Argentina Diez Años Luz
Argentina Diez Años Luz
Argentina Diez Años Luz
A una década de su llegada al poder, el kirchnerismo opera como si estuviera inmerso en una
transición eterna, como si la herencia procesista, alfonsinista y menemista siguiera intacta. La
“democratización” es una forma más de esta transición eterna de un gobierno que reparte de todo
–escuelas, planes, universidades– menos poder.
La notable revista Todo es Historia saludó la “vuelta democrática” con un número especial que
exploraba la historia de la tortura en Argentina. La tapa llevaba el dibujo de un prisionero atado a
una camilla y dos hombres trabajando sobre ese cuerpo, con un tambor de aceite lleno de agua al
costado. Decía: “LA TORTURA: 170 años de vergüenza argentina”. Y una bajada que
compendiaba el avance tecnológico: “del cepo al potro, de los azotes y estaqueadas a la picana, la
violación, los perros bravos…”. Así, el orden establecido en 1976 aparecía como un “orden
bárbaro”. Estado potro. El alfonsinismo significaba la ocupación civil de un Matadero. Un monstruo
que domar. No un paraíso que habitar.
Pero si en los años 80 la democracia nacía huyendo de la ESMA, el final de esa década cambió el
objeto del horror: los años 90 se inician huyendo de ENTEL. Siglas diferentes, que completaban
una alergia al Estado en dos de sus mil caras, pero no cualquiera de esas caras. Ese promedio de
liberalismo político primero (con los derechos humanos en el centro) y liberalismo económico
después (con los derechos humanos en la periferia) constituye el bloque desarmable y confundido
de la herencia kirchnerista: la que piensa que el 2003 es el primer año de un nuevo ciclo posterior
al de 1976/2001, con la breve transición 2002-2003, el lodazal duhaldista necesario del que brotó
“el loto kirchnerista”.
Por supuesto, se trata de una narrativa simplificadora. El kirchnerismo, tal como cuenta las cosas,
parece haber nacido en 1983, con todas las herencias intactas: el aparato represor, Papel Prensa,
el fracaso librecambista, etc. Y sin embargo, aunque son difíciles de decir, hay hechos tapados en
los gobiernos previos a 2003. Menem, por ejemplo, terminó construyendo paradójicamente el
disciplinamiento militar ideal para el posterior juzgamiento de derechos humanos (indultó y
desabasteció a las Fuerzas Armdas a la vez) y el orden político (vía convertibilidad) con un primer
gobierno civil fuerte capaz de gobernar la economía. Tal vez la democracia necesitaba eso y no
importaba cómo: un gobierno sólido. El alfonsinismo fue el preámbulo del orden democrático y su
hoja de ruta. Pero el 2001 barrió todos esos saldos posibles.
Con la percepción lúcida del resultado de esas décadas se produjo el primer gobierno progresista
del peronismo (el “progresismo posible”) que se construyó subrayando todos los días que “la
transición no terminó”, estirando el espejo procesista en su teoría de continuidades: Magnetto es
Videla, Macri es Videla, el neoliberalismo es el genérico. Y con su intuición: una contradicción te
lleva a la otra. Sin embargo, el primer gobierno de Kirchner (2003-2007) se rebeló contra
enemigos del imaginario progresista que estaban fuera de la sociedad: FMI, fondos buitre,
militares. Nadie se hizo cargo de defenderlos. Cuando le tocó al campo, conjeturó que el mismo
imaginario ordenaba el conflicto. Kirchner dijo: “El campo es la oligarquía” y habló de ¡comandos
civiles! Pero le hablaba al país sojero que ayudó a construir. Yuyo verde: el petróleo de este
orden. Y ahí empezó lo que hoy conocemos: un kirchnerismo de segunda generación peleando en
el centro de la sociedad contra una parte de ella. Diría más: en el centro de la clase media, y
desatando la lucha de clases (medias): Lanata versus 6,7,8.
