. Un motivo ar-
quetípico nos dice que el alma humana es «imago Dei», pero «en ello
se deja ver también otro motivo, propiamente el eritis sicut Deus. Como
alma-imago Dei simboliza a Dios. Pero como alma-sicut-Deus produce
la idea de una persona deificada. Sólo en su existencia psicológica tiene
el sí mismo notoriamente los dos aspectos». (V. E. von Gebsattel,
Christentum und Humanismus, Stuttgart, 1947, págs. 48-49). Y aqui se
sitúa la crítica de Von Gebsattel con todo rigor: «Se muestra aqui muy
palpablemente que la teoria dei sí mismo dei de Zürich no abarca a
«todo el hombre». En esta imagen humana falta la potência, a la que
afecta la decisión frente a las «creaciones dei inconsciente». El sí mismo
es incapaz para esta decisión, porque él produce y abarca como un fe
nômeno natural las formas opuestas y, por decirlo así, es compatible
con las dos. Pertenece precisamente a su totalidad el que tengan sitio
las dos posibilidades, la de la imago-Dei y la de sicut-Deus. Lo que falta
en la imagen humana dei de Zürich es la persona. Jung conoce sólo la
«persona», la caricatura de la persona, su afectación y su «encubri-
miento». Pertenece a la esencia de la persona autêntica el que esté en
el mundo y no sea de este mundo... Por eso sólo la persona puede ven
cer la ambigüedad dei inconsciente y decidirse entre el hombre-imago-
Dei y el hombre-sicut-Deus. La persona es potência superpsicológica, que
nosotros echamos de menos en la imagen yunguiana dei hombre. Sólo
ella pudo establecer una ordenación orientada en sus regias propias,
incluso en el caos de sus motivos religiosos ofrecidos por el inconsciente
y por las «experiencias internas», en tanto que ella las acepta y rechaza»
(V. E. von Gebsattel, op. cit., págs. 49-50).
Nosotros no podemos reconocer la legitimidad de esta crítica rigu-
rosa. No parece hacer justicia a Jung cuando en muchas ocasiones, de
las que hemos citado algunas, se ha mostrado contra la deificación dei
si mismo. A V. E. von Gebsattel no se le ha escapado la «secreta ten
dencia» que descansa en la inclinación de Jung a formular la «oposi-
ción contra la pretensión absoluta de verdad, que tiene la plenitud per
sonal dei Dios Trino» (Von Gebsattel, op. cit., pág. 52). Hay pocas espe-
La ontogénesis de la personalizaciôn 283
BIOS.— 19
290 Bios. Psique. Persona
Resumen
rencia de ideas, intuiciones y otras cosas por el estilo, sino más bien
como base generalmente eficaz de una conducta especificamente huma
na. En estos arquétipos se manifiesta, por lo tanto, la polaridad entre
la «ruina» dei esquema y la fuerza de iniciativa conformadora dei hom
bre producida por el yo: los arquétipos son factores de la historia, si
bien Jung mismo aparentemente los conceptúa sobre todo como in-
manentes.
LA DIALÉCTICA DE LA PERSONALIZACIÔN:
MASIFICACIÓN Y LIBERACIÓN POR MEDIO DE UNA
INSTRUMENTALIZACIÓN PROGRESIVA
las funciones dei organismo humano son sustituidas cada vez más por
prótesis. No sólo los órganos vitales importantes pueden ser verdade-
ramente reemplazados de una manera parcial por el modelo, sino que
hasta las funciones que corresponden al cerebro humano se hacen por
caminos mecânicos incluso mejor que por el mismo individuo. Por
ejemplo, la totalidad de una disciplina científica es para un sabio casi
incalculable. Una máquina puede leer todos los trabajos correspondien-
tes, establecer nuevas relaciones y procurar al científico una panorâ
mica trabajada y nuevos conocimientos que se desprenden de esas rela
ciones. El miedo que se muestra ante estos produetos inhumanos en el
verdadero sentido de la palabra da pie para una crítica muchas veces
no objetiva, la de que el rendimiento tiene que descender hasta tal
punto que ya no sea creador. Se olvida con ello que precisamente lo
creador en el hombre le permite delegar en cierto modo sus capacida
des instrumentalmente y originar de relaciones pre-dadas una máquina,
concluir nuevos sistemas de relaciones que el hombre mismo no pueda
ver. El modelo cibernético no tiene, en oposición al hombre, ninguna
potência de autotransformación en sí (de mutación). Puede solamente
operar con «datos a mano» en el marco de esquemas causantes esta-
blecidos. No se olvide tampoco que contenidos que han llegado a ser
conscientes, es decir, creadores, tienden a automatizarse y a actuar de
nuevo de forma inconsciente (ver págs. 60, 63 y 106). Lo creador perso
nal está en dependencia con la transmisión al individuo de iniciativas
anteriores específicas; pero esto automatiza, « instrumentaliza» lo ob-
tenido para asegurar nuevos logros.
