El Brigadista y La Cocinera

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CARTA DE HOMENAJE A TULITA ALVARENGA

Una mujer serena, de gran sabiduría. Así vi a Tulita Alvarenga a

inicios del 2000 en un barrio de San José, Costa Rica, ciudad donde yo

había vivido ocho años atrás y trabado amistad con el salvadoreño

Sebastián Vaquerano, por entonces director de EDUCA. Sebastián, que

llegaría a embajador de su país en 2009, me había hablado de esta valerosa

mujer revolucionaria, incluso del cruce con Ernesto Guevara en la

Guatemala de Árbenz. Así que no dudé en trasmitirle mis deseos de

conocerla y dialogar con ella, a lo que accedió. Sabía que Tulita guardaba

una extensa experiencia de vida como luchadora y que de ningún modo

su figura estaba muy lejos de haber sido solamente “la mujer de” Salvador

Cayetano Carpio. Por supuesto ya conocía yo algo de la historia de El

Salvador -masacre de 1932, Farabundo Martí, Miguel Mármol, Roque

Dalton, el accionar del FMLN desde 1980 y por supuesto la trayectoria de

un dirigente de la talla de Cayetano Carpio y su trágica muerte en 1983-,

también había leído de éste último el libro Secuestro y capucha que reseña

con pluma vibrante el padecimiento que padeció junto a Tulita en manos

de los esbirros del régimen.

Finalmente de aquella charla con Tulita armé la entrevista que sigue,

que inicialmente se publicó en la revista Lezama (Nº4, Buenos Aires, julio

de 2004) y luego fue recogida en el libro Entrelíneas 2 (ediciones Desde la

Gente, Buenos Aires, 2006).

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Sirvan de homenaje estas líneas al recuerdo de esa maravillosa mujer

fallecida en julio pasado, y a todos los luchadores salvadoreños que han

bregado generosamente por el sueño de una patria más solidaria y justa.

Jorge Boccanera, Buenos Aires, agosto de 2020.

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El brigadista y la cocinera
El Che y la dirigente “Tulita”: cruce de destinos en Guatemala

A los 25 años Ernesto Guevara empieza a ser el Che. Está en Guatemala, el

parteaguas de su evolución política, donde se observa un indudable salto de

conciencia. Integra el grupo de asilados que llena la embajada argentina en una

Guatemala a las puertas del golpe de Castillo Armas. Acomoda la bombilla

pensando, quizá, que no hay ser más solitario que un argentino tomando mate

entre extranjeros que observan extrañados el rito. Casi nadie lo conoce –algunos

lo creen “agente peronista”- y él ignora quiénes son esas personas con las que va

a compartir dos meses interminables de encierro. No sabe ni tiene por qué

imaginarse los destinos de esas vidas que caminan al lado suyo: como el líder

estudiantil guatemalteco Ricardo Ramírez (con los años se transformará en

Rolando Morán, comandante del Ejército Guerrillero de los Pobres), el diputado

guatemalteco comunista y diputado campesino Carlos Manuel Pellecer (pronto a

convertirse en un converso) o Tulita Alvarenga, esa mujer sencilla que le sirve

un plato de comida (una dirigente popular salvadoreña a la que espera una

vasta experiencia guerrillera).

La historia guarda cruces de vidas, esporádicos pero tenaces, que van más

allá del dato anecdótico por la proyección posterior de los personajes. Guevara

llega a Guatemala a fines de 1953 y permanece allí alrededor de 9 meses,

dudando entre seguir viaje a China o Europa. Se acaba de recibir de médico en

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Argentina, pero en su nuevo destino realiza trabajos fugaces y mal pagos:

vendedor callejero de una figura de lata con la imagen del Cristo negro de

Esquipulas, enfermero, pintor de brocha gorda y, entre otras labores, peón en

una cuadrilla que descarga barriles de alquitrán. La mujer que le acaba de

alcanzar una fruta, Tulita, arribó escapando de la represión de El Salvador, pero

su compañero sigue preso; nada menos que el dirigente Cayetano Carpio,

“Marcial”, quien años después se convertirá en el máximo dirigente del Frente

Farabundo Martí para la Liberación Nacional.