El Estado absorbió las tensiones, trasladó a su interior el desconcierto que había dejado la crisis y
produjo un sistema de regulaciones de conflictos. Un orden que promueve sus crisis. La forma de
control social que consiste en producir el conflicto para luego regularlo. El Estado absorbe y
devuelve el conflicto a la sociedad, en un sistema más complejo y atento a las posibilidades
graduables del caos. “A Kirchner no le gustaba ningún quilombo, salvo los que él promovía”, dicen
quienes lo conocieron. Y la conclusión más contundente: la transición sí terminó. Nadie más
poderoso que el Estado democrático es el resultado de estos años. El kirchnerismo teatraliza los
dramas que puede y se hizo enorme, ocupó demasiado espacio. Pronto surgieron los cantos
melancólicos del antiguo régimen: ¿cómo sacarnos de encima el kirchnerismo? Una identidad, un
relato, una política reparadora llena de costos. Pero un modo de conquistar dos ansias:
gobernabilidad con justicia social. Eso hizo. ¿Hay justicia social sin Estado autoritario?
En el 2001 se fueron los partidos, en el 2003 se empezaron a diluir las organizaciones sociales y
se ordenaron los sindicatos en su tarea “natural”… Esa disolución de potenciales representaciones
resultó irrefrenable, entonces la reconstrucción política tuvo como lugar exclusivo el Estado. ¿Qué
es la política? Operaciones de asalto.
Pero si el kirchnerismo opera como si estuviera inmerso en una transición eterna, ¿hacia dónde
estamos transitando? La transición fue un concepto importante del marxismo, ya que el socialismo
era la sociedad de transición al comunismo. Luego vinieron los gobiernos de transición a la
democracia. Pero el kirchnerismo, ¿hacia dónde transita? ¿Hacia lo que Kirchner llamó “un país
en serio”? ¿Soberanía crediticia, soberanía monetaria, soberanía de las instituciones por sobre las
corporaciones? Su gestión endeble en áreas fundamentales apunta a que su clave está en el
“ritmo político”. Esa soberanía es clara: la del tiempo. Un proyecto que lo maneja.
•••
En julio del 2012 se difunden las imágenes de “apremios ilegales” contra dos jóvenes en la
comisaría número 11 de General Güemes, a 55 kilómetros de Salta capital. Detienen a los cinco
policías implicados. Los denuncia el ministro de Seguridad provincial, con las grabaciones de los
hechos como prueba. Las imágenes habían sido filmadas desde un teléfono celular por otro
policía, que luego las subió a Internet. Los nombres de los jóvenes son Luis Mario Rodríguez y
Miguel Ángel Martínez, de 17 y 18 años. Estaban detenidos por “hechos menores”. Ladronzuelos,
los define un periodista de la radio estatal. Llegan al patio de la comisaría en calzoncillos:
Rodríguez tiembla y se encorva. Está parado con el pelo mojado en el invierno rapado del
calabozo a cielo abierto. A su lado, Martínez permanece de rodillas. Un policía lo sujeta de las
muñecas, le lleva los brazos hacia atrás. Es una escena de Medio Oriente, de un Abu Ghraib
salteño. De frente, el sargento Gordillo le pone la bolsa en la cabeza. Se percibe el know-how
intacto: la eficacia del submarino seco y los baldazos de agua fría sobre el cuerpo. No va a haber
marcas. “Basta, gordito”, parece que le dice Martínez en el mal audio del video. Las primeras
crónicas acentúan el error y reproducen esa extraña familiaridad entre torturado y torturador.
Gordillo es gordito pero Martínez no lo insulta, le dice: “Ya está Gordillo”. Ya está.
Martínez y Rodríguez quedaron en el medio de una interna policial que los ubicó en el encuadre
de un celular con cámara y, después, en el blanco algoritmo viral de YouTube, la plataforma que
permitió dar luz al caso, activar el reflejo social de su repudio y alentar la detención de los
efectivos. El policía que los filmó primero desmintió, luego reconoció ante el juez Pablo Farah que
subió el video. Versiones de disputas entre policías, de éste contra Gordillo, por una plata. 200
pesos.