Los críticos de estas inconcebibles y desagradables situaciones olvi-
dan que se trata aqui más de una transmisión de ciertas relaciones in
dividuales a grupos especializados o a lo colectivo que de una desper-
sonalización. Esta transmisión ha avanzado hace tiempo hasta lo in-
conmensurable; sólo nosotros notamos los efectos de esta transmisión
allí donde ella amenaza nuestra tranquilidad. Ilustremos esto con un
ejemplo especial; si un nino aprende a leer a los cinco o seis anos, se
apropia entonces de un material que ha sido trabajado, ganado y des-
cubierto a través de miles de anos; en pocos dias o semanas repite
el hombre con rapidez un camino sin fin que la humanidad desde los
primeros garabatos, desde los primeros signos, desde las primeras re-
presentaciones simbólicas, ideogramas, jeroglíficos, hasta la palabra es
crita, ha escalado penosamente. Si estuviese este nino obligado a in
ventar de nuevo la palabra escrita, es seguro que no lo lograria por
un camino individual; en ningún caso llegaría este individuo tan lejos
como ha llegado la humanidad unida. Él recoge los resultados de miles
de anos, de generaciones, de toda la humanidad. Y de esta forma se
La ontogénesis de la personalizaciôn 301
grado de perfección, que es, por otra parte, inferior a los órganos sen-
soriales y motores de los animales, pero que, por otra parte, es esen-
cialmente distinto. Esto no le corresponde a los animales, sin que falte
por ello algo esencial. Estas diferencias esenciales no pretenden desta
car en absoluto la manida diferenciación estática de los grados dei ser,
pues este radical «ser otro» caracteriza también cada especie e incluso
cada plano formativo individual. Una característica individual que cons-
tituye precisamente al individuo le presta algo que sólo a él corresponde,
sin que por ello surja una falta en otros individuos. Podemos resumir
estas consideraciones con el hecho de que la omnipotencia de la especie
es una propia representación inferior de la interioridad, pero no una
«tirânica» limitación de la individualidad en este grado. El poder de lo
colectivo llega a ser tirânico cuando oprime el despliegue específico y la
personalización y esta posibilidad se da con un grado progresivo en el
reino de las relaciones sociales. Tomada en sentido estricto, sólo una
sociedad humana puede ser tirânica, aunque tenemos que guardamos
de la reacción individual-anárquica, puesto que vimos antes (cap. X II)
que precisamente es inevitable para la personalización que se transmita
una serie de facultades individuales a la sociedad.
Además vemos que la específica diferenciación de las escalas y
grados dentro de los modos de la propia representación de lo vivo es
un indicio contra el ingênuo finalismo. El desarrollo se encamina hacia
el hombre, pero no en sentido de un transformismo lineal, pues las
distintas especies conservan todavia hoy su modo ínfimo de represen
tación propia y nada nos autoriza a considerarlas como un puro medio
para la representación propia dei hombre.
que perm ite de form a óptim a tanto la seguridad dei instinto como la
ampliación de relaciones cósmicas en libertad creadora.
La persona es un principio inform ador incomunicable que repre
senta un optim um de individuación dentro de la especie, como también
un óptim o en las relaciones con el tú, consigo mismo y con el mundo
(cfr. W. J. Revers, D er B egriff «P e rs o n » in der Psychologie, en Jahrbuch
/. Psychologie u. Psychotherapie, III, 2-3, Würzburg, 1955, págs. 134-141).
Mientras que la interioridad presta por autorrepresentación al «philum»
dado la forma específica y anticipa siempre las características esencia-
les dei «philum» en y por sus representantes, el hombre es persona gra-
cias a su interioridad, aunque biográficamente aún no haya podido com
pletar su personalización. Quede esto dicho categoricamente frente a
toda sospecha de «darwinismo personalista» o «actualismo». «Persona
lización» es proclama, tarea; <?quién puede asegurar tenerla ya tras de
sí? A lo largo de la vida humana, después de cada progreso, en cada
estádio, después de cada regresión, de cada catástrofe, se realiza a lo
sumo una «síntesis personal» provisoria, siempre necesitada de perfec-
cionamiento, aunque nunca deja de tener efecto por completo. Por ese
término quisiéramos sustituir la denominación acunada por nosotros
anteriormente de «síntesis existencial» (cfr. I. A. Caruso, Psychoanalyse
u. Synthese der Existenz, Wien-Freiburg i. Br., 1952).
