El Origen Del Libro de Texto Gratuito
El Origen Del Libro de Texto Gratuito
El Origen Del Libro de Texto Gratuito
Resumen
Las explicaciones sobre el origen del libro de texto gratuito (ltg) en México se han centrado
en la gratuidad educativa y en las disputas por el control de la educación. Esta perspectiva, que
asume vínculos entre el Plan de Once Años y este tipo de libro, le presta escasa atención como
material impreso y a sus conexiones con el mundo editorial. A contracorriente, apoyada en la
historia de libros escolares y en un diálogo con diversas fuentes, argumento que el origen del
ltg, aunque revestido de política educativa para posibilitar la gratuidad, también se corresponde
con problemas de la producción editorial mexicana en los años cincuenta. Asimismo, a la luz
de iniciativas y debates sobre la lectura que tuvieron lugar en esos años, especulo que el ltg no
únicamente pretendía llenar un vacío educativo, sino también contrarrestar prácticas de lectu-
ras de otro tipo, como las historietas, consideradas “perniciosas” por algunos grupos sociales.
Palabras clave: libro de texto gratuito, historia del libro, textos escolares, Plan de Once Años,
México.
Abstract
Explanations about the origin of the so-called Free Textbook in Mexico have focused on the
government interest in providing free education and on the disputes over the control of education by
various actors. Those explanations, which tend to assume that there was a direct link between the
Plan de Once Años and the Free Textbook, pay little attention to the character of textbooks as
106 Ixba Alejos, E.: El origen del libro de texto gratuito en México: entre la gratuidad educativa y los desafíos
printed objects and their connections with the editorial world. By contrast, from a perspective derived
from the history of school textbooks, and in dialogue with a number of different sources, I argue that
the origin of the Free Textbook, although part of an educational policy aimed at making free educa-
tion possible, was also a response to problems and limitations of the Mexican publishing industry in
the 1950s. Likewise, in the light of initiatives and debates about reading practices that took place in that
decade, I speculate that the Free Textbook did not only intend to fill in an educational void, but also
to counteract the reading of other materials such as comics, which were considered “pernicious”
by some social groups.
En los albores del gobierno de Adolfo López Mateos, frente a un desafiante panorama edu-
cativo, se formalizaron y pusieron en marcha dos proyectos de reconocida trascendencia para
la educación en México: el Plan para el Mejoramiento y la Expansión de la Educación Prima-
ria (Plan de Once Años) y el Libro de Texto Gratuito (ltg). En la versión oficial, el origen de
ambas iniciativas responde al mandato de proporcionar educación primaria gratuita y obli-
gatoria para los niños mexicanos. Esta idea, en el caso del Plan de Once Años, se refuerza al
enfocarse en su proceso de diseño, propósitos y líneas de acción de las que ha dado cuenta
su artífice: Jaime Torres Bodet.
No ocurre lo mismo con el Libro de Texto Gratuito. Al poner en perspectiva su fecha de
formalización, la manera en la que se puso en marcha, su relación con el Plan de Once Años,
el contexto editorial de su tiempo y la participación de Martín Luis Guzmán, la explicación
de su origen centrada sólo en la gratuidad educativa se agrieta y se torna insuficiente. ¿Por
qué el Plan de Once Años y el ltg, a pesar de coincidir en propósitos, inician y se formalizan
por separado? ¿Por qué el primero, como estrategia de planeación educativa encaminada al
logro de la gratuidad y obligatoriedad educativa, no incluyó de manera explícita al segundo?
¿Por qué en uno se involucró más el secretario de Educación y el otro se encargó a un editor
y escritor? ¿Por qué Martín Luis Guzmán, conocedor del tejido editorial mexicano y empre-
sario de este sector, promovió y llevó a buen puerto un proyecto que parecía contrario a sus
intereses editoriales y a los de su gremio?
En este artículo, a partir de algunos discursos acerca del libro y de la lectura en el México
de los cincuenta, asumo que la creación del ltg, aunque vinculada con la gratuidad educativa,
también responde a dificultades que enfrentaba el mundo editorial y de la lectura en México
en los años cincuenta: mercado con ingente presencia de libros de ascendencia española (de
texto, literatura y de consulta), obstáculos en la exportación, limitaciones técnicas y mate-
riales, libros caros e insuficientes, distribución concentrada en la capital del país, escasa
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producción y difusión de obras de autores mexicanos, así como la existencia de un sector del
mercado de lectores seducido por lecturas inconvenientes: las historietas.