Martínez tuvo la oportunidad de decir públicamente lo obvio: no era la primera vez que lo llevaban
al patio. Hay quien dice: son rémoras de los años de plomo en el país de la libertad. ¿Qué tienen
que ver los museos de la memoria con la tortura en una comisaría? ¿Existe algún hilo posible
entre esos centros culturales y Gordillo? La relación de los derechos humanos y los hechos de
tortura actuales –que persisten– ponen en tensión el federalismo tanto como las discusiones de
co-participación. Es, en tal caso, un signo más de la inequidad territorial en la distribución del
capital simbólico y cultural de los derechos humanos. Estado nacional y provincias: la polis de los
derechos humanos, con sus señalizaciones, sus museos y baldosas, hace centro en la Historia,
pero no puede terminar de proyectar su luz sobre el medioevo policial y penitenciario, monolítico.
¿Por qué nos sorprende que aún hoy se torture en una comisaría argentina? ¿Dónde existen las
garantías para que eso no ocurra más? Una policía que casi no resuelve nada sin pasarse de la
línea de lo lícito.
Hace algunos años, Videla decía en una entrevista: “En este momento en alguna comisaría de la
provincia de Buenos Aires se debe estar torturando a alguien”. Videla en este tiempo decidió
hablar, traer el fondo de mugre del río que sólo él puede dragar. En su voz mezcla razones de
Estado, lógica militar y sentido común. Su argumento es la “tortura continua”. En el fondo, una
conclusión: los pobres siempre sufrieron torturas. La tortura es clasista.
Pero la tortura asociada a la silueta militar tiene su propia línea de tiza: de eso ya no se habla. La
larga marcha de estos años acabó por borrar con la suela lo que se escribió con mano de hierro:
en las Fuerzas Armadas argentinas ya no se habla de tortura. No así. No en esos términos.
Un viejo soldado del Ejército Argentino al que conocí en Haití acepta hablar de este aspecto
sensible. En 2003, en otro golpe de efecto de los primeros días de gobierno, sale a la luz un video
sobre entrenamientos militares. Se veía cómo en plenos años 80 (presidencia de Alfonsín, nursery
de la democracia que venía a iluminar la noche más larga) los militares todavía entrenaban bajo
preceptos de la Guerra Fría y las técnicas de combate a la guerrilla. Eso incluía pruebas de tortura
entre los propios soldados. Eso que escandalizaba tenía una razón de Estado que aún perdura: la
formación de comandos.
“El curso –me explica– se llamaba ‘curso de comandos’, y lo que se denunció erróneamente era
un ejercicio de campo de prisioneros. Este ejercicio era la continuación de otro ataque a un
objetivo militar, y cuando éstos eran tomados prisioneros se estudiaba su comportamiento en la
captura. En 1995 este ejercicio fue reducido, se sacó del programa el campo de prisioneros y se
copió uno que se daba en el curso de selva de Manaos, en Brasil: menos tiempo y más exigencia.
Actualmente sólo se incrementa durante un período de tiempo la presión psicológica sobre el
cursante, a fin de obtener información y que éste no la brinde. No se aplican golpes o ninguna
clase de tormento. Los cursos de comandos son monitoreados por profesionales médicos y
psicólogos, y ante cualquier situación anómala se interrumpe el curso.”
¿Pero se habla de tortura en la formación? “No, no se habla de torturas, sólo se advierte que
según el tipo de operaciones para las que los comandos son formados, ellos podrán ser tomados
prisioneros. El ejercicio del campo de prisioneros buscaba desarrollar el instinto de supervivencia y
autopreservación física y psíquica, con la finalidad de lograr evadirse de sus captores. Hoy en los
ejercicios de presión psicológica en los que son sometidos se determina su comportamiento en
situaciones de stress extremo, y su capacidad de negar información vital a quien se la requiera”.
Según el primer informe anual del Registro Nacional de Casos de Tortura y Malos Tratos
presentado en 2012, sólo en 2011 se produjeron 791 casos sobre un total de 436 víctimas, en 6
cárceles federales, 21 unidades del Sistema Penitenciario Bonaerense y 3 institutos provinciales
para adolescentes. Por el momento el Registro tiene una función testimonial, a pesar de que a
fines de 2011 Diputados aprobó su implementación y la del Mecanismo Nacional de Prevención
que lo contiene y lo vuelve algo más que una acumulación estadística. Sin embargo, el proyecto
aún cabecea en el Senado. En tres décadas de democracia partes del Estado siguen siendo un
potro indomable.