Bajo la parsimonia de esa mujer octogenaria de extraño nombre, “Tulita”,

que vive hoy en Costa Rica, se agita una vida de lucha y de décadas de

clandestinidad. Este es su testimonio: Nací en Plazuela Ayala, un barrio popular y

muy pobre de San Salvador. Mi papá, Filadelfo Morales, obrero de la construcción,

murió cuando yo tenía 3 años y quedé al cuidado de mi mamá Carmen Alvarenga. Yo

uso el apellido de mi mamá porque yo era hija natural, ilegítima, como decían antes, y a

pesar de que mi papá me sacó la partida de nacimiento me pusieron el apellido de ella.

Mi papá eligió mi nombre, ‘Julia’ dijo, pero el empleado del registro civil no sabía escribir

bien y puso Tulia, así me dijeron ‘Tulita’ y me quedó para siempre.

Mi mamá no tenía profesión cuando murió él, yo comencé a trabajar de niña, a los

10 años. Era hija única, trabajaba en una tienda donde me daban los útiles para que yo

pudiera estudiar y la comida. Después ya saqué mi sexto grado, ¿verda? Tuve dos hijos

que crié solita. Seguí trabajando en tienda hasta que entré en una fábrica de gaseosas.

Yo no tenía inclinación gremial. Encontrar ese trabajo en la fábrica fue

importante, más estable. Entré en 1947 y cinco años después se vino la represión. Antes,

en 1930 hubo una matanza muy grande. Recuerdo a la gente atemorizad, contando cómo

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sacaban camionadas de personas a matarlas al campo, al que hablara contra el gobierno

lo acusaban de comunista y eso era una muerte segura. Esta represión del 52, durante el

gobierno de Oscar Osorio, fue en respuesta a la fuerza que estaba tomando el movimiento

sindical y popular.

Me detuvieron el 26 de setiembre de 1952 porque yo era dirigente sindical.

Cuando entré a trabajar a la fábrica existía una Asociación de Trabajadores de la

Industria de Bebidas, Gaseosas, Cerveza, Hielo y Agua Potable, pero estaban prohibidos

los sindicatos. Las mujeres participábamos en la lucha reivindicativa, muchas se afiliaban

aunque debían cuidar los hijos después de las horas de trabajo. Yo estaba en la dirección

del sindicato, me decidió ver las malas condiciones en la fábrica, los salarios bajos, los

despidos injustificados, ¿verdad?

En Guatemala se siente Guevara, por vez primera, parte en un conflicto

político; el que desata el aplastante poderío norteamericano frente al gobierno

reformista de Arbenz agitando el fantasma del comunismo. El mismo embajador

de Estados Unidos dirá luego de la entrada de los mercenarios: “Esta es nuestra

primera victoria sobre el comunismo en todo el mundo”. Guevara frecuenta a

exiliados cubanos que habían participado en el asalto al cuartel Moncada, al

intelectual nicaragüense Edelberto Torres que acaba de publicar la biografía más

completa hasta hoy de Rubén Darío, al norteamericano Harold White que se dice

perseguido por la CIA, pero el diálogo principal lo tendrá con la peruana Hilda

Gadea, en cuya biblioteca va a consultar libros del marxismo, y numerosos

autores desde Jean Paúl Sartre a César Vallejo. Divide su tiempo en el estudio

del pasado prehispánico y la escritura de un libro sobre la función del médico en

Latinoamérica. Frente la acción desestabilizadora de la United Frit, se acerca al

Partido Guatemalteco del Trabajo (comunismo vernáculo), visita los sindicatos

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(duerme en la CGT guatemalteca), y ya en plena crisis realiza prácticas militares

y se anota en brigadas de resistencia. En un texto escrito al calor de los hechos,

“El dilema de Guatemala”, concluye: “Es hora de que el garrote conteste al

garrote, si hay que morir que sea como Sandino”. Discute ardorosamente sobre

la situación, y pasa de la confianza en Arbenz, a exponer ante amigos más

mesurados como el argentino Ricardo Rojo la necesidad imperiosa de

implementar una resistencia que vaya más allá de la instancia diplomática. El 14

de junio cumple 26 años en medio de un ambiente tenso; escucha por la radio

que las autoridades alemanas, por presión de los Estados Unidos, retienen un

envío de armamento adquirido por el gobierno guatemalteco.