El contenido de la exposición se organiza en tres apartados: en el primero se aborda el
distanciamiento entre el Plan de Once Años y el ltg; el segundo proporciona un panorama
sucinto de la complejidad y desafíos del libro mexicano en los años cincuenta; mientras que
en el tercero se presenta la práctica de la lectura de historietas como uno de los retos en el
mercado de libros. Finalmente, se plantean algunas reflexiones para continuar el debate sobre
el origen del ltg.
que un gran número de niños en edad escolar no pudiera “recibir la enseñanza gratuita y
obligatoria” (dof, 1958). La comisión dispondría de casi ocho meses (del 9 de febrero al 30
de septiembre de 1959) para elaborar un plan sustentado en el tamaño de la demanda
educativa real y en los requerimientos legislativos, presupuestales y de convenios entre los
tres niveles de gobierno. En octubre de 1959, Jaime Torres Bodet presentaría el plan a López
Mateos para que expidiera los decretos y acuerdos procedentes, y presentara al Congreso de
la Unión las iniciativas del caso (dof, 1958).
Jaime Torres Bodet y la comisión, apegados al proceso indicado en el decreto, trabajaron
arduamente en elaborados muestreos y análisis de estadísticas educativas y poblacionales,
estimaron recursos económicos necesarios, identificaron fuentes de financiamiento y defi-
nieron líneas de acción (Torres, 2000; Meneses, 1988; Secretaría de Industria y Comercio,
1961). En este trabajo de meses se diseñó el Plan Nacional para la Expansión y el Mejoramiento
de la Enseñanza Primaria en México.
El Plan, presentado por López Mateos el 1º de diciembre de 1959, consideraba: la cons-
trucción y mejora de aulas, aumento de plazas docentes, ampliación de los servicios del
Instituto Federal de Capacitación del Magisterio, fortalecimiento de escuelas normales e ins-
talación de centros regionales de enseñanza normal y nuevos programas de educación
primaria (Torres, 2005a; Torres, 2000; Meneses, 1988). Sobre el libro de texto gratuito
nada se mencionó.
El 12 de febrero de 1959, a dos días de iniciados los trabajos de la comisión para elabo-
rar el Plan de Once Años, Adolfo López Mateos expidió un nuevo decreto. Esta vez para
ordenar que se creara la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (Conaliteg). Su
encomienda: fijar las características de los libros de texto destinados a la educación primaria,
encargarse de su edición y cuidar que estos materiales tendieran “a desarrollar armónicamente
las facultades de los educandos”, prepararlos para la vida práctica e inculcaran en ellos la
solidaridad, virtudes cívicas y el amor a la patria. En este decreto ninguna referencia se hizo
al Plan Nacional para la Expansión y el Mejoramiento de la Enseñanza Primaria.
Así, mientras Jaime Torres Bodet y otros trabajaban arduamente en la conformación de un
plan para expandir y mejorar los servicios educativos, Martín Luis Guzmán, designado como
presidente de la Conaliteg, se encargaba de hacer posible que a principios de 1960 se contara
con textos escolares en tirajes nunca antes realizados en México. En todo este tiempo, “se
le dieron poderes totales para elaborar los libros. Controlaba el proceso de creación y apro-
bación de originales, la ilustración, el diseño gráfico, la producción física de los libros y su
distribución por todo el país” (Díaz, 2006: 58; Ixba, 2014).
Ambas iniciativas, a pesar de compartir el propósito de avanzar en la gratuidad y obligato-
riedad educativa, corrieron por vías separadas y diferentes. Las metas y líneas de acción del Plan
de Once Años se forjaron en el acopio y análisis de cifras para conocer el problema educativo
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1
iisue-Fondo mlg, caja 239.
2
Es probable que se piense en el programa editorial de José Vasconcelos y en los tirajes de cartillas para la
alfabetización. Sin embargo, en el caso de Vasconcelos, la conformación de bibliotecas públicas, escolares, obreras y
ambulantes incluyó la compra de libros, más que su producción. Las cartillas, estiman algunos, alcanzaron tirajes de
diez millones de ejemplares.