•••
En diez años, el kirchnerismo repartió todo menos poder: repartió planes, contratos, cargos,
escuelas, universidades, hospitales. Todo menos poder. Los torturados de Salta tienen un
protector, pero lejos. En este sentido el gobierno es como Batman: baja sobre el problema que
elige, pero en el medio no hay nada. Su poder también reside en la exclusividad de ese poder. De
allí es que está rodeado por más consumidores de poder que productores de poder. Sólo
concebido en esa autoridad altísima se explica porqué echó del templo a políticos y sindicalistas
con proyección. Y se rodeó de “cuadros y base”. Le faltan siempre políticos.
Pero también el kirchnerismo, insistimos, reescribe la lengua marxista: troca la idea comunista de
“revolución permanente” por el republicanismo sucio de la “transición permanente”. Lo que la
lógica de la 125 fijó: si el campo es la oligarquía pero lo cuentan como si fueran Los Ingalls,
entonces hay que ir por quienes lo cuentan: ¿Qué te pasa, Clarín? Y si Clarín es el monopolio de
sentido, entonces habrá que serruchar la rama que lo sostiene: el Poder Judicial en el cielo de las
cautelares. ¿Y con quién se lidia? Con la ensalzada Corte Suprema que supieron concebir. Un
problema, entonces, empieza a ser la herencia del primer gobierno kirchnerista de “paz y amor”,
en el que se tomaron algunas “decisiones apresuradas” (la fusión de Cablevisión por ejemplo).
Porque durar diez años tiene algo de morderse la cola.
Un gobierno de intensidad al que no le importan las estadísticas, que destruyó el INDEC, que
prioriza el porvenir inmediato en el que todo obstáculo se puede “democratizar”. Ese estilo es su
perdición. Sin sintonía fina, con la “democratización” ocurre como con la Ley de Medios: mucho
bosque y pocos árboles. Un canto en la rama: “pluralidad”, “multiplicidad”, “radios comunitarias”,
riman bien, pero lo que debe regular el Estado es la aplicación de una ley que desciende a un nido
de víboras de un negocio cuya única criatura bíblica se llama Magnetto, pero que esconde otras,
muchas de ellas “amigas” del Palacio… El kirchnerismo, en esa ley, centró su dialéctica de la
democracia, llena de relato y silencios. Democratizar, en conclusión, será hacer la transición
infinita.
•••
Sopla el viento en Vaca Muerta. El Estado en el desierto espera cumplir el augurio: la estimación
de las reservas de petróleo que posee ese perímetro de suelo neuquino. Lobby en busca de
recursos, muchos. La esperanza huraña en ese pozo palpitante: la naturaleza está de nuestro
lado, gran sentimiento argentino. Al costado del camino. Soja y petróleo.
Periodista.
Editorial
Kirchnerismo y humor
Por José Natanson
El Ser que quiso multiplicar su imagen no ha puesto en la boca del hombre los dientes del león,
pero el hombre muerde con la risa.
Charles Baudelaire
La risa nació hace 7 millones de años. Los estudios pioneros de Darwin (1) detectaron risas en
chimpancés e incluso en gorilas, que ríen cuando juegan o simulan peleas, e investigaciones más
recientes comprobaron que aquellos monos que logran aprender el lenguaje de signos son
capaces de utilizar combinaciones incongruentes de palabras de manera jocosa, y que ríen con
ello. Como sabe cualquier padre o abuelo flamante, los niños chiquitos ríen con el juego de
aparición y desaparición súbita de una persona detrás por ejemplo de una cortina, y también con
el humor visual de golpes y caídas, cuanto más ruidosos mejor. Los adultos no tanto, pues el
desarrollo del lenguaje y las construcciones simbólicas los acercan a un humor más elaborado e
incluso intelectual (la evolución es asombrosamente similar a la del humor en el cine: las caídas
del cine mudo y los Tres Chiflados fueron reemplazadas por un humor más sofisticado cuando el
cine incorporó el lenguaje a partir de la aparición del sonoro).