En el proceso de la personalización existe, pues, un movimiento
doble, y este acontecer sólo puede entenderse referido a una polaridad
existente entre lo colectivo y lo individual. Es bastante singular que la
mayor parte de las teorias sociológicas y también las psicológicas ven
estáticamente sólo un aspecto parcial de este proceso polar, y si lo
observan más de cerca abarcan solamente el aspecto lineal recto de la
evolución de lo colectivo a lo individual y de lo individual a lo colec
tivo, respectivamente. Entretanto, la exagerada colectivización trae con
sigo la especialización de un individuo dentro de una sociedad cerrada;
por otra parte, una exagerada individualización tiene como consecuen-
cia el atrofiamiento de las fuerzas vitales, pues el individuo no puede
percibir (de sí propio) todos los intereses y facultades de su especie.
El proceso de la personalización no es, pues, rectilíneo, y en su confi-
guración práctica fluctuó entre los esquemas arriba senalados. Pero,
mientras que se eleva a critério dei proceso total solamente uno de los
polos dei movimiento, se pierde el punto de mira para juzgar el aspecto
actual. Así se tiene presente, por ejemplo, sólo la masificación o la in
dividualización, y como hemos indicado en el capítulo anterior, no se
senala suficientemente que la libertad creadora dei individuo tiene que
ser adquirida a costa de la renuncia de muchas de sus prerrogativas.
314 Bios. Psique. Persona
BIOS.— 21
322 Bios. Psique. Persona
Marx, C., 123, 321. Rostand, J., 210, 316, 317, 318.
Mechler, A., 246, 247. Rudert, J., 248.
Meister, R., 299. Russeli, E. S., 41, 43, 45, 48, 51, 208.
Mendel, G., 32. Ruyer, R., 44, 45, 52, 209, 210.
Meng., H., 212, 249.
Merleau-Ponty, M., 314, 315.
Michotte van der Berck, A., 215. Sachs, M., 99, 114.
Mickorey, M., 206. Sánger, A., 239, 240.
Morgenthaler, W., 206. Sante de Sanctis, 152.
Sartre, J.-P., 80, 98, 315.
Scheler, M., 18, 84, 2121, 242.
Schelsky, H., 324.
Nadeau, M., 154.
Schindler, R., 122, 153, 249.
Natoip, 20.
Schindler, S., 7, 236 y sigs., 245.
Neumann, E., 56, 286, 291.
Schlick, M., 74.
Niedermeyer, A., 233, 247.
Schmaus, 247.
Nietzsche, F. W., 105.
Schmeing, 245.
Nuttin, J., 118.
Schmiedecker, K., 195.
Schneider, C., 128, 151.
Schrõdinger, E., 208.
Orígenes, 202.
Schultz-Hencke, H., 16, 159.
Schwartz, L., 94.
Siebeck, von, 42.
Pablo, San, 111.
Siegmund, G., 245, 246.
Pauli, W., 287.
Silesius, A., 242.
Pauwels, L., 261.
Smolitsch, I., 261.
Pawlow, I. P., 69, 157.
Spemann, H., 41.
Pfánder, A., 217.
Spiel, O., 171.
Pfister, O., 229.
Spitz, R. A., 236.
Piaget, J., 149, 201, 241.
Spranger, E., 242.
Pieper, J., 321.
Stekel, W., 104, 159, 169, 170, 193.
Pio X II, 262.
Stem, W., 14.
Platón, 70.
Stõhr, A., 96.
Poincaré, H., 107.
Szondi, L., 197, 199, 219, 232, 268, 269, 270,
Politzer, G., 79, 98.
274 y sigs., 288, 290 y sigs.
Portmann, A., 18, 36, 37, 43, 44, 52 y sigs.,
158, 236, 246, 269.
Põtzl, O., 109.
Teilhard de Chardin, P., 38, 301, 314 y
Pradines, M., 214, 215, 216, 289, 298.
sigs., 319, 321, 322.
Tertuliano, 284.
Tinbergen, N., 47, 48, 55, 58, 158.
Quispel, G., 286, 291.
Toman, W., 199.
Págs.
INTRODUCCIÓN
i Ciência de lo inconsciente?..................................................................... 12
tCiencia de Io consciente indirecto? ........................................................ 13
Ciência dei devenir consciente............................................................... ,. 15
Ciência de las formas de la conducta con respectoal devenir cons
ciente progresivo 16
Ciência dei instinto vital con respecto al devenir consciente progresivo. 17
Ciência de la personalización progresiva.................................................. 18
PRIMERA PARTE
LA FILOGÉNESIS DE LA PERSONALIZACIÓN
Energia y v i d a .......................................................................................... 25
Instinto vital y conducta en el desarrollo filogenético ....................... 28
Págs.
SEGUNDA PARTE
LA ONTOGÉNESIS DE LA PERSONALIZACIÓN
Págs.
Capítulo IX. Continuaciôn dei excurso: Discusión sobre el destino instintivo. 192
í n d i c e d e n o m b r e s p r o p io s 327