110 Ixba Alejos, E.: El origen del libro de texto gratuito en México: entre la gratuidad educativa y los desafíos
los medios y el hábito de leer” (Hernández, 1986: 162). La afirmación del escritor no carece
de fundamentos.
La lectura y los libros, escolares y en general, nunca han sido, ni son, un bien al alcance
de todos los mexicanos. Valentina Torres Septién (1999: 322) estima que, a finales de los
cuarenta, “existía en el país una librería por cada 132,000 habitantes” y que de las 159
registradas, 89 se localizaban en el Distrito Federal y 70 en los estados de la república. La
tendencia no cambiaría en la década siguiente, la oferta de libros, además de cara, seguía siendo
insuficiente y beneficiando, como hasta ahora, a los capitalinos. Las editoriales y librerías se
concentraban en la Ciudad de México, a pesar de que sólo albergaba al 11 por ciento de la
población del país. Los libros, tanto nacionales como importados, no llegaban a la gran mayo-
ría de los alfabetizados dispersos a lo largo y ancho del territorio mexicano.
De los libros que se producían en México, se calcula que el 25 por ciento se destinaba
al consumo nacional y el 75 por ciento se exportaba a países de habla española como Argentina,
Colombia, Costa Rica y Cuba. Entre 1957 y 1960, treinta y cuatro empresas editoriales publi-
caron 4,332 obras. Una oferta reducida, incluso para el mercado de lectores de la capital del
país (Torres, 1999: 300). La producción nacional de libros estaba sujeta, y por lo mismo
limitada, a subsidios y condonaciones de derechos aduanales. Experimentaba, además,
dificultades en el abasto de papel, cartón, telas para la encuadernación, tintas y pegamentos.3
El mercado de libros de texto también era insuficiente. En 1959, los tirajes, de acuerdo
con registros del secretario general de la Conaliteg, Juan Hernández Luna, no se correspon-
dían con el número de niños inscritos en las escuelas primarias. Para una población de dos
millones que cursaban el primer grado, la oferta de la iniciativa privada era de apenas 240,000
libros para la asignatura de lectura (Hernández, 1975, citado por Villa, 2009: 39). Como en
el caso de los libros en general, la oferta de textos escolares se restringía a la capital del país
y ciudades principales.
En los años cincuenta, el alto costo de los libros era también un obstáculo para que
muchos mexicanos accedieran a éstos. En 1955, un trabajador, percibiendo el salario mínimo
entre 7 y 8 pesos, mientras que el costo de los libros escolares oscilaba entre 3 y 8 pesos.
Una enciclopedia podía alcanzar un valor de 13 pesos. Desde luego, también había ofertas.
Con cien pesos podía comprarse un paquete de cien libros con un valor original de 576 pesos
(Letras…, 1955). El encarecimiento de los libros se debía a varias razones: aplicación de
aumentos indebidos por parte de libreros y editoriales, devaluación del peso y sus efectos en
el costo del papel, desmedida especulación de importadores de libros y fallas en la regulación
de precios por parte del gobierno mexicano (Ixba, 2013).
3
iisue-Fondo mlg, caja 220, expediente 4.
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Los libros eran caros. Por su valor se utilizaron como objeto de transacciones en las casas
de empeño. Era tal el número de libros empeñados en los montepíos, que en 1955 estudian-
tes universitarios solicitaron al presidente Ruiz Cortines que no salieran a remate público y
que se entregaran a alumnos de escasos recursos previo pago de la cantidad en la que habían
sido empeñados, más los gastos del Montepío (Excélsior, 1955).
Desde principios de los cincuenta, la carestía de los libros era un tema que preocupaba
a empresarios, estudiantes y profesores. El 16 de julio de 1953, Martín Luis Guzmán envió al
secretario de Educación Pública, José Ángel Ceniceros, un proyecto relacionado con el comer-
cio de libros de texto, el cual consistía en crear “una comisión, dotada por la Presidencia de
la República con todas las facultades y la autoridad”, para reglamentar el comercio de libros
de texto en el territorio nacional, así como para adquirir directamente de autores-editores,
mexicanos y extranjeros, libros escolares para alumnos de educación superior del país; que
se venderían a precio de costo y sin intermediarios (en casi 50 por ciento menos de su valor
en librerías), y lo mejor, aseguraba Guzmán, no se lastimaría “el legítimo derecho de ninguno”.4
En 1954, como reacción gubernamental al alto costo de los libros de texto, se creó la
Comisión Nacional Proabaratamiento del Libro y se recomendó que los textos no se utiliza-
ran como cuadernos de trabajo para alargar su utilidad. Los intentos de la sep por regular y
abaratar los precios de los libros escolares no fructificaron, las editoriales y los libreros no
siempre tomaban en cuenta los precios fijados por la sep (Ávila y Muñoz, 1999).