¿Qué es el humor? ¿Por qué nos reímos? En su Crítica del juicio, Immanuel Kant asocia el humor
al absurdo: la risa sobreviene cuando se desploma una expectativa construida desde la lógica. El
psicólogo estadounidense Rod Martin completa esta intuición kantiana afirmando que la clave
consiste en guiar a alguien por un proceso mental que genera ciertas expectativas que a último
momento –el momento del remate– chocan con un cambio brusco de referencias (2). Hay algo de
catarsis en la descarga que provoca la incongruencia humorística. Y, usualmente, de espejo.
Como explica el filósofo francés Henri Bergson (3), el fantoche, el bufón o el payaso generan risa
en tanto representaciones deformes de lo que nosotros mismos somos. La risa, para Bergson, es
una descarga emotiva disparada por una proyección de algo que nos representa.
Muertos de risa
Por su tradición inmigratoria y su pasado de cuasi colonia inglesa (probablemente los aportes más
duraderos de Gran Bretaña a la cultura nacional hayan sido el fútbol y la ironía), la sociedad
argentina incorporó el humor como parte constitutiva de su cultura política. Si en los 80 la marca
del humor de la recuperación democrática estaba dada por Tato Bores y Sapag, en los 90 el
centro de gravedad se desplazó a Tinelli, que con el blooper y la gastada nos invitaba a burlarnos
sin culpa del tonto, del goma, del que tropieza o no encuentra las palabras (incluso si, como le
pasó a De la Rúa, el goma era el propio Presidente: había algo de desentronizamiento plebeyo en
todo aquello).
Como los restaurantes de tenedor libre con los gordos, Tinelli supo sacar lo peor de nosotros, y el
menemismo se ajustó extraordinariamente bien a ese momento: el humor del menemismo era el
humor de los cínicos y los quebrados, cuyo mejor exponente es por supuesto Jorge Asís, y cuyo
equivalente internacional más impresionante es Silvio Berlusconi, que respondió del siguiente
modo cuando un periodista le preguntó por los escándalos sexuales que lo involucraban: “Una
encuesta realizada entre las mujeres italianas –dijo Berlusconi– arrojó los siguientes resultados: el
33 por ciento declaró que se acostaría con Berlusconi, y el 67 por ciento dijo que se acostaría…
de nuevo” (4).
En la Argentina pos crisis, cuando recién comenzaban a acomodarse los destrozos del 2001,
surgieron dos nuevos ejemplos del humor nacional: la revista Barcelona, que se mantiene brillante
a pesar del paso de los años, y los personajes de Capusotto, sobre todo Bombita Rodríguez, cuyo
éxito Horacio González atribuye a la capacidad de “agrupar súbita e infantilmente, sin
mediaciones, términos provenientes de universos incompatibles: el mundo de las culturas
mediáticas y las jergas políticas más tipificadas” (5). Como se sabe, Bombita usa fijador de pelo La
Orga, es hijo de Evelyn Tacuara y se hace acompañar por Los López Reggae.
Aunque nadie podrá demostrarlo, Barcelona y Capusotto nunca hubieran podido prosperar en el
contexto de reenamoramiento democrático de los 80 ni en el sálvese quien pueda de los 90, pues
no hay ni ilusión pura ni cinismo en sus miradas, sino una línea política implícita que sintoniza con
la “segunda oportunidad” abierta tras la crisis y la repolitización de nuevos sectores sociales
empujada por el kirchnerismo. Cada uno a su modo, expresan la risa herida y a la vez aliviada de
la pos resurrección: el humor después del humor.
Hablemos en serio
El kirchnerismo carece prácticamente de humor. Y esto, que a primera vista puede parecer una
superficialidad, un simple comentario de estilo, es, desde mi perspectiva, revelador de rasgos más
profundos de su personalidad política.
Sucede que el humor, como señalamos al comienzo, implica necesariamente una cierta distancia
respecto de uno mismo. Ya sea bajo la forma de la ironía (la inversión del sentido literal de las
palabras), la parodia (que es la imitación burlona) o el sarcasmo (burla mordaz), el humor exige un
esfuerzo de alejamiento, un desdoblamiento que llevado al extremo puede derivar en la hipocresía
inescrupulosa de los cínicos, pero que bien administrado ayuda a iluminar problemas que no se
veían.