Estuve detenida casi un año. El gobierno, para justificarse, inventó un complot

comunista y amanecimos en la cárcel más de cien personas: profesores universitarios,

estudiantes y obreros. Ese año murió Eva Perón; todas las embajadas argentinas tenían

un delegado obrero con rango de diplomático, encargado de hacer llegar la propaganda a

los sindicatos. Yo no tenía mucha idea de ella, más que se dirigía a los trabajadores como

‘mis descamisados’; querían implantar en todos los países el sindicalismo peronista. La

propaganda la hacía ver como una benefactora. Pasaron una película sobre Evita en San

Salvador.

Pasé 11 meses presa. La presión popular hizo que el gobierno mandara algunos

opositores al exilio. No había pruebas del complot, el gobierno optó por negar a los presos

y quedamos secuestradas 18 personas, entre ellas mi compañero, Cayetano Carpio, nos

capturaron juntos, militábamos en el Partido Comunista salvadoreño. Alguien pudo

enviar una notitas a la familia y la noticia de nuestra detención se difundió por la

Asociación General de Estudiantes Universitarios, y abogados que pidieron la exhibición

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personal a la corte; pero la corte avisaba a la policía y nos cambiaban de lugar, nos

escondían en sótanos; íbamos de cárcel en cárcel, a veces en ambulancias.

Una medianoche nos sacaron a 14 –el resto quedó adentro, entre ellos Carpio- y

nos llevaron a Honduras. Allí la policía nos mete a la cárcel de Nacaome, un pueblito

fronterizo, después en lancha nos llevan a la ciudad de Mapala. Se enteró la Federación

de Estudiantes Universitarios de Honduras y reclamó por nuestra libertad. Fue que

decidieron, antes que dejarnos libres en territorio hondureño, mandarnos a Guatemala.

Viajamos en lancha y después en avión hasta cerca de las ruinas de Copan, todavía

ignorábamos adónde íbamos, pero un soldado tuvo lástima y nos dijo: ‘ustedes van a

Guatemala, ¿tienen dinero para pagar una bestias?’. A caballo llegamos hasta la frontera

de Florido que ya era Guatemala.

En Florido nos estaba esperando una gran escolta, explicamos que éramos

salvadoreños expulsados y allí todo cambio ¿verdad? Fíjese que cuando llegamos la

situación pues fue diferente, era el tiempo de Arbenz y el jefe de la policía nos dijo:

‘ustedes aquí están como en su casa’. Al día siguiente por pedido nuestro nos llevaron a

la Confederación General de Trabajadores de Guatemala.

Contra la opinión ¿discriminatoria? de algunos biógrafos del Che respecto

a que Hilda Gadea no debió causarle al argentino “una notable primera

impresión” (“chaparrita, regordeta, de ojo achinado que proviene de su abuela

indígena”, escribe Paco Ignacio Taibo), esa peruana de 27 años, sólidos

conocimientos políticos y sensibilidad especial hacia el arte y la cultura, va a

convertirse en su compañera. Militante del APRA, había escapado de la tiranía

de Odría y hallado trabajo en una institución que organizaba cooperativas

campesinas. Con Guevara comparte paseos, mítines, lecturas; juntos traducen

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poesía de Walt Whitman, intercambian visiones sobre corrientes revolucionarias,

charlas sobre el Popol Vuh. Se separan por breves lapsos: cuando Guevara sale

para renovar su visa hacia El Salvador o visita ruinas arqueológicas. A esa mujer,

que según sus propias palabras “Tiene un corazón de platino”, Guevara le

propone casamiento. Era una propuesta anunciada, por eso no cae como una

bomba, lo que sí truena en ese momento es el cañoneo de las tropas rebeldes al

mando de un coronel con la paradoja de apellidarse “Armas” y la tristeza de

exhibir un bigotito hitleriano. La propuesta llega junto a vuelos rasantes sobre la

capital de aviones que arrojan panfletos, en una intensa campaña de

hostigamiento, desinformación y propaganda. La crisis guatemalteca no dura

más de tres semanas y el gobierno cede sin dar lucha. El Che participa en

brigadas urbanas, mientras Hilda va presa y es interrogada sobre un tal ‘doctor

Guevara’. Cuando él quiere entregarse, un amigo lo convence de refugiarse en la

embajada argentina. Hilda sale en libertad a los pocos días y trata

infructuosamente de cruzar la puerta de la delegación diplomática para verlo.