La industria editorial mexicana, además, mostraba una fuerte presencia de España, una
escasa producción de autoría nacional, así como problemas de difusión y para exportar. En
abril de 1953, la Federación Estudiantil Universitaria (feu)5 advertía que en México existía
un monopolio de libros en manos de extranjeros.6 El general Rubén García,7 presidente del
Comité Nacional de Restauradores de la Mexicanidad, estaba convencido de que los res-
ponsables eran “los gachupines”, españoles que, en su juicio, también ejercían control sobre
los asuntos culturales y de la alimentación en México.8
El monopolio, explicaba la feu, provocaba que “la clase proletaria y los estudiantes
cayeran en las garras de los explotadores del vicio”, pues la falta de libros cerraba las puertas
a la educación, al perfeccionamiento de los alumnos de todas las escuelas y a la distracción
4
iisue-Fondo mlg, caja 220, expediente 7.
5
En 1953 el comité de la feu estaba integrado por Pablo Camarena O’Farril (presidente), Juan José Castillo Mota
(vicepresidente), Rafael Lara Navarro (secretario general), Miguel de la Madrid Hurtado (subsecretario general),
Héctor Hernández (oficial mayor), Jorge Rivera Rosales (tesorero) y Carlos Quesnel Arronis (secretario de actas). La
feu asumía la representación colectiva de la unam.
6
agn, Fondo Adolfo Ruiz Cortines, caja 0879, expediente 521.8/195.
7
Al parecer, el general Rubén García (1896-1974), oriundo de Puebla, participó en el ejército constitucionalista,
y fue agregado militar en Chile, Bolivia, Francia, España e Italia; subjefe de la Comisión de Historia de la Secretaría de
Guerra y Marina. Perteneció a asociaciones como la Academia Nacional de Ciencias y Artes “Antonio Alzate”.
8
agn, Fondo Adolfo Ruiz Cortines, caja 0866, expediente 437.1/327.
112 Ixba Alejos, E.: El origen del libro de texto gratuito en México: entre la gratuidad educativa y los desafíos
sana.9 Por ello, en una manifestación del 5 de junio, la feu solicitó al presidente de México
que interviniera para desaparecer los monopolios y que la Secretaría de Educación Pública
se encargara de la importación de libros escolares, con el fin de venderlos a precios modera-
dos y dar facilidades de pago a los estudiantes.10
La presencia española en el tejido editorial mexicano de principios de los cincuenta era
notoria. Por un lado, estaba la impronta de editores exiliados como José González Porto y
Rafael Giménez Siles11 y, por el otro, la importación de libros de ese país. Para María Fernán-
dez Moya (2009: 23, citado por Ixba, 2013), durante el siglo xx, la industria editorial espa-
ñola experimentó un proceso de internacionalización largo, rentable y exitoso: “Un proceso
que tuvo su origen, y su principal cliente, en los países latinoamericanos”.
El intercambio comercial de libros entre México y España era desigual. El primero
enfrentaba tres problemas en sus exportaciones al segundo. Uno de ellos consistía en la
detención, deliberada o no, de sus envíos en oficinas de aduanas y servicio postal de España.
En octubre de 1956, treinta y dos paquetes de libros fueron intervenidos por la Oficina de
Cambio de la Administración Principal de Aduanas de la Provincia de Santander.12 Algo
similar, pero en el correo de Madrid, ocurrió en abril de 1958. El segundo problema se refiere
a los tropiezos del libro mexicano derivados de los aranceles españoles. Gravámenes ele-
vados y difíciles de calcular, debido a las bases establecidas y a las múltiples características
de los libros:
Una obra que lleve intercalada una buena proporción de grabados o mapas, puede
verse afectada por la aplicación de la Partida No. 1074 […], que se refiere a los graba-
dos impresos en un solo color, y de la cual establece un gravamen de 3.26 pesetas oro
por kilogramo; o bien puede verse afectada por la Partida No. 1075 […], relativa a los
grabados impresos en varias tintas, partida que establece el gravamen de 3.62 pesetas
oro por kilogramo de peso; y así mismo toda clase de mapas quedan afectado por la
Partida No. 1081.13
9
agn, Fondo Adolfo Ruiz Cortines, caja 0879, expediente 521.8/195
10
Idem.