El tono oficial es solemne, y en este sentido resulta notable que el slogan original del kirchnerismo,
“Un país en serio”, que aludía a la recuperación de la gobernabilidad luego de la crisis, hoy refiera
al estilo general de su comunicación política. Porque hay una nota grave que el gobierno suele
tocar demasiado a menudo, como si en cada decisión y cada gesto se jugara la vida o la muerte.
Y si por un lado esto le permite convocar a la militancia y reunir energías que de otro modo
probablemente se dispersarían, por otro le imprime un carácter epopéyico –y hasta sacrificial– a
decisiones que a veces no lo merecen. En efecto, una de las consecuencias no deseadas de esta
forma de entender el mundo es la dificultad para establecer prioridades, y entonces cuestiones
verdaderamente pesadas como la imposición de retenciones o la pelea con los fondos buitre
adquieren la misma importancia que temas administrativos triviales como el traspaso del subte o la
creación de un polo audiovisual en La Boca.
Hay excepciones, como el senador Aníbal Fernández, que en su momento se definía como
“duhaldista portador sano”, e incluso los propios Kirchner, del desafío de vestuario de Néstor
(“¿Qué te pasa, Clarín?”) a los habituales giros de Cristina en sus discursos (el último fue la
alusión a los “gansos con micrófono”). También hay respuestas institucionales adecuadamente
informales: la invitación de Cristina a Pepe Mujica a viajar en el avión presidencial a la cumbre de
la Unasur en Lima y el saludo que intercambiaron contrastó con el estilo cortante del comunicado
de protesta de la Cancillería, que se negó a tomar las palabras del uruguayo como un caso de
incorrección política entre amigos, tan intrascendente como gracioso.
Como siempre, todo es una cuestión de contexto. Los cruzados, los revolucionarios y los líderes
ideológicos puros suelen carecer de humor. Ni Hitler ni Thatcher ni Lenin tenían humor, pero sí
Churchill y su célebre boutade (“Jordania es una idea que se me ocurrió en primavera, a eso de
las cuatro y media de la tarde”) y Chávez, que le decía “Mr. Danger” a George W. Bush. En
tiempos de guerra y revolución el espacio para el humor se achica, aunque algunos estudios
permitieron comprobar la persistencia de la risa incluso en situaciones dramáticas, como demostró
Chaya Ostrower en sus investigaciones sobre el humor en Auschwitz, donde la
autorrepresentación jocosa funcionaba como un mecanismo de defensa (no es casual que, de
Woody Allen y Philip Roth a Seinfeld y Ben Stiller, el humor sobre uno mismo sea una
característica central de la cultura judía).
Una década
Los diez años del ciclo kirchnerista habilitan el balance: desde el punto de vista económico,
estabilidad y alto crecimiento; desde el punto de vista social, reducción de la pobreza y también,
aunque menos notoriamente, de la desigualdad; desde el punto de vista del mercado laboral,
disminución del desempleo y de la informalidad; desde el político, polarización y batalla cultural.
Podríamos enumerar otros aspectos, muchos de ellos analizados en las notas que integran esta
edición, pero preferimos –arbitrariamente y para variar un poco– centrarnos en la relación del
kirchnerismo con el humor. Y en este sentido mi impresión es que el gobierno debería tomarse
menos en serio a sí mismo. No porque los funcionarios deban convertirse en payasos, pues no se
trata de imitar las dotes de Luis Juez (el político-capocómico) ni de Nito Artaza (el capocómico-
político), sino en el sentido de utilizar al humor como un espacio de descarga que permita echar
luz sobre temas nuevos, detectar incongruencias, descubrir contradicciones. El humor como un
ejercicio de autocrítica, esa “bomba controlada” que ayuda a revisar algunas cosas sin volar todo
por el aire y que, bien utilizada, puede ser una vía para explorar correcciones.
2. Rod Martin, La psicología del humor: un enfoque integrador, Ediciones Orion, 2008.
3. Henri Bergson, Ensayo sobre la significación de lo cómico, Losada, Buenos Aires, 1939.
4. Público, 6-4-11.
5. Página/12, 16-6-08.