Era el 54 y Guatemala vivía una situación bien tensa, el gobierno era democrático

de verdad, había dado amplias libertades al pueblo. Los salvadoreños formamos una

asociación para apoyar la revolución, participábamos en muchas actividades y

denunciábamos la situación en el Salvador. Cayetano seguía preso; se había fugado a los

seis meses de haber salido nosotros, pero lo habían atrapado. En Guatemala había un

clima de mucha tensión, una campaña anticomunista muy fuerte ¿verdad?, sobre todo

en las iglesias, contra los programas sociales del gobierno, que eran muchos, como los

comedores infantiles y las guarderías, que tanto beneficiaban a los niños. Yo llegué a

trabajar a esa guardería y me di cuenta de cómo trataban a los niños, ¿verdad?, le daban

ropa, buena alimentación, estaban muy bien atendidos, pero desde los púlpitos estaban

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diciéndole a la gente que debían sacar a los niños de las guarderías, porque eso era una

política para quitarle a los hijos a las madres.

Esa tensión pues, fue en aumento; llegaban aviones tirando propaganda y la gente

recurría a la CGT a pedir información, la gente quería defender la revolución, quería

prepararse, se ofrecían, pero nada se concretaba, ¿verdad? Me recuerdo que Victor

Manuel Gutiérrez, secretario general de la CGT y diputado, salía a decir ‘tengan calma

compañeros, la situación está controlada, todo se va a arreglar’. Él se asiló también. En

ese clima se dio el golpe de Estado, por esos días unos funcionarios del gobierno habían

pedido por televisión que el pueblo tuviera confianza, que el ejército era leal y estaba

combatiendo. Guatemala se había convertido en el áncora de salvación para tanto

perseguido político de Latinoamérica. Yo vivía donde una salvadoreña casada con un

guatemalteco, un alto empleado del gobierno. Un día regresaba del Hospital del Seguro

Social, donde trabajaba, y toqué la puerta pero no había nadie, se habían asilados en la

embajada del Ecuador, total que me quedé en la calle. Una compañera, Fidelina, me dijo

que los salvadoreños se iban a reunir para decidir, y se decidió buscar refugio en nuestra

embajada para obligar al gobierno a que nos reciba, pero no dejaban entrar a nadie. Los

compañeros decían que a las embajadas no se podía ir, que estaban todas custodiadas y

repletas de asilados. Otra amiga me dijo que su esposo habían ido a la de Argentina: ‘pero

yo no creo que usted pueda entrar porque a esta horas debe estar custodiada Ella había

preparado una maletita de ropa para llevársela a su esposo y dice: ‘si usted se anima y se

la lleva, tal vez la dejen entrar’. Pues démela, le dije. La embajada Argentina estaba

tranquila, solamente uno par de soldados. Entonces llegué y les pedí: ‘quiero que me haga

el favor de darme permiso de dejarle una ropa a un familiar que está aquí’. Me dijeron:

‘entre, pero sale luego’. Y ya no salí. Allí encontré unos 15 salvadoreños, entre ellos una

compañera dirigente del sindicato de costureras, Angélica Trigueros, muy buscada en El

Salvador.

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Guevara mastica su rabia y su impotencia, es un asilado en la embajada

de su país. Todo ha sucedido aceleradamente: el 28 de junio de ese año Castillo

Armas está en el gobierno y Arbenz refugiado en la embajada de México. El

argentino insiste en que había que armar al pueblo contra la invasión y de no

poder sostener la defensa de las ciudades principales, haberse replegado a zonas

de selva y montaña. Los ataques de asma son frecuentes, y para colmo quedan

inutilizados sus vaporizadores. Debe cuidarse en las comidas, ya que algunos

alimentos le desencadenaban una hiper reactividad bronquial. Cuando la

dolencia aumenta, se purga y ayuna. En la embajada le proveen esa comida que

a veces le prepara Tulita Alvarenga. Guevara juega al ajedrez, ayuda en labores

generales, deambula entre personas que comentan la llegada inminente de

salvoconductos. De parte de su familia recibe unos pocos dólares, ropa, yerba

mate, ejemplares de la revista El Gráfico y “un montón de babosadas”. Se queja

como león enjaulado: “Todo está complicado como la puta. Yo no sé cómo voy a

salir de aquí”.