11
José González Porto, Joan Grijalbo y Rafael Giménez Siles son considerados como tres figuras fundamentales
del exilio en el mundo del libro: Leyenda, Editorial Séneca, Edición y Distribución Iberoamericana de Publicaciones, S.A.
(Ediapsa), Grijalbo, Joaquín Mortiz y Ediciones Atlántida fueron algunos sellos creados por los “transterrados”.
12
iisue-Fondo mlg, caja 220, expediente 4.
13
Idem.
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previa española: exigía entregar tres ejemplares de cada título que se deseara exportar y recha-
zaba un buen número de impresos mexicanos, incluso del Fondo de Cultura Económica.14
La difusión del libro mexicano y extranjero también era dispar. Para Ramiro Aguirre, jefe
de redacción de El Libro y el Pueblo, las obras nacionales, especialmente las novelas, enfren-
taban el poco aprecio de editores y libreros. “Podrían recorrerse las librerías de la Ciudad de
México, y las de todos los estados y se constataría, de manera evidente, la carencia, quizás
absoluta, de libros de autores mexicanos” (Letras…, 1956: 1). Esto se debía, explica Gilberto Basa,
director de la revista Letras…, a la escasa rentabilidad de estas obras, en virtud de su falta de
lectores, así como a lo benéfico de “lanzar al mercado libros conocidos mundialmente y sin
pagar derechos de autor, que obras de escritores mexicanos pagando derechos de autor y los
que muchas veces son desconocidos aun dentro del territorio nacional” (Letras…, 1956: 1).
El mercado de libros de texto de los años cincuenta también revela indicios de la tensión
entre nacionales y extranjeros. En 1959, de acuerdo con Ana Cristina Ávila y Virgilio Muñoz
(1999), de las treinta y seis editoriales que publicaban libros de texto, varias pertenecían a espa-
ñoles radicados en México y tenían presencia significativa en las listas de obras autorizadas
por la sep. Es el caso de Patria, Herrero Hermanos y Luis Fernández G. Herrero Hermanos era
una empresa de españoles,15 principalmente dedicada a publicar libros de texto de profeso-
res mexicanos, como Daniel Delgadillo. La sep mantuvo la autorización de títulos de este
autor hasta después de 1960.
Como he documentado en otro artículo, a principios de los cincuenta, en las listas ofi-
ciales era notoria “la presencia del exiliado Santiago Hernández Ruiz como el autor con mayor
número de títulos autorizados y Luis Fernández G. como el sello que los publicaba” (Ixba,
2013). En 1952, Hernández Ruiz contaba con doce obras autorizadas por la sep: diez libros
de texto16 y dos de consulta.17 Esto lo colocaba por encima de autores mexicanos como
Rosaura Lechuga,18 Daniel Delgadillo, Alfredo y Carmen G. Basurto, quienes en promedio
14
Idem.
15
Leoncio y Guillermo Herrero fundaron en 1890 la librería religiosa Herrero Hermanos, origen del sello editorial
homónimo (Zahar, 2000: 101).
16
Publicados por Luis Fernández G.: Amanecer, libro de lectura para primer año; Primeras luces, libro de lectura para
segundo año; Nosotros, libro de lectura para tercer año; Curiosidades y ejemplos, libro de lectura para cuarto año; Continente,
libro de lectura para quinto año; Cultura y espíritu, libro de lectura para sexto año. Bajo el sello de Herrero Hermanos:
Aritmética y nociones de geometría, para primero, segundo y tercer ciclos; Historia de América, para quinto grado.
17
La escuela en acción, primer y segundo semestres.
18
Formó parte de la mesa directiva de los congresos de educación socialista, al lado de Juan Guerrero, Ismael
Rodríguez y Vicente Rivera. En 1941, su libro Camaradas (Editorial Patria), primer y segundo años, se encontraba en la
lista oficial de la sep. Durante el gobierno de Miguel Alemán continuaba en el catálogo oficial; no obstante, fue uno de
los libros de texto que más se criticaron en la prensa, muy posiblemente por su tendencia socialista. En 1945, participó
en la Conferencia Pedagógica del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, como primera secretaria de la
mesa directiva (Meneses, 1988).
114 Ixba Alejos, E.: El origen del libro de texto gratuito en México: entre la gratuidad educativa y los desafíos
contaban, en el catálogo de ese año, con cinco textos aprobados por la Comisión Revisora
de la sep.
Esta tendencia no habría de pasar inadvertida. En 1956, el profesor Salvador Hermoso
Nájera19 señaló: “En la lista oficial se favorece ostensiblemente a la editorial Herrero Herma-
nos, S.A., y se elimina de la competencia a muchas editoriales mexicanas pequeñas y a otras
que no tienen apoyo oficial”.20 El cuestionamiento puede interpretarse como una defensa de
intereses que veían amenazados por algunas editoriales y por la propia Comisión Revisora
de Libros de Texto y de Consulta. Las primeras habían encontrado mecanismos para subver-
tir los procesos de dictaminación; mientras que la segunda eliminaba títulos bajo criterios
que favorecían a algunos, en detrimento de otros.
Salvador Hermoso Nájera acusaba a la Comisión Revisora de funcionar irregularmente
y como un “Tribunal de la Santa Inquisición”, pues en 1956 había retirado de la lista 187
libros de texto para incluir títulos eliminados en listas anteriores. Era el caso de obras de
Daniel Delgadillo publicadas por Herrero Hermanos. El profesor Nájera afirmaba que estaba
dispuesto a mostrar en un debate público que la geografía de Delgadillo era deficiente
respecto de las obras que había desplazado la sep, así como a dar evidencias de las irregu-
laridades con las que ésta operaba en la autorización de los libros de texto. La opacidad de las
autoridades educativas en el proceso de revisión de impresos escolares salía a relucir.
En este panorama de tensiones editoriales, no era extraño encontrar recomendaciones
como éstas:
19
Salvador Hermoso Nájera fue inspector federal escolar (1940), miembro del Departamento Técnico de la
Dirección General de Educación Primaria en los Estados y Territorios, profesor en el Instituto Federal de Capacitación
del Magisterio, autor de obras pedagógicas y libros de texto relacionados con la enseñanza de la geografía. En 1948
participó activamente en el Primer Congreso de Educación Rural, en el que se discutieron temas como la construcción
de escuelas rurales en el país, así como tareas y desafíos de la educación rural frente a la industrialización y transfor-
mación agrícola en México (Gallo y Gómez, 1948).
20
agn, Fondo Adolfo Ruiz Cortines, caja 0866, expediente 545.2/94.
21
Miguel Alemán Valdés, presidente de México en el periodo 1946-1952, fue el fundador de este grupo.
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En este escenario y sus demandas, la creación del ltg adquiere tonos nacionalistas de
protección e incentivo a la industria editorial mexicana. Incluso, como se indica en un estudio
pionero sobre esta iniciativa, “la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito abría una
nueva etapa en la historia del nacionalismo mexicano” (Vázquez, 2000: 278). Los contenidos
de los primeros textos gratuitos, en correspondencia con el espíritu de estos años, fueron
una exaltación de la unidad nacional y la mexicanidad. Josefina Zoraida Vázquez (2000),
Eduardo Weiss (1982), Lilian Álvarez de Testa (1999), Dalila Chine (2007), entre otros, han
hecho aportes en este sentido.
Los últimos años de don Alfonso22 son a un tiempo de triunfo y de fracaso. De éxitos
porque los mexicanos esclarecidos dictaminaron que su obra era parte del patrimonio
nacional. De infortunio porque los lectores brillaron por su ausencia. Unas cuantas
decenas de textos magníficos, de diversa índole, no tuvieron los destinatarios para los
cuales fueron escritos (Carballo, 2004: 195).
22
Alfonso Reyes (1889-1959) era considerado por Emmanuel Carballo como “de los pocos milagros que se han
dado en territorio mexicano en el siglo xx. Tenía el don de la palabra. Es el hombre que supo darle al lenguaje un nicho
específico que antes no había sido dado por nadie. La forma de su decir no tiene paralelo en la literatura mexicana y
en la latinoamericana” (Carballo, 2009).