¡Muchísima gente, viera! Más de cien personas en un terreno bastante amplio;

estaba la casa de la embajada y más adentro la chancillería, allí había personas

importantes, gente del gobierno, coroneles leales a Arbenz, dirigentes. Entre los que

dormían en la chancillería estaba el Che. La embajada, como le digo, era bien espaciosa

con un engramado grande donde nos sentábamos a conversar. Entre todos nos

organizábamos para hacer la limpieza, nos íbamos turnando, ¿verdad? Nosotros

estábamos durmiendo en el suelo, no había camas para todos.

Los primeros días fueron muy tensos. El embajador nos reunió para informarnos

que la embajada estaba siendo seriamente amenazaba, que planeaban asaltarla y que ellos

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estaban dispuestos a defender el derecho de asilo a como diera lugar. Estuvimos casi un

mes, yo iba a salir en el primer viaje, para la Argentina. Mi compañero, Carpio, ya estaba

en libertad y después de seis meses de prisión marchaba a México.

En la embajada estaba el Che, nadie lo conocía ni sabíamos cómo había llegado a

Guatemala, se decía que trabajaba con la juventud. Dicen que allí tomó conciencia y debe

ser, porque el gobierno de Arbenz había hecho la reforma agraria beneficiando a muchos

campesinos, se estaba mejorando mucho la situación y lo que vino después fue la gran

matanza de gente. Fue muy triste cuando nos enteramos que a Castillo Armas lo

recibieron en la Catedral con un Tedeum.

Lo recuerdo al Che como un jovencito delgadito, alto, con una camiseta hasta el

cuello bajo la camisa, porque padecía de asma; para los asmáticos los cambios de

temperatura afectan y Guatemala es frío. Me tocó a veces hacerle la comida; había que

prepararle algo especial, no comía nada condimentado, sólo su carne a la parrilla sin sal

con un poquito de arroz, una fruta y cosas así. Siempre andaba con su yerba mate. A mí

me llamaba la atención eso, le pregunté y me enteré que era una hierba que tomaban los

argentinos con un pitillo, ¿verdad? Él se relacionaba mucho con todos los refugiados, era

muy solidario, repartía lo que mandaba la familia de la Argentina: ropa, dinero, todo.

Una persona muy sociable ¿verdad?, nos resultaba extraño que un argentino fuera tan

amistoso, cordial, porque teníamos otra idea y él simpatizaba con toda la gente.

La imagen que retengo suya es la de una persona muy agradable. Era muy

atractivo, sí, cómo no, un jovencito, yo lo miraba tan diferente. Cuatro años después,

cuando oí el desenlace en Cuba me di cuenta por las fotos de que era el mismo que yo

había conocido. La revolución cubana fue muy importante para nosotros, aunque los

primeros tiempos llegaba poca información a El Salvador. Cuando leía algo sobre él me

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causaba una gran impresión. Me decía: ¿quién iba a decir que ese jovencito llegara a ser

el gran hombre que fue?. Lo admiraba muchísimo, y para Carpio lo mismo, él leía mucho

las obras del Che. Es un ejemplo.

Un centenar de asilados vuelan hacia Argentina por una gestión del

peronismo, aunque Tulita y el Che toman otros caminos: Ella prefiere ir a

México a reunirse con su compañero Carpio, con quien años después participará

en la lucha del Farabundo Martí encargada primer del trabajo de masas, y luego

en la ilegalidad. Guevara que le había escrito a su madre: “América será el teatro

de mis aventuras”, también se decide por México, luego de rechazar un

salvoconducto y salir de la embajada a fines de agosto. Dos semanas después

sube aborda un tren hacia México; Hilda lo acompaña hasta la frontera. Se van a

casar un año después en el pueblo de Tepozotlán. En México, rememorando

Guatemala, repetirá a quien quiera escucharlo que Arbenz no estuvo a la altura

de las circunstancias. Él reverso de esa medalla será su propio proceder y algo

que lo caracterizará siempre: su coherencia.


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