116 Ixba Alejos, E.: El origen del libro de texto gratuito en México: entre la gratuidad educativa y los desafíos
cias millonarias. Las campañas de alfabetización emprendidas desde principios de los años
veinte y los esfuerzos educativos oficiales contribuyeron a la conformación de un público
lector que, en la década de los cuarenta y posteriores, se entregó con avidez a la lectura de
historietas, convirtiendo esta práctica en “un fenómeno cultural de masas” (Aurrecoechea y
Bartra, 1993: 15).
En México, la historieta es un género que abarca un conjunto amplio y diverso de revis-
tas ilustradas. Los contenidos de estas publicaciones incluyen temas relativos al amor
romántico, indios, vaqueros, historietas estadounidenses (como Bugs Bunny), personajes
populares y sexo. Su público lector, entre los cuarenta y cincuenta, se ubica en el territorio
de la familia. La intensa lectura de historietas, explican algunos, se debe a su popularidad,
facilidad para leerlas y su narrativa en episodios con final feliz (Aurrecoechea y Bartra, 1993;
Rubenstein, 2004). En la década de los cincuenta, algunas de las revistas más leídas eran
Pepín, Chamaco, Memín Pinguín, El llanero solitario, La familia Burrón, Lágrimas, risas y amor.
Para los adultos que preferían fotos de Tongolele, Su Muy Key o Kalantán, se publicaba Vea
y Vodevil.
Las historietas, en opinión de sus críticos, eran lecturas de contenido inmoral y contrarias
a los afanes nacionales de modernidad. Su género, popular y sin mayores exigencias de
competencias lectoras y recursos narrativos, ponían en peligro los propósitos de la educación
pública al difundir modelos de conducta inapropiados y conocimientos distintos de los que
se debían adquirir en los centros escolares. En esta lógica, se demandaba la intervención del
Estado para salvaguardar la educación de los mexicanos.
El 19 de marzo de 1955, el periódico Últimas Noticias publicó una nota para informar que
la Federación de Estudiantes Universitarios (feu), que en 1953 se había pronunciado en
contra del monopolio del libro, organizaría una quema de historietas. La razón, argüían los
jóvenes, es que por su contenido se trataba de “un veneno activo” para la mentalidad de
los niños mexicanos. Siete días más tarde, la anunciada quema se llevó a cabo. “Decenas
de estudiantes universitarios se concentraron en la Plaza de Santo Domingo”, con el fin de
llegar a la explanada central de la capital; “llevaban cartelones en los que se pedían libros
baratos y se exigía la suspensión de la publicación de revistas pornográficas”. Algunos más
coreaban su petición de cárcel para los “envenenadores de la juventud” (Pérez, 2011: 83-84).
La lectura de historietas venía de tiempo atrás, igual que las críticas e intentos por
atajarla. El 15 de marzo de 1951, Miguel Alemán expidió el “Reglamento de los artículos 4
y 6, fracción VII, de la Ley Orgánica de la Educación Pública, sobre publicaciones ilustradas
en lo tocante a la cultura y a la educación”, con la finalidad de determinar lo que era inmo-
ral y contrario a la educación y a la cultura mexicanas (dof, 1951). Antes, en 1944, Manuel
Ávila había firmado un documento similar: el “Reglamento de revistas ilustradas en lo tocante
a la educación” (dof, 1944).
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Para los hombres de letras, así como para profesores y religiosos, las historietas eran
“enemigos gravísimos” de la literatura, el idioma y la decencia. Su lectura hundía al pueblo
en la incultura y embotaba la mente. “Por desgracia nuestra y para completar el infortunio,
las autoridades han cerrado ojos y oídos a este problema de proporciones fabulosas, que
tarde o temprano dará los resultados a que ha sido encaminado: embrutecimiento general
(El Libro y el Pueblo, abril de 1954).
Del lado magisterial, el 11 de febrero de 1956, tres años antes de crearse el libro de texto
gratuito, el profesor Salvador Hermoso Nájera escribió una carta abierta dirigida al profesor
Enrique M. Sánchez, secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educa-
ción, en la que acusaba que “mientras la niñez mexicana estaba siendo absorbida por la
lectura de pasquines, nacionales y extranjeros”, se eliminaba del catálogo oficial de libros de
texto lecturas de reconocidos autores.23 ¿Será más perjudicial la lectura de esos autores o la
de los pasquines para los niños?, preguntaba Hermoso Nájera a la sep. 24
Ese mismo año, el profesor Herculano Ángel Torres Montalvo dirigió una encuesta entre
alumnos de 12 a 18 años, inscritos en secundarias del Distrito Federal, con el fin de conocer
sus tendencias literarias. Los datos mostraron que el 83 por ciento de esa población leía con
frecuencia revistas ilustradas; 15 por ciento raras veces las leía, y 2 por ciento declaraba no
haber leído nunca este tipo de revistas. De una lista de 105 títulos, las favoritas eran El conejo
de la suerte, Cuentos de Walt Disney, La pequeña Lulú, Tarzán, El super ratón, El llanero solitario
y La familia Burrón, entre otros títulos. Estas publicaciones, aunque no se tacharon de inmo-
rales, se valoraron como materiales faltos de calidad en su contenido y formato, y con pro-
pósitos ajenos a los de la educación secundaria (Torres, 1956).
Las conclusiones difundidas en la Revista del Instituto Nacional de Pedagogía insistían en
que “el Estado mexicano y algunas instituciones particulares” debían prestar ayuda económica
y estimular a editoriales dispuestas a publicar libros y revistas con un contenido eminente-
mente educativo. Asimismo, advertían como urgente que el Estado promoviera “una campaña
tendiente a favorecer la impresión de libros baratos para que los adolescentes estén en
condiciones de adquirirlos a bajo precio” (Torres, 1956: 92).
Las críticas y los empeños contra las historietas, afirma Anne Rubenstein (2004: 295),
tuvieron pocos resultados directos; lo que hicieron fue que “el gobierno creara leyes, que no
se podían poner en práctica, para regular el contenido de las revistas y creara instancias de
censura”. Categórica, concluye: “las críticas no dieron ningún resultado”.
La razón le asiste si con las críticas se pretendía detener o disminuir la producción, circu-
lación y lectura de este tipo de revistas, o modificar sustantivamente su contenido. Eso no
23
Salvador Hermoso se refería a Wilberto L. Cantón, Francisco César Morales, Atenógenes Pérez y Soto, Ignacio
Ramírez López, Salvador Novo, Francisco Cuervo Martínez, Delfina Huerta, Alfredo y Carmen Basurto (Ixba, 2014).
24
agn, Fondo Adolfo Ruiz Cortines, caja 0866, expediente 545.2/94.
118 Ixba Alejos, E.: El origen del libro de texto gratuito en México: entre la gratuidad educativa y los desafíos
pasó, cuando menos no por las críticas. Lo que sí ocurrió fue que, ligado a los debates en
torno a los libros, a su costo y escasez, se generaron condiciones favorables a la decisión de
Adolfo López Mateos de crear y distribuir el libro de texto gratuito:
25
agn, Fondo Adolfo Ruiz Cortines, caja 879, expediente 704/208.
Revista Mexicana de Historia de la Educació
, vol.nVI, núm. 11, 2018, pp. 105-123 119
Conclusiones
En este trabajo he argumentado que, para entender el origen del libro de texto gratuito, es
necesario remitirse no sólo al estudio del panorama educativo y de las políticas emprendidas
al respecto, sino también a la esfera editorial del momento. Esta línea de indagación me ha
permitido advertir que, en la década de los cincuenta, el mundo del libro en México enfren-
taba problemas que, dadas sus características, podrían organizarse en dos grupos:
En este escenario, la creación del ltg encaja con naturalidad como solución a los problemas
anteriores. Sus tirajes millonarios, distribución nacional y producción sostenida, le permiten
al gobierno mexicano responder a la demanda de intervenir en la producción de libros que
desplacen la lectura de historietas y la presencia de libros escolares no mexicanos. Asimismo,
con este material educativo gratuito, que llega a todas las escuelas del país, se abre un espacio
para difundir obras de autoría nacional, acordes con los propósitos educativos y el naciona-
lismo de la época.
Además, la producción y entrega de libros de texto gratuitos, por su magnitud, propósito
oficial y recursos económicos invertidos, le confieren al Estado mexicano un rasgo revolucio-
nario, de modernidad, progreso y apego a políticas educativas internas y externas. Los libros,
a diferencia de historietas e impresos similares, tienden a valorarse como instrumentos de
120 Ixba Alejos, E.: El origen del libro de texto gratuito en México: entre la gratuidad educativa y los desafíos
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